Partida Rol por web

El ingenio derro disponía de dos pequeñas aperturas desde las que se vislumbraba el diminuto ejército que se formaba ante ellos, infantería y arqueros, la cosa podía complicarse, pero los dioses no habían dotado de mucha inteligencia a su comandante, que lanzó a su infantería en una carga frontal contra una máquina de asedio fortificada.

A ver si soy capaz de manejar esto...

​​​​​​Pero parece que Indikos no era más listo, accionó los controles de lo que él pensaba que era el lanzallamas, pero unos alarmantes crujidos alertaron al íbero de que algo no estaba saliendo del todo bien...

Indikos se cepilla a cinco derros, casi la mitad del grupo de infantería que venía hacia vosotros, con esa primera llamarada.

-¡Por la Sagrada Biblioteca! ¡Esto es GRANDE!

La llamarada asa literalmente a varios derros, justo después de que Ameleón se llevara por delante al más adelantado ensartándole con su lanza. 

No hubo tiempo de más regocijos, sin embargo, ya que los bichos esta vez parecían mejor organizados, cumpliendo las órdenes del que parecía su líder. Deseo se fijó bien en él, en cuanto estuviera a distancia debía ser el que tendrían que quitar de enmedio para neutralizar al resto de la tropa. Sus cráneos diminutos no debían contener demasiada masa cerebral...

De nuevo se preparó para un embiste, eligiendo al siguiente derro más cercano, y por tanto ahora mismo más peligroso para ellos. Querría empezar a ensartar a dos de ellos, o a segar sus cabezas, o simplemente herirlos. Debería esforzarse.

Otro derro ataca a cada uno de los guerreros, mientras dos de ellos golpean al ingenio que Indikos maneja ahora. No consiguen hacer casi nada, más bien parece una pataleta. Al jefe al fondo, tras la fila de arquerillos, se le ve bastante cabreado.

Los incansables hombrecillos trataban en vano de golpear al engendro pero, sus débiles lanzadas apenas provocaban una vibración que Indikos notaba casi como un cosquilleo, observó que uno pudo alcanzar a Deseo haciéndole un pequeño corte, aún así la asiática se mantenía como la más entera de los tres.

Nuevamente tomó el control de la terrorífica arma, esta vez accionó los que manejan el hacha para golpear a una de las criaturas que pululaban a su alrededor y así zafarse de su ataque.

El golpe fue brutal, prácticamente despedazó al derro, como si fuese algún tipo de juguete infantil de madera que se deshace en pequeñas piezas, de haber usado una maza en lugar del hacha, habría quedado convertido en una masa informe de carne y huesos diminutos.

Ja! -rió sonoramente el íbero- Creo que podría acostumbrarme a este arma tan curiosa

Tomar el control del ingenio había sido una gran idea y una gran fortuna, dada su legendaria mala suerte, suponía que alguno de los otros dos compañeros tendría toda la que le faltaba a él

El armatoste era realmente efectivo, además Indikos le había cogido rápidamente el aire, y repartía hachazos a diestro y siniestro, para desespero de algún derro que había tenido la osadía de ponerse en medio.

Una de las armas de esos pequeños y malditos seres había sajado las carnes de la asiática, y aunque no había sido importante no dejaba de ser una molesta herida.

Pero Deseo estaba dispuesta a seguir y acabar con la amenaza, por lo menos aquella, y también con el tipo de la armadura. Así que siguió adelante, enfrentándose con el siguiente de los derros que se le puso delante.

Los tres guerreros permanecían muy concentrados en la batalla y actuaban de una forma eficiente y organizada. Los derros de avanzadilla parecían mosquitos intentando picar a un buey. Se sucedían los golpes letales, primero el del enorme brazo mecánico accionado por Indikos, después atacaba Deseo con otro golpe contundente como ya nos tenía acostumbrados. A continuación Ameleón cargó la lanza pero golpeó al aire. Fue el primer ataque que fallaba desde que empezaron a pelear y se dio cuenta de que los músculos ya estaban empezando a sentir el dolor del trasiego de la batalla. 

