- Claro. Puedo darle toda la información que conozco, aunque no es mucha. Vi al señor Cavanough sentado muy a gusto junto al piano. Esperándolo a usted, según me dice. Me invitó a quedarme allí junto a él, justo cuando no había nadie mirando. Yo me quedé a una distancia prudencial, ya que no me inspiró ninguna confianza. Rechacé su invitación y subí al piso superior a investigar, ya que tenía la corazonada de que algo ocurría en la habitación 13, aunque nunca llegué a saber si mi intuición se correspondía con la realidad. Se despidió de mí sin parecer muy contento y, aunque no vi quién me envenenó mientras dormía y solo vi una figura abandonando mi habitación mientras me ahogaba, si de alguien sospecho es sin duda de él.

Tras soltar su rabia, una sonrisa y voz amable lo encauzaron de nuevo a la serenidad. Ella iluminaba todo el espacio con su mirada, era una estrella, el sol centro de su universo haciendo oscuro y fuera de plano cualquier otro elemento.

Fausto suspiró, olvidándose que no estaban solos. Su propio nombre a labios de ella sonaba distinto, más brillante, un descubrimiento que encendía sus latidos que no existían. –Comenzamos de nuevo, juntos. Amata mia.- Y no pudo evitar sentirse dichoso cuando lo amó por encima de lo que ella había amado a la vida, sentimiento, por otra parte, completamente compartido.

Se giró a ella y se perdió en sus ojos, más azules, más puros y más transparentes que las aguas de aquél mágico y paradisiaco lugar.

El veneno del irlandés no podía herirlo y su furia no podía asustarlo.

 –Amenazado de muerte, ya ve usted. Han necesitado dos balas, un golpe, y ahogarme con una soga, todo a traición, para conseguir más que simples amenazas. No veo como abiertamente lo habría conseguido usted. Un italiano es más duro de piel que un sucio irlandés al menos habrían hecho falta dos como usted, y bien armados.- Lo provocó con tranquilidad. -No obstante, aquí estoy. Muerto. Y creo que eso se lo pone algo más… difficile.- Lo miró con algo más que orgullo y habría dado una larga calada desafiante de haber podido. -¿Qué cree que es lo que puede hacerme para que me eche a temblar?

Se interpuso entre él y la dama, en un discreto e inconsciente ademán por protegerla. -Hágales llegar lo que le apetezca, diles lo que le dicte la inspiración, cuéntales que soy un monstruo que planeaba quemarlos a todos sin ápice de… ¿cómo lo dicen ustedes? Consciencia. Diga eso si usted quiere. ¿Cree que me importa? No sé de donde saca que usted goza de nuestra confianza. Pero no podría importarme menos que me crea o no. Más, cuando se enciende solo por haber respondido su pregunta.- Hacía aspavientos al hablar como buen italiano. -¿Quiénes? Ella y los suyos. Sé lo que vi, y lo que escuché. No solo sombras me arrastraron a la muerte, escuché una cita entre invitados, y los vi acudir. Y ella estaba, y mintió. ¿Cree que no sé cuando alguien miente? ¿Por qué clase de patán de tres al cuarto me toma? ¿Cree que cualquiera puede dirigir un imperio como el mío? Tsk… Su “hermana”…- escupió esa nomenclatura lentamente sin creerse aquella mentira- intentó engañarnos, argumentando que se encontraba en el lugar “porque se había citado con un caballero”. ¿Qué clase de mujer va ventilando a cuatro desconocidos esas cosas? Tampoco no le extrañe, pues no acudió a la cita ningún caballero, ni hombre ya puestos, dado que la señorita lo tiene todo para satisfacer a cualquiera que se llame tal. Ningún maschio que lo sea, no solo de voz sino de hecho, habría eludido una supuesta cita con tan claros beneficios.- Dedicó una mirada significativa y luego lamentó, casi inmediatamente, haberse mostrado tan burdo a oídas de Ágape.

