Partida Rol por web

VIGÉSIMO NOVENO DÍA DE LA RUPTURA DE LA ROCA.

AÑO: 4715 RA.

MES: FARASTO (INICIOS DE LA PRIMAVERA, MES TRES).

DÍA: 2, DÍA DE LA LUNA.

HORA: AVANZADA LA TARDE. - CLIMA: CIELO DESPEJADO. ESTÁ REFRESCANDO.

Lo sé, Capitán. Pedí permiso al Cabo Barril, me alejé hasta la cola de nuestra columna, me puse detrás de un carro, aproveché mientras vosotros hablabais con él para disimular la voz... Y aún así lo notó. Pero era necesario para descartar que fuera la bruja Elsa disfrazada.

Y ahora también sabemos que lo descortés en este lugar es sondear magia. Ahora que lo sé, puedo conjurar las sanaciones que me restan. Puedo intentar una curación más. Me interesa probar cómo de potente es en este sitio, tengo la teoría que la potencia de mis sanaciones mágicas depende de las energías místicas de cada lugar. Pero he conseguido unas moras-a saber cómo-y creo que puedo potenciarlas para que sean más nutritivas y podamos dárselas a los heridos. Pero ambos conjuros no deben ser interrumpidos. ¿Debemos ocultárselos a Varecnae? ¿O lo convertimos en un espectáculo para el recién llegado?

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MES: FARASTO (INICIOS DE LA PRIMAVERA, MES TRES).

DÍA: 2, DÍA DE LA LUNA.

HORA: AVANZADA LA TARDE. - CLIMA: CIELO DESPEJADO. ESTÁ REFRESCANDO.

Mientras Rastrojo hablaba con el Capitán, hacía gestos exagerados e histriónicos. Parecía escandalizado con la presencia de Varecnae, y con la decisión de Matagatos de mantenerlo en el campamento. Alzó los brazos al cielo, señaló al Aprendiz Oscuro, puso su índice en la sien como quién frota un palo sobre una corteza para hacer fuego. Aún intentaba que su superior cambiara de opinión. La posibilidad de matar a Varecnae seguía pareciendo la opción más sensata y moderada, el virtuoso término medio entre expulsarle y dejarle caminar entre ellos. Pero cada vez que Rastrojo fracasaba en sus intentos de convencer a Matagatos, sus gestos se volvían más excéntricos.

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Según avanzaban las horas, se iban concluyendo las tareas que hacían que ese pareciese realmente un campamento militar. En determinado momento, Cielo plantó su tienda donde lo había hecho el resto de los compañeros de Infantería, procurando mantener las distancias homogéneas entre cada una de ellas, dando como resultado un cierto orden. El orden era bueno... transmitía tranquilidad, serenidad, una sensación de control que le gustaba.

Satisfecho por tener ya listo su lugar para dormir, se acercó a Grito, para enterarse de su turno en la guardia de la noche; ya estaba acostumbrado a estas cosas... lo de no descansar la noche entera, y menos hacerlo del tirón. Eran gajes del oficio, una incomodidad menor en aras de la seguridad de todos.

Poco más quedaba por estirar de la jornada... cenar algo y retirarse, ya que tras la batalla de la jornada anterior, y la marcha de ese mismo día y las distintas tareas, el descanso sería bien recibido, con la seguridad de que el día siguiente traería más trabajo que ejecutar.

El ocio no entraba en la agenda de la Compañía en esos tiempos, precisamente...

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-En secreto. Tengo la sensación de que aquí no será bien apreciado el culto a los espíritus-replicó Capitán, luchando por contener la risa ante la pantomima del chamán. Estaba demostrando ser bastante listo, haciendo incluso que se planteara el fallo de no haberle ascendido antes al cuadro de magos. 

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Capitán no cedió un ápice ante la gesticulación de Rastrojo, negándose a concederle lo que sea que estuviera pidiendo, algo que no había que ser muy imaginativo para comprender, claro. 

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──Seguid con lo que estabais haciendo, ──dijo a los que quisieron venir antes de tiempo a montar sus tiendas sin ton ni son, ──montaréis las tiendas después.

