Partida Rol por web

[HLdCN] 2x Diez Negritos

El embarcadero

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09/02/2015, 00:08
'Director

Confortablemente instalado en la esquina de un departamento de primera clase, echaba bocanadas de humo de su cigarro, recorriendo además con mirada sagaz las noticias políticas del Times. De pronto puso el diario sobre el asiento y echó un vistazo por la ventanilla. En este momento el tren pasaba por el condado de Somerset. Consulto su reloj: todavía le quedaban dos horas de viaje. Entonces recordó los artículos publicados en la Prensa sobre el asunto de la isla del Negro. Desde luego se había hablado de un millonario americano, loco por las cosas del mar, que había ocupado esta pequeña isla y había construido en la misma una lujosa residencia moderna. Desgraciadamente, la tercera esposa de este rico yanqui no tenía gustos marinos y por ello la isla, con su espléndida mansión, fueron puestas en venta. Una formidable publicidad se hizo patente en los periódicos, y un buen día se supo que la isla la había adquirido un tal mister Owen. Las habladurías más fantásticas no tardaron en circular por la Prensa londinense. La isla del Negro, decíase, había sido adquirida realmente por miss Gabrielle Turl. La famosa «estrella» de Hollywood deseaba descansar algunos meses, lejos de los reporteros indiscretos. «La abeja Laboriosa» insinuaba delicadamente que aquélla era una morada digna de una reina. Merry Weather deslizó que la isla había sido comprada por una pareja deseosa de pasar allí su luna de miel. Hasta se rumoreaba el nombre del joven lord L..., alcanzado por las flechas de Cupido. Jonas afirmaba que la isla del Negro había caído en manos del Almirantazgo británico que quería dedicarla a muy secretas experiencias. En breve, la isla del Negro fue, en aquella temporada, un maná para los periodistas faltos de información. Sacó de su bolsillo una carta cuya escritura era, por así decirlo, ilegible; pero, aun desperdigadas las palabras, se destacaban unas más que otras con cierta claridad.

Mi querido... después de tantos años de haberme dejado sin noticias... Venid a la isla del Negro... un sitio verdaderamente encantador... tantas cosas tenemos para contarnos... del tiempo pasado... en comunión con la naturaleza... tostarse al sol... a las 12.40 salida de Paddington.... a

Y la carta terminaba así:

Siempre vuestra, CONSTANCE CULMINGTON

Adornando su firma con una gran rúbrica. Intentó recordar la fecha exacta de su último encuentro con lady Constance Culmington; sin mucho éxito. A penas recordaba su rostro y no estaba muy seguro de saber quien era, pero rebuscando entre sus recuerdos, le puso cara. Si no erraba en quien podía ser Constance Culmington, era una mujer capaz de comprarse una isla y rodearse de misterio.

Aprobando con una inclinación de cabeza la lógica de su argumentación, se dejó mecer por el movimiento del tren. Y se adormeció.

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09/02/2015, 00:17
'Director

Sentada en un vagón de tercera clase en compañía de otros viajeros, cerraba los ojos, recostada hacia atrás su cabeza. ¡Qué calor más sofocante hacía dentro de aquel tren...!, ¡qué bien se estaría a orillas del mar! Esta situación constituía para la joven una verdadera suerte. Conmuévete; cuando solicitáis un empleo para los meses de vacaciones, se os encarga la vigilancia de una chiquillería... las plazas de secretaria, en esta época, se presentan muy de tarde en tarde. La oficina de colocaciones no le dio sino una ligera esperanza. Al fin la esperada carta había llegado:

"La agencia para colocaciones profesionales me propone su nombre y me la recomienda calurosamente. Creo entender que la directora la conoce personalmente. Estoy dispuesta a concederle los honorarios propuestos por usted y cuento con que podrá entrar en funciones el día 8 de agosto. Tome el tren de las 12.40 en Paddington y se la irá a recibir a la estación de Oakbridge. Adjunto un billete de cinco libras para sus gastos de viaje. Sinceramente suya

