Resumen turno 2:
Roldán fue de nuevo el primero en moverse. Definitivamente, parecía estar hecho para las batallas. Con su escudo en alto fue corriendo hasta uno de los judíos caídos para recoger su cuchillo. En sus cortos pasos, el judío J8 intentó ensartarle el cuchillo, pero ni siquiera llegó a rozar en su escudo protector. Tras ello, Severo hizo un ataque de barrido con su hacha*1, de manera tan horizontal que daba verdadero miedo esa arma, alcanzando a J1 y J2 (y pese a que éste último intentó esquivar en demasía):
DañoJ1: 9 (/2 por pierna) (sin protección): 4 puntos de daño
DañoJ2: 8 (/2 por pierna) (sin protección): 4 puntos de daño
Tras ello, mientras J1 yace ya en el suelo (desmayado) y queda como impedido*2, Tristán se lanza a acuchillar a J4, aunque éste parece sacar buenos reflejos, consiguiendo esquivar al susodicho. Ahora, Fernando elevó su espada y fue directo a mandar su filo contra otro de los judíos (J5). El primer ataque acertó en el brazo del judío, mientras que el segundo no logró acertarle, fruto de un mal envío:
Daño: (Crítico): 13 puntos de daño (/2 por brazo): 6 puntos de daño*3
Era ahora el turno de los Judíos. Ninguno excepto dos lograron acercarse a heriros. J4 se lanzó contra Tristán, el cual paró su embiste sin problema alguno y J5, aunque con el brazo herido por Fernando, le devolvió a éste su agravio con dos buenas cuchilladas (una en pleno pecho y otra en el brazo derecho):
Daño1: 2 (sin bonus) (-3 por Gambesón Reforzado): sin daño.
Daño2: 5 (sin bonus) (/2 por Brazo) (-3 por Gambesón Reforzado): sin daño.
Suerte que el bueno de vuestro jefe llevaba buenas protecciones.
Motivo: Secuelas J2
Tirada: 1d10
Resultado: 6
Motivo: Desmaya J1?
Tirada: 1d100
Dificultad: 48-
Resultado: 93 (Fracaso)
*1 Dos cosas del barrido de Severo: Has declarado a J1 y J6, pero el barrido afecta a quien quieras atacar y al inmediatmente siguiente. Por ello aplicaré que los destinatario son J1 y el inmediatamente siguiente (J2). Por otro lado, las localizaciones de un barrido son la misma para todos los atacados --> Si lo piensas, tiene lógica: a medida que la hoja va cortando horizontalmente, ésta no puede cambiar ni de altura (distintas localizaciones) ni de destinatarios (no podrías atacar a J3 sin pasar antes por el 2 o por el 1, por ejemplo):
*2. Secuelas de J1: Pierna Malherida: La rotura de varios huesos y el desgarro muscular inutiliza esa pierna durante tantos
días como 25 menos el nivel de Resistencia del personaje. Durante ese tiempo se considera que tiene la Pierna Cortada.
*3: Secuelas de J5: Tendones Rotos: El ataque destroza varios tendones de la mano, afectando al movimiento de la misma. El personaje pierde de forma permanente 1 punto de Habilidad.
Estado Judíos:
J1 -5PV / -4 PV (+ desmayado + pierna inutilizada)
J2 -4PV
J3 MUERTO
J4
J5 -6PV (+ tendones mano rotos)
J6 -2 PV
J7 MUERTO
J8
Fue en estas que, allí yaciendo dos de los judíos, en la estrecha callejuela,uno de ello (que parecía bastante enfadado y en sus pensamientos bien que claramaría a Yahvé más que el resto) (J4) huyó, aprovechando una pequeña coyuntura. Allí quedaraon el resto, algunos ya impedidos como de por vida y otros bien malheridos, que no pudieran a juicio de cualquier persona razonable acabar con vosotros de la forma y guisa en que lo habían intentado. Y por ello, imitando al primero, todos huyeron, incluso el de la mano destrozada, quedando únicamente el desmayado junto a los cadáveres...
