Luchas fratricidas

Habían pasado cientos de años desde que hubo algún vado en Vado de Piedra. El río podía ser entonces vadeado por aquel lugar, pero ya no. El único vestigio de aquella época lo conformaba un montón de piedras que había en lo alto de una colina baja, que antaño fueron una torre de guardia que vigilaba el camino, en la época en la que los antiguos reyes gobernaban el país. Mucho había cambiado desde entonces, incluido el curso del río. Sin embargo, el poblado que creció a orillas de aquella torre continuaba existiendo. Era poco más que unas cuantas cabañas de madera que se arracimaban alrededor de la colina cercana al río. La gente del lugar, por lo que sabía Baldbrand, sobrevivía cazando y pescando, como lo habían hecho durante decenas de generaciones. 

El rastro del prisionero huido conducía hasta aquel poblado, y las pistas que habían encontrado por el camino también lo situaban cerca de Vado de Piedra. Como quiera que las casas se situaban en la falda de la colina con una elevación desde la que podían dominar las praderas que bordeaban el pueblo, los lugareños lograron ver a los viajeros mucho antes de que llegaran y, cuando el grupo se encontraba ya cerca, tres personas salieron a recibirles. Por experiencia sabían que los beórnidas no daban la bienvenida con facilidad a los visitantes de sus tierras, por lo que tendrían que convencerles de que les permitieran entrar en el poblado. 

El mayor de los tres beórnidas que salieron a su encuentro, situado en el centro del grupo, era un anciano que lucía una barba gris y se apoyaba en un bastón, junto a él había una mujer más joven, orgullosa, de mirada dura y de pelo tan rojo como el cobre. Al otro lado, un fuerte y veterano guerrero que caminaba con la mano sobre el mango de su hacha. Fue la mujer quien alzó la cabeza y se dirigió a ellos cuando consideró que estaban a distancia suficiente. 

—Mi nombre es Ava, hija de Harwulf aquí presente —dijo señalando al anciano situado en el centro de la comitiva—. También nos acompaña Willifred, nuestro Primer Guerrero —el hombre se agitó nervioso y apretó con fuerza el mango del hacha—. No solemos dar la bienvenida a extraños a nuestras casas. A menos que tengáis asuntos que tratar aquí, debéis continuar —dijo la voz ruda de la pelirroja—. El Salón del Bosque se encuentra a unos pocos días de viaje al este de aquí, y sin duda allí encontraréis mejor hospitalidad. Ya hemos sufrido suficientes pesares en los últimos días. Os pido que nos dejéis en paz.  

Finalmente alcanzaron la población del Vado de Piedra y una comitiva les salió al paso. Baldbrand hizo una señal a sus compañeros golpeándose en el pecho para que le dejaran hablar. Igual aquellas gentes que habían sufrido recientemente estarían más dispuestos a hablar frente a una cara más afín.

Escuchó la presentación de la mujer de cabellos rojos. Tenía que reconocer que era una mujer de belleza salvaje y de no ser otros sus quehaceres igual hubiera encontrado adecuado conocerla mejor, pero la pesadumbre que les embargaba le dio fuerza para enfrentarse a aquellos tres con la aplastante sinceridad que les caracterizaba. No pudo evitar mirar sus gestos para ver si aquella pesadumbre era cierta o bien ocultarían a Odorico de la justicia de Beorn. Era pronto todavía para hacer conjeturas, desde luego.

-Mi nombre es Baldbrand, hijo de Randmar, guarda de la Carraca asentado en el poblado del Arroyo Serpentino. -acompañó aquellas palabras con aquella palmada fuerte en su pecho que ya era tan característica en él. Igual elevó la voz más de lo debido, pero su gravedad dejaba entrever su orgullo y nobleza.- Mis compañeros de viaje son Welf Ramaverde de los hombres del bosque, el señor enano Ainar, hijo de Ai, la dama elfa Miriel y el señor elfo Vanwa. -hizo una pequeña pausa para que los nombres de sus compañeros quedaran bien reflejados y acompañando cada palabra con un gesto marcial. Entonces añadió: Mucho me temo que debemos ahondar en los pesares sufridos y que nuestros pasos nos guian a tratar asuntos aqui, pues hemos sido enviados por el propio Beorn. -terminó de decir con una sinceridad y seriedad aplastantes.

