Partida Rol por web

TRIGÉSIMO SEGUNDO DÍA DE LA RUPTURA DE LA ROCA.

AÑO: 4715 RA.

MES: FARASTO (INICIOS DE LA PRIMAVERA, MES TRES).

DÍA: 5, DÍA DEL JURAMENTO (LUNA LLENA). - DÍA DE LOS HUESOS.

HORA: MEDIODÍA. - CLIMA: LLUVIA FINA. FRÍO MODERADO.

Me encojo de hombros cuando Ballestero me responde pues tiene razón. No me preguntó si me siento bien, simplemente me dio una orden y es mi deber obedecerla, por lo que luego asiento con la cabeza. Tomo posición en la retaguardia junto con él, para vigilar en caso de que algún peligro decida asaltarnos desde esa dirección.

"Aunque dudo mucho que decidan atacarnos, por lo menos aquí y a pleno día, considerando que representamos al Inquisidor y a la sobrevivencia de este pueblo le convienen mantenerse fiel."

El Capitán comienza a hablar con el verdugo que nos guió y ahora con el alcalde de Carnonegro. Parecen serviciales y eso es algo bueno considerando nuestra misión, pero creo que las palabras de Lombriz no son apropiadas en este momento pues debemos parecer fieles también o las autoridades Nidaldesas quizás consideren que no somos apropiados para trabajar con ellos.

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HORA: MEDIODÍA. - CLIMA: LLUVIA FINA. FRÍO MODERADO.

Reyezuelo observó que su engaño sirvió para descartar una reacción hostíl al menos, justo a tiempo ya que el alcalde del lugar se acercaba a presentarse.

El alcalde saludó a Capitán e hizo un vago gesto a Pelagatos y al último noble de los castores. Reyezuelo contestó con un leve asentiento a modo de cortés saludo y se dispuso a escuchar la conversación que aquél hombre mantendría con Capitán.

Miró alrededor y notó que Ballestero y Dolor estaban atentos ante amenazas, por la retaguardia inclusive. Con la fina vista de esos dos Hostigadores me siento más tranquilo ante cualquier sorpresa.

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Por un momento Lombriz sintió que había metido la pata, por el comentario de Reyezuelo y la forma de moverse la Serpiente que llevaba el Capitán. Aunque el hombre retorcido daba miedo, pues se ve que ha escuchado, pero miente en sus palabras presentando un argumento enfermizo de devoción e intentando que las anteriores palabras de Lombriz quedaran en el olvido. ¿Quizás aquel hombre tenía las mismas lagunas mentales que Lombriz? No lo creía y pensaba que aquel argumento evadiendo un conflicto verbal era todavía más siniestro.

De todas formas Lombriz asintió dando un paso hacia atrás, pues la víbora del Capitán lo había intimidado, como también las palabras del hombre deforme, y sabiendo que su inexperiencia en los grupos de exploración le habían jugado una mala pasada, sobre todo al grupo intentó rectificar quedando en segundo plano, y afirmando con un gesto de la cabeza al hombre deforme, aunque su rostro todavía lo miraba con desdén. Luego centró su mirada en el Alcalde viendo si podía ver algo más tras aquella indumentaria, pues se le hacía difícil que aquellos hombres viviendo en una zona llena de sombras y maldiciones... No estuvieran armados hasta los dientes y presentaran una gran amenaza para otros territorios. ¿Pues cómo podían sobrevivir campesinos normales al poder de un dios oscuro?

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Durante toda aquella marcha, el guerrero se había mantenido en un discreto segundo plano. Al fin y al cabo, salvo problemas no podía hacer mucho en esa circunstancia. Romo se mantenía atento a lo que ocurría a su alrededor, pero no veía que nadie fuera a lanzar ningún tipo de ataque. A decir verdad, si habría problemas para él vendrían en caso que la diplomacia saliera mal. En cualquier caso, bien sabía que no podía desenfundar el arma hasta que el Cabo ordenase lo contrario. 

