Partida Rol por web

El sonido de los tambores resuena en tu cabeza.

¡BUM, BUM, BUM!

El estruendo se siente cada vez más fuerte a medida que tus pasos se acercan a la fuente.

¡BUM, BUM, BUM!

¿Es, acaso, una simple caja de madera la causante de tal estremecimiento en tus entrañas?

¡BUM, BUM, BUM!

El ruido te llama y reclama, te invita e incita a tocar sus paredes. Sabes que no debes pero en cuanto tus yemas entran en contacto con el frío roble. El silencio acaricia tus oídos.

Eres consciente de que ya no hay vuelta atrás, tu destino es presa de los antojos de Jumanji. 

Había ocurrido, habían escuchado los tambores del juego de Jumanji y no habían podido evitar acercarse a él. Junto a la orilla del lago, un extraño juego de mesa cubierto de algas emitía un extraño sonido.

Ahora que lo habían tocado, era como si una extraña sensación, un extraño magnetismo les invitase a jugar y a no poder dejarlo nunca. Era como si su mente se hubiese sido atrapada por él. O como si la Maldición Imperius les hubiese poseído y no pudieran evitar jugar. El problema era, que no eran conscientes de ello. Tenían que jugar, tenían que hacerlo ya y no podrían parar hasta que llegasen al final... ¡Aunque aquello les costase la vida!

El tablero era bastante extraño, estaba mojado y carcomido por la humedad del lago. Parecía de madera y piedra y en el centro había una esfera de cristal que cuando el primero de ellos lo tocó, empezó a brillar con intensidad.

Lo primero que apareció fueron unas palabras:

Bienvenidx a Jumanji

Decían las palabras del juego. Luego el holograma, o el conjuro que estuviese generando todo aquello siguió poniendo palabras.

Jumanji es el juego de la selva, en el que solo tendrás dos posibilidades. O acabas el juego, o mueres en el intento.  

Decía de forma cruel y horrible.

Un montón de pensamientos pasaron por su cabeza:

Todo esto es muy extraño, aunque desde que llegué al colegio de Hogwarts de Magia y Hechicería cosas más raras he visto. Soy un mago bastante experto (o eso creo) a pesar de que aún no he finalizado mis estudios.

Además, no debe de ser muy difícil terminar este dichoso juego. Total, ¿qué era lo peor que podía pasar? ¿La muerte? Eso era algo sumamente exagerado y mínimamente probable. De todas formas, no había más opción:

¡Tengo que probarlo! 

Antes de empezar, si no lo estoy ya, sácame al aire libre, seguro que luego me lo agradecerás.

Era la primera norma del juego. No entendía a qué se refería con eso de jugar al aire libre, pero ¿por qué no obedecer? 

Cualquiera que haya tocado el juego tendrá que jugar. No hay vuelta atrás.

Solo hay dos posibilidades: acabar o morir.

El juego parecía querer insistir en eso. 

Cualquiera será el primero en lanzar los dados, quizá el más valiente, quizá el menos consciente, pero cualquiera puede empezar tirando dos dados de seis.  

De pronto dos dados de seis caras de color blanco hueso con muescas negras se materializaron sobre el tablero.  

Quien saque dobles, repite.

Continuó. 

Cuando llegues al final grita ¡Jumanji! y todo habrá terminado.

Y entonces la bola de cristal dejó de mostrar las palabras y pareció perder intensidad en el color. Era como si el juego hubiese terminado, pero no había hecho más que empezar. Los tambores habían dejado de sonar en sus cabezas. Y efectivamente, no podía, pero tampoco quería escapar.

Sus destinos estaban ligados al del juego y su futuro dependía de lo que allí sucediese.

Finalmente, cuatro figuras se colocaron en los extremos del tablero. 

Un rinoceronte, un mono, un tigre y un elefante. 

El tablero tenía 34 casillas.

Había llegado el momento de elegir ficha y lanzar los dados. 

 -Me pido a...

Uzma no esperó a que el resto eligiera. Como si quisiera empezar ya, extendió su mano hacía las piezas, deteniéndola entre el tigre y el elefante. Dudando. Tenía pequeñas manchas de tinta en la mano y coleteros colgando de su muñeca. Hasta hacía poco, había estado en la biblioteca estudiando. Llevaba varios días sin despegarse de la mesa, hasta le habían tenido que convencer para que tomara un descanso. Pero es que cierto examen se acercaba y las palabras de su madre habían sido muy claras respecto al resultado que esperaba de ella.

