Partida Rol por web

Coates se acercó a la capilla mientras Davdak localizaba el punto exacto desde el cual venía el gemido.

—Padre, por favor... os lo suplico... estoy enterrado en vida.— gemía la voz —¿Es lo que vuestro dios os ha enseñado? ¿No tenéis piedad por vuestro hijo?

Pero cuando Davdak estaba justo encima de la voz ésta cambió el tono. Sonaba amenazador, desesperado:

—¡OS HUELO! ¡HUELO VUESTRA SANGRE!

Se escuchó un aullido gutural que de pronto se fue moviendo a gran velocidad por debajo de toda la capilla, como si aquel que lo profiriese se desplazase por un amplio espacio inferior. Tanto Coates como Davdak desenainaron las espadas en un gesto instintivo pero no veían ninguna trampilla. Los aullidos parecían llegar ahora desde otra zona: el área que estaba tras las puertas cerradas al este de la capilla. Se oyeron también golpes.

El padre Donavich, al ver lo que sucedía, entró apresuradamente en la iglesia para situarse delante de una de las puertas¹. Alzaba las manos frente a él:

—Os lo suplico: bajad esas armas. No hay peligro de que pueda salir del sótano.— su voz se quebró —Está ahí desde el aciago día, hace casi un año, que decidió seguir al mago negro para enfrentarse a Strahd, desoyendo mi consejo. No hay día ni noche que no rece por una solución o cura. Por favor. Os lo suplico. Es mi único hijo.

El hombre estaba casi al borde del llanto.

Jarvo tenía la mano sobre el estoque, sin llegar a desenfundarlo, mientras miraba en dirección a sus compañeros.

- Amigos, tenemos un buen hombre al que enterrar y parece que ese pobre muchacho no va a ir a ningún sitio. - aunque el cadaver tampoco, pensó aunque se lo calló.

Apoyó la mano en el hombro del Padre Donavich y trató de buscar un punto de encuentro entre la pena del hombre y la curiosidad de Davdak.

- Estoy seguro que, una vez oficiada la ceremonia, el Padre Donavich nos ilustrará sobre lo sucedido. - miró hacia afuera, calculando la hora por la posición del sol. - Está claro que tendremos que aplazar la salida para mañana...

Ian, retiró las manos de sus armas e hizo un gesto a Coates y a Davdak para que salieran al exterior mientras asentía a las palabras de Jarvo, que parecía ser el único que entendía el dilema que se les presentaba: no podían permitirse el lujo de perder al único sacerdote capaz de oficiar el entierro, bien por que mataran a su hijo, bien porque le mataran a él si hacía alguna estupidez. -Vamos vamos, ni que os asustase el hijo de un pobre sacerdote. Tenemos que asistir a un funeral, que es lo importante.

Mientras hablaba, usó la mano libre para apretarle el hombro amistosamente al sacerdote haciéndole ver que le comprendía. -Hemos venido a un funeral, ¿qué le parece si luego discutimos cómo ayudar a su hijo? A lo mejor se nos ocurre una manera de ayudarle.

Coates enfundo su cimitarra y puso una mano en el hombro de Davdak.

- Amigo, ocupémonos de nuestros asuntos. El Padre Donavich rezará por esta pobre alma. Sin duda está perdida y ya sólo es una sombra del hijo que fue. No obstante, dejemos que el Padre se enfrente a sus propios temores en solitario. Estoy seguro de que el día que se encuentre preparado, el mismo nos pedirá que nos ocupemos de su hijo. Mientras... tenemos cosas más importantes en las que pensar.

Coates miró al sacerdote y caminó hacia fuera del lugar sagrado.

Cuando Coates puso la mano en el hombro de Davdak este, con un gesto rápido, le puso la espada en el cuello a la Máscara.

—No tomes decisiones por mi, clérigo, la próxima vez que reveles mi mascarada te juro que no podrás dormir tranquilo y no habrá dios en la tierra que pueda protegerte.

