Partida Rol por web

El viejo Neb, ensimismado y ajeno a todo lo que ocurre, sigue narrando batallitas como si hubiera esperado toda su vida para hacerlo.

— Uhm, ohm... Recuerdo que una lozana mañana estaba yo, en la granja, con mis queridas vacas... — Dice, como dudando un poco de sí mismo. —  ...Cuando vi un gato mágico cruzar sus lindes. — Se detiene para recordar mejor. — Uhm, sí... Mágico era, pues caminaba a dos patas y vestía lujosas sedas de púrpura... Debía medir casi dos metros, pero lo más intimidante eran sus colmillos... 

Quizás Neb lo había olvidado o nunca lo había sabido, pero se estaba refiriendo a un Rakshasa: un antiguo espíritu maligno que se deleitaba engañando, manipulando y devorando a sus víctimas.

— Ahm, uhm... Pues, el mentado gato mágico resultó ser uno de lo más malvado. — Mira al cielo abierto como si allí estuviera la continuación de su cuento. — Llevaba consigo una hermosa elfa, blanca como la nieve, que había tomado por prisionera. Como hombre de bien y humilde granjero, supe que era mi deber rescatarla. — Se avergüenza un poco. - Ehm... ¡Entonces caí en la trampa de aquel gato embustero! ¡La elfa no era más que un cebo, un aparato de ilusión, una tramoya diseñada para atraer al viejo Neb a las garras del depredador!

— ¡El gato mágico quería comerse al viejo Neb! — Asegura con absoluto convencimiento. — Ahm... Pero el viejo Neb fue más rápido y, con un revés de su azada, dos veces atizó al animal: la una en su lomo, la otra en todo su felino rostro... ¡Pim, pam! — Exclama e imita los movimientos que relata, como si volviera a vivirlo. — Uhm... Corriendo hubiera salido el gato mágico si hubiera podido, pero sabía que lo alcanzaría con facilidad... Así que no tuvo más opción que huir... — Entrecierra los ojos unos segundos, acentuando una pausa dramática. — Ehm... Convirtiéndose en humo. — Concluye abruptamente, tratando de disimular su propia confusión.

— ¡Nunca más he vuelto a saber de él! Me pregunto si volverá a visitarnos algún día...

[~ Respondiendo a Saavorn]

Aunque con el viejo Neb fue rápida y ágil, la verdad es que sin faltarle el respeto al anciano parecía una presa fácil para el engaño pero esto, esto se sentía incómodo,-Genial, simplemente genial, al final tendré que volver a la herrería y pagar las putas flechas, por Mielikki que vergüenza-.

No sabía cómo responder exactamente pero siempre podría cambiar el tema, -Si, seguramente, estamos aquí por el problema de las mina, ¿Podrías decirnos dónde podemos informarnos mejor?-

Zancada estuvo escuchando la estupenda historia de Ned... Era una historia increíble Zancada lo miraba perplejo pues viendo ahora al anciano a paso de tortuga le costó imaginar como había vencido a un hombre gato. También se imaginaba cómo lo había vencido con una herramienta simple de campesino. Por un momento intentaba imaginarse la escena pero no podía. Estuvo a punto de aplaudir para complacer a aquel hombre anciano. Pero pensó que era mejor no hacerlo pues podían centrarse en él y en su problema para ser entendido. Así que dejó al paladín que fuera él el que reaccionara dado el caso.

Thalgrog se levantó y se sacudió el polvo de la ropa. El dolor seguía siendo fuerte e intermitente, como el latido de un corazón. Estaba enfurruñado por el maldito candado, por su maldita hacha sin filo, por el maldito viaje en la carretilla y por la maldita misión que le habían encomendado. Y ahora venía el tal Saavorn a pedir explicaciones con el viejo Neb de fondo contando historias de gatos silvestres y elfas... Comenzó a notar el brote de cólera, como una tormenta que amenaza lejana. Sintió el pálpito del corazón bajo la cota de escamas y la sangre subiendo a sus sienes. Trató de mantener la calma mientras acariciaba el aro de bronce que sujetaba la trenza de su barba.

