Partida Rol por web

La drow extrajo una manzana de la mochila, la mordió y se la ofreció a Vilthur antes de encaminarse hacia su habitación.

Horas más tarde salieron de allí alimentados, repuestos y acicalados.

Abres los ojos y ves que no estás en la nieve, no tienes frio, al revés siente un agradable calor, te cuesta reconocer el lugar, estás en una elegante cama, tus ropas humedas han desaparecido, al lado de la cama hay otras diferentes, unas botas nuevas y secas, entonces lo reconoces, estás en tu habitación del Capitolio, estás a salvo por ahora. Notas como tus heridas se han sanado, estás como nuevo

Una mujer te observa desde la esquina de una de la habitación

-Aposté por ti y me has fallado -dice caminando hacia la puerta- A partir de ahora estás solo, deberás ganartelo antes de volver a tener mi favor

Sin decir nada más se va

Con mirada entre desafiante y agradecida, ví como mi última patrocinadora se iba por la puerta, dejándome solo de nuevo. Otra vez solo. Había quedado claro que ahí solo podías contar contigo mismo y recordaba claramente cómo ese cobarde de Lidar me había abandona para escabullirse. Con lo cerca que había estado de acabar con esa criatura pensaba mientras alzaba el brazo para cerrar mi puño. Ya casi había caído, y seguro que tenía algo sustancioso que obtener.

Pero ahi estaba, con apenas unas monedas de oro, unos trozos de papel, y unos pinchos. 

Lentamente, me levanté para salir de la habitación y encaminarme a la salida, en dirección al lugar donde podría vender lo que tenía y comprar algo nuevo.

Te diriges hacia el mercado, te enteras de que Anazareth está en su habitación descansando, la acompaña Villtur; es por eso que no te la has encontrado aún.

Suena una especie de alarma y en todas las pantallas hay la misma noticia, la repetición una y otra vez de como Vincent acaba con la vida de Lidar mientras ambos se enfrentaban a un duendecillo de hielo. Vincent acababa de ganarse el favor de uno de los patrocinadores

Anazareth sigue meditando, ves que al Capitolio acaba de llegar Lobatov, antes de poder hacer nada suena una especie de alarma y en todas las pantallas hay la misma noticia, la repetición una y otra vez de como Vincent acaba con la vida de Lidar mientras ambos se enfrentaban a un duendecillo de hielo. Vincent acababa de ganarse el favor de uno de los patrocinadores

    Sentado en el suelo con las piernas cruzadas Villtur alzó la mirada al contemplar la llegada de Lobatov, al parecer aquel peculiar personaje aún seguía con vida, pero antes de que ninguno de los dos pudiese decir o hacer nada, el aviso les advirtió de que Vincent seguía progresando, seguramente en la siguiente mazmorra. Aquel hombre parecía estar desarrollando su propia estrategia ganándose los favores de los patrocinadores pero al final del día lo que realmente contaría sería quien de todos aquellos desdichados siguiera en pie.

Anazareth despierta después de un descanso donde ha podido recuperar sus hechizos, Villtur sigue a su lado

...La oscuridad se fue dispersando, lentamente, a medida que abría los ojos. Ya no estaba luchando, sino tumbado en una mullida cama. Seguía herido, pero no corría ningún peligro aparente. Un movimiento a su lado le hizo ponerse en tensión, pero bajó la guardia en seguida, al darse cuenta de que no era más que el sirviente que había comprado. Eso, por supuesto, significaba que estaba en su habitación. En el Capitolio.

Se incorporó despacio, mirando en derredor, intentando discernir que había cambiado. Sentía un ligero dolor de cabeza, un mareo, pero fue remitiendo a medida que se acostumbraba al cambio; cada vez esos teletransportes eran menos molestos, pronto terminaría por hacerse a ellos. Fuera como fuera, era otra cosa la que le molestaba.

—¿Qué me...? —El hombre que tenía junto a su lecho intentaba agachar la cabeza, pero antes de lograr hacerlo había mirado furtivamente su ojo. Entonces se dio cuenta.

La visión era distinta. Clara, pero diferente. Parecía como si viera a través de un cristal, uno manchado de sangre. Se llevó la mano a la cara, y lo notó. Al momento se puso en pie. La cara, como si hubiera esperado ese justo momento, le ardía. Y el reflejo que le devolvía el espejo que alguien había colocado allí no era el suyo de siempre.

—¿Quién ha sido? —preguntó, sabedor de que tampoco obtendría respuesta. Al meno no por parte del esclavo.