Y sin embargo, había acabado al lado del lago, enfrente del juego. Convencida de que no pasaría nada si se echaba una partida al extraño juego que habían encontrado.

-¡Este!-y tras tirar los dados, llevó la ficha del elefante desde la casilla de salida a la Casilla.

Aquel incesante sonido rezumaba en su cabeza y no había podido, ni querido, evitar tocar la caja de madera que contenía el juego. Lo extraño era haber pasado de estar en las mazmorras a encontrarse en el lago, visualizando la caja de Jumanji recubierta de algas.

Quiero jugar. Deseo comenzar ya mismo.

Los pensamientos de Perséfone eran tan claros como que adoraba el Quidditch. No obstante, debía previamente conocer las reglas de aquel desafío mágico aparecido de la nada, siendo la esfera central de cristal las instrucciones de cómo debían proceder. La joven Slytherin acercó su rostro a dicha estructura para leer el mensaje de bienvenida.

- Solo hay dos posibilidades, acabar el juego o morir - leyó en voz alta tragando saliva, desde luego no era una información alentadora - Hay que sacarlo al aire libre, pero ya estamos en los exteriores del castillo. Vamos bien - sentía ansiedad por dentro, deseaba coger los dados que se habían materializado sobre el tablero y lanzarlos - Los dobles repiten tirada y al final hay que gritar Jumanji. Bien, creo que es bastante sencillo de jugar - comentó Perséfone al resto de las compañeras que a su alrededor estaban

Uzma había sido muy rápida en coger los dados y los mantenía apretados contra su palma, así que la joven Winland no se los arrebató, mientras miraba las figuras con auténtico interés, tenía muy clara cual era la pieza que le representaba.

- Me pido el rinoceronte blanco - dijo con una sonrisa cogiendo la estatuilla y poniéndola en la casilla de salida mientras los dados caían marcando en total un nueve, era el turno de Uzma y Perséfone permaneció callada esperando a ver qué sucedía a continuación, no pudiendo evitar dedicarle una sonrisa a su hermana - A ti el mono te iría bien - le guiñó el ojo mientras se recolocaba la túnica de quidditch, deseando que le llegara el turno para coger los dados.

Gina había ido a practicar yoga al lago cuando se encontró con el juego, al principio había sido pura curiosidad pero luego sentía que era algo más, estaba claro que aquel juego tenia alguna clase de hechizo que hacia que quisieran jugar. Desde lo alto ya que estaba de pie observaba el juego y la normas, cuando Perséfone las leyó en alto comenta:

Teatralidad saben darle…

Rápidamente escogieron las fichas y esta ultima dijo que para su hermana el mono, entonces dice:

Entonces para mí el tigre.

Uzma fue la primera en tirar y lo hizo bastante rápido, los ojos de Gina seguían los dados cuando estos se pararon indicando una puntuación de 9, no era una mala tirada solo quedaba ver como reaccionaba aquel juego, ¿Qué clase de hechizos habían imbuido en el?

Varita en mano, Demetérida giró en redondo auscultando los alrededores, entre sorprendida y alerta. ¿Qué mazmorra era esa? ¿Cómo habían aparecido en el lago?¿Era un atajo acaso? No, parecía más un punto de fuga...
—Si hubiéramos sabido de esta mazmorra antes, ¿te lo imaginas, Perséfone?
Pero muy pronto todas aquellas elucubraciones se disolvieron en el aire como los vapores de un caldero cuando sus dedos acariciaron las delicadas vetas de roble. Y si en ella había algún temor o vacilación mágicamente trocaron en deseo, un deseo imperioso. Aunque como con los vapores de un caldero aún persistía algún aroma, un sino. Y en Demetérida era un rescoldo de desasosiego escondido bajo su apremiante curiosidad. 
Escuchó atentamente lo que su hermana decía y negó con la cabeza: —Sin dudas, eso de morir no es literal. Como en ese juego muggle, ¿recuerdas ese juego de cartas de los aldeanos y los lobos que me regaló papá? O llegas hasta el final o muere tu personaje. —Intentó tranquilizarla (o tranquilizarse). Nadie moría por un simple juego de mesa, ¿no? Sin dudas, volar en una escoba era mucho más peligroso.
Luego, sonrió de lado cuando Perséfone sugirió lo del mono. Se imaginó a sí misma convertida en un pequeño monito de larga cola como los que habitaban el Amazonas. 
—Buena elección. El monito verde entonces.
Y no lo dijo entonces, pero se imaginó a su hermana como un enorme rinoceronte hasta que terminara el juego, ¿y si se quedaban así por años? Sabía de unas brujas que habían iniciado un juego y que recién lo finalizaron... ¡una década después! ¿Cómo iba a jugar al Quidditch? Su escoba no soportaría una tonelada de peso, pensó. En cambio ella podría continuar con las clases de pociones, coger su varita, sus libros y... 
—Creo que antes deberíamos... —intentó una trunca sugerencia.  
Era tarde. 
Los dados habían rodado. 
Los ojos fijos en el tablero, el corazón golpeando en su pecho como un tambor. Con una mano, Demetérida apretó con fuerza la varita; y con la otra buscó la mano de Perséfone. 

