Partida Rol por web

VIGÉSIMO TERCER DÍA DE LA RUPTURA DE LA ROCA.

AÑO: 4715 RA.

MES: CALISTRIL (MITAD DEL INVIERNO, MES DOS).

DÍA: 24, DÍA DE LAS ESTRELLAS.

HORA: OCASO. - CLIMA: CIELO NUBLADO. FINOS COPOS DE NIEVE.

¿Tenía algo en la cara? Se tocó y miró: una gota de sangre. La sangre de Desastre le había salpicado. Se limpió más o menos. Miró a sus hombres. Todavía eran sus hombres. Hizo un gesto con la cabeza a los que le habían sostenido.

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MES: CALISTRIL (MITAD DEL INVIERNO, MES DOS).

DÍA: 24, DÍA DE LAS ESTRELLAS.

HORA: OCASO. - CLIMA: CIELO NUBLADO. FINOS COPOS DE NIEVE.

Es el propio Barril quien franquea el paso a la tienda de mando a los dos que carguen el cuerpo de Desastre, abriendo la lona que cubre la entrada de la misma. Una vez le acomodan en su interior, es el último en salir inmediatamente a los dos porteadores. La noche aún era joven, y los asuntos que se debían dirimir aún no habían concluido. El Capitán aún tenía algunas cosas que decir y explicar, algunas de las cuales serían de gran impacto para los hombres. Unos lo acogerían como algo de su gusto, y otros lo repudiarían quizás. Barril estaría atento a las reacciones de la marea que era el pulso de la Compañía.

Ahora venía algo que uno esperaba hacía tiempo, aunque Barril sospechaba que sería un momento agridulce en su conjunto total una vez lo recordara en el futuro. El grueso Cabo se preparó para hacer su papel.

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HORA: OCASO. - CLIMA: CIELO NUBLADO. FINOS COPOS DE NIEVE.

¿Dos porteadores? Sí, hombre. ¿Y qué más? Que no cuenten conmigo. No pienso mancharme mi capa negra solo porque Desastre sangre un poco.

A Desastre no le faltaban candidatos para acarrearle mientras estaba inconsciente, ni para sujetarle durante los varazos del castigo, ni para ofrecerse a recibir el castigo en su nombre. Porque Desastre tenía algo que Rastrojo no tendría jamás: amigos.

Rastrojo recordó los antiguos castigos que imponía Matagatos cuando solo era Cabo, castigos "creativos". A Campaña le confiscó su casco. A Rastrojo le prohibió acercarse a Khadesa y conducir el carro de la pitonisa. Sin embargo, Sacorroto no opinaría lo mismo: él fue apaleado hasta la muerte, como marcaban las normas. Siempre hubo algo cruel en el Capitán, aunque los demás no supieran verlo. Los castigos livianos quedaban atrás, como la infancia, pues en Verdín los miembros de la Compañía Negra se habían convertido en hombres.

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HORA: OCASO. - CLIMA: CIELO NUBLADO. FINOS COPOS DE NIEVE.

Sabueso ladeó la cabeza cuando su amigo Lombriz decidió hablar. A Sabueso, antes de ser su amigo, le había parecido idiota y menguado. Pero después de haber hablado con él largo y tendido noches atrás se dio cuenta que era más agudo de lo que parecía, y ahora lo demostraba. Aunque no del todo, claro, porque pedir la palabra en aquellos momentos no le pareció a Sabueso lo más inteligente.

Por suerte para su amigo, pudo terminar su intervención sin recibir siquiera una bofetada. Sabueso pensó que si la disciplina se iba a endurecer era probable que algún día azotaran a Lombriz. ¿Tendría que ir Sabueso a sujetarle como hicieron con Desastre? Oh, era su buen amigo, claro que lo haría cuando llegara el día. Aunque jamás pediría recibir los azotes por él, como había pretendido Reyezuelo con Desastre. Eso era una forma de ablandar el castigo, como si fueran niños. Los castigos debían aplicarse con toda su fuerza sobre el condenado y nadie más. Sabueso, al menos, se ofendería si alguien lo intentara con él.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por el cruel sonido del primer varazo. Cabo Barril golpeó fuerte y sin piedad, como Sabueso esperaba que hiciera. Desastre acabó desplomándose al tercer azote, roto como la vara que habían utilizado para castigarle.

