Partida Rol por web

Evelyn me felicitó pero no me demasiado. Rápidamente me salió con una de esas cosas de mujeres de las que siempre hablaba. 

-Hermanita, es el orgullo de la nación y no se puede pedir que algo así cambie de la noche a la mañana -le expliqué, mientras el local se vaciaba.

Eso me permitió centrarme más en aquel desconocido, del cual por lo visto no había entendido bien el nombre ni tampoco su origen. Nomdedeu y Nombrededo me sonaban igual, pero al ver que para él no eran lo mismo, le hice un gesto afirmativo de comprensión con la cabeza, pasando a centrar mi atención en el inspector.

Fuera lo que fuese lo que nos esperaba, parecía estar bastante preocupado por la seguridad, aunque yo no veía que hubiese ningún problema.

-Bueno, si no es mucho preguntar, ¿por qué hemos de dejar nosotros nuestras armas y usted no la suyas? -dije entonces, mirando al inspector fijamente. 

Y entonces fue cuando oímos aquella voz carrasposa y profunda, y por ende, inconfundible, que consiguió que apenas pudiera tragar la saliva que había acumulado en la boca, obligándome a hacer más ruido de la cuenta.

-¿E-ese es... es... quién yo c-creo que... es?

Sorprendido e incómodo, miré a los demás.

-Pero cómo se os ocurre traer armas a este lugar. ¡Ya las estáis dejando! -insistí entonces, poniéndome en pie para regañarles -. ¡El señor Churchill nos espera y todo el mundo sabe que no se le debe hacer esperar!

Ardeth había permanecido en silencio, aparentemente molesto después de las palabras del tipo español. Había estado apunto de mencionar algo, pero la llegada del inspector le hizo sumirse de nuevo en una atención concentrada que pocos se hubiesen atrevido a interrumpir debido a la carga de odio y desprecio que se podía ver en sus ojos cuando miraba al oficial.

No dijo nada cuando se solicitaron las armas. Pero tampoco se movió. De hecho, no se inmuto hasta que se amenazó con suspender la reunión. Entonces, con un suspiro de resignación, se adelantó a los demás, acercándose a los oficiales.

- Cuiden esto con sus vidas -dijo con un ingles cargado de acento árabe, tendiendo a uno de ellos una daga de elaborado diseño, con un tigre grabado en su hoja que saltaba de la empuñadura al filo del arma con las garras prestas a matar. Después de un momento de duda, se echó mano al cinto-. Supongo que también querrán esto -dijo, tendiendo un revolver de cañón largo, oscuro y oleoso-. Creo que no llevo más armas. 

Después se giró a sus compañeros, deteniéndose un momento en el español con cara de tener algo que resolver más tarde.

- Lo que amenaza al mundo, si lo que me ha llegado es cierto, es demasiado importante como para que nos comportemos como niños que pelean por un balón. Lo digo por ti, Rick -dijo mirando fijamente a su compañero de armas. Justo en ese momento Jonathan mencionó algo. Algo de una persona que les esperaba... Ardeth movió la cabeza, confuso- ¿Quien?

La voz es de Winston Churchill sin lugar a dudas, antiguo ministro del Interior y canciller de Hacienda. Famoso por planear el fiasco de Gallipoli.

 Miré fijamente a Jonathan antes de responder, con tono serio:

 - Me da igual quien sea, no dejo mis armas por cualquiera. - Entonces le dedico a Evelyn una sonrisa amistosa. - Pero por la dama si que lo haré, ya que no quiero parecer incivilizado ante ella.

 A continuación empecé a dejar todo un arsenal, de armas de diferente índole, que llevaba ocultas por todo mi cuerpo, al amparo de mi abrigo: Un Machete, un exótico cuchillo Kukri, una pistola Mauser M1896, una Escopeta recortada y varios Cartuchos de dinamita. También rebelé un Rifle Mauser y una Escopeta postas del 12 que llevaba en una bolsa. Una vez terminado el proceso de desarme, le dije al inglés del Yard, con un sonrisa divertida:

 - ¿Satisfecho, inspector?.

No hice caso del majadero de Jonathan. Y, a pesar de las palabras y mirada de mi arrogante amigo Ardeth, y de la supuesta complicidad del engomado y engreído español que me llamaba nuevo amigo y luego coqueteaba descaradamente con mi esposa, e incluso del propio consejo y amenazas de mi querida Evelyn, mantuve mi postura.

Un hombre inteligente no abandona sus armas. Al menos un hombre que haya visto lo que yo. Ni aunque sea el gordito ese del puro quien se lo pida. Eh, que soy americano.

