Partida Rol por web

En algún lugar a varios kilómetros más allá del ensanche...

Sapa no era el lugar ideal para cultivar arroz. El gobierno lo sabía y los campesinos que llegaron siglos atrás a aquel maldito lugar también lo sabían. En lugar de tratarse de un entorno con grandes extensiones de llanura aptas para el cultivo, se trataba de un paisaje con un relieve casi montañoso sin embargo los terrenos que habían en todo Vietnam hacía tiempo que se quedaron cortos para abastecer a la cada vez más creciente población del país.

En la parte más baja del valle el clima era más suave y se podía cultivar el arroz tras una sucesión de trabajos laboriosos que preparaban el terreno para su cultivo en bancales. En la parte más alta las temperaturas eran más extremas y la simiente no llegaba a germinar por lo que en ese área además de respetar parte de las especies autóctonas, se cultivaba tanto bambú como maizales.

Todo eso lo hacían las máquinas, latas humanoides que hacía ya varios años sustituían la fuerza de las personas y trabajaban incansablemente hasta que eran retiradas. 

Retiro... Una palabra que buscaba dotar de cierto componente humanitario al hecho de desechar a los aparatos que habían servido eficientemente en el pasado para ser sustituidos por nuevos modelos más modernos, eficientes y con consumos más bajos. Sin embargo tras aquella fría labor se escondía una auténtica mina de desperdicios que merecía la pena visitar de vez en cuando.

Por eso estaba allí Brandom Lee.

Enfrente de él estaba la oficina del capataz, una combinación de construcción prefabricada con materiales montados in situ entre los diferentes soportes que pretendían dar un aire cálido y rústico a aquella edificación. Para Thian Li no había pasado desapercibida la aparición del recién llegado y estaba saliendo en aquel momento del lugar...

—Te he dicho más de una vez que deberías de cambiar ese soporte, Thian —dijo Brandon señalando al soporte de metal que sostenía el registro eléctrico de la oficina del capataz—. Un día se va a terminar de romper y vas a tener un disgusto.

La voz de Brandon era una voz aguda, interrumpida de vez en cuando por el sorbido de la saliva que caía por la parte derecha de su boca. Tenía esa parte de la cara caída, como si la musculatura de aquel lado no fuera tan fuerte como la del otro. Justo era el mismo lado donde todavía cicatrizaba la inserción de un nuevo ojo mecánico en sustitución del natural, completamente sano. Desde fuera, solamente se veía el globo ocular de aspecto vacío. No tenía un iris que matizara el color del ojo. Solo un material blanco que imitaba la esclerótica.

—Esa chatarra no va a aguantar otro invierno. Si me dejaras... uy, si me dejaras podría enseñarte todas las bondades que tiene la Máquina. Seguro que puedo encontrar algo por ahí para sustituir el panel y, por qué no, también podría mejorar tus ojos... podrías descansar mientras haces tu trabajo. ¿Qué me dices Thian?

El joven Lee, porque aunque su aspecto no lo revelará así Brandon Lee era un joven que no pasaba de los veinticinco años, avanzó un par de pasos hacia Thian, arrebujándose en la gruesa chaqueta de cuero de color marrón que había vivido tiempos mejores. La mañana se había levantado fría y había que protegerse del frío. De vez en cuanto una ráfaga de aire frío movía el pelo oscuro de Brandon. Un cabello mal cortado, de cinco dedos de longitud solo por atrás. Por delante estaba afeitado, probablemente debido a la inserción de aquel ojo, para liberar la zona de pelo.

—¿Qué me dices Thian? Me dejarás echar un vistazo una vez más en el jardín de la Máquina. Puedo pagarte, arreglaré el cuadro eléctrico y... —la mano derecha de Brandon se alargó hacia la cara de Thian, tratando de acariciar la mejilla de éste. Una mano sucia y enguantada en un sucio mitón negro, donde destacaba la falta del dedo meñique.

Brandon conocía a Thian. Había visitado más de una vez aquel lugar que él llamaba el jardín de la Máquina. Pagaba a Thian con algún arreglo e incluso mejorando esa caseta prefabricada donde el capataz pasaba su tiempo.

