Miércoles después de clase...
El instructor Daemon te había citado justo después de la clase en su despacho. El lugar, como él, imponía desde el primer vistazo, a su manera. Las paredes estaban decoradas con grabados de dragones, tallados con tanto detalle que casi parecían moverse a la luz tenue de la lámpara de escritorio. Medallas de guerra colgaban en una vitrina con cerradura, pulidas hasta brillar. Junto a ellas, unos cuantos pósteres de eventos históricos, incluso una antigua exhibición de duelistas élite...
Pero no todo era tan solemne. Detrás de la puerta, como si él mismo hubiese querido esconderla sin mucho esfuerzo, colgaba una fotografía enmarcada, algo desvaída, de Victoria Hassan sonriendo en uniforme. El gesto, medio travieso, decía más de lo que Daemon admitía con palabras. Y, en una vitrina lateral, bajo luces tenues y súper bien cuidadas, descansaban varias magic de colección. Era un friki y no se escondía.
—Cadete Ash, siéntese, por favor. —dijo con amabilidad ofreciéndole una taza de licor barato.
Entré con los nudillos apretados.
No porque estuviera nerviosa, sino porque mis dedos aún recordaban la tensión de la máscara y los pasos del baile. No me gustaban los despachos. No me gustaban las puertas cerradas. Y, sobre todo, no me gustaba que alguien supiera más de mí que yo de ellos.
Pero el despacho del instructor Daemon no era lo que esperaba. Olía a cuero, a polvo antiguo y a algo más... familiar. Dragones tallados en las paredes, medallas alineadas como soldados obedientes, pósteres viejos, y una foto. Esa foto. Una mujer con una sonrisa demasiado viva para este lugar: Hassan. Se me quedó grabada en la retina. ¿Sonriendo?
Y luego, las magic. Casi me reí.
Mox, Black Lotus y Fanáticos Mog. Joder, en las tabernas de mi pueblo se jugaba (y apostaba) con ese juego. No gané muchas, pero sí buenos tragos. Como el que me ofrecía el profesor.
-Supongo que no me ha traído aquí para hablar de estrategias de baile, -dije, cruzándome de brazos. Tenía la sensación de que, si me quedaba callada, él llenaría el silencio con algo peor que palabras. - Lo siento, se me da fatal bailar.
Me senté.
La silla era demasiado blanda para mi gusto. Me hizo sentir que me hundía, y eso siempre me ponía en guardia. No era momento para bajar la guardia. Nunca lo era. Pero... Acepté la taza, olí el licor y me la tomé de un trago. Casi al instante sentí la quemazón bagándome por la garganta.
Sonreí y dejé el vaso en la mesa, vuelto del revés. Carraspee un poco para aclararme la garganta y levantar las cejas, inquisitivamente, mirando al profesor y luego al vaso. Luego a la inversa. Un vaso más no estaría mal.
—¿Bailar?
Daemon enarcó una ceja, visiblemente sorprendido. Definitivamente no era esa la razón por la que la había citado.
—Cadete, no la llamé aquí para hablar de eso —dijo ocultando una risilla—. La cité porque quería apremiar su reciente iniciativa. Una idea brillante, sinceramente. Veo en usted un potencial poco común. Demostraste que eres mejor que incluso esos tres jefes de alas...¡Te siguieron todos! Bueno, casi.
Observó cómo bebía sin pudor alguno. Daemon sintió cosas paternalistas por esa cadete. ¡Le recordaba a él en sus tiempos mozos! ¡Ay!
—Con su historial... no entiendo qué hace en una academia como esta. Está siendo desaprovechada. Pero...
Se recostó en el respaldo de su silla y abrió un cajón con parsimonia, rebuscando entre documentos y pequeños objetos ordenados con meticulosidad.
—Los dragones no se equivocan al reconocer a un líder. Tienen el instinto para detectar a alguien con madera para comandar. Y, en contadas ocasiones, ese instinto se duplica. En toda la historia de la Academia, solo tres personas han portado dos sellos. Muy pocas veces se ve algo así. Es algo extraordinario y también extremadamente útil en el campo de batalla, sobre todo contra ciertos enemigos. Pero no es un don fácil de llevar.
Se reclinó en la silla, mientras tenían recuerdos del pasado.
