Partida Rol por web

Hilos invisibles

Capítulo 0: Resonancia (Milka)

Cargando editor
04/11/2015, 02:31
Dallas Turner

La risa de Dallas cuando preguntas por su hipotética e inexistente prima de Colombia resuena en tu cocina durante un instante, pero no tarda en apagarse durante aquel abrazo. Finalmente toda la existencia que queda de ella es tu recuerdo y la sombra de una sonrisa en sus labios. Un instante más tarde, cuando te asalta aquel sabor a limón y acabas por sugerir añadir tequila a aquella cena, puedes sentir que aquella es la sucesión lógica de las cosas. No necesitas tomarte un momento para darte cuenta de que ese pensamiento no es del todo propio de ti, y ni siquiera está asociado a un recuerdo claro, aunque sí podrías rememorar cada una de las veces que has tomado esa bebida en tu vida.

En respuesta a aquella idea tu amiga no tarda en dedicarte una sonrisa, y puedes ver tras su mirada cómo trabaja su mente, imaginándose ya la situación. Alcohol, cotilleos inventados, comida mejicana... Sólo faltaría algo de azar para completar la noche. - Me parece una idea fantástica. - Asegura. Y acto seguido, cuando hablas de ir juntas al supermercado, ella asiente con naturalidad, como si no se imaginase una mañana sin ti ahora que ha venido hasta tu casa y no viera motivos para excluirse de ninguno de tus planes. Además, aquello debería ser para preparar lo de aquella noche.

Mientras te preparas puedes oír cómo Dallas abre con naturalidad tu frigorífico para tomar un vaso de agua fría y, una vez utilizado, lo deja en el fregadero. Finalmente, cuando ya estás lista, te acompaña afuera, donde aprovechando que no está el coche que Aharon se ha llevado ha dejado el suyo aparcado delante de la casa.

El rato siguiente pasa con fluidez. Ella va rellenando vuestro carro con cosas que considera evidentemente imprescindibles, como varias tabletas de chocolate, un par de botellas de ron para acompañar al tequila y preparar un cóctel que se le acaba de venir a la mente, pero que probablemente no lleve las cosas que ella recuerda, y un paquete que aparece casi por arte de magia en la estantería, a la altura de vuestros ojos, que es como un preparado para hacer crêpes con sólo mezclar con agua. Tu propuesta sobre cambiar la cena es recibida con una aceptación y la promesa de preparar juntas algo tan elaborado, aunque un minuto más tarde puedes ver en el carrito que ella - probablemente sin pensarlo realmente - ha dejado caer todos los ingredientes para preparar los burritos igualmente.

Tardáis un buen rato en llegar a la caja, y cuando lo hacéis tu amiga se encuentra explicándote un documental que ha visto hace un par de días sobre el deshielo de los polos. No te cuesta darte cuenta de que muchos de los datos que cita no son correctos, pero tampoco parece importarle demasiado.

Cargando editor
04/11/2015, 03:43
Narrador

Son ya las doce cuando estáis abandonando el supermercado. En todo ese tiempo ella no ha vuelto a sacar el tema de tu posible memoria genética, y al subiros al coche parece totalmente animada ante la perspectiva del plan nocturno. Tras colocar la compra en el maletero no tarda en ponerse el cinturón y arrancar, casi sin darte tiempo a que tú hagas lo mismo. Su conducción casi podría caracterizarse de alegre, si se puede llamar así a esquivar los otros coches con la naturalidad y el optimismo de quien nunca ha tenido un disgusto al respecto y quien sabe usar una encantadora sonrisa para hacer que los conductores varones le cedan el paso. Ella conduce de camino hacia tu casa mientra a vuestro alrededor la gente parece seguir haciendo su vida: transeúntes de camino a alguna parte, un grupo de adolescentes fuera del instituto... Hasta que ves a alguien que te llama poderosamente la atención.

Os encontráis a sólo dos calles de tu casa cuando le ves: es ancho, fuerte y afable, aunque sus ojos parecen inundados de una tristeza que conoces bien. Y hay algo en él que te resulta especialmente familiar, a pesar de que tu cabeza te dice que no le has visto nunca. Es como si tu cerebro pareciese empeñado en recordarle, o en crear un recuerdo nuevo del pasado sólo para él, superponiendo algún otro.

En el momento en que se cruzan vuestras miradas sientes, además, algo diferente: un escalofrío que nace en tus manos y crece por tus brazos hasta llegar a tu cuello. De inmediato una sensación de frío intenso comienza a reptar por tu cerebro, inundándolo, y de repente te sientes como si estuvieras a punto de desmayarte. Durante los escasos segundos que la velocidad del coche de Dallas se lo ha permitido él ha seguido claramente la posición de tus ojos con sus pupilas. A tu lado tu amiga no parece haber notado nada diferente, y mientras tu conciencia se va apagando puedes oírla hacer alguna pregunta que ni siquiera parece tener importancia. No mientras todo se desvanece a tu alrededor.

Notas de juego

Puedes hacer un post con últimos pensamientos antes de caer en la inconsciencia :).

Cargando editor
04/11/2015, 11:44
Milka Bendij

Todavía me encuentro atrapada en ese documental narrado cuando Dallas ya ha avanzado a otra actividad, y en mi cabeza se mezclan sus palabras sobre la cena y el terrible destino de los osos polares y del mundo entero por el deshielo. Siento jaqueca, una jaqueca a la que ya estoy acostumbrada, idéntica a la de otras veces, sé dónde será el siguiente pinchazo en mi cerebro y cuanto durará aquella sensación por la repulsión magnética del pasado y el presente que conviven en mi cabeza.

Empiezo a llevar mi mano a la sien, cuando oigo el ronroneo del motor y en un impulso de supervivencia por temor, lanzo la mano al cinturón de seguridad y lo aseguro, girando inmediatamente la cabeza hacia la conductora en un reproche mudo. Curiosamente, con la momentánea subida de adrenalina por aquella nimiedad que me acojona me libro de los Polos y de la jaqueca.

