Partida Rol por web

Mientras Anna se levanta para salir del comedor, comienza a llover. La lluvia, al principio suave, va hiciéndose un poco más fuerte a medida que la conversación avanza.

Algo a lo que Sir Reginald no parece hacer caso. Tampoco Jacob, concentrado como está en su desayuno. Pero Cora se levanta de la silla y se acerca hasta la ventana con preocupación

 -Va a estropear las fresas. Estaban empezando a salir- comenta señalando más allá de la ventana. Hacia el punto donde Laird Scott había visto a la extraña mujer la noche anterior.

Luego se gira, el gesto triste ya desaparecido de su rostro y comenta mientras abandona el comedor -Iré a ver si Anna necesita ayuda-

Me he levantado extremadamente pálida, la visión que tuve anoche no deja de rondar mi cabeza y hace que las manos y las piernas me tiemblen, oculto mis manos trémulas en el regazo y miro hacia la mesa del desayuno. Jake me saluda al entrar y trato de contestarle con un esbozo de sonrisa, pero Laird Scott nombra al hijo muerto de Anna, y ella le responde alegremente que está fuera, lo que hace que un escalofrío recorra mi espalda.

Miro hacia la ventana e irracionalmente pienso que el niño se va a mojar, de nuevo otro escalofrío. Trato de untar un panecillo con mantequilla pero no atino, así que le doy un mordisco y me olvido de mis modales, no tengo hambre, pero necesito estar ocupada. Me gustaría estar en casa... Realmente, yo no debería estar aquí.

Cuando Lady Gray mira hacia la ventana, no puedo evitar hacer lo mismo... y preguntarme si también estará lloviendo en casa. Mi mirada se entrecierra con un aire melancólico, y para cuando vuelvo a centrarme en el entorno cercano la mujer ya está comiendo con las manos y la miro, curioso. También Cora sale tras Anna y me pongo en pie.

Iré con ellas, no sea que...

Dejo la frase en el aire y desvío mi mirada un momento hacia el Laird y acto seguido hacia Lady Gray, casi pidiendo disculpas con mi gesto pero la familia es la familia.

Aguardo unos segundos por si quieren añadir algo antes de salir de la estancia*.

Entro en el salón donde se encuentran desayunando nuestros invitados y, con un ligero carraspeo para llamar su atención, traslado las instrucciones que Lady Anna me acaba de dar

-Se han dispuesto un par de butacas adicionales y ya está listo el salón, de manera que, a medida que vayan terminando el desayuno, pueden ir incorporándose si así lo desean. Lady Anna me ha pedido que les informe que, en cuanto estemos todos, se procederá con la lectura del testamento-

Una vez informados, bajo a la cocina para informar a Betsy, la doncella, que podemos ir recogiendo los platos de quienes se han ido levantando.

Su prima se preocupaba ahora por el estado de unas fresas. En esa casa había sucedido algo grave, de eso estaba convencido el Laird, a juzgar por sus caras los invitados habían sufrido una noche horrorosa, y Cora comentaba únicamente lo triste que era que se fueran a estropear unas estúpidas fresas. No podía creérselo. A punto estuvo de responder también a este comentario, pero Scott decidió tomárselo con resignación. Terminarse el desayuno y dejar que pasen sus últimas horas en ese lugar cuanto antes posible. Si podía evitaría en el futuro el contacto con los Carringtons.

El señor Laker fue el único que pareció reaccionar a las palabras de su prima. Laird McAdams no estaba seguro hasta que punto era una reacción desinteresada o perseguía mas bien motivos de carácter personal. Pensándolo bien, le daba igual. Si quería seguir a Cora y Anna preocupado por su estado, que lo hiciera. Ya podría ponerse a nevar ahí afuera que Scott no pensaba salir en ayuda de aquellas mujeres. Y así no dio señales de querer unirse a la respuesta del señor Laker.

Por último entro el mayordomo dándoles instrucciones de terminar con el desayuno para acudir al salón donde se deberá leer el testamento. Recibió esta esperada noticia con alegría pues le acercaba a su meta de abandonar la mansión cuanto antes. A poder ser con un claro aumento de su patrimonio. Terminó de tomarse la taza de té que tenía delante de sí sin saborear el contenido, pero agradeciendo el calor que recorrió su cuerpo mientras bajaba por su garganta, y limpió con acompasados movimientos los posibles restos de comida que pudieran mantenerse adheridos a su cara con el borde de la servilleta, antes de levantarse y dirigirse sin mediar palabra al salón y tomar asiento, esperando a que el abogado Owen acabará con todo aquello.

Todos se levantan de la mesa y yo no voy a ser menos, me limpio con esmero y estiro la falda de mi vestido.