Dicho eso el pícaro guardo su espada y caminó hacia la entrada donde estaban los demás.

—¿Qué ocurre con ese crío? —preguntó directamente al sacerdote—. Me ha parecido escuchar a un crío antes de escuchar la voz de la bestia.

Durante un breve momento hubo un cruce de tensiones en la capilla. Tan pronto como salió a relucir el filo como se volvió a enfundar en la vaina de Davdak. Sólo las miradas cruzadas de la máscara y el pícaro y los gestos tensos de sus compañeros daban fe de lo que acababa de ocurrir.

—No es un niño... era... es un muchacho como Ismark.— contestó el padre Donavich mientras la comitiva movía el carro con el cuerpo en dirección al camposanto —El monstruo Strahd lo maldijo con la sangre de los engendros vampíricos. Ahora debo mantenerlo encerrado bajo la iglesia por su seguridad... y la de otras almas.— la mirada del sacerdote se alzó hacia lo alto de las montañas, donde se perfilaba la sombra del Castillo de Ravenloft —Maldito sea Strahd mil veces por todo el sufrimiento que nos envía. A veces creo que la Justicia Divina ya no existe... quizás por eso el Señor de la Luz me castiga, por ver flaquear mi fe.

Meneó la cabeza y puso una mano sobre el hombro de Ismark:

—Perdóname hijo mío. Sé que en estos momentos lo que precisas es el consuelo de la fe pero mi corazón a veces se encuentra seco.

Como si recordase cual era su labor a partir de ese momento el padre Dovanich se comportó como era de esperar de un cura durante un entierro. Recitó los responsos mientras hacían descender el cuerpo por las escaleras del mausoleo y cuando estuvieron en la cripta ofició una misa en la que pedía que al Señor de la Mañana que el alma del burgomaestre pudiera despegarse de las brumas de Barovia y alcanzar un futuro en un lugar lejano, lejos de la maldad que impregnaba aquellas tierras.

Fue una ceremonia sencilla y media hora más tarde estaban saliendo del panteón de los Indirovich. Mientras el sacerdote cerraba nuevamente las puertas con su candado se dirigió a los huérfanos:

—Deberías irte lo más lejos que puedas de aquí Ireena.— le dijo a la muchacha —Que tu hermano te acompañe hasta la Abadía de Santa Markovia, en Kretz. Si hay algún lugar que resista sagrado en toda Barovia es ese. O quizás Vallaki, donde se dice que la gente ha logrado vivir incluso feliz.— dijo aquello con una carga considerable de envidia en su voz —Cualquier lugar mejor que esta aldea maldita por la sombra del castillo.

Ian caminaba pensativo. Los sepelios ya no le impresionaban mucho, cosas de una vida de soldado, así que había aprovechado el rato para pensar sobre la situación. -Dígame una cosa padre, las marcas de garras y fuego que hay en la fachada de la capilla... Verá... He visto algo parecido en la casa de los señores aquí presentes y me pregunto si ha recibido visitas, como decirlo... ¿Hostiles? ultimamente...

Coates no se sorprendió de la actitud de Davdak. De todos los del grupo era, sin duda, el más impulsivo. Aquello seguramente le generaría problemas en un futuro a su compañero de viaje pero desde luego, eso no sucedería hoy y, mucho menos en un templo sagrado.

Siempre respetuoso, escuchó atento las plegarias y rezos del padre Donavich. Al finalizar el padre mencionó una Abadía y eso removió la curiosidad del Máscara.

- Padre Donavich, ¿podría contarnos más de la Abadía de Santa Markovia?

Jarvo copió la actitud del Padre e hizo las veces de ayudante tanto para sujetarle el libro de oraciones cuando precisaba tener ambas manos como para mover y colocar el ataud en su lugar.

Ante los consejos hacia los hermanos, le quedó claro que aquel hombre tenía un buen corazón pero se veía sobrepasado por la maldición que Strahd lanzaba sobre toda esa aldea.