Me obligo a inspirar profundamente, y a evitar mirar el velocímetro. Mi espalda va pegada al asiento, presionando contra él casi como si quisiera atravesarlo y salir huyendo por la parte de atrás del coche, mantengo la cabeza del mismo modo, planchando la oreja con fuerza contra el cabezal y la mirada suplicando socorro a cada transeúnte. Mis manos se aprietan contra el salpicadero y el asa instalado en la puerta del coche.

Recuerdo todas las veces que he prometido no volver a subir al coche de Dallas, y a esa pila ignorada añado una más que no olvidaré pero sé que tampoco escucharé. Siento mi corazón latir con fuerza y los remordimientos por no detener a Adam agitarse en el pozo de ácido que han creado en mi corazón, pero no llegan a perturbarme, sino más bien solo se dejan ver como una advertencia.

Cierro los ojos, solo un segundo, o quizás incluso menos, lo siento como un parpadeo pero en esa oscuridad puedo volver a verle, fugaz e intenso como cada latido que bombea mi sangre, y poco a poco aquel pánico se torna agradable, y disminuye hasta el nerviosismo y la excitación de una atracción de feria.

Entonces, aflojo la presión de mi cabeza en el asiento, y, al hacerlo, veo a alguien, fuera en la calle, que absorbe todo lo demás. Un hombre desconocido y extrañamente familiar. Incorporo el resto del cuerpo, entornándolo hacia él, ignorando desde mi cabeza que sigo en esa maquina de estrellarse. En ese momento solo me mueve la curiosidad, por mortal que pueda ser, soy como una polilla atraída por un haz de luz, acudiendo a la misma calidez.

Mi cabeza vuelve a trabajar, invadiéndome con la reposición de mi vida, sin cortes, y comprimida en esos segundos que transcurren al cruzarme con sus ojos. Puedo sentir la tristeza en ellos, incluso creo comprenderla, como si aquella fuera la pieza que le encaja en mi y entonces, mis brazos se aflojan, haciendo caer mi mano del salpicadero a mis rodillas, y borrando toda tensión que me mantenía segura, el escalofrío sube hasta adueñarse de mi cerebro, de mi jaqueca, y de mi consciencia.

Veo el mundo emborronarse, pero no me da tiempo a tener miedo, o tal vez, no sé sentirlo. Oigo a Dallas, o eso creo e intento girarme hacia ella, o eso creo. Pero el hilo de consciencia que me queda sigue con ese hombre, lejos de mis hijos y muy próximo a los directores de mi corazón - ¿Quién eres?- creo llegar a preguntarle - ¿Quién has sido?- me corrijo antes de perderme en la nada.

Notas de juego

Pendiente de revisión

Cargando editor
07/11/2015, 04:10
Narrador

Una dulce melodía de piano llega a tu mente en la oscuridad que rodea tu inconsciencia, desperezándola y atrayéndola con suavidad. Te sientes por un instante transportada en el aire, mecida por esa música que te rodea y te sirve de apoyo, como si viajaras encima de una nube de algodón, vestida con una tela tan fina que parece casi de papel. 

Poco a poco vas percibiendo el resto de instrumentos. Los violines, los cellos, el oboe... Todos encajan con precisión milimétrica en tempo y espacio para formar una melodía que tu memoria reconoce tras unos segundos de rastreo como el Concierto para piano Nº 5 de Beethoven en Mi mayor. Un instante después, tu cerebro completa el resto del almacén nemotécnico que tienes la suerte y la desgracia de poseer. Obertura 73 "Emperador", primer Allegro. 

Con una inspiración abres los ojos y la luz de los focos te ciega durante un instante al mirar a tu alrededor. El olor a madera y a barniz es fuerte y casi puedes sentir la respiración contenida del público, más allá de la barrera invisible que las luces forman. El asiento que hay bajo tus posaderas es cómodo y las teclas de marfil, blancas y negras, brillan delante de tus ojos. 

Sin embargo, son los dedos que las pulsan los que atraen tu atención por completo. Unos dedos largos y finos, que se mueven con suavidad y firmeza, tocando cada una de ellas con pulsaciones exactas y, al mismo tiempo, capaces de estremecer las emociones de tu pecho, de enredarse con ternura en tu esternón y acariciar tu piel, erizando todo el vello de tus brazos con cada nota.

Es extraño estar allí, pero al mismo tiempo tienes la sensación de estar exactamente donde debes estar. Te encuentras cómoda compartiendo el asiento del piano con ese hombre asiático que mueve las manos sin descanso por encima del teclado. Su entrega recorre tus venas como si fuese tuya, sientes su temor apartado en estos momentos a un pequeño lugar de su mente, percibes su emoción llenándote por entero y hasta sientes un leve cosquilleo en la sien, en el lugar exacto donde una gota de sudor recorre su frente. 

El hombre mueve un poco la cabeza y cuando vuestras miradas se encuentran algo en tu cerebro y en tu pecho parece conectar con él, como si lo conocieses de siempre, a pesar de no haberlo visto nunca, como si pudieras confiar en él tu vida, incluso tu propia alma. Un hilo invisible parece atarse entonces, uniéndoos de una forma que tu mente no puede racionalizar ni explicar, pero que sientes de una forma tan innegable como inexorable. 

Cargando editor
09/11/2015, 15:57
Park Hyun-jin

Las emociones del músico te embargan en esa extraña comunión entre ambos, acariciando con suavidad algún lugar en tu pecho. Puedes sentirlo, del mismo modo que intuyes que él te siente a ti. 

 

Soy la estrella, soy la música. Mis ojos están cerrados y mis dedos son el arte que se desliza ágilmente. Corren, bailan, saltan sobre las teclas de manera armoniosa. Se encuentran, giran, ríen, ruedan y hacen del teclado su patio de juegos. Como si fueran dos patinadoras artísticas, mis manos giran y se mueven sobre el hielo del piano, arrancando los hermosos sonidos y acordes que sólo un piano, un piano bien afinado podría provocar.