 UNA NANCY OWEN"

 

En la cabecera de esta carta consignábase la dirección:

Isla del Negro, Sticklehaven (Devon)¡La isla del Negro! ¡Y tanto como se habían ocupado de ella los periódicos! Toda suerte de insinuaciones y de rumores extraños circulaban motivados por este pedazo de tierra rodeada de agua. Sin duda no habría nada de verdad en ellos. De todas maneras, la casa, construida bajo los cuidados de un millonario americano sería, al parecer, el «último grito» del lujo y del «confort».

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09/02/2015, 00:26
'Director

Aquel pequeño judío se había mostrado excesivamente misterioso. —Hay que tomarlo o dejarlo. —Cien guineas, ¿eh? —le había dicho entonces con gesto indiferente, como si cien guineas no significasen nada para él. ¡Cien guineas, ahora que no contaba con recursos! Adivinó sin embargo que el pequeño judío no era cándido; el fastidio con los judíos es precisamente nuestra impotencia para engañarles en materia de dinero... Parecen leer nuestros pensamientos. Le había pedido bien claramente: —¿No puede usted proporcionarme unos más amplios informes? Mister Isaac Morris había sacudido con energía su pequeña cabeza calva. —No, las cosas están así. Para mi cliente, usted es una buena persona, acorralada en un callejón sin salida. Estoy autorizado para entregarle la suma de cien guineas, y en reciprocidad, usted debe ir a Sticklehaven, en el Devon. La estación más próxima es Oakbridge; desde ella será usted conducido en automóvil hasta Sticklehaven y luego una canoa de motor le llevará a la isla del Negro. Una vez allí, usted se pondrá a la disposición de mi cliente. —¿Por mucho tiempo? —Una semana a lo más. —Está bien entendido que no exigirá de mi ningún trabajo ilegal, ¿no es cierto? Una ligera sonrisa había aflorado a los labios carnosos del pequeño israelita y respondió seriamente: —Con toda seguridad; si le pidiera alguna cosa ilegal, queda en completa libertad para retirarse. ¡Vaya al cuerno este judío meloso! Había sonreído. A buen seguro sabía que en el pasado no todos los actos habían revestido caracteres de legalidad.

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09/02/2015, 00:35
'Director

En un departamento de no fumadores, permanecía sentada, erguido el busto, según su costumbre. La isla del Negro... En su imaginación releía una vez más la carta tan frecuentemente recorrida y que ya se sabía de memoria:

Quiero creer que se acordará de mí. Hace algunos años pasamos juntas el mes de agosto en una pensión familiar en Bellhaven... ¡Y nos descubrimos tantos gustos comunes! En este momento tengo en marcha establecer una pensión parecida en una isla a lo largo de la costa del Devon. Siempre he pensado que para alcanzar el éxito en esta clase de empresas era preciso una prima sencilla, pero excelente y la presencia de una persona amable. ¡Yo estaría encantada si quisiera hacer sus preparativos para venir a pasar estas vacaciones de verano en la isla del Negro, sin retribución alguna tan sólo a título de invitada! ¿A principios de agosto, le convendría...? ¿Y si fijásemos el día 8? Con mis mejores recuerdos, sinceramente suya, 

U. N. O.

¿Qué nombre sería éste? La firma aparecía casi ilegible, tenia poca paciencia y se hizo esta observación: «¡Tanta gente firma tan mal con su nombre que no hay medio de descifrarlo...!» Y esto pensando, pasó revista a los huéspedes de Bellhaven, donde hacía más de dos años ella había pasado el verano... Había una gentil mujer, de edad madura, señora... señora... veamos, ¿Cómo se llamaba...? Era hija de un canónigo y después aquella miss Olton... Ormen... no decididamente se llamaba Oliver. Sí, si, estaba bien segura, miss Oliver. ¡La isla del Negro! Se había hablado mucho en los periódicos... a propósito de una actriz de cinema... ¿o quizás mejor de un millonario americano? Total: una isla no cuesta un ojo de la cara y tampoco es del gusto de todos. La idea de habitar una isla parece muy romántica, pero una vez instalados en ella no se tarda en comprobar los disgustos y uno se siente dichoso al poder desembarazarse. A manera de conclusión, pensó: «Sea como fuera, este año mis vacaciones no me costarán nada.» ¡Si su memoria le permitiera recordar solamente un poco mejor, a la señora... o señorita (no podía precisarlo) Oliver!