-Así que, de acusaciones infundadas: nada. Un hombre que no tiene qué perder no tiene porque mentir. ¡Ya se lo harán! Porca miseria  para todos vosotros. Para mí pueden venirse uno detrás del otro, que sitio tenemos. Veremos al final quién mentía. ¿Usted quiere sobrevivir? Pues muy bien por usted. También lo quería yo, ¡y ella! pero como verá, para nosotros, es un piccolo tarde. Así que no espere que lamente mucho su pronta desdicha por no escucharnos.

Era difícil decir si se sentía más divertido o enfadado con aquél vaporoso interlocutor. Pero a pesar de esgrimir la verdad, el Sr. Predatore era como un león, un gato grande jugando con su madeja de lana.

Escuchó lo que tenía por decir el otro hombre muerto, asintiendo más a la lógica que a las palabras. Aunque cuando se fijó no estaban hablando del mismo hombre.

-¿El señor Cavanough?- Se rió al ver lo confundido que estaba, o eso creía. –No, no, no. ¡Qué demonis pinta el signore con todo eso! A no ser que haya más gentuza involucrada, se equivoca usted de apellido, sr. Crowden.

No, no, yo escuché, con mucha claridad por cierto, los susurros, o mejor dicho el susurro que el caballeri propinó, ese que acosaba a las signorinas…- Miró a Ágape como esperando a que le ayudase a recordar el apellido del señor Aburthnot, quién como decía había estado toda la velada importunando a su amada y a su amiga. Benoni hacía movimientos circulares de muñecas con las manos como para ayudarse a pensar. –Da igual, ustedes sabrán entender.- Concluyó cansado de hacer memoria. -Él dedicó un susurro a esa joven del servicio. Esa del pelo rojo. Que estaba muda por la notte cuando los interrumpimos. Ese cuestionable caballero soltó el nombre donde quedar. Y les puedo asegurar que estaban todos en la biblioteca ayer. El señor ese, sua hermana, la miñona, y la mujer francesa. Usted señor Crowden estuvo ahí, en la Bibioteca a eso de las once. Todos, salvo usted, el doctor y yo, el resto eran conspiradores. No lo duden.

¿Qué Wesley había quedado con Penny en la biblioteca? ¡Eso era absurdo!

-Curiosamente, usted nos dice que quedó con ella, y usted era el único que no se presentó. Si iban a compartir la misma habitación… señor “Barlow”, ¿por qué? ¿Por qué citarse en la biblioteca? ¿Nos toma por imbéciles? Váyase a insultar en otra parte y deje nuestras almas gozar de algo de paz. O es usted un necio, o es usted ciego.- Buscaba un sitio donde sentarse y al no encontrarlo su nerviosismo iba en aumento a la vez que se desvanecía su paciencia. -Pregunta y le cuento.- Uno a uno mostró sus voluminosos dedos mientras repetía nombres, o mejor dicho indicaba a quién vio cuchichear y reunirse. -Agurnot, la sirvienta pelirroja, la señora del apellido francés y su supuesta “her-ma-na” son quienes conspiraron ayer en la biblioteca, y acudí ahí porque los oí citarse. Un susurro entre los dos primeros, y finalmente dedicaron una mirada con intención y que no me pasó desapercibida a la signorina “Dapon”, “Dupon”, o “Tapon”, o como se diga la señorita de ojos saltones. Esos tres los vi. Con estos ojos. Bueno, estos no creo, lo que se quedaron con mi cuerpo. Y les escuché decir claramente “Biblioteca”.  Podría haberlo oído mal, pero anoche ahí estaban, ergo, mi oído no está tan dañado como me temía. Y su “hermana” estuvo también en la biblioteca mintiéndonos al respecto. “Había quedado con un caballero” pero ahí estábamos el doctor, los cuatro que le digo, el señor Crowen y un servidor. Tómelo o déjelo, pero si va a insultarme mejor no vuelva a dirigirme ni una parola.

Me lo paso teta con tus tocho-post XDDD

Así pues, los muertos han votado a su aire y no han coincidido ni por casualidad. Tres muertos, tres opciones. Habrá que resolver el tema a suertes.

