Partida Rol por web

Orphen desenfunda su espada mientras se coloca a un flanco y pronuncia una simple palabra, su espada brilla con una intensidad verde y retrasa la accion a la espera de si alguien establece el combate cuerpo a cuerpo inmediatamente.

Vanth no decepciona a Orphen, y se lanza a la carga para comprobar cómo resiste esa estatua ocho libras de espadón...

Orphen finalmente después de ver la carga de su compañero bárbaro también establece el combate intentando golpear al enemigo con su espada.

Mientras Kandalian trata de escurrirse por la rendija, Naldar dispara una flecha que rebota contra el material terroso. La estatua parece invulnerable, pero en ese momento el espadón de Vanth hace su trabajo, y un enorme fragmento del hombro se desprende bajo el impacto del arma del bárbaro. Más por peso que por filo, la enorme espada del joven Vanth ha hecho mucho daño al ser, que se revuelve para lograr golpearle.

- Supongo que podréis con él, ese tipo de seres no son presa fácil para un mago... -dijo Arkaerón un tanto despreocupado.

Entre la polvareda y el humo de la explosión que todavía permanecía en el aire, Kurgan reapareció cargando al encontrarse algo mas alejado que la mayoría. Volteó y lanzó su cadena armada contra el cuerpo del golem de piedra con todas las fuerzas que pudo reunir.

¡Al final caerás, criatura!.

La estatua parece enfurecida y animada por una energía abrumadora lanza sus puños en todas las direcciones con mucha velocidad. La armadura de Kurgan desvía en parte y absorve el golpe que recibe, pero Vanth y Orphen reciben dos mazazos con una de esas manos de mármol.

Mientras el combate se sucede, el impredecible gnomo sigue tratando de colarse en el agujero y finalmente tiene éxito. Lo último que ven de él es unas piernecillas escurrirse en la oscuridad bajo el altar.

Kandalian tuvo la sensación de escurrirse en un terreno pedregoso que cedía ante su peso. Los guijarros, si es que eso es lo que eran, que ocupaban ese agujero medían al menos la mitad del puño del monje, de modo que no formaban nada parecido a una superficie compacta. Afortunadamente, un suelo detuvo el hundimiento del gnomo. Una sensación de suave golpeo en sus pies que le dice que ha aterrizado sobre papeles, libros o cuero.

La oscuridad es practicamente absoluta, pero tanteando hacia sus pies Kandalian confirma la impresión: hay varios grandes libros debajo de él. Cada movimiento del pequeño explorador provoca un suave crujido, al moverse todos los guijarros y chocar unos contra otros. El gnomo está hundido en ellos hasta los hombros. Agarra una de esas piedras y eleva el brazo lo más alto que puede, buscando la luz de la pequeña rendija que debe estar tres pies por encima de su cabeza. Un destello blanquecino casi le ciega: ¡son diamantes!

Kandalian había conseguido modular gran parte de su carácter gnomo. La displina del monje y la dedicación a su deidad le habían permitido adiestrarse en según qué comportamientos. Pero esto era demasiado. La imaginación de Kanda comienza a dispararse al pensar en el contenido, seguramente mágico e impresionante, de los libros escondidos... Pero pierde totalmente el control cuando da con los diamantes. La fijación de los de su raza para con las piedras preciosas está lejos de ser explicada por la avaricia. Sin darse cuenta, algunas de estas piedras caen inconscientemente en sus bolsillos mientras contempla otras...

Al ver que sus compañeros estaban recibiendo golpes sin fin y que su ataque no consiguió gran cosa, Naldar decidió moverse ágilmente de donde estaba, intentando llegar a la retaguardia del enemigo. Quizá lo pueda pillar desprevenido... 

Kandalian se retuerce en el oscuro foso. Parece ser poco más que un agujero rectangular de cinco pies de profundidad y tres por seis de lado. Encaramado sobre los bultos que sin duda parecen libros, el pequeño gnomo hasta podría llegar al borde poniéndose de puntillas. El problema es que el pesado altar yace inamovible sobre el foso, de manera que la única salida para el monje es la estrecha grieta por la que entró.

Vanth, cansado de la lucha con esa estatua, se deja llevar completamente por la locura de batalla y da espadazos uno tras otro.

Enormes trozos de mármol vuelan por la habitación cuando el bárbaro da rienda suelta a su rabia. Cuando Kurgan o Arkaeron piensan en volver a atacar o conjurar algo, la estatua ha sido reducida a cascotes y polvo gris. La sala vuelve a quedar en calma, salvo por ciertos grititos agudos que provienen del foso bajo el altar donde se coló Kandalian. Todos se alarmarían de no ser porque conocen demasiado bien al gnomo, y esos chillidos son de excitación. Debe haber encontrado algo interesante allá abajo...

Los gnomos tienen muchas caractarísticas en su forma de ser que hacen desesperar a la mayoría de las demás razas. Pero hay algo que no tienen ni por asomo, y es la avaricia. Los diamantes que llegan a sus bolsillos y saquillos no lo hacen por egoísmo, sino por curiosidad y por esa afición genética por las piedras.

Los gritos de excitación son los propios de aquel que sabe que ha encontrado algo emocionante. Lo único que se le ocurre decir, cuando es consciente de que la lucha ha finalizado es - Eh! Arkaeron, igual alguno de estos libros contiene conjuros útiles para ti. 

Kandalian ojea dos de los libros más cercanos, encontrándolos fascinantes. La impresión general es que todos los legajos versan sobre magia y religión. Este último tema resulta incluso más interesante para Kandalian que el primero, pues, a pesar de que hay imágenes y citas claramente malignas, los pergaminos parecen contener una gran sabiduría.

Aunque es incapaz de sentir o identificar los conjuros como Kurgan o Arkaeron, el gnomo sí presiente fuerte magia en los libros.