Levantó la mirada y se dio cuenta de que aún quedaban derros y no pararían hasta que no lo ordenara su jefe. Volvió al flanco y trató de indicarle a la asiática que le ayudara a mover la máquina. - Chicos, no van a parar hasta que no caiga su jefe. Podemos intentar ponerlo a tiro de fuego.

Deseo hiere de gravedad a uno de los pequeñajos, pero continúa con vida. Indikos, desde el interior del minotauro mecánico, descuartiza a otro. Aún quedan cuatro, y los arqueros al fondo. El que parece el jefe coloca en el suelo una especie de marmita en la que vierte un líquido. Los derros arqueros se colocan alrededor, es algo extraño.

Los ataques de los hombrecillos son en vano, al menos los de estos, la infantería.

Deseo asiente a las palabras del ateniense. Salir de delante del chorro de llamas es primordial para intentarlo.

No sin antes llevarse por delante a otro bichejo con lanza, o intentarlo. Y luego, correr atrás del Engendro, para evitar abrasarse.

-¡Vayamos atrás! ¡Indikos, dale al fuego! ¡Llega lejos, igual asa al jefe!

Indikos se percató casi al instante del peligro en que se encontraban, probablemente esa marmita contenía fuego griego, el mismo que alimentaba las llamaradas de la bestia metálica que manejaba. Había oído hablar del fuego griego en boca de algunos prisioneros iberos, que habían participado como mercenarios en guerras por todo el mediterráneo, pero jamás lo había visto en persona, si en efecto se trataba de eso, iban a tener un problema grave como les alcanzasen las flechas, puede que su comandante no fuera tan idiota después de todo...

¡Tienes razón Deseo! ¡Estad atentos! Creo que lo que hay en esa marmita es fuego griego, no podemos permitir que nos alcancen con esas flechas ardiendo empapadas en ese líquido, o estaremos en un buen problema.

Tomó los controles que accionaban el lanzallamas y apuntó hacia el grupo de arqueros y su comandante, si tenía suerte e impactaba en la marmita, podría causarles un daño devastador.

Los controles eran los correctos, y el chorro de llamas se dirigió certeramente sobre el grupo de arqueros y su comandante, cada vez que lanzaba una llamarada era una pequeña venganza por haberle casi quemado en el anterior combate, una leve sonrisa maligna se dibujaba en el rostro del curtido guerrero íbero. Tomad de vuestra propia medicina... Pensaba mientras veía como el fuego les alcanzaba de lleno

Deseo acaba con otro hombrecillo gris, par aluego parapetarse junto a Ameleón tras el ingenio manejado por Indikos. El minotauro mecánico escupe, anegando el túnel con fuego. Los más cercanos, los tres que quedan atacándoos con lanzas y espadas son carbonizados al instante.

El ataque es letal. Sólo un arquero queda en pie. Los demás, incluido su jefe, se han evaporado con la llamarada de azufre. El que queda huye. Habéis vencido a este pequeño ejército. Lamentablemente la máquina también se ha dañado a sí misma, parte del fuego ha chorreado por un lateral y algunas partes de madera se han quemado, impidiendo su desplazamiento. Ya no hay ninguna criaturilla a la vista, y el cansancio y dolor por las heridas recibidas os caen encima de golpe.

¡Hahahaha! ¿Qué os ha parecido eso eh? -Indikos explotó en una sonora carcajada mirando a Deseo y Ameleón, sus compañeros de batalla-. Sin embargo, su vista se nubló repentinamente y trastabilló, apoyándose en lo que quedaba del ingenio derro para no caerse, tenía la vista borrosa, y el dolor, como si de la pesada roca de Sísifo se tratase, invadió repentinamente su cuerpo dejándole prácticamente paralizado. Respiraba de forma agitada por culpa del dolor.