Uzma fue la primera en encontrar el juego y tirar los dados. El juego tardó un rato en reaccionar, como si no hubiese pasado nada, aún así los tambores seguían sonando por todas partes. Nadie sabía si de verdad se escuchaban o si simplemente era fruto de su imaginación.

Cuando la cuarta de las jugadores llegó junto al lago, en la esfera de cristal que había en el centro se materializaron unas palabras:

De noche vuelan.

Es mejor huir.

Estos seres con alas no hacen reír.

Y entonces el día se tornó en noche y la oscuridad cubrió por completo el lago y los jardines. A lo lejos se podía ver el Castillo iluminado por las luces de las velas que estaban prendidas en su interior. Bajo las ramas de los árboles, cerca del puente y en general por todos lados aparecieron pares de ojos dorados. De pronto múltiples chillidos empezaron a sonar por todas partes. 

Las criaturas de pronto empezaron a volar y atacaron a las cuatro niñas que había por ahí. Sin más, se lanzaron sobre ellas para morderles y chuparles la sangre.

Perséfone no se planteaba que los tambores no estuvieran sonando, para la muchacha aquello era tan real como que respiraba. La joven Slytherin apretó la madera de su escoba voladora como acto reflejo mientras los dados lanzados por Uzma caían sobre el tablero de madera, marcando un número. Aunque aquello no llamó a atención de la joven Perséfone, pero sí las letras que aparecían sobre la esfera de cristal.

- Chicas, están apareciendo unas palabras justo ahí - expresó Winland señalando el centro del tablero mientras leía en voz alta - De noche vuelan... Uys como las lechuzas - fue su primera idea mirando la siguiente frase - Es mejor huir - quedó callada unos instantes - ¿Huir? ¿Quién querría huir de unas lechuzas? Bueno, a veces pican si tienen hambre o están inquietas, pero tampoco es para tanto - Se encogió de hombros antes de continuar la lectura - Estos seres con alas no hacen reír. Bueno, no mucho, si fuera un gato con sombrero y calcetines tendría su punto - sonrisa.

Perséfone miró a las presentes, especialmente a su hermana. Ella tendía a ser pésima con las adivinanzas, las cosas de pensar nunca habían sido lo suyo. De hecho, nunca acertaba una, siendo su gemela lo suficientemente avispada como para dar la solución antes de que siquiera pudiera imaginar cualquier otra posibilidad que no fuera una lechuza. Pero no hizo falta, un sonido de fondo comenzó a sonar cobrando intensidad.

- Chicas... ¿No escucháis ese ruido? - una oscuridad cubrió por completo el lago y los jardines, mientras el sonido de un gran número de criaturas emitían "in crescendo" unos chillidos desquiciantes que se convertiría en la base de las próximas pesadillas que tuviera durante la noche - ¡Por toda la magia! ¡Demetérida! ¡Hay que salir de aquí! - su primera preocupación al ver aquel mar oscuro cernirse sobre ellas fue pensar en su hermana, por lo que cogió su escoba y la puso a modo de bate de golpeador de Bludgers con el afán de defenderla.

