Partida Rol por web

TRIGÉSIMO SEGUNDO DÍA DE LA RUPTURA DE LA ROCA.

AÑO: 4715 RA.

MES: FARASTO (INICIOS DE LA PRIMAVERA, MES TRES).

DÍA: 5, DÍA DEL JURAMENTO (LUNA LLENA). - DÍA DE LOS HUESOS.

HORA: MEDIODÍA. - CLIMA: LLUVIA FINA. FRÍO MODERADO.

El golpeteo de la marcha contra el suelo parecía estar ayudando a ahuyentar cualquier tipo de reacción contraria a nuestra presencia. Aun así, las dos poderosas bestias unidas abriendo el paso y la firme decisión del Capitán de no aminorar la marcha no me impidieron echar furtivos vistazos a los callejones, esperando algún tipo de celada.

Pero los callejones estaban vacíos y sombríos. El clima no alegraba la calle con la presencia de demasiadas personas. Ni tan siquiera la luz del sol parecía interesarse por difuminar las sombras que se extendían bajo los aleros de las casas. Unas sombras que se extendían y retorcían hacia adelante. Unas sombras densas con protuberancias como zarzillos que parecían querer atenazar mis miembros y sofocar mi mente...

— ¿Dónde demonios está Rastrojo? —

El bramido del Cabo Barril me trajo de vuelta. Las sombras volvieron a comportarse como lo que eran. Casi perdía el paso de la marcha e hice tropezar ligeramente a la columna. Pero todo el traspié quedó sepultado como la sorpresa ante la falta del Chamán.

Ahora mi preocupación ya no eran las sombras. Sino el saber si debía levantar la voz para responder a la pregunta del Cabo de Acero.

- Cabo Barril, señor... emmm...- dije levantando la mano ligeramente. 

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- "¿Los guardeses? Estarán en el torreón feudal, donde vive el Alguacil Diderot de Malar." -

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La misión comienza y avanzo junto con el grupo designado, que incluye no solo como oficial al Cabo Barril sino al mismo Capitán, por lo que comienzo a pensar que es de alta prioridad. Quizás aquella chica que debemos secuestrar no es cualquier cosa y eso hace que me enfoque más. Saber que no es cualquier mierda de rutina es la mejor manera de concentrarse.

Unos cuantos aldeanos nos encontramos en el camino y, aunque más o menos hostiles, ninguno parece confiable. Me da la impresión de que las personas de estos lugares son solo fanáticos estúpidos como los seguidores del Señor del Dolor en Cho'n Delor o sinvergüenzas que hacen lo que pueden para sobrevivir entre los fanáticos... como yo.

"Supongo que si hubiese nacido en este lugar, sería igual a como soy o puede que aun más mentiroso."

Entonces Ballestero me habla y al seguir su mirada, noto que es por la venda en mis heridas. Sonrío al momento de responderle:

 - "No es nada, Señor. Todavía faltan muchos cortes para hacerme retroceder."

La verdad es que las criaturas de la noche anterior no eran impresionantes, golpeaban como buenos guerreros pero nada de otro mundo. Claramente su don era su resistencia, pero yo también tengo los míos y no estoy ni cerca de ser derrotado todavía.

Entonces el Cabo Barril pregunta donde está Rastrojo y la verdad es que yo no lo vi salir del campamento con nosotros. Respondo al igual que el resto:

 - "Señor, tampoco lo vi salir con nosotros, Señor."

Miro a Preocupado, que parece tener algo que decir, aunque no sabría decir qué es a juzgar por su tono de voz, el que parece un poco más avergonzado de lo común.

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Lombriz intentaba pasar desapercibido como uno más dentro de los privilegiados miembros que habían sido elegidos para esa misión. Si se mostraba demasiado perceptivo podía dar la intención a los aldeanos que estaban buscando algo, mientras que ir con pose orgullosa podía dar otro efecto de intentar pasar pavoneándose por el pueblo. Ambas posturas eran negativas, Lombriz optó por el intermedio iba mirando pero centrándose en la gente saludándola ya podía ser con un gesto de cabeza, una sonrisa o con la mano. De esa forma parecía que iban dando una vuelta para conocer mejor el pueblo y a sus aldeanos.