—Mañana es la Trilla. No sabemos qué puede pasar. Pero si nota algo extraño, por mínimo que sea… si siente que algo dentro de usted cambia, se descontrola o simplemente no encaja con lo que conocía de sí misma, venga a verme. Sin rodeos. Quiero que sepa que, si llegase ese momento, estaré aquí para respaldarla. Para ser su mentor, si así lo desea. Sé bien lo que supone llevar dos sellos. De primera mano. He visto lo que hace con la mente, con el cuerpo. He visto a personas... romperse. Algunas han muerto, otras han perdido por completo la razón. Por eso pido, que si llegase a ocurrir...
Inspiró hondo, y por primera vez en toda la conversación, su voz tembló un poco.
—Por mis dioses, no pienso permitir que eso le pase a usted.
Aunque no lo dijera en voz alta, era evidente: ese hombre había decidido proteger a Ash a toda costa. Había algo en ella —una chispa, una firmeza innata— que reconocía como digna de liderazgo. Por eso, cuando la cadete Vireen osó insultarla, su reacción fue inmediata y severa. No se trataba solo de una falta de respeto; era un ataque contra alguien en quien él ya había depositado expectativas.
Para eso estaba la disciplina. Justamente lo que le faltaba a más de uno en aquella Academia.
Algo en su interior le decía que Ash estaba destinada a ser alguien importante. Tal vez no aún, tal vez ni siquiera ella lo supiera. Pero cuando ese tipo de cosas se intuían, no se dejaban pasar. Él no iba a quedarse de brazos cruzados viendo cómo terminaba destruida por no haber aprendido a controlar lo que nadie jamás se había molestado en enseñarle.
No. No mientras él pudiera evitarlo.
Lo observé en silencio mientras hablaba.
Su voz tenía ese tono grave que no permitía interrupciones, ni bromas. Lo de “potencial poco común” me hizo fruncir el ceño. No porque no me gustara, sino porque… dolía un poco. Como cuando alguien te mira y cree ver algo que ni tú estás segura de tener. Como cuando te dicen que eres capaz de más… y tú solo estás tratando de no derrumbarte del todo.
Cuando mencionó lo de los dos sellos, dejé la taza sobre la mesa con más fuerza de la que quería. El licor vibró. Bajé la mirada unos segundos, y me llevé la mano a la nuca. Lo había sentido. Desde el primer día. Algo en mí… raro. Como si algo más se hubiese encajado bajo la piel. Como si alguien más estuviera respirando conmigo, aunque no podía ponerle nombre.
No le di importancia, porque era algo que sentía cuando bajaba a la arena a pelear. Ese tipo de emoción mezclada con adrenalina y cerveza rancia antes de la batalla.
-¿Solo tres en toda la historia? -pregunté, casi en un susurro, como si decirlo en voz alta lo hiciera más real - No sabía que era algo tan raro. Pensé que... no sé. Que era un error. Que se había colado.-
Me permití alzar los ojos y mirarlo directamente. Tenía una arruga en el entrecejo que antes no había notado. No era de enojo. Era de preocupación. Y eso me jodía un poco más que si me hubiera gritado.
-¿Y esas personas que se rompieron? -dije, apoyando los codos sobre mis rodillas, la voz algo más baja - ¿Qué fue lo que… las rompió? ¿El poder? ¿La culpa? ¿O el simple hecho de que nadie les dijo cómo manejarlo?
Quise fingir que no me importaba, que solo lo decía por curiosidad. Pero la verdad es que... tenía miedo. Miedo real. El tipo de miedo que te hace apretar los dientes por las noches y revisar si tus manos tiemblan cuando nadie mira.
Daemon me ofrecía ser mi mentor. Un tipo que podía patearte el culo y luego invitarte un trago para hablar de dragones y muerte como si fueran anécdotas de bar. Y ahí estaba, diciéndome que si algo en mí se torcía, él estaría para impedir que me perdiera del todo.
-Gracias, profesor -dije al final, con la voz más firme de lo que esperaba - No sé si tengo madera de líder. Solo sé que… he estado sola demasiado tiempo. Y si alguien me hubiera dicho antes lo que usted acaba de decirme, quizás no habría pasado por ciertas mierdas sola.