Hasta la fecha no había visto la nobleza y fortaleza que anidaba dentro del hombretón que los acababa de presentar. Lo tenía por un hombre malhumorado y triste. Resentido incluso, con una bondad oculta pero amargada. Allí fue distinto. Lo percibió al hablar, como alguien noble y poderoso, como que arrastraba una gran pena. Algo similar a lo que transmitía el trio que los había interceptado.

En su fuero interno se sintió avergonzado por el primer juicio que había albergado sobre el beornida de los bolsillos especiados.

Así pues, cuando Balband lo presentó, Vanwa se inclinó con una reverencia y empezó con su especialidad. La verborrea tonta. Que se notara que Vanwa tenía todo el tiempo del mundo para hacer lo que fuera, como buen miembro del pueblo inmortal.

- Como bien ha dicho el noble Blabrand, asuntos nos traen aquí. Asuntos delicados que requieren ser solucionados. Asuntos que pueden parecer lo que no son.- Dijo, sin especificar si para bien o para mal.- De lejos venimos, para escuchar y conocer una historia que empezó hace mucho y que se ha ido complicando más y más, hasta que el propio Beorn nos ha enviado para resolverlo.

Miriel sabia el efecto que solía causar la verborrea de Vanwa. Sí, era efectiva y a veces la agradecía, pero con gentes que desconfiaban de ellos de inicio podía ser un juego peligroso. Por ello decidió la elfa entonar una suave canción que apaciguara los ánimos y pudiera destensar un poco el ambiente. Con suerte les haría ver que no eran una amenaza, si no que actuaban por mandato de su señor y si tenían fuertes sentimientos de lealtad hacia Beorn y la justicia puede que fuera suficiente para que vieran que lo correcto era ayudarles.

Así su canción trató de la tristeza de encontrar a Merovech el Poderoso y Odo el Joven muertos por las flechas de los atrevidos orcos, de cómo Beorn su señor y protector trajo de nuevo la paz al dar caza y muerte a los orcos esa misma noche, pero también de su sorpresa al descubrir que junto a Merovech y Odo viajaba un prisionero que escapó su destino de ser juzgado por Beorn como marcaba la ley. No solo era un prófugo sino que había robado la espada del propio Merovech y la bolsa de plata que el mismo Beorn le entregó.

La canción habló de la fiesta en honor a los caídos, de los sentimientos de unidad del pueblo de Beorn, del deseo de justicia y aclarar lo acontecido, de la lealtad que todos sus hombres mostraban a Beorn y como el propio Beorn les encomendó la tarea de traer al prófugo ante él para someterlo a su justicia.

Con unos tonos más ligeros y luminosos la canción pasó a narrar como regresaron hasta el lugar donde hallaran la barca de Merovech y Odo, como siguieron el rastro del prófugo río abajo hasta que sus pasos los llevaron hasta este lugar.

En su canción obvio los detalles sobre Geral, las noticias que habían recibido de los hombres del bosque y que sabían que el prófugo no era otro que Odorico. Eran detalles que aún no necesitaban saber aquellos hombres que ellos ya sabían, detalles que podían usar para comprobar la veracidad de las palabras que aquellos hombres les dedicaran después.

Welf se mantuvo al margen. No le gustaba el gesto de Willifred y no conocía lo suficiente de los beornidas como para tomar parte en una conversación tan tensa. Tal vez si hubiera llegado solo sabría como pedir cobijo, pero ahora se sentía torpe como un niño en su primera cita.

Abrió la boca para presentarse pero se le adelantó Baldbrand y desde ese momento se dedicó a escuchar y aprender.