Le llamó la atención los talleres y fábricas que ahí existían, dejándose llevar por el olor que impregnaban sus fosas nasales, mostrando curiosidad y sorpresa como un niño cuando ve cosas nuevas. 

Lombriz saludaba con la misma sonrisa amigable tanto al tipo de túnica y aspecto hosco como al individuo de aspecto noble y jovial. Lombriz intentaba mantener una amenaza baja casi imperceptible, y para ello intentaba guarecer sus sentimientos en esa cáscara humana que se refugiaba tras una sonrisa amigable.

Lombriz todavía pensaba en lo grande que era la Compañía, y no de número sino de corazón, pues no había hecho nada para ir con miembros de tanto renombre, como el Capitán, Cabo Barril, Ballestero, Dolor... hombres cuyas glorias había visto con sus propios ojos y se sentía importante, muy importante de que le hubieran elegido, tras eso cualquier cosa que guardara de rencor contra algunos miembros de la Compañía se había borrado.

Pero lo mejor estaba por descubrir cuando pasaron por la tienda de pergaminos y un santuario, Lombriz miró el santuario con asombro viendo que era un culto a Zon-Kuthon. Entonces recordó su conversación con Sabueso, y miró con repugnancia las imágenes que mostraban y un hombre oraba con aspecto deformado, y cuando vio a la Compañía los siguió hablando con sus miembros. Lombriz recordó los consejos de Sabueso y miró al ingrato con desconfianza. Mirando como movía las manos y a donde las llevaba...

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－No te he preguntado si te duele. －Era natural que los hombres tuvieran su orgullo, pero Ballestero tenía la responsabilidad de administrar lo que había debajo de ese orgullo. Se sentía raro al hacerlo. Antes habría hecho lo contrario: asentir y dejar que su pellejo fuera agujereado en primera linea hasta tener una persona menos con la que competir.

Observó el altar del odiado Zon Putón. No menos odiado que apreciado por la lección que había recibido de su parte.

Suspiró: su deber estaba en otra parte: mirar donde no miraban sus mandos. Prestar atención a su punto ciego, para evitar que fueran sorprendidos, así que se limitó a cumplir con su deber. ¿Dónde cojones estaría el chamán? Buscó un cuervo.

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¡Y allí estaba otra vez! De nuevo…

El servilismo más rancio ofrecido por el soldado que cabalgaba a su lado.

Ese hombre se agarraba con desesperación al más mínimo ápice de autoridad que pudiera dársele. Era una sanguijuela del poder ajeno que albergaba la eterna esperanza de, una vez digerido el alimento robado que guardaba en su abotargado y correoso cuerpo, obtener aunque fuera una gota minúscula e insustancial de reconocimiento.

Por ello estaba listo para abandonar la vanguardia en la que se había dispuesto subido a su caballo cuando nadie se lo había ordenado. Por eso se había ofrecido diligentemente como voluntario para acudir al galope a la búsqueda de Rastrojo. Porque estaba deseando llegar al campamento como un enviado del Capitán, porque ansiaba sentir que la atención de todos se posaba en él buscando respuesta a la pregunta de por qué había regresado tan pronto y solo. Y como guinda de aquel pastel, tan dulce para aquel al que su verdadero estatus le resultaba tan amargo, tendría la autoridad de acercarse al Segundo Mago para ordenarle, desde lo alto del caballo, que le siguiera andando.

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-No, nada de separarse-replicó a Reyezuelo, lo último que les faltaba era que les rajaran uno a uno en un callejón.

-¿Y dónde está ese torreón, verdugo? Debemos llegar allí, y es tu deber obedecer, por lo que tengo entendido por el inquisidor Serpejo-replicó el oscuro, sintiendo como su paciencia se agotaba.

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- "¡Claro, mi Señor! ¡Seguidme, yo os guiaré con gran gozo y deleite por mi parte!" -

El retorcido hombre se alejó hacia el noroeste a un paso que para él debía ser casi el equivalente a correr, pero el Verdugo era prácticamente un inválido. Su físico retorcido evidenciaba que había sido torturado profusamente durante gran parte de su vida.

Los miembros de la Compañía Negra le siguieron hasta una plaza central, en mitad de la cual se atisbaba un pozo lleno de negrura, que tal vez condujera a una sima insondable.