- ¿También adoran a la Luz? - añadió a la pregunta de Coates, acordándose tanto del símbolo sagrado de la segunda carta como de la espada que atesora luz de la tercera.

Sin esperar respuesta, se giró hacia Ismark.

- ¿Kretz está muy alejado de Vallaki? Lo cierto es que no conocemos los asentamientos de esta región... - se rascó la cabeza, forzando una imagen de perdido. - ¿No tendremos un mapa de la zona en vuestro hogar? ¿O quizá en algún punto del pueblo?

Davdak todavía miraba de vez en cuando hacia el interior de la iglesia. Aquel muchacho atrapado que había resultado ser un demonio de Strahd le había perturbado la mente. Comenzaba a tomar consciencia de la magnitud de Strahd en este lugar y eso le hacía más deseoso de encontrarse con él. Pero primero había que pasar las pruebas de los vistani.

Se quedó apartado mientras sus compañeros hablaban con el cura, mirando en dirección al castillo tal y como había hecho Donavich.

Desde el borde del camposanto Davdak observaba la imponente estructura del Castillo de Ravenloft recortándose contra el cielo plomizo. Era una mole inmensa, de varias plantas de altura con enormes torres que se alzaban desafiando el cielo, de un tamaño tan sobrecogedor que incluso desde esta distancia podía percibirse su enormidad. La oscuridad se cernía sobre sus muros como podrían hacerlo los rayos del sol sobre un edificio más acogedor. Había algo en él que provocaba a la par deseo y rechazo. En su vida de aventurero el pícaro había visto algunos lugares de poder importantes pero estaba seguro que ninguno se comparaba con aquel castillo.

El padre Donavich parecía estar más centrado tras oficial la misa y contestaba como buenamente podía a las preguntas de los aventureros:

—El templo de Santa Markovia se encuentra dentro de las murallas de Kretz. Es un convento y hospital erigido en honor a Santa Markovia por un clérigo servidor del Señor de la Mañana. Es un lugar consagrado, sin duda a salvo del pestilente aliento del señor de los vampiros. Kretz está bastante más al oeste de Vallaki. Si vais a viajar por nuestro valle necesitaréis un mapa, estoy de acuerdo. Por favor: esperad aquí.— dijo mientras entraba en el templo —Os traeré un mapa.

Antes de entrar señaló las marcas mencionadas por Ian:

—Strahd parece divierte poniendo a prueba nuestra fe a través del miedo. Ocasionalmente manda a alguna de sus siniestras huestes a asediarnos pero nunca ninguna ha podido cruzar el umbral. Estas marcas no son otra cosa que una muestra de la frustración de esas pobres y necias criaturas que viven en la oscuridad.

Era evidente que el sacerdote no quería que los aventureros volvieran a entrar en la iglesia.

Ian frunció el ceño al irse el sacerdote. -No sé como lo veis, pero dudo mucho que sea una coincidencia que tanto la casa del burgomaestre como la iglesia hayan sido atacadas. Es evidente que quiere recuperar al hijo del sacerdote. Una pequeña victoria contra ese vampiro sería devolver al hijo del sacerdote a la normalidad. Creo que tras Vallaki tendríamos que parar en ese monasterio a ver si tienen alguna idea de como lograrlo.

Coates quedó pensativo mientras el sacerdote marchaba por el mapa.

Sin duda sería un viaje lleno de peligros y, por lo que parecía, aquel vampiro tenía totalmente controlada la situación. Le gustaba divertirse con aquellos que todavía se resistían a su influjo.

Por lo que parecía, aquellos que aún tenían fe en la luz, eran sus juguetes favoritos. Gozaba con asustarlos y amedrentarlos. Bien.... será un interesante viaje... ¿Qué pensará ese vampiro de un máscara? ¿tratará de jugar conmigo y con mis compañeros? ¿o por el contrario se sentirá simplemente curioso? Nig-Cö era una divinidad muy particular. ¿Un ser de luz? Puede... pero sus exigencias para con sus siervos no eran tan... blandas... como las de otras divinidades de luz.