──Caracabra, vamos a dibujar cómo debería quedar el campamento, según las instrucciones de Ponzoña. ──Tomó un par de cañas de la cutre empalizada para usarlas como estaquillas. ──Esto servirá para que las rayas queden bien rectas. ──Con las estaquillas y su cuerda de seda, y clavando una aquí y otra allá, y contando con largos pasos, fue haciendo el replanteo sobre el terreno de cómo debería ser la planta. ──Eres bueno montando tiendas, así que me irás dirigiendo y yo te seguiré. Estaremos así toda la tarde.

Cuando estuvo dibujado, entonces si permitió venir a la gente a montar su tienda. Dejó en el centro la de Ponzoña, la de Khadesa y la de Serpiente. Entre él y Frontera (el último dirigiendo, más que ejecutando) se dedicaron a montar las tiendas de los otros compañeros que estaban ocupados.

Además fue a hablar con Grito de las guardias, y de qué gente tenían para organizarlas.

Y también: ──¡Frontera! ──Acudió a la cocina, donde el hostigador organizaba la intendencia. ──Necesitamos un barril. Necesitamos dos braseros. Dos ollas viejas con agujeros valen. Son para los puestos de las torres.

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Campaña salivaba. Tragaba, audiblemente y sin poderlo evitar. Se veían tantas viandas y cosas ricas para comer... y ya un delicioso aroma empezaba a llenarlo todo.

Durante un tiempo permaneció como atornillado al suelo. Si hubieran sido circunstancias otras, no tan inciertas como las presentes, le pediría a Frontera algún bocado para ir "moliendo" por el camino. Pero la sensación de peligro constante les tenía a todos en alerta continua. La férrea disciplina en tiempo de guerra. Campaña, como el que más, sabía contenerse y comer sólo cuando y como tocaba, a la hora del rancho. Se alejó envuelto en tristes nubes de pensamientos.

Siguió con sus tareas.

Con las guardias organizadas por fin, se acercó a hablar con su Tío el Cabo Barril durante unos instantes.

Por la noche le tocó guardia con Sabueso. Campaña pudo al fin echarle un buen vistazo al nuevo aspirante. Le gustó lo que vio. Un cuerpo aparentemente pequeño y frágil, que se movía con la calma y determinación de quien sabe dónde está y lo que hace. Lo que no podía dejar de hacer cada tantico era echar un vistazo de reojo a los cosidos párpados de su compañero.

¿Le dolería?

Se contenía para no acercar uno de sus enormes dedos y tocar con la suavidad que era capaz de mostrar.

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-No preocuparse sería algo poco inteligente y en cualquier caso, soy de los que se preocupan. La estrategia no solo se aplica en el campo de batalla, Barril -dijo al cabo sin acritud alguna. Cada uno era como era-. Siendo más que conscientes todos nosotros de que el inquisidor va a incrustarse entre nosotros, lo suyo sería determinar, por ejemplo, dónde va a instalarse su tienda, si se le va a asignar una guardia o qué medidas van a adoptarse en relación a su persona. Y en cuanto a Varecnae, desconfío de él. No tiene sentido que se quede en nuestro campamento solo por curiosidad, máxime cuando tiene una misión que cumplir -se frotó el mentón que sonó rasposo por la barba de varios días sin afeitar-. Carece de lógica, especialmente con un inquisidor cerca que intuyo fácilmente podría decirle aquello de que por qué remolonea en el cumplimiento de su misión, mandándolo empalar con un simple pestañeo. 

Frunció el ceño. La idea era absurda, pero se había instalado en su mente.

-Llamadme loco si queréis y posiblemente lo que diga va a ser una locura o una estupidez, pero... ¿y si Varecnae no es un aprendiz de brujo realmente y fuera el auténtico inquisidor? Un disfraz para moverse libremente y estudiarnos. No sé, me oigo y es una tontería carente de sentido, pero... -algo no le cuadraba. 

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Le escuchó y en su mirada se leía una mezcla de preocupación y comprensión. 

Conocía el velo rojo. No lo había experimentado en sus propias carnes pero lo había visto en otros. La sangre y la sed de sangre lo llenaban todo, cegando, eliminando la prudencia. Solo se buscaba la muerte del enemigo sin miedo a la propia, sin prevención, sin cuidado.