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09/02/2015, 00:46
'Director

Conducía su auto a través de la llanura de Salisbury. Sentíase fatigado... Así en esta deliciosa mañana de agosto se divertía dejando Londres para ir a pasar algunos días en una isla situada a lo largo de la ribera del Devon. No le fue preciso un permiso. La carta que recibió estaba redactada en términos excesivamente vagos, pero nada de vago tenia el cheque que la acompañaba. ¡Unos honorarios fabulosos! Decididamente esos Owen rodaban sobre oro. Tras un toque estridente de claxon, un enorme «Super Sports Daimler» le pasó a una velocidad de ciento treinta por hora. Le faltó poco para no ser lanzado a la cuneta... uno de esos jóvenes imbéciles que devoran el camino. No podía sufrirlos... Cretinos, idiotas...

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09/02/2015, 00:56
'Director

Pasando como una tromba por el pueblecito de Mere, pensaba: «¡Es espantoso el número de bañistas que se arrastran por los caminos y os impiden desfilar! ¡Es el colmo que circulen por el centro de la calzada! ¡Así se hace imposible conducir un auto en Inglaterra! ¡Habladme de Francia, donde realmente se puede correr a gran velocidad!» ¿Sería preciso detenerse allí para tomar un refresco o proseguiría su camino? Tenía aún mucho tiempo y sólo le faltaba por recorrer un centenar de kilómetros. Pediría una ginebra y una gaseosa... ¡Qué calor más sofocante! Iría a divertirse en aquella isla, si persistía el buen tiempo. Pero ¿quiénes serían esos Owen?, se preguntaba. ¡Probablemente unos infectos nuevos ricos! ¡Con tal que tuvieran una buena bodega! Nada es seguro en las casas de los ricos improvisados. Lástima que estos rumores concernientes a la compra de la isla por Gabrielle Turl no tuviesen fundamento. Era preferible juntarse a los adoradores de la hermosa artista. Quizá también se encontrarían algunas lindas muchachas entre los invitados de los Owen. Salió del mesón, estiró las piernas, los brazos, bostezó, contempló el cielo azul y subió de nuevo en su «Daimler».

Varias muchachas le observaban. Su alta estatura, sus cabellos rizados, su bronceada faz y sus ojos azules intenso, suscitaban la admiración. Se apoyó sobre la palanca, rugió el motor y el auto trepó de un brinco la estrecha calleja. Las viejas mujeres y los chicos de la escuela se apartaban a su paso como medida de precaución y los pilluelos, subyugados, se desviaban del camino para seguir con los ojos al soberbio auto. Continuaba su marcha triunfal.

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09/02/2015, 01:00
'Director

Viajaba en el tren ómnibus que venía de Plymouth. En su departamento tan sólo se encontraba otra persona, un señor viejo con trazas de marino y ojos legañosos. Entonces dormía. Escribía con cuidado en un pequeño cuaderno de notas.

La isla del Negro. Recordaba haber estado allí durante su infancia, una especie de rocas nauseabundas, frecuentadas por las gaviotas, a mil quinientos metros de la costa. Esta isla debía su nombre a su parecido con una cabeza de hombre... con los labios negros.