Mi cuerpo se contagia del ímpetu que mis manos, las manos, tienen en su propio performance, y comienzo a balancearme como si la música misma hiciera navegar mi cuerpo a través de un mar de notas perfectamente localizadas. No veo a Abercrombie, o a Marcus, ni siquiera a Muzaffer Vargin, pues mi vista no existe más a medida que todo el concierto se eleva en estertores de increíble belleza y la sala es un paisaje de música. Siento la batuta del director viajando a través del aire en sus manos, hilando con precisión el telar de sus músicos, siento la calidez de los reflectores que me arrancan gotas de sudor, siento el subir y bajar de mis dedos, como si fuesen agujas que lentamente fabrican la forma de la seda más hermosa que conozco.

Y entonces la veo. Primero es una silueta sin forma y luego es una presencia que puedo definir con la misma suavidad y sensualidad con que mis manos tocan la pieza. Mis ojos se abren, encontrando una explosión de formas, colores y luces que no parecen definir más realidad que la de mi mente hundiéndose poco a poco en el piano y alejándose de la realidad y la cordura. No dejo de moverme, no me opongo a que mis brazos lleven tras de sí mi tronco, mientras toco y toco y sigo tocando con suavidad, con encanto, con dulzura.

Está allí… puedo sentir su olor, puedo ver sus ojos y su sonrisa, sus cabellos dorados. Debe ser un ángel, un ángel que ha venido a escuchar mi concierto. Volteo a verla, y sonrío. Sonrío sin pensar en que pierdo la cabeza, sonrío sin considerar que necesito mi medicina, o sin detener la marcha de la música que se riega desde todas partes, por todas partes, que se junta con todos los instrumentos y cae como una cascada sobre los espectadores. Me pierdo un instante en sus ojos, siento la conexión entre ambos en mi cerebro y a pesar de nunca haberla visto antes, su presencia me llena de tranquilidad, su presencia me es tan familiar… que puedo volver a cerrar los ojos, con la certeza de que sigue allí, y continuar moviéndome bajo la fantástica brisa que es la música de Beethoven.

Y tomo aire, y saboreo el ambiente que me rodea, pues nada es tan potente, tan liberador, tan maravilloso como estar sumergido en la música.

Cargando editor
09/11/2015, 20:34
Milka Bendij

Todavía puedo sentir mi voluntad pendiente de comprender las palabras de Dallas cuando esa melodía se arremolina en mi muñeca para sacarme de esa nada que percibo como ínfima.

Siento mi cuerpo ligero, tan ligero como las nubes, suspendida en la caricia de esa melodía tan familiar y oportuna. Me dejo mecer por ella, sin prisa para abrir los ojos, sintiendo mi cuerpo tan remolón como cada mañana que mi madre me despertaba con esa misma ondulación del aire aun causada por otras cuerdas, siento la fina sábana que me cubría entonces sobre mi cuerpo, y es entonces cuando mi mente se apresura a devolverme la imagen del encabezado de la partitura acompañada de su lectura en cien ecos con la voz de ella: Concierto para piano Nº 5 de Beethoven en Mi mayor; también conocido como el Emperador.

Catalogada la melodía, desaparece una ligera presión en mi pecho, de una obligación pasada, y tras una inspiración me siento con derecho a abrir los ojos.

Mis oídos siguen pendientes de la pieza, ajenos al dolor casi punzante de la luz en mis ojos que vuelven a cerrarse con fuerza en retirada de un combate que no pretender perder.

Siento ahora la verdadera naturaleza de la tela que me cubre y creo descifrar el significado de todo aquel sueño, hasta que en una nueva inspiración llega a mi el olor a madera y barniz y encierra en un ataúd mi hipótesis. Abro de nuevo los ojos, y me fuerzo a seguir mirando más allá de las luces hasta que tomo consciencia de dónde estoy y un escalofrío recorre mi espalda estremeciéndome, aterrada por el descontrol sobre mi misma.

Mis ojos lidian con el ritmo acelerado de mi corazón por la falta de comprensión de la situación persiguiendo el baile de los dedos que dan vida a la sinfonía, con firmeza y exactitud. Perfecta. Tan cargada de emociones que me da la seguridad de estar en un sueño y modifica la agitación de mi alma.

Abandono el temor de sentarme frente a un público, y el pudor por ignorar si la carne de mi espalda queda al descubierto y todo mi interés se vuelca en el Emperador. Extiendo mis manos sobre las teclas, alejadas de ellas solo lo justo para dejar que otra mano las pulse y con el siguiente Do, apartó la derecha para tocarme la sien con dos dedos, dibujando el deslizante cosquilleo que al tiempo se refleja en una gota de sudor en el pianista.

Me quedo inmóvil cuando su mirada se cruza con la mía y mi consciencia se vuelve más pesada recordándome el escalofrío que ha recorrido mi brazo hasta helarme el cerebro lo que creo segundos antes.

Pero hay algo distinto esta vez, algo nuevo. Me sorprende lo poco que estoy acostumbrada a ello, y al segundo detesto esa laguna en mi maldición. Una parte de mi esta dispuesta a correr, pero es esa misma parte que jamás escucho hasta que vuelvo a vivirla y ya no puedo hacerle caso. No obstante, el resto de mi alma se inunda de la perfección y la delicia de la ejecución de esa pieza. Sonrío colocando los dedos en las cuerdas invisibles de un arpa, discreta, pacientemente esperando mi entrada y cuando esta llega, muevo los brazos y los dedos por ese instrumento que solo existe en mi mente e igualmente solo suena en ella en perfecta armonía con mis recuerdos y con mi sueño.