La mujer del velo y el tipo de la capucha se habían echado a un lado todo el tiempo. Y menos mal que estábais delante de ellos, que si no hubiéranse ido a acuchillarles también. ¿A quién habrían ido a atacar realmente? ¿A lo nuevos y populares alguaciles de Toledo? ¿A Fernando para ajustarle las cuentas como conocido alguacil Mayor de la ciudad? ¿A esos dos desconocidos? Sea como fuere, Fernando, revisándose las marcas de los punzantes filos en su armaduras, se acercó hasta los dos misteriosos escoltados, y se preocupó por ellos. Sin duda parecían tener un buen susto encima aquellos dos.
Con rostro adusto, Severo observó el campo de batalla. Dos muertos y uno desmayado, al que le quedaba poco si no lo socorrían. Limpiando el hacha con la ropa de uno de los caídos, Severo se acercó al judío que todavía estaba vivo, arrancándole un trozo de vestimenta y usándola como venda al menos para taparle la terrible herida que le había infligido.
Y estando allí, arrodillado ante el yaciente, girose hacia sus compañeros de armas, con mirada de orgullo, pronunció.- A Dios agradezco el haberos encontrado, pues grandes camaradas de armas sois, y mejores amigos aún.-
Digno combate el que hemos librado. Muy bien señores.
¿Podemos ya violar a la chica, máster? Es lo tradicional. :-)
-Non puedo decir más que lo mismo, Severo -dije, sonriente. No era yo hombre de armas, pues a pesar de asaltar caminos, el combate no era mi especialidad, pero habíamos salido airosos. Todos lo habíamos hecho muy bien.
Por otro lado, que Fernando se preocupara tanto por aquella chica, la de la casa del judío, y el misterioso encapuchado (que bien atrás se quedó cuando el acero desnudo reflejó la luna, el muy cobarde), me llamó la atención, mas no me atreví a preguntar. Aún tenía que recuperar el aliento después del combate.
¿Qué había movido a aquellos judíos para atacarnos? ¿Quizá alguna cuenta pendiente con Fernando, o fuera por la hija del tal Leví?. Preguntas rondaban mi cabeza, preguntas que haría responder a Fernando, pero no ahora, no era momento este para parlamentar. Uno de los judíos había escapado a la carrera, sin duda iría a dar aviso a sus camaradas.
Ocho de ellos nos quitamos de encima con facilidad, pero no era menester seguir tentando a la suerte. Más nos valía salir prestos de allí. Me acerqué al cuerpo del desmayado judío que tenía mi coltell. Después de recuperarlo le propiné un puntapié en su pierna mal herida. Le quité también su cuchillo y me apropié de otro de uno de los muertos. No volvería a quedarme desarmado en el próximo combate, eso seguro...
- Sigamos la marcha, ya fabrá momento para la cháchara. - Dije secamente, ciertamente disgustado por mi papel en la pendencia.
Recupero el coltell y saqueo dos cuchillos, uno lo guardo en la bota y el otro en el cinto.
Con aquel tipo desmayado allí (que seguramente lo encontrarían los alguaciles o cualquier otro judío junto al par de cadáveres), continuásteis hacia el puente de San Martín, una de las salidas de Toledo, como Fernando dijo. Desde ese trecho hasta el lugar, vuestro jefe llevó su espada desenvainada, que no daría cabida a más sustos y pocas prevenciones. Además, notásteis que estuvo más cerca de aquellos dos misteriosos (el del velo y el de la capucha) el resto del trayecto.
Once y media, y hacía un frió que helaba el alma. La noche era completa y el viento os azotaba en la cara más fuerte incluso de lo que lo podían haber hecho los judios aquellos. El puente estaba ya sobre vuestros pies, y era realmente magnífico, aunque aún le faltaban por rematar unas cuantas partes. Cruzaba el tajo y tenía cinco vanos.
Y tras cruzarlo, el grupo se paró, y Fernando se giró hacia vosotros.
Apúntate el saqueo, Roldán.