Perséfone golpeaba y chillaba sin cesar, desquiciada ante la gran masa de animales que sin piedad le atacaban y mordían, haciendo pequeños cortes y heridas que si bien no eran demasiado dolorosas crispaban los nervios de cualquiera - ¡¡¡¡Ahhhhhhhhhh!!!!¡¡¡¡AAAAAHHHHHHHHHHHH!!!!¡¡¡¡Dejadnos en paz!!!!! - chillaba y aullaba la joven que reculaba ante tanta adversidad, dejando desprotegida a Demetérida, por mucha voluntad que le hubiera puesto una reacción natural finalmente era cubrirse e intentar quitar de encima a esa bandada de murciélagos

¡No puedo más, esto saca de los nervios a cualquiera!

Y tales eran los pensamientos de Perséfone que finalmente hizo lo que mejor se le daba hacer, subirse a la escoba, dar un golpe en el suelo con su pierna derecha y elevarse en el cielo con el ánimo de escapar de las volátiles criaturas. Quizás no fuera la mejor de las decisiones, puesto que habiendo tantos mamíferos alados chocando contra ellas era hasta posible que se estrellase, pero la Slytherin no estaba pensando la manera más lógica de cómo debía actuar, tan solo ansiaba quitarse de en medio y perderse en algún hueco del cielo donde no hubieran murciélagos.

- ¡¡¡¡DEMETÉRIDA!!!¡¡¡HAZ ALGO!!! - Y es que contaba con que la más inteligente de la familia hiciera algún hechizo para mejorar la situación, porque si de ella dependía, serían la cena de aquellos seres nocturnos.

Demetérida se detuvo en la contemplación de sus manos y sus pies, se palpó el cuerpo y el rostro. ¡No se había transformado en un monito verde! Luego volteó la mirada hacia su hermana; tampoco Perséfone se había convertido en un rinoceronte blanco. ¡Qué alivio! 
Su sonrisa fue agrandándose a medida que escuchaba las elucubraciones de su gemela. Siempre era igual: bastaba que Perséfone diera por cierto algo para acabar en una disparatada retahíla; y era realmente entretenido escucharla especulando cosas sin mucho fundamento. 
—De noche vuelan... ¿y es mejor huir? —repitió la pequeña bruja las palabras de su hermana y alzó la vista. De pronto, la oscuridad envolvió a las cuatro niñas. —Murciélagos. ¡Son murciélagos! —exclamó, aterrada, pero aquel infernal concierto de chillidos tapó su propia voz.
Mientras Perséfone gritaba y sacudía la escoba "barriendo" murciélagos a diestra y siniestra, Demetérida alzó la varita. Necesitaba un hechizo, un encantamiento, echarse a correr, ¡algo! Pero sus piernas temblequeaban como gelatina, el terror le oprimía la garganta, el corazón en un puño y la mente en blanco. O en negro. Porque todo lo veía negro... ¡Por las barbas de Merlín! 
Vuela de noche, duerme de día. Noche y día; oscuridad y luz. Son criaturas nocturnas, detestan la luz. El fuego. Pero también...
Los gritos de Perséfone la desconcentraban, pero debía proteger a su hermana y finiquitar aquel maldito juego. ¿Qué hacía allá arriba volando entre aquellas horripilantes criaturas? 
"¡Haz algo!" 
¡Haz algo! Aquellas palabras le golpearon en el pecho y despertaron sus peores pesadillas. Haz algo. Sí, lo recordaba. Todo había iniciado así, por su inacción, por... Mejor no recordarlo. Haz algo. No importa qué, ni cómo. Solo hazlo. ¡Ya! 
Sus labios se movieron sin articular palabra alguna, luego alzó el brazo por encima de su cabeza y trazó con la varita de sauce un enorme círculo en torno a ella y sus compañeras. ¡Haz algo! Los chillidos de los murciélagos se hicieron más agudos y...
***
¿Podría la pequeña bruja controlar aquel conjuro o acabaría bajo las llamas?

-Así es más divertido y... ¿cómo se decía? ¿Inversimo?-le respondió a Gina, con el ceño fruncido al notar que no era la palabra que buscaba, pero incapaz de encontrar la correcta. Era en momentos de duda como estos, en los que su ligero acento indio nativo se asomaba, pero luego volvía rápidamente a adoptar la sobrepronunciación típica de alguien que se esfuerza por hablar otro idioma lo más correctamente posible.-Me refiero a cuando parece que estás dentro del juego.

Uzma asintió a las palabras de Demetérida, también convencida de que las ominosas palabras eran solo eso, palabras. Miró a las hermanas con interés cuando hablaron de un juego muggle, pero no añadió nada más.