Ainar observó a los beórnidas que salieron a interceptarlos. Era de esperar que sucediera, pero había algo en ellos que no estaba del todo seguro de si era exceso de precaución o que algo ocultaban. Tal vez fueran simplemente sugestiones suyas... o no.

Tal vez, si lograban hacerles ver que no eran un problema, les abrirían las puertas...

...Balbrand se presentó con altura y hasta diría casi porte enanil, por lo que asintió ante su presentación...

...Vanwa siempre tenía que ser tan... él...

...Miriel lo sorprendió de sobremanera, al entonar un bello canto, pero que no hubiera esperado en un momento así...

En cambio Welf le parecía muy sensato en este momento. Pero él no se quedaría sin intentar apaciguar las aguas en un momento como ese, en donde sus pasos tenían que entrar en ese pueblo.

-Pueden estar seguros de que no nos quedaremos más que lo estrictamente necesario, no deseamos importunar a su pueblo ni a ustedes- comenzó diciendo el enano de manera pausada y con las manos cubiertas por la cota de malla con las palmas hacia arriba apenas sobre el nivel de su robusta cadera y con la cabeza levemente agachada -Nuestros pasos han sido impulsados por Beorn, y a Beorn debemos regresar con respuestas lo antes posible-

A todos les podría haber sorprendido el tono conciliador del enano, al que sólo frente a comerciantes alguna vez podrían haberlo escuchado de manera igual.

Baldbrand, como beórnida, fue quien se encargó de las presentaciones. El beórnida del grupo de viajeros proyectó la voz con fuerza, hablando claro y directo, como gustaba a la gente de su pueblo. Lo hizo muy bien, logrando impresionar a sus interlocutores de tal modo que sus palabras provocaron un largo silencio en los tres lugareños, que intercambiaron miradas al escuchar que se nombrara a Beorn. Que tan variopinto grupo de viajeros representara al señor de los beórnidas les había dejado sin habla. El silencio se mantuvo hasta que Vanwa se dirigió también a ellos con su particular verborrea que utilizaba muchas palabras sin decir demasiado y que confundía al oyente. Pero la mención de esos asuntos delicados hizo que los tres lugareños volvieran a cruzar una mirada. No pareció gustar al grupo la forma cargada de sospechas en que Vanwa les miraba, pero afortunadamente la dulce voz de la elfa logró apaciguar los ánimos. La canción de Miriel les sorprendió, aunque también alimentó el desasosiego en los corazones de los beórnidas al enterarse de la muerte de Merovech y Odo, y de preocupación al conocer del destino del prisionero del que la letra hablaba y que no les costó demasiado relacionar con Odorico. Era una canción bella pero triste, interpretada con la majestuosa voz de la elfa que además sirvió para poner al día de las últimas noticias importantes que habían sucedido en las tierras de los beórnidas, y que además les concernían. Tras el silencio que siguió a las últimas estrofas de la canción de Miriel, el enano habló con su ronca y áspera voz, la cual contrastaba enormemente con la de la elfa. Pero Ainar hablaba con el corazón, de forma tranquila y conciliadora, buscando el entendimiento entre ambos grupos, y el permiso para poder pasar al poblado. 

Hartwulf murmuró unas palabras a su hija, Ava, quien a pesar de todo había mantenido su seria compostura. Parecía una dura negociadora, y eso explicaba el motivo de que fuera ella quien tomara la palabra aun cuando era más joven que sus compañeros. Ava asintió lentamente con su cabeza y se giró de nuevo hacia el grupo. 

—Entendemos que el prisionero de esa canción no es otro que Odorico —la confirmación de que era él hizo que los tres beórnidas se alarmaran. Ava negó con la cabeza—. Estas son malas nuevas. Odorico es un asesino y un fratricida. Pensábamos que enviándole a la Carroca para ser juzgado nos habíamos librado de su malignidad. 

El anciano padre de Ava murmuró algo inaudible acerca de maldiciones y fantasmas, mientras que Williferd aferró su hacha aún más fuerte y miró a todos lados ansioso, como si esperara que Odorico saliera de detrás de cualquier arbusto. 