—Solo una vez más... tiene que estar ahí sabes. Mi nueva mano tiene que estar ahí.

La mirada de Brandon se perdió entre los montones de chatarra, deseoso de navegar entre ellos.

—No sé por qué sigues insistiendo. —Contestó apartándose de aquella mano que nada bueno presagiaba—. Te he dicho que mi primo te puede conseguir esa mano por buen precio. Son del mercado negro y sus anteriores propietarios... No creo que las vayan a echar en falta, pero como veas... —Añadió mientras hacía un aspaviento mostrando su rechazo ante aquella postura.

Vestía una camisa sobre otra camiseta de hombreras que a duras penas llenaba con su cuerpo macilento. En un tiempo pasado fue blanca más ahora tenía un color a caballo entre el marrón y el amarillo, la mayoría de aquellos tonos se concentraban en su parte superior. Thian Li, como todo vietnamita que se preciase de serlo, se tomaba con calma aquella negociación. Primero se llevó su mano al bolsillo de la camisa el cual se encontraba deformado por un prisma rectangular. Se trataba de una cajetilla de tabaco que golpeó un par de veces hasta que un par de cigarrillos hicieron acto de presencia, tras seleccionar uno al azar se lo llevó a sus labios y lo encendió cerrando los ojos como si estuviera en un momento íntimo. Solo en aquel mundo.

—Estás de suerte. —Agregó escupiendo una gran bocanada de humo—. Justo hace una semana nos trajeron las nuevas latas de SIGMA TECH^INC así que retiramos los que teníamos. Por un Cred te dejaré trastear y llevarte lo que quieras, sin pasarte que a ver si me vas a dejar sin repuestos para otros chatarreros... Bueno por un Cred y un poco de silencio que tengo que hacer inventario.

Pegó entonces una gran bocanada a su cigarro cuya ceniza ya había alcanzado el centímetro durante la explicación anterior. Tras exhalar con suavidad extendió su mano biónica a Brandon. Aunque siempre la ocultase tras un guante como si se avergonzase de su extremidad el chatarrero sabía que no era natural, ya eran muchas las veces que se escapaba de Hanoi para subir a aquellas montañas. 

—¿Hay trato?

—¿Un cred? —protestó Brandon—. ¡Un cred! Maldita sabandija.

Brandon rebuscó en su chaqueta pero pronto sacudió la cabeza recordando algo. Finalmente alargó la mano hacia la mano biónica de Thian y la cogió antes de estrecharla. Observaba el dorso de la mano revisando ese implante al milímetro y miró lentamente a Thian mientras aún sostenía su mano.

—Podrías tener algo mejor... mucho mejor. Pero te daré un cred, si es lo que quieres.

Sostenía la mirada con el vietnamita relajando su primer impulso agresivo.

—Cuando tenga la mía, bendecida por la máquina, te arrepentirás de este cred...

Tenía todo listo para lanzar la transacción pero antes quería ver la reacción de Thian Li. Algo de su adoctrinamiento, aunque solo fuera un poco, tenía que haber permeado y Brandon quería valorar cuanto.

—De algo tengo que vivir, si me cazan se acabaron los Cred para mí así que considéralo la prima del riesgo que tengo haciendo negocios contigo. —Contestó Thian Li mientras apartaba la mano al ver cómo Brandon se la tomaba para estudiarla con ojo clínico.

Afortunadamente parecía que "su cliente" entró en razón por lo que pronto ambas partes estrecharon las manos. 

—Está bien... Pero para ello y antes de nada habrá que ver lo que te haces con lo que encuentres. No te lo tomes a mal pero dudo que seas tan bueno como los chapuceros que trabajan con mi primo. —Contestó de la manera más política que supo dar antes de ponerse a revisar sus cuentas. 

Entonces miró al Catalizador esperando que hiciera el movimiento.

Thian Li activó su terminal en modo de recepción cuando Brandon le soltó la mano. Todavía farfullando, el catabolista cogió el suyo y lanzó la transacción que rápidamente se confirmó con un pitido en ambos terminales.

