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Juego de Tronos - Castillo de Aguasclaras.

Lo que aconteció después. - Parte I.

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07/07/2014, 01:07
Maestro de Armas Otto de Puenteamargo.

VIÑETA XVI (AÑO 148 D.A.): la Toma de Aguasclaras. Mención de: Beldyr Tormenta

El estrepito de gritos y metal resonaba con fuerza, algo estaba pasando, al parecer no fui el único en haberlo escuchado, ya que al abrir los ojos veo varios otros que me miran.

-Creo... Creo que están atacando el castillo. -Exclamó con una voz que era casi en un susurro, al tiempo que ordenaba despertar a todos los que durmiesen allí, no fue necesario alertarme, ni bien escuché sobre el ataque corrí hacia mi armadura y el cinto de la espada. No habían pasado cinco minutos luego de que terminase de prepararme, cuando tres hombres irrumpieron en la Casa de los Abanderados. Sin duda no esperaban encontrar resistencia alguna, ya que no tardaron en sucumbir ante nuestras espadas.

En un momento me crucé a Brocelyn, al parecer estaba sorprendido como el resto de nosotros por el ataque sin previo aviso, pero aun así me ayudó a idear un plan, teníamos que pedir ayuda, y solo había una opción.

Comencé a subir por las escaleras al tiempo que Brocelyn se ocultaba entre la Casa de Espadas Juramentadas y la muralla esperando su momento.

Con sumo cuidado, y evitando ser visto por ojos enemigos me encaminé hacia los mecanismos que abrirían la barbacana, desafortunadamente una tabla suelta resbaló bajo mis pies cuando pasaba por sobre la curtiduría.

Mis ojos buscaron con esperanza señales de que había pasado por alto, pero era tarde, dos hombres se acercaban en mi dirección.

No me llevarán con vida. - Pensé, al tiempo que corría hacía la barbacana a todo lo que mis piernas permitían, ya no debía de ser discreto, solo tenía que ser lo suficientemente rápido.

Tres pares de ojos mantenían una enardecida lucha de poder cuando en donde estaban los mecanismos para alzar la barbacana se encontró con dos de los intrusos al castillo.

La primera espada cortó el aire, dejando atrás cualquier tipo de timidez, varios entrenamientos consistían en enseñar a luchar contra más de un oponente, la vida casi nunca era un duelo de honor, espada contra espada, generalmente si querías matar a alguien intentabas hacerlo de la forma más rápida, y sufriendo el menor, o ningún, daño.

Tajo tras tajo atravesaban el aire intentando acabar con la vida del Maestro de Armas, Otto bloqueó un golpe que se dirigía hacia su rostro al tiempo que impactaba un pesado golpe con el guantelete de su mano libre. Varios dientes volaron, al igual que un grito de dolor y varias maldiciones. El hombre cayó de espaldas cuando Otto le golpeó con el pomo de la espada. No podía esperar demasiado o acabarían por encontrar al joven Beldyr. El golpe del pomo fue seguido por una puñalada que terminó con la vida del criminal.

 Otto gruñó antes de arremeter nuevamente lanzando otra estocada al tiempo que saltaba al hombre caído en dirección a los mecanismos, un pinchazo de dolor le recorrió el brazo cuando la espada impactó contra la cota de malla, había evitado recibir el total del impacto, sin embargo esta vez no había sido lo suficientemente rápido, por lo que, tomándose el atrevimiento, casi tres dedos de la espada lo golpearon.

Debo llegar. - Fue todo lo que pensó al tiempo que llegaba junto a los rieles, con la adrenalina que embargaba su cuerpo comenzó a subir la barbacana con rapidez. Estaba a punto de lograrlo, podrían pedir ayuda y… un pinchazo de dolor le recorrió la espalda.

Otto lanzó un tajo con su espada, pero solo consiguió molestar al viento, el hombre retrocedió y volvió a atacar, metal chocó contra el metal, el Maestro de Armas intentó tirar su peso contra su atacante, la punzada de dolor en su espalda atacó nuevamente, hasta ese momento no se había percatado de los borbotones de roja vida que brotaban de su herida. La espada de su contrincante golpeó su brazo, su espada tocó el suelo como si siempre hubiese pertenecido a él y sintiese un fuerte deseo de regresar a él. Su cuerpo la imitó…

Lo siento Madrigal. - Susurró mientras una lágrima fría se derramaba por su rostro.

Madre… te he extrañado…

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07/07/2014, 12:17
[RIP] Din el Forestal.

Viñeta XVI

Año 148:

El segundo mes del año trajo más malas noticias. Primero los mensajes de aviso para el torneo de los nobles en Altorjardín. Din estaba seguro de que le tocaría preparar la ruta y hacer de guía para llevar a la comitiva por caminos seguros. Estaban en pleno invierno y los bandidos y alimañas eran el menor de los problemas que iban a encontrarse. Era una insensatez viajar con aquel tiempo, pero si su Señor se lo pedía tendría que cumplir, como siempre.

Y segundo, los primeros muertos. Las noticias de Aguasturbias llegaban al Castillo a toda velocidad. La virulenta cepa de gripe estaba causando estragos. Iba a ser un Invierno duro. Largo y duro.

El Torneo no se celebraría hasta dentro de unos meses así que Din estudió los mapas y preparó la ruta. Le sobró tiempo para realizar sus otras labores: patrullar, cazar, vigilar los bosques, recoger leña, hierbas y plantas… Trabajó duramente, como siempre.

Notaba el frío en los huesos más que otros Inviernos. No sólo porque éste fuera más duro, sino porque sentía que se hacía mayor. Pronto tendría que dejar ese trabajo. Esperaba que Dhur siguiera sus pasos y se convirtiera en forestal. Quizá con algo más de experiencia podría ser el nuevo jefe de los cazadores de Ser Hadder.

Entrenó y se llevó a su hijo a varios de los entrenamientos. Cuando iba sólo se castigaba más de lo que exigía cuando iba con su hijo. No por protegerle, sino porque sabía que se acercaba a una edad en la que su cuerpo comenzaría a fallarle. Din ya no era joven y requería de más entrenamiento para mantenerse en buena forma y útil para Ser Hadder.

Poco antes de partir con la comitiva de Altojardín comenzaron las toses. Primero fue Din, luego varios de sus hijos. Dhur, Llum… Al menos contaban con Lumila para cuidarles y Din sabía que su esposa haría un excelente trabajo en su ausencia. Su posición de plebeyo acomodado les permitiría gozar de buenos cuidados e incluso alguna medicina si era necesario. Y Din conocía de plantas y remedios naturales, al menos lo suficiente para dejarle una reserva a Lumila hasta que él volviera del viaje.

Gracias a la infusión de plantas la tos de Din remitió y tomó su labor de guía en el viaje con renovadas energías. En silencio pasó la mayor parte del tiempo, silencio compartido por Pik. Ambos se entendían bien y sobraban en muchas ocasiones las palabras. Cuando Darién se les unía compartían de vez en cuando un pellejo de vino y así los tres amigos pasaban las horas muertas de esos largos y aburridos viajes nobles. Si hubieran estado solos al menos podrían haber ido por rutas más bonitas y difíciles, podrían haber intentado cazar algún bandido o hacer algo más entretenido que simplemente cabalgar por el camino más rápido y seguro hasta Altojardín.

Al final la comitiva alcanzó su destino y comenzó el torneo. El Forestal pensó en apuntarse al concurso de arquería, pero la tos no cesaba y prefirió no mostrar su malestar al público. Nadie en la comitiva de Ser Hadder conocía su estado de salud y prefería que siguiera así. Ya pasaría la fiebre y se recuperaría.

Observó el campeonato de tiro con arco con curiosidad. Habría batido a todos aquellos niñatos sin despeinarse. No disparaban tan bien como era de suponer. Una lástima y un desperdicio de flechas.

Al menos podía descansar. Antes de las justas nobles su única tarea fue sacar a Ser Orsey del barro cuando le tumbaron en la melé. Había aguantado como un oso, eso había que concedérselo pero no iba a estar en condiciones de justar. Una lástima.

Enseguida llegaron los lances. Ver a Ser Madrigal y sobretodo a Ser Trycian a caballo era todo un espectáculo. Por un par de días se olvidó de su enfermedad y se ilusionó como el que más con el espectáculo que daban los caballeros de Ser Hadder. Fue una lástima que Ser Madrigal cayera, pero Din y el resto continuaron dando su apoyo a Ser Trycian hasta la final.

Después de uno de los lances fue el propio Ser Trycian quien advirtió a Din de algo que tenía que haber visto por sí mismo. El halcón que habían usado para distraer a uno de los jinetes en una de las justas. Din se dio cuenta de que estaba más enfermo de lo que creía. Confirmó a Ser Trycian que derribaría al animal si lo veía sobrevolar el campo de justas cuando le tocara al dorniense.

Pero no hubo ocasión. El ave no volvió a volar y Ser Trycian cayó por mala suerte en la final. Un torneo hermoso para contemplar. Con la misma celeridad con que llegaron, la comitiva recogió los premios obtenidos y partió de regreso a Aguasclaras.

El viaje de vuelta fue si cabe más duro que la ida. El hielo quebradizo les jugó una mala pasada y tanto Din como Pik cayeron al agua helada en una ocasión. A pesar de la rapidez de reacción del forestal en quitarse la ropa, secarse y acercarse a un fuego, el frío caló hondo en sus huesos y no ayudó para nada con la gripe.

El cazador realizó el resto del viaje totalmente callado y sumido en silencio, incluso con los compañeros con los que normalmente sí hablaba. Caster el gigantón intentó acercarse y ofrecer un pellejo de vino al forestal en un par de ocasiones, pero siempre declinaba la oferta aduciendo que debía patrullar o realizar alguna otra tarea. El ánimo del forestal había caído.

La llegada a Aguasclaras supuso en cierto modo un alivio para el viejo forestal. Cayó en cama en cuanto puso un pie en su casa y no volvió a levantarse. Tanto viaje, tanto entrenamiento, tanto esfuerzo y tanto trabajo en general no habían ayudado a que sus defensas pudieran aguantar la enfermedad. Los pulmones de Din iban funcionando cada vez peor y al cazador le costaba cada vez más trabajo respirar. Su devota esposa Lumila estaba junto a él con un paño de agua fría que cambiaba frecuentemente antes de colocárselo en la frente.

Din no estaba seguro ni de cuánto tiempo había pasado, ni de quién o quiénes vinieron de visita. Un par de días antes de exhalar su último aliento abrió los ojos y distinguió sentado junto a él a la impresionante figura de Caster.

- Disculpa mis modales. – dijo con gran esfuerzo. – Te ofrecería algo de vino o me levantaría para saludarte pero… cof, cof… - la tos se apoderó de nuevo de él.

Caster no dijo nada, sólo miraba al forestal con gesto serio. Din comprobó que Lumila no estuviera cerca. – Tienes que prometerme una cosa. – pidió a su amigo. – Mis hijos. – no iba a pedir a Caster que cuidara de sus pequeños, no era su labor. Pero sí podía pedirle algo.

- Que se conviertan en buenos hombres. Fieles vasallos de Ser Hadder. – tragó saliva con gran esfuerzo y ahogó un gemido cuando un dolor atroz recorrió su garganta. – No quiero que acaben siendo unos bandidos o se dediquen al pillaje… prométemelo. – pidió con tono suplicante. Sabía que Caster podría amedrentar a cualquiera de sus hijos si comenzaban a salirse del buen camino.

- Sea. – respondió sin más el hombre cuya sombra aun sentado ocupaba gran parte de la habitación.

Din sonrió y dejó de intentar incorporarse. Le quedaba poco y lo sabía. Pero podía morir tranquilo.

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07/07/2014, 12:28
Ser Baltrigar "el Traidor".

Viñeta XVI

Año 148:

Justo antes del Torneo de Altojardín.

No estaba seguro de si era más un honor o una vergüenza. Ser Hadder había enviado a Altojardín a todos sus Caballeros. Todos menos Ser Baltrigar. El bastardo había sido designado para empeñar las labores de Castellano del castillo de Aguasclaras de forma provisional mientras la comitiva estaba fuera del feudo. Pero claro, eso significaba por un lado que Ser Hadder no le quería en el torneo. Y por otro que tampoco sería Castellano si Ser Hadder no estuviera enfermo.

Por un instante volvió a sentirse fuera de lugar como cuando vivía en Bastión de las Tormentas. Pero Baltrigar era consciente de todo. Sabía que enviarle a él al torneo no sería una buena decisión y respetaba la elección de Ser Hadder. Siempre lo haría. Después de todo él le había dado una oportunidad a Baltrigar y a su familia.

No le quedaba más remedio y desde luego no era un trabajo desagradable ni deshonroso. Además le permitiría mantenerse cerca de su familia durante ese horrible Invierno. Pensó en las opciones que Ser Hadder había dejado por confirmar. Su labor como Castellano sería confirmar o anular las órdenes y organizar el Castillo mientras Ser Hadder continuara enfermo y Ser Otter no regresara.

Antes de que partiera la comitiva, Ser Baltrigar confirmó el permiso para que acudieran los tres Escuderos oficiales así como Malcom como escudero provisional de Ser Orsey. Era necesario que a los caballeros de Aguasclaras no les faltara de nada si iban a representar bien al feudo. Llamó luego a Randyl a su presencia, y le designó como guardaespaldas personal de Pendrik, tal y como había deseado Ser Hadder.

- Debéis ayudar a Pendrik en las justas nobles y sed su sombra en todo momento. – Encomendó Baltrigar a Randyl. – En vuestras manos estará la seguridad del heredero de Aguasclaras. Tenedlo presente.

Tras aquellas palabras despidió al fiel soldado animándolo a cumplir con su deber.

Recordó la reunión con Ser Hadder y su posterior entrevista con el Septón y el Maestre y acudió en busca de Lydia, la hija mayor de su Señor.

- Milady. - Comenzó saludando con una inclinación de cabeza. Cómo no, tal y como sospechaba Baltrigar la chica se encontraba con su esposo. – Ser Orsey. – Saludó también a su antiguo pupilo.

El viejo caballero sonreía. – Vengo a comunicaros la decisión de vuestro padre. – Dijo dirigiéndose primero a la nueva Crakehall. – Ha dado su permiso para que acudáis junto a vuestro esposo al torneo de Altojardín.

Miró a Ser Orsey suponiendo que las noticias le complacerían. – Os deseo la mejor de las suertes, Ser. – apoyó uno de sus brazos en el hombro de su antiguo estudiante, ahora su igual.

- Confío en vos y sé que dejaréis el pabellón de Aguasclaras bien alto. Os enseñé bien y hace tiempo que el alumno ha superado al maestro. Estoy orgulloso de vos. Id con cuidado.

