Partida Rol por web

Los clérigos estaban plantando más batalla de la que Urtzi esperaba. Sus compañeros estaban verdaderamente apurados y con el agua al cuello, con todo lo que eso suponía. Y él… él lo único que hacía era abrazarse a las reliquias que estaba llevando, y tratar de pasar desapercibido.

No. No podía ser así. Sus compañeros no podían perecer sólo porque él tuviera miedo de coger un arma y unirse a la contienda. Combatir la herejía era más importante que sus vidas, sí, pero habría muchos más herejes a los que detener si podían salir todos de allí. La vieja carrera de Hieronymus todavía podía dar más de sí.

Así que Chrom trató de guardar el cuaderno en algún bolsillo, y apoyó la muñeca sobre la mesa que estaban usando como ariete. Sospechaba que no iba a aguantar mucho en pie y los vaivenes la arrojarían al suelo. Luego podría recuperarla, si acaso, pero no habría nada que recuperar si fallecían.

Buscó una silla que recoger, una pata y se giró hacia uno de los clérigos que estaban acosando al anciano arbites. La levantó por encima de su cabeza, y emitió un rugido para liberar toda la adrenalina que le estaba empujando a hacer eso, mientras trataba de esgrimirlo con movimientos bruscos, al menos para llamar la atención de los clérigos.

Heinrich contrarrestó la furia de Rubio con la suya propia, el capitán había utilizado toda su fuerza en el ataque, dejandole desprotegido para la defensa. Algo que el Guardia Imperial aprovecha en su beneficio para colarle otro ataque.

En su baile de muerte, Heinrich está en clara desventaja, su habilidad de momento le ha permitido dañar al capitán, pero mientras que Heinrich necesita tener suerte todo el rato, el maldito hereje solo necesita un buen golpe con esa poderosa espada de energía.

-Muerete, maldito bastardo.

Le dice mientras le clava su cuchillo en la pierna derecha. Igual le impide el movimiento o consigue que acabe desangrándose al cortarle la femoral.

Las fuerzas combinadas del asesino y la sororitas comenzaron a flaquear, pero ya era tarde para los clérigos, cuyas líneas fueron atravesadas limpiamente con la destartalada mesa como único instrumento de avance. Los clérigos sobrepasados cayeron al suelo derrumbados y algunos fueron pisoteados en el trayecto.

La situación aún se podría haber complicado si los clérigos restantes que os acosaban por los flancos siguieran allí, sin embargo en aquella ocasión no fueron capaces de resistir los ataques contra ellos. Por un lado Hieronymus consiguió tener éxito en su maniobra engañosa, resultando en que uno de los clérigos recibió un revés en la sien cayendo al suelo en redondo, no desmayado, pero si desorientado y aturdido durante tiempo suficiente como para alejarse de él, restaba el segundo clérigo, pero entonces Urtzi movido por una urgencia desesperada recogió un pedazo de moviliario del suelo y lo arrojó contra el enemigo; el clérigo, que no esperaba enfrentarse a un segundo oponente, retrocedió demasiado lento y recibió de pleno el impacto, siendo arrojado fuera del combate.

En el otro extremo del condensado grupo Arcturus aún mantenía a raya a su oponente. El clérigo se había confiado arrojándose al ataque y descuidando su defensa, tal vez pensando que el tecnosacerdote no era rival para él, pero pronto comprendió lo equivocado que estaba. Con un agudo chisporroteo, la mano de Arcturus quedó cubierta de brillantes chispas y arcos eléctricos, y el clérigo se retorció convulsionando en el momento en que Arcturus posó su mano sobre su cuerpo desprotegido. Al terminar, el último doliente al que os enfrentabais estaba tumbado en el suelo inmovil, tal vez muerto, y emitía un penetrante a carne asada y ceniza.

Estabais solo a unos metros de la puerta hacia la salida y el deposito de armas cuando, tambaleante, Arcturus tropezó y cayó al suelo de rodillas, apoyado pesadamente sobre su bastón. Aparentemente emplear aquella energía lo había dejado agotado; y mientras tanto Octavia y sus secuaces, que habían atravesado la marea de clérigos casi al mismo tiempo que vosotros, aprovecharon vuestro inesperado retraso para adelantarse en la búsqueda y recuperación de sus armas.