—Está bien —dijo la mujer un instante después—. No tenemos inconveniente en que entréis a Vado de Piedra, pero debemos pediros que entreguéis vuestras armas antes. Williferd las custodiará como si fuera propias. Podéis dormir en la casa vacía que hay a la orilla del río. Os convendría saber que pertenecía a Odorico. 

    Welf entregó sin problemas su hacha y su cuchillo pero estuvo más reticente a la hora de entregar su arco. Este arco es muy especial para mi, tanto como lo pueden ser las tierras que os rodean para vosotros, por favor, tratarlo bien.

     Gracias por vuestra hospitalidad, dijo el hombre de los bosques dirigiéndose al anciano, y gracias por venir a recibirnos Ava hija de Harwulf. Extraños tiempos son cuando Beorn confía en gente tan variopinta, pero si me concedéis la confianza puedo aseguraros que no hay mejores compañeros, más fieles y más dispuestos a ayudar que estos que me acompañan. No siempre están conformes con las normas de los hombres, pero desde que les conozco han arriesgado varias veces sus propias vidas por ayudar a los demás, hombres, medianos... si les dáis una oportunidad sabrán devolver con creces esa confianza.

Miriel puso una mano suave en el brazo de Welf antes de que entregara sus armas para detener su movimiento un momento.

- Nosotros sobrevivimos al embate de las olas de los trasgos en el Fuerte Circular. Nos adentramos en las entrañas de la montaña en el paso alto siguiendo a los trasgos hasta su guarida en lo más profundo para rescatar a un pequeño mediano. Nos internamos en su guarida para recuperar las herramientas con que liberar al pequeño mediano de sus cadenas en la guarida de los trasgos. Todo para traerlo de vuelta con su hermano Dodinas. – relató su primera aventura – Nosotros no dudamos en cargar a través de campo y praderas el bote de Merovech y Odo con sus cuerpos para traerlos a su pueblo para poder ser honrados como merecían.

Hizo una pequeña pausa para que Ava masticara mentalmente sus hazañas.

- Nosotros somos los elegidos de Beorn para esta su misión, sus enviados, sus representantes. ¿Pediríais al propio Beorn que dejara sus armas? – le pregunto con la mirada dura. No era una cuestión de separarse de sus armas, era una cuestión de la posición que querían representar en el pueblo para cumplir su misión y para eso necesitaban que todo el mundo tuviera claro que ellos, aquí, ahora, eran Beorn – Entonces os pido con humildad que no nos tratéis de forma diferente a como tratariais a quien nos envía y a quien representamos.

A Vanwa no le molestaba dejar su lanza. Más bien lo contrario, pero lo que dijo Miriel estaba muy bien dicho, en verdad. Dudaba que Merovech tuviera que dejar su espada a Willifred. Nada dijo, pues muy poca cosa se podía añadir al sabio comentario de Miriel.

Aún seguía conmocionado por el discurso conciliador de Ainar. ¿Cómo era posible una transformación así? Vanwa se sintió muy orgulloso consigo mismo por estar logrando cambiar al enano amargado por alguien casi simpático.- En breve estará cantando como Miriel...- Se dijo, en medio de carcajadas mentales.

A Baldbrand no le gustó nada que le dijeran lo de entregar el hacha. ¿Es que aquellos vecinos suyos estaban sordos y no habían oído nada?

Lanzó una mirada dura a Welf por darse por vencido tan rápido, aunque entendió que no quería problemas con los beórnidas. Pero él... él era un beórnida.

Las palabras de Miriel fueron como si lo que sentía en sus entrañas se abriera paso en forma de palabras. En efecto. Ellos eran los representantes de Beorn. Ellos actuaban por Beorn y, de hecho, venían a ayudarles contra lo que ellos mismos habían nombrado como un fratricida. Fue cómo si aquello le hiciera hablar, como si toda aquella energía en su interior saliera a flote. No pudo evitar intervenir.