-Deberás aprender a controlar ese estado de furia. Lo conozco. Vas a tener que doblar tu voluntad para doblegar ese instinto. Puede matarte y puede matarnos. Y sigue con Chamán Rojo. Hablaré con él también, pero dime, ¿a quiénes ves cuanto tomas esas hierbas? ¿Qué espíritus o enemigos son esos?

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Ya parece costumbre el tener que cavar letrinas, y también el que nadie quiera ayudar. Pero tampoco me parece mal, es una ocasión en la que puedes centrarte en tus pensamientos mientras el cuerpo trabaja solo. Y son muchos los pensamientos que están en mi mente.

Si alguien se fija, en ocasiones podría parecer que Piojillo habla consigo mismo, pero la verdad es que parece concentrado en el trabajo físico. Tan concentrado que ni se da cuenta de cuando empieza a oscurecer y no es hasta que una ráfaga de viento helado le golpea qué que da cuenta de que debería montar la tienda antes de que sea tarde.

Se levanta y mira a los otros "aspirantes". Dejemos esto por hoy. Nosotros cuatro todavía tardaremos probablemente dos o tres días más, pero es una tarea que debe hacerse. Vayamos a montar nuestras tiendas y descansar para mañana.

Con eso dicho me aparto y busco un sitio, preferiblemente en las afueras del campamento, dónde montar mi tienda sin desarmar el dibujito que ha hecho el loco de la ballesta.

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Afirmo a Ballestero pero no puedo evitar mirar la endeble estructura que se supone es una torre de vigilancia. No hay problema, en la sabana me he subido a árboles más inestables. Seguro que puedo hacerlo. ¿Verdad?

Una vez descargados los carros, empiezo a ayudar a colocar las cosas en sus sitios. El trabajo dura todo el día y no es hasta que empieza a anochecer el segundo Ballestero termina de parcelar el campamento que me permito descansar para montar mi tienda.

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Sabueso siguió trabajando en silencio en las letrinas hasta que Piojillo le indicó terminar por aquel día. Trabajando junto a él había notado cómo parecía hablar sólo en ocasiones. Parecía estar concentrado, pero Sabueso sospechaba y lo vigilaba sutilmente.

— Sabueso no tiene nada que montar, pero Compañero Piojillo sabe más. Sabueso dejará de cavar hasta mañana. — respondió, dejando a un lado las herramientas de los campesinos.

Mientras trabajaban, alguien les había dicho cómo se organizaron las guardias, y al parecer él la haría con el gigantón Campaña.

El enorme mercenario había estado tirando del carro con más fuerza que un mulo, lo que había sorprendido a Sabueso. Curiosamente le recordaba mucho a Cabo Barril, sólo que mucho menos gordo y oloroso, y por lo que había notado durante estos días, muy limitado de entendimiento. 

Antes de salir del agujero de las letrinas, recordó lo que dijo Maestra Palomita acerca de que conocieran a todos los miembros de la Compañía. Sabueso era obediente. Tal vez pudiera compartir algunas palabras con él durante la guardia.

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Frontera asintió a lo que comentaba Reyezuelo, sin darle demasiada importancia.

—¿Bayas? No, no teníamos, las gastamos hace unos días para guarnición de un asado. Igual no te acordaste de apuntarlo, o no me acordé yo de decírtelo, más probable, jaja. Las moras que ha recogido Sabandija hoy eran a petición de Rastrojo así que ni se han acercado a las cestas de víveres.

En esas estaban, terminando ya con el listado de alimentos disponibles, cuando se acercó Ballestero con varias peticiones.

—Ah, el barril con agua entiendo... Pídele uno a Campaña y Keropis, aún los están llenando. Yo sólo he solicitado dos para cocinas, el resto ya los habían distribuido los mandos. Braseros no tenemos y aunque te sirvan ollas viejas... creo que de utensilios de cocina vamos algo justos como para andar despachando una olla. ¿Reyezuelo? —preguntó al aprendiz de Analista, que estaba allí con él, a ver si él con su inventario sabía de algún enser que sirviera para lo que quería Ballestero sin arrebatar una preciada olla a las cocinas.

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-Es correcto, Frontera.- le respondió y luego miró a Ballestero. -Solo tenemos algunas ollas y sartenes en buen estado, si había ollas agujereadas en Verdín no lo recuerdo, pero con los carros a tope dudo que haya habido lugar para traer utensillos en mal estado. ¿Cuál es tu idea?-

Pensó unos momentos, tratando de imaginar qué era lo que el segundo intentaba hacer.