- "¡Cuidado ahí, mis Señores! En el pozo del sacrifico tan sólo habitan las Sombras y una caída por ese orificio sin duda no tendría un final feliz." - El hombre sonrió con una espeluznante sonrisa retorcida. Después señaló a un edificio claramente remarcable en la población, por cuya puerta principal acababa de emerger un matrimonio.

- "¡Mirad, esas son personas de calidad! ¡El Alcalde Micelette, y su esposa, Lady Ifigenia!" -

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Reyezuelo hizo un asentimiento ante la negativa de Capitán de ir a buscar a Rastrojo. El castor continuó avanzando en silencio mientras escuchaba la conversación del verdugo y la información que daba.

¿Alguacil Diderot de Malar? ¿De qué me suena? Se preguntaba el aprendiz de analista hasta que recordó al noble morocho de grandes entradas que osó atacarlos en la granja del tío Samuel para después contratar a la compañía. Un pariente, seguro.

Al pasar por un pozo lleno de negrura no hacía falta escuchar las advertencias del deforme aficionado a la herrería para saber que aquello tenía muy mal yúyu. Reyezuelo hizo una mueca que mostraba el claro desprecio e incomodidad que le ocasionaba estar cerca del lugar.

Luego se pudo observar al alcalde de la ciudad y su esposa. El hombre tenía una cara curtida y una mirada que imponía respeto. Reyezuelo no los saludaría hasta que ellos lo hicieran primero y hasta después de que lo haga Capitán, como correspondía.

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El deforme acompañaba al grupo como una hiena en busca de carroña. Y aunque nuestro Capitán no le soltaba bocado, el "hiena" parecía relamerse por algo que solo ella parecía disfrutar, presagios de dolor.

Mientras veía asqueado como lisonjeaba al Capitán expliqué al Cabo Barril lo poco que creía saber de la ausencia de nuestro Chamán Rastrojo. 

- Cabo Barril. Yo hablé con nuestro Chamán. Tras el alba. Lo dejé meditando. Puede ser que su espíritu no estuviese de todo presente. Por eso no oiría las órdenes de formar y partir. - dije al Cabo tratando de exculpar al Chamán. En el fondo me sentía algo responsable por su ausencia. Tal vez le había dado tanto en lo que pensar que se hubieses abstraído demasiado consultando a los espíritus.

Alcanzamos la plaza central del pueblo. El hombre contrahecho farfullaba algún tipo de explicación sobre el lugar, pero la forma central de la plaza atrajo poderosamente mi atención. Más bien irremisiblemente. Algo en aquel pozo andaba mal. Muy mal. 

Traté de llevar la mirada hacia otro lugar, pero la negrura de su interior pareció aflorar momentáneamente desbordándose en filamentos espesos de sombra hacia el suelo, desplazándose con el fluir retorcido de un líquido oleoso  Mis ojos se salieron de sus órbitas y agité a Romo sin articular palabra, boqueando como un pez fuera del agua. Le señale el pozo con pavor.

Cuando volví a ver no había nada. Nada más que piedra y polvo.

Echaríamos de menos al Chamán. Estaba seguro.

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No se preocupó lo más mínimo por la ausencia del chamán. Que Rastrojo no fuera con ellos era únicamente positivo, por mucho que los supersticiosos k´hlatas creyeran en la sarta de tonterías que solía decir el mestizo, para él estaba claro, era un completo inútil. Su atención estaba más fija en la serpiente que adornaba el cuello de Capitán y que sin duda debía de tener algo que ver con su primo el mago.

Continuó siguiendo al grupo mientras observaba los alrededores, pese a que quisieran aparentar tranquilidad él sabía que los peligros acechaban por las esquinas y que en cualquier momento aquella pacífica visita podía convertirse en fuego y sangre. Mantuvo las manos sobre las riendas, relajadas pero activas por si en algún momento debía emplearlas para otros menesteres.

Así se mantuvo hasta que llamaron su atención un par de personas, el alcalde y la alcaldesa. Hacia ellos parecía que debían de dirigirse.

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Capitán avanzó tras el contrahecho hombre, al que observó con el ojo clínico de aquel acostumbrado a tratar heridos, cuando no a abrirles directamente para arreglar lo que fallaba en ellos... Con él habían hecho un trabajo concienzudo, y era a la vez repugnante y entristecedor el servilismo que demostraba hacia ellos que, en cierto modo, representaban a los que seguramente habían sido sus torturadores.