El comentario que lanzó Lombriz, sin embargo, puso en tensión al guerrero. No entendía a que vino esas palabras. Menos mal que Reyezuelo estuvo rápido e intentó poner tierra de por medio con aquella excusa. Solo esperaba que fuera lo suficientemente convincente para evitar problemas. 

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Capitán esperaba la respuesta del verdugo, quizás incluso consiguiendo algo de valiosa información sobre el accidente (o no tan accidente, según algunos) en el que el herrero de Carnonegro perdió la vida. Lo que no esperaba es que un soldado se adelantara y le contestara a una pregunta que no iba dirigida para él, insultando en el proceso a la fe local, o mejor dicho, la monolítica, monoteística y dictatorial fe local, para la que todos ellos se supone que estaban trabajando... Y bueno, dejándoles vendidos ante todos, claro. 

Por eso, tardó quizás un par de segundos en girarse, sintiendo como el frío recorría toda su espina dorsal, a la vez que un calor nada tranquilizador empezaba a brotar en su interior, generando un contraste muy poco agradable. ¿Cuántas veces había hablado ya con los soldados desde que habían hollado aquel miserable lugar? ¿Cuántas veces les había explicado, hecho una furia, y también más calmado, cuál era su labor? ¿Cuántas veces estaban tropezando ya con la misma condenada piedra, una y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra... Condenada vez?

Pero no aprendían. Joder, nunca aprendían. Daba igual qué dijera, daba igual qué hiciera, daba igual como se lo explicara o como intentara llegar a ellos. Simplemente, no aprendían. Por un sombrío momento, mientras se giraba, deseó con todo su corazón que aquello acabara. Que Zon Kuthon les mandara un rayo fulminante, la tierra se les tragara o lo que debiera ocurrir, literalmente lo que fuera al precio que fuera para acabar con aquel camino sin fin de sinsentidos y sinsabores. 

Finalmente, en lo que pareció una eternidad, el oscuro se giró para mirar a Lombriz. Los labios fruncidos y los ojos cargados de la negrura que vivía en el pozo, pero aún conteniendo sus acciones. Aún intentando convencerse de que aquello no había pasado. De que aquello, por ¿tercera? ¿séptima? ¿millonésima? vez no había vuelto a pasar. 

-No, Lombriz. No te dejo-replicó, con una voz rasposa y fría como la tumba, una tumba que era el único destino que les esperaba en el futuro inmediato, visto lo visto. Y que era mucho más de lo que merecían. Asintió levemente ante las palabras de Reyezuelo, luchando con todo su espíritu contra el deseo de acabar con todo aquello y contra la idea de que, quizás, su suerte mejoraría en algo si arrojaba al cretino que había tenido a bien hablar a aquel condenado pozo. 

"Calma... No absolutamente todo es malo. Quiero decir, os morís de hambre, os persigue un jodido dios, habéis acabado en su tierra y estáis obligados a servirle para conseguir una larga muerte por hambre en vez de una corta muerte por hambre o por espada, y estás rodeado de idiotas... Pero tiene que haber ALGO, en ALGÚN LUGAR, que no te dé ganas de tirarte por ese pozo y acabar con toda esta payasada... ¿No? ¿No?" pensó el oscuro, intentando convencerse, contra toda lógica, contra toda prueba palpable, contra todo pronóstico y contra todas sus propias sensaciones de que, efectivamente, tenían alguna esperanza por leve que fuera y acabarían viendo el sol... Pero joder, qué difícil se lo ponían.

Aquello les dejaba también una bonita pregunta, además de un alcalde que se acercaba a meter sus narices en todo aquello. 

"Bien, calma, no estás enfadado. No quieres matarles a todos. Repítelo, no quieres matarles a todos. Tampoco quieres echarte a llorar de pura frustración, o matarte para acabar con todo esto. Eso es, convéncete. Estar vivo es bueno. La Duodécima tiene futuro. Respira. Respirar es importante. Respirar es bueno. Y ahora responde, quieren respuestas, y tú tienes que dárselas. Es tu deber. Alguien tiene que cumplir con su deber..."