La buena noticia era que Gianna había conseguido salir ilesa a pesar de haberse alejado del grupo. Tras abatir a su último enemigo de un poderoso tajo que desparramó sus tripas sobre el enlosado, enarbolando un cuchillo de los propios dolientes, y siguiendo el camino que Octavia y sus guardaespaldas habían abierto logró evadir la multitud de clérigos y volver con el resto de los acólitos. La única duda era si Heinrich tenía la misma suerte que ella.

El capitán Rubio estaba demasiado enloquecido en su ataque como para preocuparse por su defensa, y aquello lo aprovechaste en tu favor. Lanzándote sobre él le provocaste un nuevo desgarrón en la pierna, pero por desgracia aquello era solo un corte superficial; seguramente habría irritado aún más a Rubio pero no era suficiente como para hacerlo caer.

- ¡Acabaré contigo! - y de nuevo enloquecido, Rubio se arrojó con su arma contra ti, y esta vez su ataque fue certero. Solo fue un rasguño, pero incluso un rasguño de una espada de energía era demasiado. A pesar de que no sentías el dolor con claridad si podías sentir un calor casi febril allí donde la hoja incandescente te habría partido por la mitad sin esfuerzo de haberte alcanzado en toda su longitud.

El arbites había derribado al clérigo con la ayuda de Urtzi, quien, a pesar de cargar con las reliquias recuperadas se había provisto con un madero que había empleado con habilidad o fortuna suficientes para dejar fuera de combate al hereje. El arbites rápidamente se hizo con los cuchillos de ambos monjes empuñando uno de ellos y ofreciendo el otro al sabio, en lugar de su arma improvisada¹.

Casi al mismo tiempo los adeptos consiguieron romper el bloqueo y alcanzar la armeria y reunirse con Gianna. Con suerte el equipo de Octavia se avendría a colaborar, por la supervivencia de todos y no tendrían que enfrentarse también a ellos, lo que sólo podía acabar mal para ambos grupos.

Activó el comunicador y trató de localizar al adepto que faltaba y que había quedado fuera de la vista tras pedir ayuda urgentemente y que ni el arbites ni los demás pudieron darle.

- Hotel, aqui Jerome, hemos atravesado la sala y estamos entrando en la armería, repito, estamos entrando en la armería. Cogeremos nuestro equipo y volveremos a por ti. Informe de situación y ubicación.

El arbites activó el comunicador y trató de localizar a su amigo que había quedado fuera de la vista tras pedir ayuda urgentemente y que ni el arbites ni los demás pudieron darle.

- Hotel, aqui Jerome, hemos atravesado la sala y estamos entrando en la armería, repito, estamos entrando en la armería. Cogeremos nuestro equipo y volveremos a por ti. Informe de situación y ubicación.

-Ubicacion:Cerca de la salida, Situacion: Pues con un buen tajo en las costillas. Por el Emperador, daros prisa, sus guardaespaldas estan liados, pero no se cuanto lo estaran...ni si el siguiente corte que de este mamon sea el ultimo.

Heinrich insiste en la herida pierna del capitan, pero el tajo que este le ha dado Rubio le duele ,. Sin embargo el Guardia Imperial no esta dispuesto a dejar huir al maldito hereje que se disponia a liberar una bestia disforme a cambio de inmortalidad.

-Seres mas poderosos que tu lo han intentado, y aqui me tienes. Y seguire viviendo cuando tu corazon ya no lata.

La voz del guardia Imperial, como un gruñido amenaza al maldito hereje. Sin embargo, Heinrich bien lo sabe, lo mas probable es que solo sea un farol. El capitan solo tiene que tener suerte y acertar una vez mas a Heinrich para que la historia se acabe. 

Nota que se le va la cabeza, pero Arcturus hace un esfuerzo y, haciendo chirriar dientes y rodillas, se levanta con ayuda del bastón para no quedar descolgado de sus compañeros. Ansia más que nunca hacerse con un arma. Echa un breve vistazo a sus compañeros, reparando en las heridas del arbites, al que murmura con voz ronca:

-¿Cómo se encuentra? ¿Nos reunimos con Heinrich, y luego qué?