¡Graciosa idea de edificar allí una morada! Es horrible vivir en un islote cuando sopla el temporal. ¡Pero los millonarios son tan caprichosos! El viejo buen hombre del rincón se despertó diciendo: —En el mar no se puede nunca prever nada..., ¡nunca! A manera de consuelo replicó: —Exacto. No se sabe jamás qué os espera. Sacudido por el hipo, el viejo continuó, con voz lastimera: —Algo se espera. —No, no, amigo. Hace un tiempo espléndido —respondió. El viejo se enfadó. —Le digo que la tormenta está en el aire. La percibo.Quizá tenga razón —le dijo pacíficamente. El tren se detuvo en una estación y el viejo se levantó penosamente. —Yo bajo aquí. Sacudió la portezuela para abrirla. Acudió en su ayuda. Antes de bajar al andén, el viejo levantó una mano con gesto solemne y guiñó los ojos. —¡Velad y orad! —conjuró—. ¡Velad y orad! ¡El día del Juicio se aproxima! Ganando, por fin, el andén, se enderezó, levantó los ojos hacia él y le dijo con acento digno y severo: —Es a usted a quien me dirijo. El día del Juicio está muy cercano. Arrinconado en la esquina de su departamento, pensó en lo mismo: —Es cierto; él está más cerca que yo del día del Juicio.

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09/02/2015, 01:12
'Director

Un nutrido grupo de personas de muy diferente índole se reunieron en el embarcadero de Sticklehaven. Algunos llegaron en taxi, recogidos en la estación de Oakbridge, después de un viaje en tren. Otros con su propio automóvil. Pero todos ellos debieron apearse y observar la canoa automóvil que habría de llevarlos a la isla del Negro, que se recortaba en el horizonte.

La elevación que presidía la isla, especialmente a la luz de esta hora del día, exhibía una silueta que se asemejaba a una cara con rasgos negroides. A primera vista, la impresión era algo más lúgubre de lo que cabía esperar por todos los presentes. También era cierto que la climatología no acompañaba y, a pesar de sentirse un calor bochornoso, el cielo estaba teñido de gris.

Un hombre se destacó de la pared más próxima, contra la cual se apoyaba, y se acercó a ellos. Su paso balanceante indicaba en él al marino. Tenía la cara arrugada, los ojos sombríos y una expresión soñadora. Se expresó con el suave acento de Devon. —Señoras y caballeros, ¿desean salir en seguida para la isla? El barco está preparado. Otras personas tienen que llegar en auto, pero mister Owen me ha ordenado no esperarles, ya que pueden llegar en cualquier momento. -El grupo se levantó y siguió al marino hacia un pequeño embarcadero, donde estaba amarrada una canoa automóvil. Embarcaron y zarparon, sin más preámbulos.

La canoa dio la vuelta a la isla, y se vio la casa. El lado sur de la isla era diferente del resto; descendía en suave pendiente hacia el mar. La vivienda era baja y cuadrada, de estilo moderno. Estaba orientada hacia el Mediodía y recibía la luz a torrentes. Una vivienda espléndida que respondía a todo cuanto se puede soñar.

Alguien le comentó al marino: - Debe de ser muy difícil llegar hasta aquí con mal tiempo. - Asintió y respondió - Cuando sopla el sudeste es imposible acercarse. A menudo las comunicaciones con la isla están cortadas durante una semana o más aún.

Un lado de la canoa chocó suavemente con las rocas. El marino saltó a tierra y amarró la canoa a una argolla empotrada en la piedra. Ayudó al pasaje a desembarcar y después dirigió al grupo hacia una escalera tallada en las rocas. Al final de los peldaños se encontraron sobre una terraza. La residencia de los Owen era admirable y el panorama que se vislumbraba desde la terraza superaba cuanto se hubiese visto o imaginado.

- Enseguida vendrá el servicio, yo regreso al continente, para recoger a los que faltan.

Y diciendo esto, dejó a los pasajeros en aquella terraza. La brisa del mar se llevaba el calor que se sentía con más angustia en el continente. Sobre la terraza se gozaba de una vista espectacular, y disponía de butacas y mesas de madera, de nueva factura. Suficientes, sin duda, para albergar un grupo como aquel.

