Partida Rol por web

Davdak miró alrededor. Aquel lugar era lúgubre así que el pícaro ladeó la cabeza.

—Vaya, qué acogedor —susurró.

Después de caminar unos pasos por aquel lugar respondió a la pregunta de la muchacha.

—Nos ha contado algo. Básicamente que queréis salir de este sitio para siempre y que necesitáis escolta. Ahora entiendo cada una de tus palabras, Ismark —dijo volviendo a mirar alrededor, sorprendido de lo frio del aquel lugar.

Ian se centró en la parte práctica del asunto. La casa era sólida, sí, pero ¿Cuanto? ¿Qué tipo de ataques podría resistir? ¿Podría usarse como base de operaciones? Así que se dedicó a husmear un poco, como reconociendo el terreno, pero sin separarse del grupo...

Mientras los otros hablaban Ian revisaba la casa. Necesitaría reponer algunos tablones en algunas ventanas y tapiar también el acceso de la chimenea, pero aquel lugar era fácilmente defendible. Pese a su antigüedad la casa era sólida, una buena construcción, y si lo que les atacaba eran criaturas tales como las descritas por el muchacho sería difícil que lograran abrir una brecha, sobre todo ahora que estaban todos allí.

Jarvo asintió respetuosamente a la mujer cuando por fin les reconoció como aliados y no como enemigos y les invitó a entrar en su hogar.

Esperó respetuosamente a que Coates realizara sus oraciones frente al cadaver y después volvió su atención a los dos hermanos.

- ¿La idea es transportar a vuestro padre? - preguntó planteandose las complicaciones que conllevaría transportar un ataud, lo que conllevaría un carromato, si tenían que protegerse de un posible vampiro.

La muchacha contestó a la pregunta de Lord Coates:

—Strahd ha perdido la cabeza, si es que alguna vez estuvo cuerdo. Cree que soy la encarnación de la mujer que amó en vida y que perdió cuando su hermano se casó con ella. Me ha prometido todo tipo de obsequios si accedo a irme con él al Castillo de Ravenloft. ¡Y como me he negado piensa acaso que mandado a sus huestes malditas podrá lograr por la fuerza lo que no es capaz de obtener mediante engaños!

Luego se volvió hacia Davdak.

—No pienso irme de esta aldea hasta que padre reciba sepultura. ¡Debéis ayudar a Ismark a llevar su cadaver hasta el padre Donavich! O quizás usted,— dijo dirigiéndose nuevamente hacia Lord Coates —pueda oficiar la misa. ¡Pero padre debe descansar en suelo consagrado!

—Ireena ¡padre ya no está! ¡ha dejado de sufrir! Pero tú... ¡corres un riesgo mucho peor que la muerte!

La muchacha se mantuvo impasible ante sus palabras. El joven, viendo que no cedería, suspiró.

—Si partimos de madrugada estaremos lejos la primera noche, pero retrasarnos durante la mañana para oficiar una misa y enterrarlo... Entra en razón: ¡él hubiera antepuesto tu seguridad a los ritos!

La muchacha puso una mano en el hombro de su hermanastro.

—Fue el mejor padre que he podido tener. Y tú el hermano que siempre habría deseado. Siempre seréis mi verdadera familia Ismark. Los ritos y la fidelidad son lo único que nos diferencia de los monstruos como Strahd. No me iré de aquí hasta que padre esté en tierra consagrada.

El joven vio la firmeza en la mirada de su hermana.

—Podemos partir pasado mañana...— aventuró Ireena.

—No sabemos cuanto durará esta tregua. Tampoco sabemos la prisa que tienen nuestros invitados.

El joven había perdido parte del entusiasmo quizás por la presencia de su padre muerto o quizás tan sólo porque los efluvios del alcohol se iban desvaneciendo.

—Deberíamos partir cuanto antes....— dijo sin convencimiento.

Ian, satisfecho con su inspección de la casa, interrumpió la disputa familiar. -Disculpen. ¿Y si Lord Coates oficia una ceremonia mañana a primera hora de la mañana? No nos demorará más de una hora o dos... ¿Cierto?- Concluyó mirando a sus compañeros.

Jarvo fue pasando la mirada de hermano a hermana según comenzaban a discutir entre ellos sobre cuál era la forma de actuar respecto al cadaver de su padre. A tenor de las distintas leyendas sobre nomuertos y nigromancia, no le parecía buena idea dejar el cadaver a mano de un conde vampiro.

Se acercó a Ismark y colocó la mano su hombre, en un intento de animarlo y mostrarle apoyo.

- Podemos ayudar en las tareas del sepelio. - añadió Jarvo, tratando de que la mediación de Biblings les pareciera correcta. - Entre los seis, podemos tener el asunto resuelto con prontitud y no retrasar la partida más de lo necesario.

Asintió ante la mujer, esperando que ambos hermanos aceptaran.