Sacó el hacha de su padre, un precioso ejemplar de arma beórnida capaz de hender hasta la piel de un dragón y la apoyo contra el suelo con fuerza.

-La Dama Elfa tiene razón. ¡Mirad bien mis compañeros seguidores de Beorn! Este es el hacha de mi padre, Randmar, antaño habitante de la aldea de Beemoor, en las Montañas. Con ella segó la vida de todos aquellos enemigos de la Sombra que nos acecharon y que finalmente nos expulsaron de nuestras tierras. Fue un viaje largo de muchos años que al final nos llevó a él y a sus hijos hasta Beorn y sus enseñanzas. Cuando murió víctima de los malditos trasgos pasó a mi -lo enarboló con fuerza y energía levantándolo sobre su cabeza- y desde entonces ha seguido probando la sangre negra de nuestros enemigos. Jamás osaría blandirlo contra un amigo o compañero beórnida ¡¡Jamás!! -aseguró con su vozarrón, casi ofendido por la desconfianza que Ava y los suyos mostraban- Ahora mismo estamos aqui por la voluntad del propio Beorn y porque el rastro de Odorico asi lo indica. ¡Ese al que vosotros denomináis asesino y fraticida! ¡Ese es el enemigo y no nosotros!

-¿Nos conducís a la que fuera su casa sin arma alguna con la que defendernos? ¿Y si al abrigo de la noche usara la espada que robó a Merovech para cortarnos el cuello de forma traicionera? ¿Quién nos defendería? -negó con la cabeza con cierta rabia- No mi señora. -se obligó a calmar su respiración, pues claramente se había dejado llevar por la pasión- Os juro por la sangre de mi padre, Randmar, que no debéis temer daño alguno por nuestra parte. -palmeó su pecho con fuerza y sinceridad- Es más. Si encontráramos a Odorico, nuestra misión es llevarle ante el propio Beorn, no darle muerte. 

Volvió a pasear la mirada en aquellos tres, sobretodo en la mujer en quien clavó su mirada. En su fuero interno no entendía cómo había sido posible aquello tan extraordinario. ¿Habrían sido las palabras de la elfa que tenían algún extraño encanto? Era difícil saber, pero desde luego, él normalmente no habría actuado así... claro que normalmente no iba representando a Beorn en un asunto tan crucial.

Ainar se había quedado boquiabierto ante el pedido de los beórnidas, y casi estaba por responder cuando sus compañeros se adelantaron sabia y enérgicamente. Welf no había sido tan recio, pero le llamó la atención tanto la vehemencia de Miriel como la del muchacho Balbrand. En su fuero interno le dijo: "Bien muchacho, muy bien".

Sólo apoyó el mango del hacha en el suelo y se apoyó sobre las hojas negras como las alas de Munin que graznó en el hombro del enano. El cuervo notaba la exaltación emocional, así que a veces reaccionaba graznando como si lo subrayara, y otras volaba alejándose. Parecía entender más de lo que podía comprender el ereboriano.

Ava era una negociadora dura e implacable, una diplomática experta que había negociado en nombre de su pueblo con los beórnidas más tercos y obstinados, era ella quien entablaba los acuerdos comerciales de su pueblo con los hombres del bosque, o con quien se terciara. Era por ello difícil de impresionar o de conseguir convencer de que cediera en algo que no veía bien. Sin embargo, tanto las estudiadas y cuidadosas palabras de Welf como las impetuosas aseveraciones de Baldbrand, lograron hacerla cambiar de parecer. 

—Está bien, de acuerdo. Se os permitirá pasar con vuestras armas. A fin de cuentas gozáis de la bendición de Beorn. Pero debéis jurar ante lo más sagrado que no haréis uso de ellas contra los habitantes de Vado de Piedra —aunque las firmes palabras de Baldbrand jurando que no habría daño alguno por parte del gurpo fueron garantía suficiente. De hecho Ava miró en tono serio pero respetuoso a Baldbrand y se dirigió a él en algo que asemejaba a una especie de disculpa beórnida—. No os toméis nuestras preocupaciones como ofensas, Baldbrand, hijo de Randmar. Son tiempos turbulentos los que vivimos estos días. 

