Partida Rol por web

Había llegado justo a tiempo. Justo en el momento preciso en el que aquella estatua caía sobre Javier de Castilla para aplastar su cuerpo, condenándolo a una muerte segura. No fue hasta pasado un rato que se dio cuenta de lo que había pasado en realidad. El sonido de espadas debían haberlo producido Kurr y Javier peleando. Y la estatua… Oh, dios santo.

Rápidamente el bufón corrió hacia la Princesa para asegurarse de que se encontraba perfectamente a salvo.

 -¡Alteza! ¿Estáis bien? ¿Os ha herido esa estatua al caer? ¡Qué accidente más terrible! Habrá que decirle al Rey que mande obreros a reforzar estas esculturas. El único consuelo que tenemos es que se ha saldado con una única víctima en vez de con dos.

Javier de Castilla había muerto en un accidente. Si querían evitarse líos (y Enzo sabía que tanto la Princesa como Kurr eran gente inteligente), mantendrían esa versión o una muy parecida. Y así se habrían librado del mayor problema que tenían rondando por allí de manera sencilla.

 -Kurr, amigo mío, ¿cuándo puedas me contarás qué ha pasado antes de la caída de esta estatua?

Ese parecía un momento apropiado para desvelar su condición a los que allí estaban. Pero lo mantuve un poco más.

No sabía cuánto habrían visto los observadores, ni que problemas podrían traernos, pero aquel era el desgraciado y peligroso bravucón del día anterior. La reacción de Kurr lo demostraba, y había sido necesario ayudar a Kurr.

El noble amenazó mi vida y Kurr defendió mi honor. Fue una suerte que ambos me localizasen a la vez o de lo contrario, yo podría estar ya muerta - Miró significativamente a Kurr. Esa sería la realidad frente a cualquier acusación distinta. No se podían permitir que alguien castigase a Kurr.

No te lo tomes a mal, querida Ibb. Dijo el novicio mirándola a los ojos. Pero creo que vuestras intrigas no quedan grandes. ¿Cómo crees que una criada y un novicio puedan conseguir que El Príncipe salga de la línea sucesoria? La única forma que me parece posible de hacer es con la muerte, dijo de forma fría, pero precisamente creo que eso es lo que estás tratando de evitar.

Y no solo eso, ¿por qué crees que la princesa será mejor monarca que el príncipe?

-Artai, incluso vos, alejado de las habladurías de la corte, deberíais haber escuchado algo. El Príncipe no desea gobernar: es irresponsable, caprichoso y mujeriego. Si él fuera el rey, nuestro reino se vería abocado a la ruina, vaciaría las arcas reales financiando fiestas, y pasaría las sesiones del consejo tocando el violín.

Me recojo un rizo tras la oreja, incómoda. Jamás en toda mi vida había alzado una sola crítica contra la familia real, y en esta conversación estoy abriendo puertas en mi alma que deberían quedar cerradas para la seguridad de una criada.

-El Príncipe posee un gran corazón, pero no todos los seres humanos estamos preparados para la carga que supone llevar un reino. Y creo que la Princesa sí que lo está; creo que es inteligente y justa, y cabal. Y aunque nosotros seamos simplemente una criada y un novicio, aún podemos hacer una diferencia. Podríais hablar con el maestre, dejarle caer la idea de un edicto real que modifique la ley de sucesiones; que él mismo se lo proponga al rey. 

Mi pecho se mueve, agitado tras mis palabras, y sostengo la mirada penetrante y seria que me dirige Artai.

-Y siendo esto así, ¿qué deseáis de mí, a cambio?

Los juegos resultaban del agrado del monarca, tenían mucho de estrategía, sin embargo, muchos iban de aquí para allá como locos. Hasta que se encontraron dos que se las tenían jurada desde ayer.

El rey que por dentro estaba algo contrariado, puso los ojos en blanco, pero no le dio mucha importancia, y tampoco se escandalizó o mucho menos montó en colera. Sabía que Kurr era muy celoso en su puesto y ya me había advertido que ese noble era un problemático, pero no pensé que llegara tan lejos.

-Detenedlos y traedlos a mi presencia- le indicó a uno de los guardias cercanos, chasqueando los dedos, que sin duda seguía el combate con interés. Después me dirijo al padre- En seguida lo averiguaremos señor- le contesto con parsimonia.