—¿Tregua? Ah sí, lo recuerdo. Ismark dijo que desde la muerte de su padre Strahd dejó de mandar sus huestes por las noches. ¿Cuál creéis que puede ser la razón? Si lo que quiere ese Strahd es a Ireena, ¿qué tendrá que ver la muerte del Burgomaestre con los ataques de Strahd?

Davdak caminó unos instantes por las estancias evaluando el lugar, como lo hacía Ian.

—Este lugar parece seguro, ¿no? Y si las huestes de ese demonio no han podido expugnarlo hasta ahora, ¿por qué deberían de hacerlo si además cuentan con ayuda? Si los deseos de Ireena son los de enterrar a su padrastro a través de Donavich y cumplir sus ritos, ¿no veo por qué no debería ser así?

El pícaro se acercó a Ireena y colocó una mano tendida frente a ella para que colocara su propia mano y así besársela en señal de cortesía.

—No veo problema en ampliar el acuerdo que tenemos con su hermano y prolongar nuestros servicios un poco más, señorita.

Sin duda alguna los máscaras de Nig-Cö podían dar sepultura digna, en eso no habría problema si así lo quería la familia de un difunto.

Coates miró a la joven y se acercó a ella. 

- Entiendo que el padre Donavich puede ofrecer una sepultura digna a vuestro padre conforme al rito de su religión, ¿es así?

Por mi parte, no tengo ningún problema en darle digna sepultura conforme a los ritos de Nig-Cö. No obstante, si deseas que el padre Donavich realice los ritos, me ofrezco a llevar el ataud de tu padre hasta su iglesia. Incluso esta misma noche.

- Sólo tengo un inconveniente... si dividimos fuerzas, es probable que las bestias que han asaltado vuestra morada traten un último intento a la desesperada, antes de que abandonemos la aldea. Es algo que debemos valorar antes de que parta con este ataud a la iglesia del padre Donavich...

Ireena aceptó la mano de Davdak. En su rostro traslucía un agradecimiento que contrastaba claramente con la desconfianza inicial de la joven. Su hermanastro, al verla sonreír quizás por primera vez en mucho tiempo, no pudo más que dejarse llevar por aquel leve momento de alegría.

—¡Que el demonio se lleve a Strahd esta noche! Descansemos y mañana daremos santo sepelio a nuestro padre con ayuda de estos héroes. ¡Nuestro destino ha cambiado sin duda, Ireena, y será a mejor! Llegaremos a Vallaki y allí empezaremos una nueva vida lejos de la tristeza que impera en Barovia.

El hombre había traído una botella de vino de la cocina:

—Es un Espumoso de Vendimia ¡la joya de los vinos del valle! Una última botella que padre guardaba para las celebraciones más especiales. Y creo que ésta es una ocasión que lo merece.

El joven dirigió una mirada al féretro.

—Mi padre decía que algún día lograríamos ver brillar el sol de verdad. Decía que en el pasado esta tierra era tan hermosa que nadie querría jamás abandonarla. La llegada del diablo Strahd lo corrompió todo y ahora estamos atrapados en ella. Pero a veces hay cosas, como este espumoso o la presencia de los amigos, que nos invita a soñar con algo mejor.

La muchacha trajo unas copas para los invitados y algo de comida.

—Sea entonces: por los cambios, por las vidas nuevas. Y ¿de dónde venís vosotros? ¿Por qué estáis en Barovia? No tenéis aspecto de pertenecer a este valle.

Coates denegó de forma cortes el ofrecimiento de aquellos jóvenes. 

Sin duda, daría satisfacción a su cuerpo, pero lo haría cuando sus compañeros ya estuviesen durmiendo o, en su defecto, pediría permiso a los jóvenes para ocupar una estancia mientras el satisfacía las necesidades más carnales de su cuerpo.

- Ireena, dado que mañana el sacerdote dará digna sepultura a tu padre yo podría, si lo deseas, rezar por su alma y velarla durante esta noche. Puedo rezar a Nig-Cö y oficializar algún rito de éste. ¿Qué te parece?

- Además, mientras yo preparo los ritos a buen seguro que Ian, Jarvo y Davdak te pueden contar de donde venimos e incluso alguna que otra de nuestras aventuras.

- Amigos, dijo dirigiéndose a sus compañeros, ¿qué os parece si alegramos las caras de estos jóvenes contando alguna de nuestras aventuras? Por ejemplo, se me ocurre que Jarvo cuente como conocimos a Davdak, es una historia de lo más interesante....

Bajo su máscara Coates sonreía. Jarvo era especialista en contar buenas historia y, sin duda alguna, la de Davdak ya era interesante contada por cualquier de ellos, pero de boca de Jarvo... sería sin duda excepcional...

Ian titubeó. No le parecía prudente emborracharse esa noche, prefería dejarlo para cuando llegaran a Vallaki. Más aún, creía necesario montar turnos de guardia así que decidió beber solo un poco y aprovechar, eso sí, para comer y recuperar fuerzas. Por lo que pudiera pasar...