Miró a sus compañeros durante unos instantes y después les preguntó.

- Creo que primero debiéramos escoltar a nuestros nuevos amigos a Santa Markovia, asegurarnos de que no les pasa nada y, después, caminar hacia Kretz. ¿Qué os parece?

—En marcha pues —dijo Davdak—. Tenemos camino por delante y respuestas que encontrar.

El pícaro estaba inquieto. Por una parte el desafío de derrotar a Strahd le atraía más que cualquier otra cosa pero la revelación que había tenido sobre los vistani le hacía pensar que no eran más que marionetas destinadas a cumplir el mismo destino que las anteriores.

Se dirigió hacia su caballo y lo cogió de las riendas preparado para reemprender la marcha tan pronto como sus compañeros estuvieran listos.

- Un lugar consagrado a la luz... - dijo Jarvo a sus compañeros y se acercó a Coates, quien parecía perderse con las indicaciones geográficas. - Nuestros amigos iban originalmente a Vallaki, no a Santa Markovia, la cual sí está dentro de Kretz, que es donde parece que debemos ir nostros si queremos encontrar la bendición de la luz.

Sonrió a su compañero sin darse cuenta que sus palabras habían sonado más como un trabalenguas que como una explicación racional y, dándole una palmada en el hombre, se acercó a Ismark.

- Vallaki por la muralla y la distancia, ¿no? - confirmó con él sobre lo hablado la noche anterior. - ¿Tanta es la distancia a Kretz para que no os planteéis ese destino?

Estaba claro que necesitaban un mapa, así que miró esperando a que el Padre trajero uno como había dicho.

Davdak parecía ansioso por ponerse en marcha pero el padre Donavich salió de la iglesia antes de que los aventureros partieran. Traía en sus manos un ajado pergamino que, al desenrollar para mostrárselo, resultó ser un mapa. Un mapa de Barovia¹:

—Este viejo mapa me lo regaló un comerciante de vinos que solía recorrer el valle. Hace mucho que no lo veo por lo cual entiendo que en uno de sus viajes no gozó de la proverbial suerte de la que siempre presumía. Espero que a vosotros os ayude en vuestro viaje. Parecéis buena gente, espero que encontréis lo que buscáis y podáis abandonar este valle de lágrimas algún día.

Luego se acercó a la pareja de hermanastros:

—Cuidaos chicos. Espero que encontréis algo de tranquilidad en Vallaki o en Krezk, allá donde os dirijáis. Vuestro padre era un gran hombre. Ojalá hubiera más como él.

Se giró hacia los demás:

—Que el Señor de la Luz y Nig-Cö os cubran con sus protecciones y guíen vuestros pasos.

—Para llegar a Krezk tendríamos que pasar un par de días atravesando bosques peligrosos. Si en Vallaki encontramos la seguridad que espero obtener no quisiera correr ese riesgo.— contestó Ismark a la pregunta de Jarvo —Tampoco quisiera que fuéramos una carga para vosotros... pero todo sería planteárnoslo. De cualquier modo Vallaki nos queda de camino para tomar esa decisión.— dijo señalando los puntos en el recién obtenido mapa.

Ian observó el mapa... ¿Aquella mancha de la rosa de los vientos era sangre?* Desechó el pensamiento y se rascó la barba mientras mientras repasaba le mapa. No estaba muy seguro de la escala pero identificó el problema a simple vista. -Si hay que acampar entre el río y Vallaki creo que lo mejor sería acampar lo más al oeste posible al otro lado del río. Cuanto más lejos del castillo hagamos noche, mejor.

Desde luego aquel lugar era un auténtico laberinto en la cabeza de Coates que no estaba acostumbrado a aquellos nombres que sonaban tan duros al oído.

No obstante, subió a su caballo y se dispuso a caminar hacía Vallaki...