-Hmm... Lo único que se me ocurre que pudiera reemplazar a los braseros, sería alguna de las armaduras de metal en mal estado que tenían los demonios de ayer, quizás Campaña pueda decir si son reparables o no... si lo son... bueno, es tu decisión pedir ollas buenas o no, pero habrá que pedirle permiso a Analista para disponer de cosas del inventario común, yo no estoy autorizado aún.- Se rascó el mentón, pensativo. -Si se me permite una apreciación, los barriles de agua cargados pesan más de 100kg, y esos... intentos de torres son un peligro en potencia, ¿No sería más práctico que los vigías porten doble odre de agua?- Sugirió. -Pellejos hay varios de sobra.- No vaya a ser que pase una desgracia.

Luego saca una copia del informe del pelotón de Hostigadores y se lo enseña, si le parece que no puede leerlo se lo comenta, haciendo énfasis en el apartado de capacidad para escalar.

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Terminada la conversación con el Capitán, Rastrojo mira a Varecnae y trata de hablar en voz alta para que le escuche.

Bueno... Pues parece que en este tema no tengo nada que hacer-dijo el chamán, caminando despacio hacia atrás-. Supongo que ahora debería irme a los establos a cuidar de los caballos. Yo soy así, un amante de los animales. No es que vaya allí a hacer nada sospechoso-guiñó un ojo al Capitán.

Se giró y fue a aquella construcción primitiva a la que los lugareños habían puesto el nombre de establos.

Todo normal por aquí-dijo en voz alta, vigilando a Varecnae-. Solo caballos. No hay nada mágico que ver. Todo normal. En serio.

Acarició el lomo de Dante, distraído. Asomaba la cabeza de vez en cuando para ver dónde estaba Varecnae y qué asuntos estaba atendiendo. Cuando lo vio lejos de los establos y cerca de alguna fuente de ruido en el campamento (como los pedos del Cabo Barril o las quejas latosas e insoportables de Sabandija), Rastrojo empezó a conjurar una cantinela.

Conjurando con disimulo,
fingiendo ser una canción.
Al idiota rubio doy por culo
y Dante recibe curación.

Las heridas del caballo se cerraron en parte. No era el único conjuro que tenía que realizar ese día. El chamán sacó las moras de Sabandija del saquillo, las puso sobre la palma de una mano y las cubrió con la palma de la otra.

Cantando en K'Hlata,
cual música tradicional,
el idiota no da la lata
y las moras no están mal.

Necesito una cobaya. Alguien no muy avispado y que tenga heridas visibles que las moras puedan curar. Alguien como...-Asomó la cabeza fuera de los establos y echó un vistazo general hasta encontrar a Preocupado-. Sí.

Rastrojo se acercó a Preocupado. Le puso cara de asco antes de hablarle en K'Hlata.

Guau, Preocupado... Lo estás llevando bastante bien. Ya sabes, pensé que le ibas a dar más importancia. Esas manchas que tienes en la piel son tan extrañas... Yo estaría preocupado. ¿Quieres una de mis moras mágicas que eliminan las erupciones cutáneas?

Puso una mora en la mano de Preocupado y esperó a que la comiera. Vio los efectos. O eran casi imperceptibles o no habían hecho nada.

Necesito otra cobaya... Alguien con una única herida visible. También tengo que intentarlo con alguien con poder mágico, para ver si funcionaría conmigo. Tal vez Khadesa, a la que enseñé algo de magia en la sabana, pero Ponzoña no dejará que le de la mora si no se come él una antes, o creerá que intento envenenar a su "gacela". Y Ponzoña no la probará si antes no ve que se la come alguien que me caiga bien, quizás Ballestero, al que ya ayudé curando sus ojos...

Muy bien, Preocupado-dijo en K'Hlata, mirando alrededor en busca del resto de candidatos a comerse sus moras sin prestar atención a Preocupado-. ¡Es milagroso, las manchas de tu cara han desaparecido por completo! No son batatas, pero para unas simples manchas las moras funcionan igual de bien.

Bueno, me marcho. Tengo cosas de chamán por hacer.