Se despidió de ellos ahí mismo, pues sus nuevas obligaciones iban a consumirle mucho tiempo desde el mismo momento en que la comitiva partiera y hasta que regresaran.

Ahora venía la parte más dura de su trabajo. Tenía que ver a Armase y darle malas noticias.

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07/07/2014, 15:46
[RIP] Dregg "Ojotonto", Cazador.

Viñeta XVI

Año 148. Mes 3.

Le era difícil discernir qué alucinaciones eran producto de los delirios de la fiebre y cuáles estaban provocados por el alcohol, pero aún más difícil era acertar qué provocaba sus tiritones, si el frío o la enfermedad.

Flap. El sonido sordo de la flecha clavándose en el suelo, en la tierra húmeda de la orilla del río, fue lo único que le indicó que su disparo había fallado. No podía ver bien. De hecho, ¿dónde había ido la perdiz? Miraba al cielo y la luz le cegaba. Empezaba a dudar que realmente la hubiese visto, o si sólo su mente le había jugado otra mala pasada. Su suspiro se confundió con una ráfaga de aire helado mientras soltaba el arco en el suelo, sin fuerzas.

A duras penas caminó y apoyó su espalda contra un viejo roble. Sus rodillas cedieron como gelatina y prontó se vió sentado en el suelo mojado, tiritando. Fue entonces cuando comprendió que había llegado su hora, que no podría volver al castillo. Su cuerpo era cada vez menos suyo y más de los Siete, o quien fuera que estuviera allí arriba. Nunca había sido un hombre de fe, pero en aquel momento deseó serlo. Abrió su zurrón y, a ciegas, sacó su pequeña botella. Dio un trago del amargo licor, que recorrió lentamente su garganta hasta llegar al estómago, haciéndole sentir calor. Mi fe particular. Al menos sentiría ese ardor interno antes de morir.

Miró a su alrededor. Creyó ver una liebre, aunque tampoco podría asegurarlo; la cabeza le daba vueltas. Cerró los ojos y escuchó el fluir del ruido, el crujir de la escasa hierba movida por el viendo y algún pájaro lejano que piaba. Tiene gracia. Toda la vida he venido a este bosque a cazar para llevar alimento al castillo, y al final voy a ser pasto de esos mismos animales. Y así es como moriría. Sus restos a medio pudrir devorados por algún carroñero, en la soledad del bosque. En plena naturaleza. Tal como había vivido siempre: solo y pudriéndose. Levantó de nuevo la botella, como en un bridis imaginario, y de nuevo el sabor amargo le calentó el cuerpo. Aun así, los fuertes tiritones hicieron que la botella se le cayese de la mano.

Apoyó la cabeza sobre el tronco del árbol y cerró los ojos. Aquí terminaba su tormento. Quizá, en otra vida, tuviese más suerte. O quizá solo desaparecería para siempre en el olvido.

Eso, nunca lo supo, pues jamás volvió a despertar.

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07/07/2014, 16:19
[RIP] Llum, hijo de Din el Forestal.

AÑO 143

Había cometido otra de mis travesuras. De nuevo. 

A pesar de haberle prometido, no sólo a Nana, sino a mis padres, que no volvería a beber, lo hice de nuevo. Los dos años anteriores, me había portado bastante bien, y parecía que comenzaba a decantarme por una especialización que no fuera sacar de quicio a mi madre, y de paso, a muchos de los guardas, sirvientes, artesanos y criados. Últimamente, me deleitaba en ir a buscar y reconocer distintas plantas con los herboristas, curanderos y algún cazador de la tropa que lideraba mi padre, reconocido por su conocimiento de la flora del lugar, y más allá. 

Había ayudado en la preparación de distintos brebajes para tratar distintos males. Aprendí rápido cual servía para quitar dolores de cabeza, pues la mayoría de habitantes del Castillo, solían quejarse de tener tremendas migrañas. También aprendí mucho, o tanto como pude del propietario de la taberna local, que me dejaba asistirle cuando preparaba los brebajes que servía a sus clientes. También había hecho de cuidador de niños pequeños, eso tampoco se me daba mal.

Sabía cómo entretenerlos con bromas, juegos, cuentos y aventuras en el Patio del Castillo. Poco a poco, me iban conociendo mejor las gentes del Castillo, y hasta algunos jovencitos querían ser mis ayudantes. 

****

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07/07/2014, 16:19
[RIP] Llum, hijo de Din el Forestal.

La última vez que había estado en el bosque estaba lejos. Muy lejos. Casi era un recuerdo de niñez. Recuerdo que me acosaba incesantemente. Sólo deseé durante largo tiempo que gentes del exterior entraran en nuestra habitación. El olor a humedad, a tierra mojada pegada en las botas, las hojas de los caducifolios precipitarse desde sus capas o melenas, y la suciedad del trabajo, de la aventura, de la vida, me hacían sentir mejor. Me hacían sentir estar fuera por unos instantes, que intentaba alargar tanto como podía. 
Mi hermano, se encontraba peor que yo cuando me uní a él en el lecho. Los cuidados hacia él eran aún más intensivos, y a pesar de que me costaba respirar, y la tos no dejaba de golpearme el pecho como un martillo al acero, me sentía aún en forma. Sin embargo, todos los adultos no me dejaban moverme, no me permitían salir de la habitación. Ni de la cama. Era aburrido. Aunque solía pasar el tiempo contándole historias, la mayoría inventadas, a mi hermano Dhur. 

********** 

Pronto, el tiempo deja de tener sentido. El cuerpo empieza a arderte por dentro, consumiendo hasta la última de tus fuerzas. El calor te la roba la voz, mientras la tos te arrebata el aliento, en un continuo repiqueteo, corroyendo cada una de tus terminaciones nerviosas. 

Respirar, es doloroso. Intento como puedo, hacerles creer que estoy bien. Llevo año en la cama, mi hermano parece haberse desvanecido completamente. La afluencia de las gentes del Castillo es mucho mayor que ha un tiempo. Servidores de la Corte, se dejan ver en nuestra humilde alcoba, dándonos mejunges a uno y otro. Sabían a rayos. Aunque uno, me recordaba a un licor que había aprendido a hacer con aquel explorador. - Esto es licor de explora... - Decía, mientras la tos rompía las palabras como mi interior se resquebrajaba poco a poco. Los temblores, un nuevo síntoma, invadieron mi cuerpo con violencia. Había olas cada pocos días, que me dejaban vibrando durante largas horas. Que sólo un cataplasma que la bruja preparaba podía calmar. 

Ya no puedo pensar.

******************

A pesar de conservar la vista, no distingo detalles, sólo formas. Los olores me son desagradables, lo sean o no, y sufro de una hipersensibilidad enfermiza. Sin apenas fuerzas para hablar, escucho, lo que puedo, cuando puedo, lo que sucede a mi alrededor. Paso la mayoría del tiempo dormido, agonizando. Pobre muchacho. Se tiene que poner mejor. Mi hijo. Son palabras que resuenan con asiduidad en mis oídos, haya o no, gente a mi alrededor - Dhur... Dinnas - Mascullo, recordando los juegos que padre nos hacía cuando éramos más jóvenes... 

Entonces, siento el tacto cálido de una mano, recoger la mía, medio caída, casi rozando el frío suelo de piedra. Veía una cabeza moviéndose de lado a lado, parecía hablar, aunque no conseguía reconocer la voz. Luchaba por dentro, quería saber, necesitaba saber quién había venido a cogerme la mano, ahora que podía sentirlo. Ahora que no parecía un terremoto viviente, que no vomitaba sobre mi madre, que no tosía sangre o deliraba. 

Suavemente, la bruma se deshacía de mis ojos, aunque aún no podía ver con claridad. Su voz, sonaba lejana, aunque era reconocible. Rowan, no tenía apellido, porque no tenía padres, se había criado con los demás bastardos, niños abandonados, huérfanos del Castillo. La mayoría de ellos, acababan siendo soldados, viajaban al Muro, y los que más suerte tenían... Tal vez encontraran algún oficio digno. Rowan, quería ser explorador. Quería aprender de mí, de los míos. Estaba ahí, un amigo, un aprendiz, un alumno, un compañero, un futuro hombre de Aguasclaras. 

Mis dedos abrazaron sus dedos, tan fuerte como pudieron, en señal de agradecimiento, adiós y ánimo, a medida que el sueño me sumía de nuevo en un amargo letargo. 

****************

Escupiendo sangre, mientras mis pulmones parecían rasgarse, me desperté. Lejano de mí mismo. Únicamente vivo por el dolor. ¿Qué habría hecho para merecer esto? ¿Atrapar mariposas? Sí, tal vez jamás debí librarlas de su libertad. 
Las palabras de Nana, acudieron a mis oídos, mientras una sonrisa se dibujaba en mi rostro. 

Las mariposas, seguían vivas, revoloteando entre todos nosotros.

Notas de juego

Un placer, compañeiros.

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07/07/2014, 16:29
Ser Madrigal Oakenshaf-Casagrande.

VIÑETA XVI

Año 148. Mes 2

Las toses le estaban dejando sin fuerzas. Le dolía el tórax y le ardían los pulmones. Tan solo mostraba su verdadero estado cuando estaba a solas con su escudero, Gwraidd, que tenía que ayudarle a sostenerse.

- A este paso vas a lucirte más que yo.- Su escudero estaba haciéndolo bien y, a pesar de sus consejos, el chico tenía tan buen corazón que no quería dejar en mala posición a su hermano. Madrigal no tenía la misma opinión, desde luego, pues consideraba que el respeto había que ganárselo y no adquirirlo a base de nacer en primer lugar. Estaba muy orgulloso de Grwaidd y cada vez le tomaba más cariño.

- De bueno eres tonto.- Le decía constantemente, aunque muchas otras veces se aprovechaba él mismo de ello.

Madrigal no sólo era un extraordinario caballero, sino que tampoco se desenvolvía mal fuera del campo de justas. Se comportaba con corrección delante de los nobles de honorables ramas familiares, pero, al mismo tiempo, sabía cuál era su posición y sus limitaciones, y actuaba en consecuencia. Su extraordinaria belleza y su carisma natural hacía que las mujeres suspiraran por él, lo que le daba cierta fama y, a la vez, una fila de hombres inseguros y malhumorados que deseaban verlo caer.

- Qué lo intenten cof, cof.- Le decía a su escudero cuando éste le advertía del peligro.- Incluso en mi estado les haría morder el polvo.- Pero no las tenía todas consigo. Era un centauro, mitad hombre mitad caballo, pero su padre siempre le había hecho ver sus debilidades también. No tenía la arrolladora fuerza de la que hacía gala en todo momento Ser Trycian. Para colmo, la fiebre le había dejado aún más debilitado. Sólo podía confiar en sujetar la lanza y esperar que su habilidad como jinete hiciera el resto.

La suerte estuvo con el caballero que se dejaba ver constantemente con su cuervo Hugin al hombro. Alimentar la leyenda en torno a sí mismo era idea de su padre Otto y parecía que funcionaba. Hugin además estaba encantado, pues siempre fue igual de vanidoso que su dueño. Lady Olenna le había privado de la primera contienda. Aprovechó para descansar y tomar fuerzas ya que las necesitaría visto su contrincante: Ser Valinor de Fuegoscuro. Daba miedo verle montar con aquella preciosa armadura roja y negra.

- Me iría muy bien con el color de mi pelo, Grwaidd. Estate atento para recogerme cuando caiga, por favor.

Tras la señal de salida Hugin voló hasta el hombro del Escudero. Madrigal picó espuelas y su caballo reaccionó como si fueran uno solo. No cabía posibilidad de varios intentos. O lo hacía ahora o caería. Apenas podía levantar la punta de la lanza que descendía constantemente a una altura poco apropiada. Sintió el enorme impacto de la lanza en su ya de por sí dolorido pecho. La suya dio en el escudo de su contrincante, pero él guió a su caballo con la piernas, haciendo que continuase y le diera el impulso justo y necesario. Se aferró a él como a su propia vida y logró aguantar más que su confiado adversario. Cuando escuchó que cayó al suelo se dejó caer con suavidad, entre sudores y estertores sanguinolentos provocados por el golpe. La dulce voz de Grwaidd le hizo abrir los ojos y sonrió. Hugin graznó al que seguía vivo y podría comer maíz de su gentil mano.

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07/07/2014, 18:08
Royne Ríos, guardia raso.

 Viñeta XVI 

 

 Mes 1. Castillo de Aguasclaras 

Menionados: Ser Hadder, Pik Pyke, Bethan Caratorcida, Armase, Randyll Lanzapartida, Theresa Nieve y Otto de Puenteamargo.

Meses atrás, los amaneceres escarchados ya anunciaban la llegada del Invierno, como negros cuervos portando oscuras nuevas. A pesar de eso, la ferocidad de las bajas temperaturas pilló de improviso al feudo de Aguasclaras; la siniestra noticia de un brote de gripe en la aldea de Aguasturbias solo fue el preámbulo de lo que estaba por llegar: la enfermedad consiguió superar los altos muros del castillo y, uno a uno, sus habitantes empezaron a desmoronarse bajo las crueles garras de la plaga. Para empeorar la situación, Ser Hadder Tully, el único hombre al que Royne respetaba y admiraba como al padre que nunca tuvo, también cayó postrado ante el devastador poder del Invierno. A partir de ese aciago día, la Primera Espada acompañó a su Señor allá a donde fuera y se mantuvo de guardia junto a las puertas de sus aposentos tanto tiempo como sus fuerzas se lo permitían.

Royne Ríos, salvado de la infección por la gracia de los Siete, ya portaba sobre su espalda la pesada carga de otro implacable mal: su sentimiento de culpa por la muerte de un anciano indefenso en la pequeña aldea de Villamanzano. El bastardo de los Gemelos sufría pesadillas y se despertaba a altas horas de la noche para pasear su vergüenza por las murallas, como alma en pena. Durante el pasado año, poco a poco, había empezado a descubrir miradas de rencor y odio en muchos de los que meses atrás eran sus compañeros. Quizás algunas de ellas solo eran fruto de su imaginación, pero la sensación de ser tratado injustamente y la humillación de portar tan fea mancha en su honor, velaban sus ojos con una sucia pátina de desconfianza y resentimiento. Ya fuera porque le veían culpable o por la hosca actitud de la Primera Espada, muchos fueron los que se apartaron de su lado y evitaron su compañía: Pik Pyke no había vuelto a dirigirle la palabra desde el día en que compartieron escolta hacia Villamanzano; Bethan Caratorcida había rehusado seguir entrenando con Royne, aduciendo de muy malas maneras que desde buen principio solo había aceptado adiestrarle para reírse de él... Otros no parecían compartir el desprecio hacia Royne: Armase continuaba practicando la lucha montada con el bastardo; Randyll y Theresa seguían sentándose a su lado en el salón de la Casa de los Abanderados, compartiendo cena y conversación a la orilla del fuego. Incluso el nuevo Maestre de Armas, el canoso y nervudo Otto de Puenteamargo, había accedido a ayudarle a perfeccionar sus habilidades con la espada. El Invierno también parecía haber llegado a la vida social de Royne Ríos...