Artai era un joven novicio abocado a la iglesia y sus costumbres, por eso pensar en una mujer reinando era algo que tampoco terminaba de ver*, a pesar de todos los males que Ibb mencionaba sobre el Príncipe.

El Príncipe es todo lo que dices y más, pero ¿estás segura de que él no quiere reinar? O simplemente es que no lo ves conveniente. Son dos cosas muy diferentes entre sí, entiendo que La Princesa sea más comedida, pero habría que saber si ella está dispuesta a hacerse con el trono y si el Príncipe estaría dispuesto a rechazarlo.

Él ahora no tiene problemas, y es normal que viva la vida a su manera, aún no es el Rey. Cuando llegue el momento, seguramente espabile y se comporte como el heredero que es.

Después se giró para mirar al Rey. Más que hablar con el maestre habría que hablar con él primero, informarle de todo lo que estaba sucediendo y sobre como veían ellos las cosas. Pero El Rey no hablaría con un novicio y una criada, aunque sí que lo haría con un hombre de confianza. Entonces se volvió a girar, y esta vez buscó a Enzo en el laberinto. Quizá él fuera el que pudiera hacer de intermediario, quizá él sí que podría hablarle de la idea de Ibb. Aunque precisamente la discrección no era su punto fuerte.

-Sucedió tal y como la princesa ha descrito -aclaré, en tono duro, observando el atroz final que había sufrido aquel estúpido noble-. Ese infame botarate estaba amenazando la vida de la princesa, de modo que me batí en duelo con él. Es una suerte que esa estatua se cayera justo en el momento más oportuno. Si ese lechuguino me hubiera vencido, ¿quién sabe qué habría querido hacer con Lady Elizabeth?

Se hubiera llevado una sorpresa. - La voz de la princesa se había transformado de pronto en la voz del príncipe.

Por efecto de la acción, Kurr no había llegado a darse cuenta, ya que los rasgos de ambos hermanos eran muy similares y el príncipe estaba muy bien caracterizado, pero ahora que había pasado el peligro, era evidente que se trataba del príncipe disfrazado, con peluca y maquillado. El vestido era del armario de la princesa y se había atrezado lo suficiente para que no se notasen carencias.

¿Sorprendido? No ibamos a poner en peligro a mi hermana con este absurdo juego. Hay muchas cosas ocurriendo en palacio, Kurr. No sé si conocerás ni la mitad. Y la verdad, me encantaría poder confiar en ti. Creemos que mi hermana, mi padre y yo estamos en peligro. En serio peligro.

Abrí mucho los ojos, realmente sorprendido de que la persona bajo aquella capa de maquillaje, peluca y vestido fuera el príncipe Dionysos y no su hermana.

-Alteza -dije, realizando una leve reverencia-. Creo que no os habría reconocido ni aun teniéndoos al lado. El parecido con vuestra hermana es increíble, mi señor. No sé nada al respecto sobre lo que contáis, pero si creéis que hay alguien que podría querer acabar con la vida de vuestro padre o con vos o vuestra hermana, puedo ofreceros los nombres de dos posibles sospechosos: Sir John Dilheen y Edmund, el mozo de cuadras. Llevan desde anoche tramando algo, hablando juntos donde nadie puede oírlos, ya varias veces. Vuestra madre, Su Majestad la Reina, parece interesada en casar a lady Elizabeth con Sir John, ignoro los motivos. ¿Pensáis que Dilheen podría estar intentando hacerse con el trono?

Kurr. Sospechamos de ambos, pero no creemos que ninguno de los dos sea el cerebro de la situación. Necesito saber que podemos confiar en vos diga lo que diga...

 -Espero que luego volváis a poneros todo eso, Alteza, o tendremos que dar muchas explicaciones.

El bufón había estado mirando el cuerpo de Javier de Castilla, asegurándose de que se moría bien muerto. Así aprendería a mantener las manos quietas en el castillo del Rey. Maldito mamarracho… Ojalá ardiera en el infierno.