Volviéndose hacia los interlocutores locales y, con la cara menos contraída por la furia homicida y la desesperación aplastante que pudo poner, sacó de un saquillo un anillo de sello con una mano que apenas delataba un leve temblor. El sello del inquisidor Serpejo.

-Encantado alcalde, mi nombre es Capitán, líder de la Duodécima Compañía Libre de Khatovar-dijo, en un tono que parecía más un eco que una respuesta humana, aunque al menos era una mejora considerable respecto al empleado con su subalterno hacía unos segundos-este anillo responde a la pregunta de su verdugo, y revela por qué estamos aquí. El inquisidor nos envía, tenemos órdenes, y buscamos a los guardeses.

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- "La Duodécima Compañía Libre de Khatovar." - La palabra "libre" resuena como un regusto extraño en su boca, ¿acaso la ha pronunciado con un determinado énfasis? Un raro rayo de Sol incide entre el cielo cubierto de nubes grises, haciendo relucir un objeto de oro en la solapa del abrigo de su esposa que, por un momento, ciega al Capitán, hasta que ella lo cubre con la mano, eliminando así el resplandor, extinguiendo toda luz. El Alcalde tose, antes de proseguir, quizás por la humedad y la lluvia, quizás.

- "Naturalmente, los hombres enviados para comprobar si los habitantes de Carnonegro somos fieles y leales. Lo somos, mi Señor Capitán. Lo somos." - Mientras su mujer mira con cara especialmente avinagrada al Capitán, el hombre señala a su izquierda, hacia unas calles más estrechas y traicioneras que las hasta ahora transitadas por la comitiva del Capitán.

- "Por ahí llegaréis enseguida al torreón feudal, donde viven los guardeses, hombres de la Inquisición." -

Sonríe con tristeza y se despide con una profunda reverencia, mientras su mujer se da la vuelta y empuja las puertas de la Alcaldía, al poco el Alcalde la sigue también, de regreso al resguardo, fuera del alcance del viento y la lluvia, y de las miradas como espadas de los hombres de negro corazón.

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Erguido y recto sobre su montura se mantuvo en silencio durante aquella breve conversación. Nadie le había llevado allí para charlar salvo que así se lo ordenaran. Su papel era lucir y dar buena imagen, estaba seguro de que eso lo cumplía con holgura. No le gustó ser señalado por el alcalde y para no dar ninguna respuesta física que pudiera ocasionar fricciones perdió su mirada en la alcaldesa. Llevaba tiempo rodeado de hombres y sin apenas mujeres cerca, así que agradeció poder mirar a una que quizás quince años atrás hubiera podido ser interesante.

Dejó sus elucubraciones personales de lado cuando el alcalde señaló la ruta que debían de seguir. Calles estrechas y apretadas se interponían entre su destino y ellos. Una emboscada en un lugar como ese era pan comido hasta para un grupo de novatos. Tragó saliva mientras intentaba estudiar el terreno y acariciaba el cuello de Jerifalte con un par de palmadas cariñosas. 

Bajó la mirada hacia su primo y esperó las órdenes, hasta donde él sabía no tenían motivos todavía para temer un ataque, como tampoco los deberían de haber tenido en Idón o la noche anterior en el campamento.

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En solo unos momentos habían pasado multitud de cosas delante de mis narices. Era la escasa ventaja que tener una conducta constantemente vigilante hacia las desgracias que podían desatarse en cualquier momento.

El primer detalle fue el malévolo brillo de los ojos del hombre torturado como midiendo sus palabras en su respuesta a Lombriz y midiendo a la vez nuestros cuerpos para cubrirlos de mortajas. Ese fue el primer tambor que resonó en mi pecho.

El segundo fue el brillo de un pequeño broche dorado en la solapa de aquella mujer de porte arrogante. No era un ornamento normal. Se parecía a un pequeño soporte en forma de arco que era atravesado por varias franjas verticales. Me recordaba al "Kora" K´hlata. Un instrumento con un soporte de madera y varias cuerdas trabajadas con tripa de animal.

