Partida Rol por web

Cuando regresó a la mesa, el maestre Cornelius pidió algo de paz al Rostro de Plata, quizás contagiado por aquel pusilánime de Heinrich. No obstante, la reacción del Ejecutor fue distinta, en cierto sentido. 

—Maestre, me ofendéis si creéis que esto es amedrentar... —comentó dándole una palmadita amistosa en el hombro al tiempo que esbozaba una sonrisa sarcástica.— Confío en vuestro juicio y en vuestra sabiduría. Siempre lo he hecho. La Alta Inquisidora os eligió por vuestra sagacidad. No tengo duda de que hallaréis al culpable, sea o no una bruja —añadió, con tal aplomo que más pareciera que estuviese depositando sobre los hombros del anciano la pesada carga de resolver el enigma.— Yo soy el último recurso, Maestre... —dijo de pronto en un susurro, como algo confidencial entre Cornelius y él mismo.— Soy lo que vendrá después de vos si fracasáis... —La palmadita reconfortante se había convertido en la garra de una rapaz, apresando el hombro de Cornelius.— Pero... vos no fracasaréis. Después de todo... Sois Cornelius Kötztrappus.

No hay motivación más efectiva que la mirada de un hombre con media cara calcinada y el corrosivo silencio homicida que sucede a sus palabras.

—Sí. Va a ir solo —respondió a la hermana Laurien cuando esta preguntó si Heinrich iría sin estar acompañado. —Tal es su deseo —sentenció, cortante como la hoja de una guadaña al decapitar el trigo.

Si apuñalaban al batidor por las calles de aquella condenada ciudad Ser Gherim tendría un motivo más para hacerla arder hasta sus cimientos.

Rezaba porque algún novokovita fuese tan estúpido.

* * * * *

No le gustó la extranjera desde el mismo instante en que la vio.

En un primer momento, Ser Gherim permaneció vigilante tras Cornelius y Laurien, los brazos cruzados, su capa púrpura cubriendo su silueta ondeando ligeramente por la brisa que recorría la aldea. Su rostro enmascarado era un tributo a la innata sospecha de todo cazador. El breve conato de charla teológica -algo que adoraba el Maestre- no le distrajo de estudiar a la forastera y, en particular, su llamativo hogar. Uno quizás muy opulento para una mujer de piel de ébano tan lejos de su desierto natal.

Decidió dejar al Maestre y a la vidente hacer las presentaciones mientras él extraía sus propias conclusiones.

Waldo desenfunda de la manga de su túnica una pequeña pistola. Apunta hacia ti. Se relame los labios. Tiene los ojos inyectados de sangre.

—¡Te dije que entres al templo! Maldito seas, bastardo. Waldo no existe. Waldo murió en la guerra. Mi nombre es Timur y no tengo que darte explicaciones de nada [1]. 

Cuando llevas la mano hacia tu arma, Waldo se envara.

—¡Las manos arriba! ¡Quita la mano de ahí! ¡Que saques la mano de ahí, bastardo!

La mano le tiembla. Aprieta el gatillo. El proyectil atraviesa los dos metros os separan pero tú ya estás preparado. Te haces a un lado y la bala impacta contra el marco de la puerta, arrancándole una lluvia de astillas [2]. Una nubecilla de pólvora se expande por la estancia. El familiar olor acre inunda tu olfato. Desenfundas tu estoque y lanzas un tajo en dirección a las piernas de Waldo, pero el párroco se echa atrás a tiempo [3].

Ahora Waldo está armado con una pistola sin munición. La coge del cañón: pretende usarla para golpearte con la culata, pero evidentemente tú estás mejor equipado. 

Heinrich sonríe amargamente.

-Waldo, te repito, no estoy aquí como cazadesertores, si no como inquisidor, con la autoridad que eso supone en general, y más dentro de la Iglesia. Has elegido atacarme, esto te lo has hecho tú. Te siguen quedando dos opciones. Ríndete incondicionalmente ahora mismo, y contesta a las preguntas que tenía para tí, o muere. 