Como aun queda tiempo para que alguno pueda cambiar el voto, cosa que no creo, hago la tirada por emisor, así será válida luego aunque cambien el voto.

A tenor del resultado, Predatore: Jacqueline Dupont será el voto de los muertos en el Turno II (a menos que el italiano cambie de opinión de aquí al cierre de las votaciones o lo haga alguno de los otros dos, haciendo coincidir su voto y colocándose en mayoría).

En esta isla no todo es terror y crujir de dientes, también tiene lugares hermosos y apacibles para retirarse a descansar. Y dónde mejor dirigir las almas que a un lugar de ensueño como éste.

La laguna de las sirenas. Donde las almas de los muertos van a morar el descanso eterno y donde se pescan buenas carpas, con el anzuelo adecuado.

Llega aquí el alma condenada del mayordomo Alfred Dyle. Se encuentra con las otras almas, las pertenecientes a Benoni Fausto Predatore, Ágape Stolness y Martin Crowden.

También hay una cuarta presencia entre la bruma que los muertos no distinguen del todo bien. Se diría que es un hombre, pero su consistencia es distinta, como si no estuviera en este mundo. Como si permaneciera en un plano a medio camino de los dos mundos. ¿Quién será?

Una nueva alma hace acto de presencia. Se trata del alma del mayordomo Alfred Dyle.

- Vaya, parece que hay alguien que tampoco ha tenido mucha suerte en esa casa... Bienvenido, póngase cómodo, aquí hay mucho sitio.

Evento Nocturno en la Laguna

Lo etéreo de vuestra existencia es aburrido y sin sabor. Por ello, ansiáis volver a la vida, pero no es fácil. Os preguntáis si no sería posible poseer a alguno de los presentes y, de esa manera, sentir nuevamente el privilegio de estar vivo.

Para volver a la vida, necesitáis el catalizador de una muerte. Lo habéis visto al llegar Dyle. La puerta se abre, por un momento pequeño, casi imperceptible. Es una noche propicia. Quizá alguno de vosotros podría aprovecharlo para volver y adueñarse del corazón más místico de los huéspedes.

Ante la diatriba de aquel hombre enamorado de su hermana, y el tipo que había muerto el mismo día que nosotros, me mantuve en silencio, perdiendo toda esperanza de que aquel viajero errante entre dos mundos llegara a decir algo de nosotros al otro lado.

Sin embargo, al escuchar las palabras de Fausto no pude sino sonreír. Me gustaba escucharlo hablar, y, sobre todo, me encantó cómo lo expuso todo. Las verdades las soltó como bofetones, y me hubiera encantado tener su presencia y actitud para imitarlo, y hacer yo también lo mismo.

No obstante, me limité a ponerle una mano en el brazo, y negué con la cabeza, torciendo el gesto.

—Da igual, Fausto— dije—. No saldremos de aquí— profeticé, suspirando.

Cuando llegó el nuevo visitante, le señalé todo el sitio que quisiera allí con un gesto de la mano. Aquel lugar era enorme, y nosotros éramos muy pocos. Aún tenía que llegar mucha gente más.

- Si no he escuchado mal, Fausto, me acusa de haber quedado en la biblioteca con mi hermana, y yo nunca he dicho tal cosa. - Dice tranquilo negando. - Ella vino a mi cuarto, y yo, más tarde, fui con Sir Gustave. Ella sé que se dio un buen paseo, y habrá hablado con gente, no lo dudo. Es muy sociable y resuelta, no la controlo. 

Ignora finalmente al italiano, que cómo se las da, echando sapos y culebras por esa boca, y repara en la nueva presencia que ya se esperaba. - Hola, señor. Que sepa que lo lamento. - Confiesa al mayordomo difunto. 

-Vaya-Dice Alfred- Realmente nunca me espere un sitio como este en mi paso a la otra vida, calmado y sosegado y además por suerte no estoy solo y sospecho que pronto seremos más.