El enorme brazo de Cabo Barril era casi tan grueso como el contorno del cuerpo del propio Sabueso. Y durante la escaramuza había partido hombres con un solo golpe de su mandoble, por lo que los golpes de vara tuvieron que ser brutales... Pero no dejaban de ser con un palo, así que esperaba que el condenado aguantara al menos los cinco azotes. Una pena, parecía más duro. Sabueso pensó que los mercenarios deberían ser azotados más a menudo, al menos Desastre. Así se endurecerían, y sería bueno para desempeñar mejor su oficio, porque ¿de qué servían unos guerreros blandos y débiles?

Una ligera brisa helada trajo entonces el olor de la sangre hasta Sabueso y levantó la barbilla. El castigo había concluido con la carne desgarrada y gran dolor. Algo breve por el exceso de fuerza del verdugo o la debilidad del condenado, pero en cualquier caso complacía al Su Señor. Sabueso estaba satisfecho. Era curioso, pero a pesar de la repulsa que había observado en algunos mercenarios hacia el Señor del Dolor, aquel castigo público no distaba tanto de Su Voluntad. Y Sabueso sabía bien que detrás de cualquier verdugo o torturador estaba Zon-Kuthon observando con una sonrisa cruel.

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HORA: OCASO. - CLIMA: CIELO NUBLADO. FINOS COPOS DE NIEVE.

El bonachón explorador observó angustiado conforme Capitán trataba las profundas laceraciones de su amigo Desastre. Sin embargo, tras tan sólo unos par de minutos, la hemorragia había sido contenida y parecía que estaba estable de nuevo. Ordenó que lo trasladaran a la tienda de mando, así que Frontera ayudó a Guepardo, que ya había cogido al león por uno de los hombros, a mover al inconsciente soldado al interior de la tienda.

Allí lo dejaron sobre una pequeña cama, que parecía que ya habían preparado con anterioridad en previsión a este desenlace, ante la atenta mirada del Cabo Barril. Frontera aprovechó la ocasión para echar un vistazo a la tienda, pues nunca había estado dentro. Al menos no dentro de esta versión concreta de la Tienda de Mando.

Salieron afuera, urgidos por Barril, pues parecía que había más asuntos que atender. ¿De qué se trataría ahora?

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- Contad conmigo pues - dijo Tarado dando un paso al frente después de oír el requerimiento de porteadores del Capitán... después de todo, era lo menos que podía hacer por Desastre.

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Observó con detenimiento la cura habilidosa de Capitán, captando nuevas sutilezas en cómo limpiar la herida, cerrarla y vendarla, asintiendo con la cabeza los pasos que daba el líder en la curación, como si el jaguar ya los hubiera trazado y aquel los cumplía a la perfección. Junto a Matagatos y Plumilla, Guepardo intervino indirectamente, en silencio, moviendo los brazos de Desastre para juntarlos con el cuerpo y evitar toda tensión en la espalda para mejor cierre de las heridas. O para pasar alguna venda del morral de sanación cuando Plumilla presionaba los tejidos abiertos para cerrarlos y facilitar la sutura del capitán que pronto necesitaría los paños. Sin necesidad que le dijeran nada. Como si intuyera o supiera lo que hiciera falta para apoyar y ayudar a los sanadores.