Esta es... Sarah Leví -dijo señalando a la mujer tal y como ya sospechábais de su identidad...-, la hija del comerciante que visitamos esta mañana, si recordáis. Et éste es el Padre Alberto, párroco de la iglesia de San Andrés...
La muchacha se quitó definitivamente el velo, y pudísteis comprobar, aun siendo de noche, la extraordinaria belleza de la joven. Sin duda era aquella que alguno de vosotros había visto en la celosía de la casa del tal Leví. Era muy joven, de apenas la veintena (según os pareció a ojo), y su cabello era negro y rizado. Su piel era blanca y bajo la pequeña capa que también llevaba vestía un modesto vestido color ocre con pequeños rebordes de encaje. Lo único que hizo fue asentir cuando se descubrió, pero no dijo más. Cuando Fernando la presentó, ambos se miraron un instante y tornaron su cara en un bello gesto de sonrisa.
El padre Alberto, al quietarse la capucha, era un hombre bien entrado en edad (cerca de los cincuenta), y su pelo era canoso y su cara arrugada. Nada más descubrirse, vísteis la sotana blanca que llevaba y un pequeño odre colgado al cuello.
Valientes habéis sido por protegernos -dijo el Padre Alberto-. Rezaré por sus almas, et por las vuestras también.
Aún no hemos acabado el trabajo... hemos de andar un poco más, rodeando el Tajo por su orilla e internándonos en el comienzo boscoso hasta un claro -dijo Fernando bien decidido-. El Padre Alberto va a bautizar a Sarah.
Asentí al mandato de Fernando, sin mediar palabra alguna con él. Ya tenía mi respuesta; los judíos que nos habían atacado habíanlo hecho por proteger la "honra" del tal Leví y los suyos. Si el Padre Alberto iba a dar bautizo a Sara, no encontraba yo otro motivo que no fuera celebrar a posteriori un casamiento.
No pequeño era el berenjenal donde nos había metido aqueste Fernando. Más si la virgen habíame puesto en aquella vicisitud, bien ayudaría yo a esos jóvenes de puro corazón, pues, ¿qué podía ser más puro et verdadero que el propio amor?.
Marché coltell en mano, preparado, al igual que Fernando, para cualquier tipo de nueva sorpresa. En todo momento me mantuve vigilante mientras se celebraba el ritual.
Saqueo apuntado.
Crucé el puente temeroso de que se viniera abajo. Una sensación extraña me invadió al cruzarlo, que achaqué a mi miedo al agua, pues bien se escuchaba gemir al Tajo allí en las profundidades.
Respié una vez cruzado el puente. Ahora todo tenía sentido: aquella visión de la chica en la celosía, el misterio con el que Fernando trataba el asunto... Mi suspiro llevaba también algo de tristeza, pues de verdad me había maravillado la bellaza de la zagala aquella mañana, mas no sería yo quien se interpusiera entre ella y Fernando. Sin más, continué caminando con el grupo, tras agradecer a Fernando las explicaciones.
Severo había sido testigo y partícipe de muchas masacres, había partido cabezas y había matado con sus propias manos, y nunca, nunca, había perdido el ánimo ante tales atrocidades. Mas cuando la joven Sarah desveló su rostro, el enorme guerrero no pudo más que contener el aliento ante tal belleza. Poco bastó más que unas breves palabras de Fernando al presentar a las dos figuras embozadas, y Severo se hizo una idea de la situación. Luchar por dinero hacía que uno calculara el precio de la vida, pero luchar por amor... no había precio que pagara eso, más que la propia vida.
Las intenciones de Fernando y Sarah parecían claras y transparentes, a la par que puras y honorable. Severo miró con renovado respeto a la joven pareja, anidando la esperanza de un futuro mejor para ellos, pues parecía que los judíos del barrio no apreciaban la decisión de la joven. Una breve mirada de complicidad hacia sus compañeros de armas le bastó para ver que ambos se habían hecho la misma idea. Acercándose hacia la pareja hizo una leve reverencia con la cabeza ambos.- Joven Señor, bella Dama. Creo que hablo también por boca de mis compañeros. Hasta ahora venía aquí solo por dineros, mas ahora también me ata el respeto. Contad con mi bendición, y su fuera menester, con mi hacha.- Y dispúsose para partir presto, con hacha y escudo preparado, pues sabía que los judíos volverían.
