Partida Rol por web

Tras recibir las órdenes se puso en camino, entrando directamente a la mansión y llamando a las respectivas puertas, parecía que iban tantas marionetas como habitaciones a las que hubiera que llamar y llamaban al unísono, esperaban un rato y volvían a llamar más fuerte.

-El Maestro de Armas Oulos reclama vuestra presencia en la Plaza de Prácticas. Abra la puerta para que pueda ayudarlo a prepararse o entraré y la prepararé a la fuerza.

Esa voz con entonación monótona y bastante metálica parecía cobrar una autoridad igual a la autoridad que se le obligaba a ejercer.

Se me pegaron las sábanas. Me costa mucho... despertar. Aquellos prácticamente me desconectaban de toda realidad. Recuerdo una vaga sensación de estar sumergido en líquido amniótico, y... quizá algo de Alice, pero no estoy segura... seguro, seguro.

Me miré las manos. Sí, eran las manos de Alice. Cerré los ojos y dejé que todo volviese a la... ¿normalidad?

Abrí los ojos. Tenía manos de niña. Sí, mucho mejor. No era el cuerpo de un hombre, ni uno estrambótico, pero seguía siendo un cuerpo. Parecía algo menor de trece años, y quizá mi cuerpo lo fuera, pero daba igual. Podía haber crecido poco hasta ahora, o no. Era... soy, un metamorfo, poco importa la apariencia cuando puedes tenerlas todas.

Frotándome los ojos con las pequeñas manitas, apartándome el pelo, intenté desperezarme.

- Ya va- grazné con voz dulzona y aniñada, fruto de las nuevas cuerdas vocales a las que no estaba demasiado acostumbrado y al exceso de somnolencia.

Deambulé hacia la puerta con paso tambaleante, pues no estaba volando sino andando, y la abrí. Miré al grandullón.

- ¿Prepararme? Vale- le solté con una sonrisa... ¿fingida?. Ni yo lo sabía.

Hubiese volado, pero estaba tan cansado que ni recordaba que podía hacerlo. Fruto una vez más del cambio de identidad. Malditos cambios de identidad...

La marioneta entró y se quedó bajo el marco de la puerta esperando a la niña

-Tiene hora y media para presentarse en la Plaza de Prácticas con el uniforme de su mansión, estoy encargado de ayudarla y escoltarla hasta dicho lugar. Si necesita ayuda en algo digalo y lo hare.

La voz metálica y monocorde le daba aun mas frialdad al mensaje que estaba enviando

- Tranquilo, estoy... bien, creo- respondió Trece volviéndose a frotar los ojos.

Esta vez, por fin, consiguió elevarse en el aire y quedarse flotando, suspendida como una marioneta colgando del techo. Se deslizó como el viento hasta el armario y lo abrió. Dentro estaba lo que buscaba... su ropa, aunque no la necesitase.

Se calzó los pantalones y la túnica, a juego, y se miró el cuerpo... quedaba extraño. Vestía de negro y blanco, como una acótila. Su apariencia aniñada no pegaba nada. Miró su símbolo... la muerte alada. Ella volaba, y podía matar. No, definitivamente no era momento para niñerías. Además, era un gran día.

Cerró los ojos. Los abrió, y en esta ocasión, eran rojos. Su ropa era la misma que se había puesto... pues antes en realidad, estaba desnuda, y era su piel la que parecía ser ropa.

Miró al sirviente.

- ¿Vamos, grandullón?- dijo con rostro inexpresivo y voz confiada.

Hacía poca vida social, pero este era uno de mis tres alumnos y, por una vez, que recibiera la visita de alguien que no fuera un científico o un médico no estaría mal.

Asique entré en la mansión y subí tranquilamente por las escaleras hasta llegar a su cuarto, al cual llamé suavemente.

-Trece, soy Lamón, tu instructor de energía corporal -se me hacía raro hablar tanto, normalmente solo usaba palabras sueltas- tengo que hablarte sobre las pruebas de mañana y me gustaría saber que tal han ido las pruebas de hoy.

Me quedé esperando en la puerta, balanceándome, no estaba acostumbrado a la vida social.

¿Maestro Lamón?

O no, y yo con estos pelos. Digo... orejas.

Aún conservaba las orejas de gato. Me levanté al vuelo de la cama mientras cambiaba de forma.

Orejas de gatita fuera, por el amor de dios. Un hombre, un hombre.

Y ahí estaba, un hombre frío y educado de ojos verdes, manipulador y carismático, bello. Era aceptable para ver a alguien tan a social como Lamón. Era mejor que una gata recién nacida, desde luego, y no era una personalidad a social. Eso hubiese sido mucho para alguien como Lamón. Uno bastaba, dos harían el esfuerzo inútil.

Abrí la puerta.

- Maesto Lamón- dije haciendo una reverencia- Pase, por favor. O salgo yo, como quiera.

Mi voz estaba llena de respeto y honor, pues a ese hombre le debía mi creatividad espiritual y mi control a nivel anímico. Sin sus enseñanzas no sería nadie.

- Las pruebas han ido bien, las he superado con éxito en siete rondas. Premio, podría decirse. También respondí el primero y con éxito a la pregunta sobre La Dama.

Era obvio que quería, si bien no impresionarle, hacerme valer como discípulo ante él. Mi flaca voluntad, reforzada con su armamento de múltiple utilidad, salía a luz ante ese hombre, pues él era mi... mentor, patrón.