Tu breve monólogo no hace más que enfurecer a Waldo, que suelta un alarido se arroja hacia ti, pistola en mano [1]. Es sorprendente como un hombre tan corpulento, y con tantas primaveras encima, puede acometer con tanta destreza. La culata de su pistola impacta contra tu sien izquierda, por encima de la oreja. El golpe fue propinado con más agilidad que fuerza: casi no te duele [2].

Waldo se da la vuelta y echa a correr entre la nube de pólvora, alejándose de ti. En una de las paredes laterales del templo, al fondo, hay una ventana. Intentará escapar por allí.

El doctor Cornelius hace unos señalamientos de corte teológico. La extranjera escucha con atención, sin inmutarse. Cuando habla, su voz es como el aceite deslizándose sobre la seda.

—¿Dónde os habéis formado? Veo que sois hombre sabio... pero hay lagunas en vuestro saber. Todos los dioses tienen límites. Los míos también. No hay dios que todo lo pueda. Vosotros, habitantes de estas tierras, deberíais saberlo. He oído acerca de la última guerra que habéis librado: decenas de miles de muertos. ¿Acaso Fenre estaba en control de esa situación? Mirad todo lo que sucede en esta aldea. ¿Es esta la voluntad de Fenre? Tanto caos solo se explica por una razón: os faltan dioses.

>>Fenre no es todopoderoso. Si lo fuera, vosotros no estaríais aquí —dice la mujer, con una ligera sonrisa aleteando en las comisuras de los labios.

Laurien dice que quieren hacerle algunas preguntas.

—Preguntad. Mi nombre es Shadha al-Qanan. Provengo de lo que vosotros conocéis como el Antiguo Oeste. ¿Cuáles son vuestros nombres, acólitos?

Sigue apostada en la puerta, evitando que ingreséis.

Desde vuestra posición alcanzáis a ver ciertos detalles del interior de la casa de Shadha [1].

En primer lugar, que en una pared hay un tapiz que muestra una ciudad en llamas. Los habitantes, que en la obra son figuras diminutas, están desperdigados por el suelo, muertos. Hay un puñado de palabras tejidos sobre la imagen, pero las letras son retorcidas y extrañas, es un idioma ajeno, no relacionado con la lengua común que habláis vosotros [2].

En segundo lugar, sobre la mesa de la sala principal de la casa, veis un pequeño cofre de marfil, un objeto que entraría en las palmas de ambas manos. Tiene engarces de plata y oro: vale una pequeña fortuna. Está cerrado. Lo que sea que contenga tiene que ser tan o más valioso que el cofre mismo.

Heinrich no se podía creer la actitud de aquel patán. Mucho menos que hubiera llegado a golpearle, aunque eso era más culpa del explorador que del reconvertido párroco. De todas maneras, no había tiempo para pensar, y lo había avisado. La siguiente argumentación del inquisidor sería una bala.

La suave altivez de la extranjera agradaba de manera sincera a Cornelius, y la predisposición que mostraba hacia la plática elevada suponía un acicate de lo más dulce para el erudito, que no obstante se cuidaba de distraer su atención del propósito que aquí les traía. 

- Soy Cornelius Kotzträppus, oh Shadha al-Qanan, de la tierra de las maravillas. Mis diligentes amigos, la hermana Laurien y el hermano Rostro de Plata, tienen a bien acompañarme en nuestro peregrinaje. Recopilamos información diversa en estas tierras.

>> Pero, decidme, si acaso es cierto, si vos la conocéis. ¿Existe la Biblioteca Eterna, los Titanes de Marfil y el Faro de Ishaar?, ¿Todo ello contenido en Nashaqti-Nam, la ciudad más bella vista por el hombre?

>> Oh, cuánto conocimiento debe haber allí contenido...

El anciano apoyó ambas manos en el bastón, y después la barbilla sobre éstas, dando un aspecto bastante relajado.
Hábilmente, Kotzträppus fue arrastrando la conversación hacia donde él deseaba, esperando que la sombra púrpura que intuía tras él retuviera su paciencia un poco más.

>> En las guerras de los hombres son los hombres los que quieren tener a Fenre de una u otra parte, y no se dan cuenta de que Fenre está al margen de eso. La guerra está en la misma naturaleza del hombre, y como tal Fenre las respeta. No se entromete como no ha de entrometerse en el libre elegir de las personas.