Su mirada se desvió al pozo indicado por el verdugo, donde no vio nada, y esa nada era precisamente lo peor de todo ello. El sol estaba alto, deberían ser capaces de ver los bordes, pero no parecía que las sombras quisieran revelar siquiera eso... La condenada magia de aquel condenado lugar, de nuevo.

Y, después, la presencia del alcalde y su mujer, que en ese momento salían. ¿A recibirles, o pura casualidad? No estaba claro, pero todavía tenían recorrido por delante. 

-¿Quién le ha mutilado así, verdugo? ¿O es fruto de un accidente, como lo del herrero?

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Guardaba la retaguardia, dado que la vanguardia estaba ya bastante atendida. Barril y sus muchachos en el lado ejecutivo y Pelagatos y Reyezuelo como blancos alternativos a las muchas desgracias que podían acaecer, dada la importancia que se daban. Hizo un gesto a Dolor para que se quedara a mano. Ballestero podía encargarse de lo que viniera de lejos, y Dolor acabar con quien pudiera acercarse. A eso se llamaba una buena pareja de combate.

Así que siguió mirando ahí donde no parecía haber nadie queriendo significarse o llamando la atención de alguna manera. De ahí solían venir las emboscadas.

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Aquel hombre deforme los guio hacia un pozo que según él es desde donde emergían las sombras. Lombriz no se acercó a aquel pozo desconfiando en demasía de aquel extraño deforme. Pero mirando hacia alrededor donde vio que se encontraban en una plaza central, y aquel hombre deforme señaló hacia un edificio que se caracterizaba por su tamaño y prominencia, de él salieron un hombre y una mujer de aspecto elegante e imponente... El hombre deforme les habló de quienes eran... y Lombriz miró al matrimonio con curiosidad, haciendo un gesto de respeto con la cabeza cuando sus miradas se cruzaron.

- Capitán si me deja responderle le diré que este hombre sigue al mismo Dios que sigue Sabueso, y que es un dios oscuro, que exige de sus devotos algún tipo de mutilación para otorgarles poderes de las sombras. Desconfiaría en demasía de este hombre, y de ese pozo que puede ser una puerta a las sombras. Ya que este Dios es el maestro de ellas, y enseña los poderes de las sombras a sus secuaces. Si hubiera alguna forma de sellar el pozo haríamos un bien al poblado y a la maldición que pesa sobre ella. 

Todo esto comentó Lombriz queriendo responder al Capitán de lo que ya sabía, antes que aquel hombre explicara todo su culto repugnante a un Dios que exigía aquel tipo de sacrificios.

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Ella era tan solo una serpiente – bueno, algo más que eso -, y puede que por sí sola no supiera mucho de aquello, pero sí conocía por su mago lo suficiente como para saber que el soldado de piel negra que acababa de abrir la boca era un completo necio.

El afán de supervivencia era el principal instinto de todo animal, y aquel soldado o había sido mutilado de tal modo que carecía ya de él, o era tan ignorante como para no comprender que lo que acababa de decir, en alto y delante de todo el pueblo (incluido aquel al que menospreciaba con sus palabras), suponía un peligro no solo para él sino para toda la Compañía. Para más inri, la pregunta ni siquiera se la habían dirigido a él y se había metido a responderla sin que nadie le diera permiso ni se lo pidiera. Pero es que además lo hacía mezclando ignorancia, prejuicios, generalidades y bastantes obviedades que soltaba por la boca como si fueran un obscuro secreto del que solo él tenía conocimiento.

Lo que acababa que decir suponía una herejía en aquella infame tierra, y lo hacía cuando todos ellos servían a un Inquisidor del dios sobre el que él hablaba. Hasta los descreídos y descontentos con el régimen y la fe de aquel lugar sabían ocultar lo suficiente sus desavenencias como para permanecer un número razonable de años vivos, pero Lombriz no parecía ser de esos…

Si la víbora hubiera tenido brazos, y comprendiera el uso que los humanos hacían de ellos, se hubiera llevado las manos a la cabeza. Pero no los tenía, así que se limitó a aguardar expectante la reacción del resto, a esperar para ver si era amonestado por abrir la boca cuando nadie se lo había mandado y soltando afirmaciones que de caer en oídos ajenos podían traerles más de un problema.