Un segundo mazo golpeó mi corazón.

- ¡¡Un instrumento de sonido!! - pensé.

El tercero fue ver como docenas de lugareños con cara de pocos amigos se congregaban en las esquinas de la plaza observando la situación. Cuando el jefe del pueblo se giró para indicar las estrechas callejuelas, las miradas de los pueblerinos se me aparecieron aviesas y furibundas.

Las dudas me corroyeron por un momento. Pero el tercer gong resonó en mi mente como si un mazo se hundiese en la vitela de un tambor para resonar por toda la Sabana. Salí de mi fila y me dirigí al Cabo Barril comentando en K´hlata de la forma más serena posible.

- Cabo. La mujer del jefe. En su pecho. Mira. Parece un instrumento Cabo. - comenté.

Dirigiendo miradas furtivas hacia los extremos de la plaza terminé por indicarle - Nos están rodeando Cabo. Nos llevan a una encerrona. Cabo por favor, no exagero. Lo juro por los espíritus. Estamos en peligro. - 

Si había hecho mal la cosa quedaría en la Compañía. Sufriría el castigo. Pero si había hecho bien...

Casi prefería equivocarme.

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Y ahí estaba el comentario de Lombriz, uno que no estaba destinado a edificar nada, pero sí a sembrar de problemas el árido campo de cultivo por el que se movía la Compañía en esta tierra extraña. Y es que Barril tuvo el arranque de despeñarle por ese pozo de sombras, ese pozo por el que sin duda iría a visitar a Zon Putón y le podría explicar todas las putas mierdas que le pasaban por la cabeza... Por suerte Reyezuelo salió al quite, no de la manera más elegante, pero sí efectiva. Y es que tildar de imbécil a alguien y que éste no replicara al respecto siempre era efectivo.

Luego vino la presentación del alcalde y su señora, un par de paletos que tenían ínfulas de destacar, al menos el hombre, ya que la cara de vinagre de la fémina era más que patente. Eso fue hasta que Preocupado le advirtió sobre el símbolo que portaba la mujer, uno que prácticamente definía la amenaza que se había cernido sobre la Compañía la noche pasada. Es por eso que habló torpemente en K'Hlata.

— ¡Capitán! ¿Problemas quizás? La mujer del alcalde lleva un símbolo de un instrumento de música. —

El veterano Cabo desenvainó su mandoble con un gesto que denotaba práctica, mientras asentía a Preocupado. El siempre alerta soldado se había equivocado otras veces, pero mejor era vivir con un error de cálculo que morir por falta de precaución. Y es que Preocupado no atinaba demasiado, pero llevaba una buena ronda de aciertos seguidos, lo cual hizo ponerse en guardia a Barril.

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Sin entender dónde estaba la amenaza, Reyezuelo notó que el Cabo Barril hizo la señal estipulada como desencadenante para que el grupo de asalto se pusiera en guardia y pasara al ataque: desenvainar su mandoble.

Al ver al enorme oscuro blandiendo su espada, el aprendiz de analista hizo lo propio con su equipo a lomos de Bastión, como si de una reacción en cadena se tratase.

-¿Dónde está la amenaza?- Preguntó el alto noble castor en K'halta mientras miraba alrededor.

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El Capitán le dijo palabras concisas que contenían en su tono grave odio, desesperación, ¿locura?, sus ojos presentaban una retahíla de sentimientos negativos. Lombriz no creyó que fuera para tanto, ¿o sí?, ¿es que acaso su odio hacia aquel Dios del Mediodía le estaba invadiendo su ser, su conciencia y su habla? Había querido ir con la Compañía para demostrar su valía, en cambio parecía demostrar una rebeldía inusitada que antes en el campamento no había sentido.

