Partida Rol por web

-Oh, pero hay que mantener las apariencias, ¿no? -respondió con una falsa sonrisa-. Y según las apariencias Oana y tú regentáis el burdel y yo... soy una ramera. Así que vete, antes de que mi trabajo entre por la puerta.

-¿Una ramera?  Yo... Pensaba que era la mascarada que habías llevado con Oana la primera noche. Pero no tienes porque hacer esto. Ni recibir a un cliente. Esta también es tu casa. ¿Quieres pasar el día en mi habitación? Es bastante grande y parece muy cómoda. Yo... Dormiré en otro sitio si lo deseas.

En ese momento la puerta se abrió y Rodrigo entró en la habitación.

-¿Estáis bien, Rosalía? -preguntó el mortal anhelante-. Me han dicho que me esperabais aquí y he oído que discutíais con alguien. ¿Os está molestando este... caballero? -preguntó con evidente desprecio.

El Ventrue lo miró de manera fulminante.

Sí, ésa fue la mascarada que llevé la primera noche, y ahora entiendo por qué Oana la eligió para mí.

-Rodrigo -dijo cuando el joven apareció-. Estoy bien, el caballero ya se iba -miró significativamente a Thomas sin dejar que su desconcierto ablandara su enfado.

-Sí, Rodrigo -dijo Thomas apretando los dientes y el puño-. Ya me iba.

¿A qué viene esto ahora? Cuando mejor te he tratado. Sabiendo lo que siento... -pensó mientras la miraba fijamente.

Entonces relajó los músculo y apretó bajo el brazo las prendas que llevaba.

-Tan sólo había venido a que la Señorita me aconsejara sobre qué ropas le gustaban más para mí, ahora que por fin podía dejar de vestir como un plebeyo. Quería estar a su altura, pero veo que eso es imposible. Disfrutad. Yo haré lo mismo- sentenció antes de dar un portazo.

Rosalía escuchó a Thomas con gesto impasible, y apenas se alteró cuando dio el portazo. Para sí, sin embargo, pensaba que tal vez había sido injusta con él. Estaba enfadada y rabiosa con Oana, no con él. Pero al fin y al cabo era su Chiquilla, y en cualquier caso debería saber qué puede ofender a una mujer.

Se volvió hacia Rodrigo y le sonrió.

-Disculpad... -dijo recuperando la misma tímida actitud de la primera noche-. Es mi... protector, pero está un poco disgustado -hizo un leve ademán y se acercó a Rodrigo-. Pero no quiero hablar de eso. ¿Me ayudáis? -añadió dándose la vuelta para ofrecerle el corpiño a medio desatar-. Me han dicho que habéis preguntado por mí... ¿Y vuestra dama? ¿Ya no os aflige el corazón?

El mortal se acercó, con cierta ansiedad y comenzó a terminar de desatar el corpiño.

-No. No he vuelto a pensar en ella porque todos mis pensamientos han sido para vos -aseguró con voz temblorosa. Entonces la abrazó desde detrás por la cintura-. Nunca. Nadie me había hecho sentir como vos lo hicisteis aquella noche. No he podido librar mi mente de ese recuerdo. Venid conmigo. Desposémonos y vivamos juntos para siempre- le pidió susurrando a su oído.

Enternecida, Rosalía ocultó una sonrisa.

-Ven -dijo girándose de nuevo hacia él para tomarle la mano y guiarlo hasta el lecho-. Yo no puedo... dejar de ser lo que soy -le habló en susurros mientras lo desnudaba-, pero dime: ¿Si hubiera una manera de estar juntos para siempre, fuera cual fuera, lo querrías? Fuera cual fuera -repitió acercándose para besarlo.

El la besó y la miró fijamente a los ojos

-¿Para siempre? ¿Y podré sentiros para siempre?

Ella le mantuvo la mirada sin apartarse apenas de su rostro.

-Sí, y más que nunca.

-Sí -susurró él-. Haría lo que fuera... lo que fuera...

Tan pronto respondió, Rosalía acercó los labios a su cuello y mordió. Bebió hasta casi saciarse, le lamió las heridas y se separó de él, tumbado bocarriba sobre el lecho. Se llevó la muñeca a los labios y con un leve mordisco se abrió la piel.

-Bebe -dijo llevando la herida hasta la boca de Rodrigo-, y estaremos juntos para siempre.

El mortal sucumbió al éxtasis del beso. Apenas consciente abrió los labios para deja que la Vitae que goteaba de la muñeca abierta de Rosalía los mojara y cuando su lengua probó su sabor, cálido, mágico y maldito, se incorporo para succionar directamente de la herida con ávida necesidad.

Rosalía apartó por fin la muñeca de los labios de Rodrigo y pasando la lengua por ella cerró su herida. Después se acomodó junto a él y lo miró con una sonrisa satisfecha.

-Hay algunas cosas que tienes que saber... -dijo en un susurro acariciándole el pelo-. Pero pueden esperar -añadió acercándose para besarlo.

-¿Qué cosas? -preguntó turbado-. Ese cálido elixir. ¿Era vuestra Sangre? Yo... ¿Sois una bruja? Yo...

Suspiró y se retiró un tanto para poder hablar. En verdad Rodrigo merecía respuestas.

-Una bruja no -dijo sin poder evitar reírse-. Mi sangre tiene poder, y ahora parte de ese poder está contigo. ¿No lo sientes? Es un regalo valioso y no lo concedo a cualquiera. En el mundo hay... cosas, criaturas, que hasta ahora no conocías. Yo soy una de ellas. Nos llaman Vampiros, pero no temas, nunca te haré daño. No somos malvados, al menos no todos. Yo no lo soy -le sonrió tranquilizadora-. Ahora estamos unidos, tú y yo. Habrás de velar mi sueño durante el día, pues el sol no puede rozarme o moriría. Durante la noche estaremos juntos, te necesitaré, pues tengo enemigos que desean dañarme -se acercó un poco más a él hasta apoyar la barbilla en su pecho mirándolo a los ojos-. ¿Me protegerás, Rodrigo? Estoy indefensa sin ti.

-¿Vampiros? -preguntó inquieto. El Poder de Rosalía no pareció ser capaz de tranquilizar a Rodrigo-. Pero y yo. Ahora soy un ser diabólico. Yo quiero protegeros. Quiero estar con vos para siempre. Pero ¿Y si el Señor no me lo perdona?.

-Oh, Señor vuestra piel está helada -escuchó Rosalía la voz de Lourdes en el pasillo-. Será mejor que vengáis con nosotras para calentaros o corréis el riesgo de enfermar.

-Sois muy sabia. No osaría contradeciros -se oyó decir a Thomas.

Rosalía volvió el rostro y apretó los dientes al escuchar las voces en el pasillo. Sin ninguna duda Thomas había dejado a propósito que ella lo escuchara. ¿Cómo podía quererla y desear dañarla al mismo tiempo? Luego se acordó de Rodrigo. Ni siquiera eso, que parecía tan fácil, estaba saliéndole bien aquella noche.

-¿Soy yo un ser diabólico? -le preguntó en un sollozo volviéndose hacia él-. ¿Te lo parezco? No busco hacer el mal, siento y padezco y amo y odio como tú. Si no deseas estar conmigo y protegerme, me alejaré, buscaré a otro que lo desee y no volverás a verme -afirmó con seguridad pero dejando que la pena se trasluciera en su voz y en su gesto.