Sabía que alguien iba a explicarme lo de mañana, pero no sabía que sería él. Fue una grata sorpresa, y hubiese sonreído de no ser porque estaba muy ocupado siendo... un buen alumno, y un buen "agente".

Entré en la habitación y miré alrededor, no sabía como se empezaban estas conversaciones.

-Me alegro... verás yo no se mucho de estas situaciones, pero creía que ver a alguien que no fuera un científico por una vez te sentaría bien... ¿he acertado?

Se sienta a los pies de la cama y mira a Trece ladenado la cabeza, como si fuera un niño probeta recién salido del tubo.

- Bastante- respondió Trece mientras cerraba la puerta a sus espaldas-. Póngase cómodo- aclaró añadiendo un gesto de la mano-. Su compañía siempre es bienvenida, Maestro Lamón. Dadas mis excepcionales circunstancias, es usted un modelo a seguir... en casi todos los aspectos- aclaró, pues estaba claro que su poder metamórfico no casaba con la falta de habilidades sociales que parecía sufrir el hombre.

-Me alegro de oir eso, lo de en "casi todos los aspectos"... creo que nadie es un modelo perfecto a seguir, siempre hay cosas que no te cuadran... -entonces da un suspiro- perdona por divagar, a lo que iba. Mañana Tendréis una prueba de combate contra un muñeco, una marioneta de combate, ya sabes... combatireis todos a la vez, pero solo tendrás que derrotar al tuyo. Cuanto más rápido y más efectivo seas, mayor puntuación- dice mientras se mira las manos como si se distrajera con cualquier cosa.

Asentí a todo. Tenía razón, y era una misión fácil. Los refuerzos eran cuanto menos un equipo pesado de demolición. Poco o nada me costaría, uniendo mi fuerza y mis armas, aquella mole. Si tenía armadura, poco a poco la iría destruyendo bajo el peso de los golpes. Pero había muchos factores importantes.

- Maestro Lamón, puedo hacer unas preguntas?- supuse que sí, así que seguí directamente. Él siempre podía cortarme y no contestarlas-. ¿La marioneta ataca? ¿Se defiende?

Eso era importante. Las estrategias de combate variaban en función de cómo se comportase tu adversario. Y yo sabía mucho sobre combates, si bien podía ser parco en otras áreas.

- ¿Cuando dice que debemos derrotarla...- añadí, pues las dudas seguían-... se refiere a destruirla? ¿O basta con inutilizarla?

-El muñeco está programado para que te tome como un intruso, por lo que atacará y se defenderá con daño letal -dice como el que da el parte meteorológico- Dama estará preparada para evitar casos de muerte, pero eso no quiere decir que no os lleguen a herir de gravedad. Es un combate, cuando deje de moverse, será cuando la hayas vencido.

- Entendido, Maestro Lamón- confirmó Trece-, intentaré no fallar- pues no podía prometer nada.

Cuando tuviera a la mole delante vería cómo proceder, confiaba en su instinto. Pero desde luego iba acumular sus energías hasta volver a dejarlas a mínimos. Ya vería si se dedicaba a contraatacar, encadenar golpes, o simplemente destrozarle con un golpe demoledor. Desde luego, no podría usar trucos como inutilizarle, noquearle o apresarle. No, debía destrozarlo.

Sonrió.

El maestro Lamon se levanta y sale de la habitación, revolviéndole el pelo a Trece según sale, y dejándolo solo para que se prepare, relaje o duerma.

Pasó la noche y entonces se oyen unos golpes en la puerta

-Señorita Trece, vengo a despertarla y traerle un desayuno apropiado pues tiene una hora para presentarse en la Plaza de Prácticas.

La voz metálica y monocorde de la marioneta se oía a través de la puerta

Aparentemente vestido, pues en realidad estaba desnudo, abrí los ojos y eché a levitar, separándome de la cama y surcando el aire hasta abrir la puerta como un maniquí inerte. Miré a la marioneta. Mi ropa era mi piel, transformada, y era casi imposible notarlo. Era como tener una segunda capa de piel, con la apariencia y textura de la ropa.

Miré la comida y ladeé la cabeza. ¿Ese era mi desayuno?

Tenía prisa, mucha prisa. Cuanto antes empezase antes acabaría y antes podía descansar. Y tenía que demostrarle a Lamón si valía o no...

-Señor -dijo la marioneta tras lo que dejo el desayuno encima de la mesita- su desayuno está compuesto de los alimentos y nutrientes que va ha necesitar pero escogidos y puestos en los alimentos que más le gustan, señor.

Gracias, respondí al tiempo que cerraba los ojos y me sentía crecer. La piel se tornó gris, aparentemente dura cual roca pero con la misma consistencia de siempre. Las manos se volvieron pétreas, y la mandíbula batiente, de apertura colosal.

Agarré la bandeja con tres dedos de aquella manaza y deslicé los alimentos cuesta abajo, hacia el interior de la boca.

Una vez allí, abrí y cerré una y otra vez las fauces. Pude saborear la comida, pero poco. Estaba tan ansioso por acabar con aquella situación que no me fijé en absoluto en los alimentos. Debiera haberlo hecho, pues de seguro hubiese sido interesante saber qué alimentos creían que me gustaban, pero no podía. Es que no podía. Tenía algo más importante en mente.

Volví a mi forma anterior, tendiéndole la bandeja a la marioneta

- ¿Vamos?- pregunté en tono monocorde mientras esbozaba una sonrisa macabra.