Notas de juego

Cargando editor
10/11/2015, 12:37
Park Hyun-jin

“¿Qué hace?” Mi mente estalla en un sinfín de impresiones que ondean al viento. Mis sentidos oscilan, enviándome señales contradictorias, mi corazón late, con un pálpito que dista mucho de ser libre, de ser único: se mueve al ritmo de sus dedos, pues por mi sangre no fluye más que música. Mis ojos luchan por cerrarse, mi boca lucha por ahogarse, por saborear el manantial que es cada crescendo, cada acorde, cada impacto tranquilo sobre las cuerdas que hacen vibrar mi universo una y otra vez, trayendo la vida a mis manos.

Pero la duda es más fuerte. Sus movimientos se cruzan con los míos, sus sensaciones se entrelazan con las ideas que brotan de mi cabeza en forma de incomprensibles partituras y arreglos. “¿Qué hace?” me pregunto disonantemente mientras sus dedos fingen tocar conmigo, mientras su compañía parece deshacerse en silenciosos halagos al disfrutar y querer participar de mi música, de mi obra, de mi talento. Me muevo como un joven ciprés a merced del mistral, mientras el sonido de cientos de miles de hojas se abalanza sobre mí, cubriendo de murmullos las increíblemente graves notas que ambiento mientras los personajes de aquella historia tácita escrita en el cuadernillo frente a mí, cantan con sus feroces y hermosas voces.

Cierro los ojos, me rindo ante los deleites que mi instrumento me provee. Las mieles de un amor incomprensible, un amor oculto a los hombres y mujeres, un amor que sólo disfrutan mientras contemplan en silencio el acto de pura creación que ejecutamos para ellos. Y mi pecho se llena de orgullo, y mis labios rozan con devoción la melodía que impregna cada partícula a mi alrededor, como si fuese capaz de besarla mientras sigo a la música con mi cuerpo, y la música sigue a mis manos.

Giro mi rostro y la veo. La veo divirtiéndose en el aire, la veo disfrutando del éxtasis que es capaz de sentir la música en su piel puede experimentar. La veo fingiendo que hay un arpa frente a ella y niego suavemente con la cabeza, con una sonrisa divertida, con una expresión similar a la que un padre haría al ver que su pequeña juega entre mundos imaginarios, hablando de princesas, dragones y caballeros en dorada armadura. “No sé quién eres” se le ocurrió mientras volvía a mirar  hacia la partitura y cerraba los ojos.

Era el momento de darle su merecido final a aquella obra que embriagaba sus sentidos y traía a los mismos ángeles a contemplar su delicioso concierto.

Cargando editor
11/11/2015, 01:19
Milka Bendij

Mis manos siguen moviéndose sobre cuerdas de aire, autómatas, guiadas por el recuerdo y cada una de sus copias. Entonando la misma nota que el piano en el momento preciso en que debe nacer. Siempre he admirado la calma de la perfección y me he refugiado en ella para encontrar descanso. Sin embargo, ese sueño hecho concierto hace vibrar mi alma, arrancando un pedazo de mi misma para sustituirme con musica, musica pura y viva.

Recuesto mi sien en la curva del arpa que existe solo para mi e inspiro suave y lentamente. Deseando respirar el concierto, invadir mi aire y mi sangre con él. Mis dedos no se detienen, no saben hacerlo; pero mi mente se relaja transportada a la historia de los personajes de la obra y mi corazón toma un palpito que no comprendo pero recuerdo.

Siento su mirada y llevo mis ojos a los suyos con una sonrisa tierna y un brillo emocionado. Algo en esos ojos se me antoja familiar, y la calidez de la musica de mi madre vuelve a fluir de mi corazón para mezclarse en ese pedazo de mi alma mutado.

Cierro entonces los ojos y dejo que el peso de mi cabeza, devuelva mi mirada cerrada a las cuerdas. - No sé quién eres. No sé quién fuiste.- pienso avecinando las últimas notas de esa apertura - Pero gracias.

Notas de juego

Cargando editor
11/11/2015, 01:56
Narrador

La música se derrama por la sala, llenando cada rincón de una emoción contenida, al mismo tiempo que las personas del público retienen su respiración, como si incluso ese leve sonido pudiese alterar la perfección de la melodía.

A pesar de todo, incluso ese precioso momento de sincronía y perfección llega a su final en un crescendo impecable. Apoteósico. Las luces se apagan con la última nota, dejando el escenario a oscuras mientras los últimos ecos reverberan en cada rincón. El silencio que lo sigue es total. Durante dos, tres segundos, nadie se atreve siquiera a pestañear. Hasta que el primer aplauso llega y tras ese otro y otro más. Finalmente, todo el auditorio se pone en pie, chocando sus manos en un estruendo lleno de calidez y de agradecimiento. 

En la oscuridad, esperando a que el telón se cierre para empezar a recoger los instrumentos, sigues sintiendo su presencia a tu lado, acompañándote en este momento en que tu corazón se llena de esa ligera euforia que llega siempre al terminar un recital. Sin embargo, de alguna forma tienes la certeza de que cuando se enciendan las luces esa comunión que une vuestros cuerpos más allá de la carne habrá terminado, dejando el momento compartido tan sólo en la memoria.

Cargando editor
13/11/2015, 03:04
Park Hyun-jin

Tomo aire. La música es mi musa, la música es mi amante, la música es mi clímax. Y luego de la música, viene la fatiga, el agotamiento. Respiro, mis pulmones inhalan y exhalan, como si hubiese estado corriendo una maratón, como si toda la pieza hubiese contenido la respiración por miedo a contaminar la pureza de cada nota. Abro los ojos, bañado por la luz y los aplausos de un público extasiado, un público que seguramente ha sido tocado por mi obra.

