Partida Rol por web

Tomé asiento junto a mi padre, en silencio. Mi rostro era serio y duro como la piedra. Sin duda, esta noche se decidiría el futuro de muchas personas en aquella mesa. No sólo se trataba del feudo, si no de Solaz y cuantas ratas moraban en ella.

Acerqué la silla a la mesa y, con los codos sobre la mesa, entrelacé los dedos de mis manos, mirando a cuantos me rodeaban y esperando que ser Hadder tomara la palabra.

El Maestro de Armas entró en la sala cabizbajo y pensativo. Ciertamente el desastre de Solaz del Soldado no admitía paliativos ni excusas. Muchas cosas habían salido de la peor manera posible y se había pagado un precio muy alto por ello. Solo esperaba que los jovenes no se dejasen llevar por sus temperamentos. Por su parte Ser Hadder podía contar con sus consejos tal y como años antes contó con su espada.

Al entrar en la sala dio una palmada en el hombro a Maegor, su nieto. Como de costumbre le alegraba ver al muchacho y quien sabe quizás aprendiese algo siendo testigo de estas deliberaciones.

Baltrigar observó a los reunidos. A todos y cada uno de sus presentes, posando su mirada ceñuda en Metetripas. Aquel desgraciado. Le ignoró por un instante sabedor de que no podría huir de ahí y se fijó en su Señor, Ser Hadder. Era lógico que quisiera estar al tanto de lo ocurrido, no podía reprocharle nada. ¿Pero qué estaba haciendo Charlton ahí? ¿Por qué su hijo más pequeño estaba en una reunión para discutir el asesinato de sus hermanos? Una noticia que ni siquiera había recibido propiamente todavía. Por muy mayordomo que fuera, Baltrigar seguía sin entender aquello. La incomprensión y la ira en Baltrigar estaban creciendo a pasos agigantados, pero el caballero apretó los dientes y mantuvo la compostura.

Sólo sus ojos, que se movían constantemente de Charlton a Ser Hadder y vuelta del Señor a su hijo, delataban la preocupación del caballero. Se mantuvo en silencio, respetuoso, esperando su oportunidad. Ahora debía hablar Ser Hadder.

SALON PRINCIPAL:

- Las chimeneas prenden y comienzan a aportar algo de luz y calor al normalmente oscuro y gélido Salón. Sin embargo, no logran mitigar completamente ni las penumbras en los rincones ni el helor generalizado.

Llego al Salón Principal un paso por detrás de mi Padre.

Era la primera vez que asistía a una reunión de este tipo y tenía sentimientos enfrentados. Por un lado quería estar ahí para saber que es lo que hacían en estas reuniones y sobre todo para saber que había pasado en Solaz y que es lo que hacían Brandon y Carlysle allí junto a Roy y Jack; pero por otro lado recordar nuevamente la muerte de mis hermanos resultaba doloroso y más si vamos a estar dando vueltas todo el tiempo sobre el mismo tema.

Al ver a Charlton presente me quedo perplejo pues todavía nadie le había dicho lo sucedido y ¡se iba a enterar por estar en la Reunión! ¡No podía creermelo!

Miré a mi padre para observar su reacción y encontré la misma incredulidad que en mi caso.

Ahora tocaba esperar el devenir de los acontecimientos.

El Maestre entra en último lugar en la sala con gesto mortalmente serio, un rictus de concentración que muy pocos han visto antes en todos sus años de vida en Aguasclaras. Contempla en silencio al Matatoros, deteniéndose unos segundos en calibrar sus ojos, después pasa por encima de todos los presentes. En sus ropajes pueden verse nítidos rastros de sangre. Hay zonas de su túnica oscura que muestran auténticos chorros de líquido negruzco expulsado a gran velocidad, y también en sus manos, aunque ahora limpias, pueden verse ligeros restos de sangre bajo las uñas. 