Cuando el Capitán le dijo que no lo dejaba, Lombriz no se movió de al lado del Capitán, mirando al alcalde y a su mujer de una forma escrutadora. Como si quisiera ver qué había detrás de aquellos ropajes lujosos... De repente los ojos de Lombriz empezaron a parpadear de una forma repetitiva hasta doce pestañeos... Quedando mirando hacia el lugar que escasos momentos habían estado aquellos dos personajes que representaban a Carnonegro... A continuación siguió parpadeando unas doce veces, hasta quedarse con una mirada de miedo hacia el sitio donde habían estado el alcalde y su mujer.

No sabía qué hacer cuando Preocupado lo ayudó sembrando el aire de preocupaciones y amenazas invisibles que veía alrededor. Fue entonces cuando la rebeldía, ¿o valentía? de Lombriz salió a flote, había pensado que Preocupado había hecho mejor en hablar con el cabo, pero ahora habló sin dirigirse a nadie o quizás le estaba hablando al Capitán... pero quería que lo escuchara todo el grupo... - Todos los habitantes de esta aldea están armados con palos, cuchillos dagas, piedras... palos garrotes... Un virote de ballesta sale de algún lugar de la plaza para clavarse en mi ojo. Comenta Lombriz agachándose y cubriéndose de aquel ataque, después en una posición agazapada señala hacia el lugar que había estado el Alcalde y su mujer: - Hace doce años yo era un niño todavía, el miedo y el frío corroen mi cuerpo, fue entonces en ese mismo lugar que escasos momentos ocupó el Alcalde y su mujer donde estaban dos monstruosas cabras, sus ojos fríos se clavaban en mí sin atisbo de compasión. Comenta Lombriz agazapado como un niño, con su mano señalando el lugar para continuación mirar hacia todos lados viendo la traición al momento.

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No esperaba tal reacción de nuestro Cabo. Aunque por otra parte tal vez había sido mi exceso de celo el que había desencadenado los acontecimientos más allá de lo que esperaba. Estaba harto de ver en peligro a los míos y eso había disparado mi juicio.

Tal vez había sido una decisión fatal, pero ya había pasado y tendríamos que vivir con sus consecuencias.   

- Cálmate. Cierra la boca. Respira. - escuché a mi lado.

No reconocí aquella voz. Desde luego no era mi propia voz. Ni mi voz interior. Ni la voz de nadie del grupo. Ni ninguna voz que conociese.

O tal vez sí.

Tenía un tinte de paciencia infinita y de cierta resignación familiar.

Me giré alrededor para localizar el origen de la voz. Pero no encontré nada raro. Nada raro sin tener en cuenta como todos los aldeanos corrían a esconderse y las puertas y contraventanas se cerraban a cal y canto con sonoros golpes. Los jefes del pueblo hicieron lo propio. Y el torturado pasó a una posición de acecho.

La plaza se había transmutado con un gesto en un silencioso erial donde el único sonido era el que producía la tensión de los cuerpos de la Compañía contra sus armas y armaduras.

Tal vez me había equivocado pensando que el error de un soldado no podía tener grandes consecuencias. Tal vez Lombriz no era el único que no debía estar allí. Tal vez fuerzas fuera de mi entendimiento estaban tirando de mi en tantas direcciones que finalmente había perdido el poco buen juicio que pocos me atribuían.

- La que he liado - pensé preocupadamente a modo de resumen.    

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Lo del alcalde y su mujer había sido raro. Demasiada entonación en algunas palabras, por no mencionar el desprecio directo de la mujer. Si ese par no sabían perfectamente que allí pasaba algo... O puede que no. Puede que solo fuera el rechazo ante aquellos que siguen órdenes de dementes, y que buscarán cualquier prueba minúscula y la magnificarán, ¿acaso era así como actuaban normalmente las autoridades de Nidal? El oscuro no lo sabía con seguridad, pero lo sospechaba. 

Y entonces, aquel festival prosiguió. Una alerta de Preocupado, un desenvainado de Barril y una actuación de Lombriz que, al principio, le hizo estar seguro de que hasta allí había llegado. Iba a tirarle al pozo. Sin embargo, en este caso no se trataba de lo habitual. Si era un ramalazo de locura, o que los espíritus o lo que fuera le estaba hablando, no lo sabía... Pero parecía alguna clase de relato o historia. 