Cuando la intervención terminó tras unos minutos de sepulcral silencio y Capitán dio la orden de mover a Desastre, el explorador se agachó y miró a Frontera, como si diera por supuesto que él ayudaría en el traslado. Cosa que así fue. También se asomó Tarado. Lo movieron con cuidado, sujetándolo por los hombros y la cintura, y lo metieron en la tienda de mando, depositándolo boca abajo en un camastro al parecer preparado para ello. Barril observaba el acto y finalmente salió con los porteadores fuera del lugar, quedando en campamentero reposando.

Guepardo volvió a su puesto en la formación y esperó a que Matagatos siguiera dando nuevas o finalizara de una vez. El jaguar se había concentrado con el resto deseoso de escuchar la noticias. Ahora estaba deseoso de terminar cuanto antes, romper filas y seguir con sus quehaceres. El casi mortal y mal ejecutado castigo a Desastre había empañado y deslucido cualquier interés en todo aquello. Bueno, eso y el nombramiento de mago a Rastrojo. Para qué negarlo.

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DÍA: 24, DÍA DE LAS ESTRELLAS.

HORA: DESPUÉS DEL OCASO. - CLIMA: CIELO NUBLADO. HA DEJADO DE NEVAR.

Tras su cura, Desastre fue trasladado a un camastro en el interior de la Tienda de Mando por Frontera, Tarado y Guepardo.

Los tres regresaron a la formación poco después, para seguir escuchando al Capitán.

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HORA: OCASO. - CLIMA: CIELO NUBLADO. FINOS COPOS DE NIEVE.

Reyezuelo regresó con velocidad junto a Plumilla, traían con ellos los utensilios medicinales que parecía que Desastre necesitaría cuando su castigo terminase.

Así fue tras el tercer varazo del Cabo Barril quién no mostró piedad ni cavilaciones en su mano, lo cual era de respetar. Más no podía dejar de lamentar que se haya llegado a esta situación cuando el cuerpo inconsciente de Desastre tocó el suelo con heridas que parecían llegarle hasta el hueso. Sus heridas eran serias, de eso no había dudas. ¿Sería esta su muerte? Reyezuelo no lo sabía y estaba contrariado, fuera de sí.

Capitán comenzó a atender las heridas del veterano con el apoyo de Plumilla. Todos parecían estar atentos y expectantes al resultado del tratamiento. Reyezuelo no.

Comenzó que caminar, sin rumbo fijo, absorto en sus pensamientos. ¿Por qué se ha llegado a esto? Yo tengo la culpa, si, la tengo. No soy nadie.
La visita de los espíritus habían repercutido fuerte en Reyezuelo, quien sentía culpa por lo que había pasado.

Sus pasos lo llevaron hasta dentro del edificio donde dormía, junto a sus cosas.

Esto es mi culpa, no soy nadie. ¿Era este el arrogante Reyezuelo? Golpeó con un puño la pared de madera hasta hacerla crujir y recordó cuando quiso desbaratar el episodio entre Cabo Ponzoña, Piojillo y Desastre.

Soy el último alto noble superviviente de la casa real de la Tribu de los Tres Castores, la sangre más pura y noble de la aristocracia K'Halta, y sin embargo, no soy nadie. Golpeó otra vez la madera, y recordó cuando quería apaciguar a Lombriz ante las provocaciones que hacía a Keropis la noche que la Corte Umbral vino a la granja.

Siempre estoy presente, pero mi voz no es respetada como lo era la voz de mi tío, Padre Castor, ni como la de Capitán, ni siquiera Los Cabos, porque no soy nadie. Golpeó otra vez la pared con un puño, y recordó como hace tan solo instantes, sugirió la idea de un castigo moral para Desastre, sin dudas más efectivo y que evitaría esta situación que debatía entre la vida y la muerte a uno de nuestros más veteranos miembros, pero ni siquiera fue considerada.

Porque no soy nadie.

