Partida Rol por web

Quivalian se arrodilló y examinó el hueco con aire experto aunque no estaba seguro de lo que allí se ocultaba parecía bastante claro que se trataba de algún animal salvaje.

- Sea lo que sea lo que ha hecho este agujero no se trata de algo pequeño- razonó en voz alta con sus compañeros- deberíamos andarnos con cuidado. Un animal capaz de cavar este agujero es también capaz de acabar con todos nosotros.

- Ciertamente creo que tendríamos que prender fuego y esperar.

El explorador se puso en pie y sacudió sus ropas para dirigirse a Arast mientras trataba de no dar la espalda al agujero en ningún momento.

- Admito que es encomiable tu instinto de protección, paladín, pero nadie nos ha otorgado el papel de mata-bestias en estas frías tierras. Ya lo dije con los canes, si vamos tratando de acabar con todo animal que se cruce en nuestro camino es probable que no estemos en condiciones de aportar nuestra ayuda donde realmente es vital. Nosotros cuatro no podemos limpiar los bosques de toda la marca de orcos, bestias y salteadores. No somos la milicia. Creo que nuestros objetivos deberían tener un propósito claro y un mínimo conocimiento de a qué vamos a enfrentarnos. Si no es así, es probable que acabemos honorablemente muertos en cualquier camino. No parece una buena forma de aprovechar nuestras habilidades y nuestras vidas.

El explorador parecía oponerse a la idea del humo. Arast dejó pasar unos segundos, queriendo pensar antes de decir nada. La idea no había sido precipitada, en tanto que la había compartido.

- Cierto es que no sabemos lo que mora aquí. Pero si fuera una criatura derrotable para nosotros tendríamos que vencerla, ya que estamos en un camino que seguirán otras personas y la labor de cualquier viajero íntegro es proteger a los que vendrán después. Yo no digo que nos internemos y nos enfrentemos a ciegas. Pero como mínimo dejaré unas señales. Piensa, amigo Quivalian, que aquellos canes a los que vencimos no nos supusieron un problema real, ya que enseguida estábamos recuperados, y bien pudimos haber salvado alguna vida al hacerlo.

Arast estaba tan convencido de sus palabras que pensaba que el elfo las daría por válidas en cuanto comprendiera esa forma de ver las cosas.

- Sigo pensando que no es buena idea- negó rotundo- pero, al igual que dije con los canes, esto es una compañía, y si los demás estáis de acuerdo, yo cubriré vuestros pasos.

Quivalian examinó el agujero con detenimiento y pericia. El hueco era casi vertical y descendía unos 3 o 4 metros, luego giraba 90 grados y se volvía un túnel horizontal (paralelo al suelo).

No parecía haber nada cercano, ninguna criatura aparecería de la nada. Quivalian olfateó el túnel y no encontró rastros de alguna presencia cercana. Si querían hacer salir a la criatura, debían ingresar al túnel y seguir su dirección quien sabe que distancia y sin saber que encontrarían.

El túnel horizontal tenía poco más de metro y medio de altura y de ingresar al túnel tendrían que ir en fila india y un poco incómodos, por no mencionar que las armas grandes eran imposibles de usar en un lugar de esas características. Pero el ímpetu del paladín le decía que debían explorarlo, sin duda alguna criatura era la responsable y si no la mataban, podía asesinar a viajeros incautos e inocentes.
Pero la razón del explorador planteaba un muro al paladín y trataba de convencerlo de que sería mala idea.

Aún habían otros dos compañeros, y entre todos debían llegar a un consenso: O exploraban el túnel o seguían su camino.

Tus palabras son acertadas Arast! No podemos dejar un peligro para cualquier peregrino despistado.

Asiendo una cuerda, la norteña la ato al carromato y haciendo un alarde de valentía, descendió por el agujero al interior de la cueva.

Mascuyando una palabras de poder divino, invoco el poder de la luz sobre su yelmo.

A que esperais! Bajad, rastreemos la amenaza y acabemos con la alimaña.

Tras ver que la altura del túnel no le permitiría usar bien su gran maul, comentó:

Yo ire la segunda para lanzar conjuros de fuego y de curación. Me temo que luchar con mi arma es más complicado con esta estrechez. 

Esperando a Arast y al resto, comenzaron a adentrarse en aquella cueva.