Ahora Uzma miraba sorprendida el cielo, preguntándose cuanta magia contendría el juego para cambiar sus inmediaciones a tal escala. Hasta ahora, había probado alguno que otro que intentaba efectos parecidos, pero ninguno había sido capaz de tal alcance.

Pero rápidamente tuvo que abandonar los pensamientos, porque una bandada de murciélagos empezó a atacarlas, tantos que sus chillidos ensordecieron a Uzma. Las palabras del juego habían recomendado correr, pero la chica tenía otros planes. Mientras se cubría con una mano para defenderse de los ataques, con la otra buscó su varita y agitándola en la dirección de las criaturas, gritó a pleno pulmón:

-¡Encantamiento sonoro!

Entre el círculo de fuego de Demetérida y el ruido que pretendía crear, esperaba aturdir lo suficiente a los murciélagos para que huyeran despavoridos y las dejaran libres de continuar con el juego.

Perséfone tomó su escoba, le dio una patada al suelo y salió volando. Una acción muy poco inteligente para escapar de unas criaturas que eran capaces de volar igual que ella. Así que mientras gritaba y ponía todas sus esperanzas en su hermana, los murciélagos la atacaban y mordían sin parar. 

La otra gemela decidió lanzar un hechizo mucho más agresivo y radical, uno que no importaba quién estuviese por delante y lanzó un círculo de fuego. Cuando el resto de alumnas escucharon las palabras del conjuro se asustaron. El círculo de fuego dañaba a todo lo que estaba alrededor y era un sortilegio que era mejor lanzarlo estando solo.

Por suerte para los demás, no tuvo éxito y ni sus compañeras ni los murciélagos se vieron abrasadas por él. Así que, las diminutas criaturas aladas atacaron sin piedad también a la gemela. 

Por suerte para ellas, quién logró ejecutar el encantamiento sonoro fue Uzma que gracias al rugido los murciélagos se quedaron aturdidos y huyeron de allí.

Eliminada esa sencilla amenaza, ahora podían continuar con el juego.

¡Haz algo!

Haz algo.
Haz...
...
Cuando los murciélagos huyeron aturdidos por el sortilegio de Uzma, Demetérida se desplomó en el piso abrumada por una pesadilla de ojos abiertos. Los pequeños mordiscos de los quirópteros eran meros rasguños comparados al terror que había despertado en ella el reclamo de su gemela. ¿Por qué Perséfone había dicho exactamente aquellas palabras? ¿Acaso lo sabía? ¿Sabía que ella...? No. Era imposible. Y sin embargo... Los ojos se le llenaron de lágrimas de terror, de rabia, de culpa, de impotencia y del recuerdo de algo que nunca fue, pero que golpeaba en su pecho como una impertérrita roca dejándola sin aire.
Entonces gritó:
—¡Perséfone, baja de tu maldita escoba y no vuelvas a dejarme atrás! ¡No vuelvas a hacerlo! ¡Jamás! ¿Has entendido? ¡Y ven a que te cure las heridas!
El miedo y la rabia fueron las máscaras que encontró Demetérida para ocultar sus verdaderos sentimientos, porque eran reales, palpables, evidentes; y la pequeña bruja se escondió tras esas máscaras. Era mejor que Perséfone creyera que... ¡Lo que sea! Ella tenía una desbordante imaginación, ya fantasearía algo y lo cantaría a los cuatro vientos. Algo disparatado o enternecedor, algo hilarante o quizá emocionante. ¡Pero cualquier cosa menos eso!
Y mientras esperaba que su hermana pusiera sus pies en tierra, Demetérida se dirigió a la Ravenclaw y  le sonrió, entre agradecida y avergonzada:
—Gracias, Uzma —susurró, y añadió: —¿Podrías asegurar la zona con algún hechizo de protección mientras reviso las heridas de Perséfone? Confío en tu buen juicio. Y antes de hacer nada deberíamos hablar sobre... ¿Ju... jujanji?
Luego, a la silenciosa Gina: —¿Te encuentras bien? —indagó, algo preocupada.
Pese a los muchos mordiscos, sin dudas era mayor el susto que las heridas recibidas. Y, tras una rápida mirada, verificó que las heridas de Perséfone eran leves aunque numerosas, más molestas que peligrosas. 
—Lo siento. No quería gritarte... O quizá sí —susurró al tiempo que alzaba su varita. —¡Episkey! —