>> Advierto por vuestros comentarios que conocéis la historia de los hombres y de las guerras por estas tierras. Decidme, ¿Conocéis el incidente del granero que aquí tuvo lugar?
 

Apuntas a Waldo y disparas. El párroco está huyendo desesperadamente de ti, en línea recta, en el pasillo que hay entre los bancos de madera donde la gente reza. Es una presa fácil. La bala se hunde en su pierna derecha, justo debajo de la nalga. Waldo cae de bruces al suelo.

—¡Hideputa! ¡Me has dado en el culo, hideputa!

Se retuerce sobre los tablones de madera, que ya están absorbiendo la sangre. Waldo se muerde la boca para no gritar. Tiene los ojos llorosos y una mueca de dolor le deforma el rostro.

—¿¡A qué has venido, hideputa!? ¡Yo tenía una buena vida aquí! ¡Has venido a joderme! ¿¡Quién eres!? ¿¡QUIÉN ERES!?

Heinrich recargó la pistola con calma, en silencio, avanzó hacia el párroco y se sentó cerca de él. Sin apuntarle, pero con la pistola en la mano y a la vista, empezó a hablar.

-Primero de todo, no me hagas perder la poca paciencia que me queda, y cállate hasta que te permita hablar, o me harás callarte por las malas. Establecidas estas normas, te diré que esto te lo has hecho tú. Como te dije al principio, me importa poco tu pasado militar, pese a conocerlo, y darme una muestra, junto con tu actitud de ahora mismo, de lo inepto y cobarde que eres. No he venido a "joderete" la vida, he venido a hacer mi trabajo.

Heinrich menea la cabeza en señal de incredulidad.

-Tu estado actual y lo que se pueda arruinar tu vida a partir de ahora es consecuencia de lo que has hecho en el último minuto, no de tu cambio de identidad. Eres tú el que estaba esperando con una pistola en las manos, eres tú el que ha decidido amenazarme y dispararme en primer lugar, y eres tú el que ha intentado huir a las preguntas de un inquisidor. Yo te he disparado por que no me has dejado otro remedio. Y eres tú, de nuevo, el que va a decidir que se hace con tu vida según lo que elijas contestar a partir de ahora, por que por muy jodido que estés, no te haces ni una idea de todo lo que puede empeorar. ¿Entendido?

Heinrich dejó pasar unos segundos para que sus palabras permearan la dura mollera de Waldo.

-Todos nos hemos dado cuenta de que de párroco tienes poco. No has tenido la decencia ni de saberte los protocolos de Fenre en cuanto a gestos. Te has dedicado a beber vino y vivir a costa de Fenre y sus súbditos. Por una vez en tu vida, haz lo que se supone que debes hacer, y ayuda a la inquisición de Fenre a salvar este pueblo del caos y la maldad en la que se encuentra sometido. ¿Qué está pasando en esta aldea y que es lo que os habéis guardado en el tintero el alcalde y tú? Quiero toda la información con detalles. TODA.

La joven parecía ligeramente asustada ante la presencia y las formas de aquella mujer pero se repetía a sí misma que por ser extranjera y por su color de piel no tenía por qué ser la bruja, era demasiado evidente... 

Dejó que el profesor hablara pues sabía que le seguiría el hermano rostro de plata, aunque sus indagaciones no serían tan suaves y amistosas como las del buen profesor... Aún así, ella no podía sino observar las reacciones de la mujer e incluso intentar discernir el motivo por el que les impedía el paso al interior de su vivienda.

Quizás confiara más en ella si la viera a solas o quizás Fenre le enviara alguna señal... Aunque sabía que no debía basar toda su fe en las señales que él le enviase, por lo que esperó paciente por las respuestas de la mujer. 

Cornelius pregunta a la extranjera si conoce una ciudad llamada Nashaqti-Nam, que se supone alberga cosas como los Titanes de Marfil, la Biblioteca Eterna y un tal Faro de Ishaar. La mujer alza levemente las cejas. La sola mención de aquellos extraños nombres, propios del continente alejado del que proviene, produce en ella una grata sorpresa.