Ammon avanza a paso lento sin dejar de mirar a unos y otros. Su cadena, normalmente oculta entre los pliegues de sus ropajes, destellea brillos reflejados por las luces del hogar y los candiles de sebo al mostrarse en toda su longitud. El cierre, siempre tras la capucha de la cadena, se encuentra ahora visible a un lado, mostrando el rumoreado e imperfecto tercer eslabón de acero Valyrio. 

Finalmente se detiene frente a Charlton.

-Mayordomo Charlton, hijo -dice con un oscuro y seco tono de voz, absolutamente desacostumbrado en el hombre tranquilo y afable que todo el feudo conoce-, mis condolencias por tu terrible pérdida. Valor ahora, firmeza en el desarrollo de tus obligaciones en tan ingrata hora, al igual que firmes se mostraron anoche tus hermanos caídos en el campo de la muerte y la batalla. Hónrales con tu estoicismo, permite que se sientan orgullosos allá donde sea que estén. Y ahora, Mayordomo Charlton, ¿dónde se supone que debo sentarme? 

Madrigal caminó por el salón hasta encontrar un sitio junto a su padre, el Maestro de Armas. Sonrió dúlcemente a Maegor cuando éste llenó su copa de vino. Le daban ganas de besarlo y achucharlo entre sus brazos pero no era ni el momento ni el lugar. Debía respeto a aquellos cuyos hijos yacían muertos aún sin sepultura. Comprendía perfectamente como se sentía Baltrigar que tan bien le había tratado desde que llegó al Castillo siendo un desconocido. Para Madrigal era como de su familia y sus retoños...les tenía un gran aprecio. La frialdad que había logrado mantener Madrigal en Solaz de Soldado fue desapareciendo, dejando paso en su lugar a un odio inmenso. Apoyó firmemente su mano en los enormes hombros de su amigo en señal de apoyo incondicional antes de sentarse junto a su padre en la mesa. Se quedó esperando su turno para explicar lo que habían visto en Solaz pues primero deberían escuchar al Señor del Castillo de Aguasclaras.

Casi todos los hombres del castillo están ahí, a excepción de quienes están en Lannisport, los Cazadores que cuidan el castillo y los sirvientes de diversos tipos. El asunto es importante y la mayoría no tiene idea de lo sucedido. Yo lo sospecho pero también desconozco los detalles.

Veo a los presentes y comienzo a hablar:

 - "La mayoría de los presentes conoce lo sucedido. No conoce como sucedió ni ninguna clase de detalle pero sabemos los resultados y nos lamentamos por ellos. Es hora de discutir acerca de eso, de lo que haremos y de lo que no volveremos a hacer. Comencemos por conocer los detalles."

Miro al mendigo, aquel que salvó la vida de mis hombres y hablo:

 - "Tú eres Metetripas, hijo de Sierrahuesos. Conocí a tu padre hace años. Sé que salvaste a dos de mis hombres de una muerte segura y te lo agradezco. Estoy en deuda contigo por ello pero ahora quiero que me cuentes todo lo que sabes de lo ocurrido, con lujo de detalles. Habla, por favor."

Me siento cansado pero mi determinación nunca ha sido más fuerte. Debo conocer la verdad y debo entender lo sucedido para así poder tomar alguna decisión acerca de lo que se hará de ahora en adelante. Han muerto unos chiquillos y no puedo simplemente dejarlo así, pero para eso primero debo entender lo sucedido.

- "Sí, mi señor.

Como ya le he contado al Maestre, esos tres muchachos llegaron al pueblo y empezaron a avasallar a todo el mundo, empujando, intimidando y claramente buscando problemas.

Iban vestidos como campesinos, pero dos de ellos llevaban escudos y lanzas, lo que resultaba muy sospechoso.

Yo estaba en la plaza y no vi el ataque a los muchachos, pero sí al Pequeño Cuervo, que fue liquidado por asesinos antes de que pudiera hacer algo por llevarse del pueblo a los tres muchachos que estaban causando problemas. Sin duda es lo que hubiera hecho si no se lo hubiesen impedido. Caster me pidió que lo salvara, pero ya era tarde, pues había sido envenenado y tenía también una herida mortal en la espalda. No pude hacer nada por salvar al Pequeño Cuervo..." - Metetripas hace una pausa mientras reordena sus pensamientos.