Debió de haber imaginado que Xune querría entrar en el lugar sin pensarlo demasiado. Afortunadamente se había atado una cuerda al cuerpo y eso facilitaría sacarla de ahí.

- Escucha, no podemos entrar. Ni tu arma ni la mía es efectiva ahí. Quivalian también podría tener algún problema. Yo por mi parte, tendría que recurrir a mi daga. Sería mucho mejor hacer salir a la criatura y apalearla fuera. El único inconveniente es que no sabemos lo que es y si se trata de un monstruo de sangre dracónida, por ejemplo, podríamos suicidarnos. El mal no siempre se derrota atacándole de frente.

A pesar de sus palabras, temía que la clérigo fuera demasiado intempuestuosa.

- Propongo que nos alejemos y la hagamos salir. Una vez veamos lo que es, pensaremos si es viable atacarla o si hay que avisar a alguna organización mejor preparada.

Viendo el cariz que tomaban los acontecimientos, Quivalian bajó los brazos y aceptó el resultado, una vez más, con un suspiro.

- Está bien, está bien- negó con la cabeza mientras se acercaba al borde del agujero- en esto estoy con Arast. Podríamos hacer una fogata y tratar de llenar la caverna de humo. No sé si funcionará pero vale la pena intentarlo.

Mientras el paladín y el Guardabosques discutían acerca de una u otra opción, la mujer prefería los hechos y así lo demostró.

Iba a internarse en el agujero, presta a enfrentar lo que fuera que hubiera en las profundidades del túnel. Alcanzó a lanzar uno de sus conjuros que irradiaba luz celestial para iluminar el camino. Ante tal escena, ambos hombres se miraron y por fin se pusieron de acuerdo.

Claramente no eran cobardes, todo lo contrario, solo sopesaban las diferentes posibilidades. El acto de Xune era más temerario que valiente. Pero al final y con la aprobación de Bran, decidieron hacer lo posible por llamar la atención de lo que fuera que hubiera allá adentro.

Entre escuderos, sirvientes y héroes, reunieron ramas verdes y algunas secas, y fueron arrojándolas poco a poco al agujero de entrada. Encender el fuego fue lo más fácil gracias a las habilidades de Quivalian. Xune se ofreció a lanzar un conjuro de flama sagrada, pero la magia no debía usarse tan campantemente.

El humo empezó a emanar y creó una alta columna densa que se elevaba varias decenas metros en el aire. Sin duda gran parte del humo también se adentraba en la caverna.

El grupo esperó un rato, con sus armas listas a ser desenfundadas ante cualquier criatura que apareciera. Tharis (el escudero de Arast) decidió batir la zona y reunir algo más de vegetación verde que generara humo denso.

Tras varios minutos, un grito alertó al grupo: Era Tharis y corría por su vida.

7 sujetos perseguían al pobre escudero que corría en dirección al grupo a toda velocidad, clamando por ayuda a su mentor y sus compañeros. Los siete hombres vestían armaduras de cuero y tenían aspecto desaliñado y sucio. Uno de ellos (el líder) era más corpulento que el resto y tenía un látigo en su cinto mientras en su mano enfundaba una maza lista para asestar un golpe al pobre muchacho. Los otros 6 esbirros tenían cimitarras afiladas que brillaban bajo los últimos rayos del sol.

Arast al contemplar la escena no pudo menos que levantarse al instante. Dudó un segundo pensando que tenía javalinas, pero no, no contaba con ninguna y no lo había tenido en consideración en el mercado.

Viendo que no tenía nada que lanzar, avanzó hacia los enemigos, sabiendo que su escudero vendría en camino.

- Demonios, qué clase de infortunio es este.

Se preguntó sin saber si había relación entre esos desaliñados y la gruta. El paladín prefirió no gritar pero fue directo a buscar el enfrentamiento, sabedor de que Quivalian le cubriría por detrás y que los otros guerreros vendrían a apoyarle.

- Por todos los dioses- se volvió Quivalian sorprendido.

Como un resorte impulsado por el instinto, el elfo preparó una de las flechas de su carcaj y apuntó con cuidado pero los atacantes se movían demasiado y el escudero tampoco mantenía una dirección fija por lo que sólo pudo exclamar una maldición mientras veía como la flecha se escapaba entre los árboles, lejos de sus atacantes.