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09/02/2015, 02:47
Director

Un lado de la canoa chocó suavemente con las rocas. El marino saltó a tierra y amarró la canoa a una argolla empotrada en la piedra. Ayudó al pasaje a desembarcar y después dirigió al grupo hacia una escalera tallada en las rocas. Al final de los peldaños se encontraron sobre una terraza. La residencia de los Owen era admirable y el panorama que se vislumbraba desde la terraza superaba cuanto se hubiese visto o imaginado.

- Enseguida vendrá el servicio, yo regreso al continente, para recoger a los que faltan.

Y diciendo esto, dejó a los pasajeros en aquella terraza. La brisa del mar se llevaba el calor que se sentía con más angustia en el continente. Sobre la terraza se gozaba de una vista espectacular, y disponía de butacas y mesas de madera, de nueva factura. Suficientes, sin duda, para albergar un grupo como aquel.

La primera remesa de invitados habían desembarcado de la canoa automóvil que era la única vía de comunicación con el continente.

Todo estaba ya a punto. Era deber del servicio salir a atender a los invitados, esas eran las instrucciones, evidentes, de los señores Owen.

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09/02/2015, 06:51
Erasmo Gaylord

Se sentó en una de una de las sillas de madera contemplando el panorama. La vista era esplendida desde aquella terraza a pesar del gris del cielo. El mar tenso y las olas rompiendo sobre la playa, las gaviotas volando en circulos sobre los barcos de pescadores que faenaban en los recodos de la costa. Erasmo sacó un cigarro de una pitellera que guardaba en la chaqueta y lo encendió con su Luxor brillante y dorado. Aspiró con suavidad mientras observaba a los demás invitados y esperaba al servicio. Hacía demasiado calor y tenía la boca seca. 

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09/02/2015, 08:05
Sir Gustave Cavanough

Sir Gustave Cavanough era un hombre precavido. Esto le solía recompensar con dulces momentos de orgullo que él apuraba con altivez y soberbia, pero, en ocasiones también le deparaba incómodos momentos de ridículo.

Él solía acompañar estos momentos con su silencio y, menos frecuentemente, cuando el bochorno era mayor, de relatos inventados concernientes a la falta de tomar precauciones que encerraban amenazas vacuas y le permitían actuar con soberbia y altivez.

Hoy, su precaución le había jugado una mala pasada: Se hallaba erguido cuan largo era y sudando como un tabernero, luciendo un traje de príncipe de Gales y un sombrero de banda y sujetando aparatosamente un paraguas y un pesado abrigo tres cuartos con un brazo mientras intentaba, con poco éxito, encender su pipa de tabaco sin que abrigo, paraguas, encendedor, bolsa de tabaco y pipa perdiesen el precario equilibrio que suponía sujetar y combinar cincoobjetos de distintos pesos y precisiones con tan solo dos manos.

Por fin, consiguió terminar la afanada tarea de encender su pipa y, guardando encendedor y tabaco, consiguió recuperar cierta compostura sosteniendo con su brazo izquierdo el abrigo pulcramente doblado y el paraguas y fumando gustosamente de su pipa ayudado de su mano libre. Era momento de triunfo y, por tanto, de mostrar a su audiencia su maña añadiendo un nuevo objeto al equipo, de modo que sujetando la pipa entre sus labios, sacó su reloj suizo de bolsillo y, con un ligero clic del mecanismo al abrirse, consultó la hora.

Devuelto ya el reloj a su sitio, comenzó su ritual de lavado de orgullo para aquel que quisiera oirle.

Recuerdo un clima similar de mi último viaje por la pequeña Bretaña. El cielo vestía el mismo conjunto gris que hoy, y el calor bochornoso no era menor... Ahora que lo menciono, estoy bastante seguro de que tuvo que ser en Cardiff y no en Irlanda... el caso es que tanta humedad había bajo ese calor, que una leve diferencia de presión ocasionó una formidable descarga de agua y la temperatura bajó repentinamente. La mojadura me tuvo en cama una semana. Desde entonces me fio bien poco de este calor traicionero.