-Tal vez no deberíamos abusar esta noche, y hacer guardias por si acaso.- dijo mientras atacaba la cena.

Davdak bebió ese vino espumoso una y otra vez. Dado que Coates no bebía y que Ian apenas lo probó, hubo opción de tomar más de una copa.

—A menudo, amigo Ian, se distingue mejor la cara de los demonios con algo que nuble nuestra verdadera vista. A fin de cuentas ellos no están en el mismo plano de realidad que nosotros —dijo acompañando la perorata con una sonora carcajada—. Además, hay una tregua, ¿no?

El pícaro rellenó su copa y se sentó junto a Ireena.

—Antes de que Jarvo venga a aburrirte con sus viejas historias de bardo, te contaré que demonios hacemos aquí. Lo que voy a decirte probablemente te parezca raro pero te aseguro que todavía no estoy borracho. Y es que al parecer somos los Elegidos —acompaño la palabra con el despliegue de los dedos de ambas manos al aire, simulando una explosión—. Y nuestro destino nos obliga a acabar con la maldición de ese Strahd. Pero antes tenemos que saber como hacerlo... y no es fácil, sabes. Ah sí, seguro que lo sabes. Eres lista, además de guapa y estoy convencido que has intentado más de una vez acabar con Strahd. Pero es imposible si no eres un Elegido —volvió a hacer el gesto—. Y aunque lo seas...

El gesto de Davdak se apesadumbró simulando algo de tristeza quizá para ablandar el corazón de Ireena.

—Primero tenemos que saber cómo hacerlo... y solo tenemos unos estúpidos acertijos para empezar. ¡Maldita sea la absurda manía de los vistani de hablar siempre con acertijos! Pero bueno —se interrumpió cambiando de nuevo el gesto y dándole un nuevo sorbo a su vaso—, esta noche es solo celebración. Quizá Jarvo podría tocar una canción y... ¿tú bailas, señorita? —le preguntó a Ireena mientras le ofrecía la mano para levantarse.

Jarvo ya llenando las copas de todos cuando Coates le dio pie para que avergonzara un poco a Davdak, hablándoles sobre aquel burdel en Neverwinter y aquella humeante carreta de estiércol, pero éste fue rápido y cambió el rumbo de la conversación, llevándola al motivo por el que se encontraban en Barovia.

Aprovechó para comer un poco del queso que Ireena había sacado y le lanzó un guiño a su compañero, celebrando lo bien que había salvado la situación de cara a seguir camelándose a la muchacha.

- Y lograréis ver ese día, querido Ismark. - le dijo mientras le tendía la copa para catar ese Espumoso. - Valgame que lo veréis.

Como más de una vez habían sido escudero del otro cuando comenzaban la galantería, optó por no entorpecer los avances de su amigo y centró su atención en el Menor durante la velada hasta que se habló de música y baile.

- ¡Por supuesto! - exclamó alegre mientras agarraba su laud y tanteaba las cuerdas sin soltar la copa mientras repasaba mentalmente su repertoria en busca de una tonada que levantara el humor y sonrió con picardía cuando preguntó - ¿Ha llegado ya hasta estas tierras Las lágrimas enjoyadas?

Ireena asintió agradecida ante el comentario de Coates para velar el alma de su padrastro durante la noche, pero antes de que Jarvo llegase al momento de su canción se vio sorprendida por las palabras de Davdak:

—¿Acabar con la maldición de Strahd? ¡Strahd es en si mismo la maldición de Barovia! El Castillo de Ravenloft alarga su sombra sobre todo el valle. Es un vampiro, una maldición de la tierra acaecida por los pecados que cometieron nuestros ancestros.

Su rostro se apenó al continuar:

—No sois los primeros... mi padrastro me contó que muchos extranjeros han sido engañados para entrar en Barovia a lo largo de estos años pero todos ellos han perecido o desaparecido. ¡Y los vistani sirven al diablo Strahd! Son los únicos que pueden abandonar el valle a través de las brumas. ¡No tiene sentido que os hayan traído para acabar con él!

—Lo que dice mi hermanastra es bien cierto. Antes creer que una serpiente pueda curar con su veneno que la palabra de un vistani obrar contra su siniestro amo Strahd. Me temo que os han traído para diversión del vampiro que nunca se cansa de buscar enemigos a su altura. Algún día seré lo suficientemente fuerte como para acabar con él y su maldito reinado de terror.

En ese momento los aventureros vieron la resolución de Ismark en su rostro. La mención de Strahd parecía haberle despejado y algo en sus movimientos reflejaba su conocimiento de las armas. Hasta el momento les había parecido un noble henchido de vanidad pero ahora se daban cuenta de que el chaval podía ser más peligroso de lo que aparentaba. Pero ¿hasta el punto de amenazar a un vampiro? Ni siquiera ellos mismos se consideraban capaces de tal hazaña en esos momentos, por mucho vino que bebiesen.