Enzo no volvió a decir nada más mientras “la Princesa” hablaba con Kurr acerca del problema que tenían. Procurando no llamar la atención, se colocó detrás de Kurr y movió su mano, acercándola hacia la daga que llevaba oculta entre sus ropajes. Si el soldado hacía algo raro, le rajaría el cuello como a un cerdo.

-Podéis confiar en mí, Alteza. Mi deber es proteger a la Casa Real -afirmé, en tono serio. De pronto, al escuchar que el príncipe no consideraba a Dilheen y a Edmund como las cabezas de la conspiración, recordé las palabras que el joven había pronunciado hacía un momento: "creemos que mi hermana, mi padre y yo estamos en peligro". No había mencionado que la Reina Anne pudiera estar en peligro-. Alteza, ¿creéis que vuestra madre podría estar detrás de todo esto?

El Príncipe es todo lo que dices y más, pero ¿estás segura de que él no quiere reinar? O simplemente es que no lo ves conveniente.

-Conozco a ambos desde que somos niños. Prácticamente nos hemos criado juntos (salvando las evidentes distancias), y sé que el Príncipe no desea el trono. Es más, le aterra la misma idea de ponerse la corona. Si os digo todo esto, Artai, es porque estoy completamente segura; sabéis lo cauta que soy, nunca me aventuraría a hacer algo así sin conocer todos los detalles.

Me muerdo el labio inferior, preocupada.

-El rey hace oídos al maestre, confía en él, como hombre sabio que es. Yo misma le transmitiría la idea, pero tan sabio es como misógino -recuerdo las palabras que me dirigió anoche, con disgusto- durante la cena le sugerí que podría adecentar su alcoba, y él reaccionó como si le hubiese intentado... -no puedo evitar sonrojarme ante el recuerdo, presa de la vergüenza- seducir o algo así. No prestará oídos a nada de lo que yo le diga, pero vos sois un novicio, sois un estudioso como él y sois inteligente. A vos os escuchará, y con un poco de suerte, el maestre hablará con el rey.

A pesar de la advertencia del bufón, el príncipe no se había despojado de su disfraz, tan solo de su pose. Así que supuso que la recomendación venía en esa dirección y que el bufón había percibido algo.

Habló con la voz de la princesa.

Querido Kurr. Ahora estamos en medio de un juego que creo que vos habéis ganado valientemente. Y no dejamos de acabar de sufrir un accidente. - Dijo refiriéndose significativamente al "accidente" que había sufrido el noble. - Lo mejor será que detengamos este evento cuanto antes para ver si pueden socorrerle y que dejemos esta conversación para más adelante. ¿Al atardecer, quizás? En la sala del consejo.

-Como ordenéis, Alteza. Me reuniré con vos al atardecer en la sala del consejo -accedí, llevándome una mano al pecho en un gesto marcial. Después, observé con desdén a Javier de Castilla, aplastado bajo la estatura y añadí-: Llamaré a algunos guardias para que se encarguen de socorrerlo, si es que todavía se le puede socorrer.

"Un problema menos", pensé con dureza, mirando la estatua sobre la que se encontraba el noble.

Artai miró a su alrededor curioseando por si se encontraba viendo el evento el maestre. Quizá ese fuese un buen momento para hacer caso de las palabras de Ibb que parecía realmente convencida de lo que estaba diciendo. En ese caso, sí que podría servirte de ayuda. Quizá pueda convencer al maestre de ello, o al menos sugerirle la idea. Quizá si hablase con Enzo y alguien más, entre todos podríamos convencerlo.

Sir John Dilheen aparece corriendo en el pasillo de las estatuas, para encontrarse con la dantesca escena: el joven noble se encuentra aplastado por una de las estatuas, que parece que le ha caído encima. A su alrededor están Kurr, la princesa y Enzo, observandolo, incapaces de hacer nada por salvar su vida, la cual no tarda en expirar. En sus últimos momentos, alza una mano hacia la princesa con sus últimas fuerzas, para luego dejarla caer sin vida al suelo.

Se oye un ruido de numerosos pasos acelerados, y una docena de guardias interrumpe en el lugar, sin duda mandados por el Rey al oír lo que estaba sucediendo dentro del laberinto. Estos tienen órden de llevar a todo el mundo ante Su Majestad, y eso hacen tras improvisar una camilla para el cuerpo del noble fallecido, cuyo cuerpo cubren con una capa.