—Un artista siempre premia a sus mecenas, Thian. Comprar a ciegas, únicamente por la confianza ciega en el artista... eso tiene un valor, ¿sabes? Luego el precio será más caro y te acordarás de este cred. Te acordarás, Thian.

Brandon caminaba hacia la puerta mientras hablaba con Thian haciendo un gesto agitando el dedo índice repetidas veces. Una vez frente a la puerta que limitaba el acceso a la pradera Brandon hizo una señal y la puerta se abrió dando acceso al recinto. La puerta daba acceso a una nave donde estaba el poco material que Thian había tenido tiempo a catalogar y que estaba en un estado suficientemente bueno como para poder multiplicar su precio; fuera del alcance de Brandon. Había buen material ahí, pero poco y caro.

El catabolista continuó andando hasta cruzar la zona de exposición y acceder, por la otra puerta, a la pradera de la Máquina. Brandon la había bautizado así cuando accedió por primera vez, a esquivas del conocimiento de Thian... ese día lo conoció y consiguió que el capataz lo dejara entrar en más ocasiones para, según él, profesar su fe en la Máquina.

La pradera era una explanada de varios metros cuadrados cercada por una pequeña alambrada con más sorpresas de las que revelaba su apariencia. De alambrada hacia adentro se podían ver cientos de montones de chatarra apilada en distintos sectores: vehículos, robots, aerodeslizadores, cosas en muy mal estado...

Brandon activó su omni-herramienta haciendo un movimiento repetitivo con el párpado y empezó a escanear la zona de robots. Eran varios montones de chatarra pero la omni-herramienta detectó algo bajo uno de los montones. Lee comenzó a apartar chatarra hasta que hizo un hueco por el que poder meterse y acceder al lugar que marcaba la omni-herramienta como potencialmente estable. En ese punto había un antebrazo de un robot, de color azul y bien pulido. Incluía la mano pero ésta habría que ajustarla un poco. Era extraño que hubieran dejado ese material ahí. A Thian no se le conocía por su buen trabajo... probablemente cobrara muy poco por su trabajo y no lo hacía con demasiado interés. Se dedicaba a completar su sueldo comerciando con los pobres inútiles que no podían pagar un pase de corporación para aquel sitio.

Con el objeto entre sus manos, Brandon salió de debajo del montón de chatarra y se arrodilló elevando el objeto. Susurró unas palabras, ofreciendo el objeto a la Máquina y luego lo metió dentro de su abrigo al tiempo que se ponía en pie. Había encontrado lo que buscaba; ahora había que demostrar sus habilidades.

Brandon se despidió descuidadamente de Thian con el objeto oculto bajo el abrigo. El capataz le preguntó si había encontrado algo a lo que Brandon respondió con un seco: "No".

Caminó casi cuarenta minutos hasta llegar a su casa; un apartamento pequeño a las afueras del ensanche. El lugar estaba descuidado: un pequeño catre en un rincón, una mesa con restos de comida de varios días en el otro y suciedad, varias capas de suciedad en todos los sitios salvo en su rincón.

A Brandon le gustaba llamarlo su rincón, una mesa de acero bien iluminada con luz de leds y con varias herramientas colocadas en diferentes compartimentos. El lugar contrastaba con el resto del apartamento, reinaba la pulcritud y el orden.

Tranquilamente se sentó sobre la silla y sacó su pequeño tesoro. Era un antebrazo de color azul con una interfaz para integrar. Probablemente ya había sido usado antes para intentar integrarlo en un cuerpo humano. Brandon cerró los ojos y pasó sus manos sobre el objeto para analizarlo desde el lado más espiritual. Sin querer, tocó un botón que disparó un pequeño dardo que fue a clavarse contra la pared. El brazo tenía unos contenedores en los dedos para ocultar esos pequeños dardos. Sin duda la Máquina lo había puesto ahí para él.

Abrió un cajón de la mesa y sacó un frasco con un líquido amarillento. Sin pensarlo dos veces lo bebió de un solo trago y apretó los dientes. Esa sustancia le había ayudado mucho cuando se instaló la Omni-herramienta en sustitución de su ojo. Unos minutos después, cuando hubo terminado de preparar la zona, la sustancia había hecho efecto y Brandon comenzó a integrarla. La omni-herramienta funcionaba perfectamente y gracias a ella pudo integrar perfectamente el brazo de acero en su sistema nervioso.