-La voz "misteriosa" puede traer sus armas más grandes si lo desea -sonreí, desafiante. Miré a Eve- Cariño, mi deber es protegerte. No quiero ver aparecer a una horda de demonios de la nieve y encontrarme solo con los calzoncillos puestos. -Mantuve la mirada de Ardeth- El niño eres tú, amigo, que crees todavía en cuentos de hadas, parece que la experiencia se te ha borrado de la cabeza. Lo digo por ti, Ardeth. -añadí con cierta sorna en el timbre de mi voz.

Volví la vista al inspector - Somos invitados, se lo recuerdo. -Mis ojos ahora se encontraron con los del español- Quizá necesite mis armas para volarle la tapa de los sesos a algún tipo con demasiada labia, ¿quién sabe? -regresé al señor Japp -En definitiva, inspector Japp, no quiero faltar el respeto a nadie, pero solo unos ingenuos imberbes abandonarían sus armas antes de entrar a la madriguera del lobo.

La voz de Winston Churchill resuena de nuevo desde el reservado y dice:

- Japp déjelo pasar pero que dejen las más grandes ahí al menos...y aquí las armas encima de la mesa. 

El inspector Japp suspira profundamente, parece que la labor está afectando a sus nervios. Al menos con las palabras de Evelyn de su amigo belga sonríe por primera vez y le comenta:

- Señora O'Connell, nuestro amigo en común ya me comentó la intervención que llevaron a cabo en el crucero. Les estoy muy agradecido por ello. 

Mientras dejáis las armas más grandes en el salón principal del local y accedáis al reservado donde sabéis que al menos os espera Winston Churchill pero sabéis que hay alguien más ya que notáis más voces allí.

En inspector Japp antes de que entréis os pregunta:

- ¿Quieren que les lleven algo de beber o comer a la mesa? Sé que el señor Carnahan deseaba pedir algo antes...

Me sentía algo aturdido por estar allí e ir a conocer al señor Churchill en persona. No entendía el motivo, pero sin duda alguna había visto algo en nosotros, y en mí, más allá de lo que cualquiera pudiera hacerlo.

¡¡Ahora sí que iba a poder caminar con la cabeza bien alta porque me había convertido en alguien importante para el Imperio!!

Lo mismo nos necesitaban para alguna clase de misión súpersecreta o algo por el estilo, así que sonreía nerviosamente y no podía dejar las manos quietas.

En cuanto nos dio permiso, me levanté rápidamente para dirigirme al interior, encontrándome de nuevo con aquel tipo, ese inspector, mirándome con la mayor severidad, antes de preguntarme si queríamos algo.

-Pues... ahora que lo dice, un whisky estaría bien, ya sabe, para calmar los nervios y todo eso -le dije, recordando inmediatamente que mi estómago estaba pidiendo algo con qué llenarlo. Cosas de los nervios -. Y-y ya que estamos, algo para picar y matar el gusanillo, nada muy elaborado, aunque un buen filete tampoco sería desdeñable. Y por supuesto, algo de postre, porque yo no puedo tomar un filete sin acompañarlo después con un postre.

Miré de nuevo a Japp y vi como su semblante no cambiaba un ápice, así que me acobardé y regresé de nuevo a mi petición inicial.

-Con un whisky será suficiente, señor inspector.

 Levanté una ceja, divertido, ante el comentario típico del tal Jonathan. Miré al inspector y le pedí una bebida también, para tomar durante la reunión:

 - Un Brandy de Jerez estaría bien para mi, por favor.

 A continuación me hice a un lado y le hice un esto para que Evelyn pasase primero a la estancia donde se llevaría a cabo la reunión, de manera caballeresca:

 - Las damas primero.

Tras oir la nueva orden del Ministro Churchill Ardeth adelantó su mano y tomó su daga antes de que desapareciera...

- Me quedo entonces con esto. Es un recuerdo.

Tras el pequeño momento de tensión provocado por un salvaje blandiendo un arma de filo, Ardeth, sonrió al inspector y con un suave movimiento, lo colocó en la funda que lo guardaba bajo su brazo izquierdo.

- Tranquilos, si quisiera matar a alguien tengo miles de maneras de hacerlo. He venido como invitado suyo, ¿no?

Entró en la sala, siguiendo al señor Nomdedeu. Tomo asiento lo más alejado que pudo de Churchill y colocó el puñal delante de si mismo, sobre la mesa. Apoyo las manos sobre la mesa, cruzadas y fijó su mirada en el representante de aquel gobierno que ocupaba su país. Cuando le preguntaron si deseaba algo, levantó una mano en silencio, sin decir nada y sin mover la cabeza ni un ápice.

