Partida Rol por web

Ismark se encogió de hombros:

—El Castillo de Ravenloft siempre tiene sus puertas abiertas. Aquí en Barovia no hay una fuerza militar que se pueda considerar como tal. Hay milicianos y aldeanos aterrados que pueden, con suerte, a lobos negros o murciélagos gigantes que puedan encontrarse por los caminos pero nade que haya entrado en Ravenloft sin haber sido invitado ha vuelto para contarlo. El mago vino de fuera, como vosotros, aunque vino desde el oeste. Y decidió enfrentarse al vampiro. Decían que era un gran conjurador pero no lo debió ser tanto finalmente. Los hombres más capaces se fueron con él, desoyendo el consejo de mi padre. Yo también pensé en acompañarlos.— quizás hay un resto de vergüenza en su voz —Después de todo nos estábamos preparando para ello ¿no? Yo y varios jóvenes, entre ellos Doru, el hijo del sacerdote, entrenábamos sin descanso para el día que pudiéramos unir nuestras fuerzas contra el demonio. Pero mi padre siempre lo decía: el juego de Strahd es peligroso y requiere paciencia. Él ya no puede mejorar porque está muerto, pero los vivos pueden aprender, crecer y equiparse para enfrentársele.

Apoyó su mano en la carreta, cerca del ataúd abierto:

—El tiempo se nos acabó padre. Sobreviví al asalto del mago negro pero ¿para qué? Al final Strahd siempre se sale con la suya.

Luego miró la puerta a la que se aproximaba Coates:

—Odia todo lo que pueda ser divino y portar la luz. En tiempos de peligro el terreno sagrado es el único sitio donde podemos refugiarnos. Mi padre decía que si quisiera podría derribarla con un soplido, pero que la dejaba en pie para mantener una llama de esperanza que nos mantuviese vivos para tener con quien jugar.

Ian se aproximó a la puerta. Las marcas no eran recientes en el sentido de que no habían sido hechas ayer pero ni con su pericia en artes de guerra fue capaz de determinar cuando tiempo había ocurrido desde el último ataque a aquella puerta ¿días? ¿semanas? ¿meses?¹

La llamada de Coates no obtuvo respuesta. El sacerdote empujó ligeramente las puertas, con respeto, para descubrir un pasillo de unos seis metros de ancho por doce de largo que conducía a una capilla bien iluminada, aunque el pasillo estaba a oscuras y olía a moho. Cuatro puertas, dos a cada lado del mismo, llevaban a cámaras adyacentes.

Desde la entrada la Máscara de Nig-Cö podía ver que la capilla estaba regada de cascotes. Del interior procedía una suave voz que recitaba una plegaria: había una figura arrodillada a lo lejos, ante el altar. Repentinamente el rezo fue interrumpido por un grito inhumano que parecía proceder de debajo del suelo de madera. La figura paró un momento su salmodia para retomarla con más fuerza después.

Ian frunció el ceño, tampoco es que fuera un batidor o algo así, lo de interpretar marcas no se le daba tan bien como le gustaría. A pesar de no tener ni idea de qué había pasado allí, puso cara de tipo duro y disimuló. -Hmmmmm.

Pero su paripé quedó interrumpido por el grito aquel, así que echó mano a la espada instintivamente y se situó junto a Lord Coates, listo para intervenir si fuera necesario...

Coates se estremeció al escuchar aquel grito inhumano.

Al escuchar aquella plegaria trató de adivinar qué tipo de plegaria era. No obstante, de forma instintiva Coates acarició su amuleto de Nig-Cö y procedió a entonar un canto de protección. Un rezo para que Nig-Cö le favoreciese en caso de tener que enfretarse al mal en aquel momento.

Después asió con fuerza la empuñadura de su cimitarra. Seguramente los cánticos no fuese lo único que necesitasen en aquel momento...

Davdak cogió su arma y, por instinto, se escondió detrás de una de las columnas de la capilla. La columna estaba medio derruida pero era lo suficientemente ancha para cubrirle. Desde aquel lugar podría ver lo que pasaba más adelante sin ser visto y tendría margen de reacción para actuar.