Escuché en silencio, serio. Realmente no conocía los hechos, pues me ví inmerso en aquel caos de repente, y sólo conocía pequeños detalles. Hice crujir mis dedos discretamente, asintiendo con la cabeza cuando el tal Metetripas hizo una pequeña pausa. Jack "Pequeño Cuervo"...

Cerré los ojos por un instante y esperé, expectante, a que continuara. No quería concebir juicios erróneos sin conocer la totalidad de lo ocurrido.

- "Caster se dirigió, hecho una furia, hacia el callejón detrás de la posada y yo decidí seguirle, cuando lo más prudente hubiera sido quedarme en mi chamizo.

En el callejón estaba Bonhart, y en el suelo los cuerpos desmadejados de los tres chiquillos, obviamente muertos y más allá de toda ayuda posible.

Me oculté tras unos barriles vacíos y contemplé la más feroz batalla que haya visto en mi vida, y he visto muchos duelos a muerte. Caster pudo haber ganado, pero finalmente la veteranía de Bonhart se impuso, aunque jamás le había visto tan herido y debilitado.

Entonces llegó a caballo el guerrero dorniense para enfrentarse con Bonhart y di por sentado que el Cazarrecompensas sería finalmente derrotado. Salí de mi escondrijo, con grave riesgo para mi persona, para atender a Caster, que se desangraba en el suelo. No es que Caster sea muy popular en Solaz del Soldado, pero tiene su propia leyenda y me parecía injusto dejarlo morir sin más. Tenía dos heridas obviamente letales por las que se estaba desangrando, y en aquel momento no pude hacer otra cosa que presionarlas con las manos para ralentizar la pérdida de sangre, pero no podía hacer nada más sin ayuda.

Contrariamente a lo esperado, el dorniense también fue derrotado y por la mirada de Bonhart supe entonces que yo iba a ser el siguiente en morir bajo el filo de su ensangrentada espada. Sin embargo, en ese momento se escucharon los cascos de tres caballos llegando al trote y Bonhart huyó. Los recién llegados eran caballeros y hombres al servicio de vuesa merced, a los que pedí ayuda a fin de estabilizar y cauterizar las heridas de Caster.

Tras él me volví hacia el otro herido, que había dejado de respirar y de algún modo conseguí obligarle a volver a respirar presionando sus pulmones con fuerza repetidas veces, y tal y como una vez viera hacer a mi padre.

Después de eso, Ser Madrigal me escoltó a por mi carromato y mi asno para recoger a los fallecidos y a los moribundos y traerlos al Castillo.

Mi señor, tras haber ayudado a vuestros hombres, ya no tengo a donde ir, por lo que os ruego me aceptéis a vuestro servicio. Por supuesto que mis artes curativas palidecen al lado de las de vuestro Maestre, pero tal vez yo pueda ayudarle, pues se me da bien coser heridas y buscar hierbas." -

Toda la sala escuchaba en silencio mientras Metetripas contaba los hechos. Un nombre resonó en aquel relato: Bonhart. Tenían el culpable de toda aquello, un fiero guerrero que había derrotado a dos de sus hombres, aunque por lo que oía con Caster las pasó realmente mal.

Su mirada se dirigió hacia su señor, esperando sus órdenes. 

El gesto de Bethan se fue retorciendo aún más de lo habitual desde su asiento. Interrumpió con su débil sentido de la oportunidad.

Espera, espera, espera... ¿Con pequeño cuervo te refieres a NUESTRO Pequeño Cuervo? ¿A Jack? ¿El joven Jack? Uffff... Jack. Vaya. No sé qué decir. Al menos Caster está... ¿bien? ¿Se sabe algo de quiénes eran los chiquillos muertos en el callejón? ¿Ya se ha avisado a sus padres?