¿Por qué los espíritus no lo estaban favoreciendo? ¿Sus ancestros lo habían abandonado al haberse ofendido por el rescate tan bajo que pagaron por él en su momento y haber desertado? Tuvo presente un sueño de hace unos días, en el que recordó una conversación con su tío, Padre Castor, éste le decía que le gustaría contratar a la Compañía Negra para perseguir a los Esclavistas de la Linde, pero que las arcas estaban vacías por los excesos de Reyezuelo y los de sus primos. ¿Y si aquella traición que sintió ante el pago tan nimio por el rescate había significado hasta la última moneda de plata que la tribu tenía? Si fue así, os pido perdón.

Tomó su mochila y sacó de ella lo más valioso que ella contenía. Algo de un valor inconmensurable para el orgulloso castor, lo último que quedaba de su gran tribu extinta. Su abalorio de noble, joyas y plumas.

Se lo comenzó a colocar mientras recordaba aquél día en que decidió dejar de usarlos, cuando hizo su jura como hermano de la Compañía. Cuando se jura, se renuncia al pasado, y entendió que dejar de usarlos era necesario. Pero ahora veía todo mucho más claro. Un mago que jura no deja de ser mago, ni un explorador deja de ser explorador. Reyezuelo era el último noble de una extinta casa, un líder nato y no había dejado de serlo y se esforzaría para conseguir el respeto necesario para tener la oportunidad de demostrar su valía como tal.

Hoy era un día especial, su mente había encontrado la paz que necesitaba, abrazó los espíritus de sus ancestros al colocarse los abalorios y comenzó a ver con claridad el camino para lograr sus metas. Era hora de demostrar a sus hermanos de qué estaba hecho y dejar de vanagloriarse solo por la noble sangre que corría por sus venas. Y sabía perfectamente por dónde empezar a hacerlo.

No soy nadie, ¡pero lo seré!

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Volvió con paso firme y decidido. Capitán terminaba de atender las heridas de Desastre con aparente éxito y era llevado por algunos hermanos a reposar a la Tienda de Mando. Que alivio.

Capitán iba a continuar comunicando decisiones y Reyezuelo formó juntos sus hermanos. El orgulloso K'halta ya no solo sobresalía por su gran tamaño y musculatura, sino también por las joyas, plumas y abalorios de noble que lucía.

¿Comunicará Capitán que vuelven los duelos de honor? se preguntaba Reyezuelo mientras miraba fijamente a Ballestero.

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Ciertamente... Cabo Barril... estaba en forma. Tres varazos le habían bastado para mandar a un hombre a la enfermería, privado del sentido. También la verdad sea dicha, a pocos debería extrañar, pues se aplicaba siempre con entusiasmo y celo en la ejecución de cualquier orden dada... máxime cuando se trataba de reforzar la disciplina del grupo.

Con cierto grado de indiferencia, como quien observa algo que le es ajeno... contempló como Desastre era atendido y retirado; no eran bárbaros, pese a lo que otros pudiesen pensar; eran gente que vivía en la frontera de la vida y la muerte, y su forma de vida estaba adaptada a esa realidad. Relajó la mano que asía la lanza; sabía de la necesidad de los castigos, entendía su brutalidad, y aprendía de lo visto, por la cuenta que le traía, a él y al resto.

Todavía curioso, levantó la mirada esperando las siguientes novedades; casi todo cuando se había dicho por unos o por otros, le parecía interesante... incluido el alegato en favor de la necesidad de un Cabo para la Escuadra de Campamenteros. Una Escuadra sin un Cabo... no es Escuadra ni es nada, pensaba. Pero también tenía asumido que el Capitán tendría su opinión al respecto, y que habría tenido en cuenta todas las opciones.

De modo que siguió a la espera, atento.

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Ya no se veía dónde se encontraba, de tan negro que era. Y como no abría la boca y el blanco de los ojos no era blanco... Observaba y no rompía filas, porque todavía no había acabado la charla. Lo que había ahora no había sido nada de nada. Miró a sus compañeros de escuadra, pendiente de sus expresiones, de sus rostros. No tenían ni idea.