El oscuro no desenvainó, pero observó los alrededores, con las manos cerca de las espadas cortas.

-Tenemos que dejar de hacernos amigos entre el pueblo-dijo en voz baja, en k'hlata, aunque desde luego lo de amigos era una ironía del tamaño de Carnonegro-si no, acabaremos pasando a cuchillo a culpables e inocentes por igual.

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Tampoco sería la primera ni, seguramente, la última vez que pasaran a cuchillo a la población, pensó. En lo que Barril había desenvainado, Ballestero -clack, ñieeeek- había armado la ballesta y puesto un virote en su acanaladura.

Ahora la dejó así, apuntando al cielo durante uno segundos. No era bueno armar y desenvainar y que no corriera la sangre. La gente se acostumbraba y, a continuación, venía cuando se atrevían a atacar de verdad, una vez habían medido tus reacciones.

Cuando estuvo seguro de que no había orden de atacar, quitó el virote de la ballesta, pero la dejó armada y la llevó en brazos, como se lleva a un niño, procurando que no se mojara.

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Gurnier miró de soslayo a los mercenarios, visiblemente nerviosos, y lanzó un gargajo hacia un lado, gargajo que desapareció de inmediato de la vista, pues justo en ese momento empezaba a llover con más fuerza.

- "Mis señores, el camino más corto para llegar al torreón es por donde les ha indicado el Alcalde. Me temo que el Señor Feudal no se encuentra en el pueblo, pero quizás podamos hallar al Alguacil. Por aquí." - Y se dirige hacia una calle lateral más estrecha.

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-Lo único que veo es un clima del demonio, y miedo. Y no me refiero a los campesinos-replicó Capitán tras repasar los alrededores, alejando sus manos de las armas. Estaban, como venía siendo tristemente habitual, perdiendo tiempo a manos llenas, como si les sobrara. Y dado que, al ser gratis, era lo único que podían permitirse comprar, puede que en cierto modo fuera así.

Además, aquella condenada lluvia acabaría por hacerles enfermar a todos, y si ya tenían bastante con lo que tenían, la perspectiva de atender una serie de resfriados y pulmones encharcados por dedicarse a hacer el gilipollas e intimidar a campesinos porque sí... Pues sinceramente, no le parecía el más halagüeño y tentador de los futuros que se dibujaban ante ellos. 

-Vamos allá. Y sin más tonterías-advirtió el líder de la Duodécima, marchando a buen paso en la dirección indicada.

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Aparte del creciente repiqueteo de la lluvia en su casco, Barril no advirtió mayores peligros en los alrededores, así que tras dedicar una mirada funesta a Preocupado, envió de nuevo su espadón a su funda en la espalda.

— Adelante, paso de marcha tras el Capitán. Todos atentos, acabemos este viaje lo antes posible. Hablaremos a la vuelta, Preocupado.

Verdugo Gurnier, seguramente tengamos que dar uso a la herrería del pueblo. Te avisaremos cuando se dé el caso. Si es que te encontramos allí, claro. —

La sentencia de Barril dejaba claro que usarían la herrería con o sin el permiso del asesino del anterior herrero. Tanto Lagrimita como Campaña querrían tener acceso a un lugar así para mejorar sus habilidades. Tras dejar claro el asunto, Barril caminó con pasos largos tras el Capitán.

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Nada más ver como el Cabo Barril desenvainaba su arma hizo que el guerrero agarrase la suya, mientras observaba a su alrededor, buscando la posible amenaza que fuera hacia ellos. El Capitán por el contrario, no hace amago de desenvainar su arma, por lo que el guerrero opta por mantenerse en una actitud previsora, y no hace amago de desenvainar,... al menos de momento. 

Al poco rato, parece ser que todo ha sido un malentendido y el Cabo Barril guarda el arma, no sin antes echar una mala mirada a Preocupado. Desde luego, no le gustaría estar en su pellejo en estos momentos.