Aquellas criaturas pillaron a Gina desprevenida no había actuado y aunque no dijo nada se sentía fastidiada, sin embargo, fue Uzma la que consiguió solucionar el problema de los murciélagos. Pero aquello había sido mucho mas realista de lo que habían esperado. Gina observa el cielo, como aquellos murciélagos se marchaban y dice:

Si… este juego no es normal. Es demasiado realista, yo pensaba que iba a crear alguna clase de ilusión o similar, pero. Eso eran murciélagos de verdad

Mira a las chicas heridas y pregunta:

¿Estáis bien?

Para a continuación tomar el tablero de juego, parecía normal, no tenia nada extraño, una caja de madera de aspecto antiguo pero nada más.

Algo me dice que no va a ser la única sorpresa desagradable que nos encontremos con este juego.

Mira a las tres chicas que estaban allí, por fortuna, aunque un curso inferior al suyo no eran precisamente niñas pequeñas e incluso una de ellas había demostrado una gran habilidad, suspira y dice mientras toma los dados para observarlos más detenidamente, aunque parecían bastante normales:

No veo que tenga nada extraño, pero debe tener magia bastante fuerte porque ha hecho aparecer a murciélagos de verdad, nada de ilusiones ni nada por el estilo, así que me da que la advertencia que había quizás sea mas realista de lo que pensábamos, ¿Cómo lo veis?

Comenta mientras deja caer los dados

- ¡Ayyyy! ¡Parad! - chillaba Perséfone mientras los murciélagos la perseguían, enseñándole una cosa, que por más que intentara alejarse de ellos siempre habrían unos cuantos que buscaban la posibilidad de morderla, denotando la mala idea que había sido coger su escoba, aunque para la joven Winland era algo natural huir de sus problemas con su Saeta de Fuego en mano, algo que no le iba a servir de mucho al igual que cuando intentaba eludir su estudio.

Hubo un momento en que la joven Slytherin pensó que había logrado dejar atrás a los murciélagos gracias a sus habilidades en quidditch, aunque al girar su rostro hacia abajo pudo comprobar, con decepción, que el hechizo de Uzma había sido la causa de la liberación ante aquellas horrendas criaturas. Iba a descender cuando la voz de Demetérida se asemejó a la de su propia madre, exigiéndole a base de chillidos que bajara.

Así no, que me das miedo....

Perséfone dio un par de vueltas en el cielo antes de bajar y pisar tierra, sin tener muy claro si acercarse a su hermana o huir justo en la dirección contraria. Odiaba discutir con ella, siempre tenía razón y tendía a ganar, al fin y al cabo era más cabal que ella misma.

- Ey, lo siento, yo... Perdí el control - se excusó la joven acercándose cabizbaja hacia su homóloga, apenas queriéndole sostener la mirada, para dirigirla luego sobre la Ravenclaw que les había salvado - Gracias Uzma, de verdad si no llega a ser por ti, no se hubieran marchado - suspiró Perséfone sin poder evitar mirar las heridas que estaban marcadas sobre su piel, pequeños mordisquitos que escocían y eran bastante molestos.

- Sí, debemos hablar de este maldito juego. ¿Por qué diablos han aparecido los murciélagos? ¿Por los dados? - miró el tablero y la esfera que brillaba mientras su hermana seguía regañándole y curando sus heridas, o al menos intentándolo - Deberíamos dejar de jugar a esto, es peligroso - Gina les indicaba que seguramente tendrían más sorpresas desagradables y Perséfone se mordió el labio preocupada - Desde luego los bichos esos eran de verdad, ¡cómo mordían!... Pero si no tiramos los dados, si dejamos de jugar....

En ese instante Gina los cogía y lanzaba. Se podía haber enfadado con ella, pero a decir verdad no podía, una fuerza tiraba incluso de ella misma para intentar cogerlos y deseaba hacerlo, desde luego había magia en aquel tablero, algo muy difícil de controlar o parar.

- Maldita sea, no quiero dejar de jugar - parecía una ludópata mientras miraba el resultado del dado - ¡Es doble Gina! ¿No había que tirar de nuevo? - miró a su compañera de casa con duda, al menos eso era lo que había entendido con las normas - ¿No era así Deme?... - le preguntó a su hermana pestañeándole un par de veces, ¿se le habría pasado el enfado?