Disfrutó de estos últimos momentos.

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No sentía un disfrute especial con los castigos, sabía que eran necesarios y útiles para instituir la disciplina marcial que al parecer habían perdido. Su primo Matagatos había ascendido al puesto de capitán de forma fulgurante, muchos de los presentes eran soldados con más tiempo bajo el estandarte de la Duodécima y no habían logrado alcanzar ni la mitad de su gloria. Eso escocía y levanta ampollas, él lo sabía bien. Sin duda esa envidia soterrada era uno de los motivos por los que la disciplina se había vuelto tan molesta para unos cuantos.

El desfile de soldados intentando apiadarse de los castigados e intentando interceder, cuestionar y modificar las órdenes dadas se le antojo aburrido y desagradable. Realizando un esfuerzo menor del esperado trató de autoconvencerse que aquellas muestras de falta de empeño y respeto poco tenían que ver con la raza de los afectados, no era porque los k´hlatas fueran más indisciplinados y propensos a ignorar las órdenes, estaba seguro de que eso no tenía nada que ver. Reprimió el repentino bostezo que estuvo cercano a aparecer en su faz y levantó la barbilla mirando levemente la cielo, esperando que aquellos ajustes de responsabilidad terminaran pronto y comenzaran a hablar de los nuevos pasos a seguir. Eso era lo que verdaderamente ansiaba, saber los nuevos contratos que tenían entre manos.

Estaba ocupado limpiándose el broche plateado de la capa cuando Desastre cayó al suelo, elevó las cejas a modo de pena, pero no dijo nada. Se mantuvo erguido y recto en su posición a la espera de las nuevas palabras de Capitán.

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Capitán, con las manos aún manchadas de rojo por la sangre del condenado, y sin dedicar mucho más tiempo a limpiárselas de momento, siguió más o menos con el orden previsto... Aunque alterado por algunos acontecimientos. Uno de ellos había sucedido hacía pocos segundos, y probablemente era de las noticias más complicadas que había por delante.

-Ya que Lombriz ha sacado el tema de los Campamenteros, seguiremos con este tema. Esta va a ser una noticia que no va a gustar a muchos, pero que hemos debatido todos los mandos, largamente, y que creemos es la mejor solución-explicó, adelantando el emplasto antes de la herida. Indicó con un asentimiento a Analista que volviera a echar mano de los Anales, pues lo que venía a continuación debía quedar reflejado en los mismos.

-No creo que haga falta que explique a nadie la situación en la que estamos, pero por si acaso, haré un breve resumen. Después de sufrir unas pérdidas atroces fruto de nuestro anterior contrato, y escapando por los pelos de una muerte más que segura, hemos acabado aquí. ¿Dónde es aquí? No está del todo claro, pero lo que sí lo está es que estamos lejos, muy lejos de lo que algunos llamabais casa. Sin posibilidad de regresar. Somos pocos, y hemos tenido dificultades para cubrir incluso lo más básico. Como mercenarios, nos toca aceptar contratos para poder comer. Y como soldados, nos toca ser lo más eficientes y disciplinados posible. La disciplina ha estado fallando últimamente, y una buena mayoría de los incidentes y las voces críticas venían de un solo lugar-explicó, aunque lo hizo sin alegría alguna en su voz. No se estaba regodeando en lo que había de venir, ni le suponía ningún alivio decirlo-lo que además se junta con nuestras distintas necesidades logísticas: ni somos tantos como para tener que dedicar un grupo a gestionar el campamento, ni tenemos un campamento estable digno de tal nombre, al menos en nuestro futuro inmediato. Por ello, y a pesar de los excelentes esfuerzos de Ballestero yo, Capitán de la Duodécima Compañía Libre de Khatovar, en este vigésimo tercer día desde la Ruptura de la Roca, disuelvo oficialmente el pelotón conocido como Campamenteros. Sus integrantes ya han sido repartidos entre los dos pelotones restantes, junto a algunas transferencias entre los mismos. Todos aquellos que se han sentido ninguneados y olvidados serán libres ahora de buscar la gloria junto a aquellos que veían como favorecidos. 