Poco habituado a las situaciones de combate, el tecnosacerdote necesitaba aferrarse a instrucciones claras y concretas en cuanto a cómo proceder.

Isolda no lo dudó ni un momento y, sabiendo que a lo mejor pisaba a alguno de los fanáticos herejes derribados, pisó con todas sus fuerzas para evitar tropezarse. Cuando sobrepasó a todos los enemigos no dudó en lanzarse a buscar su bolter, las demás armas podían esperar pero su bolter no.

Las palabras de Heinrich hicieron que la sororita se parara un instante. Estuvo tentadísima de lanzarse a su búsqueda, pero sin armas de ningún tipo no conseguiría nada. Intentaría encontrar algo con lo que luchar para ir a salvar a su compañero.

Una vez atravesaron a los últimos clérigos, Isolda y Orionus dejaron caer la mesa que habían empleado de ariete. Hieronymus cojeando por la herida recibida en la pierna y con media cara ensangrentada por la cuchillada de la frente tomó la delantera.

El grupo se había unido a Gianna. La soldado había avanzado por delante del grupo, acompañado al séquito de Nile. El viejo la saludó con una leve inclinación de cabeza, lo que para el viejo era un claro gesto de respeto. Estuvo a punto de esbozar una sonrisa, pero la herida de la pierna le hizo soltar un gruñido en su lugar.

El arbites miró dentro de la sala que los guardias habían empleado como armería¹. Con ojos expertos buscó de un vistazo su escudo, que con su gran volumen era bastante dificil que estuviera dentro de un recipiente, como una caja o una taquilla. Con eso podría ubicar el material y las armas del equipo.

Mientras hacia esto observó las reacciones de los hombres de Nile, a la mujer y al enmascarado. En busca de amenazas. Hizo un gesto con la cabeza a Gianna y a Urtzi, indicándoles que pasaran a la armería junto a él. Orionus parecía haber montado ya guardia en el exterior. Arcturus permanecería con él, en su estado poco podía hacer si surgían problemas en el interior de la armería. 

Cuando llego la mayoría del grupo y el tropel de Nile a la sala que improvisaron como armería. Muchos fueron como urracas a los cofres como si fueran a contener objetos dorados.

Orionus e Isolda terminaron agotados de empujar lo que quedaba de la mesa destrozada por recibir: cuchilladas, golpes y la fuerza del enemigo. Dejaron caer la mesa al suelo, aun lado de la gente y el asesino analizo la situación.

Hieronymus fue el último en unirse al grupo, cojeando un poco y herido en la cabeza. Al oírse desde fuera de la sala las voces y ruidos de la pelea a muerte entre los clérigos y los invitados/as. Orionus dijo en voz alta "Mientras buscáis el equipo de su dueño" "todo el que pueda portar un arma que se ponga a defender al resto hasta que todos estemos equipados".

Orionus desenvaino la pata de la mesa y se puso en posición defensiva para asestarle un golpe a cualquier clérigo enemigo que entrara en la sala.

Por fin habíamos conseguido llegar a la salida de la estancia, a la vez que había conseguido unirme al grupo de mis compañeros, teníamos que conseguir rápido nuestras armas, teníamos la amenaza de los clérigos y quien sabe que mas nos podían estar preparando, sin apenas tiempo para pensar me coloco al lado de Orionus mientras el resto del grupo pasa en dirección al armamento.

Coloquémonos en la puerta , hay nos podremos hacer fuertes mientras les damos tiempo al resto., desde el marco de la puerta busco a Heinrich con la mirada para evaluar su situación, mientras vea que aguanta y que el numero de enemigos que tiene no es alarmante me mantengo en mi puesto, si en algún momento la situación se le complica avanzo hacia el.

Arcturus quiso precipitarse al interior de la sala, pero un gesto del arbites le incitó a guardar el acceso al almacén de las armas junto a Orionus. Sin embargo, al ver que Gianna ocupaba esa posición, y que lo haría mucho mejor que él, optó por seguir a Homron, Chrom, Isolda y el grupo de Nile al interior, buscando frenéticamente sus propias armas y las de Orionus, Gianna y, con la esperanza de encontrarlo, las de Heinrich.

