Partida Rol por web

El golpe de Hank corta con precisión el tórax del escorpión. Touran hace que más sangre brote del mismo alacrán. Finalmente, Quivalen lo remata de un bastonazo y ya no se levanta.

Amílcar se coloca y con precisión acaba con la vida del último.

Una vez el combate ha terminado, Amílcar se cuelga el arco al hombro y se dedica a inspeccionar los alrededores en busca de nuevas sorpresas ocultas.

-Espero que no haya más de bichos por aquí.

-¿Qué tal estás, Hank?--pregunta el nómada con tono preocupado a su compañero--Esos animales suelen ser venenosos, pero creo que su aguijón no ha logrado acertarte, ¿verdad?

No estoy demasiado mal compañero. Responde tras el combate inesperado con los escorpiones doliendose del golpe recibido por uno de ellos y pensando en lo afortunado que es por no haber recibido una picadura.

Déjame que eche un vistazo a esas heridas y me asegure que no hay veneno. Estas criaturas son ciertamente peligrosas.

Tras matar a los escorpiones, proseguís vuestra marcha y cuando ya ha anochecido, os detenéis a guareceros del frío nocturno lo mejor que podéis.

Déjame ver esas heridas. El Fénix se encargará de que te encuentres mejor... - dicho esto y tras una breve oración las heridas de Hank empiezan a sanar.

Amilcar, todavía estás muy débil... - imponiendo su mano sobre el nómada, Touran dice con firme voz.

Señor de los Cielos, restablece la salud de tu hijo...- una extraña calidez inunda a Amilcar sintiendo como la debilidad lo abandona.

10 de aelmont (invierno), 422 DC

Descansáis plácidamente y la magia y los cuidados de Touran os permitan afrontar un nuevo día en estas áridas tierras con mayor ánimo una vez ya recuperados de las heridas de los necrófagos.

Avanzáis a buen ritmo durante horas. Ya por la tarde, en un momento en que Hank encabezaba la marcha en el ascenso a una duna, una especie de cucaracha de diez pies de longitud emerge por sorpresa del suelo. Estaba totalmente enterrada y por eso no la habéis visto antes. Con unas mandíbulas impresionantes, aferra con fuerza a Hank. El kharoliano nota no sólo el dolor de las mandíbulas, sino también como la saliva de la criatura corroe su carne. Más allá, una segunda criatura casi del mismo tamaño se desentierra también y avanza hacia vosotros con actitud amenazadora.

¡Ankhegs!, grita Quivalen.

¡Tienen unas mandíbulas descomunales y a veces incluso escupen chorros de ácido!

Reconoces que son ankhegs: enormes criaturas originadas en tiempos inmemoriables por experimentos arcanos y que se entierran en el suelo para emerger sorprendiendo a los incautos.

Sabes además que poseen una limitada capacidad para escupir un chorro de ácido atrapando a varios enemigos, pero se limitan a hacerlo en situaciones desesperadas.

Kholtar avanza hacia la criatura más alejada, como si fuera algo personal. En un momento el minotauro se abalanza en un abrazo de púas contra el bicho.

Sin amedrentarse por el tamaño y la fiereza de la criatura, Kolthar se lanza contra ella y la estruja contra su armadura. El ankheg suelta un alarido de dolor.

Hank trata de zafarse, pero no puede con el férreo abrazo de la mandíbula del ankheg. Mientras, el otro logra quitarse de encima a Kolthar.

Quivalen se desplaza rápidamente y conjura una centella eléctrica, pero no acierta a dirigirla bien.