Mierda.
Creo que lo de violarla ahora quedaría muy feo... ¬¬
Fernando no había dicho nada de casamientos, pero vosotros ya le estábais deseando un buen destino juntos. Y en verdad que debía ser así, puesto que nadie se enfrenta a un grupo taan violento para proteger a dos tipos, ni los más ociosos atreveríanse a salir en plena noche y tan corriendo de la ciudad... como Fernando y sus nuevos alguaciles. Y además les acompañaba un cura, que, habiéndose llevado en ese odre colgado algo de agua bendita de la parroquia (que os lo dijo a modo de curiosidad mientras caminábais), bien lo necesitaría para otros sacramentos mucho más complejos, como era el matrimonio. Y aparte de todas estas señas, la que realmente delataba la situación eran las miradas que el joven Fernando, cristiano, y la bella Sara, pronto conversa, se dedicaba discretamente (por la presencia del Padre).
Cruzásteis el puente de San Martín (y alguno de vosotros pensó que el Tajo se lo llevaría por el tremendo sonido que hacía su cauce en lugar tan tranquilo) y bordeásteis por la otra orilla durante unos diez minutos. Luego, alejándoos del agua, os metísteis aún armas en mano a un pequeño claro en el comienzo del bosque, en su linde. Fernando se detuvo.
Es aquí -dijo mirando el alrededor más inmediato-. Señores, montad guardia de a tres, no estaremos mucho aqui, tan sólo lo necesario -luego se giró hacia el cura Alberto-. Cuando quiera, Padre. Y le estrecho las manos a Sarah, como para darle confianza y que no tuviera miedo.
Os repartísteis haciendo un perímetro triángular, no muy lejos de los otros tres, que quedáronse en el centro. El Padre Alberto comenzó entonces a desproveerse de su capa con capucha y se quitó el pequeño odre. También sacó una especie de tarro oscuro, como de ungüentos... Sarah y Fernando miraban al cura muy atentos.
In nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti... -comenzó diciendo Alberto con sus dedos índice y corazón juntos haciendo una cruz en el aire delante de la cara de la joven-. Oremos... -y estuvo unos dos o tres minutos con las manos entrelazadas, como rezando o algo así. Los dos amantes hacía lo propio también, aunque la chica permanecía en silencio-. Sarah, habrás de convertirte en mujer cristiana para contemplar a Dios Padre, que es Dios Hijo y entéramente Espíritu divino, para llegar a los Cielos, el verdadero Reino de Dios. Ven aquí...
Sara dio dos pasos y se acercó al cura.
En tu estado de gracia, que es pleno y válido todo el, has de abjurar tu antigua religión -le decía-, para dar cabida a la Palabra de Dios, que es Preclara y pura e imperecedera. Repite conmigo, hija mia: "Yo reniego de mi antigua fe, desastrosa y vana a los ojos de Cristo. La bondad de Dios, cristiano y verdadero, me inunde ahora".
Sarah repitió las palabras, y Alberto continuó. Por vuestra parte, que veíais también el ritual del Bautismo, no notábais nada en los alrededores. Entonces el Padre cogió su odre, hizo agachar un poco a la chica, y comenzó a verter poco a poco el agua sobre la cabeza de ésta. Hablaba a la par que le vertía la sagrada entrada al reino verdadero.
¡Oh, Santísima Trinidad! -continuó-. Imploramos humildemente que la bendición de tu Gracia y la de tus ángeles se pose en esta vuestra nueva hija cristiana, que de ahora hasta el día de su muerte se llamará... María.
Tras verterle todo el agua, María levantó su cabeza y miró al cura un poco dudosa, pero luego se reconfortó al ver que Fernando la sonreía, pues estaba a su lado en todo el ritual. Acto seguido, Alberto cogió bien el tarro que había sacado y tenía apoyado en una peña, y con dos dedos tomó un poco de ungüento que llevaba, como óleos, óleos ya consagrados, y los extendió por la cara de la joven, levemente.