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Las palabras del Capitán habían hecho mella en mi ánimo. No era miedo lo que yo sentía. Al menos no entendido como el miedo a una leva de campesinos enfurecidos. Mi preocupación estaba justificada, o eso yo creía en mi interior.

El problema es que no podía definirla. Hacerla tangible en algo. Y el caos en mi espíritu parecía sugestionar mi juicio hacia todo lo que me rodeaba. Había una clara diferencia entre riesgo y peligro. Y el límite parecía haberse emborronado en mi mente.

Lo que me preocupaba ya no era que nos atacasen. Era que mis preocupaciones terminasen por llevar a mis compañeros en no confiar en futuras advertencias.

La situación trajo a mi mente una pequeña fábula que mi madre me contaba a veces cuando la ansiedad por los acontecimientos me embargaba.

- Kakongo Kongo. -  vino a mi mente la forma tradicional en que los mayores K´hlata introducían sus relatos.

- Ayambé Umama - respondía un menudo y pequeño "yo" sentado en la tierra.

El relato de mi madre brotó en mi interior.

- La tortuga iba caminando despacio por el bosque, tan despacio iba que daba un pasito a la izquierda, y siete años después daba otro pasito a la derecha. A pesar de ir tan despacio, un día la tortuga cayó en un agujero y dijo: - escuché a mi madre dando tiempo a fraguar el interés en el pequeño. 

- Esto me pasa por ir tan deprisa. ¿Dónde he caído yo? Acabo de caer en un agujero, es decir una trampa. Me han puesto una trampa. Tengo que salir de aquí. - decía mi madre poniendo una voz graciosa.

- Cuando la tortuga buscaba la manera de salir del agujero, de repente cayó dentro un leopardo. Y la tortuga dijo: - recordé notando la tensión en el "yo" niño.

- Por lo menos ya somos dos. - dijo sonriendo pícaramente mi madre.

- Después, ella se quedó pensativa, y se acercó al leopardo y le dijo: - más suspense.

- Tú leopardo, ¿Qué haces en mi casa? ¿Tú no sabes que este agujero es mi casa? ¡Has entrado en mi casa sin permiso! ¡Fuera de mi casa! ¡Vete ahora mismo! - imprecaba la imitación de la tortuga de mi madre moviendo un dedo al frente. 

 - El leopardo pensó: - recordé a mi madre con una nueva voz. 

- Yo soy el leopardo, soy más grande, y soy más fuerte. No puedo permitir que una simple tortuga me amenace. - rugía mi madre-leopardo.

- Y furioso, el leopardo se lanzó sobre la tortuga, la levantó y la lanzó fuera del agujero. La tortuga siguió caminando despacito como siempre. - concluyo aleccionando mi madre.

- ¿¡¡Entiendes Bambú...!!? - escuché cariñosamente a la presencia de mi madre a mi lado.

Noté unas lágrimas recorriendo mis mejillas. Desaté el pañuelo de mi cabeza para secarlas sin que nadie se diese cuenta y malinterpretase la situación.

- Entiendo Umama, entiendo... - dije calladamente.

- Gracias. - 

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MES: FARASTO (INICIOS DE LA PRIMAVERA, MES TRES).

DÍA: 5, DÍA DEL JURAMENTO (LUNA LLENA). - DÍA DE LOS HUESOS.

HORA: PASADO EL MEDIODÍA. - CLIMA: LLUVIA MODERADA. FRÍO LEVE.

- "Claro, Maese Barrel." -

El agua lo cubría y empapaba ya todo, incluyendo ropas, armaduras, equipo y caballos. Al menos la temperatura, que seguía siendo fría, se había suavizado considerablemente.

A paso liviano, Maese Gurnier condujo a la comitiva del Capitán hasta la entrada de un fuerte que parecía custodiar el principal acceso a una colina artificial sobre la que se alzaba un pequeño torreón feudal de piedra.

Un par de guardias malhumorados y empapados le dio la bienvenida - y el alto - al grupo.

- "¡Apartad, gusanos! ¡Son enviados del Inquisidor Serpejo! ¡Quieren ver a los guardeses del torreón!" -