Partida Rol por web

El Martes Santo dormísteis en la posada del Escudo Verde, y en estando en Miércoles Santo salísteis a contemplar a las gentes y velar por el bienestar. Nada ocurrió (cosa rara), aunque sí pudísteis apreciar cómo, a vuestro pesar en eso de la vigilancia de la casa de Leví et alredores, la aljama fue cerrada en sus puertas por la propia comunidad (En parte era normal, por el hecho del fervor cristiano en ésta época, aunque bien se podría pensar que había revuelo por algo más, ya que el barrio judío se hallaba más revolucionado de lo normal). La entrada y salida de la misma quedaba clausurada.

El Miércoles Santo dormísteis también en casa de Jorge el Tuerto*, y tras desayunar siendo ya Jueves, salísteis a la calle para lucir los bonitos jubones de la ley (entre otras cosas). En éstas que, camino del cuartel, os encontrásteis con el propio Fernando y varios alguaciles del turno de noche patrullando por la calle, tras lo cual os comunicaron que el movimiento en la judería había habido más movimiento de lo normal (incluso que el día anterior). Y con cautela pasásteis así el Jueves Santo, mirando la procesión sin peligro evidente, pero con tensión palpable.

Ese Jueves por la noche cenásteis con Fernando en el Escudo Verde, que con el tema de su preparación secreta de su boda hacía dos lunas que no "charleteaba" con vosotros al acabar el turno. Tras la cena, el joven alguacil marchó, et luego escuchásteis una pequeña pelea en la calle, ya muy de noche, et antes de iros a las alcobas mirásteis allá, aunque tan sólo apreciásteis personas ya corriendo de vuestro alcance. El Viernes Santo de mañana el Tuerto tenía algo preparado de desayuno especial: un revuelto a base de huevos, y algunas hortalizas (pero nada de pancetas u otras grasas o carnes). Al ir directos al cuartel os informaron los del turno de noche que, Fernando, no está. Y así estuvísteis todo el día (sin saber de él), centrando vuestra preocupacion en el bullicio y ajetreo dentro de la judería (que a saber qué se estaría tramando allí).

Y ya el Viernes Santo de noche, en llegando al Escudo Verde tras ser apedreados de lejos por el niñato (y otro grupo de seis chavales) al que Severo marcó sus dedos en el trasero días antes cual hierro candente se impregna en los lomos bovinos, os sentásteis a cenar de manos de Jorge...

Y en éstas que, con el tenedor en la boca o tomando los alimentos de los platos, una muchacha de buen ver entró en el Escudo Verde... ¡Era María! Buscó a alguien con la mirada, y en cuanto os vió se fue directo hacia vosotros. Tomó a Roldán del brazo, y rápidamente hizo sacarle a la calle. El resto soltásteis los cubiertos alertados y salísteis con ambos. Afuera se celebraban coros de niños en pos de la procesión que iba a tener en breves lugar (ese día la procesión de Viernes Santoo era por la noche).

¡Le han cogido! -dijo alertada y fuera de sí-. ¡Se han llevado a Fernando! Le han cogido y creo que se lo han llevado a la Cabeza del Moro, a lo alto de las ruinas... ¡Ayudadme!

-¡Calma, Sarah! Baja la voz o quizás llamemos la atención de indeseables, pues en las tabernas hasta las paredes tienen oídos que pudieren sacar provecho de todo lo que escuchen... Y más en esta -me pude imaginar al tuerto con la oreja pegada e intentando sacar tajada-. ¿Qué ha pasado? ¿Quién se ha llevado a Fernando, et cómo ha sucedido?

Severo, acostumbrado a las urgencias de las guerras, salió ya de la taberna pertrechado y preparado, presto para cualquier eventualidad. Eso sí, no sin antes llenar un cuenco de la comida que pudo agarrar, pues aunque hubiera lucha, nunca se había de menospreciar el sagrado condumio.