Japp escucha lo que solicitáis y le ordena a uno de sus subordinados que vayan sirviendo lo que solicitáis. 

- Carter, ordene en la cocina que sirvan lo que pidan en la mesa del ministro.

Escucháis que el inspector indica que Churchill es ministro, pero que sepáis ya no tiene cartera. Puede que sea una forma educada de referirse a él, ya que antes de la Gran Guerra era el ministro de Interior y controlaba a la policía aunque entendéis que es posible que le hayan dado un cargo nuevo, pero no habéis leído nada en la prensa, ni tampoco se ha comentado en la radio británica. 

Os sentáis todos en una mesa redonda en la que está Winston Churchill, a su derecha está un hombre de considerable edad. No lo conocéis, pero parece un caballero distinguido. A su izquierda un hombre más joven, de unos treinta y pocos años. 

Churchill os observa en silencio mientras tomáis asiento y os sirven lo que habéis pedido, ve como Ardeth deposita su puñal encima de la mesa y podéis ver que sonríe levemente mientras lo examina con la vista.

Mientras os vais sentando, se enciende un puro y os comenta:

-  Espero que no os importe, pero el humo del habano me ayuda a pensar mejor. - tras encenderlo se bebe de un golpe un vaso de escocés que tenía delante e inmediatamente le sirven otro. - Les he mandado llamar porque hay un asunto importante y considero que ustedes son los indicados para resolverlo. Desde hace un mes presido el Ministerio de Asuntos Inusuales*, seguramente no hayan leído ni visto nada en la prensa. Para el resto de la nación este ministerio no existe, pero ustedes formarán parte del mismo si deciden aceptar la misión. - Señala al anciano y lo presenta - Conmigo está el señor Mycroft Holmes, antiguo director de El Club Diógenes que durante la era victoriana y eduardiana se encargaba de estos asuntos que nos atañen, y también el Sir Albert Kingston que es quién proporcionará toda la logística de esta misión a cargo del erario público y que pertenece a la organización del Terra Arcanum.

Nunca habéis escuchado hablar de dicho Ministerio, y del Club Diógenes solo lo que salía en las novelas que Sir Arthur Conan Doyle dedicó a sus buenos amigos Holmes y Watson. Pero en dichas novelas solo era un club de caballeros. 

Sir Albert Kingston es uno de los miembros más prominentes del Terra Arcanum, y uno de los discípulos de tu mentor. Lo que técnicamente os hace "hermanos" dentro de la sociedad. Su área de actuación es Europa del Este y Rusia.

No hay nada como ser perseverante y de ideas claras y decididas. Nos dejan las armas, no todas...En realidad no llevaba tantas, dos revólveres, un cuchillo de caza, y munición. Deposité sobre la mesa uno de los revólveres, me pedí un whisky con hielo y entré con mis compañeros, después de Eve y delante del pesado del español. Me caía fatal desde el primer momento y tal sentimiento aumentaba.

Los nervios de Jonathan se pusieron a hablar y divagar...me temí lo peor, menos mal que acabó enmudeciendo. Y tras toda esta ceremonia, nos presentan a W Churchill, grande, hermosote, con un puro enorme entre los dedos. Miré a los ojos a mi querida esposa, una mirada cómplice, tomé asiento y escuché.

No me sonaba de nada todo aquello. Tan solo tenía la impresión de nos metíamos de lleno en una de esas aventuras problemáticas de las que nos habíamos prometido no enzarzarnos de nuevo. Suspiré, entre abatido y excitado. En fin, miré de nuevo a Evelyn.

Haríamos lo que ella decidiese. Que bien estaba para mí. 

 Le dediqué a Sir Albert Kingston un leve saludo con la cabeza, a modo de saludo y reconocimiento, antes de fijar mi atención en Churchill.

 Como si hiciera una contrarreplica de Winston Churchil, saqué un habano cubano y comencé a fumarlo, delante del ministro, mientras lee respondía, con una sonrisa descarada:

 - No se preocupe por el humo, no me molesta en absoluto. ¿Pero para que quiere reclutarme para ese ministerio suyo?. Ni siquiera soy británico.

 Mientras esperaba su respuesta, miraba al famoso Mycroft Holmes con curiosidad y atención, preguntándome donde estaría en estos momentos su famoso hermano.

Con gesto algo molesto por el humo, Ardeth se limitó a agitar la mano cada vez que una varahada de humo se dirigía a su rostro. Paseó la mirada del ministro Churchill al señor Mycroft Holmes, del que había llegado a oír hablar en alguna ocasión y al señor Kingston, que le resultaba del todo desconocido.