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Capitán abrió la boca para responder a Analista, cerrándola casi inmediatamente. Iba a replicar que era una tontería, un exceso de imaginación y una maniobra absurdamente retorcida. Pero claro, ¿qué sabían realmente de sus contratadores? ¿Del inquisidor? ¿Quizás esa clase de jugarretas era habitual en aquel condenado país?

-... ¿Piensas que puede ser eso?-preguntó finalmente-suena absurdo... Pero joder, no sabemos nada de esta gente. Quizás les gusta jugar con las mentes de los demás así. Lo mismo no es el inquisidor, pero sí un adepto suyo o algo. 

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Le tocaba guardia nocturna en compañía de Keropis. Le propondría ocuparse cada uno de un puente, era la mejor forma, junto a la vigilancia en las precarias torres de vigía, de tener un relativo control de los peligros que podían acechar al proyecto de campamento.

Mientras, se dio una vuelta por allí. La estructura empezaba a consolidarse, más o menos. Las zonas de acampada de cada escuadrón, la zona de Enfermería, la Cocina y Almacén... bueno, no es que la cosa mejorara mucho de cómo lo había visto al llegar, pero por lo menos daba un poco la impresión de orden marcial. Más o menos, insistió en su interior. 

Se dirigió a la zona en que probablemente se harían los entrenamientos, ahora sólo un espacio vacío donde se habían amontonado algunos estafermos, armas de entrenamiento, dianas, y otros artilugios medio podridos. Volvió a pensar que Gobaldet podría hacer algo útil con el material que habían conseguido tanto en Verdín como de los bichos del camino. El tipo parecía eficiente, y hábil. Si se había ingeniado una clava como la que blandía, bien podía ingeniarse otras cosas. Le propondría ayudarle, tenía ligeras nociones de carpintería, muy ligeras, pero menos era nada...

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──El barril es para el campamento, no para las torres, Reyezuelo, ──dijo Ballestero. ──Ve a pedir ese permiso a los dueños del inventario: lo que se te ocurra tendrá que valer, porque para esta noche tiene que haber un poco de brasas en cada puesto de las torres, o alguien va a pasar mucho frío. Te hago responsable, ¿estamos?

La compañía se estaba haciendo experta en frío: Ballestero casi se había acostumbrado a ese dolor constante en los dedos de las manos, de los pies, de las orejas, de la nariz. Bien, a él le parecía ser un experto en frío, claro está. Lo básico: ahí arriba, al desnudo y con la brisa. ¿Toda la noche? No era práctico. Pensó algo más.

──También valdría cualquier pote de barro que no sea demasiado pequeño. Tiene que estar muy bien cocido. ¿Os parece que pueda haber algo así?

Tras estar en las cocinas, se acercó a donde estaban Campaña y Keropis.

──Necesito un favor. ¿Podéis poner uno de los barriles de agua en el centro de aquella zona? ──Señaló el naciente campamento de Hostigadores. ──He dibujado un círculo con un palo en la arena en el lugar donde debería ir. Ahí encontraréis a Caracabra, él os lo aclarará si no veis bien el lugar.

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-Entendido, yo me encargo, señor.- le respondió al segundo de los hostigadores. Se notaba que el idonita se estaba esforzando para remendar su obrar del día anterior, o al menos eso le pareció al castor al verlo tan presente en sembrar orden y directrices en el nuevo campamento. Parecía hacerlo bien, y eso era bueno, más no dejaba de preocuparle al noble castor que la fama de aquél de ser un amuleto de mala suerte sea una realidad insoslayable.

-De arcilla solo las jarras de beber, pero son muy pequeñas. Lo siento, Frontera, si van a estar en esas precarias torres de madera, será mejor no correr riesgos.- le dijo al cocinero tomando dos de las cuatro ollas de menor tamaño que había.

Fue en busca de Analista.

-Maestro, me disculpo por molestarlo por una nimiedad.- dijo el aprendiz de Analista mientras levantaba ambas ollas con sus manos. -Se requiere disponer de estos instrumentos del inventario común para el fuego de las torres hasta que haya algo mejor. Doy aviso, pues no recuerdo estar autorizado a ejercer actos de intendencia sobre bienes menores.- Le dijo.

Luego, de no haber problemas, llevaría a las torres los recipientes y madera para quemar.