A mediados de mes, una cálida luz iluminó el camino de la Primera Espada. Ser Hadder convocó a sus súbditos para comunicar su decisión de organizar una comitiva para asistir a un torneo de justas en el lejano Altojardín. Uno a uno, fue nombrando a los elegidos para representar a su Casa, dejando a Royne para el final. Con una sonrisa fatigada en su arrugado rostro, el Señor de Aguasclaras se volvió hacia su devoto guardaespaldas y le anunció su deber de permanecer en el castillo. No fue tal noticia la que embargó de orgullo y felicidad al bastardo de Lord Frey, sino una sencilla y simple palabra, pronunciada con afecto sincero por el anciano caballero: amigo.

 

 Mes 2. Castillo de Aguasclaras 

Mencionados: Ser Orsey, Ser Baltrigar, Theresa Nieve, Otto de Puenteamargo, Beldyr Tormenta, Arianna Tully, Vesania, Ser Hadder, Tarmall Pocasganas.

Como muchas otras noches, Royne despertó abruptamente con la respiración acelerada y las sábanas caladas de rancio sudor, con la imagen de un Ser Orsey portando una armadura en llamas todavía impresa en sus retinas, persiguiéndole por los helados campos a lomos de un corcel demoníaco. Maldiciendo por la falta de sueño, Royne se aseó como buenamente pudo, vistiéndose con una gruesa túnica y cubriendo sus hombros con una pesada capa de pieles, dispuesto a descender al salón a tomar una reconstituyente copa de vino calentado en las brasas de la chimenea. Bajó los peldaños con paso cansado y empezó a atizar los moribundos rescoldos del fuego, escuchando todavía el repiqueteo metálico de las herraduras del maléfico corcel de Ser Orsey.

- Así se lo lleve el Desconocido... -pronunció con voz queda.

Cuando las ascuas empezaban a adquirir un matiz anaranjado, el brazo de Royne quedó inmóvil, sosteniendo aún el ennegrecido atizador. Los sonidos metálicos habían desaparecido de improviso, sustituidos por el sordo rumor de unas voces provenientes del patio de armas. Extrañado por no ser el único en tener problemas de insomnio, Royne se acercó a una de las ventanas y abrió un pequeño resquicio para echar una ojeada al exterior: las siluetas de varios hombres se movían por el nevado patio, con los aceros desnudos y los rostros embozados. Un frío glacial recorrió la espalda de la Primera Espada cuando avistó a un segundo grupo saliendo de los barracones de los jinetes libres; entre ellos pudo distinguir a algunos de los hombres de Aguasclaras, maniatados y guiados a empujones por los misteriosos asaltantes.

Una mezcla de miedo y furia inundó las venas de Royne, despertando de golpe su entumecido cuerpo. Corriendo a grandes zancadas, volvió a subir hacia su habitación para recoger su espada y su coleto de cuero acolchado, cruzándose con alguno de sus somnolientos compañeros, que parecían haber despertado al igual que él por el ruido de la pelea.

- Creo... ¡Creo que están atacando el castillo! - exclamó alguien, pero Royne no se detuvo a confirmar la evidencia.

El caótico sonido de pasos apresurados y de espadas deslizándose fuera de sus vainas, le acompañó mientras se abrochaba la ligera armadura y tomaba su arma del gancho junto a la puerta. La Casa de los Abanderados seguía a oscuras, de manera que no pudo distinguir de quién era la espalda que le precedía en su loca carrera para volver a bajar al salón. Al llegar a la planta baja, sus compañeros y él se dirigieron raudos hacia el gran portalón de entrada, sorteando mesas y taburetes como una marea de cuero y metal. Antes de cruzar la sala, la puerta se abrió y penetraron en la estancia tres harapientos bandidos. El combate fue rápido y sangriento debido a la superioridad numérica de los defensores, que contaban con Ser Baltrigar como líder. Las avivadas brasas del hogar teñían la escena de un tono rojizo, haciendo imposible saber si alguno de sus amigos había sido herido. Tras unos inquietantes segundos plagados de resuellos, pudieron comprobar que los atacantes yacían sobre el suelo de piedra, sobre viscosos charcos de sangre, mientras que los hombres del castillo no parecían haber sufrido más que superficiales rasguños.

Ser Baltrigar empezó a ladrar órdenes como un poseso, mandando a sus hijos a cerrar puertas y ventanas, mientras Theresa, Royne y Otto apilaban todo el mobiliario disponible para atrancar la puerta de entrada. El improvisado castellano de Aguasclaras demostró poseer una sangre fría propia de un comandante de batalla, ideando sobre la marcha un plan de acción para intentar neutralizar las fuerzas invasoras. A Royne se le asignó la tarea de escabullirse por una ventana lateral junto al joven Beldyr, con el objetivo de colarse en la Casa Señorial por allí donde pudieran. La Primera Espada no se hizo de rogar -¡Debo llegar junto a Ser Hadder! ¡Me necesita!- y se encaminó con rapidez a una de las habitaciones que servía de almacén para la ropa de cama. Ahí, un estrecho ventanuco desembocaba justo bajo las negras sombras de la muralla oriental. Seguido de cerca por el primogénito de Ser Baltrigar, el bastardo de los Gemelos avanzó sigiloso por la penumbra que oscurecía el angosto corredor que separaba la Casa de los Abanderados del septo, llegando a la Casa Señorial sin llamar atenciones no deseadas.

El edificio principal principal del castillo parecía estar ya sobre aviso de la invasión; la luz emanaba de los ventanales del piso superior, donde podían avistarse algunas siluetas moverse con prisas. Intentando no descubrirse, Royne se escurrió en las sombras y empezó a lanzar pequeñas piedras a una de las ventanas laterales de la Casa señorial; la fortuna le sonrió al cabo de unos instantes, cuando una cabeza se asomó para desaparecer al segundo siguiente. Cuando Royne volvía a agacharse para recoger alguna piedra más, temeroso de que los asaltantes le sorprendieran en tan vulnerable posición, una tenue voz proveniente de las alturas le hizo alzar la mirada.

- ¡Cógela! -susurró una voz femenina, a la vez que una cuerda hecha con sábanas caía junto a él.

Sin esperar a que le insistieran, la Primera Espada empezó a trepar con dificultad, con los músculos de los brazos protestando doloridos. La improvisada soga retemblaba por debajo de él, dejando claro que el joven Beldyr le seguía de cerca. Al llegar arriba, las asustadas caras de Vesania y de Arianna, la más joven de los hijos de Ser Hadder, le esperaban con miradas cargadas de nervios y expectación.

- ¿¡Dónde está... Ser Hadder!? ¿¡Está... bien!? -preguntó Royne jadeando.

Por toda respuesta, Arianna salió corriendo hacia los aposentos de su padre, con el bastardo de Lord Frey pisándole los talones. Nada podía detener a Royne en sus ansias de comprobar el estado de su Señor, ni siquiera cuando pasó junto a las escaleras y pudo ver la aseteada figura de Tarmall, caído de bruces junto a la atrancada puerta de entrada. Arianna y Royne entraron en tromba en las estancias de Ser Hadder, que permanecía postrado en su cama, enfermo pero seguro. La Primera Espada se tomó un momento para calmarse. Al desviar su mirada hacia la hija del Señor de Aguasclaras, pudo vislumbrar la expresión de cariño y preocupación que sus ojos demostraban hacia su padre. Unos ojos preciosos y sin rastro de lágrimas. Unos ojos valientes y serenos, dignos de la sangre de Ser Hadder Tully.

- Quédese con su padre, lady Arianna -le dijo en un susurro-. Si alguien intenta entrar, lo pagará con su sangre, os lo prometo.

La siguiente hora transcurrió en relativa calma: los vistazos al patio solo revelaban una masa de sombras confusas moviéndose sobre la blanca nieve. Durante unos eternos minutos, a Royne le pareció escuchar gritos de dolor en la lejanía, pero no se lo comunicó al resto por no crear más desasosiego. En un momento dado, Beldyr llamó la atención hacia un numeroso grupo de hombres que cargaban pesados tablones de madera que empezaron a lanzar sobre el tejado del septo. La idea de que fueran a prenderle fuego al Hogar de los Siete era blasfema y repugnante, pero cuando las primeras y providenciales gotas de lluvia empezaron a caer, empapando el septo y el castillo entero, Royne supo que los Dioses estaban de su parte y una expresión de decisión y seguridad se asentó en su mirada.

No habían transcurrido muchos minutos, cuando un grito de alarma llegó desde el otro extremo de la Casa Señorial. Royne cruzó apresuradamente el edificio con la espada en la mano, presto al combate. El entrechocar del acero le indicó que el momento había llegado. El momento de ganar o perder; el momento de sangrar por defender la vida de su Señor. Encontró a Beldyr en una de las estancias del ala occidental, luchando a través de una ventana y deteniendo a duras penas el embate de los atacantes. Esos malnacidos debían haber trepado al tejado de la Casa del Castellano con la intención de colarse por uno de los ventanales, pero su precaria posición, en un delicado equilibrio sobre las mojadas y medio congeladas tejas, hacían que sus embestidas fueran débiles e inseguras.

Cuando todo terminó, Royne no sabía quién había matado a quién. La pelea había sido confusa y violenta, con más empujones que sablazos, y solo recordaba haber herido con su espada a uno de los asaltantes, que se había desplomado retorciéndose de dolor, sujetándose las tripas, para acabar resbalando por el inclinado tejado y desaparecer por el borde con un corto alarido, seguido de un húmedo golpe y un silencio de muerte.

Exhausto y dolorido, con una brecha en la frente por un infame cabezazo de uno de los bandidos, Royne Ríos volvió a las estancias de Ser Hadder, donde Arianna aguardaba tomando la mano de su padre entre las suyas.

- Todo ha terminado, milady -le comunicó con una sonrisa que mezclaba alegría y agotamiento. 

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07/07/2014, 18:49
[RIP] Alethéia Casagrande.

VIÑETA XVI: AÑO 148 D.A, finales del tercer mes. Casagrande.

Encerrada en su habitación podía escuchar perfectamente los gritos de su padre, las respuestas de su madre, y el cuchicheo de la matrona que habían hecho venir. Alethéia estaba sentada sobre la cama, apenas tapada por el camisón que le habían obligado a ponerse para la "inspección" a que había sido sometida.

Humillada, roja como un pimiento, el rubor destacaba sobre su piel blanca como el sirope de fresa sobre la crema de leche, al igual que lo hacían sus rizos pelirrojos. Sus carnes juveniles eran abundantes, vaya si lo eran. Y habían sido el bocado tentador que había atraído al guapo Ser Madrigal hasta ella. Estaban prometidos, y se habían visto en algunas ocasiones. Pero casi todas con el coro de testigos apropiado, la mayoría en situaciones más o menos formales, pero públicas.

Esta vez, no.

Madrigal había vuelto del Torneo, en buena medida victorioso, y sin duda gallardo. Y fogoso. Y hambriento. Y Alé, como él la llamaba, había procurado que su visita fuera a solas. Sólo el escudero, Gwraidd, estaba al corriente, y esperaría abajo, en la cocina, cerca de los caballos y de la ventana. Su misión era clara: dar la alarma si se acercaba alguien...

Lo que sucedió es cosa de la intimidad, y quizá de otro relato. Pero ahora, baste decir que la cita se truncó.

Y fue así como llegó al punto en el que ahora se encontraba. Sofocada, encerrada, y... manoseada.

La matrona no cuchicheaba lo suficientemente bajo para que no se la oyera perfectamente. Arrugada y huesuda, mostraba a sus interlocutores dos dedos manchados de sangre, que estaba limpiando en un paño.

-Sigue virgen. Desde luego. No la ha penetrado, puedo atestiguarlo, bajo juramento. Sé lo que me digo...

Y la reacción de Bernard Casagrande, su padre, éste a voz en grito, increpando a la señora Casagrande.

-¡PERO QUÉ COJONES LE HAS ENSEÑADO, MUJER! ¡¿ES QUE NO TIENES CABEZA?!

Y su madre, cabizbaja, encogida, negando con todo su cuerpo. Hecha toda ella disculpas.

-Pero... pero... Bernard... ¡una doncella debe ser pura! ...llegar al matrimonio sin tacha ninguna, sin ser la comidilla de la gente  o la vergüenza de su familia...

-¡PODRIA HABER SIDO EL MODO INFALIBLE! ¡LE TENDRÍAMOS! ¡UNA BODA NOBLE, UN YERNO CABALLERO, SIN ESCAPATORIA!

Sin embargo, las pupilas de su esposa se llenaron de golpe con las luces de la comprensión. Y, ladina, sonrió.

-Lo sé, lo sé... pero... que no la haya tomado no quiere decir que no vaya a haber boda... nadie lo sabe...

Las dos cabezas de los Casagrande se volvieron a la vez hacia la huesuda mujer, que seguía limpiándose. Cuando se dio cuenta, asintió, los ojos achicados. No era una mujer rica, pero los Casagrande...

-Hummmm... Claaaaro....

En su habitación, sola, Alé hacía morritos, enfurruñada. Así que iban a decir que... y la vieja harpía se vendería, y lo confirmaría. Su Madrigal contra la pared, sería una cuestión de honor. Debería casarse con ella, so pena de una revuelta en el Feudo. A nadie le convenía, incluso ella, que era una chiquilla, lo comprendía. Madrigal estaría obligado a casarse, para limpiar la afrenta, y para evitarle males mayores a su Señor Tully. Madrigal estaría obligado a casarse... con ella...

La habitación se convirtió en un cielo azul, las mariposas revolotearon a su alrededor, y la cama se deshizo como una bola de algodón. Los ojos celestes de Alé chispearon, y se olvidó de la humillación de esos dedos huesudos hurgando en su interior. Y en ese sueño, ella y Madrigal por fin se revolcaban juntos, sobre las nubes, con pleno derecho...

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07/07/2014, 20:15
Ser Madrigal Oakenshaf-Casagrande.

Año 148. Madrigal cae enfermo. Donde tengas la olla no metas la...

Aunque no llevaba la armadura el invierno hacía que el caballero llevara muchas capas de ropa. Casi todas ellas estaban desperdigadas por la habitación donde "charlaban" amistosamente Madrigal y Alé. Ella era una tentación, como un pan de Viterrand recién hecho, esponjoso, redondo y cálido en su interior. Tan cálido que podías quemarte.