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Se... ¿se disolvían los Campamenteros? Bueno, eso solucionaba el problema de la cadena de mando, estaba claro... Frontera pensaba que quizá lo más apropiado hubiera sido nombrar un nuevo cabo. Sabía que varios de sus compañeros habrían preferido esa opción, aunque la verdad es que Frontera no tenía claro si nadie se merecía tal honor, especialmente tras todo el tiempo que llevaban sin ascensos de ningún tipo y con la degradación de Desastre y Piojillo tan reciente.

De vuelta en la formación, levantó tímidamente la mano pidiendo la palabra antes de hablar.

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Estaba hecho. Los Campamenteros acababan de formar parte únicamente de los Anales, y sus componentes serían transferidos a los otros dos Escuadrones, Infantería y Hostigadores. Como bien había señalado el Capitán, habría otros movimientos internos entre los componentes de las Escuadras supervivientes; varios Hostigadores actuales pasarían a la Infantería y a la inversa. Barril supuso que las nuevas asignaciones serían relatadas al final de la reunión.

En verdad esto daría una entidad nueva a ambas Escuadras, las cuales serían una suerte de Pelotón de poca entidad, y el orondo Cabo podría desempolvar una vieja idea que tenía aparcada por falta de medios y número de componentes, así como otros factores. Habría una Escuadrón de Infantería Pesada y otra Ligera, algo que casaba más con una unidad de ese tipo tal como Barril la entendía. Y claro, eso pasaba por nombrar un segundo al mando debido al número aumentado de efectivos en el Pelotón. Puede que en los Hostigadores pasara lo mismo, si es que el Cabo Ponzoña finalmente lo consideraba necesario.

Frontera, un hombre que había demostrado grandes habilidades a campo abierto quería decir algo. En los viejos tiempos eso se solucionaba tomando la enseña de la Compañía; habría que improvisar algo parecido en breve, o las reuniones oficiales parecerían más el patio de una escuela. Aunque el recuerdo de la Sargento Vientos usando el famoso método del puño en la boca sobre los que hablaban a destiempo hizo que en Barril surgiera una sonrisa salvaje. No obstante tan inquietante visión quedó oculta al resto por su eterno casco, una bendición sin duda en este caso.

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Se disolvía a los Campamenteros... no era una decisión baladí, pero era lógica teniendo en cuenta la situación en la que se encontraba la Compañía y el número de efectivos que tenía en estos momentos. Aún así y todo era un cambio de cierta relevancia, no solamente por su desaparición, sino por el hecho que aumentaría los efectivos del resto de las escuadras de hostigadores e infanterías, las cuales también había comentado el Capitán que sufrirían movimientos entre si. A romo le intrigaba saber que personas vendrían a su escuadra, si es que a él no le movían claro estaba. Entendía que esa información la dirían en breves momentos. 

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Reyezuelo se había encontrado a sí mismo hacía tan solo minutos. Había hecho las paces con sus ancestros y abrazado a sus espíritus a través del uso de los lujosos abalorios que ahora portaba.

Los espíritus de los más nobles K'haltas alimentaban su alma y protegerían su camino de ahora en más, o al menos de eso se había autoconvencido Reyezuelo.

Tonto el que haya pensado que las divinidades de Los Tres Castores se hubieron extinguido cuando la tribu murió, porque mientras el corazón de Reyezuelo latiera y sus pulmones de llenasen de aire ellos vivirían, y favorecerían el destino del orgulloso K'halta mientras les de honor, no tenía dudas. ¿Pero cuánto tardarán?

Minutos, fue lo que se respondió a si mismo Reyezuelo cuando Capitán anunció que la escuadra de Campamenteros se disolvía y sus miembros serían absorbidos por las ya existentes.