Con eso, libró su herido orgullo y comenzó lo que en Gran Bretaña es tradición entre extraños, es decir, hablar del tiempo.

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09/02/2015, 18:31
Everet Schuls

El viaje había sido muy agradable, incluso con ratos de dormir a pierna suelta, dentro de lo que se puede claro esta al estar  sentado en una silla.

Everet no era un gran fumador y en ningún momento se encendió ningún cigarro o cigarrillo, mas bien miraba por las ventanas sintiendo esa extraña sensación de libertad que da estar fuera de casa, a la llegada de la isla siguió a sus compañeros de travesía hacia la terraza, se quedo apoyado en la baranda mirando como las olas golpeaban contra la orilla y sintiendo la brisa en la cara.

Maravilloso  lugar, dijo en voz alta

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09/02/2015, 18:40
Benoni Fausto Predatore

Al horizonte se perfilaba y crecía la Isla del Negro. Pero, más oscura que la misma, se encontraba mostrando un aspecto desalentador aquél cielo cubiertos de nubes grises que amenazaban con llover.

Fausto, bajo el sombrero, enlazando el final de un cigarrillo para encenderse el siguiente, gruñó molesto.

Vestía blanco, de pies a cabeza, no obstante un calor malsano y desagradable se dejaba sentir, en su fuero interno maldecía a quién hubiese sido que le aseguró buen tiempo. Por todo ello, se mostró parco en palabras e inusualmente poco sociable durante el viaje y prefirió aislarse en sus pensamientos, los cuales sopesaban hasta que punto resultaba acertado haber emprendido aquél destino.

Depositó el tabaco a los labios, que bailó en círculos antes de consumirse en una nueva calada, y tras despojar la cabeza del panamá con su ancha mano se abanicó con él. A tiempo de peinarse con su otra palma y aliviar a la vez la carga de sudor. –¡Al fin!- Exclamó roncamente cuando tocaron puerto.

Chasqueó los dedos y aquél joven contratado desembarcó su equipaje. Sus pasos resonaron pesados y firmes sobre la madera del embarcadero. –Ahí, muchacho.- Le indicó con la punta de la colilla que sostenía caliente entre los dedos antes de despedirla al mar.

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09/02/2015, 23:17
Jacqueline Dupont

Me enciendo un cigarro. Observo a esa extraña selección de personas. Realmente el mundo del cine es muy extenso, reitero para intentar creermelo. Me pongo en pie lentamente. Será cuestión de conocerlos, al menos uno de ellos, pienso mientras le doy un discreto pero extenso trago a la petaca de ginebra.

Caballero. Me dirijo al caballero de la pipa. ¿Sería usted capaz de repetir el mismo truco con un paquete de cerillas?. Sonrío con discreción y con un ágil movimiento de mano, saco un paquete de cerillas. Eran doradas y con hilos de seda cosido el nombre de un conocido hotel londinense.

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09/02/2015, 23:58
Owen Cray

Owen hacía gala de toda la fuerza de voluntad para no vomitar en aquel embarcadero. Jamás había visto el mar, menos viajado en ningún tipo de embarcación y ahora notaba en el estómago una acidez que amenazaba en hacerle vaciar el estómago en aquel lugar. Pero antes se ahogaría con su propio vómito que hacerlo delante de aquellos señoritingos a los que, a buen seguro, habría de servir durante la semana siguente.
Aún así no entendía que hubiera llegado con ellos, sería más lógico haber llegado antes para ayudar al servicio que, según el marinero, ya estaba allí y iría a recogerles.
Owen se sacó aquellas ideas de la cabeza, seguramente sería un refuerzo extra para el servicio durante la presente semana, algo lógico con tantos invitados. Así pues se dedicó a observar el mar, visto desde tierra firme era algo basto e inmenso, algo de una belleza salvaje que le llenaba de paz. Owen, mientras se sujetaba con fuerza la gorra y notaba que su estómago mejoraba, se permitió sonreir. Lo había decidido: el mar le gustaba.