Ella protestaba, juguetona y, a pesar de que se había recorrido el camino de Aguasclaras a Casagrande en una agotadora jornada a caballo, no le dejaba culminar la faena como a él le gustaría. Las mujeres eran rebuscadas e interesadas, como siempre le había explicado su padre.

- Tengo el culo pelado de montar todo el día. Déjame al menos acariciar tus tersas nalgas.- Decía mientras se despojaba de la última prenda de ropa que le tapaba el potente torso moldeado por los entrenamientos. Deseaba con locura pasar su experimentada lengua por esa piel blanca como la leche, y saborear la mezcla del dulzor de su juventud y el sudor salado sobre su piel. Sólo imaginarse a ella boca abajo, desnuda, en todo su pálido esplendor, su hombría se hacía patente bajo sus pantalones. Ella lo vio y rió entre nerviosa y halagada.

- Mira cómo me tienes, cariñito. No te hagas la recatada, si ya lo has visto y tu padre no está. Nos casaremos, pero ahora sacia esta sed que me consume desde que te vi por primera vez. - ¿Para qué si no habían concertado una cita? Decidió ir a por todas y se bajó los finos pantalones hasta los tobillos, enarbolando su mástil cual lanza de justa en ristre. Cuando ya se abalanzaba sobre ella, pues había visto en ella la duda y el hambre en sus ojos claros, se oyó gritar a Grwaidd desde el piso de abajo.

- ¿Qué ha dicho? - No le hizo falta escuchar la respuesta de Alethéia. Lo vio reflejado en el terror de sus ojos. ¿Su padre? Bernard Casagrande había regresado antes de tiempo. Se tomó el tiempo justo para subirse como pudo los pantalones. La erección seguía ahí, iba por libre, por lo que perdió más tiempo del que hubiera deseado en domarla bajo los pantalones. Ella recogía frenética la ropa desperdigada por la habitación, ¡había tantas cosas! Le indicó que saliera por la ventana que daba a la parte de atrás, donde habían situado los caballos estratégicamente, junto al abrevadero.

Se descolgó como pudo desde la ventana, haciendo más ruido que Edder Clavopié en su guardia nocturna.

- Joder, joder, joder. - ¿Por qué tenía que huir? Querían casarse y era un afamado caballero al servicio de Ser Hadder. Podría coger lo que se le antojase. Entonces escuchó los alaridos de Bernard Casagrande y salió corriendo hacia su montura. Allí esperaba ya montado Grwaidd, condenadamente rápido, con las riendas de su caballo en sus manos. La mala suerte hizo que Madrigal pisara una de sus prendas apresuradamente recogidas y trastabillara cayendo de bruces en la helada agua del abrevadero. Se recompuso rápidamente, saltó sobre Galán y partió al galope junto a su escudero mientras oían las maldiciones del padre de su prometida.

Tras un buen rato cabalgando al galope no pudieron parar de reír, recordando el bizarro momento. Más tarde las risas abandonarían el ánimo del caballero que tuvo que recorrer el resto del camino a casa con las ropas empapadas.

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08/07/2014, 10:54
Jeremyed el Herrero.

VIÑETA XVI Año 148 D.A. Menciones a Aisa y Maestre Ammon.

EL VIAJE.

Besó a los niños para después, finalmente, tomar a Aisa de la cintura y aproximarla con energía hacia él. Los aún lisos abdómenes de ambos se rozaron sensualmente en un contoneo mientras el herrero besaba a su esposa con el deseo del que sabe que, más pronto que tarde sentirá el anhelo.

Una tos seca y violenta de Aisa justo después de separar sus labios de los de ella le devolvió a la realidad. Ella Debía reposar. Se había incorporado para despedirle y no había querido discutir con ella más el asunto. Se empeñó tozudamente en que debía ir a Altojardín, (en eso, en tozuda, nadie la ganaba) que era una oportunidad, la oportunidad que había estado esperando tanto tiempo. No pudo, no supo, y quizá no quiso decirle que no.

Una vez dejaron atrás el embarrado camino a Harrenhal y su espectral silueta, el clima se fue tornando en algo más benigno. A una jornada de alcanzar Altojardín en la segunda semana de viaje definitivamente la temperie se tornó en la de un Invierno marcadamente más suave. Las heladas nocturnas dejaban ya paso a un tímido sol de mediodía que llegaba a descongelar los campos. En la comitiva los enfermos y sus castigados cuerpos agradecieron tal cambio.

Las brumas del amanecer se replegaron reticentes y sinuosas ante el débil Sol al paso de la expedición comandada por el Heredero de Aguasclaras. Jerem miró a su izquierda iba detrás de una carreta abstraído en su traqueteo, y al girar la cabeza en el horizonte la vio. La imponente puerta de la capital del Dominio, y el perfil, guarecido por la muralla de la colina.

- Altojardín, ¡aquí hay secretos del metal por los que el mismo Herrero sabe bien lo que daría!

En el transcurso del viaje Jerem reparó un par de ruedas desvencijadas de los carromatos de transporte, barriles que se desajustaron con el traqueteo, y algún arreo y estribos de aquel que se lo solicitó. Percibía que, si no se equivocaba,  y en verdad que por el mismo Herrero no se lo parecía, era reconocido como un miembro útil en aquella comitiva. Que incluirle en aquél viaje no había sido una excentricidad de Ser Hadder. Los nobles le miraban, y le parecía que con aprecio, mientras sus iguales alternaban con él las chanzas y chismes con sonrisas en los labios siempre que el viaje lo permitía. Sin duda se compartían el pan y la sal.

Finalmente a finales de la tercera semana llegaron a las campiñas de Altojardín, parecía que incluso algún árbol, y alguna baya luchaba por dar frutos incluso en aquella época. Y lo que más le sorprendió parecía que los labriegos cultivaban algún tipo de tubérculo de invierno. ¡Qué tierras tan fértiles!

El viaje como tal fue para el herrero la mayor experiencia de su vida, un regalo. No conocía mundo más allá de unas leguas entorno al castillo y los pueblos del feudo de las tierras de los ríos. Y le pareció lo más emocionante que hubiera hecho, quizá comparable con alguna conversación, que en verdad eran joyas para él con las que le obsequiaba últimamente con cierta asiduidad el Maestre Ammon, y en las que iban y venían conocimientos al respecto de la metalurgia. Tales conversaciones cuasi semanales llevaron al herrero a un mover de los sesos…

Estoy seguro que al buen Maestre algo le ata en Aguasclaras, no estoy seguro del motivo pero, algún gesto y frase dicha en un momento puntual… no sé. ¿Qué brote te hace enraizar en estas Piedras Viejas buen Maestre? Y, en definitiva... ¿Me atreveré algún día a deciros que intercedáis por mí para que Ser Hadder me deje marchar un tiempo a estudiar los secretos de los metales con un gran herrero?

EL TORNEO.

Las celebraciones y justas comenzaron y Jerem puso a punto todas las armas y armaduras que pusieron en sus manos. Aunque el clima era sin duda más benigno que en la región de los Ríos, las heladas matinales se aferraban como garras de halcón a las tierras. Ante tal caso y en previsión de que los torneos se iniciaran en la alborada, el herrero se esmeró en lubricar las junturas metálicas de las armaduras laminadas y cotas, debía evitar a toda costa las adherencias del hielo así como el roer del óxido, y mediante un trapo humedecido en fina grasa de foca dio una pátina oleosa protectora para las espadas.

Tuvo que emplear un día y una noche en la puesta a punto de la nueva cota Dorniense de Ser Trycian. En parte por que le entusiasmaba el poder tocar y trastear con el trabajo de un herrero tan diestro y de costumbres tan diferentes como el que había manufacturado esa pieza. Fue aquello lo que le llevó a hablar con el mercader que había vendido la armadura al Dorniense y pudo de tal modo enlazar, como de suerte y por filigrana algunos nombres de artistas herreros de fama, nombres que no olvidaría y de los que despuntaba uno, la familia Mott. Todo ello le llevó a una conclusión después de reflexionar. Bien parecía que aquellos herreros tenían o habían tenido en el mayor de los casos alguna relación con Qohor una tierra al parecer muy, muy al Este…

El torneo finalizó, al parecer con cierta gloria para Ser Trycian y Ser Madrigal, y con penas para otros como el Señorito Pendrik o Ser Otter. Se desmontó el campamento en una jornada ajetreada y de viento molesto, y Jeremyed se despidió de todos aquellos con los que en cierta manera había unido lazos. Cuatro o cinco herreros, artesanos y mercaderes. Pero sin duda se llevaba la palma el herrero de los Castamere, Jonas se hacía llamar. Con él tenía intención de intercambiar trabajos, y Jonas se interesaba en cierta manera y casi a veces por demás en Aguasclaras, el castillo y sus leyendas.

EL RETORNO.

Y el alma, a buena fe que se me prestó al mismo suelo cuando regresamos a Aguasclaras. Un asalto al castillo, muerte… y lo que era peor mi mujer postrada en cama, muy... muy enferma.

Pasaron los días y meses. Aisa tendida con el calor manando de su ajado cuerpecillo como si la misma fragua del Herrero estuviera encendida en su interior. Gasté los tres cuartos de nuestros ahorros en leña y mejores comidas para los chicos y ella. A ratos le quitaba el paño de la frente y parecía que apretaba algo más fuerte mi mano, como diciéndome en voz queda que estaba allí, conmigo. Las horas que no pasaba a su vera eran las que tenía que trabajar en el taller y los críos bien la cuidaban. El castillo parecía tan dolorido y renqueante como ella tras el asalto, yo tenía que ayudar en la reconstrucción en lo que bien podía, habíamos perdido demasiados buenos artesanos, demasiados buenos hombres y mujeres…

No, no es el momento, no puedo dejar el castillo.

Sí, Pospondré el pedirle al Maestre el que interceda por mí para mi anhelado viaje. No puedo hacerles eso cuando es ayuda y manos callosas lo que se necesita aquí…

El herrero despertó una vez más sobresaltado en su lecho improvisado en el suelo junto a la cama de Aisa: Tristes alas de cuervo. Sombras e impotencia. Y en el octavo mes todo resultaba ya perdido en verdad.

Aproximé la vieja cuchara de palo a la boca de Aisa una vez más... una vez más. Expectante, susurré sin darme ni cuenta de que aquellas letras escapaban de mi boca…

-Vamos preciosa, hazlo por los chicos. Tienes que comer algo guapa. Venga, venga amor siempre has sido más fuerte que yo, amor, venga un poc… - La tos virulenta asalto el cuerpecillo de Aisa en un espasmo. Como un junco agitado, y las tablillas traqueteantes que ahora eran sus huesos se quejaron casi sintiéndose sonar al rozarse por el esfuerzo. Una arcada de bilis cayo por la comisura de sus labios en pos de la almohada y el olor amargo y viciado de la misma parca inundó la ya insana y tétrica sala.

La cuchara se desprendió de los dedos de Jerem y chocó con un sonido como procedente de ya de otro mundo contra el suelo de piedra. Una lágrima que sin duda llevaba anidada ya tiempo en su refugio. Encadenada con siete candados y siete cierres por el herrero, finalmente se desprendió como sin quererlo y sin necesidad de llave alguna.

Onceavo mes del año 148.

El maestre giró el pasador del cierre de la gastada cajita de fina madera forrada de terciopelo en su interior que portaba consigo, y en la que dormían multitud de frasquillos y útiles extraños.

-Dos gotas del tónico, y no más de dos que aquí te dejo con un taponcito de esencia de limón en la aurora y a la anochecida.- El maestre sonrió a Aisa al sentir que apretó su mano ya con cierta fuerza y dijo con los ojos un gracias voceado más alto que cualquiera garganta que lo intentase.- Me alegro mucho Jerem, parece que el cariño ha sido la medicina que ha salvado a Aisa. Esa medicina que a tantos les ha faltado y que en verdad se ha llevado por delante a tantos buenos amigos en esta muerte silenciosa disfrazada de invierno.

Jerem acabada de dar la dosis de tónico a Aisa que estaba incorporada en la cama con un par de almohadones en los riñones a modo de sillón. Volvió a la cocinilla, tomó un paño y sacó el guiso de patata y nabo del fuego. Se derrumbó en una silla desvencijada con la cabeza gacha y escuchó una sonrisilla en el dormitorio, parece que el pequeño había conseguido hacer reír a su madre.

Cerró los ojos, sin tan siquiera percatarse de ello. El paño con el que se ayudó para sacar el cazo del fuego cayó al suelo. Jeremyed, el herrero de Aguasclaras se había dormido.

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08/07/2014, 15:50
Ser Baltrigar "el Traidor".

Viñeta XVI:

Año 148: Mes 2.

El comienzo del asalto.

Dormía intranquilo. Baltrigar llevaba poco tiempo designado como Castellano de Aguasclaras pero en ese poco tiempo había aprendido la pesada carga que soportaba a diario Ser Hadder. Y no envidiaba a su noble Señor.

Abrió los ojos repentinamente. Se escuchaban unos gritos. Gritos de alarma. Se levantó a toda velocidad de la cama y comprobó que Beldyr ya estaba despierto.

- Vamos chico, despierta a tus hermanos y ayúdame con la armadura. – Ordenó a toda velocidad. En pocos minutos estaba listo, empuñó su espada e indicó a su primogénito que le acompañara. Se giró en el umbral de la puerta y miró a su esposa.

- Quédate aquí con ellos. – Dijo indicando al resto de su prole. Se adelantó un paso y depositó un beso en los labios de su esposa. – Voy a ver qué ocurre.

Padre e hijo salieron precipitadamente y se reunieron con el resto de los presentes intentando descubrir qué sucedía. Estaban bajo ataque. Unos incursores, aun no sabían quiénes o con qué motivo, se habían internado en el Castillo. Tenían rehenes, pero al parecer aún no habían logrado entrar en la Casa Señorial.

- ¡Cerrad todas las puertas y ventanas! – Bramó con su potente tono de voz. – Apilad los muebles para que ayuden a hacer de contrapeso. No podemos permitir que entren aquí.

El bastardo noble giró la cabeza buscando a algo o alguien con la mirada. Sus ojos se pararon en Royne Ríos. Le señaló. – Ven aquí. – Miró a Beldyr también. – Vosotros dos saldréis por ahí. – Dijo indicando una de las ventanas laterales. – Escabulliros en silencio. Debéis llegar a la Casa Señorial y aseguraros de que Ser Hadder se encuentre a salvo en todo momento. ¿Entendido? -

Instó a ambos a que se dieran prisa, pero antes de dejarles marchar se despidió de su hijo con unas palabras: - Ve con cuidado. Haz que me sienta orgulloso. – Dio un rápido abrazo a su primogénito y luego Baltrigar observó cómo tanto Royne como Beldyr salían por la ventana.