Me uno a Laird Scott en el salón notando como el silencio profundo de la habitación parece ser palpable. Dudo si contarle lo que vi anoche por la ventana, pero... realmente, qué le voy a contar. 

Suspiro y busco algún sitio con la mirada donde tomar asiento.

Cuando me giro para salir me cruzo con el señor Flint. Si he escuchado o no lo que ha dicho no parece importar, ya que me marcho en cualquier caso.

Aunque la noticia de terminar con esto es alentadora, incluso tentadora, si me preocupase más por el dinero que por la familia nunca me hubiese peleado con el viejo de las narices.

Sin mucho más, parto en busca de mis primas y, de paso, busco un paraguas para evitar que agarren un posible catarro o lo que sea. No sé qué huele mal en ésta cocina, pero algo está podrido.

Poco a poco, todos los residentes de la casa, excepto el servicio, va entrando en el salón y tomando asiento.
Se ha traido una pequeña mesa, desde un cuarto cercano, y en ella, sentado en una silla, se ubica Jerry Owen, el abogado. En la mano lleva un sobre lacrado.

Cerca de él, se encuentra Lady Anna que revisa atenta si todos tienen sitio y están cómodos, antes de sentarse. A su lado, con su gesto aburrido habitual y, como también es su costumbre, en silencio, su marido Sir Reginald.

Un poco más separado, en una cómoda butaca, con la actitud del señor de la casa, Jacob. Cerca de él, pero con un aspecto algo más alegre, Cora.

Jake entró, dispuesto a ayudar a sus primas, justo cuando estaban terminando. Y aunque ellas se lo agradecieron sinceramente, poco más pudo hacer salvo tomar asiento y esperar.

Laird Scott entró poco después, seguido por Lady Gray, sentándose en el sillón contiguo. La cara del primero era claramente de impaciencia. En cambio, la dama, parecía dudar, aunque con nadie compartía sobre qué.

Por último y, en silencio, entró la Señora Bell, que quedo sentada en una silla, algo más alejada del resto.

Una vez todos allí, el abogado procedió a romper los sellos y a comenzar la lectura de las últimas voluntades de Lord Andrew Carrington, después de informaros a todos, que las mismas les fueron entregadas hace 5 años en la posada del pueblo.

"En el nombre de Dios, amén. Yo, Andrew Carrington, tercer Vizconde de Bolingbroke, en plena posesión de mis facultades mentales, en Grove Place, a 15 de octubre de 1810, hago éste, mi último testamento.
Al leer estas líneas supongo que nuestra vergüenza será ya pública. Por este motivo, no dudo que mis decisiones, que aquí reflejo, son las únicas posibles.
Antes incluso del retorno de Jacob, ya tuve conocimiento de su trastorno por las cartas que el Coronel Baird tuvo a bien enviarme. De manera que, cuando mi nieto Benjamin falleció y dado que era imposible que mi hijo heredase el título, solicité a Su Majestad poder elegir sucesor, para no perder el linaje, lo que me fue concedido. Es por este motivo que Jake Laker, en adelante Lord Laker, pasa a heredar el título así como todas las posesiones asociadas al mismo, excepto Grove Place.

De igual manera, tras los hechos acaecidos recientemente y de los que estoy seguro, ya todos tenemos noticia, me siento en la obligación de distribuir nuestro patrimonio familiar para contribuir a su mantenimiento, al menos, dentro de la familia aunque sea lejana. Es por este motivo que lego a Laird Scott nuestra empresa de curtiduria y nuestras dos bodegas, a Lord Gray todos los bonos, títulos y acciones que tenemos y la Señora Bell toda nuestra colección de joyas familiares.

En cuanto a mi hija Anna, dejo la suma de 20.000 libras para cubrir los gastos de su internamiento en la institución en la que estará a partir de ahora y que será elegida por los aquí presentes.
Así mismo, ordeno que Grove Place sea demolido hasta los cimientos. Entiendo que las autoridades pertinentes ya se habrán hecho cargo de la situación, por lo que evito, en este mi último mensaje, hacer mención a los sucesos que han enturbiado el buen nombre de nuestra familia. Mi única intención ha sido siempre salvaguardar nuestro honor, algo en lo que he fallado de la peor de las maneras. ¡Que Dios me perdone!
Entrego este documento a mis abogados, ante los que doy fe de su validez y de mis capacidades al otorgarlo.
Encomiendo en manos de Dios mi alma."

Cuando Jerry Owen termina de leer, el silencio se extiende por el salón...