Se fijó en un pequeño papel doblado, una nota. La cogió, la abrió y leyó. Tuvo que hacerlo dos veces para asegurarse de que era cierto, y entonces simplemente suspiró mientras hacía una bola con ella y la tiraba sobre la cama. Sudrak. El Patrocinador tenía una forma curiosa de pagar, o más bien de compensar. No es que le molestara su nueva habilidad, pero si que no hubiera preguntado. No en vano, aquella gema atentaba prácticamente contra todo lo que creía. Darle aquello era un recordatorio constante de lo fácil que era perderse, y sabía que, una vez lo hiciera, no podría volver atrás; se convertiría en otro de aquellos haraganes conformistas que seguían como borregos el dinero. Odiaba aquello.

Con un aguijoneo constante y un malestar que no lograba quitarse, abrió el cofre en el que guardaba su dinero y cogió una buena bolsa, que necesitaría. Esa noche dormiría allí, descansaría bien, pero después se pondría en marcha de nuevo. Tenía que volver a ver al comerciante para que le pusiera en contacto con el tatuador que le había dibujado las pinturas de guerra sobre el cuerpo; para cuando quisiera levantarse la mañana siguiente, ya habrían desaparecido. También necesitaba al médico, para que cosiera y curara sus múltiples heridas, incluso que le quitara aquél adorno de la cuenca ocular. Tal vez, después, tendría que acudir al comerciante de nuevo, en busca de algo que sirviera para sustituir el hueco. Por supuesto, reponer el elixir de sangre de dragón gastado era también una prioridad. Y, como no, pasarse a saludar a sus mecenas; les entregaría algo más de oro, con el que pensaba no solo mostrar su lealtad, sino comprar más favores.

Con todo eso en mente, salió de su cuarto y se puso en marcha sin dilación. No había tiempo que perder.

Hacía tanto tiempo que no se había encontrado tan agotada que no recordó la última vez que su cuerpo fue incapaz de mantener el trance para caer dormida. Despertar con Viltur, sin embargo, le hizo recordar que la pesadilla no había terminado y todavía quedaba mucha sangre por derramar.

- Despierta, mi alfa, hemos de ir a cazar- le susurró.

    Villtur enarcó una ceja, a diferencia de la elfa el no había dormido, de hecho se encontraba en pie tras haber visto a Lobatov, aunque al parecer este no había respondido en modo alguno cuando se cruzaron por lo que simplemente mantuvo su posición por si acaso terminaba intentando algo, no obstante no se molestó en comentar lo dicho por Anazareth.

    -Marchemos, otro tributo más cayó mientras descansabas.- Así que sin más preámbulos y tras compartir aquella información, se dirigió hacia los transportadores.

Como había planeado, salió de la habitación y fue directo a ver al mercader, al que saludó con una sonrisa tirante. La cara le dolía, la gema del ojo le molestaba y no se sentía cómodo. Eso duró hasta que el tendero, asombrado, le dijo lo que era aquello.

—¿Un injerto? —preguntó, dubitativo, cuando el otro acabó la explicación; al ver que volvía a asentir, se quedó pensativo.

Jamás había oído hablar de tales cosas, pero el hombre sabía mucho más acerca de esos temas, y no parecía mentir. El llevar una parte de una criatura muerta no es que le agradara mucho más, pero de repente se sentía más tranquilo, calmado. Ahora que el nudo que tenía en el estómago se había desatado, podía pensar con claridad.

Su mente trabajaba sin descanso, incapaz de entrever el poder que eso podía reportarle. Una fuerza extraordinaria sin tener que recurrir a la correa de la riqueza, habilidades más allá de su alcance, todo a través de la mejora de su propio cuerpo. Requería de medidas extrañas, incluso deplorables para muchos, pero si funcionaba, no importaría; conocía a otros como él que eran incapaces de tocar un cuerpo muerto sin sentirse mancillados, pero no era de esos. Para él, la violencia y la muerte eran parte de la vida, inherentes a ésta, necesarias incluso. Estaba dispuesto a lo que fuera por ganar ese torneo a su modo, dependiendo lo justo de la magia, utilizando si era imprescindible la de otros, pero sin caer en la tentación de ser el mismo que la esgrimiera. Cuando llegara al final y fuera el último en pie, habría demostrado que un corazón fuerte y un espíritu inquebrantable eran las cosas que enaltecían realmente a los humanos. Una vez eso quedara claro, romperían las cadenas que los esclavizaban, estaba seguro.

—Quiero saber más. ¿Tienes otros ejemplares a la venta?¹ —cuando el mercader sonrió y se frotó las manos, supo que si—. Enséñamelos.

Cuando salió de allí, había echo algunas compras y seleccionado un par de mejoras para sí mismo, quedando para la inserción un poco más tarde. Antes, debía hacer otras cosas.

Se dirigió en segundo lugar hacia el sitio dónde la primera vez que había estado en el Capitolio le dijeron que podrían curarle. La bolsa que llevaba aún le pesaba, así que confiaba en poder pagar los servicios del sanador. Al llegar, como iba siendo habitual, saludó con amabilidad, se presentó y mostró sus heridas, especialmente aquella que le había hecho cojear desde el combate con el mephit.