Baltrigar volvió a mirar alrededor para calcular con cuántas fuerzas contaba. ¿Dónde estaba Theresa Nieve? Hacía un rato la había visto apilando troncos. Algo malo estaba pasando. Podía sentirlo. – No dejéis que esos bandidos entren aquí. – Ordenó con voz severa mientras giraba sobre sus pasos y regresaba a sus aposentos en busca de su esposa.

- Otto. Estáis al mando en mi ausencia. No tardaré. – Dijo al Maestro de Armas.

Tras unos segundos corriendo por los pasillos, Baltrigar llegó a los aposentos de su familia. Se detuvo un instante. La puerta estaba abierta. ¿Cómo? ¿Quién? Echó a correr de nuevo con el ceño fruncido y una mirada de odio visceral. Si había pasado algo…

Al entrar el espectáculo le sorprendió. En una esquina estaban sus hijos, con Clarissa delante de ellos amenazando a cualquiera que se le acercara con una cacerola. Junto a ella, un par de pasos por delante, Theresa Nieve con su arma desenfundada hacía frente a dos hombres. Un tercero yacía junto a la ventana con el vientre atravesado. Enseguida comprendió la situación. El rugido de rabia de Ser Baltrigar pudo oírse en toda la casa, quizá en todo el castillo. Y cargó.

Nuestra es la Furia era su lema. Y nunca le habría visto nadie tan furioso como en aquel momento. Ambos bandidos se sobresaltaron y se giraron para ver el origen de aquel rugido. Baltrigar descargó su espada sobre la cabeza del primero, con fuerza, esparciendo sangre y sesos en todas direcciones. Al mirar hacia el segundo enemigo Theresa ya lo había decapitado de un poderoso mandoble. El bastardo asintió en dirección a la mujer. Sonrió y luego se dirigió a toda velocidad hacia su mujer y sus hijos.

- ¿Estáis bien? – Sin girarse ordenó a Theresa. – Por favor, asegúrate de que no puedan volver a entrar por esa ventana. –

Las dudas y la incertidumbre.

- ¿Qué ha pasado? – Preguntó Baltrigar casi gritando. El pobre hombre amedrentado frente a él no era capaz de responderle adecuadamente.

- Otto y Brocelyn salieron por esa ventana, mi Señor. – Respondió el hombre.

Baltrigar se esforzó por controlar su mal genio. Había sido culpa suya. Él dejó a Otto al mando. Ahora dos de sus hijos estaban fuera de la protección del edificio.

- ¿Alguien tiene noticias del exterior? – Preguntó mirando alrededor en la sala. El caballero echó a andar, parecía un león enjaulado. Le encantaría salir a pelear, tener algo a lo que golpear, pero no era el momento.

Echó un vistazo por una de las ventanas intentado dilucidar qué ocurría fuera. Desconocía el número de asaltantes, ni cuántos prisioneros tenían, aunque por el escaso ruido de lucha fuera parecía que ya tenían prisioneros a bastantes de los habitantes del castillo. No pintaba nada bien.

Reconquista a la desesperada.

Ya había tenido suficiente de espera. Baltrigar no podía más.

- Apartad los muebles de la puerta. Toca luchar. - Ordenó. En cuanto el camino estuvo despejado encabezó la carga. A su lado alguien a quién jamás se hubiera imaginado ahí, Theresa Nieve. Una mujer. Con armadura y muy mala leche, eso sí, pero una mujer. Salieron en tropel por la puerta y cargaron en dirección al patio. No hubo muchos gritos. Sólo el entrechocar de unas espadas. Fue rápido. Quedaban pocos bandidos y cayeron casi sin oponer resistencia. Entonces comenzaron a salir artesanos y peones de la herrería, armados con armas desgastadas y viejas.

Baltrigar llamó la atención de aquellos hombres y al mando de esa nueva turba dirigió a todos hacia la Casa Señorial, debían salvar a Ser Hadder a toda costa. De nuevo poca resistencia.

En menos de un minuto parecía que la zona estaba despejada de bandidos. Todos muertos y unos pocos huyendo. Baltrigar apostó a varios hombres armados en la entrada de la casa Señorial y reuniendo al resto de los que podían empuñar un arma se dirigió al rastrillo y la barbacana. La que parecía la líder de los asaltantes se hallaba batiéndose en duelo con Armase. El bastardo tenía que reconocerlo. El jinete libre le echaba huevos. La vieja pirata tenía más técnica, pero Armase no se rendía. Y de pronto cayó.

Baltrigar aceleró el paso, pero sólo llegaron a tiempo de ver como Isaura huía. – Vamos, ¡buscad al Maestre Ammon! – Gritó de nuevo Baltrigar. – Llevad a Armase a la torre. – El guerrero necesitaba asistencia y el Maestre era la persona indicada para tratar sus heridas. – Con cuidado. – Matizó.

Cuando todo parecía ir bien.

Y después de la calma llegó de nuevo la tormenta. Los ojos de Ser Baltrigar se abrieron como platos al ver entrar a una turba enfurecida. Llegaban los de Villamanzano. Se habían atrevido a llegar hasta el propio castillo. ¿Y quién demonios había abierto el rastrillo?

Aquello no iba a acabar bien. Casi podía sentirlo. Buscó a los hombres armados que tenía cerca y organizó un grupo para acudir al encuentro de la turba.

- Mantened la calma y no ataquéis si no os lo ordeno. – Dijo con tono severo a sus hombres.

Frenó la marcha a tan sólo unos diez pasos de la muchedumbre.

- ¿Qué hacéis aquí? – Bramó para hacerse oír. El potente tono de Ser Baltrigar hizo callar a todos los presentes.

- ¡Justicia! – Se escuchó un grito de alguien situado entre medias de la marabunta. El anonimato daba valor a aquellos cobardes miserables. - ¡Sí, Justicia! – Aclamó otro más.

Baltrigar alzó ambas manos tras envainar su espada. Pidió calma. Por el rabillo del ojo vio al Maestre Ammon acercándose con pasos lentos, pero decididos.

- Nadie puede ni podrá decir nunca que el gobierno de Ser Hadder no es justo. – Exclamó con fuerza. – ¿Queréis Justicia o queréis Sangre? Si sabéis lo que significa la palabra Justicia no deberíais exigirla tan a la ligera. Sed sensatos. Sólo os pido que escuchéis. Estoy seguro de que veréis lo razonable de nuestras palabras. Con vosotros el Maestre Ammon, voz de Ser Hadder, Señor de Aguasclaras.

Se hizo a un lado y dejó que el Maestre hiciera su magia. De todas formas, la tensión del momento impidió que pudiera relajarse y permaneció durante todo el discurso tenso, atento a cualquier posible intento de ataque sobre el inocente Maestre.

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08/07/2014, 16:34
[OUT] Maestre Ammon.

MAESTRE AMMON.

VIÑETA XVI. 

Año 148 después del Desembarco del Rey. 

PRIMER MES del primer año del Invierno.

Menciones a Nana, Caster, y dos ¿jovenzuelas? de ignota identidad.

 

Parafraseando a los Stark, el Invierno había llegado. Y de qué manera.

A decir de los más antiguos, el arroyo de la Perdiz Muerta jamás se había congelado hasta las heladas de los tres días posteriores a la gran nevada; tampoco recordaban los árboles quebrados en Guardia Real, ni los cadáveres de lobos muertos de frío a las lindes del bosque o los ataques, por parte de los animales supervivientes, en plenas calles de Solaz del Soldado. 

-Todo esto me pilla viejo. - Murmuró Ammon cuando enfilaba ya el último tramo de la Torre del Homenaje en dirección a su laboratorio temporal, donde habían situado el cuerpo del guerrero moribundo. - Todo son dolores, achaques, frío. No podía haber coincidido mi última vejez con un plácido ver… -

Las muchachas reían como dos locas cuando pasaron a su lado a toda prisa, desplazándolo casi un metro al abandonar a la carrera la estancia principal del laboratorio. El Maestre no había logrado reconocerlas, ni por las risitas ni por la porte, pero se dijo que aquellas dos no eran servidumbre.

-¡Eh! - Gritó, molesto. - ¡Vosotras dos! ¡La próxima vez os convertiré en ratas! ¡Eh…!

Las risas se extinguieron a lo lejos, cuando las dos muchachas dejaron atrás el grueso portón principal de la Torre. Demonios, se dijo mientras atravesaba la puerta doble que daba acceso a la primera de las salas, este castillo está cada día más mal educado.

Al otro lado de la puerta estaba Nana. Esgrimiendo una sartén a modo de maza. El Maestre quedó bajo el quicio, sorprendido.

-Nana -murmuró-, que tienes ya una edad.

-Esas zorras me van a oír -dijo ella, furiosa. - ¿Se creen que todo es broma? Te juro por los dioses verdaderos que van a estar cagando fuego una semana.

-¿Qué han hecho?

-¿Que qué han hecho? - Nana abrió mucho los ojos, señalando hacia el interior-. Tanta cadenita, tanta cadenita, y mira la que has organizado. 

-¿La que he organizado yo…?

El Maestre avanzó con dificultad hasta la segunda sala, una pequeña estancia de forma cuadrada, sin ventanas, donde habían situado el camastro. Allí estaba el cuerpo inmóvil del guerrero, cubierto casi por completo por una fina sábana dejada caer como al descuido por encima. Más o menos a la mitad, la sábana se erguía enhiesta una buena cuarta. O más.

-Demonios -dijo Ammon.

-Bueno, no diría yo eso exactamente -respondió Nana a su espalda. La mujer se situó al lado del cuerpo y retiró la sábana. 

Sobre el camastro, prácticamente una mesa compuesta por un tablero y seis gruesos tocones a modo de patas, reposaba el gigantesco cuerpo moribundo del Caracortada. Aquel descomunal guerrero llevaba inconsciente más de un mes; el veneno utilizado para emponzoñar el arma que habían enterrado en sus tripas era exótico y voraz, y Ammon lo había visto consumir un hombre en unas pocas horas. Sin embargo, Caster aguantaba. 

Nadie sabía aún lo que había ocurrido en Solaz del Soldado, ni con quién se había cruzado el guerrero con tan mala fortuna. Los hombres hablaban de un viejo enemigo, un cazarrecompensas con quien tenía cuentas pendientes; pero el Maestre sí conocía la identidad exacta del atacante, y el hecho de que Caster no hubiera sido rematado por el agresor le daba una idea bastante precisa del final de la reyerta entre ambos: para desgracia del feudo, el Asesino debió morir. En cuanto los enemigos de Aguasclaras lo descubrieran, aquella muerte sólo podía traer nuevos problemas a Ser Hadder. Todo tan difícil. Todo tan…

-De demonios nada -dijo Nana, reprimiendo una risita-. Esto es glorioso.

-Remarcable, en efecto -respondió Ammon, asintiendo. Sobre el cuerpo desnudo de aquel tremendo ejemplar de la especie humana resaltaba el imposible miembro completamente erecto. Un mástil que se elevaba hasta alturas nunca antes vistas por el Maestre. Teniendo en cuenta cuáles eran sus orígenes, aquello era mucho decir-. Muy remarcable.

-Vamos, viejo chocho -dijo Nana cogiendo el miembro del Caracortada con su mano derecha-. Esto no es “remarcable”. Esto es descomunal.

-Son casi dos palmos.

-De los tuyos. De los míos casi llegan a tres.

-Portentoso, en efecto.

-Cosa de su padre -comentó Nana alejándose unos pasos para poder admirar el milagro-. El viejo Marlaw era casi tan grande como Caster, y un verdadero peligro para las mujeres del lugar. En Solaz y Villamanzano causaba estragos.

-¿Ah, sí?

-Ya lo creo. Grande, pero buen mozo. No como este bruto, que es feo como una mula y mucho más terco.

-¿Cómo murió?

-Cuernos.

-¿Un toro…?

-Un marido.

-Ah.

El Maestre se acercó. La cintura y torso del Caracortada estaban cubiertas por un sinfín de cicatrices viejas, largas, mal cosidas. La más reciente, la que le había llevado al borde de la muerte, había sanado bien dentro de lo razonable: en el improbable caso de que sobreviviera, el contorno violáceo no iba a desaparecer nunca. Pero aquella persistencia en agarrarse a la vida estaba resultando muy útil al viejo Ammon: la causalidad y la casualidad se habían aliado para proporcionarle el sujeto perfecto para sus experimentaciones. Y aquel ligero contratiempo con su virilidad no era sino un efecto secundario insospechado e indeseado.

-Sea lo que sea -dijo Nana-, quiero un bote lleno de lo que le hayas dado a beber.

-Nana, por los Siete -Ammon sonrió-. Que tienes unos años…

-No menciones a esos siete mierdosos. Ya sé que no crees en ellos y lo haces para jorobarme. ¡Y lo quiero para hacer negocio, so idiota! -Nana volvió a mirar hacia Caster-. Si no tuviera la espalda rota y la entrepierna más seca que la carne encurtida, me habrías encontrado encima de eso. Pero créeme: con esto salgo de pobre.

-Es un simple agilizador de la respuesta sanguínea -murmuró Ammon, señalando un vial de cristal repleto de un líquido azul-. Llévate lo que quieras. Pero ahora ayúdame, tengo que pinchar la cabeza de ese miembro para rebajar la tensión si no queremos que gangrene.

Nana abrió mucho los ojos.

-Maestre, te quedas solo -dijo tomando con un movimiento fugaz el vial y abandonando después la sala-. No quiero estar cerca cuando el Caracortada descubra que le han clavado cuatro dedos de aguja en la polla.

Ammon vio cómo la vieja Nana salía de sus estancias, cerrando con fuerza la puerta. Tomó aire. Suspiró. Se volvió, buscando entre sus cosas el artilugio que necesitaba para la ingrata operación que se veía obligado a realizar. Después regresó junto al cuerpo.

-Verdaderamente prodigioso -reconoció, contemplando de nuevo el órgano viril de aquel guerrero de imposible constitución.

Entonces, justo en ese instante, se le ocurrió.

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Segundo mes.

-…para la seguridad de nuestro Señor Ser Hadder -dijo Ammon, muy despacio, a unos quince centímetros de la oreja de Caster.

-Fundamental para la seguridad de nuestro Señor Ser Hadder -recitó el Caracortada con los ojos abiertos y la mente lejana-. Señor. Ser. Hadder.

El Maestre asintió. Se apartó del cuerpo, contemplándolo en silencio.

Su recuperación había constituido en sí misma todo un milagro. Los muchos esfuerzos combinados del Maestre y Nana habían hecho lo suyo, suponía, pero sin duda la resistencia de aquel cuerpo prodigioso era casi antinatural. 

No podía decir lo mismo de su mente.