Sola. Siempre sola.
- Soy una muñeca rota, ¿sabe? Solo espero poder recomponerme antes que la siguiente ostia me haga añicos.
—¿Muñeca rota? —repitió—. No vuelva a llamarse así. Los muñecos rotos no sobreviven a las Trillas. No cargan con un sello, y mucho menos con dos. Usted está aquí porque lo ha soportado todo… y sigue en pie con todo su historial. Aunque tiemble y esté cansada de fingir que puede con todo.
Soltó el aire, despacio, y se recostó de nuevo en su asiento, cruzando los brazos.
—Yo fui el segundo —dijo de pronto, casi murmurando—. El segundo en la historia en llevar dos sellos. Nadie me explicó nada. Me volví loco. Perdí a gente que no debía perder. Hice cosas que ni usted ni yo vamos a hablar jamás. Y aún así, aquí estoy. La directora tuvo que arrancarme el otro sello...
Se sirvió otro vaso de alcohol.
—No tienes dos sellos, no sabré si lo dispondrás, solo le explico que los dragones saben ver a un buen líder. No estoy aquí para protegerla de lo que viene. No puedo. Sin embargo, sí puedo asegurarme de que no se enfrente a ello sola, en el caso de que ocurra. No permita que el miedo decida quién va a ser. El poder no rompe. Rompe el silencio. Rompe la soledad. Y sobre todo, rompe la falta de guía. Usted ya tiene una. A partir de ahora, me tiene a mí, ocurra lo que ocurra. Porque muchas veces, incluso tener solo uno...puede llevar a la completa locura.
Me revolví inquieta en la silla.
- Gracias por la fe y la ayuda, profesor. Creo que la voy a necesitar más de lo que creo.
El profesor estaba poniendo demasiadas esperanzas en mí y eso era una gran presión para alguien que no está acostumbrada a que den un duro por ella. Aún no sabía nada de mí, pero el profesor parecía saber más que yo misma. Era curioso porque todo lo que me decía, creía… creía que podría ser verdad.
-Yo... Un día perdí una pelea.- Evité tener que mencionarle que lo hacía por dinero. Era una luchadora de la arena. A veces bien, otras no tanto, por lo que no podía decir que era una ganadora.- Pero no me rendí. Me levanté una y otra vez. Estuve... muy muy cerca de ganar. Pero cuando caía me levantaba, cada vez más cabreada, y cada golpe que daba era más fuerte que el anterior. Pero aun así, perdí.
Hice una pausa y me abracé a mí misma, como quien cuenta un secreto muy íntimo.
- Antes de salir bebí hasta casi perder la cabeza, y... y... algo me hizo salir. No lo sé, fue como una voz. Yo pensé que era la típica voz de "Hey ya has bebido lo suficiente, sal a que te de el aire". Pero salí y entonces... Lo vi. Creo que era un dragón. Una sombra envuelta en fuego... como un tizón ardiente... con... ojos ardiendo... Era enorme. Y ...- giré la cabeza hacia el profesor.- ... Dientes, filas de ellos, y su aliento me quemaba en la cara. Su voz era una risa. ¡Se reía! Y después... desapareció volando. Yo caí inconsciente en el callejón.
Apreté las manos en torno a mi cuerpo.
- Creí que lo había soñado. Pero algo me dice que no lo fue. No del todo. ¿Usted que cree, señor? A lo mejor se están riendo de mí aquí. - Susurré lo último, volviendo a suspirar y volver la mirada, hacia la foto de Hassan.
- ¿Eso fue lo que le pasó a usted? Con Hassan. Algo se rompió entre ustedes. - Torcí la mirada y miré mi vaso de nuevo. Ya no me apetecía beber más. No en ese momento.- Debería regalarle flores. Aunque no lo digamos, a todas nos gustan las flores. Pero no se la dé en persona. Déjeselas en un sitio que solo fuera vuestro. Ella lo sabrá.-
—Pudiera ser algún sueño premonitorio, cadete.
Se quedó pensativo con su propuesta. ¿Flores? Hum, no había caido en ello. Movió la cabeza asertivamente.
—Váyase y descanse, cadete. Mañana es un gran día. Ya me informará.
Cerramos aqui, pero puedes abrir para cuando lo necesites.