Sin embargo las ideas caen lentamente en su lugar, mi pensamiento disuelve la niebla y mis ojos empiezan a observar el escenario. -¿Qué ha sido eso?- susurro mientras las imágenes de la rubia, mientras la sensación de agradecimiento me recorre. Un agradecimiento diferente al del público, uno diferente, uno… desconocido. Observo a mi alrededor, tratando de penetrar la oscuridad, tratando de encontrarla allí. “¿De verdad ha sucedido?” pienso mientras los resquicios de mi nerviosismo logran penetrar aquella tranquilidad que sentía durante el concierto.

Mientras mis ojos se acostumbran a la oscuridad, me descubro mirando las informes siluetas de los violinistas. No puedo verlo, pero sé que está allí, lo he escuchado, puedo reconocer y diferenciar sus acordes en medio de la mareada de violinistas. Estoy mirando hacia donde debería estar Marcus. Siento el deseo de levantarme, de estrechar su mano, de abrazarle… de besarle.

Pero me contengo. Lo nuestro sucedió en su momento, lo nuestro no puede ser. La congoja contamina mi pecho. El público pide más, pero Abercrombie es firme y su apego a los programas sólo es otra manifestación de su deseo de la más absoluta perfección. Y me agrada su decisión, me agrada no enfrentarme a lo inesperado, a ceder e interpretar fuera de programa.

Cargando editor
13/11/2015, 12:02
Milka Bendij

Mi corazón se acelera con las últimas notas, ansiando y temiendo el final de esa perfección, de esos sentimientos tan independientes de mis recuerdos que me hacen sentir no solo viva, sino recién nacida.

Contengo la respiración cuando las luces se pagan, o tal vez, incluso antes de que la corriente deje de llegar a ellas, con el nacimiento de esa última nota que perdurará en las mentes de todos los asistentes más de lo que son capaces de concebir, esa es la magia de los finales, de los crescendos, de una música ejecutada como si fuera extraída de la propia mente de Beethoven. Sonrío en la oscuridad por encima de una respiración agitada que me esfuerzo en moderar para no perturbar aquel momento necesario de silencio.

Cuando los aplausos empiezan, me atrevo a dejar que ese arpa desaparezca retirando mis manos de sus cuerdas y busco una vez más la silueta del pianista, a mi madre le hubiese gustado conocerle y extasiado oírle, pero en ese momento, no puedo dedicarle ningún pensamiento, me siento invadida por un amor diferente al que he conocido, y sin embargo, me resulta familiar.

- ¿qué ha sido eso? - me planteo, y entonces mis palabras llegan de sus labios y mi mente empieza a trabajar buscando una respuesta en mi vida, hasta que mi cabeza niega tan ligeramente que resulta difícil percibir su movimiento, más en esa oscuridad - Ha sido una obra de arte, un sueño. - respondo en el mismo susurro recogiendo, en su nacimiento, una lágrima que no pertenece en exclusiva a aquel momento.

- ¿Quién eres? ¿cuando ha pasado? - Me obsesiono en no perder la cronología de mis recuerdos y en ese momento siento un impulso de comprobar las siluetas de la fila de los violinistas aunque sé que en ellas no encontraré a mis niñas y aun así busco a alguien y me humedezco los labios.

Rompo esa búsqueda para volver a mirar ese punto a mi lado dónde se encuentra el pianista, suplicando una respuesta que le dé sentido a mis sueños y borre mis miedos reflejados en esa bata de hospital que visto. Le apremio con la mirada a una salvación sintiendo cerca la amenaza de las luces y con ellas de un despertar que no deseo.

 

Cargando editor
13/11/2015, 17:52
Park Hyun-jin

Sus pensamientos me tocan, sus preguntas saltan a mi cabeza y llenan mis ideas. Sin el influjo constante de la música, aquella sensación pierde cierta tranquilidad. Ella parece venir del público, parece estar sorprendida, parecer querer aplaudir mientras su admiración me toca. Y con cierta aprensión, empiezo a ser consciente de que está allí, allí en donde no debería estar, como la mujer en la cama, como los granos de café, como aquella sensación de que no estaba seguro tras experimentar una y otra vez los efectos de su molesta ansiedad. Frunzo el ceño empezando a inquietarse, sabiendo que los síntomas estaban re-apareciendo.

Sus dudas. Sus dudas repiquetean contra mi cabeza, sus dudas causan un eco incomprensible. Está allí, como aquel deseo de encontrar a alguien... a alguien en la dirección de Marcus. -shhh... Tú no eres real- espeto en un susurro mientras la molestia y el nerviosismo empiezan a hacer mella en mí. No quiero tener que pasar por ello, no quiero tener que rendirme y emplear aquella ominosa medicación. No quiero admitir que podría estar perdiendo la razón.

-Déjame tranquilo, por favor- suplico a aquella presencia que sólo puedo explicar como una alucinación. Aquello que antes era grandioso y parte de la música, pero que ahora sólo ha desencadenado los mecanismos de mi miedo primordial, mi miedo más profundo, mi temor... y el recuerdo de todos los temores y todas las cosas que debería estar verificando ahora mismo para estar tranquilo. -...por favor- cierro los ojos con fuerza, con la esperanza de que cuando los abra, aquella visión se desvanezca.

Cargando editor
13/11/2015, 19:10
Narrador

La luz se enciende tras esos segundos y se derrama por el escenario mientras los aplausos acrecientan su intensidad. Y entonces, como si verdaderamente hubiera sido un sueño, sientes cómo esa visión se aleja, estirando del hilo invisible que te une a ese hombre hasta que se desprende por la tensión, dejándote una curiosa sensación de soledad.

- Milka... -El susurro lejano de una voz familiar te atrae, arrebatándote de entre los dedos las respuestas a tus preguntas. - ¿Milka? Creo que se está despertando... 

Cargando editor
13/11/2015, 21:00
Aharon Cohen

El rostro familiar de Aharon es lo primero que ves cuando abres los ojos. Su rostro, enmarcado en la blancura aséptica de un techo de escayola. 