Pero no abrió la boca y su mirada finalmente, volvió a recaer en la del obeso político ingles que les hacía de anfitrión.

Me sentía incómodo sentado en aquella mesa, junto a gente que no conocía pero sobre todo, delante de aquel hombre que imponía tanto física como personalmente. Al retirar la silla, arrastré las patas, haciendo un ruido inesperado que me hizo mirar a todos los presentes, avergonzado, y terminar de hacer hueco para poder sentarme, tan deprisa que a punto estuve de caerme.

Unos segundos más tarde, un vaso con whisky fue colocado por alguien delante de mí.

-A mí... cof, cof.... no me molesta en absoluto... cof, cof, cof -conseguí decir, mientras me lagrimeaban ligeramente los ojos, y colocándome bien para escuchar lo que suponía debía ser una explicación de por qué estábamos allí.

Lo último que esperaba oír era algo como lo que dijo.

-¿Asuntos... inusuales? -repetí, imaginándome historias fantásticas salidas de la mente del mismísimo Julio Verne o Arthur Conan Doyle, y como si fuese un augurio, allí estaba el famoso Mycroft Holmes, un personaje famoso por las novelas y que ignoraba que fuese real. 

-Esto... d-discúlpeme, señor Churchill, pero... y señor Holmes, pero es que yo creía que Holmes... era una invención -comenté, entendiendo menos cada vez.

 Entonces, volví a escuchar un nombre desconocido y de nuevo lo repetí, confundido.

-¿Terra... Arcanum?

Definitivamente, la atmósfera del lugar debía haberme hecho alucinar porque estaban hablando como si estuviese en una novela fantástica, aunque pensándolo bien, todo el asunto de la momia superaba con creces lo que uno hubiera creído. Quizás por eso estábamos allí, porque "creíamos".

El español aquel preguntó exactamente lo que todos nos estábamos preguntando y entonces yo lo miré con aire de autosuficiencia y fingida indignación, expresando lo que acababa de pensar hacía unos segundos y todo fuese tan claro para mí como el alcohol aguado que solía tomar en los bares de tercera categoría que a menudo visitaba.

-Porque "creemos". ¿O es que no sabe que la verdad está ahí fuera y solo unos pocos de nosotros podemos verla?

El señor Holmes suspira y contesta a Jonathan:

- Las novelas son una exageración de un viejo amigo de la familia, basados en hechos reales pero agrandados por el viejo Doyle. Aunque en lo especial que es mi hermano no va muy desencaminado... - notáis que especial va por raro - Pero bueno señor Carnahan, a usted no debe parecerle tan raro. Según tengo entendido se enfrentó a una momia recientemente ¿no es así?

Mira a Drac y le comenta:

- Que no sea británico no indica que no pueda servir a la Corona. En muchas ocasiones el Foreign Office recluta a expertos nacidos fuera de las fronteras de Gran Bretaña. Además en su caso, el señor Kingston ha solicitado que sea usted el experto de su organización que nos ayude en esta misión. - ante la pregunta de Jonathan, el señor Holmes le indica a Drac que puede responder - El señor Carnahan creo que desea conocer los objetivos del Terra Arcanum, puede explicárselos si lo cree conveniente. 

 Le dediqué a Jonathan una sonrisa descarada, pero con un brillo peligroso en los ojos, que le indicaba que yo no era ningún pelere a quien provocar, antes de responder:

 - ¿Una momia?. ¿Y eso ya le convierte en una autoridad sobre los misterios que hay en el mundo, señor Carnahan?. Siento desinflar su ego, pero apenas a comenzado a arañar la superficie. - Luego me dirigí al resto del grupo, después de esperar una confirmación visual de Kingston, para que informara sobre nuestra organización a los presentes. No era algo habitual, por lo que debía de estar seguro. - Terra Arcanum es un grupo que salvaguarda ciertos secretos y guía a la humanidad, aportándole conocimientos y progreso tecnológico. Esta organización se ha convertido con el tiempo en una red secreta que tira de los hilos de los líderes e instituciones mundiales.

 Al finalizar mi exposición, bebí tranquilamente un sorbo de mi brandy y a continuación le di una buena calada a mi cigarro, saboreándolo, como si no acabase de rebelar a mis acompañantes que hay una organización que basicamente controla el mundo. No mencione nada de la Tierra Hueca, ya que, al menos que se sacara expresamente el tema, el secreto podría costarles la vida a mis nuevos amigos.