Habían sido casi cuatro horas de trabajo pero parecía que había salido bien. El objeto funcionaba y cumplía la voluntad de la consciencia del catabolista. Incluso consiguió sustituir el botón de liberación de los dardos por un impulso muscular que obedecía a una orden mental. Comprobó que funcionaba... no había ningún dardo en los contenedores, pero el mecanismo funcionaba.

Su terminal comenzó a emitir una notificación de llamada.

—¿Quién cojones llama? —dijo todavía preso de la euforia de su éxito. Descolgó sin mirar el emisor —, ¿quién es¹?

Casi dando tumbos por el dolor que sentía, Brandon Lee se aproximó a la puerta. Acababa de manipular sus propios nervios conectándolos uno a uno a las terminales neurosensitivas de aquella nueva extremidad, aquello dolía como el demonio y solo gracias a aquel jugo casero había conseguido mantenerse despierto durante toda la operación. El efecto milagroso de aquella droga narcótica se estaba pasando trayendo consigo un dolor agudo que tendría que resistir...

—Señor Lee, ¿está ahí?. —Dijo una voz femenina y muy familiar, en cuanto se asomó por la mirilla pudo confirmar la presencia de la pizpireta hija de inmigrantes japoneses que vivía en el apartamento superior del mismo bloque. 

Se llamaba Yui y era una joven de 28 años y prácticamente era vietnamita salvo por un detalle, ni sus padres ni sus ancestros tenían un atisbo de sangre vietnamita y eso a ojos de los locales la convertía automáticamente en una de los otros. Una forastera, a pesar de que hablase el idioma mejor que nadie y fuese capaz de enumerar cada una de las dinastías reales hasta llegar al último rey de la dinastía Nguyen que se rindió ante el libertador Ho Chi Minh. Nada de ello valía ante los ojos duros de la población local, especialmente entre los rurales que habitaban en aquella región.

Quizás por eso se acercó al más raro de entre todos sus vecinos: el predicador de la máquina. Todo en ella era un lienzo en blanco a ojos de Brandon pues toda ella era inmaculada y sin ningún implante salvo el microchip neural que a todos los bebés se les implanta al nacer. Brillaba con luz propia pues a diferencia de otras modelos o cantantes, no necesitaba ningún implante para tener unos rasgos dulces y una mirada en la que derretirse. Hacía mucho desde la última vez que hablaron, diablos para entonces la omniherramienta era una idea a punto de materializarse y ni hablar de su nueva extremidad...

—¡He estado en Hanoi hace poco y es enooooorme, mucho más grande que Sapa! —Anunció consciente de que su vecino estaba allí, es posible que los leds con los que había estado trabajando le delatasen por las diferentes rendijas que normalmente asomaba la luz natural—. ¡Allí he visto muchas cosas que me recuerdan a La Máquina de la que me hablabas! —Siguió insistiendo mientras volvía a tocar el timbre una, dos y tres veces como si se tratase del cartero.

Brandon se llevó la mano a la cabeza. Por instinto fue la mano derecha y sintió un dolor punzante.

—¡Maldita sea! —gritó—. Sabes que la puta puerta está abierta, deja de hablar como una idiota detrás de ella.

La muchacha entró de inmediato, tras escuchar la voz de Brandon. Sabía que la puerta siempre estaba abierta, pero le gustaba seguir las pulcras normas de educación que le habían inculcado sus padres. Cuando la muchacha entró Brandon estaba cogiendo un par de cervezas de la nevera. Lanzó una sobre la chica en cuanto cruzó el umbral de la puerta.

—Hay que comprar más —le dijo con toda confianza—. Así que en Hanoi...

Abrió la cerveza y se dejó caer sobre el desvencijado sofá.

—Yo he estado ocupado con... —levantó el nuevo brazo—, mis cosas. No está nada mal, ¿no crees? Te dije que mis oraciones surtirían efecto.

La muchacha lo miraba con admiración. Brandon siempre había pensado que Yui sentía algo por él pero estaba demasiado inmaculada y no quería abrazar a la Máquina.