Quedas bautizada, María. Ahora eres hija de Dios -dijo el cura-. Recemos ahora... -y rezaron algunas oraciones, que bien se eternizó allí la cosa, pues duró más que todo el propio proceso ritual. Finalmente, acabó con la misma fórmula con la que empezó-. In nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti... Amen.
Tras ello, Fernando y María se fundieron en un abrazo limpio y sincero. Había pasado una hora.
Cuando Alberto dice "en tu estado de Gracia", no es que esté embarazada, sino que se refiere a que tiene un alma pura y que es casta ;)
Fernando, acto seguido se acerco a vosotros, uno por uno. Os avisó que ya habían acabado, y os presentó oficialmente a María como nueva cristiana.
Es menester que llevéis al Padre a la puerta de Toledo, a San Martín de nuevo -ordenó el alguacil-. Yo acompañaré a María a su casa, aunque iremos dando un pequeño rodeo por la ciudad, pues entrar en la aljama tan a la ligera, puede ser peligroso, ya me entienden... -se refería al suceso del grupo de judíos-. Partid prestos. Mañana nos vemos, señores..., ya es Martes Santo... -miró al cielo y dedujo que ya había pasado de la medianoche (y efectivamente era así)-.
Y entonces el Padre Alberto recogio sus elementos rituales, se embozó de nuevo a su capucha e hizo una reverencia a Fernando y María, agradeciéndoselo éstos con sonrisas. Cuando ya partíais a la ciudad, Fernando añadió algo, cogido de la mano por la chica.
Gracias. No lo olvidaré
Y partísteis de camino al puente, de nuevo, mientras los dos "tórtolos" quedábanse solos.
Asistí al ritual en silencio junto a mis compañeros, y saludé con la cabeza a Fernando cuando marchaba y nos agradeció la labor. No sabía explicar por qué, pero tras esta noche, también le consideraba un amigo, como a Roldán y a Severo.
-Venga, padre. Demos por finalizado el lunes santo et regresemos a dormir, que aún queda semana por delante, et como todos los días sean tan movidos, la llevamos clara mis compañeros y yo.
Durante toda la celebración Severo se mantuvo firme y expectante ante cualquier eventualidad que pudiera interrumpir tan sagrada misa. Aún así, no pudo evitar salmodiar en silencio y moviendo los labios, siguiendo las palabras del padre Alberto, pues acostumbrado estaba desde pequeño a tales citas. Finalizado el ritual, se despidió con porte y entereza de los dos jóvenes. No le gustaba nada la idea de dejarlos solos por estos lares, pero bien era sabido que si tres son multitud, no digamos seis.
Escuchando la chanza de Tristán, no pudo Severo evitar una sonrisa, pues era verdad que para ser un simple lunes santo, parecían haber trabajado ya para toda la semana.- Creo que de camino a la taberna voy a ponerme un bozal de burro, para no ver nada, no sea que nos tengamos que meter de nuevo en problemas. Frío y hambre tengo, celebremos la dicha de esos pajaritos a nuestra manera. ¿Se apunta a un buen vino caliente, padre?.- Dijo mientras enfilaba ya hacia el puente.
Nunca fui yo muy devoto de santos y rezos, de haberlo sido no hubiera obrado tan malamente durante la mayor parte de los años de mi vida. Menos mal que aparecióseme la virgencita en aquel claro, momentos antes de dar cuenta del bueno de Honesto cual cochino en San Martín. Aquel encuentro divino cambió mi vida y la manera de verla, lo cual me lo recordaron los bellos de mis brazos al erizarse mientras presenciaba aquella ceremonia.
- Marchemos pues, que la noche es oscura et fría, más poco es al lado de los filos de los asesinos de Cristo. - Encabecé la marcha. Escudo en el brazo y mano sobre el mango del coltell. Si cruzábanseme otra vez esos judíos no tendrían tanta suerte esta vez.