—Necesito arreglar este estropicio. Tengo oro para pagar.²

El proceso duró un rato mientras cada sitio dónde había sido marcado iba dejando solo una cicatriz. Había clérigos capaces de eliminar cualquier rastro, pero él prefería no hacerlo. Cada una era un recordatorio de que no era invencible, de que podía morir. Le hacía mantener los pies en la tierra.

Por último, en plena forma y ya casi pensando en como quedaría su cuerpo tras la intervención, mantuvo la cabeza fría para ir a ver a los patrocinadores. No podía irse de allí sin demostrar el debido respeto, pensara lo que pensara de ellos.

Con Sudrak tuvo que hacer un esfuerzo por no increparle por aquella pérdida de tiempo, haciéndole retroceder solo por un capricho. Al final, había tenido lo que quería —la muerte de Lidar—, y había sabido recompensarlo, así que le dio las gracias. También le entregó una pequeña suma, a sabiendas que tal vez acabara necesitándole otra vez. Puede que incluso hiciera mejor las cosas.

Con Imgur no tuvo que ocultar nada. Había sido la primera en confiar en él, y también quien le había salvado la vida con esas curaciones que le habían renovado en medio del combate más duro hasta ese momento. Esperaba no defraudarla; es más, quería incluso complacerla. Se sentía en deuda con ella, y la entregó otra pequeña bolsa que, aunque no era suficiente, tampoco necesaria. Era un recordatorio de que no olvidaba a quienes le apoyaban.

A Glith y a Kron pasó a saludarles, a presentar sus respetos por su apoyo. Aunque el primero aún no había hecho nada por él, y el mecenazgo del segundo era escaso de momento, no podía olvidarse de ellos. Esperaba que, cuando les necesitara, ellos no lo hicieran con él.

Al último que se acercó fue a Lea, tan solo para hacerle una reverencia. Después, con algo menos de peso³ pero satisfecho, regresó con el mercader. Era la hora.

Anazareth no habría esperado que Viltur velase su sueño y había hablado sin verle, aquel gesto le hizo sonreír, si el cambiaformas hubiese querido podría haberla matado mientras descansaba pero en lugar de eso la había protegido.

- ¿Otro más? -preguntó mientras se alzaba, ponía su armadura y se organizaba con sus armas- Si es así, ¿cuántos quedamos?

    -Salvo que los organizadores nos guarden alguna sorpresa, deberían de haber caído ya la mitad, así que seis en total.- En verdad no estaba seguro del criterio que se había seguido para los tributos, Villtur había creído oír que el total de distritos eran doce y que de cada uno de ellos se enviaba un campeón o tributo, según como les gustaban llamarlos a los patrocinadores. Aquello le llevó a pensar, seguían siendo más de dos pero eso no parecía del todo una excusa para que ella pudiese decidir romper la tregua en el peor de los momentos, aún considerando aquella posibilidad, el cambiaformas mantuvo la calma.

    -Yo ya estoy listo, así que si ya has terminado podemos salir.- No estaba del todo seguro de si Lobatov seguía por los alrededores, él si que era una amenaza más cierta pero no había dicho nada cuando sus miradas se cruzaron poco antes.

Iba a doler, pero lo tenía claro. A pesar de que seguía reacio a usar partes de no-muertos —la nigromancia era vil—, sabía que al igual que había utilizado al ifrit también usaría aquellas armas. Servirían a sus propósitos, a un bien  superior.

—Estoy listo.

Aquella armadura de hueso y ese brazo serían una poderosa combinación de fuerza y protección. ¿Quién iba a detenerle entonces?

Allí dentro había perdido la noción del tiempo, pero la exploración los combates y las intervenciones quirúrgicas habían agarrotado su cuerpo; un rato de meditación no era suficiente para liberar todo el estrés acumulado, así que decidió pasar unas horas más durmiendo.

Cuando despertó, se sentía mucho mejor. El dolor causado por los injertos había remitido hasta convertirse en una molestia aceptable, que iría desapareciendo a medida que se acostumbrara a su cuerpo modificado. Sentía la mente clara, el cuerpo descansado y, en general, listo para continuar.

Guardó el oro que le quedaba —una cantidad mucho menor ya— en el arcón, que cerró con llave. Se despidió de Castus, al que prometió de nuevo su libertad si demostraba lealtad hasta el final —un buen primer paso hacia la bondad que seguro guardaba en su corazón—, y se encaminó otra vez más hacia el dungeon.

Te metes por el teletransportador y apareces una vez más en el Capitolio. Desde allí puedes ver que eres el segundo en pasar por esa salida. Villtur y Anazareth están en las mazmorras del nivel 3, mientras que Vincent está en la de nivel 5

Me dirijo directamente para intentar vender los objetos inservibles para mí, esperando que sean valiosos, y antes de que me manden de nuevo a otro laberinto.