El Caracortada poseía un intelecto primitivo, casi infantil. De una fidelidad enfermiza, con apenas dos o tres valores fundamentales, todo se reducía en su vida a actuar ante los estímulos. De ahí su notable y peculiar perspicacia: no se detenía a pensar. El Maestre había encontrado en él una masa arcillosa lista para modelar a su antojo, un cerebro fácil de reconstruir, propenso a rendirse ante determinados compuestos alquímicos y meditadas órdenes de Poder, consiguiendo de él justo lo que necesitaba en aquel preciso momento. 

Sin que el sujeto se apercibiera de nada, por supuesto.

El principio había sido lento, meditado; sutiles indicaciones, consejos dejados caer casi por casualidad que recibían respuesta inmediata. Después incrementó la presión y la concentración de las drogas empleadas. Cuando acabó con él y el cuerpo terminó su sorprendente recuperación, Aguasclaras recuperó un guerrero… y Ammon ganó un peón.

Uno grande.

Muy, muy grande.

-¿Y qué me dices de los de su sangre? -preguntó el Maestre.

-Su sangre -respondió Caster en tono monocorde-. Su sangre perdurará. 

-¿Por qué? ¿Qué harás tú para conseguirlo?

-Perdurará -dijo sin más el guerrero, los ojos muy abiertos.

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FINALES DEL SEGUNDO MES. El ataque de Isaura Pyke.

El griterío era ensordecedor. Ammon escuchaba el entrechocar de metales desde su atalaya, los alaridos, las órdenes de unos y otros. ¿Cómo había podido pasar todo aquello?, pensaba mientras situaba el sobrecito abierto entre el marco y la puerta, ¿cómo no lo había visto venir? Descendió de su taburete entre un crujido de huesos (demonios), se encaminó con calma y precaución hasta su mesa y volvió a sentarse, retomando la redacción de las dos cartas que quería enviar con sus cuervos en caso de que el ataque finalizase con una derrota total. 

En ello estaba cuando la puerta se abrió, el sobrecillo esparció su contenido y dos guerreros desconocidos, cubiertos de barro y sangre, desembocaron en su habitación agitando con violencia sus manos libres mientras tosían con fuerza.

Las manos no libres empuñaban dos hachas, por supuesto.

Los dos hombres se curvaron a causa de la tos. Uno de ellos alcanzó a hablar. Muy notable, se dijo Ammon.

-Este cabrón -dijo el pirata sin dejar de toser-, este pedazo de brujo mamón nos ha envenenado.

-¿Envenenado? -El Maestre abrió mucho los ojos-. En absoluto.

-¿Qué nos has hecho? -dijo el otro, ya más calmado.

-¿Cómo iba a depositar veneno en una puerta que bien podía ser abierta por una mano amiga? -El Maestre negó con la mano de la pluma-. No. Os he drogado.

-¿Drogado?

-En efecto. Lo mismo que vosotros mismos hacéis con vuestros podridos organismos cuando os embotáis a base de cebada fermentada y extractos de hierbas. Drogados. Simple. Sencillo. Eficaz.

-¿Nos has emborrachado?

-No -dijo Ammon con fastidio-. Qué solución tan poco elegante… Os he drogado.

-Pero… -uno de los dos piratas frunció el ceño. Miró a su compañero, como si no lo viera.

El otro hombre se echó a reír.

-Silencio -dijo Ammon, fastidiado-. Tengo trabajo que hacer. Los dos delante de la puerta. Si entra alguno de los vuestros, lo matáis.

-Los matamos -recitó confundido el más grueso de los dos piratas-. ¿Por qué?

-¿Por qué no? -dijo Ammon, escribiendo sin alzar la mirada.

El otro pirata asintió.

-Claro, joder -dijo mirando hacia su compañero-. ¿Por qué no? Si viene alguno lo matamos. Verás tú qué risa.

-Síiiiii -el grueso comenzó a reír-. Síííí sí, sí, seeeeeep.

-Ahí está la gracia -dijo el otro, dando una palmada a su compañero.

-Ahí está. A a a a ahííí está ¡la! ¡Jodida! ¡¡Graciaaaaa!!

Ammon alzó la barbilla y paseó la vista por la sala. Se levantó y, pese al frío, abrió todo lo que pudo las portezuelas del gran ventanal. Si el ataque finalizaba mal, esos dos desgraciados le darían tiempo para disponerlo todo. Si acababa bien, bueno, por algún lugar deberían abandonar sus estancias. Dudaba de que supieran volar, pero sin duda aterrizarían primorosamente.

Una vez satisfecho regresó a su mesa y trató de concentrarse pese a las risas de los dos piratas. No le resultó nada fácil conseguirlo.

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SEGUNDO MES. Discurso a los habitantes de Villamanzano.

Ammon avanzó hasta encontrarse junto a Ser Baltrigar. Agradeció sus palabras con una sonrisa, y luego agitó el pesado collar de eslabones metálicos haciéndolos repiquetear. Los dos eslabones de acero Valyrio refulgieron a la luz de las antorchas.

-Magia. -Murmuró. Los hombres cuchichearon entre sí, la vieja fuerza de la muchedumbre súbitamente disipada. Después alzó la voz-. Hechicerías. Todos dicen que nadie ha engarzado en su cadena más de un eslabón de este material, y vosotros sabéis que yo llevo al cuello dos. O eso creéis, del mismo modo que creéis en la culpabilidad de un hombre sin antes escucharle, o en la mala intención en un desafortunadísimo hecho que, quizá, sólo aconteciera tras un cúmulo de accidentes y mala fortuna.

-¡Justicia! -Gritó un hombre, aunque sin demasiada energía.

-¿Justicia, o sangre? Porque justicia reclamáis -dijo Ammon bajando de nuevo la voz, obligando así al resto a guardar silencio-. Justicia. Pero despedís un asqueroso hedor a jauría sedienta de muerte. Y yo digo que justicia, sí, pero justicia para todos. Para la memoria del muerto, para vosotros, para todo el Feudo. Y no habrá justicia sin escuchar a todas las partes y depurar con cuidado todas las responsabilidades en este terrible drama. ¡Porque antes de enviar a un hombre a la horca hay que conocer la verdad!

Con cuidado, Ammon fue deslizando la cadena eslabón a eslabón hacia la derecha, mostrando los metales que de costumbre quedaban ocultos bajo la capucha de su espalda. Eran anillos peor forjados, producto de la mano inexperta de un acólito. Plata, oro, hierro de forja. Y tras ellos, justo en el engarce, emergió un nuevo eslabón de acero Valyrio.

Aquello no podía ser, y todos lo sabían.

La muchedumbre enmudeció.

-No hay dos sin tres, como decía mi madre -dijo Ammon. Mostró a todos ese imposible tercer eslabón que, a los ojos de los supersticiosos pueblos de Poniente lo convertían prácticamente en un archibrujo de leyenda-. Tres. Esta es mi verdad, una verdad oculta por los ropajes y los años. Tres. Y yo, el de los tres eslabones de Acero Valyrio, os pregunto: ¿queréis una muerte, aunque sea precipitada entre la ignominia de las brumas del desconocimiento, o que vuestro Señor haga justicia? ¿Queréis que pague un inocente, o castigar a un responsable?

El Maestre gritaba.

-¿Queréis un juicio, queréis la verdad del Rey, o un vergonzoso linchamiento, un festín de sangre, una orgía de muerte que jamás borraréis de vuestras consciencias…?

Las voces comenzaron poco a poco, hasta convertirse en un coro desorganizado. 

Pero ahora no pedían sangre.

Pedían un juicio.

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CUARTO MES. Menciones a Nana y los niños de Din, el forestal.

 

-¿Cuántos?

-Muchos -dijo Nana-. Más de cuarenta muertos llevo contados sólo en Aguasturbias.

-Cuarenta -murmuró Ammon, asombrado.

-Cuatro veces los dedos de tus manos, Maestre -Nana depositó la gasa dentro del cubo repleto de agua caliente-. Parece que en Solaz y Villamanzano están mejor, pero esta peste…

El chiquillo del Forestal respiraba con gran dificultad. El pecho se agitaba con cada inspiración, temblando terriblemente a causa del dolor. El Maestre alcanzó a la Nana una redoma caliente sin dejar de agitar la cuchara en su interior.

-Más líquida -dijo Nana, devolviéndosela.

-De acuerdo -respondió el Maestre, removiendo sin parar-. ¿Cómo está el niño?

-Mejor. Mejor. Éste vivirá.

-Menos mal -murmuró Ammon, agotado.

-Pero el otro -Nana meneó la cabeza una sola vez-. Putos dioses.

-No son los dioses, Nana. Son algo mucho más pequeño, inmisericorde y eficaz.

-Tus bichos diminutos, sí.

-Nada podemos hacer contra ellos -dijo el Maestre, asintiendo-. Nada somos, cuando la naturaleza decide actuar.

-Dame eso, viejo. -Nana arrebató el bol de las manos de su compañero-. Me cago en la naturaleza, en los dioses, en ti y en tus bichitos.

Ammon sonrió. Se acercó a la mesa y comenzó a preparar un empasto para el pecho de los chicos. No iba a servir de mucho, pero Nana tenía razón: la rendición jamás era una opción. No para él. No para ellos.

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SEXTO MES, día 22. 

Menciones a Caster y el Septón Eulocis.

 

El Septón Eulocis ascendía trabajosamente por la tercera escalinata de la torre de Homenaje, la de los peldaños más empinados, camino del cubil del Maestre. La fiebre había remitido; según Ammon era un simple resfriado, pero Eulocis sabía reconocer el talento cuando lo veía, y en el tónico que le había confeccionado aquel brujo de los eslabones de acero Valyrio había mucho talento. Quizá ya no necesitara volver a tomarlo, pero al Septón le pareció que un poquito más de aquella medicina, bien guardada y a salvo en su septo, no le podía hacer daño a nadie.

Los últimos escalones prácticamente los escaló. Aquello era demencial, el Maestre era tan viejo como él… ¿cómo demonios podía subir Ammon aquello cada día? 

-Tal vez le pida también un poco de esa otra medicina con la que debe alimentarse en secreto -se dijo-. Porque desde luego que…

El Septón se detuvo. ¿Escuchaba voces? Sí, en lo alto. Remotas, amortiguadas… Era el Maestre, sin duda, hablando a alguien. ¿Qué es lo que decía?, se dijo Eulocis. Vamos, pensó, tu oído es fino. Concéntrate en la voz.

La voz sonaba remota, pero ahora clara como el agua de verano. 

-Y en ese caso, ¿qué harías? -Ése era Ammon.

-Matarlos -dijo la otra voz.

-¿A quién? -Preguntó Ammon de nuevo.

-A todos ellos. A todos.

El Septón abrió mucho los ojos. Dio un traspiés hacia atrás, trató de levantarse pero se golpeó contra la pared y quedó sentado penosamente casi en el borde del inicio de las escaleras. Gimió.

-Septón Eulocis -dijo la voz de Ammon a su lado. Eulocis alzó la mirada.

-Maestre.

-¿Qué hacéis aquí?

-Yo… -Eulocis se recompuso como pudo. Intentó levantarse-. He venido a por un poco más de esa medicina vuestra, la del resfriado.

-Entiendo.

-¿Con quién hablabais? -preguntó el Septón, aceptando el antebrazo que le había tendido el Maestre.

-Con él -dijo Ammon, señalando con la cabeza a sus espaldas.

Allí, recortado contra la luz trémula de los candiles encendidos del interior de la cámara, una figura de pesadilla se acercaba despacio a ambos. Era un ser de sombras y luz, algo tan enorme que…

-¿Caster? ¿Es Caster? -Eulocis entrecerró los párpados, tratando de enfocar. Sin duda era Caster, pero su mirada parecía velada, perdida-. ¿Qué hace aquí el Caracortada?

El Maestre Ammon acabó de ayudar a alzarse al Septón. Lo miró con una sonrisa.

-Al igual que vos, él también ha venido a por su medicina -confesó Ammon-. Una medicina un tanto especial, claro está.

-¿Medicina?

El Maestre dio un paso atrás justo cuando Caster avanzó hacia Eulocis. El septón, súbitamente alarmado, dio un nuevo traspié, éste mucho más desafortunado, y sus piernas se agitaron en aire al no encontrar los escalones. 

El primer golpe le rompió la cadera. Pero no se desnucó hasta llegar rodando al pie de la escalera, tres pisos más abajo.

Ammon se asomó desde lo alto.

-Vaya -murmuró hacia Caster, quien seguía con la mirada perdida-. Yo diría que la artrosis lo ha hecho resbalar, ¿no te parece?

El caracortada no dijo nada.

-Sí, eso ha debido ocurrir -dijo el Maestre, regresando a su cámara-. Qué terrible tragedia. Bien, Caster, creo que es todo por hoy.

El gigante asintió y comenzó a bajar las escaleras en un mismo gesto. Al llegar junto al Septón esquivó el cuerpo muerto sin prestarle la menor atención antes de emerger a las penumbras de aquella fría tarde de invierno.

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08/07/2014, 16:37
[OUT] Lady Olenna Crakehall, viuda de Ser Hadder Tully.

Viñeta XVI. Año 148. Torneo en Altojardín. Ida y regreso.

Pese a que hacía un viento que entraba por las pequeñas ventanillas del carruaje, no pude evitar sentir sofocos, de vez en cuando. Temí, pues, que mi hora terminaba. Mi flor comenzaba a marchitarse, y no podía evitarlo. Agaché la cabeza, sin saber muy bien por qué me sentía culpable. En mi mente apareció la imagen de mi esposo, cortejando a una mujer mucho más joven, hermosa y fértil que yo.

Tragué saliva con dificultad, y alcé la mirada, algo altanera. Evité la mirada del resto de los ocupantes del carruaje, y me limité a mirar el paisaje blanco que nos envolvía. El calor que sentía bajo las pieles hacía que mi frente estuviera perlada de sudor. Con un ligero y discreto movimiento, me limpié y suspiré, como si a cada segundo que pasara, me sintiera aún con más calor. Maldije entre dientes. No me podía creer que justo en ese momento me tuviera que pasar aquello.

Volvería tras el torneo como una mujer diferente (si es que vuelves, me dijo una maliciosa voz en mi cabeza) y tendría que contárselo. Tendría que decirle que, aunque él pudiera seguir teniendo descendencia (como bien me recordaba mi cerebro cada vez que veía a aquel bastardo), yo tenía todos mis pétalos caídos. Y, en ese momento, más que nunca. Llevaba meses sin manchar y no sufrí las penalidades propias de un nuevo embarazo, por lo que, el momento había llegado. Junto al invierno, como el resto de flores, la mía también moría.

Agradecí a los dioses llegar a Altojardín. De esa manera, pude centrarme en el resto de invitados y disfrutar con la mirada caras conocidas y sonrisas perdidas. Fruncí el ceño cuando veía un rostro cuya identidad reconocía y me parecía indigno verlo allí, aunque mi boca no mostrara más que una sonrisa cordial. Las comisuras de mis labios se levantaron cuando mis ojos recayeron en los dos niños jugando, y me divertí mirándolos, aunque mi mente decía que no debían de estar allí, que traerían problemas.