Con una mano temblorosa extrajo de su zurrón la última de sus reservas de alimento y dio el último trago de agua, tratando de recuperar fuerzas.

Indikos observó su cuerpo, las quemaduras eran terribles, tenía una herida de lanza horrible en el vientre, no entendía cómo podía seguir con vida, quizás les había dado espectáculo a los dioses y le habían mantenido con vida para ver más.

Observó el interior de su zurrón. Aquello había sido lo último de sus reservas, si no encontraba comida y agua, moriría sin remedio. No tenía fuerzas suficientes para sobrevivir sin alimento ni agua, a causa de sus heridas.

Al haberse llevado algo a la boca, el guerrero de Ampurias recuperó un poco la compostura, echó un vistazo a su alrededor y observó los cadáveres derros a su alrededor, algunos muertos por las armas, otros carbonizados. Se preguntaba si habría algo en alguno de los cadáveres que les permitiese a todos recuperar algo de provisiones. Eran un grupo numeroso de derros, bien organizadas y comandados, con un arma de guerra magnífica, debían de tener alguna base, pequeña aldea o lugar donde descansar y alimentarse.

Repentinamente le vino a la memoria el cadáver medio devorado de Teseida la amazona, francamente no le hacía ninguna ilusión comer nada que comiesen los derros.

Observó los cadáveres tostados de los derros, y una tenebrosa idea se formó en su mente....

Y el fuego lo inundó todo y abrasó a todo el regimiento derro. Ameleón había puesto todas sus esperanzas en ese disparo y esperaba detrás del artefacto, apoyado ya sobre sus rodillas, descompuesto por el esfuerzo. Cuando alzó la mirada y comprobó que la estrategia había sido un éxito hincó la rodilla en el suelo, se sacó el casco para tomar una bocanada de aire y a punto estuvo de tumbarse.

Consiguió mantenerse de rodillas porque sabía que en el caso de tumbarse no lograría ponerse fácilmente de nuevo en pie. Sacó el odre de agua y lo llevó con mucho cuidado hasta su boca. Hasta los labios los tenía quemados. Luego rebuscó en su bolsa y sacó un poco de pan dulce para sentir un pequeño rebrote de energía en su cuerpo. 

Era consciente de que Indikos había bajado malherido de la máquina y Deseo se concentraba para quien sabe que nueva sorpresa podría estar preparando la extranjera. Recuperada un poco la compostura volvió a colocarse el casco, recobró la verticalidad y empezó a darle vueltas a lo que hasta ahora no había tenido tiempo de pensar...-¿Y ahora qué?- mientras levantaba la lanza al cielo pidiendo a su diosa Atenea una luz que señalara la dirección a seguir hasta llegar al minotauro de verdad, sin encontrarse con nada más por el camino.

Las esperanzas de pelear ahora contra el minotauro de igual a igual y salir victorioso se le antojaban ahora casi imposibles. Pero una vez más no se dejó llevar por la negatividad y se puso a hacer estiramientos para tonificar y descontracturar su cuerpo entrenado.

Ahora que no hay rastro de los derros, os seguís adentrando por los túneles hasta llegar a una enorme sala iluminada desde el techo. En la sala hay dos puertas, una por la que habéis entrado y otra al otro extremo. Este salón, mucho más refinado y ornamentado que los túneles por los que habéis venido, parece importante. Hay mosaicos, tapices, motivos geométricos hechos en piedra, columnas esbeltas, el aire es agradable, hay estatuas de mármol y bronce. Cuando os acercáis a la otra puerta os dais cuenta de que no podéis simplemente continuar. Una gran estatua de piedra, que representa a un guerrero griego enorme, bloquea el acceso. A simple vista no cabrías por los huecos que deja entre las jambas y él. Está puesto a moto de puerta, de obstáculo, y cumple su función a la perfección. A sus pies tiene labrada una inscripción, que podéis leer:

"Aquí descansa Asterión, hijo Pasífae, reina de Creta. Visita este templo como un amigo."