Mientras escuchaba a Jerry leer la ultima voluntad de su tío, Scott pasó por distintas emociones. Una cierta sorpresa inicial, al oír la forma en que el señor Carrington se refería a su familia, que le hizo levantar sin demasiado disimulo una ceja, mostrando su desconcierto. Una gran alegría mientras intentaba tasar el valor de las pertenencias, que había heredado. Alegría que intento disimular mejor. Y una clara estupefacción, al hablar abiertamente del estado de salud de su hija mayor y revelar, aunque sin entrar en detalles, ciertos sucesos vergonzosos y turbulentos alrededor de Grove Manor.

Las palabras del difunto confirmaban de alguna forma las vivencias del Laird la pasada noche. No se había vuelto loco. Aquella mansión estaba maldecida. Comprendió y compartió la decisión del Vizconde de Bolingbroke de querer destruir la casa donde se encontraban.

Sus primos se habían quedado sin nada. Absolutamente nada. La única que recibió algo era su prima Anna. Una habitación especial en un centro aún más especial. Aunque realmente no le deseaba ese final, debía de reconocer que, teniendo en cuenta su estado actual, era posiblemente la decisión más acertada. No pudo evitar pensar en el pobre guardes. Posiblemente era el que saldría peor parado de todos. También sintió cierta pena por su prima Cora. Parecía la más juiciosa de todos los Carringtons. Quizás esta situación brindaba una oportunidad de unir a Jerry con Cora. Quizás así saldrían al final ganando los dos.

Sin intención de querer perder ni un segundo más de lo necesario en esa casa, se levantó de la silla y, mirando intermitentemente al abogado y a su familia, decidió terminar de acelerar el proceso.

– Bien. Parece que esta todo dicho. Lord Laker, mis más sinceros respetos. – Dijo con una inclinación de cabeza –. Jacob, Anna, Cora, mis más sinceras disculpas. – Continuo dirigiéndose ahora a sus familiares, que miraban aún sin terminar de entender el alcance de lo expuesto por su padre en el testamento –. Jerry, si no es molestia me gustaría pasar de inmediato a las necesarias formalidades para terminar de hacer válida la última voluntad del fallecido. Caso que el proceso jurídico exija algún tipo de acción por mi parte.

No puedo evitar una exclamación de espanto mientras el abogado lee las últimas voluntades de Lord Carrintong el cual, en mi cabeza, comienza a aparecerse como un demente. Es cierto que la pobre Anna está trastornada, quién no lo estaría en su situación, pero de ahí a internarla. ¿Y el resto de sus hijos? No hemos tratado más que en un par de conversaciones pero de ahí a...

Estoy trastornada, mi marido hereda bonos, pero no estoy segura de que, conociéndole los hubiese aceptado, seguro que hubiese dicho que llevaban la maldición de la familia, y yo... yo desearía con todas mis fuerzas que estuviese aquí, y saliese con sus ingeniosas frases del paso, porque yo no soy capaz de dirigir mi mirada a aquellos que lo han perdido todo.

Prefiero quedarme sentada a la espera de que el Señor Owen me indique como continuar.

Me había marchado para ayudarlas...

Y están donde todos. Qué remedio. Poco puedo hacer antes de comenzar a leer el testamento, salvo desesperarme un poco, aunque intento disimular lo mejor que me resulta posible.

Entonces abren la carta, y leen. Leen y abro la boca. Abro la boca y agradezco no tener nada en las manos. Agradezco no tener nada en las manos y pienso que es una broma. Pienso que es una broma y terminan de leer la carta.

Entonces cierro la boca, de haber tendio algo en las manos se hubiese caído, y aún busco con la mirada un poco la puerta imaginando al maldito viejo asomándose riéndose de mi cara de imbécil. Pero han terminado... y todo parece serio.

Imposible -murmuro bajo-, imposible... -repito con un tono un poco más alto- el maldito viejo...

No puedo evitar mascullar mientras mi mente analiza toda la carta... y le cuesta entenderla. Son muchas las preguntas en el aire, pero hay una que le escama particularmente y, al contrario que la mayoría no piensa en Anna... si no en Cora, a quien miro directamente.

¿Y... tú?

Casi me da miedo preguntar. Si esto es verdad y está aprobado por su majestad hay poco que hacer, pero... joder. Las palabras del Laird me hacen mirarle y niego restándole importancia.

No es necesario que seas tan... formal.

Aunque es algo a lo que deberé acostumbrarme, supongo. Pero entonces pienso. Vine por unas monedas para ayudar a mi hijo... las sobras me hubiesen bastado, pero esto... esto es bueno para él, pero... peligroso. El dinero pudre a la gente con facilidad. ¿Y cómo le diré a mi mujer que el viejo me lo ha dado...? Y en mitad de dicho pensamiento, la casa... Y el silencio. Algo se me escapa, y vuelvo a mirar a Cora, casi preguntando con la mirada.