—Cuéntame más detenidamente eso de Hanoi; lo de la máquina. Hoy estoy más en sintonía que nunca... quizá hoy pueda convencerte.

El catabolista mostraba repetidas veces su nuevo antebrazo a la muchacha, para que viera lo que podía llegar a tener con solo dejarle hacer.

Yui cogió la lata que iba directa a su cara, un poco más tarde y se la comía entera. Sin darle mucha importancia a aquello, algo muy habitual en Brandon, la estudió para ver qué marca había escogido esta vez: Tiger. Lo mejor que se podía beber en aquellos lares y ni siquiera era vietnamita.

—Veo que en estos días no has perdido el buen gusto. —Confirmó mientras la abría y la pegaba un buen sorbo, de pronto advirtió que nada era igual, el rostro del señor Lee había cambiado. Una cicatriz cruzaba allí donde antes estaba su ojo y en su lugar se había implantado un Ciberojo. Aquello la pilló por sorpresa más no era la única que la mostraría su amigo.

Se acercó entonces con curiosidad para con suma cautela acercar su mano al rostro de su amigo esperando confirmar algo—. Brandon... ¿Estás bien? ¿Te duele? ¡Estás sangrando! —Exclamó al fijarse en el antebrazo y cómo en su extremo se había formado un pequeño hilillo de sangre. Sin embargo el predicador de la máquina parecía más interesado en otras cosas:

—Cuéntame más detenidamente eso de Hanoi; lo de la máquina. Hoy estoy más en sintonía que nunca... quizá hoy pueda convencerte.

—¡Ah! —Contestó como si recordase sus palabras anteriores, la caja de sorpresas en la que se había convertido su vecino habían hecho que se olvidase de sus anécdotas—. Pues en Hanoi es todo bastante más nuevo y tecnológico que Sapa, mucho más. La máquina de la que me hablabas parece que los ha tocado a todos, mucha gente va llena de implantes nada que ver con Sapa, donde lo más que hay es un ojo o un brazo y no tienen por qué ser de los matones. Vi uno que pensé que era un robot de no ser porque tosía.

Pegó otro sorbo a la lata para coger aire, antes de seguir:

—Logré asomarme a las cercanías del Hoan Kiem y vi a los más ricos, los suyos parecen casi como si no llevasen nada, pero de pronto sus manos cambian y zas resulta que eran la seguridad privada de algún tipo, y están armados. A nosotros no nos pasó nada pero vimos cómo mataban en un tris a unos pandilleros del ensanche. Me fui pitando de allí.

Tras unos segundos de silencio, sus preocupaciones se reanudaron:

—¿Quién te ha hecho eso? ¿Es de fiar? 

Brandon saboreaba cada una de las palabras que Yui decía de Hanoi. De repente le habían entrado unas ganas terribles de ir a ese sitio. Posiblemente fuera el desencadenante final en su comunión con la máquina.

Tardó unos segundos en contestar a Yui. La muchacha pudo ver la vista perdida de Brandon y sabía claramente que su imaginación estaba muy lejos de allí.

—¿De fiar, dices? —dijo soltando una leve sonrisa, tras lo cual dio un largo trago a la cerveza—. Algunos dirían que no pero, depende. ¿Tú te fías de mi?

Decidió no responder a la pregunta sobre su nuevo implante y simplemente movió la mano biónica para resaltar su buen funcionamiento. Reprimió un gesto de dolor.

—Tengo que ir a Hanoi, Yui —resolvió rápidamente—. ¿Cuánto vale el pasaje? Quizá con un par de trabajos más...

—¿Que si me fío de ti? ¿Qué quieres decir? —Preguntó Yui sin entender el mensaje entre líneas, sin embargo pronto había vuelto el señor Lee al ataque con sus preguntas sobre Hanoi cortando así sus preguntas con nuevas demandas de información.