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-Señor, parece que el conjuro de Delirio que recibió Lombriz aún sigue haciendo algo de efecto.- Mintió el castor intentando buscar una salida, a pesar de compartir las mismas preocupaciones que su antiguo compañero campamentero. -Sigue diciendo idioteces sin el menor de los sentidos.-

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El hombre retorcido sonríe a Lombriz y asiente.

- "Aunque esa parte de mi vida está ahora un poco difusa en mis recuerdos, en mi juventud cometí algunos errores y, digamos que estuve a ambos lados de la ley en uno u otro momento. Ciertamente, conocí el oficio de manos de los mejores.

En efecto, venero al Señor de la Medianoche como supongo que hacemos todos, ¿acaso no es así? Alabado sea." -

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El Alcalde da unos vacilantes pasos hacia el Capitán y le saluda con una respetuosa reverencia.

- "Saludos. No hemos sido debidamente presentados, me temo. Soy el Alcalde Micelette, el administrador civil de esta población. ¿Podemos ayudarles en algo?" - Señala vagamente con la mano el despliegue de hombres armados, dos de ellos (Pelagatos y Reyezuelo) montados en sendos destreros.

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Todavía estaba en cierto estado de shock por lo que había o no había visto. No podía asegurarlo. Posiblemente eran elucubraciones de una mente demasiado dañada. Pero al final mi piel, mis nervios, mi espíritu gritaban lo mismo.

- Esto va a acabar mal. Muy mal. -

Como si mi preocupación fuese heraldo del infortunio, no me había recuperado de la impresión, cuando Lombriz hizo añicos toda nuestra mascarada. Si el Capitán pretendía tener cierto apoyo o al menos no encontrar reticencia ante lo que allí iba a pasar, bastaba con romper un tabú religioso en la cara de un súbdito de las sombras como para lanzar todo el pueblo o toda la región sobre nosotros.  

Mi preocupación llevaba tiempo pensando sobre mí y mis acciones, pero ahora estaba mucho más que preocupado. Si yo cometía errores, el daño era limitado, era un simple soldado. Pero los errores de los mandos eran mucho, mucho más preocupantes.

Porque era cierto, Lombriz era la boca delatora. Pero nadie había pensado en él como más que un soldado, una mente sin emociones ni ideas propias. Nadie había pensado que todo lo que hasta la fecha nos había pasado podía afectar a la forma de pensar y sentir de los miembros de la Compañía. Nadie había pensado que empujar y empujar y empujar hacia adelante únicamente para sobrevivir, tenía un precio en los corazones y espíritus de la Compañía.

Nadie. Nadie, había reparado en que Lombriz había sido un esclavo sin mente durante años y años. Que podría estallar al servir a un señor que precisamente esclavizaba las mentes de sus "súbditos" y que demandaba más y más dolor.  Y ese nadie, eran los mandos, que debían saber quien estaba o no en condiciones para según que tareas.

Porque a fin de cuentas, la persona que estaba al cargo, nuestro Capitán, podía sanar cuerpos. Pero nada sabía del espíritu de las gentes que estaban a su cargo. 

Por eso era tan necesario nuestro Chamán. Y por eso ahora en su ausencia, estábamos perdidos.

Aunque Reyezuelo actuó con rapidez, el daño ya estaba hecho. La herida sangraba, y aunque el Capitán aplicase presión, pronto sería insuficiente, la herida gangrenaría y terminaría por requerir perder el miembro.

Solo quedaba por ver si las sombras se conformaría con llevarse uno solo o reclamarían el cuerpo al completo.

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Aumentaba la tensión. Ballestero veía cada vez más claro que el mayor peligro era que hubiera un ataque general. Un montón de idiotas a por ellos, si eran suficientes, podían superarles por la fuerza del número. Pensó bien qué hacer si pasaba algo así.

Para empezar, degollar al blasfemo seguramente les ganaría puntos, e incluso permitiría que luego hicieran cualquier burrada sin consecuencias nefastas. Bueno, eso no era cosa suya, así que se limitó a permanecer impasible mientras la lluvia fina iba empapando su capa negra.