-Saludos, Saavorn - hizo una exagerada reverencia. -Nuestra estancia en el pueblo está siendo de lo más agradable. ¿Acaso es delito permanecer parado en el mismo sitio? Si es así me disculpo en nombre de todos, hemos delinquido hahaha. Te preguntarás el por qué del bonito flemón que decora mi boca... Me he roto una muela intentado romper ese maldito candado. ¿Y por qué querría hacer yo eso? Pues para colarme en el emporio de Rander. Resulta que mi gato Silvester se subió al tejado y sin querer se ha caído por dentro de la chimenea. Y ahora el pobre no puede salir. ¿Oís cómo maulla? Debe estar tan asustado... Ahí dentro solo, con todas las ventanas tapiadas, tan oscuro y sin nada que comer... Por cierto, ¿no llevarás encima burrofeno¹?

La gnoma se quedó observando aquella escena algo atónita, viendo como la elfa trepaba a la casa mientras que su compañero enano mordía aquel candado lleno de rabia. Al principio, por un segundo, pensó que sería incluso capaz de partir el metal con su mandíbula, pero cuando vio el resultado... Moxie echó a reír mientras el enano pataleaba panzarriba en el suelo, quejándose por el dolor de mordida, haciendo que la vergüenza que había pasado la ladrona fuese menguando. ¡Hasta que la elfa avisó de que alguien venía!

—¡Oh, pobre Silvester! —dijo Moxie alzando la voz con cierto tono de exageración—. Lo escucho maullar desde aquí... debe de tener mucho miedo ahí solo. 

Se acercó entonces a la puerta y la golpeó con sus manos haciendo que el candado, todavía lleno de babas y sangre, se agitara.

—¡No sufras minimo, vamos a rescatarte aunque este malvado señor no quiera que lo hagamos! —gritó mientras seguía dando golpes una y otra vez —. ¡Vamos Thalgrog, echa la puerta abajo o no sabemos si podría pasarle algo malo!

No era la primera vez que alguien venía a pedirle explicaciones, ¡de eso nada! y mucho menos a echarla de un sitio que ya había sido abandonado por su dueño. ¿Cuánto podría tardar en venir la guardia de la ciudad? Pero lo realmente importante era... ¿Cuánto correría ese enano? Seguramente menos ella.

Desde la distancia, Neb no puede evitar escuchar la invención del grupo.

— ¿¡Uhm!? ¿Un gato encerrado en el emporio de Rander? ¡Sabía que este día iba a llegar! — Grita a plena capacidad de sus pulmones.  — ¡El gato mágico ha vuelto para comerse al viejo Neb! ¡Rápido, joven sacerdote, no hay tiempo que perder! — Hace urgentes señas hacia Saavorn. — ¡Ahm...! ¡Id a buscar un frasco de agua bendita, yo iré por mi azada! ¡Tenemos una batalla que librar!

Ayudándose del bastón, Neb cambia el rumbo hacia la llanura que guarda su granja. Lento como un caracol pero con la convicción de un cruzado, camina mientras revive en su mente fantásticas batallas de la mano de su arma predilecta.

El sacerdote vio en Lynx un espejo de sí mismo. Aunque lo ocultó para ser mejor aceptado por los humanos de Montes Lejanos, él también era un semielfo; al momento confió en ella como se entienden dos de la misma especie.

— Agradezco con el alma vuestra visita. Poca información podemos ofrecer, más que la evidente: nadie que entra en la mina vuelve de ella. — Hace una pausa y añade. —  Las personas más relevantes del pueblo han caído, víctimas de una enfermedad cuyo origen nos evade. — Mira a todo el grupo con lástima, creyendo que se dirigen hacia un peligro insólito y desconocido. — Aventureros como vosotros son la única esperanza a la que podemos aferrarnos.

La historia en la que un gato llamado Silvester ha acabado encerrado en el interior del emporio se le hace imposible de creer pero, conforme se suman las voces de Thalgrog y Moxie, comienza a dudar. Los gritos del viejo Neb son el colofón de su incertidumbre. — No sé si lo llego a comprender del todo... Lo cierto es que yo no escucho nada. —  Sabido es que los semielfos cuentan con un oído excepcional. —  Creo en vuestras buenas intenciones, pero debo advertiros que los bandidos han aprovechado nuestra grave situación para azotarnos con crueldad. — Mentalmente, vuelve a repasar la escena que tiene frente a sí. — En estas condiciones sería fácil que os confundieran con ellos.