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10/02/2015, 08:34
Sir Gustave Cavanough

Al dirigirse una dama hacia mi, no olvido las buenas costumbres y me retiro el sombrero haciendo una educada reverencia.

Madamoiselle, bien sabréis que un caballero galés es capaz de cumplir cualquier pedido que le haga una dama.

Encajo la banda suave del sombrero en el mango del paraguas para liberar una mano.

Y más si el pedido viene de una mujer tan espléndida como es el caso. Permítame

Le digo tendiendo mi mano hacia las cerillas y poniéndome a su disposición para lo que ella necesite de las cerillas o de mi.

Mi nombre es Gustave Cavanough. Veo que se hospeda usted en un conconocido hotel Londinense del que no diré el nombre por decoro, y que no es usted de por aquí. ¿ me equivoco? Permítame darle pues oficialmente la bienvenida a mi país. No es el mejor, pero le dará todo lo que pueda ofrecerle.

Dije con falsa modestia: Sí era el mejor país. Después continué con un gesto teatral.

¡Bienvenida a la cuna de la industria, la literatura, los deportes y la música!... Y también del mal tiempo, del mal humor y de la mala comida... Aún así continuamos ganando cuatro contra tres.

El sentido del humor británico era irónico y huía de los tópicos soeces.

¿Qué le trae por nuestra costa?

Notas de juego

Estoy desde el móvil y no pude leer las historias de los personajes... así que me acabo de marcar un triple considerando que con el nombre, la referencia al cine y las cerillas del hotel no eres inglesa. Espero no haberme columpiado demasiado xD

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10/02/2015, 13:45
Jacqueline Dupont

Viendo que se deshace de toda la parafarnalia que acompañaba el número, mis ánimos cambian. ¿Y dónde esta la gracia ahora?, pienso astiada. Me guardo el paguete de cerillas en el bolso, y con una experimentada sonrisa se quita el guante.

Jacquiline Dupont. Mucho gusto. Le digo protocolariamente esperando que me bese la mano. A sus tierras me traen el necesitar un poco de tranquilidad, tras el molesto ruido de Hollywood. Vuelve a sonreír, como si hubiera una camara grabandola en todo momento. Es mentira y lo sabe. Traga saliva discretamente. Si me disculpa. Le digo sacando de nuevo la petaca. Otro trago discreto. Venga Jacques, me digo. Poso mis labios sobre el botellín y bebo. Oh, disculpeme. ¿Quiere?, le digo ofreciendosela a mi interlocutor.

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10/02/2015, 15:03
Ágape Stolness

No creía que llegara tarde, pero al ver a varias personas ya preparadas para embarcar, tragué saliva con dificultad, y maldije en mi interior al chófer.

Deslicé el billete sin decir nada, y mantuve el ceño fruncido mientras descargaba el equipaje del coche. Me limité a mirarlo, y pensar si se ganaba la vida siendo sólo cochero, porque me costaba imaginar que tuviera muchos clientes ante tal servicio tan deficiente.

Anduve con cuidado por la pasarela, e incliné la cabeza ante los que ya estaban allí. Cogimos el barco en silencio, y dejé que la brisa marina acariciara mi rostro. El olor a salitre me empapó las fosas nasales, y me harté de ello en seguida.

Puse mi mano sobre los ojos a modo de visera, y contemplé en el horizonte, cada vez más grande, la isla del Negro, amenazante. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, y sonreí para mis adentros, pensando en el motivo por el cual había ido allí.