—¿Además de sabio sois hombre de mundo, Cornelius Kotzträppus? La ciudad de Nashaqti-Nam es real, y todo lo que habéis nombrado también... pero no es la urbe más bella del mundo. Las lenguas que se jactan de ello han viajado poco. La ciudad en la que yo nací, Azaat-Nam, la supera con creces. ¿Creéis que la Biblioteca Eterna es gran cosa? Es porque no habéis visto nuestro Archivo de Jasra. ¿El Faro de Ishaar? Sería incapaz de alumbrar la totalidad de nuestros Jardines de Jade. Y los Titanes de Marfil... en mi ciudad, se les llama los Enanos de Marfil, pues no se comparan con nuestro Gran Coloso de Sitara.

Cornelius dice que Fenre no se entromete en el libre albedrío de las personas.

—Vuestro Fenre parece poco interesado en sus adoradores. No es de extrañar el estado en que se encuentra esta aldea.

A continuación, Cornelius pregunta si sabe qué fue aquel "incidente del granero" que ya os mencionó la tabernera antes.

—No lo conozco en profundidad, Cornelius Kotzträppus. Hace poco menos de un año que arribé a vuestro continente, y hace tan solo tres meses desde que resido en este poblado. No hablo con los lugareños, pero he oído que aquello del granero ocurrió hace diez años, durante la última guerra. Un grupo de bandidos de Herenhout atacó un granero donde se refugiaban unos hombres. Todos los refugiados fueron asesinados, decapitados y sus cabezas marcadas con dos tajos paralelos cruzando los ojos. El hecho indignó tanto a la aldea, que sus habitantes se alistaron como voluntarios para combatir en la guerra contra el reino de Herenhout.

>>Eso es todo lo que sé sobre el asunto, acólitos. No son más que rumores y habladurías, palabras sueltas que el viento trae hasta mis oídos. Si queréis saber más sobre esto, deberíais preguntar a los lugareños.

Tus estudios rinden sus frutos. Reconoces el idioma de aquellas palabras tejidas en el tapiz de la ciudad en llamas. Aquellas retorcidas letras forman la siguiente frase:

La ciudad de Azaat-Nam siendo devorada por la muerte durante el Cataclismo. Sus cientos de miles de habitantes mueren entre tormentas de fuego, lluvias de hielo y vientos salvajes. Casi nadie sobrevive.

La visión no es potente. Es apenas un destello en la tiniebla que Fenre envía a tus ojos.

Ves a la extranjera, Shadha al-Qanan, buscando algo con desesperación.

—¿Dónde estás? —dice Shadha, en una lengua extraña—. Te encontraré. Te encontraré. Debo encontrarte...

La imagen desaparece tan rápido como llega.

Laurien se llevó las manos a la cabeza, sintiendo como sus sienes comenzaban a palpitar y a dolerle y sabía, sabía lo que venía a continuación...

Su cuerpo se irguió, sus ojos volvieron a tornarse blancos mientras Fenre depositaba de nuevo sus dones sobre la joven inquisidora.

- Dónde estás... - Pronunció en una lengua extraña que no provenía de ella - Te encontraré... 

Los blanquecinos ojos miraban en dirección a la mujer hasta que de nuevo unas pequeñas lágrimas carmesí adornaron sus mejillas y su cuerpo volvió a fallar, teniéndose que agarrar a aquello que encontrara para no caer al suelo... 

Waldo se muerde la lengua y te obedece: escucha en silencio lo que le dices y no habla hasta que le das permiso.

—Escucha, escucha... escucha, por favor... vale, yo no soy un párroco, tienes razón. Mi nombre no es Timur, es Waldo. Yo era sargento en el ejército pero deserté. ¿Realmente es tan malo? ¡Estaba harto de la guerra, joder! ¡Cansado! ¡Yo no nací para ser soldado! ¡Tanta guerra y no conseguimos nada! ¡Nada!

>>Los desertores son fusilados, ¿sabes? Así que me fui tan lejos como pude. Llegué a esta aldea hace cinco años. Resulta que la aldea no tenía párroco. Así que me dije, bueno, Waldo, esta es tu oportunidad. Me presenté como Timur, dije que era sacerdote, ¡y la gente me creyó! Oh, mi culo, mi pobre culo, cómo duele, hidep... —se calla antes de completar la palabra—. Vale, vale, no me sé las señas, y a veces tomo demasiado vino, ¿pero qué importa? ¡La gente de aquí me aprecia! ¡Todas las semanas vienen a escuchar mis sermones! ¡Cada tantos meses celebro sesiones de confesión de pecados! ¡Confían en mí!

