Mi mirada regresa a mis manos, ahora con cada dedo extendido y separado del de al lado. Tiene razón; no recuerdo el último día que me mordí las uñas. He estado tan concentrada en la vida y la muerte previo al Guantalete que ni me di cuenta que no recuerdo la última vez que tuve las uñas lo bastante largas para romperme una haciendo algo, no sólo por arrancármelas.
Sólo por verlas así y darme cuenta, es como si mi cerebro se cortocircuitara y me llevo una mano a la boca, a mordisquearme un meñique. ¡Mejor! ¿Cómo he aguantado así tantos días?
Es la mejor actividad para mientras escucho su locura de aventura, que a la vez no puedo encontrar ilógica. Iba a estar muerto de todos modos.
— Estás loco —es afirmación, no acusación. Simplemente es así. — Pero funcionó, ¡me alegro!
No sé qué pasaría si hasta él muriera. ¿Me trasladarían a otra Sección? Escupo la uña del meñique en la pica y prosigo con la del corazón, ya que la anular está demasiado partida. La pregunta que me hace también es que se las trae…
— Es increíble. Es horrible —replico con franqueza. — Le di la espalda al amor antes de venir a Aetheryon porque era lo más práctico, y de repente vuelvo a sentirlo, más grande y más fuerte que nunca, por un extraño. Sé que no son mis sentimientos y que no me gobiernan, pero la agonía de no estar cerca de él o no saber cómo está en todo momento es muy molesta —dejo de morderme la uña porque es poco práctico para hablar así que vuelvo a estrujarme el cabello, más por vicio que por necesidad aunque sí que aún caen algunas gotas ahora sobre mi pecho. — Entiendo que en realidad es más fácil quedarme con el jinete del dragón que es pareja del mío, más práctico. Entonces, ¿es realmente una decisión mía? ¿Sigue siendo mi vida?
La observó llevarse el dedo a la boca con una mezcla de resignación y... algo parecido al remordimiento. Quizá no debería habérselo dicho. Tal vez había dejado caer una semilla que no pretendía.
Pero no dijo nada.
Se limitó a verla, sin interrupciones, mientras lo llamaba loco. Hubo una leve inclinación de cabeza como única respuesta, una afirmación silenciosa.
—Lo sé —musitó, apenas audible—. Y sí... no está mal.
Sus ojos siguieron la trayectoria de la gota que caía lenta desde su pelo, resbalando por su clavícula, luego hacia abajo, hacia la curva del pecho. Tardó un segundo de más en apartar la mirada, pero lo hizo. La distracción no era fingida.
Su relato, sin embargo, no lo sorprendió.
Cuando terminó, no habló de inmediato. Se acercó un paso. No invadía su espacio, pero sí dejaba claro que la escuchaba de verdad.
—No es raro que confundas los bordes. Lo que sientes no es falso, pero tampoco del todo tuyo. Es como un río desbordado: arrastra lo que encuentra —alzó una ceja, apenas—. A veces uno tiene la oportunidad de dejarse llevar. Y parece fácil. Casi inevitable. Pero también hay quien ve eso... y lo aprovecha.
Hizo una pausa.
—Pero incluso entonces... puedes elegir no hacerlo.
El silencio que siguió no pesaba, pero sí contenía algo no dicho. Tal vez él también recordaba una de esas oportunidades. Una que había pasado. Una noche concreta. Un gesto, una mirada, las pupilas dilatadas... pero no dijo más. Porque no hacía falta.
Hizo una pausa, dejando que la idea se asentara.
—Porque si decides entregarte a algo... que al menos sea una decisión consciente. Propia.
Se giró un poco, apoyando el hombro de nuevo en el marco de la puerta, pero esta vez más relajado. Había un matiz distinto en su tono, más bajo. No suave. Pero sincero.
—Ya te dije que a veces, para no perderte, hay que clavarse un puñal. No literal, aunque eso también —una leve mueca, parecida a una sonrisa torcida, fugaz—. Si no puedes vaciar ese amor, redirígelo. Agárralo fuerte cuando estés en calma y decide a quién dárselo. Que no te lo dicte el dragón. Ni nadie.
Sus ojos la buscaron de nuevo.
—Dicho eso... sí. Vas a pasar tiempo con él. Si los dragones están unidos, tú y él estaréis cerca. Así que también tendrás que aprender a vivir con eso. Tú, y la persona que elijas.
No dijo más. Y tampoco se fue. Solo la observó. Atento. Como si esperara ver qué camino empezaba a marcar con ese amor que todavía no sabía dónde colocar.
Después de las clases, todo parecía normal. No notaste nada extraño al principio. Pero en cuanto entraste a la ducha y giraste el grifo, algo sucedió.
Sin previo aviso, el metal crujió y estalló como si hubiera cedido a una presión imposible. De pronto, una cascada descontrolada de agua brotó con violencia, empapando el baño en cuestión de segundos.
Y entonces cuando intentaste pararlo con las manos...
Apareció un pececito acuoso que emanó del contacto de tu mano con el agua. Flotó durante unos segundos hasta que desapareció como una pompa: plof.