BRAN había comenzado con el espíritu ligero aquel nuevo tramo del viaje. Siempre atento a las sorpresas que pudiera depararles el camino, pero disfrutando como un crío de aquella novedosa sensación de poder campar a sus anchas y libremente por donde le diera la gana. Una sensación que ya ni recordaba... si es que alguna vez la había experimentado.

Ciertamente, aún con los peligros desconocidos que pudieran aguardarles en cualquier rincón, muy mortales quizás algunos de ellos, su nueva vida era mucho mejor que tener que moverse sigilosamente y a escondidas todo el tiempo, procurando esquivar las zonas abiertas y los lugares más concurridos para no llamar la atención de los guardias. Y ningún temor era capaz de ensombrecer la alegría que brindaba la libertad.

Solo lamentaba que sus viejos camaradas no estuvieran allí para disfrutarlo...

De todos modos, su recién descubierta felicidad duró más bien poco. Pues el descubrimiento de la extraña oquedad que se abría en el suelo volvió a sumirlo en un talante sombrío y meditabundo.

El joven llevaba casi una vida errando por bosques y montañas. Y nunca había conocido a una bestia capaz de construir semejante madriguera. Por lo que solo encontraba dos explicaciones posibles. O se trataba de una criatura verdaderamente excepcional, o había algún tipo de inteligencia tras ello.

Lo cierto era que no le gustaba ninguna de las posibilidades.

En cualquier caso, antes de que sus sospechas pudieran materializarse siquiera en un esbozo de pensamiento, otra nueva alarma lo puso sobre alerta. Sin detenerse a pensar lo que ocurría, el fornido muchacho alzó sus armas y se apresuró a alcanzar la posición del paladín.

Apuntando con su dedo indice a una de las criaturas que acoaban al joven escudero, Xune exclamo una plabra de poder:

Shirakk! Descendiendo una haz de fuego sobre uno de los pigmeos quemandolo.

Asiendo a continuación su poderoso martillo se preparó para acometer a las criaturas que se les venían encima.

Besando la cabeza de su arma, lanzo una plegaria al Dios de la Tormenta.

Por falta de fortuna, Quivalian, un experto arquero, falló su tiro. Un mal augurio para iniciar un combate.

Arast sin pensarlo, corrió en dirección a los enemigos, para llegar más rápido y salvaguardar a su apreciado y fiel escudero. Detrás del Paladín, Bran y Xune se lanzaron a la refriega también a toda velocidad.

La clériga empezaba a mostrar sus cualidades lanzando una flecha ígnea formada desde sus dedos y con el poder de su fe, pero era difícil mantener el paso y apuntar bien. La flecha encendida fue a estrellarse contra el tronco de un árbol, atrás de los bandidos.

Los enemigos estaban a punto de alcanzar a su presa, pero se encontraron con la ola del trío que venía a atacar con vehemencia. Los ataques de las cimitarras no impactaron en ningún aventurero, pero una cimitarra se estrelló fuerte contra la armadura de la clériga, hundiéndola ligeramente y causándole un poco de dolor, sin duda le dejaría un hematoma.

El líder venía más atrás y por ahora era inalcanzable salvo arriesgando las defensas propias (Si desean atacar a líder, otorgan AdO). Era el turno de atacar para los aventureros, decididos a enfrentar a esos terribles enemigos. Eran esclavistas, pero aún no lo sabían...

Xune al recibir daño del ser que le atacaba desato el poder de la tormenta, saltando energía electríca y envolviendo al desafortunado causandole quemaduras.

Alzando su enorme Maul descargo un golpe demoledor tal como había aprendido a lo largo de sus años en el ejercito de la Marca. En un movimiento de arriba a abajo golpeo el craneo de aquel ser dejando un amasijo de carne y hueso.

Argggghhh! grito la guerrera carmesí, tras el demoledor golpe.

Girando su fuerte cuerpo, se dispuso a golpear a la siguiente criatura esquivando esta su enorme maza por milimetros. Aquella criatura debía ser afortunada, pero pronto se le acabaría.

Los acontecimientos se habían precipitado y esperó que el sonido no atrajera a una nueva criatura.

- ¡No perdáis de vista la gruta!