—No seas aventurado, Coates —advirtió.

La descripción del Conde y de sus tácticas de entretenimiento, permitiendo revueltas y asilos en sagrado a sus enemigos, le recordó a esos muchachos ricos que jugaban a arrancar alas a las moscas solo para ver como se revolvían o que lanzaban un trozo de hueso a perror hambrientos para disfrutar de la pelea.

Si no hubiera estado a cargo de las riendas, hubiera dado un par de palmadas a Ismark cuando éste mostró vergüenza por no haber participado en la última revuelta. Mejor vivo y cobarde que valiente y en el hoyo, pensó el bardo.

Estaba a punto de preguntar a Ian sobre las marcas de los ataques cuando aquel grito les sobresaltó y, sacando el estoque, cerró filas junto a sus compañeros.

- Algo me dice que ese no es el sacerdote que estamos buscando. - dijo señalando con el arma hacia la figura que había seguido rezando pese a todo.

Coates identificó las plegarias como unos salmos al Señor de la Luz¹. No era una invocación mágica sino un rezo que se usaba sobre todo para los momentos difíciles. Y parecía que aquella iglesia pasaba por uno de ellos. La Máscara no quiso correr riesgos y aunque se aproximo a la capilla mantuvo su mano en la cimitarra mientras que Davdak, viendo que su compañero parecía ignorar su advertencia, se deslizaba tras una columna para permanecer oculto y a cubierto en caso de tener que cubrir a su compañero.

El sacerdote quizás escuchó el ruido del portón o los pasos del clérigo, porque en ese momento se volvió sorprendido.

—¿Quién sois...? ¡Una Máscara!— exclamó sorprendido.

Luego se dio cuenta que en el umbral permanecían Ian y Jarvo.

—¿Quienes sois y que buscáis aquí?— preguntó nuevamente como si la presencia de los recién llegados le molestase por algún motivo.

En ese momento otro aullido inhumano resonó por debajo de las tablas del suelo de la iglesia. El sacerdote no se inmutó. Cualquiera diría que ni siquiera lo había escuchado.

Coates se acercó al sacerdote con la mano en su empuñadura.

- Padre, venimos implorando digna sepultura para uno de sus feligreses. El Padre de Ismark, quien nos espera en la puerta con el féretro de su difunto padre. No he podido evitar escuchar su salmo al señor de la luz y, tampoco he podido evitar escuchar ese grito inmundo que procede de debajo del suelo de este lugar de culto.

Dio un paso más mientras su mano apretaba la empuñadura de su cimitarra.

- Padre, estoy seguro de que usted puede ayudarnos a dar el descanso que su feligrés necesita. ¿Podemos ayudarle nosotros en algo?

Ian se limitó a mantenerse cerca de la puerta, en guardia pero sin desenvainar su arma ni echar mano de su escudo. Intentaba identificar qué producía aquellos aullidos inhumanos.

El padre Donavich cruzó la sacristía para ir al encuentro de Coates.

—¿El burgomaestre Kolyan ha fallecido? Cuanto lamento escuchar eso.— ignoró el ofrecimiento de ayuda de la Máscara mientras pasaba a su lado para ir al exterior, sin percatarse de la presencia de Davdak, todavía oculto —Joven Ismark, bella Ireena, os acompaño en el sentimiento.— dijo al encontrarse a la comitiva en el exterior.

Nuevamente se escuchó el aullido bajo la Iglesia. Ahora a Ian le pareció entender una palabra en el gutural sonido: ¡padre!

—Los Indivorich tenéis un panteón en el camposanto.— dijo el cura mientras indicaba con la cabeza que le siguiera el carromato por el camino que llevaba hacia el maltrecho muro que rodeaba las tumbas —Allí oficiaremos el responso y le daremos sagrada sepultura.

Ian parecía confuso. -Disculpe, pero algo está llamándole a gritos, ¿es que no lo oye? Ahí abajo.- Señaló al suelo varias veces con el índice.

Davdak se deslizó hacia el interior de la capilla buscando el origen. Los sentidos del pícaro eran muy agudos y se movía por las sombras como si fuera una de ellas.