Considerando lo dicho por él, trato de reflexionar sobre la pasada noche de tormenta. No puedo concebir la idea de que León no hubiera estado bajo la misma locura transitoria por cómo se dio pero no lo sé en concreto porque no lo hemos hablado realmente… Para mí, ¿fue una elección? El dolor de cabeza regresa incluso bajo una corriente constante de escalofríos debido al hecho objetivo de que estoy algo mojada con agua helada en pleno invierno. Curiosamente la noche tras la Trilla no acabé con una pulmonía pero sospecho que mi nueva condición de jinete tuvo algo que ver.
Retuerzo la punta áspera de mi cabello en la punta del índice, leyendo su sonrisa. Escogiendo tomarla como una verdad, que tengo la fuerza de ser mi propia persona incluso bajo la influencia de una presencia arrasadora y abrumadora como Aqualis. Sonrío para mí, más reconfortada por sus palabras, y afirmo levemente con la cabeza.
— Ahora mismo se siente una imposibilidad, pero seguro que con el tiempo obtendré más control sobre esta conexión. Muchas gracias por hacerme ver algo de luz, y acompañarme —le digo colocando una mano sobre su antebrazo. — Estoy lista para volver a la cama.
La observó en silencio mientras hablaba. No solo las palabras: también el modo en que jugaba con su propio cabello, la leve pausa antes de sonreír, ese movimiento de la cabeza que era más aceptación que convicción plena. Era un gesto sutil, pero él sabía ver los matices. Las rendijas por donde empezaba a entrar la luz.
Y cuando le tocó el antebrazo, no se apartó.
Sintió el contacto como una chispa leve, un zumbido quieto bajo la piel. No era incómodo. No era del todo agradable, tampoco. Era... presente.
Sus ojos bajaron brevemente al punto del contacto y luego regresaron a su rostro, sin interrogarla.
—No será inmediato —dijo con tono templado—. Pero si luchas... llegarás. Te veré en la línea de meta.
No sonó como una promesa. Pero tampoco como una amenaza. Solo como algo que haría.
La acompañó de regreso, con pasos lentos y medidos, como quien acompaña a alguien en la mitad de un proceso que aún no ha terminado. No habló. No rompió el silencio. Era una quietud cómoda, como si el simple hecho de volver caminando al lado de ella fuera suficiente por ahora.
Y cuando la dejó en su cama, no dijo buenas noches.
Solo inclinó la cabeza, breve, y se marchó.
Ya en su cama, con la manta medio torcida por el costado y el brazo apoyado bajo la nuca, se quedó mirando el techo durante largo rato. Como si esperase que, en alguna parte de ese gris estático, apareciera la línea que conectaba todo lo que aún no entendía. Todo lo que empezaba a moverse bajo la superficie.
El martes de por la mañana, sentiste un calor tremendo. Tanto, que estabas más cachondo que el pico de una plancha. Tu sello se estaba manifestando.
Puedes actuar en consecuencia.
Mañana del Martes
Ilias despertó de golpe, la respiración agitada, como si hubiera corrido una carrera sin moverse del lugar. Su pecho se alzaba y caía con lentitud, pero cada vez más pesado, como si el calor que quemaba bajo su piel quisiera salir por cada poro. Los dedos se le crisparon un instante, la piel se le erizó, y una sombra fugaz de excitación cruzó por su mirada, sutil pero innegable.
Hubo un momento de silencio denso, como si el aire mismo contuviera el peso de lo que estaba por venir. Entonces, con movimientos lentos, se incorporó hasta quedar sentado en el borde de la cama, clavando la mirada en la figura que permanecía en la puerta.
Harlow.
No dijo nada al principio, solo la miró fijamente, el brillo en sus ojos quemando más que el propio sello. Finalmente, la voz, ronca y cargada de un calor que no era solo del cuerpo, sino del poder recién despertado:
—Vete. No quiero verte hasta la noche —la amenaza se deslizó entre sus palabras como un cuchillo envuelto en terciopelo—. Y si te atreves a volver antes... pagarás conmigo. Y con los muebles.
Su voz bajó un tono, casi un susurro, pero tan firme y pesada que no dejó lugar a dudas ni a contradicciones. El calor dentro de él seguía creciendo, insistente, incendiando cada nervio y cada deseo reprimido.
Post informativo, salvo que me digas lo contrario, entenderé que Harlow tiene el sentido común de hacer pufff hasta la noche. :D
He pasado un rato de más en el baño, jugando con el agua helada del grifo, pero aún así me sorprende ver a Ilias despierto al borde de la cama cuando regreso. Iba a hacerle un chascarrillo sobre ser madrugador, algo estúpido, pero bajo el umbral de la puerta de la habitación me doy con un muro denso, casi impenetrable, donde chocan el ambiente gélido del que vengo y el ardor que elimina todo oxígeno en el cuarto. Y emana de su cuerpo, de debajo de su ropa.
Creo que si no hubiera pasado por ello había tomado sus palabras como una amenaza de verdad, una en la que peligrara mi vida. Mi pecho se hincha, preparándose para pelear o huir. ¿Eh?
No, este no es mi lugar. Ahora no. Presiono los labios y entro, pero con la espalda pegada a la pared para poder mantener una distancia segura sin perderle de vista en todo momento. Sólo quiero dejar mis enseres de aseo, mi camisón y coger mi bolsa para marcharme.
— Felicidades, Jefe —es lo único que le digo antes de, ahora sí, darle la espalda para salir corriendo de la habitación.
xDDDD NOT THE FURNITURE!