Inclinaba la cabeza de vez en cuando, con una leve reverencia, cuando me tropezaba con algún señor y le preguntaba por su esposa, hijos, y aspiraciones durante el torneo. La mayoría de las veces me apartaba con un “buena suerte” o “estaré encantada de ver cómo consigue el mayor premio”. Sin embargo, mi corazón se paró cuando lo vi. Mi mente se nubló, impidiéndome moverme o disimular. Simplemente, me lo quedé mirando como si no hubiera más hombres en el mundo. Lord Hoster Tully. Justo allí. Chasqueé la lengua, despertando de forma repentina. Decidí volver con mi familia y callar lo que había visto. No quería que mi crispación se me notara, y, mucho menos, tener que dar explicaciones. Por el contrario, indiqué a Otter que su viejo maestro andaba por allí, y le recomendé que fuera a hablar con él en cuanto tuviera algo de tiempo. Por respeto, por los viejos tiempos.

Pasé mucho tiempo con mi querida cuñada, Lady Patricya. Hablamos y comentamos cada cosa que veíamos, desde la impresión que nos daba un caballero, hasta los juegos de los más pequeños. Sin embargo, nos centramos, sobre todo, en lo que habíamos venido. Mis hijos eran mayores, y debían de desposarse cuanto antes. Cada día que pasaba mi corazón estaba más inquieto, pues no veía sonrisas veladas ni miradas nerviosas que provinieran de ninguno de mis hijos. Por el contrario, me odiaría a mí misma si aquel bastardo que mi señor esposo me indicaba que llamara hijo se comprometiera antes. Creía que no lo soportaría.

Pendrik y Gwraidd debían encontrar esposa lo más prontamente posible, y tenía la firme convicción de que no me iría de allí sin el consentimiento de un noble señor de una de las casas que habían asistido al torneo. Las banderas de cada una de las familias ondeaban frente a mis narices, como si se burlaran de mi desdicha. Quería asegurar un futuro digno para mis hijos, ¿por qué los dioses me hacían sufrir de aquella manera?

Si no fuera por el sufrimiento que mis hijos me hacían padecer, las comidas no hubieran sido tan malas. No pude saborear lo que nos había preparado para el viaje Vesania con toda su atención. Y tampoco disfruté de los banquetes que nos proporcionaron al llegar, así como los siguientes. Mi estómago estaba encogido y no podía probar ningún bocado, aunque no quise excusarme y marcharme. Me obligué a sonreír, y a disfrutar de las maravillas que nos tenían preparadas. Aplaudí a los malabaristas y acróbatas que nos mostraron sus pericias, y me deleité con la música magnífica con la que nos honraron después.

Y las exhibiciones para nuestra familia tampoco estaban resultando muy satisfactorias. No, al menos, a mi parecer. Aunque me pregunté si era demasiado exigente con los demás. Sufrí y recé a la Madre para que tuviera piedad con mi familia y no la dejara caer en ridículo, pero cuando vi cómo mi sobrino no hallaba respuesta al estandarte que le mostraban, agaché la cabeza, y miré a mi regazo, negando imperceptiblemente la mirada. Sentí lástima por el muchacho, e ira por que aquel… bastardo llegara tan lejos. Debía reconocer que el muchacho era inteligente y que había llegado algo lejos, pero no pensaba decírselo. Ni por todo el oro de los Lannister.

Sin embargo, mi pecho se hinchó de orgullo al ver a mi hijo, mi hijo de verdad, cuando iba acertando y demostrando ante todos lo inteligente que era. Sonreí de forma abierta y aplaudía hasta que mis manos se ponían rojas de lo feliz que me hacía. Si ganara, si demostraba que era una persona bien educada, al corriente de los acontecimientos que sucedían a su alrededor, podía optar a una gran dama. Suspiré mientras lo miraba. No deseaba otra cosa.

Pero, la felicidad de una madre no es infinita, y me deshinché al comprobar que mi segundo hijo no participaba en la justa. Tuve que retenerme y luchar contra mí misma para evitar reñirle delante de todo el mundo. No hubiera sido lo correcto, aunque lo deseaba. Me mantuve con los labios apretados, y sufriendo por el calor que, de nuevo, me abordaba sin piedad. Miré a mi primogénito. Me decepcionó también. Cerré los ojos cuando cayó ante el estafermo. No lo miré ni sonreí ni hice ningún gesto cuando se retiró de la arena. No se lo merecía. Mi silencio era su castigo.

Y debía soportar que fuera mi sobrino quien se llevara la gloria. Aplaudí, y felicité a mi querida cuñada, Lady Patricya por su soberbio hijo. De manera momentánea, la envidié. Deseé que sus hijos fueran los míos y cosecharan éxitos. Me culpé por pensar aquello. No era buena madre. Un pinchazo de remordimiento me atravesó el pecho, y no me abandonó durante horas.

Me encontré con una nueva preocupación como fui la mano inocente para asignar las parejas en el lance. Traté de que la mano no me temblara, pero dudaba que no hubiera represalias si, por las parejas asignadas, ocurría algún desastre durante el torneo. Egoístamente, temí por vida, pensando que, aunque fuera injusto, a veces se mataba al mensajero por llevar malas noticias.

Tragando con dificultad saliva, fui sacando los nombres, en ocasiones, conteniendo la respiración. Y, cuando el último nombre fue dicho, exhalé un suspiro. La suerte estaba echada y era turno de nuestros caballeros y escuderos quienes defendieran el honor de la casa. Los sonreí, mirándolos. Les deseé suerte y ánimos. Los necesitábamos.

Disfruté de la cena y del baile posterior. No me obligué a sonreír, realmente estaba feliz por cómo había resultado el sorteo para la justa. Pensar que podíamos tener oportunidades para realzar el honor y el prestigio de la familia, hacía que me hinchara de nuevo de orgullo, algo que creía que había perdido en aquel lugar.

Pero fue al ver a mi yerno caer desfallecido, con tal agotamiento que mi mente pensó que lo perderíamos. Y, totalmente atemorizada por aquel pensamiento, me levanté y junto a Lady Patricya y Lady Lidya fuimos a ver cómo estaba. Quise tranquilizar a mi hija, poniéndole una mano sobre el hombro y le conté alguna ocasión en que su padre había también caído en alguna lucha, pero siempre terminaba recuperándose. Su marido haría lo mismo.

Entendí perfectamente que no estuviera en la justa, aunque en mi corazón había una espina venenosa que me decía que podría haber sido más fuerte, que podría haberse preparado mejor, o, directamente, no debería de haber participado. Sacudí la cabeza cuando me llegaron esos pensamientos a la mente. No era propio de mí. Aquel lugar me estaba transformando.

Traté de centrarme en la justa y de rezar a la Madre para que no sufrieran los combatientes en demasía. No podía evitar contener la respiración y entrecerrar los ojos cuando los caballos se acercaban y las lanzas casi podían tocarse. Y mi cuerpo temblaba entero en el momento en que escuchaba cómo la madera se destrozaba. Temía abrir los ojos de nuevo, pero mi curiosidad podía más. Y sentía cierta satisfacción cuando pensaba que caía el que me parecía justo. Si veía sangre, me regocijaba aún más.

La humillación que sufrió mi hijo en el concurso de equitación, hizo que me obligara a mirar al suelo durante parte de la jornada. El orgullo que había sentido los días antes, se desvaneció en cuanto escuchaba comentarios jocosos sobre mi hijo. Y, como madre, hubiera arañado, golpeado y gritado a los desconsiderados. Pero, como señora, me limité a concentrarme en el bajo de mi vestido, sucio y con barro.

Aquel humor y pesimismo se apoderaron de tal manera de mí y de mi ser que no me permitieron disfrutar de la justa de caballeros ni de las victorias de mis familiares y vasallos. Sólo quería que ganara, que resultara el último vencedor, que se llevara el gran premio y la sonrisa de la joven más prometedora. Las derrotas que infligieron a los demás, me mantuvieron esperanzada. Pero, finalmente, el sol cae. Y mi ánimo también. Y sólo pude dedicar una mirada fría a mi hijo cuando tuve la certeza de que me observaba.

Fue nuestro caballero, Ser Trycian quien llevó algo de gloria a nuestra casa al quedar como finalista contra Ser Goldwin Reyne de Castamere. Recé a todos los dioses por que ganara.

No me escucharon. Tampoco me sorprendió.

La vuelta a casa llegó por fin, y me entretuve cuidando de mi familia, mientras no dejaba de pensar en lo desgraciada que era mi vida. Cuando quise darme cuenta, no pude haber hecho algo peor por mis hijos: no los ayudé a encontrar un marido o una buena esposa.

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08/07/2014, 17:22
Theresa Nieve, Primera Espada.

Año 148. La comitiva parte hacia el torneo de Altojardín. Mención a: Ser Hadder, Royne Ríos y Randyl Lanzapartida.

 

El viento soplaba, ululante y rebelde, sobre las almenas del castillo de Aguasclaras.

Theresa, embozada en su abrigada capa de lana oscura, observaba partir la comitiva que se dirigía a Altojardín, junto a Royne Rios y Randyl Lanzapartida, sintiendo cierta punzada de envidia malsana al contemplar a los caballeros que se disponían a justar y realizar todo tipo de proezas para proporcionar honor y gloria a su casa y a los dominios de Ser Hadder Tully.

Su lugar como espada juramentada estaba al lado del noble que ahora yacía enfermo en sus aposentos. Pero habría dado lo que fuera por poder demostrar tan solo una parte ínfima de su valía como guerrera. Habría dado lo que fuera por dar una lección a Altojardín, por derrotar a un caballero de renombre, quitarse el casco y dejar su melena dorada ondear al viento como símbolo de su feminidad victoriosa. Pero aquellos eran los sueños de la chiquilla que ya no era.

Sabía que Ser Hadder, en su posición, no podía arriesgarse a avergonzar a su casa enviado a una mujer guerrera con la comitiva. Tan solo con haberla aceptado como espada juramentada había asumido ciertos riesgos y Theresa no podía pedir más. Pero deseaba más. Sí. En el fondo deseaba más. Y quizá algún día se ganaría el respeto que a su juicio merecía.

Suspiró hondamente cuando por fin los carruajes y las monturas se perdieron en la lejanía, apretando sus puños enguatados en acero, y tras ello dio una palmada sobre la espalda de Royne. Una palmada que en nada se asemejaba a la que cualquier dama habría empleado, tanto en fuerza como en significado. Él tampoco pasaba un buen momento, y seguramente soñaba, como ella, con limpiar su nombre y demostrar su valía.

Entonces se dio la vuelta y se acercó al brasero, extendiendo las palmas de sus manos frente a él, agradeciendo el calor con una tenue sonrisa. Cada vez le duraban menos las manos calientes, pero por ahora las fiebres no habían acudido a su lecho. Y dudaba que lo hicieran, pues rara vez había caído enferma en su vida. El frío no era un enemigo digno para ella, aunque jamás se habría atrevido a tomarse el Invierno a la ligera. Pues el invierno era cruel y duro. Era la peor medicina para los hombres. Era como era. 

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09/07/2014, 14:09
Escudero Beldyr "hijo del Traidor" Tormenta.

Año 148: Mes 2. EL ASALTO. Mención a Ser Baltrigar, Royne Ríos

Estaba tranquilamente durmiendo cuando una voz de alarma me despierta. Al instante oigo a mi padre empezar a dar órdenes, así que asiento y me pongo manos a la obra cumpliendo el cometido que me ha asignado.

Uno a uno despierto a mis hermanos y a mi madre, para a continuación ayudar a mi padre a ponerse la armadura.

- Listo. - Digo cuando está perfectamente acoplada y asegurada.

Luego me encargo de ayudar a tapar la puerta y las ventanas con los muebles que encontramos para que los asaltantes del Castillo no puedan entrar. Una vez finalizada la tarea mi padre nos encomienda a Royne Ríos y a mí proteger a nuestro señor Ser Hadder.

- Descuida Padre. – Le digo. No pasará nadie.

Agarro mi espada así como un arco y un carcaj y salgo por la ventana tras Royne.

- Vamos. – Le digo escabulléndonos sin ser vistos.

Conseguimos llegar a la Casa Señorial sin complicaciones, pues no encontramos resistencia. Alguien lanza una sábana para que trepemos. Royne empieza a trepar primero mientras yo aguardo vigilante.

Observo como desde los Torreones están acribillando a aquellos que ofrecen resistencia en el patio así que saco una flecha y apunto al Torreón más cercano. Una vez tengo perfectamente enfocado mi objetivo suelto la cuerda y la flecha vuela directa hacia el enemigo clavándose en su clavícula y haciéndole trastabillar hasta caer por el lateral.

- Uno menos. – Le digo sonriendo a Royne una vez entro en la Casa Señorial y atranco la ventana por dentro.

- Gracias. – Le digo a Vesania por la ayuda prestada al tirar la sábana que nos ha ayudado a trepar a Royne y a mí. - Nos envía mi padre Ser Baltrigar para protegeros. – Añado. - No dejaremos que nadie pase por esa puerta. – Añado señalando hacia el piso inferior, tras lo cual me encamino a las escaleras.

Apenas llegamos abajo y termino de comprobar el atrancamiento de las ventanas y la puerta oigo el primer golpe en ésta.

- Ya están aquí. – Murmuro. - Venga Royne, date prisa. – Pienso mientras me preparo para el combate pues cada golpe en la puerta provoca que tiemblen las paredes. Finalmente se cansan de dar golpes y empiezan a descargar hachazos contra el único obstáculo que pueden ver que se interpone entre ellos y su objetivo.

Royne baja al cabo de un rato y me mira fijamente.

- Prepárate para el combate. Demuéstrame lo que has aprendido de tu padre.

La puerta cae hecha astillas y entran en la Casa cuatro mercenarios.

Una flecha se clava en el pecho del primero de ellos que cae sin vida mientras sus compañeros nos observan.

Tiro el arco y saco la espada mientras los mercenarios vienen directos a por nosotros. Nos superan en número pero aún así Royne consigue abatir al primero de ellos antes de que su superioridad pueda ocasionarnos más problemas de los deseados.

El combate está nivelado pues aunque tienen más experiencia en el combate que yo, mi agilidad provoca que no sea un blanco tan fácil de atacar. Finalmente, tras un par de cortes sin mayor importancia, tanto Royne como yo conseguimos abatir a nuestros rivales.

Una vez concluido el combate apoyo mi espada en el suelo y me apoyo en ella cogiendo aire. Estaba agotado.