Ava dirigió su mirada a Willifred y este asintió relajando la mano que todavía sostenía la empuñadura de su arma. Los tres se giraron hacia el pueblo y les invitaron a seguirles para entrar finalmente en Vado de Piedra. Mientras atravesaban la distancia que les separaban de las primeras casas del poblado, Ava les contó algo más sobre la situación de Odorico. 

—No hemos vuelto a oír nada más de él desde que Merovech y Odo se lo llevaron río arriba. Pero es posible que alguien del poblado lo haya visto y no dijera nada. 

Cuando llegaron al poblado, Ava pidió a una muchacha que preparara la casa de Odorico para los huéspedes y la comitiva de bienvenida se separó de ellos dejando que se instalaran en la casa y descansaran del viaje. Más tarde se les informó de que en la noche, para la cual quedaban ya pocas horas, se asaría un venado y todo el pueblo se reuniría alrededor de la lumbre para darles la bienvenida. La noticia de que un grupo de extranjeros entre los que se encontraba un beórnida había llegado al pueblo se extendió rápidamente, y el hecho de gozar con la bendición de Beorn hizo que fueran tratados como huéspedes distinguidos. 

El joven beórnida asintió gravemente ante las palabras de Ava. Como he dicho, juro que no haré daño a ningún amigo o compañero beórnida. Asimismo, espero ayuda y auxilio de todos para llevar a cabo la misión encomendada por Beorn. -comentó de forma simple pero firme.

Luego miró a sus compañeros y asintió, esperando que ellos también juraran para dejar a los beórnidas tranquilos. Todo había salido bien. Acarició la cabeza de su gran hacha y volvió a guardarlo inspirando con fuerza, como para volver a la serenidad y seguir a sus anfitriones por el pueblo de Vado de Piedra.

La visión del lugar terminó por tranquilizarle, pues no era muy diferente a Arroyo Serpentino en cuanto a su ambiente y sus gentes.

Cuando Ava les comentó que no habían vuelto a ver a Odorico, Baldbrand añadió de forma algo torpe: ¿Sería posible que haya vuelto por la mujer con la que mantuvo... su idilio? -torció el gesto y añadió- Podría ser motivo de porqué su rastro ha regresado aqui. -terminó de decir algo azorado por su pobreza de palabras.

La distinción con la que estaban siendo tratados igual no la encontraba merecida. Después de todo, él sólo era un humilde guarda del Vado que solía pasar mucho tiempo sólo o muy poco acompañado, guardando los caminos de amenazas para los suyos.

Vanwa juró que no iba a usar sus armas contra nadie de Vado de Piedra. Y estaba seguro que así sería, aunque el propio Odorico era de Vado de Piedra. ¿Cómo podrían cumplir su promesa? ¿Se iba a dejar atrapar sin presentar lucha?

La pregunta de Balbrand era terriblemente directa. Apropiada pero directa, como un puñetazo en la boca. Le sorprendió, una vez más, la rudeza y honradez de aquellas rudas gentes. No le desagradaba, más bien al contrario, pero le sorprendía.

- La verdad es que, si es posible, nos gustaría hablar con ella...- Añadió Vanwa, sonriente.- Con que nos diga como se llama... Y también nos gustaría saber todo lo posible sobre Odorico. Apenas sabemos nada de él y toda la información posible nos sería útil para saber como encontrarlo. Sin que sufra daño.- Añadió. El elfo tenía sus dudas sobre el fugitivo. No tenía claro si era alguien tocado por la Sombra o la mala suerte.

A pesar de que parecía estar despidiéndoles hasta la cena, Vanwa aprovechó la pregunta de Balbrand para presionar también, un poco a Ava, en busca de respuestas.