Masticando aún, escuchó las funestas palabras de Sarah, ahora bautizada como María. Su bello rostro estaba marcado por la preocupación, y eso conmovió la fiera alma del guerrero. Asintiendo a las preguntas de Tristán, añadió una, que si bien temía hacer, preocupábale por si Sarah (perdón, María, se corrigió mentalmente Severo) podía ser un obstáculo.-¿Está vuestro padre con Fernando? ¿Sabe de vuestros planes?.-

Cuando sentí aquella suave mano tirar de mi brazo con violencia supe que venían malas nuevas, y lo peor es que ya imaginaba cuales... Sabias advertencias y cuestiones planteáronle mis compañeros a la moza, a lo que nada más podía añadir salvo un; - Marchemos prestos, non gastemos tiempo aquí et fablemos en camino. - Y asegurando llevar mis pertrechos de combate comencé a caminar presto, más dudaba yo si la dirección tomada era la correcta.

- Ma... - Y rápidamente corregí, pues no convenía llamarla por su nombre cristiano en plena calle. - Sarah, debiéremos dar aviso en el cuartel, pasaremos de camino a la Testa del Moro. Non sabemos a cuanto enemigo faremos frente, et siempre es bienvenida ayuda. ¿Vos place la idea?. - Todavía me costaba ubicarme en Toledo, y aquellas estrechas e intrincadas callejas no ayudaban en la labor. Esperaba que la moza pudiera indicarnos bien la mejor opción.

En estando en la calle, y tan tarde, poca gente se hallaba andando por allí, que andábanse todas recogidas, e a lo sumo algunas rezarían en aquella noche de Viernes Santo en alguna parroquia, pero las menos. La idea de Roldán era muy lógica, y en llegando al cuartel en la misma plaza de la catedral, tan sólo vísteis a uno de los jóvenes guardias que siempre solía ir con Fernando, ese tal Felip, aragonés igual que Roldán. Nada más contarle que Fernando no estaba, no dudó en dejar su guardia nocturna y hacer lo que su oficio requería. Se plantó el jubón y tomó una espada, saliendo de allí con vosotros (aunque se sorprendió al ver a la chica, pues éste Felip era uno de los que hablábale y animábale a Fernando el día de vuestra contratacion a pretender a la tal Sarah, la hija del Leví, que ahora allí estaba).

No sé si mi padre está con él -le respondió a Severo mientras la muchacha os conducía por las calles de Toledo-, pero si que le he oído decir dentro de la judería, cuando hablaba con otro hombre, que lo atraparían fuera como fuera... ¡Vamos!

María os guió por las calles hasta otra de las puertas de la ciudad (no era la del Puente de San Martín), y visteis el Tajo de nuevo. Anduvísteis por la orilla en el extramuros durante unos minutos, caminando paralelamente al agua. Luego llegásteis hasta una pequeña choza en la misma orilla hecha de piedras completamente, con el techo recubierto además de paja. María, que llevaba una capucha, se descubrió, y tocó fuertemente a la puerta de madera. Allí apareció un hombre, que se asustó un poco al ver a los otros cuatro hombres. Sin embargo, nada más ver a la chica, se giró un poco, cogió una antorcha que tenía por allí y la prendió con un fuego que tenía en el interior, saliendo su humo por un huequito que hacía de chimenea.

Con una luz prendida, os encaminásteis hacia el agua, y ahora podíais ver una barca sobre el río, atada con cuerdaa a un poste clavado en tierra. El tipo de aspecto algo viejo se montó, cogio un remo que dentro había y os instó a subir.

¿Subís o qué...? -espetó el tipo-.

Tras subir, comenzásteis a cruzar el río. Había unas cuantas varas (lo cierto es que bastantes) hasta la otra orilla del Tajo. Nadar como si nada hasta el otro extremo, en la época en la que estábais, podría suponer muerte por enfriamiento (si es que no os arrastraba la corriente), y aún con más peligrosidad de noche. Tampoco había puente por aquella zona, por lo que el barquero se encargaba de pasar personas de un extremo a otro, tanto de día como de noche (si era menester). Nada más comenzar a remar el barquero comenzó a rumiar algo.

¡Malditos judíos! -dijo hablando en general-, ¡que no han parado de darme trabajo cruzando el río toda la noche...! -no se quejaba de su propio oficio, sino más bien de las horas y las veces que había tenido que atravesar el cauce en mitad de la noche... ¡Esta noche ha sido un no parar...!

- Haced memoria barquero, et decidme cuantos judíos vos han dado trajin aquesta noche. - Pregunté de manera autoritaria, asegurandome que el hombre viera mi "bonito" jubón.