- Bien hecho. – Me dice Royne dándome una palmada en la espalda.

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09/07/2014, 15:51
[RIP] Septón Eremiel.

Viñeta XVI:

Año 148, mención al Septón Eulocis

Caminando entre dos mundos.

En una única frase podría resumirse el año entero. En esa sencilla sintaxis que encierra la complejidad y el entramado de una interpretación dependiente por completo de la contextualización, podría describir los acontecimientos que los Siete habían planeado para mí durante éste primer paso en nuestras vidas del Nuevo Invierno.

Caminando entre dos mundos.

Entre la vida y la muerte. Entre Poniente y el Reino de los Siete. Entre la misión servicial de Acólito y el camino de entrega de Septón.

Este año marcado por la delgada línea que separa dos mundos, punto de inflexión para la vida de muchos de los habitantes del castillo, lo será sin duda también para mi vida y mi futuro.

La enfermedad ha marcado Aguasclaras y dejado clara mella en nuestra vida cotidiana para empezar mediante su partida llevándose las almas de muchos de nuestros hermanos. Entre ellos, la de mi tío el buen Septón.

La enfermedad también me alcanzó a mí bien del abrigo de los Siete.

Una prueba más en su interminable rueda del tiempo, en su eterna vigilia de nuestras almas. Con buen ojo y una sonrisa de paz y fe la afronté, a sabiendas que fuera lo que fuese lo que los Siete preparan en su inescrutable hilar del tapiz de la vida, seguiría siendo fiel voluntad universal de su designio. Este mundo o el otro, poco importa, todo cumple el propósito escrito en el crisol de colores que son las vidas de los hombres en el infinito libro que escriben los Siete.

A su bien también superé la enfermedad.

Los meses en cama, postrado y febril, dieron paso de nuevo a la vitalidad de mi cuerpo en su plena facultad y momento álgido del desarrollo. Recuperado el apetito y el vigor, dispuse entonces a encomendarme de nuevo en cuerpo y alma a la nueva labor que los siete tenían preparada para mí: velar  por su siervo, cuidar de mi tío.

La salud del Septón Eulocis, deteriorada ya por el inevitable avance de la edad, se vio duramente afectada por la misma enfermedad que achacó a tantos. Dónde mi cuerpo aún en la flor de la madurez aguantaba estoico los envites de la fiebre, los añejos músculos y órganos del anciano sufrieron pesares insalvables. No obstante, cada noche en su sabiduría infinita, los Siete lo mantenían con vida ante mi atenta mirada junto a su lecho. Mis horas pasaban a su vera, haciéndole comer y beber más a él que preocupándome por alimentarme a mí mismo. Todos los días, rezaba a los Siete por su gracia, su bondad, y por la verdad absoluta de la realidad.

Y al final, la verdad se hizo patente en que no sería la enfermedad la encargada de  llevar a mi tío al lecho del descanso eterno en el regazo de la Madre.

No, el buen Septón superó la enfermedad. Pero su cuerpo, su añeja carne mortal, afectada en tal manera ya no podría volver a recuperarse como aquella tendida en un cuerpo joven.

Y así fue como un día cualquiera, un momento cualquiera, en un lugar cualquiera, los Siete vinieron a buscar a su siervo.

Una caída hizo que su alma inmortal saliese por fin de su vieja carcasa y fuese a reunirse con el Padre.

El entierro del buen Septón se celebró públicamente al día siguiente, tras haber consagrado su alma a los Siete en una ceremonia de la que tuve a bien ser conductor. Privadamente, Eulocis recibió un funeral de tres días en el Septo. Tres días oficiados ante la atenta mirada de los Siete en sus estatuas y vidrieras, bajo el calor de las letanías de las sagradas escrituras. Incansable, una y otra vez, recitaba más de memoria que leía los textos que se encargarían de guiar el alma de mi mentor en su camino de ascenso al cielo, a su encuentro con los Siete.

Y ese mismo paso de un mundo a otro que el buen Septón Eulocis concluyó el último día de la lectura de las escrituras y tras el entierro de su cuerpo mortal en la cripta del castillo pudo suponer al mismo tiempo el paso que marque mi camino de este mundo al siguiente:

Pasar de ser el Acólito Eremiel, a convertirme en el Septón Eremiel.

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09/07/2014, 19:07
Edder "Clavopié".

   VIÑETA XVI.

   Año 148, por Edder “Clavopié”

   Se podía sentir como el Invierno avanzaba, no necesitaba ningún cuervo blanco que me anunciara la llegada del invierno, todas y cada una de las cicatrices que recorría mi cuerpo me lo hacían saber. Un dolor, un picor, me hacían recordar momentos del pasado, momentos, en los que una flecha, una maza, una espada o mi propia torpeza habían dejado huella para siempre en mi cuerpo, parecía que estaba condenado a recordar cada uno de aquellos instantes cada vez que las estaciones cambiaban.

   Los días pasaban despacio entre las guardias, los entrenamientos y el alcohol. Parecía como si el frío detuviera el tiempo como lo hacía con la corrupción en un cuerpo muerto y la enfermedad que se cernía sobre nosotros no iba a ayudar en absoluto.

   Y la enfermedad llegó, asomó sus zarpas tras los muros del castillo y pocos fueron los capaces de esquivar su golpe, hasta Ser Hadder cayó bajo su abrazo, y yo, haciendo honor a mi apodo de “el Guerreo Torpe” no iba a ser quien se librara de su zarpazo.

   Me encontraba en la muralla Este el día en que la comitiva partía hacia el torneo de Altojardín. Yo mismo había pedido aquel lugar para mi guardia, al dar al lago era menos probable un ataque por aquel muro y por tanto, podía estar más relajado a la hora de vigilar. Estaba más cansado de lo habitual, la tos no auguraba nada bueno y los escalofríos comenzaban a recorrer mi cuerpo, por lo que ya no me fiaba de mis sentidos y el mejor lugar para que yo hiciera guardia sin duda era aquel.

   Fue entonces, cuando la comitiva ya se había perdido de vista y me encontraba de pie con la cabeza inclinada, ojos cerrados y delirando, que perdí el sentido. No sé quien me encontró, ni cómo me llevaron hasta mi lecho, sólo recuerdo despertar entre temblores mientras alguien me inclinaba sobre los labios un plato de sopa, tras eso, volví a sumirme en un sueño oscuro y delirante.

   No tengo noción de cuantos días trascurrieron hasta que volví a tener conciencia de mí mismo, pero aquello duró poco. Una noche, tras haber pasado uno de los mejores días desde que caí enfermo, tres hombres entraron en el barracón tras derribar la puerta de una patada. Me sorprendí a mí mismo saltando de la cama y enfrentándome a ellos junto a Armase, pero me encontraba demasiado débil y cuando amenazaron con matar a Cysa no dudé en rendirme, tras lo que nos arrastraron hasta el patio.

   Tras dar una lección de humildad a Armase, nos llevaron de nuevo a los barracones, donde una mujer llamada Isaura fue interrogando uno a uno a los que estábamos allí. Se interesaba por un tal Ilick Daussen: - ¡Y yo que cojones se puta! Dije cuando llego mi turno, y no dije más, un golpe certero volvió a dejarme sin sentido.

   Recuperé la conciencia lo suficiente para darme cuenta que la lluvia empapaba mi cuerpo, lo que había resultado una bendición para evitar que las llamas se propagaran, había sido una condena para mí, ya que de nuevo me vi sumido en la enfermedad, en días oscuros de temblores y delirios.

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09/07/2014, 21:02
[RIP] Ama de Llaves Vesania Oakenshaf.

VIÑETA XVI:

Año 148. Funeral de Probis el Mayordomo.

Vesania estaba a punto de desfallecer, pero nada en su apariencia, aparte de sus marcadas ojeras de siempre, daba muestras de ello. Sólo sus más cercanos podían adivinar su verdadero estado. Estaba exhausta, agotada física y mentalmente. Era un cadáver andante, pero no dejaba ver su debilidad ante los demás. No se lo podía permitir, ahora menos que nunca, pues él ya no estaba allí.

Llevaba enferma todo el año y, para colmo, el reuma apenas permitía al Ama de Llaves andar erguida. Lo había solventado usando su vara de roble como bastón, simulando una evolución natural en el devenir de la vida. Ahora, sin embargo, permanecía de pie con ayuda del poderoso brazo de Brosten el leñador. El sería su bastón durante la breve ceremonia para despedir al hombre de su vida.

No podía llorar. Derramar lágrimas era algo de lo que ella se había privado voluntariamente cuando era una chiquilla realizándose aquellas feas heridas cuyas rosadas cicatrices aún marcaban su rostro en la vejez. Ojalá hubiera podido hacerlo, pues hubieran sido las lágrimas mejor vertidas de todo Poniente.

- Recemos a la Vieja por que ilumine su camino ahora que nos abandona.

Había supervisado personalmente el trabajo de las Hermanas Silenciosas privándose del descanso que todo ser humano necesita para pensar con claridad. Allí estaba él, con una expresión artificial en su rostro. Si hubiera tenido fuerzas hubiera apaleado a las hermanas silenciosas hasta que hubieran suplicado a viva voz que las perdonara por su burdo trabajo. Pero no había dinero para más en aquel inhóspito Invierno que estaban pasando. Podía darse con un canto en los dientes pues, al menos, Probis estaba siendo enterrado con la mortaja que ella misma había tejido a mano.

Caminó junto a Brosten hasta el cadáver y le cogió la mano fría entre las suyas. El olor hizo tambalear al bravo hombre, curtido en todo tipo de situaciones, pero Vesania ni se inmutó. Estaba ausente, aterrorizada por continuar su camino sin su mayor apoyo. Allí se quedó, clavada, sin soltar la mano. Quería que el mismo Desconocido viniera a llevarse su inerte cuerpo para poder enfrentarse a él con la única ayuda de su vara de roble. Vesania Oakenshaf, la última de su estirpe, cambiaría su vida por la de Probis. Hizo falta la ayuda de Darién "Piel de Lobo" y el joven Jack, "Pequeño Cuervo", para arrancar la rígida mano de Probis de las de Vesania y sacarla de allí. Nada más salir del campo de vista del gentío apostado en torno al féretro Vesania perdió el conocimiento.

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10/07/2014, 00:40
Randyl Lanzapartida, Guardia de Ser Pendrik

VIÑETA XVI Año 148 D.A.

Los  meses estivales pasaron rápido, desde el torneo Randyl sentía que no había demostrado todo lo que podía ante su señor y ante todo Altojardin. Sus compañeros habían decidido dejar a Lanzapartida al margen porque durante el viaje de regreso una mala caída le rompió el brazo al tercera espada.

El hueso salía del brazo, viéndose expuesto; la sangre manaba conde la herida y el carmesí tiño sus ropajes rápidamente. El guerrero tuvo que aguantar el dolor, aunque fue  por poco tiempo, dado que se desplomó en el suelo a los pocos segundos. Lo siguiente que vieron sus ojos fue el techo de una taberna, con vigas oscuras y ajadas por la edad, mientras que escuchaba el murmurar de un hombre y los pinchazos de una aguja le atravesaban la carne. Ese malestar, el de volver a abrir los ojos después de la caída, fue el peor de todos. Randyl sudaba, pero tenía frio; sentía la boca seca y pastosa, y por mucho que bebiese esa sensación no se detenía. Algo iba mal y sospechaba que esto podría ser peor de lo que pensaba.

Pasadas una veintena de noches; habiéndose ido la corte de su señor a Aguasclaras, Lanzapartida y unos guardias que se quedaron custodiándole hasta su mejoría, partieron rumbo a su hogar. La tardanza hizo que la caída de las hojas le sorprendiera a medio camino del trayecto y trajese consigo un viento frio que resonaba entre las ramas como un anciano quejumbroso. "Este viento trae malos presagios" - pensó el soldado, que conocía historias sobre un viento seco y gélido que traía consigo los alaridos de las almas que murieron antes los gigantes de hielo. Estos alarido eran maldiciones a los vivos, que vivían arropados en las tierras bajas, arropados cómodamente en sus lechos y protegidos por la Muralla del Carpintero.

El tercera espada intentó ignorar esas historias, pero a medida que se acercaba a los pueblos situados en las cercanías del camino veía enormes columnas de humo fruto de las hogueras que improvisadamente los aldeanos hacían. Al acercarse a los pueblerinos, todos respondían que estaban quemando los harapos y ropajes de los fallecidos por la gripe que estaba comenzando a asolar las tierras del valle. La gripe, la conocida como el beso de la tundra, una enfermedad que de no contenerse podría llevarse a docenas o cientos de almas de las tierras de su señor.

La noche ya había caído cuando Randyl llegó al castillo de Aguasclaras y observó los rostros quejumbrosos de los guardias. La epidemia había llegado y sin importar cuán altos y fuertes fueran los muros, se había adentrado en el interior de la plaza y se había empezado a cobrar varias víctimas. Los días pasaron y la impotencia del soldado se hacía patente; no había espada ni escudo que pudiera frenar a este enemigo, ningún filo lo socavaría y solamente el tiempo y el conocimiento podrían ponerle freno. Él era un hombre forjada en las inclemencias de la vida, había intentado instruirse en lo que había podido y lo que era útil para su día a día, pero los conocimientos de la sanación o la alquimia le eran ignotos y demasiado complejos. Su impotencia a veces se tornaba en rabia al no poder hacer nada; durante su vida había escuchado demasiadas historias sobre ciudades diezmadas por la plaga, como si un ejército salvaje la hubiera sitiado durante meses pero esta fuerza que asolaba estas tierras era invisible.

Un día, mientras amanecía, después de un mes descansando el brazo y encomendando sus funciones a sus compañeros, Lanzapartida comenzó a sentirse mal. "La herida, tiene que ser la herida" - pensó el soldado,  mientras avanzaba lentamente fuera de sus aposentos. Intentó ignorar el hormigueo de sus piernas, el calor que le recorría la espalda y los espasmos que le provocaba el sudor frio que le bajaba por el cuello; en ese momento lo supo: tenía la gripe.

Los días avanzaron mientras guardaba cama y los intervalos de fiebre y convulsiones se tornaban en sudores fríos cual tempano y en un malestar tan fuerte que le hacía temblar como una hoja. A veces, el cosquilleo era tan incesante que le dormía las piernas y apenas notaba sus extremidades; otras veces, sentía una quemazón debajo de la piel verdaderamente molesta.

Los días pasaron entre dolores y una tos incesante, hasta que noto entrar la brisa fresca y el olor a hierba del verano. El olor a hierba seca le recordaba a su infancia y a los escasos buenos momentos de ella, cuando se tumbaba en las briznas secas después de haber trabajado todo el día por unas monedas o algo de comer. No eran los mejores recuerdos, pero los más bellos que tenía hasta su llegada a Aguasclaras.