- Y donde encontrarla – añadió Miriel. No era cuestión de andar por todo el pueblo preguntando por la mujer. Seguro que se lo podrían decir, pero ya levantarían suficientes rumores – También si nos comentara quien cree que sería más proclive a ayudarle o verle y no decir nada – señalando sus propias palabras – nos sería de utilidad. No queremos remover los asuntos dolorosos, pero conocer mejor los detalles de lo que ocurrió nos ayudaría en nuestra misión. – era su forma de preguntar a quien debían preguntar sobre el tema para no andar preguntando a cada habitante del Vado.

Miriel habría preferido tratar el asunto de la mujer con algo más de delicadeza, pero quizás con los Beornidas era mejor así, como Baldbrand lo había hecho. No eran gente que gustara de perder el tiempo con florituras, eran gente muy pragmática. En cualquier caso, las palabras habían sido pronunciadas y ya no podían volver ser guardadas; ahora les atarían a sus consecuencias, al igual que sus juramentos los ataban.

Cuando se quedaron a solas en la que fuera la cabaña de Odorico la elfa se puso manos a la obra para revisar el lugar. Estaba cansada, deseaba poder descansar las piernas del viaje, pero el tiempo jugaba en su contra. Cuanto más averiguaran de Odorico y cuanto antes lo hicieran, más posibilidades tendrían de cumplir su misión. Seguía bastante convencida de que el hombre trataría de visitar a su amor por la noche cuando hubiera menos ojos espiertos en el pueblo, pero no quería apostarlo todo a una única carta.

     Doy mi palabra que no dañaré de forma intencionada a ninguno de los actuales habitantes de Vado de Piedra, siento no poder decir lo mismo de Odorico pues desconozco su naturaleza y ya ha dañado a alguien anteriormente.

Gracias por vuestra confianza hija de Harwulf.

      Agradeció con un gesto la participación de Miriel y del resto de sus compañeros y les acompañó intentando observar al resto de habitantes del poblado. Parecía, por las palabras de Ava, que Odorico aquí no tenía ya amigos, pero los lazos de sangre son poderosos y más aún los del corazón.

Ya en la cabaña preguntó: ¿Qué esperáis encontrar aquí? ¿alguna explicacion de lo que pasó o algún rastro de que haya estado aquí?

Ainar también juró no dañar a los habitantes mientras no intentaran dañarlos a ellos, y le dio una palmada en la espalda al beórnida que tan apasionadamente había puesto los límites.

-Bien hecho, muchacho, no íbamos a dejar nuestras hachas, eh- y sonrió.

Mientras caminaban le llamó la atención que dijera que no habían escuchado nada del fugitivo... ¿acaso no era allí que había sido el asesinato? Ni bien escuchó las palabras de Ava, le dedicó una mirada significativa a Vanwa, quien era más versado en las cuestiones del habla. Ya podrían hablar mejor cuando estuvieran solos... pero había sido llamativo.

De todas formas, Balbrand otra vez demostró ser más que sólo un humano con mucho músculo. Un lujo haberse encontrado con él en este momento.

El enano se mantuvo callado, pero observaba con atención no sólo a Ava, si no también a su padre y al Campeón. Algo le parecía extraño... 

—Hum... Brunilda —dijo negando con reprobación la cabeza cuando Baldbrand mencionó el idilio de Odorico—. Si así es lo desconozco, tendréis que preguntarle a ella. Aunque si hay alguien que haya podido verle en estos días, si es que es cierto que ha regresado por aquí, ha tenido que ser ella. Ella o su padre Helmgut. 

Ante las preguntas de Vanwa y las demás que formularon el resto del grupo, Ava se disculpó diciendo que tenían otros asuntos pendientes que atender en esos momentos y que la historia de Odorico era bastante larga. 

—Podremos hablar durante la cena con más tranquilidad —dijo antes de despedirse de ellos. 

La casa de Odorico era humilde y contaba con pocas cosas: un camastro, un baúl lleno de ropa, y otras cosas propias de una casa. El polvo se acumulaba con un grosor suficiente como para saber que nadie había estado allí en al menos un par de semanas, y no había ningún otro indicio de ocupación reciente.