Si salía algo de ahí tendrían que cambiar de objetivos, estaba claro. Los esclavistas se lanzaron a la batalla así que no tuvo más remedio de empuñar con ahínco su espadón para tratar de ser lo más certero posible. Quería eliminar a alguno de ellos antes de que su líder llegara a la lucha. Se imaginó que era él el objetivo más importante pues su derrota podría desmotivar al resto. Quivalian debía pensar lo mismo pues enseguida trató de acertarle.

- ¡Si os rendís salvaréis la vida!

Exclamó queriendo que fueran conscientes de que la rendición les era conveniente. El paladín hundió la espada en uno de los hombres y si no lo mataba seguro que lo dejaría malherido.

Todavía mascullando por su estúpido fallo, Quivalian volvió a preparar su arco. Sus compañeros estaban en aprietos pero creía que podrían mantener a raya a sus atacantes, al menos en los primeros envites, así que se centró en el que parecía el líder de la banda.

Con un poco de suerte, eso les haría titubear.

Respiró hinchando los pulmones y lanzó su dardo con mortal precisión.

Luego de su fallo, Quivalian decidió concentrarse mejor. Apuntó encima de las cabezas de sus compañeros y los atacantes esclavistas y apuntó con ahínco al líder. La flecha silbó por el aire y se alcanzó a hundirse entre la clavícula y el hombro de aquel matón. El hombre solo lanzó un grito de dolor y lanzó una mirada asesina contra el guardabosques.
Bran combatía priorizando su defensa, dejaba que los enemigos le atacasen y se concentraba en bloquear esos ataques con escudo y espada, pero eso le impedía lanzar ataques certeros. Su espada impactó únicamente el aire, aunque pasó cerca de su contrincante.
Arast atacó con vehemencia a uno de sus contrincantes, la espada se enterró fuerte en sus entrañas y lo dejó casi al borde de la muerte. El hombre solo se arrojó al suelo aún con vida pero no estaba dispuesto a perderla.

El líder ahora se sumaba a la refriega, hasta el momento habia una baja e intuyó que el mejor combatiente era el paladín. Se juntó contra uno de sus esbirros y dándole órdenes aprovechó una ventaja táctica a pesar de estar con una flecha enterrada en el hombro. Sin embargo, el conocimiento militar de Arast contrarrestó los ataques del líder que ahora se encontraba en medio de la refriega (ya no provoca AdO atacarlo).

La clériga empezaba a demostrar de lo que estaba hecha. luego de recibir el ligero impacto, la furia de las tormentas aplacadas en su interior se desataron, arrojando una descarga que tumbó al suelo al enemigo. Inmediatamente Xune aprovechó para blandir su Maul y dirigió todas sus fuerzas al ataque. El Maul cayó de arriba a abajo rápidamente y se estrelló de lleno contra el cuerpo del pobre hombre. Su tórax y cuelloquedaron completamente aplastados y una potente salpicadura de sangre untó a todos los presentes.

ASALTO 3.

Los combatientes esclavistas estaban horrorizados por aquella escena que acababan de presenciar, ver como su compañero moría de esa forma tan violenta. Sin embargo, la entrada en combate de su líder les subió la moral y les permitió seguir combatiendo, aunque sin mucho éxito.
EL ataque del rival de Xune fue uno pobre, temeroso de las represalias de aquella extraña bruja.
Arast se defendía con gran pericia de sus rivales sin mayor esfuerzo.
Y Bran, aprovechó la carga de uno de ellos para realizar una maniobra y desarmarlo (en realidad fue pifia del atacante). La cimitarra salió a volar lejos de su posición. El otro atacante tampoco tuvo éxito en penetrar las defensas de aquel humilde guerrero.

Quivalian sintió que se enardecía con su éxito. El líder no podría actuar con la misma agilidad con el hombro asaetado.

Preparó de nuevo su arco y se dispuso de nuevo a disparar pero esta vez fue la cuerda la que le jugó una mala pasada y se rompió casi al instante de tensarla.

- ¡Por los bosques de Farradh'ur!- exclamó sorprendido.

Ese maldito mercader del camino le había vendido una cuerda en mal estado. Eso explicaba la inexplicable mala puntería que había demostrado hasta entonces. ¡Lo sabía! No debía haberse fiado. Su instinto se lo dijo pero no quiso escucharle y ahora pagaba las consecuencias.

Todavía maldiciendo, se colgó los restos de su arco a la espalda y desenvainó la espada, dispuesto a unirse a sus compañeros.