Me encogí de hombros, y sólo di un paso apartándome de la baranda cuando llegamos a tierra. Con cuidado, bajé de la embarcación, y seguí a los demás en silencio hasta llegar a aquella terraza. La contemplé con una ligera sonrisa en los labios, y escuché las conversaciones que comenzaron a sucederse a mi alrededor.

Reconocí a lo lejos a uno de mis escritores favoritos e, iba a decirle algo acerca de su último libro, cuando vi que una mujer se le acercaba. Contemplé con horror cómo bebía de una petaca, y se la ofrecía después al escritor, y, con una mueca de asco, negué con la cabeza, pensando cómo un gran escritor como aquél podía relacionarse con semejante gente.

Me apoyé en la barandilla de la terraza, y dejé que la brisa siguiera trayéndome el olor a salitre sin descanso. Por el rabillo del ojo fui contemplando al resto de invitados, preguntándome sus profesiones y sus motivos por estar aquí. Me fijé en que la mayoría fumaban, y bufé por la nariz, algo molesta.

—Espero que no sean chimeneas continuas— murmuré, poniendo los ojos en blanco. 

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10/02/2015, 15:25
Margaret Beddingfeld

¡Owen! ¡era la señora Owen!

Margaret Beddingfeld era una mujer de mediana edad que vestía ropas sencillas pero de muy buena confección. A pesar de que no llevaba joyas y los colores que lucían eran sobrios, aquella mujer tenía clase, y sus zapatos y las telas de su vestimenta, indicaban que su posición era holgada. Mientras subía al barco, frunció el ceño intentando recordar a la mujer que, dos años atrás, había compartido unas vacaciones con ella en una confortable posada de Bellhaven.

Buscó un lugar desde donde se viera el agua para realizar el trayecto. El tiempo presagiaba lluvia por eso había decidido permanecer a cubierto, pero de buena gana hubiera realizado el trayecto junto a la barandilla del bote, disfrutando de perder la vista en el horizonte y saboreando el olor a mar. Por suerte el trayecto era corto y el confinamiento terminó pronto.

Llegaron a la isla y la vista de la residencia Owen la deslumbró. Parecía un verdadero palacete moderno, todo lujo y buen gusto. Con una sonrisa en los labios, agradeció al marino que la ayudó a descender de la embarcación y tomó su bolso de mano para dirigirse a la terraza a esperar que los anfitriones les dieran la bienvenida.

Mientras aguardaba, comenzó a estudiar los rostros de las personas que la rodeaban, buscando alguno conocido, pero sin hallarlo. Al parecer, la señora Owen y ella no tenían ningún otro amigo en común. Viendo que una dama* se apartaba del resto para deleitar su vista con el ir y venir de las olas, decidió que no le iría mal romper el hielo con alguien que parecía concer al resto tanto como ella.

-Preciosa vista, ¿no le parece? -le dijo al tiempo que su mirada se perdía en el horizonte una vez más. Acto seguido se giró y con una sonrisa comedida, tendió su mano, para saludarla-. Margaret Beddingfeld, encantada de conocerla.

Notas de juego

*Me dirijo a Ágape

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10/02/2015, 18:04
Sir Gustave Cavanough

Besó la mano que la dama le tendía y escuchó su procedencia y motivos de viaje.

Un galés está más que acostumbrado a la bebida, pero ahora era un Sir, y de él se esperaba una posición. Su nuevo yo estirado le obligaba a horrorizarse ante una dama bebiendo de una petaca, su viejo yo hubiera dado un trago aún más largo. Al final ganó la batalla su nuevo yo.

¿Una dama bebiendo de una petaca? Desde luego que tenía que tratarse de una americana. ¿Serían todos los americanos igual de maleducados o solo lo eran los que exportaban?

Gracias, Madamoiselle, pero debo rechazar su ofrecimiento. - Dijo disimulando la frialdad de la respuesta - ¿Así qué es usted actriz? ¿y hace también teatro o su carrera se ha centrado más en el cine? - añadió buscando algún punto común por el que mantener la conversacion