El tropezón de Arcturus os había retrasado unos valiosos segundos. Por suerte, los clérigos se habían lanzado hacia adelante como una turba, y ninguno que permaneciera consciente parecía haberse percatado de que varios de vosotros habíais escapado. Casi todos los acólitos se apresuraron a entrar en el depósito de armas, desesperados por recuperar un medio de defensa, aunque Gianna y Orionus se colocaron en actitud defensiva frente a la salida, vigilantes por si algún clérigo aislado pretendía atacaros por la espalda.

En el interior, los secuaces de Octavia habían derribado media docena de cajas y estaban parcialmente armados cuando entrásteis. Aún habríais tenido una oportunidad de pillarles por sorpresa, si no hubiera sido por el tipo de la máscara... En aquél instante no parecía tan enclenque ni tan débil de salud como había aparentado en la Martir Cygnan. En cuanto escuchó vuestros pasos se giró con un movimiento rapidísimo y en un instante se encontraba apuntándoos con una pistola en su mano derecha mientras sostenía en su izquierda un brillante cuchillo de corte irregular dispuesto a ser lanzado, por último un bulto sobre su hombro se agitó, revelando un dispositivo con forma de mira láser que sin duda también os apuntaba.

Los guardaespaldas se apresuraron a apuntaros con sus armas, pero entonces Octavia les interrumpió a todos - No dispareis. - dijo dirigiéndose a sus hombres. Se la veía agitada y nerviosa, pero aún así confiada en sus palabras mientras sostenía el salterío contra su pecho y empuñaba su propia pistola compacta. - Aún podéis servirme de distracción, conque si no queréis morir aquí mismo... - hizo un gesto con su arma para indicar que os apartáseis de la puerta.

Incluso a primera vista, pudisteis apreciar que los arcones con vuestras armas (por desgracia, tras Octavia y sus hombres) no habían sido abiertos.

- ¡Agh! - Gruñó Rubio de dolor cuando volvistes a atacar su pierna herida, desgarrándola de arriba a abajo y provocando que el comerciante independiente cayese al suelo incapaz de soportar su propio peso; la espada de energía resonó contra el suelo al caer de las manos de su dueño, y emitió un débil siseo por el contacto con el suelo a medida que la hoja se iba apagando ahora que no era empuñada por nadie.

Rubio yacía ahora, débil y sobre un charco de su propia sangre, pero aún no muerto. - Déjame vivir. - suplicó sollozante - Te daré lo que quieras. - Los guardaespaldas de rubio por fin habían terminado con los clérigos, y observaron sorprendidos cómo te erguías sobre el cuerpo derribado de su señor, sin embargo, al verlo tan débil e impotente, parecieron dudar de acudir en su ayuda.

A pesar de tus esfuerzos, parecía imposible distinguir la figura de Heinrich entre la marea de sangre. El número de combatientes se había reducido, aumentando en el proceso el número de cadáveres, pero la confusión reinante te impedía concentrarte con claridad.

- Si no queréis morir aquí mismo... - Octavia hizo un gesto con su arma para indicar que os apartáseis de la puerta.

- En absoluto - respondió el arbites con tono calmado y levantando ambas manos y mostrando las palmas mientras sostenía con tan solo dos dedos el cuchillo de uno de los monjes, de la forma más inofensiva posible. Dentro de la habitación, se apartó de la puerta dejado paso franco, si bien permaneciendo en el interior de la armería.

- No es nuestra intención causaros ningún problema, tan sólo queremos recuperar nuestro equipo para tener una oportunidad de salir de aqui con vida. De hecho quizás podamos servir a vuestros intereses y usted a los nuestros - la sangre que le chorreaba por la frente y por la pierna daban fe de la fragilidad del grupo sin su equipo.

- Si nos equipamos podremos ir juntos en busca de nuestro común medio de transporte y defendernos mutuamente. Os doy mi palabra, señorita Nile - continuó seria y sinceramente - que si aceptais mi oferta, ni yo, ni ninguno de los míos os agredirá de forma alguna, ni intentará arrebataros lo que es legalmente vuestro - añadió dirigiendo significativamente la vista hacia el salterio que la mujer aferraba con fuerza y por el que había pagado una exorbitante cantidad - si no que os ayudaremos a protegerlo en la salida de este lugar maldito por el Emperador.