—Ni idea, a mi padre le pagaron el pasaje ya sabes que a veces tiene que ir para rendir cuentas a la compañía, sólo que esta vez le ofrecieron la posibilidad de que su familia fuese con él. Un retiro familiar lo llamaban. Igual si hablas con alguien para trabajar allí durante un tiempo es posible que te lo paguen... —Pensó en voz alta mientras empezaba a enunciar diferentes teorías y opciones para poder ir hasta allí—. Otra opción sería trabajar en el tren o colarte directamente aunque si te cazan... No hagas caso a esto último e intenta hablar con alguien para que te lleve allí. 

De pronto el silencio se instaló en el lugar, si se podía llamar silencio al ronroneo que emitía la chatarra que era la máquina de aire acondicionado. Se trataba de una auténtica reliquia de principios de siglo que seguía funcionando con un refrigerante que hace mucho que el gobierno prohibió por contaminante. Sin embargo rendía como una condenada de ahí que el chatarrero nunca se plantease cambiarlo.

—Sé que me voy a arrepentir de esto, —dijo finalmente cortando el incesante zumbido de la máquina de Carrier—, pero cuando haces tus rollos con la chatarra... Me has dicho a veces que has topado con las mafias. Igual están buscando a alguien por allí, si les ayudas a buscarlo...

Brandon mantenía los ojos entornados mientras Yui enumeraba las diversas opciones. Pero la cara del chatarrero se iluminó cuando la muchacha habló de las mafias.

—Claro, ¡eso es! —exclamó dando un respingo del desvencijado sofá—. El señor Ngô... no se si es un mafioso pero tiene muchos contactos y apesta a bajos fondos.

La alegría desbordaba el resplandeciente gesto de Brandon. Movía la cabeza de un lugar a otro de la habitación buscando el reloj holográfico. Seguro que ese cacharro se había vuelto a caer. Pronto lo encontró y, al ponerlo de pie, apareció la hora proyectada a pocos centímetros de su base.

—Vale, hay tiempo. Suele estar en el Smack Dub al menos una hora antes de atender sus otros asuntos. Es el dueño de ese restaurante, ¿sabes? Si tengo suerte lo pillo ahí antes de las 22:00.

Se movía de lado a lado de la habitación visiblemente excitado y movía el brazo como si ese dolor que permanecía punzante hubiera desaparecido del todo.

—Ey, Yui —dijo señalándose la cabeza un par de veces—. ¡eres un genio!

Se acercó a la muchacha y la besó en los labios. Fue un beso rápido y contundente; un impulso fruto de la euforia.

—Cierra la puerta al salir —advirtió mientras atravesaba la puerta y, desde la escalera se volvió a escuchar una vez más su voz amortiguada—. ¡Nos vemos mañana!

Prácticamente no dio opción a Yui a despedirse, parecía que el plan de Brandon era llegar a aquella especie de paraíso de la Máquina, que le habían descrito que era Hanoi, dejando atrás todo aquello que le lastrase.

Y un buen comienzo era el señor Ngô, éste no era el tipo de persona a la que alguien se acercase para pedir un favor sabiendo que no iba a demandar nada a cambio. Ya aquel movimiento implicaba perder parte de sus escrúpulos, pues hasta la fecha a aquel señor de los trapicheos únicamente se lo había encontrado casi de manera indirecta en las chatarrerías. Y es que en esos almacenes de desperdicios metálicos es donde van a morir todas las partes que dan forma a los engranajes que mueven las diferentes ciudades.

Por esa condición que tenían las chatarrerías, era inevitable que parte de lo que sucediese en el engranaje que suponían los bajos fondos, fuese allí a morir. En un sentido figurado y literal. Más de una y de dos veces, Brandon escuchó el sonido de un disparo en la lejanía como adelanto de lo que iba a encontrarse: un cuerpo. Siempre los revisaba por si podían tener algún implante que mereciese la pena rapiñar, sin embargo ninguno estaba a la altura de ese paraíso que buscaba. Nada que ver con su nuevo ojo y su nuevo antebrazo...

En el Smack Dub...

Aunque nadie sabía dónde encontrar al señor Ngô, diablos nadie sabía siquiera si ese era su verdadero nombre; todo el mundo sabía que regentaba el Smack Dub, era el más público de todos sus negocios y sus propiedades. Se trataba de un restaurante situado en el fondo de un callejón, al otro lado del mismo se encontraba una calle muy transitada, situada cerca de uno de los pocos centros hoteleros pensados en exclusiva para turistas, la mayoría occidentales. 