No andaba muy alegre el pobre Severo, embutido en aquel triste esquife. No sabía nadar y no sabía respirar bajo el agua. Lo de andar sobre las mismas lo dejaba para el Santo Padre encarnado. Así que durante el trayecto agarrose fuertemente a la barandilla de la barquichuela, y suerte tenía ésta de ser de madera dura, porque tan fuerte se agarraba que si hubiera sido caña, partida ya estaría.

Mirando con desazón a Roldán, pues este parecía sentirse más cómodo, arrebujose malhumorado en su capa, contando los minutos y segundos que faltaban para llegar a la otra orilla.

Maldita sea. Agua. Mi rostro se tornó gélido como el hielo. Si el Altísimo quería que los hombres cruzaran el agua, les habría dado aletas como a los peces y no dos patas. Desde luego prefería cruzar en aquella barcaza junto a mis compañeros que morir a nado como un idiota, ahogado en mi propia incompetencia, pero no me hacía ninguna gracia aquello: ni podía cruzar, ni podía dejar abandonado a Fernando. No después de la semana y todo lo que habíamos pasado juntos, no después de que confiara en mí para este trabajo y me sacara de la mala vida.

-¿Es que acaso non hay forma de llegar a pie, sin tener que cruzar este río infernal? -susurré a mis compañeros, para que el barquero no me escuchase. La espuma de las aguas se reflejaba en mi mirada llena de pánico.

El barquero se paró al ver la indisposición de Tristán, deteniendo la barca casi en la misma orilla...

¿Pero qué coj...? -espetó ante aquella indecision tan repentina-.

Al ver la cara pálida y los ojos desorbitados de Tristan, a Severo no le quedó más que asumir que les esperaba una ágil caminata.- Compañero, veo yo que no estás muy por la labor de viajar en barca. Si lo prefieres podemos dar un rodeo a pie, aunque nos retrasaría bastante, y no creo yo que Ma...- parose inmediatamente, antes de pronunciar el nombre de María frente el barquero.-... que Sarah pueda mantener nuestro ritmo. Aunque...- siguió pensando alternativas.-...pudiera ser también que al ser tú el más ágil de piernas de los aquí presentes, te hagas la caminata tú, mientras nosotros esperamos con Sarah al otro lado. No me gusta mucho, pues separarnos no debiéramos...-

Evidente era la aversión del joven Peñaranda para con las aguas. Miré a Severo, et con la mirada dile a entender que non pretendía yo dejar que Tristán marchara a pie, et muchos menos que acompañárale él también. Gesto le hice al soldado, para que entendiera que si era necesario ataría et subiría a la barcaza al joven muchacho a la fuerza. Non habíamos tiempo de gastar, et quizá el poco que hubiéramos, era crucial para Fernando et su vida.
 

- Guardad calma buen Tristán, gastemos de sesera et busquemos lógica solución, pues marchar a pie non la veo como tal. - Dije con voz calma al muchacho. Dar aquel enorme rodeo et además separarnos non era la mejor idea, más teniendo en cuenta que la vida de Fernando podía verse amenazada en aquel mismo momento.

Asintiendo en silencio ante la mirada del aragonés, a Severo no le apetecía mucho perder tiempo dando rodeos ni tener que forzar a su amigo Tristán. Parándose a pensar, dijo.-En batallas en las que he estado, en ocasiones he tenido que pasear a la mula entre muertos y griterío de guerra. Non es labor fácil, pero la mula andaba.- Cogiendo su propia capa, quitósela.- Buen Tristán, cuéntote como lo hacíamos y tú decides. Agarramos la capa o un saco y le tapamos los ojos. Luego a cada lado de la mula nos poníamos dos hombres cantándole a voz en grito canciones de borrachera a animal, de manera que no veía ni oía gritos ni quejidos.-

-Si quieres...- continuó el guerrero.- ...Roldán y yo nos pondremos a cada lado y cuidaremos de ti mientras tengas la vista ciega. No te prometo un gran concierto, pero sí al menos distraerte hasta haber llegado.-

Yo puedo ir con él... a paso ligero y por tierra... -dijo Felip-, lo que más conozco es la ciudad, pero a veces me ha tocado ir a batir los alrededores con el bueno de Fernando... sé donde está la Cabeza del Moro... -y os dejó que decidiérais-.