Escuchas una puerta cerrándose cerca de ti mientras tu esposo toma tu mano y sus ojos, inundados a partes iguales por la preocupación y el alivio, se sumergen en los tuyos. 

- Milka, menos mal que has despertado -dice, con el ceño fruncido y una sonrisa en los labios-. Estábamos tan preocupados... 

Un breve vistazo a tu alrededor te informa de que estás tendida en una camilla de hospital, con uno de esos camisones que parecen hechos de papel, aunque por suerte te tapa también la espalda. En el brazo tienes una vía abierta y puedes ver una bolsa de plástico sobre un soporte, cuyo tubo llega hasta tu brazo. 

Las paredes son de color crema y parecen haber sido pintadas recientemente. Aharon está junto a una butaca de color verde oscuro y su mano da suaves palmaditas en la tuya. 

- ¿Cómo te encuentras, cielo? -pregunta, todavía con ambos sentimientos encontrados peleando en su voz- No te muevas mucho, has sufrido un shock. Ahora vendrá la doctora Geller. 

Y sin embargo... Hay algo en su forma de hablar que te pone en alerta. Ese pequeño deje húmedo en el fondo de su garganta. Como si hubiera algo que no te ha contado, algo que hace que su voz se quiebre al terminar cada frase de esa forma que no le has escuchado muchas veces, pero que, recordando todas y cada una de ellas en tu mente, siempre ha sido portadora de las peores noticias. 

- Tiradas (1)
Cargando editor
14/11/2015, 02:12
Milka Bendij

Levanto mi brazo para hacer visera y detener esa luz que ha entendido mal su papel en el mundo y se presenta destructiva.

Pero de nada sirve ese gesto cuando el hilo empieza a recogerse de nuevo en el ovillo de la consciencia.

Y por un segundo me siento como si se hubiese cerrado la última puerta de una estancia fría y encegadora. Sola y desorientada.

Hasta que mis oídos despiertan atrayendo con mi nombre toda mi alma a la realidad. Abro los ojos a desgana, sintiéndolo como la obligación a la que accedo cada mañana a petición del despertador, solo que esta vez, es Aharon quien rompe mi sueño.

Le veo y no reconozco el blanco del techo que nos recoge, oigo la puerta y no reconozco su posición; y cuando siento mis brazos sobre blando sé que no he impedido que esa luz del escenario me alcanzara, que probablemente ni lo he intentado.

- ¿Estabais?- me pregunto buscando mi respuesta con los ojos - Díme que no has traído a los niños.- se me aceleran las pulsaciones al imaginar el mal rato de mis hijos mientras sigo recorriendo el lugar para comprobar su ausencia.

Es entonces cuando noto su mano sobre la mía, repetidas veces, y en uno de esos intervalos aparto mi mano disimuladamente unos centímetros. Puedo sentir todo mi desprecio por los hospitales atragantárseme y recaer sobre él, no quiero que me toque, no quiero que me hable, solo quiero que me saque de ahí, ya.

- ¿Un shock?- pregunto incorporándome - ¿Dónde está Dallas?- busco entonces con mi mano la vía del brazo contrario para extraerla del sitio - Nos vamos.- añado buscando el suelo con los pies.

Notas de juego

Cargando editor
17/11/2015, 23:18
Aharon Cohen

Tus ojos recorren la habitación de hospital, amplia e individual, aséptica e insípida. Hay algunos aparatos que no identificas a tu alrededor y al alcance de tu mano una de esas peras con un botón para pedir ayuda desde la cama. Otra puerta parece indicar la presencia de un cuarto de baño. Una amplia ventana, por la que puedes ver el cielo, pero no el suelo, no los edificios, ni las copas de los árboles. Debes estar a bastante altura. Por suerte, ni rastro de los niños. Al menos dentro de la habitación.

Aharon se pone nervioso cuando te incorporas y más aún cuando se da cuenta de que pretendes soltarte la vía. Sus manos se mueven rápido para sujetar las tuyas, con suavidad, pero con firmeza. 

- No, Milka, espera -te pide, con la preocupación invadiendo su voz y ganando terreno al alivio-. No nos podemos ir todavía, cielo. Tiene que venir la doctora y ella te lo explicará todo. 

Trata de mantenerte recostada en la camilla y sus ojos se tiñen de angustia. - De verdad, es importante -insiste, buceando en tu mirada-. Si no lo fuera, te sacaría de aquí yo mismo. Tienes que esperar, ¿vale? -pregunta, con el mismo tono que usa con los niños cuando intenta convencerlos de algo a pesar de que sabe que si eso no funciona, tendrá que imponer su autoridad.

No te suelta hasta que se asegura de que no vas a salir corriendo y entonces se sienta en la camilla, apoyándose sólo a medias. - Dallas está con los niños. Dijo que era mejor que no te vieran aquí... Así que se los llevó a tomar un helado. - Sus ojos buscan durante un instante la puerta para volver a ti de inmediato. - Además, en la planta sólo dejan entrar a los familiares, así que ella tampoco podría estar aquí.  - Comenta. Entonces hace un comentario más, que parece tener la intención de relajar el ambiente. - Aunque al enterarse les ha dicho a todos que es tu hermana, y cuando llegué estaba pidiendo la hoja de reclamaciones por no dejarla pasar.

Cargando editor
18/11/2015, 18:48
Milka Bendij

Cuando las manos de Aharon interfieren en el camino recto y sin obstáculos que me he marcado para salir de la boca del infierno, nace una pequeña llama ácida en mi pecho que rápidamente prende toda mi sangre con agobiante prisa por salir de allí y pánico irracional a unas palabras que no podrían cambiar la realidad por más que se omitieran pero que sin duda podían acabar con mi mundo.

Forcejeo con sus manos para liberar las mías primero y apartar su guardia de ese maldito tubo que no necesito dentro de mi, y que me molesta de sobremanera como si pudiera pincharme y quemarme a la vez- Nos vamos, nos vamos ya. - le insisto atropelladamente, asustada por tener que afrontar una explicación racional que no quiero documentada y que perfectamente podría darme Dallas.