Contuvo la respiración al contar los asientos vacíos de la mesa. Faltaba Armase.

El... el dorniense era Armase, ¿verdad? No me digas que Armase ha muerto... Era mi mejor amigo aquí, dentro de los muros-golpeó con el puño sobre la mesa-Aaaargh. ¡Bonhart! No se preocupe, Ser Hadder. Traeremos a ese canalla para vestir su cuello con una bonita soga. La muerte de Armase y de Jack no quedarán impunes.

No era estupidez supina, solo falta de información. Aún no se creía que nadie le hubiese despertado y puesto al día de aquellas malas nuevas. Armase lo habría hecho. Ellos dos eran como un gallinero de los chismorreos.

Mi rostro se ensombrece ante el relato pues lo ocurrido es justo lo que he temido. Dos chiquillos no pueden ser enviados a ese lugar pues los jóvenes hacen cosas tontas que les terminan matando. Respondo a Metetripas con calma:

 - "Así será. Te debo la vida de dos de mis hombres y te has ganado un lugar acá. Te pondrás bajo las órdenes del Maestre Ammon."

Luego escucho a Bethan y arrugo un poco el rostro:

 - "Tú lo dijiste: "No sabes qué decir." Cuando no sabes qué decir, no digas nada. Pero para quienes no lo saben, los muertos son Brandon, Carlysle y Roy, aparte de Jack."

El nombre Bonhart me da vueltas en la cabeza. Es un nombre que no había oído en años y siempre que lo escucho significa muerte. Hace décadas demostró que nadie mata como él y aún ahora, cuando sus huesos deben dolerle por la edad, sigue abatiendo al más fuerte de mis hombres y a muchos otros en el camino.

"Pero el mayor problema no es Bonhart sino quién está detrás de él. Quienes están detrás."

Miro a Metetripas y le pregunto:

 - "¿Dijo Bonhart algo de por qué lo hacía? ¿Algo que nos pueda servir?"

Atacar Solaz del Soldado es agitar el avispero. Acabar con uno de los poderes ahí significa agrandar a los demás con sus restos. Lamentablemente no se puede dejar así y los vientos de cambio llegarán aunque eso signifique la guerra. Tristemente la guerra acá no es como contra otro ejército, sino una guerra civil de hermanos donde el enemigo no te enfrenta con tu armadura sino que apuñala a tu mujer en su cama. Debo hacer las cosas con cuidado, con mucho cuidado.

- "Sí que dijo algo. Habló con Caster. Me temo, vuecencia, que yo estaba demasiado asustado para entender lo que el viejo asesino decía. Seguramente Caster cuando despierte lo sabrá mejor." -

-Aguasclaras agradece la ayuda prestada, buen hombre -comenté cuando Ser Hadder decidió aceptar a Metetripas en el servicio. Realmente me sentí con autoridad para hablar de aquella forma, en nombre del feudo, a pesar del silencio sepulcral que reinaba en la sala. Aquel campesino había salvado, probablemente, la vida de Caster.

Luego dirigí la mirada a los demás, una vez hubieron terminado las intervenciones que vinieron a continuación.

-Habremos entonces de rezar a los Siete para que Caster recupere su salud, o al menos la consciencia, tan pronto como sea posible -miré a Ser Hadder en primer lugar, y luego al resto. Por último, miré a Padre-. Creo que todos estaremos de acuerdo en que las muertes de nuestros amigos, conocidos o siervos no deben quedar sin venganza -era cuestión de tiempo que alguien sacase el tema, y no ví por qué no habría de ser yo mismo. Ya habría tiempo para el duelo.

Por fin un nombre. Cuando el Metetripas había comenzado su relato, Madrigal pensó que les tomaba el pelo. Pero al final lo había dicho. Bonhart. Su sólo nombre helaba la sangre. ¿Cómo había sido posible que venciera a Caster y a Armase? Madrigal no era tan ingenuo como para pensar que el mundo real era el de los torneos, donde todo estaba medido y reglado. Lo que había acontecido en ese callejón no tenía nada de honorable. Carraspeó para hacerse notar y no interrumpir a ninguno de los interlocutores que allí se habían reunido.