>>¡Te lo juro, te lo juro que no me he guardado nada en el tintero! Te he dicho todo lo que sé sobre lo que está ocurriendo aquí. Si el alcalde se guardó algo, ¡pues no lo sé! Yo te digo la verdad, no sé un pepino de brujas, y antes, en la reunión con el alcalde, estaba sobreactuando porque pensé que los inquisidores erais unas bestias sanguinarias. Tan solo pretendía seguiros la corriente. ¡No quiero que queméis a nadie, ni montéis hogueras ni nada! Joder, odio la sangre, odio la violencia, te lo juro...

>>Escucha, vale, esto me lo busqué yo solo, pero por favor, no puedes contar a nadie de todo esto... me arruinarías la vida... ayúdame, véndame la herida, y luego diremos que tuve un accidente y listo. No digas a nadie que soy Waldo, ni siquiera a tus amigos inquisidores: ese de la máscara me mataría si lo supiera. Ayúdame, y puedo serte de utilidad... te dije que cada tanto celebro sesiones de confesión de pecados. Si no dices nada sobre mí, puedo hacerlo de vuelta, y luego ya te contaré todos los secretos jugosos que me digan los que se confiesen, ¿eh? ¿Qué me dices? ¿Trato? ¡Si eso no te ayuda a encontrar a tu bruja, nada lo hará!

Heinrich suspira, pero esta vez con alivio.

-¿Era tan difícil, Timur?- al pronunciar su nuevo nombre, sonríe con cierta calidez.

Se levanta, guarda la pistola, y le tiende una mano al párroco, ayudándolo a sentarse en uno de los bancos .Acto seguido busca el alcohol de misa y saca unas vendas y se acerca al párroco.

-Recuéstate un momento, y por favor, muerde algo, esto va a doler un poco.

Con el cuchillo militar Heinrich extrae la bala, limpia la herida con alcohol y lo venda.

-Ah, listo, ya está. Hacía años que no tenía que hacer esto. No van a ser unos días fáciles, pero se curará. Procúrate un bastón o muleta para no forzar.

Luego, el explorador se sienta de nuevo, en el banco de enfrente, en una posición relajada pretendiendo transmitir tranquilidad al momento, pero sigue sin fiarse del todo.

-Bueno Timur, ahora que empezamos a entendernos... vamos a hablar de lo que tenemos que hablar: como comprenderás, yo solo puedo responder por mi, pero para mi, mi palabra es sagrada. Tampoco puedo traicionar ni mi misión ni mi compañía, mucho menos a mis superiores. Espero que lo entiendas, aunque realmente, tampoco tienes opción. No tiene por que significar nada en concreto, recuerda que hace un momento pensabas que venía a matarte. También espero que seas consciente de que tras los últimos minutos, no confío nada en ti. Has intentado matarme sin provocación alguna. Si quieres confianza o un trato justo, eso tendrás que ganártelo. DEBES ser consciente de todo esto.

Heinrich se queda en silencio unos instantes, dejando que sus palabras calasen y sopesando bien los matices de lo que va a decir.

-Primero de todo, te vuelvo asegurar que no me interesa tu pasado militar, aunque lo conozca, de hecho, no sabía ni que eras desertor, y por mi parte, salvo que me pregunten explícitamente mis compañeros o superiores, así seguirá. No obstante de ahora en adelante no quiero ningún subterfugio más, o será el fin de todo. Puedo intentar perdonar una vez, no dos. Tampoco te plantees huir, lo sabremos, y será tu perdición. Como te digo, no perdono dos veces. 

Heinrich vuelve a guardar silencio, apreciando los gestos de Timur, dándole espacio por si el sacerdote dijera algo al respecto y sopesando como había repartido la cal y la arena de su mensaje.