Mientras Ian interpelaba al sacerdote Davdak se deslizó sigilosamente hacia el interior de la capilla. El lugar estaba hecho pedazos, con bancos volcados y rotos cubriendo el polvoriento suelo. Docenas de velas montadas en candelabros y portavelas iluminaban cada polvorienta esquina en un ferviente intento de acabar con las sombras de la capilla. En el otro extremo de la misma había un altar con marcas de garras. A un lado pendía una larga y gruesa cuerda que ascendía hasta el campanario.

El pícaro se movía con cuidado, observando cada detalle. No veía ningún camino que condujera a la parte inferior del templo pero ahora escuchó claramente una voz que hablaba con apremio:

—Padre... me muero de hambre... ten piedad te lo suplico.

La actitud de aquel cura le recordó a Jarvo a aquellos artistas que seguían interpretando su obra pese a los gritos o improperios de algún borracho del público.

Le siguió con la mirada mientras pasaba a su lado y salía al exterior, hacia sus nuevos compañeros, mientras hacía caso omiso de nuevo del grito.

- No lo perdáis de vista. - sugirió a Ian y Coates mientras giraba el dedo índice en su sien, en el gesto universal de locura al haber descartado la borrachera ya que el párroco parecía mantener la verticalidad.

Dicho eso, se acercó a la zona de los gritos, dispuesta a socorrer a quien estuviera allí atrapado pero el sonido parecía llegar amortiguado.

El padre Donavich se detuvo ante la clara afirmación de Ian. Asintió:

—Es mi hijo. Está enfermo y su enfermedad es... contagiosa. Por eso lo mantengo encerrado en el sótano.

Lo dijo manteniéndose firme ante el guerrero, pero mirando de forma inquiera a Coates que seguía en el interior del templo, en la entrada. Todavía no se había percatado de que Davdak ya estaba en la capilla. Al ver que Jarvo entraba lo agarró por un brazo:

—¡No! ¡Os lo ruego! Su mal es contagioso... es muy peligroso.

La cara de Ian se iluminó como si comprendiese lo que decía el sacerdote -Oh ya veo, mejor será dejarle descansar entonces. ¿Procedemos con el funeral padre?- Dijo señalando hacia el camposanto. Se giró a sus compañeros y a los jóvenes. -¿Procedemos señores?

- Oh. - fue lo único que atinó a decir Jarvo cuando se dio cuenta que había malinterpretado la situación y que el hombre simplemente estaba tratando de lidiar con un panorama desolador si realmente su hijo era presa de algún maleficio o maldición.

Asintió ante el sacerdote e hizo un gesto en dirección al exterior.

- ¿Es buen momento para proceder al sepelio? ¿O quizá necesita velar porque la maldición de su hijo no se torne en infestación? - proyectó la voz, como hacía cuando daba un recital, esperando que se proyectara por la iglesia y Davdak estuviera precavido de lo que sucedia.

Sin esperar respuesta, dio un par de palmadas sentidas al hombre, y se dirigió al carromato para llevarlo en dirección al panteón familiar.

- ¿Fue Strahd? - preguntó sin florituras, con preocupación en su voz, una vez tuvo las riendas en la mano.

Davdak levantó la cabeza hacia la voz y se acercó hasta su posición¹. Agarró fuertemente su espada y se acercó con cuidado mientras los demás entretenían al padre Donavich en el exterior.

Coates se hizo cargo del problema del Padre.... Seguramente la extraña maldición que asolaba aquel lugar también había afectado incluso a la descendencia de un hombre pío como el Padre Donavich.

Sus sentidos y su preparación como Máscara le dijeron que había asuntos más importantes que atender y que, habían ido para ofrecer un sepelio a un muerto, ayudar a aquellos jóvenes y ponerlos a salvo.

Iba a girarse y salir del lugar santo cuando, casi por el rabillo del ojos vio que Davdak no lo iba a dejar estar....

"Mierda" pensó Coates para sus adentros.... giró sobre sus talones y dejando salir de la vaina unos centímetros del acero de su cimitarra se acercó hacía la posición de Davdak.

- Davdak!! No sigas, déjalo estar....