El encantamiento había realizado el efecto deseado, y los murciélagos huyeron, dejándolas libres de seguir jugando. Ante los agradecimientos, Uzma sonrió y se recogió el pelo tras la oreja, mientras agitaba la mano quitándole importancia.

-No pasa nada. ¿Os duele mucho?-Ante la solicitud de un encantamiento de protección, miró alrededor e inspeccionó la zona. Tras un momento de pensar, añadió.-No sé si hará falta, los murciélagos se han ido ya. Pero si viene otra cosa, ya pondremos otro.

Y volvió a sonreír. A pesar de lo que acababan de presenciar, Uzma no parecía precisamente preocupada por el juego. Más bien, su fascinación aumentaba, y no entendía las preocupaciones que empezaban a tener sus compañeras.

-El juego está jugando con nosotros, es una forma de empezar, ah, por todo lo alto. Quiero decir, tengo primos que se han hecho más daño jugando a cosas más inocentes.-y es que a sus ojos, las heridas no parecían muy graves. Aparte de la gran cantidad, nada que un pequeño hechizo o que el tiempo mismo no fuera  a curar rápidamente. 

Los dados rodaron en manos de Gina y el juego continuó. Demetérida ya detestaba aquel juego aún sin haberle tocado su turno de jugar, pero no por el juego en sí sino por lo ocurrido en ella tras las palabras de Perséfone. Aquel desasosiego era asfixiante. De alguna forma, la pequeña bruja sentía que estaba inmersa en una de sus peores pesadillas... cuyo final conocía muy bien.
Era mejor pensar en Jumanji, en sus reglas, en sus movimientos y en sus consecuencias.
—¿Qué ocurrirá ahora? 
Jumanji, el juego de la selva. Demetérida observó en derredor. Un lago, un puente, un castillo y árboles, pero no una selva. La jungla no estaba allí con su densa y frondosa vegetación. No estaba el escenario, ¿pero sus personajes? ¿Su fauna quizá? Monos, serpientes, cocodrilos, tigres, tarántulas, pirañas...
¿Y qué con las reglas? Acabar el juego o morir en el intento. Mejor acabar el juego, y punto. Jugar al aire libre, vale. El castillo no era una opción entonces. Tirar los dados, y repetir los dobles. Gritar Jumanji al final. Al menos las reglas eran simples, ¿y el juego?
"Pero si no tiramos los dados, si dejamos de jugar..."
—No regresaremos —completó la frase de su hermana, pero añadió: —Debemos terminar el juego y regresar a tiempo para la clase de pociones... preferentemente en ese orden —aclaró, con insólita seriedad. Luego miró los dados, doble dos. —Sí, hay que repetir la tirada, pero... Shhh... —Se llevó un dedo a la boca. —Escucha...

Una vez finalizada la amenaza, Demétrida aprovechó para sanar las heridas de sus compañeras con bastante éxito, se notaba que era una experta curandera y quizá su futuro laboral debería ir enfocado por ahí.

Finalizada la amenaza de los murciélagos y con dos de las compañeras curadas, Gina decidió ser la siguiente en jugar:

Los dados de hueso rebotaron por el tablero mostrando dos doses. La ficha de Gina se deslizó mágicamente por el tablero hasta que todos pudieron ver como en la diminuta casilla empezaba a crecer un montón de vegetación. Entonces, en la esfera central se materializaron unas nuevas palabras:

En la jungla vas a esperar,

hasta un 5 o un 8 sacar.

Las letras se desvanecieron al instante y un terrible vórtice se abrió en el centro del tablero. Ninguno fue capaz de reaccionar y cuando quisieron darse cuenta, Gina había sido engullido por el tablero. 

Uzma se preocupó del estado físico de las heridas que los murciélagos habían provocado, y si bien no era la lesión que más dolor le había causado en su vida a Winland, al menos podía considerarlo lo suficientemente molesta como para no desear repetir experiencia. Desde ese día los murciélagos le darían cierta grima.

- El juego estará jugando con nosotras pero no lo hace limpio - dijo Perséfone recogiendo sus cabellos y colocándolos a un lado, tan descuidados como siempre, pero al menos no le molestaba en el rostro - Quiero pensar que esto ha comenzado de la peor manera posible y que a continuación todo lo demás será más...¿amable? - comenta la Slytherin sin plena convicción.