Y sin embargo, y no obstante esa prisa que me consume, mi cuerpo entero se detiene cuando menciona de nuevo a la doctora - ¡¿Es que no lo entiendes, Aharon?!- espetó con cruel ira girándome hacia él con los ojos enrojecidos y los labios temblorosos - No quiero verla. Ni a la doctora Geller, ni al novio de Carla ni a Frankenstein.

Con esas últimas palabras se me acelera el pulso más que en ninguna maratón, y mi respiración se agita con él, en el extremo opuesto de esa excitación y nerviosismo que me ha hecho sentir el concierto de mis sueños. Siento la rabia y la frustración con la que empuñaba los barrotes de mi cuna cuando era pequeña y mi padre decidía que un bebé no era bien recibido en sus cenas de adultos y música mizrají. Y, sin embargo, la presencia de Aharon marca una diferencia entre ese recuerdo y el presente, en su voz y en sus ojos puedo sentir que ya conoce lo que se supone que yo debo descubrir de boca de la doctora, todo parece indicar que sea lo que sea él lo sabe y a pesar de ello sigue allí.

Es entonces cuando llega su promesa oculta en una súplica, y me permito escucharle, deteniendo mi forcejeo por levantarme. Le miro directamente a los ojos, intercambiando las realidades de nuestras emociones, le hago saber que hay más de lo que cree saber, que temo el diagnóstico no por conocer un daño físico, sino mental, que no sé lidiar con la impotencia que me generan los hospitales y que le odio por retenerme casi tanto como le quiero por quedarse; mientras de él obtengo esa angustia por verme pisar el camino incorrecto, por ser algo que escapa de su control, y su convicción de que mi bien está en ese lugar.

Desvío la mirada a la cama y me quedo sentada en ella, con la espalda encorvada para seguir a mi cabeza. Puedo sentir la ansiedad patalear en mi estómago, y mi cuerpo tenso como si en cualquier momento mi alma fuera a salir corriendo.

Él se aparta, demasiado poco, puedo seguir sintiéndole pisar mi sombra, estrangular todas mis opciones de fuga antes de que nazcan. Si algo he podido comprobar a lo largo de los años a su lado es que su voluntad es fuerte, tanto que a veces desearía que me odiase por no corresponderle, en vez, de aceptar como axioma la mentira de que el tiempo acabará por hacer girar la rueda del destino. Pero cuando me habla de mis hijos, sin entenderme, dejo que mi cuerpo caiga para apoyarse en él y busco su mano más próxima con las mías para rodearla en una disculpa por mi despertar. Es entonces cuando me doy cuenta que sigo temblando.

- Gracias Dal.- sonrío dentro de un rostro arrugado al borde del llanto - Dallas es de la familia.- protesto remarcando el verbo y se encienden en mis recuerdos mis últimos minutos de conciencia - Los niños, ¿Por qué no están en el colegio? ¿Qué hora es? ¿Cuanto he estado inconsciente? ¿Qué te han dicho?- me separo un poco para buscar su rostro - Por favor, Aharon, prefiero saberlo por ti.

Notas de juego

Cargando editor
20/11/2015, 22:15
Aharon Cohen

En los ojos de Aharon puedes ver aparecer la confusión cuando mencionas al novio de una Carla a la que él no conoce y la incomprensión al hablar de Frankenstein. Se suman a la preocupación y a la angustia que ya anidaban en ellos. Sin embargo, no se muestra dolido por tu forcejeo o tu rechazo a aquel lugar, solamente decidido a mantenerte allí al menos hasta que hables con esa doctora de la que nunca habías oído hablar antes.

Cuando te rindes y te dejas caer sobre él, te rodea con el brazo y te aprieta contra su pecho mientras escucha todas las dudas que salen de tus labios. Su mano acaricia tu espalda con suavidad y familiaridad y su calidez te arropa antes de que él incline la cara para depositar un pequeño beso en tu frente. Espera con paciencia infinita a que termines de hacer todas las preguntas que te pasan por la cabeza y cuando parece que has terminado, empieza a hablar.

- Son las siete menos veinte de la tarde, Milka. Han estado todo el día haciéndote pruebas.- Su mano llega hasta tu nuca y la masajea con cariño. -Por lo que dijo Dallas, llevas inconsciente unas seis horas, más o menos. 

Entonces se detiene y un suspiro mueve su pecho. Parece no querer continuar resolviendo tus dudas, pero sentirse obligado a ello. Su otra mano acaricia el dorso de la tuya y la rodea con sus dedos fuertes mientras él busca tu mirada. Puedes ver en sus ojos un dolor profundo y sangrante, el causante de ese deje húmedo en su voz y te das cuenta entonces, al ver sus ojos tan de cerca, de que tu marido ha estado llorando hoy. 

- No lo he entendido todo bien, cielo. Pero han encontrado algo en tu cabeza. Algo grave. Se puede operar, pero será... - En aquel momento la puerta se abre y Aharon detiene sus palabras, levantando la mirada para contemplar a la persona que entra por ella.

Cargando editor
21/11/2015, 00:48
Dra. Geller

- Buenas tardes -dice la mujer que atraviesa la puerta, mirándote de inmediato a ti-. Me alegro de verla despierta, señora Bendij.  

Se trata de una mujer de unos cuarenta años, alta y delgada, con el cabello castaño recogido en una coleta estirada. Sus ojos castaños se clavan en los tuyos mientras camina hasta llegar a tu altura y entonces te tiende una mano a modo de saludo.

- Soy la doctora Geller, de neurología, y estoy llevando su caso. Iré al grano y seré directa con usted. Permítame que le enseñe los resultados de la resonancia magnética que le hemos hecho. 