El silencio se extendió por el salón durante unos segundos. Salvo algunos susurros ahogados por parte del Señor Laker, mostrando claramente su estupor, el resto de invitados parecían mudos por la sorpresa.

La familia, en cambio... sus rostros eran la viva imagen de... ¿de qué? Buena pregunta.  Primero una cierta extrañeza "¿porqué su padre se refería primero a la familia indirecta?".  A medida que avanzaba la lectura su rostro pasó al desconcierto, "si dejaba todo eso a los demás ¿qué les dejaba a ellos?". Cuando el Señor Owen acabó, estupefacción

-¡Imposible!- gritó Sir Reginald. Para algunos era la primera vez desde vuestra llegada, que le oiais hablar. La ese y la ele estaban algo alargadas y a ninguno de los invitados se le escapaba el hecho de que seguramente se debía a los dos brandys que había tomado durante el desayuno. -Señor Owen, tenga por seguro que iré a hablar con el señor Letterman.  Nadie... ¡¡NADIE!! puede pensar que estas voluntades estén bien-

A su lado Anna mira hacia el vacío, como ya le habíais visto hacer antes. Perdida en sus propios pensamientos, su cara tiene una expresión de dolor y profunda tristeza. De vez en cuando mira hacia los lados, a sus hermanos y su marido. Al final, sale corriendo del salón entre lágrimas. Mientras sale, oís que murmura -¿qué he hecho...? ¿qué he hecho...?-

Cora observa todo desde su sitio. Al principio también parece distraida como Anna, pero luego, cuando esta se echa a llorar y se va, Cora se queda en el sitio.  Su gesto se vuelve serio, enfadado incluso. Levanta la ojos y mira a Jerry fijamente durante unos segundos.  Luego una lágrima comienza a resbalarle por la mejilla. Se pone en pie y, en silencio, abandona el salón sin permitir que nadie se lo impida.

Jacob sigue en su sillón. Sus puños están apretados, al principio un poco, luego hasta tener los nudillos blancos. Cuando sus hermanas ya no están se levanta, colérico y dirigiéndose a la vitrina más próxima la agarra y la tira al suelo.
-¡Maldito cabrón! ¡Espero que te estés pudriendo en el puto infierno!- Jacob continúa tirando y destrozando todo lo que encuentra a su paso -¡No estoy loco y si lo estuviera sería tu maldita culpa por obligarme a ir a aquella endiablada guerra!-
Algo se remueve en todos vosotros al verle. ¡Porque es cierto! ¡Porque es muy injusto! ¡Porque el viejo era el mismo diablo! Entendéis su cólera y casi podéis sentirla... ¡maldita sea! Claro que la sentís, es lo lógico, ¿no?

Observas a tu alrededor, mientras tu primo tira cosas al suelo... las cosas, el suelo... todo se mueve como... despacio. Las cosas que han caído al suelo no se han roto. Miras los muebles ¿estaban así antes? Parecen llenos de polvo, pero no ves las marcas de los dedos de tu primo, donde los ha agarrado.

Miro con cierta tristeza la reacción de sus primas después del largo silencio con el que los hijos del Vizconde habían recibido la noticia Post Mortem de su padre. Sinceramente le daban cierta pena. No sabía lo que había ocurrido en aquella casa, pero posiblemente volvían a pagar justos por pecadores. Pensó de nuevo en Cora y en las dificultades que le esperaban, desprovista de todo tipo de riquezas y sin un marido que la protegiera y ofreciera un techo.

A punto estuvo de seguir a las mujeres para preocuparse por ellas e intentar consolarlas, cuando su primo, enfurecido, perdió la compostura y empezó a insultar a su difunto padre de manera exaltada. Pensando que aquello podía terminar en algún acto violento contra sus invitados, creyéndoles herederos injustos de la que pensaba era su fortuna, y pensando en las dos mujeres que aún se encontraban en la sala, el Laird dio unos pasos adelantes y, levantando las manos en señal de calma, se dirigió a Jacob con tono tranquilo pero seguro.

– ¡Jacob! ¡Tranquilízate, por favor! ¿Qué se supone que es todo esto? ¿Acaso te mando tu padre a la guerra para tenerte alejado? ¿Qué quería ocultarte? – Pensó que hacerle hablar de lo que el muerto había dejado entrever en el testamento, podía hacer que se concentrará en otra cosa que no fuera la destrucción de todo lo que se encontrara a su alrededor. Además quizás así por fin descubrieran que estaba pasando en Grove Manor.