-Bien, te diré lo que haremos, ahora me vas a contar todo lo que sepas de Erik, Miloslava, Osip, Stanislav y la extranjera que vive a las afueras, junto al carpintero. Cualquier detalle importa. Si realmente aprecias la paz, creo que preferirás que los interrogue yo. Y a mi, personalmente, me gustaría poder acceder a ellos si necesidad de dispararles en el culo mientras huyen. No voy a prometer que no queme a nadie, pero créeme que siempre lucho por estar completamente seguro de que quien acabe en la hoguera, sea por hechos, no por rumores o miedos.

Hein dejó entonces que el párroco contestase a sus demandas, para añadir al terminar.

-Respecto a esa colaboración en cuanto a las confesiones, me parece correcta, pero deja que seamos nosotros, los inquisidores, los que te digamos cuando proceder. Y te recuerdo que aquí estamos para ayudar, no para hacer el mal. Pero todo castigo, de haberlo, dependerá de lo que cada uno haga y cada uno esconda.

Se levantó del banco y comenzó a andar hacia la salida.

-Recuerda, por mi parte - hace énfasis en esta aclaración-, tu secreto está a salvo. Cumple como buen sirviente de Fenre, y nada has de temer.

Ser Gherim compartía en su mutismo durante el intercambio cultural entre el maestre Cornelius y la extranjera un inquietante parecido con una guillotina. Una efigie esbelta y amenazadora coronada por una afilada lámina de plata, observante, vigilante. Mas si por fuera parecía la gélida estampa del cadalso, sus ojos albergaban un silencioso y crepitante fuego. Uno que amenazaba con deshilachar el fino cordel que sostenía la cuchilla.

@Shadha: >>Fenre no es todopoderoso. Si lo fuera, vosotros no estaríais aquí

La extranjera hablaba con manifiesto desprecio por Fenre, algo que solo parecía enervarle a él. Mientras enumeraba las maravillas de su tierra, el Rostro de Plata calibraba si sería mejor cortarle la lengua y dársela de comer a los perros salvajes o regalarle una docena de latigazos de su hidra de acero previamente bañada en ácido en su morena espalda.

Aún no... Se dijo. Aún no.

El Maestre seguía un procedimiento de interrogatorio sutil y taimado, pero estaba tolerando demasiado.

—Tsk... —masculló Ser Gherim.

@Shadha: —Vuestro Fenre parece poco interesado en sus adoradores. No es de extrañar el estado en que se encuentra esta aldea.

Aquella reflexión no era la primera vez que la escuchaba Ser Gherim de labios de un hereje y, en su experiencia personal, solía acabar con una larga sesión quiropráctica consagrada a la averiguación de cuánto puede soportar un cuerpo humano con varios hierros al rojo en la boca. La respuesta, por cierto, es considerablemente. 

De modo paradigmático, los dioses del doliente tenían por práctica habitual el asistirle en tan traumático lapso vital.

Recordó entonces las sesiones de interrogatorios que compartió con el hermano Llagas y Pústulas y su reflexión sobre el amor que Fenre debe profesar a todo buen inquisidor, ya que, en sus sabias palabras:

Hermano Llagas & Pústulas: En verdad os digo, hermano Rostro de Plata, que la labor última del Inquisidor es reunir al pastor con aquellas ovejas que se descarrían del sagrado rebaño del Creador, Nuestro Excelentísimo Señor Fenre. ¡Contribuimos al sagrado circuito vital! ¡Facilitamos el reencuentro de nuestro Señor Fenre con las almas que más le necesitan! Y si por el camino contribuimos al avance de la medicina con abnegados voluntarios como este pagano donante de globos oculares para la causa, yo digo: ¡AMÉN!

Monaguillo número uno: ¡Amén!

Monaguillo número dos: ¡Amén!

Hermano Llagas & Pústulas: Y ahora, querido y mutilado contribuyente, tengo una pregunta para ti... Ya te has encomendado a cinco deidades. Dime: ¿Crees que la sexta salvará su ojo izquierdo?

*Splutch!*

Hermano Llagas & Pústulas: Parece que no...

Ser Gherim se permitió una sonrisa siniestra mientras evocaba aquel recuerdo antes de cernir su mano sobre la empuñadura de Castigo.

Iba a preguntar qué hacía a una mujer tan añorante de su tierra vivir tan lejos de ella, una pregunta que seguro el maestre haría en breve, cuando aquella forastera de piel de ébano habló sobre un incidente hace diez años atrás...