Con esas palabras enciende un monitor que hay junto a la cama y mete un pequeño usb en su lateral. De inmediato una imagen de lo que parecen ser radiografías de un cerebro sale en la pantalla y no tarda en empezar a hablar con una voz amable pero segura de sí misma y no pierde el tiempo con paños calientes, como ya te ha avisado.

 

-Este es el aspecto de un cerebro sano y normal. Presenta dos lóbulos frontales diferenciados, ¿ve? -Señala un punto en la imagen y pulsa un botón para pasar a la siguiente, parecida, pero al mismo tiempo distinta. - Este es su cerebro. El problema está aquí -dice, tocando el monitor en esa misma zona, que en la nueva imagen se ve cubierta de blanco-, en la sustancia blanca del lóbulo frontal. Estas dos masas están empezando a juntarse. ¿Lo ve? No hay separación.

Hace una pequeña pausa para apartar la mirada de la pantalla y mirarte a ti, como evaluando si estás comprendiendo la explicación o hasta qué punto te está afectando.

- Suele diagnosticarse erróneamente como encefalitis pero es una enfermedad llamada SLFI. Síndrome del lóbulo frontal indiferenciado -aclara-. Le seré sincera -Toma aire y lo suelta por la nariz antes de darte su veredicto-, es grave.

Hace otra pausa, aún más corta que la anterior y sigue hablando, con el mismo tono amable y firme, dirigiéndose directamente a ti.

- El SLFI se puede operar, pero requiere una intervención quirúrgica muy invasiva para tratar de extirpar el tumor. Si no se opera se produce una metástasis. El paciente empieza a experimentar un deterioro de las facultades mentales. Es muy común que se se produzcan alucinaciones que se confunden con la realidad seguidas de pérdida de la memoria y despersonalización persistente. 

Entonces se detiene y hace una pausa un poco más larga, durante la que puedes ver cómo su ceño se frunce levemente, anticipando la peor noticia entre un cúmulo de ellas. - No la voy a engañar. Si no se opera y en el estado en que se encuentra ahora mismo... No cuente con más que unos meses de vida. 

Cargando editor
24/11/2015, 16:00
Milka Bendij

Las respuestas de mi marido hacen que cada uno de sus gestos sea más molesto que el anterior hasta que llega ese suspiro y sus palabras se detienen para que su silencio me abrase desde dentro. No necesito más que la angustia en su caricia para saber que es lo que calla, para saber que no quiero saberlo.

Me atrapa con sus ojos que siempre han sido más sinceros que sus palabras y a los que jamás había creído hasta que las palabras me confirmaron las verdades que mostraban, con la paradoja de que dejé de confiar en ellas para creerles solo a ellos.

Aguanto la mirada de Aharon sin querer hacerlo, empujada por el coraje que demanda la situación y la pena por intuir que se ha vuelto a quebrar por mi culpa. Aprieto los labios con fuerza para impedir que un "¿qué?" insistente y visceral le apremie a hablar, y a pesar de ello, parece entender mi gesto o la casualidad decide que nos creamos preparados al mismo tiempo para hablar y escuchar.

Mis rojos recorren sus ojos, inquietos, buscando una mota en el fondo de sus pupilas que desmienta cada una de sus palabras, una vacilación que me dé más tiempo para construir un escudo en mis emociones y atrancar la entrada a mis pensamientos. Pero antes de que pueda llevarme las manos a los oídos y encerrarme en un ovillo en el qué vivir el resto de mi vida la palabra "operar" ya ha impregnado toda mi sangre, licuándola hasta marearme.

Dirijo la mirada a la puerta en sintonía con Aharon, como si fuera su propia sombra y al dar con una mujer que jamás he visto deduzco que he perdido el tren de los cobardes y felices.

No respondo a su saludo, simplemente tenso un poco mi espalda para retirar mi cuerpo detrás del perfil de Aharon, escondiéndome, como la niña que toma mi cuerpo hizo tras mi madre la primera vez que pisé el umbral del infierno guardado por San Lucas.

Observo a la mujer acercarse, dejando a mi escudo humano fuera de escena, como hizo el doctor Schmidt veinticinco años atrás. Puedo sentir mis sienes palpitar al ritmo del canon de tres corazones histéricos que poco a poco se homogeneizan engullidos los más jóvenes por el más gastado como matrioskas. Y cuando la doctora me tiende la mano, siento un sabor dulce en mi lengua, a fresa y caramelo aunque sé que esta vez no habrá ninguna piruleta que suavice el golpe.

Le tiendo mi mano por protocolo, sin ganas ni fuerzas y tan pronto como puedo librarme, la dejo caer mi regazo para reunirse con la otra.

Me quedo mirando a la doctora sin comprender sus palabras, ni siquiera las más simples, su voz colapsa y se atropella en mis oídos sin que esté preparada para recibirla. No comento nada, no pido tregua ni tacto. Mi garganta se encoge y mi estomago sube hasta mi tráquea con las imágenes del primer cerebro que ceden el paso a las explicaciones de la doctora a mi interior.

Giro mi cabeza hacia Aharon y mis dedos se enredan nerviosos - ¿Qué espera que vea? - me cierro en banda y cuando vuelvo a la imagen y observo el cambio mis latidos se detienen y mi cuerpo se hiela por completo.

Soy incapaz de entender el escáner, pero su significado me resulta obvio por el contexto - Mi cerebro siempre ha sido distinto.- protesto cuando ella deja de hablarle a la pantalla para mirarme con esa juventud que no la acredita como médico.

No obstante, Geller sigue erre que erre con su historia, y con cada palabra se asienta más en mi estómago la convicción de que es una inútil. Ni siquiera mencionaba lo que Dallas.

No. No. Ni puñetera idea. No. Y eso tampoco.- pienso con superioridad y cierta despreocupación a medida que se acerca -No me voy a operar.- llevo de nuevo mi mano a la vía con toda la intención de poner un punto y final a ese circo y miro a Aharon esperando que secunde mis palabras - Necesito ver a mis hijos.