Un lugar discreto, sin embargo aquello quedaba diluido frente al espectáculo visual que suponía su exterior: dos carteles destacaban con figuras luminosas que iban cambiando de color y forma dejando entrever los productos que se ofertaban en el interior. A un lado, se encontraba la entrada, enmarcada por luces azules de LED y frente a éstas se recortaba el contorno de un portero. Todo aquel conjunto se encontraba coronado en su parte superior por una gran celosía de acero iluminada por los mismos tonos azules y frente a ésta, se dibujaba un cartel blanco de grandes dimensiones que daba nombre al garito: SMACK DUB.

Antes de que Brandon llegase a acercarse a la puerta, el portero alzó su mano y lo detuvo:

—Lárgate, aquí no servimos a vietnamitas.

—¿Servir? ¿Quién quiere que me sirvas? —dijo mientras ojeaba a las espaldas del matón, donde pasaban algunos tipos vestidos de negocios—. Quiero ver al señor Ngô.

El gorila se quedó mirando a Brandon con los brazos cruzados. En su gesto se leía la indiferencia que le producía el último comentario del chatarrero.

—Negocios tío... traigo negocios para tu jefe. Dile que soy Brandon, en chatarrero y... enséñale esto —dijo mientras mostraba su recién implantado brazo—. Venga tío, a qué esperas. Captúralo con tu terminal y avisa al señor Ngô. Cada segundo que pasa se pierden cientos de créditos.

Observó firmemente la mirada del portero que cubría la puerta ensanchando sus grandes hombros debido a su pose.

Al hablar de dinero los ojos del tipo se abrieron de par en par como si hubieran captado su atención. Desde luego que por ahí siempre van los tiros... En ese entonces Brandon recordó una historia reciente de cómo el señor Ngô puso una recompensa pidiendo información acerca de un tipo que le jodió mucha pasta, Toad le llamaban. Debía hacer un intercambio de varias sustancias espirituosas: rígida, bloom, píldoras analgésicas entre otras cosas. Puso como recompensa por cualquier tipo de información el mismo dinero que le habían jodido con la intención de hacer un castigo ejemplar.

Sin embargo, desapareció aquella noticia tan rápida como vino, ¿le habían cazado? ¿Se silenció aquella afrenta? Si iba a tirar por ese hilo se la iba a jugar...

Brandon torció el gesto ante la pasividad de aquel tipo.

—A ver... ¿me vas a cobrar entrada o algo? —vaciló—. Tengo que hablar con tu jefe... puede que tenga algo de información sobre un tipo que le interesa o la posibilidad de conseguirla. Pero tengo que hablar con el señor Ngô para ponerlo en marcha.

Decidió no sacar el nombre a relucir. Si el gorila de la puerta estaba enterado del asunto de Toad seguro que sabía de qué le estaba hablando.

—¿Te crees que vamos a dejar pasar a cualquier idiota que dice que quiere hablar con él? —Contestó el de la portería pegándole un empujón.

—Tengo aquí a un puto pesado que insiste en ver al jefe. —Dijo tras tocarse el intercomunicador que tenía implantado tras la oreja. Entonces devolvió su atención Brandon:

—En nada vamos a ser varios para reventarte a hostias, así que o dices qué malditos asuntos tienes en manos o ya te estás largando y dejas de dar por el puto culo maldito... —Dedicó una mirada de arriba a abajo y vuelta buscando una palabra adecuada—. Rarito.

No tenía el día muy inspirado.

—Maldito idiota —masculló entre dientes.

Se adelantó un par de pasos hasta que estuvo frente a frente con el gorila.

—Ya te lo he dicho, traigo información cabeza hueca. Si te diera más datos, ¿crees que serías capaz de transmitírselo exactamente al señor Ngô? No, ¿verdad? Lo mejor es que le digas que vengo a hablar de un negocio y te dejes de retrasar más la historia.

La actuación de Brandon no estaba siendo prudente pero tenían ansia por conseguir ese pasaje para Hanoi y ese tipo le había cabreado con su absurda burocracia.