Partida Rol por web

-Y bien, Yurev de los Ravnos. Nos ayudaréis a cortar las redes de Kupala. Sólo vos podéis hacerlo.

Yureve se pasó la mano por la nuca y torció el gesto. El tal Anatole no tenía reparos en hablar con franqueza y responder a sus preguntas, sin embargo... Sin embargo, sus respuestas abrían paisajes brumosos y cenagosos.

-Son afirmaciones muy... extrañas. ¿Kupala? ¿Quién es? -Meneó la cabeza impaciente-. ¿Y por qué los míos han de pintar nada? ¿Por qué yo he de pintar nada?. No lo sé, Anatole, hablas con mucha seguridad, pero no sé si sabes lo suficiente como para afirmar de tal manera. No creo pintar yo mucho entre los míos, y los míos no suelen pintar mucho en ningún lado.

Dio un paso hacia el vástago.

-Dame una razón para creerte y seguir el camino que indicas.

El Malkavian alzó la mirada.

-Kupala es un demonio. El demonio que traerá el fin a este mundo. Hay en esta ciudad un grupo de los tuyos que le rinden culto y quieren acelerar su venida. En mis visiones te he visto a ti, Yurev Krecenko, hendiendo un clavo en el costado del demonio. Es toda la verdad que tengo.

El viejo ravnos arqueó un ceja y miró de arriba a abajo a Anatolias. Nadie en su sano juicio podría tomar por ciertas las palabras de alguien con semejante aspecto tan lejos de su hogar. Sin embargo, los acontecimientos y la insistencia le habían llevado hasta allí. Hasta Delhi. Sin embargo, nada de lo que escuchaba de labios de Anatolias tenía gran sentido... Sonrió.

-Bien, me has convencido. En realidad no del todo, pero alguna razón ha de haber para que nos hayamos encontrado. Me confiaré al destino que nos ha unido. Te seguiré Anatole y escucharé tus palabras -concluyó tendiéndole la mano.

-No es a mí a quien debes seguir, sino a mis palabras de las cuales no soy sino un mero portavoz -confesó Anatole con la mirada perdida, como si vislumbrara una realidad ajena-. He sabido que los Ravnos locales se reúnen cada noche en lo que llaman la Corte de Ladrones, en las ruinas de un viejo tiemplo bajo la lonja de la ciudad. Si es voluntad de Dios allí podrás encontrar a alguien que conozca el culto a Kupala, si no a los propios cultistas...

Viendo que su saludo no era correspondido, Yurev apoyó las manos en las caderas y se quedó contemplando una vez más al vástago. Algo en su interior le repetía una y otra vez que confiarse a las palabras de Anatole era una locura y que quizás fuera más sensato ignorar aquel confuso pasaje para seguir su camino.

Pocas veces he construido mi camino sobre certeza y, además, ¿qué son las certezas?

Yurev chasqueó la lengua.

-Está bien. Iré para alla. Te preguntaría si volveremos a vernos, pero no creo que me respondas con gran claridad. Imagino que el destino dispondrá -añadió antes de volverse para regresar por donde había venido y encaminarse hacia la lonja siguiendo las indicaciones de Anatole.

El Ravnos recorrió las calles al amparo de la luna henchida que reinaba el cielo. La noche estaba provista de cierta frescura y la brisa acariciaba sus cabillos proporcionando cierto confort a su mente turbada con preguntas sin responder.

Valiéndose de sus sentidos y su dones alcanzó la explanada de la lonja. Un patio pavimentado rodeado de unos soportales donde Yurev supuso que se situarían los puestos para el mercadeo. Rodeó el lugar, buscando una forma de acceder al subterráneo para seguir las indicaciones del Malkavian. Al final encontró una brecha apartada con escalones apenas insinuados. La gruta le condujo a un túnel que terminaba en un punto cegado por una pared de roca viva. Unas ratas negras y engordadas recorrían el lugar, casi como si estuvieran de guardia...

Yurev detuvo un instante sus pasos al verse bajo la mirada de las ratas. Extendió una mano para tocar las paredes de piedra, como si quisiera asegurarse que cuanto veían sus ojos se correspondía con lo que tocaban sus manos. Miró de nuevo a las ratas y sonrió. A quien quiera que rindan cuentan sus ojos ya sabrá que estoy aquí.

Se acercó con las manos extendidas y, a cierta distancia, se agachó para ofrecerse a los animales.

-Solo soy un familiar que llega de muy lejos a una tierra extraña con la que solo ha podido soñar...

Una de las ratas se irguió sobre dos patas y sus pensamientos llegaron a la mente de Yurev.

Hueles como otros tras la pared no pared

Porque somos de la misma familia; compartimos la misma sangre. Pensó Yurev para que la rata le escuchara. He venido de lejos para verlos, ¿podrías decirme cómo llegar hasta ellos?

-Ellos cruzan la pared. Como yo cuando entro en un agujero.

Yurev se puso en pie y arqueó una ceja mirando la fría pared de piedra.

Gracias , pensó lanzando una última mirada a la rata.

Preguntándose qué le esperaría al otro lado y si sería bien recibido, Yurev extendió la mano y se dispuso a cruzar la piedra.

Yurev sintió el tacto rugoso de la pared. Apretó un poco y según insistía su mano atravesaba la roca, como si tocara arena.