- Efectivamente, al menos en la parte que nos toca, coincide su versión con la nuestra. Cuando llegamos al callejón Metetripas estaba aplicándose sobre Caster y Armase. No había nadie más allí. Entonces una de las casas aledañas comenzó a arder violentamente. Una treta de ese Bonhart supongo, para huir. Los vecinos estaban alterados y apenas pudimos calmarlos. - No quiso contar que le habían dado una buena pedrada.- Cogimos a los heridos y fallecidos y nos marchamos de allí.- Se quedó callado, reflexionando sobre el por qué aquellos críos se habían metido en ese avispero. Las palabras de Orsey le parecían ridículas por lo que no pudo más que intervenir.- ¿Venganza?- Dijo con incredulidad. ¿De verdad lo habían nombrado caballero? Precisamente él, debería saber que la venganza no llevaba a ningún lado.- Supongo que te refieres a "justicia".- La venganza no les traería más que nuevas represalias. En cambió, si hacían justicia, les avalaría la ley.- Lo primero sería saber qué hacían nuestros hombres allí.- Dejó la cuestión sobre la mesa. No quería culpar a nadie pero tenían que saber si era una chiquillada con funestos resultados o una misión con algún objetivo en concreto.

Bethan se encogió de hombros ante las ingenuas palabras del rubiales.

Bueno... no es difícil de deducir porqué estaban dónde estaban. Ser Madrigal porque tiene a una hermosa pelirroja en su habitación, pero los demás no tenemos tanta suerte y tenemos que ir a Solaz a por lo que vamos... por los lupanares. Que el invierno es frío, y hay que buscar el calor.

Ya lo estaba visualizando. Lo materializó en palabras con una suposición al respecto.

No me cuesta imaginar a Caster, como figura paterna, llevando a los cachorros a ver a las libertinas para perder el virgo, para más tarde salir envalentonados y crecidos por su estreno, avasallando a los demás y creyéndose que se van a comer el mundo. Por lo menos, mi primera vez fue así. Lo único, que yo no tuve la mala suerte de cruzarme con Bonhart.

-Venganza, justicia... Llámalo como quieras -dije-. Nuestros hombres han sido brutalmente atacados y asesinados, casualmente en Solaz del Soldado. Esto no es más que el fuego de la rebelión que se empieza a extender: debimos acabar con aquellas ascuas hace tiempo -evidentemente, me refería al incidente con el padre de Brosten y todo lo que conllevó.

Dejé hablar a Caratorcida para luego retomar la palabra.

-Nuestros hombres no iban buscando más que diversión, y han acabado en una caja de pino gracias al veneno que emponzoña ese nido de ratas. Venganza, justicia... ¿Qué más da? Sus muertes han sido en vano, pero no deben quedar impunes.

- No sabía que ahora las putas se cazaran con escudo y lanza, como jabalíes.- Quedaba claro que Ser Madrigal no congeniaba con las imprudentes ideas de Orsey, precisamente él era la chispa que inició el incendio en Solaz.- Pensaba que seguía sirviendo con el dinero para pagarlas- Hacía tiempo que no pagaba por los servicios de una meretriz, como bien decía Bethan tenía una adorable esposa esperándole en su cama bien dispuesta. De hecho nunca le había hecho falta pagar por follar, aunque lo había probado un par de veces. Hasta las damas más nobles se derretían por la figura del misterioso caballero del cuervo en el hombro y sonrisa enigmática. Maegor, allí presente, era la prueba viviente de ello.- No todos tenemos la cara torcida, Bethan. Esos chicos podían desvirgarse en un prostíbulo de más nivel que los de Solaz de Soldado. Me extrañaría mucho que Caster los hubiera llevado allí, pues el conoce bien el lugar.