Demetérida reaccionó ante su sugerencia de no seguir jugando, indicando que tendrían muy difícil regresar. Además de eso había que tener en cuenta un detalle, el deseo de coger los dados era tan grande y las ansias de explorar el tablero tan inmensas, que superaba incluso su afición por volar con escoba, y ya era decir.

- Vale, hay que terminar el juego, aunque la verdad, si no llegamos a pociones tampoco pasa nada. Oye, ¿qué os parece regalarle a algún profesor el juego de Jumaji para Navidad? Podríamos tener un trimestre tranquilito con una asignatura de menos...¿No os parece? - Perséfone siempre ideando maneras de escaquearse de las clases, una costumbre que a veces desesperaba a su hermana.

Gina fue la siguiente en coger los dados y lanzarlos, haciendo que rebotasen y marcaran unos números, los que deberían avanzar en las casillas. La más movida y abierta de los Winland observó la esfera central donde comenzaban a aparecer unas letras, las cuáles leyó en voz alta.

- En la jungla vas a esperar, hasta un 5 o un 8 sacar  - dijo Perséfone sonriendo levemente - Me temo que no llegamos a pociones ni de broma. Pero bueno, no es tan malo lo que nos ha tocado. ¿No? - preguntó curiosa, hasta que Jumanji comenzó a hacer de las suyas de nuevo, engullendo a Gina el tablero - No, no, no, no.... ¡No! - chilló la joven Winland estirando la mano hacia el punto exacto en el que su compañera Slytherin había desaparecido - ¡Ha desaparecido! Esto no pinta nada bien, Deme... ¿Qué hacemos? - miró a su hermana con inquietud, ella solía tener la clave para todo, era la más inteligente de las dos.

Perséfone estaba nerviosa, tocó la madera varias veces pero no consiguió nada, Gina había desaparecido del lugar y no se le ocurría manera alguna de hacerla regresar, más que quizás, tirar los dados.

- Hay que sacar la tirada, o un cinco o un ocho. Gina depende de nosotros. ¿No existe algún tipo de hechizo para modificar los dados? - Cogió los dados, los sopló y sonrió levemente - Un accio, si uso uno quizás pueda conseguir mágicamente el cinco.

Y así fue cómo Perséfone lanzó los dados y con la varita en la mano hizo su magia o al menos lo intentó - ¡Accio cinco! - Lo curioso de todo es que le salió un cinco, discutible que hubiera sido por efecto de su hechizo - ¡¿Viste eso Deme?!... ¡Soy muy buena en encantamientos! - su hermana sabía que eso era tan cierto como las mentiras que les escribía a sus padres diciendo el mucho tiempo que se pasaba en la biblioteca - Me he ganado el fin de semana libre, ya viste que no necesito repasar.

Uzma se acercó al tablero para ver mejor el resultado de la tirada de Gina, soltando un ligero "oooohh" cuando las lianas inmovilizaron la pieza del tigre. En la jungla estarás hasta un 5 u 8 sacar" leyó para sí misma, ante lo que puso cara de fastidio.

-Que aburrido, quería ver que más pasaba.-comentó decepcionada. Si el juego había hecho aparecer murciélagos, ¿de qué más sería capaz? No quería esperar más turnos para descubrirlo, y como si el tablero leyera su mente, un extraño vórtice se abrió en el medio. Y antes de darse cuenta, Gina ya no estaba con ellas.

-¿Qué? ¿Adónde ha ido?

Uzma miró a las gemelas y luego alrededor. Le había parecido que el tablero le había absorbido, pero no lo tenía tan claro. Pero era eso, o que se había hecho invisible, porque hasta allí adonde le alcanzaba la vista no la veía por ninguna parte.

-¿Gina? ¡¿Estás ahí?!-gritó al aire, como si esperara oír de vuelta a la chica, aunque no sabía de dónde podría provenir su voz.

-¡Eh, no hagas trampas!-exclamó al ver a la chica intentar hacer un Accio con los dados.-Debería ser Gina quien sacara esa tirada.-y dubitativa, miro a Deme, buscando su opinión.-¿...no?

Pero no parecía muy convencida. De hecho, ¿Cómo iba a tirar Gina nada si ni siquiera estaba allí...?