Un nuevo comienzo, para un Reyezuelo renovado, con más hambre y determinación que nunca para lograr que su nombre llegue al lugar que sin lugar a dudas le correspondía. La élite de oficiales.

No hubo tiempo ni espacio para lamentos ni reproches. Había estado determinado a llenar de gloria y renombre a la escuadra de Campamenteros, pero las vueltas de la vida quisieron otra cosa. Solo quedaba mirar para adelante y esperar a que Capitán comunicara cual era la dichosa escuadra nueva a la que se uniría el noble castor.

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Todo lo anunciado hasta aquel punto pareció quedar olvidado en el momento que Capitán pronunció aquellas palabras, la disolución de los campamenteros ya era un hecho.  Aquella era la respuesta de los mandos a las repetidas peticiones por parte de algunos miembros de tener un mando propio.

La decisión marcaría un antes y un después, paradójicamente todas las peticiones de Lombriz habían sido atendidas, aunque no de la manera que él pensaba.  El rumor sobre la continuidad o no de las escuadras era recurrente y por fin había tenido respuesta.  Aquello acabaría sin duda con la eterna disputa del campamento, los campamenteros siempre se habían sentido infravalorados y aunque quizá tuviera parte de razón también servía de excusa en ciertas ocasiones o por ciertos miembros.  

Los campamenteros ahora sería acogidos como iguales, dándoles las oportunidades que siempre habían demandado, pero también serían medidos por el mismo rasero.  

Lo que más llamó la atención de Grito fue el anunció de que habría movimientos entre los infantes y los hostigadores actuales, al parecer se había hecho un trabajo de reorganización profundo... solo el tiempo juzgaría si los cambios eran los correctos.

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Por un momento estoy a punto de responder cuando el Capitán anuncia la disolución de los campamenteros, pero al momento me quedo callado y poso una mano en mi barbilla, pensando. En estos momentos es Piojillo, el antiguo jefe de los campamenteros, quién está meditando la situación.

Observo como Frontera levanta la mano pues parece querer decir algo, y al momento yo también la levanto. Hay algunos asuntos que aclarar sobre este tema, cosas que me gustaría preguntar, y ya que no tenemos la enseña de la compañía no me parece mal utilizar el modo en que lo hace Frontera y antes que él Lombriz.

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Escuchó las palabras de Capitan y suspiró creando una nube de aliento. No era un suspiro de resignación, sino uno de alivio. Pensó que Matagatos iba hablar sobre cambios más profundos, cambios en las creencias de la Compañía. Lo que fuera para estar en sintonía en Nidal, vendiendo su alma a religiones oscuras. Mas lo que proponía era algo sensato, lógico e inevitable. Era verdad que los campamenteros era una unidad bastante desestructurada y en ocasiones marginada o minusvalorada. Aquello se acabó. No comprendía que a alguien le disgustara aquello, como auguraba el Capitán, salvo el apego tradicional y quizás Ballestero o Piojillo si al final terminaban sin ser mandos.

Sí que podía resultar en inconformismos a la hora de ver quien terminaba en un grupo o en otro. Pero le pareció un problema menor y nimio. Los oficiales debían haber valorado las aptitudes de cada uno de los campamenteros. La Infantería era eso, soldados resistentes y en teoría los más competentes cuerpo a cuerpo. Los Hostigadores eran unos "todoterreno". Buenos en muchas facetas. Capaces de múltiples tareas. Dinámicos. Habría que ver donde habían decidido encajar a los diversos campamenteros.

Lo que sí le causó cierta inquietud fue la afirmación que iba a darse cierta reestructuración y cambios entre los grupos originales, moviendo a hostigadores a la infantería y viceversa. Esperó que eso no le afectara a él. Creía estar bien donde estaba y no solo por comodidad y camaradería con el resto de compañeros de escuadra, sino por aptitudes.