Atravesó así la pared por enteró y accedió a una amplia estancia. Los candelabros proporcionaban una ambientación tenue. Una docena de figuras parecían estar festejando. Unos bailaban sobre el suelo alfombrado, otros intercambiaban objetos, dos de ellos competían lanzando cuchillos contra unas marcas en un poste de madera. Lo había de varias etnias: zíngaros, hindúes, árabes...

Un par de llos se volvieron hacia Yurev.

Yurev aprovechó el instante de sorpresa que sintió ante tan particular reunión y sonrió maravillado mirando en derredor, esforzándose por aparentar una juvenil fascinación. Llevaba tanto tiempo sintiendo por recuerdo, tratando de no perder la chispa y echar mano de cualquier cosa para aparentar y que sirviera a sus fines, que a veces ya no sabía a qué respondían sus acciones.

-Di... disculpad -dijo en griego esforzándose por sonar tímido y apabullado-. Es cierto pues... Disculpad, pero escuché rumores de camino a aquí de asambleas en el que uno de los míos podría encontrar resguardo lejos de juicios y miradas de desprecio.

Una mujer con un ceñido vestido azul celeste se acercó unos pasos hacia Yurev. Lo escrutó detenida un instante. Luego sonrió.

-¿Quién eres tú, heramo? ¿Vienes de muy lejos?

Yurev sonrió y correspondió a la atención de la gitana con una teatral inclinación a modo de saludo.

-Mis respetos, hermana. Vengo de poniente, hace largo tiempo que dejé atrás los Cárpatos junto a mi kumpania... ¿O eran los montes del Peloponeso? -Meneó la cabeza fingiendo confusión-. Disculpad, pero en ocasiones se mezclan en mi cabeza cosas que viví con cosas que... no viví. En cualquier caso, emprendí el camino a oriente y poco a poco fui escuchando que en Delhi los phralmulo podían encontrar descanso y refugio... Todas mis experiencias con los shilmulo se cuentan por afrentas y desengaños y llevo tiempo vagando en el desengaño.

La gitana le sonrió y sujetando los extremos de la falda del vestido con la punta de los dedos le correspondió con una exagerada reverencia.

-Eres entonces bienvenido a nuestra tropa, pero antes hemos de conocer tu nombre. Y a cambio de nuestra hospitalidad, tal vez puedas regalarnos una historia. Quizás de alguna de esas dasafortunadas experiencias.

Yurev asintió y se dejó conducir por la gitana a un lugar donde poder acomodarse para poder comenzar a hablar.

-Quizás pueda hacer algo mejor... -dijo recogiéndose el cabello con una de las cintas bordadas que ceñían sus muñecas. Bien sabía del efecto de la pausa para alimentar la atención-. Porque contar lo que me pasó no es algo muy difíficil que no pueda hacer cualquier shilmulo; por eso os contaré un cuento. Uno que me sucedió tal y como os voy a relatar...

Hace mucho tiempo, en una ciudad de oro y marfil, el destino unió a un mago, una niña y un caballero. Ninguno de ellos se conocía de antes, y la necesidad de todos ellos hizo que las bóvedas de santos y oro vieran su encuentro. La niña era el tesoro más preciado de uno de los grandes sabios que moraban en la ciudad, y eligió cierta noche para que los grandes y sus familias pudieran disfrutar de su voz y su gracia. Ni el sabio ni los grandes señores sospechaban que aquella niña llevaba tiempo maquinando una treta, una broma que haría temblar su orgullo y el de la ciudad que habitaban.
A aquella misma reunión acudió de improviso un mago venido de oriente, miembro de un linaje maldito y casi extinto, que había sido convocado por su maestro para hacerse con una extraña reliquia que allí se custodiaba. Decían que se trataba de una corona, y el mago ya planeaba quedársela para sí y dejar atrás a su maestro, pues había escuchado que en otras tierras su linaje había sido poderoso, ilustre y soberano.
Sin embargo, el mismo objeto lo deseaba un caballero venido del norte, de un ilustre y renombrado linaje en cuyo corazón chocaban la ambición con el fervor más sincero. Tal era su devoción que Dios le concedió un extraño poder para vencer en su lucha: con su ojo derecho podría ver sus propios demonios y los de su prójimo, pero si abría el ojo para verlos, cualquier bestia de la noche podría encontrarle.

Pero los tres fueron engañados, pues la noche en que se encontraron...

Yurev dio rienda suelta a sus recuerdos y a los sentimientos que se esforzaba en encontrar en imágenes y sonidos. Así, hablando e inventando, confesándose y mintiendo, regresando entre las palabras al niño que había sido, sintió despertar una extraña nostalgia de tiempos pasados, mortales e imperecederos. Constantinopla, Roma y Viena; Francesco, Rosalía y Thomas; Anil, Anahi, Dadan y Lumitsa...

Conforme Yurev fue hablando, todos los presentes dejaron lo que en ese momento hacían y acudieron a sentarse en torno al Antiguo Ravnos. Lo miraban con atención absoluta, mientras las palabras de Yurev danzaban en sus oídos. Los tenía totalmente entregados.

Por un momento se vio a sí mismo desde fuera, como si no fuera él quien estaba contando aquellas historias. Entonces le dio por preguntarse que habría sido de sus compañeros, de sus enemigos, de las reliquias y los tesoros que habían ambicionado todos en décadas pasadas. Dónde estaría todo aquello mientras él se encontraba en aquel confín del mundo.

Entonces recordó a Anil y Anahi, desaparecidos hacía siglos, y de las historias que le contaron siendo él todavía mortal.

Y heme por fin aquí, en el hogar de mis padres...

Yurev sonrió.