Entregado su mensaje, el iniciado respira calmado. — He cumplido con mi deber; iré a informar a mi superior. Guardaos de los problemas y de los peligros de la mina. Os deseo suerte, y que Ilmáter quiera volvamos a encontrarnos en mejores circunstancias. — Repite su casi exagerada reverencia y marcha por donde ha venido.

Galahad volvió con sus compañeros al ver que Neb corría de nuevo hacía casa de Rander.

Mierda...se me escapa, pero menos mal...- pensó sintiéndose a salvo de las historietas de aquel hombre.

Lanzó una mirada de envidia a Zancada Profunda, aquel hafling no había abierto la boca y claro, había evitado las continuas historietas del viejo Neb, que si un gato...que si él salvó el pueblo de su amenaza...un continuo disparate que no pudo más que aburrir al paladín, aunque lo disimuló bien asintiendo y exclamando ante las bravuconadas del anciano.

Al llegar a la casa de Rander, vió cómo un sacerdote de Ilmáter se alejaba e iba al templo, tal vez a alertar a su superior.
¿Pero...tan difícil era entrar en una casa? Habían tenido tiempo de sobra para abrir aquella cerradura o entrar por la chimenea...- se dijo a si mismo, comprendiendo que había sido en vano, el llevarse al viejo Neb del lugar.

Este último se fue a su casa a por una azada y el sacerdote ya andaba lejos del lugar, volvían a estar solos, el Juramentado miró a sus compañeros y movió los hombros en signo de resignación.

No hay nada que podamos hacer, en poco tiempo esto se va a llenar de curiosos. Entrar con sigilo ya no va a ser posible, no me gustaría meterme en líos por unas piedras de afilar.- dijo mientras miraba a su alrededor.

También he oído de una enfermedad que empezó a aparecer, tal vez en el templo sepan algo acerca de esa enfermedad; cómo se extendió y en qué momento.
Siento que necesitamos atar unos cuantos cabos antes de poder ir a la mina.- pudo decir el paladín, el cual, desde el primer momento sentía que aquella casa tenía algo extraño, tal vez un secreto que Rander no quería que se supiera.

Se acercó a una de las paredes y la tocó con la mano derecha, concentrándose en sentir si algún objeto de la casa tenía un origen maligno.

[~ Respondiendo a Sir Galahad]

Aupado por la sospecha y el deseo de defender sus ideales, el paladín concentró su energía en el mal que tanto deseaba evitar. En un gesto solemne, alzó la mano y abrió la palma con lentitud. Se acercó con cautela hasta posar sus dedos sobre una de las paredes del emporio. Durante largos minutos mantuvo su expresión callada e inmóvil; no pudo sentir nada al otro lado.

No hay nada maligno dentro.- dijo Galahad a sus compañeros tras sentir que así era.

Dejemos estar la casa, podremos volver en otro momento que se relajen las aguas. Tal vez, deberíamos acercarnos al templo y hablar con el sacerdote que lo dirige...- tomó aire, al parecer, él tiene interés por lo que estamos haciendo aqui, tengo la sensación de que podría saber alguna cosa que nos ayudaría en nuestra búsqueda.- concluyó el paladín.

El enano se resignó. Era imposible entrar en aquel emporio y recuperar las piedras de afilar. El clan le había encomendado una misión y debía cumplirla si quería que le dieran el aro de Maestría Guerrera. Quizá en el templo tuvieran información de su interés.

-Los dioses son crueles. A veces pienso que se divierten jugando a los dados con nosotros - se quejó con amargura.

Se tocó el flemón y notó un pinchazo. Pero no era momento de lamentos, había trabajo que hacer.

-Sir Galahad tiene razón. Quizá en el templo resuelvan nuestras dudas.

Suspiro resignada estos últimos minutos fueron algo... ¿Extraños?, -Ir al templo me parece bien, con suerte en el no tendremos que andar inventando más excusas y escuchar desvaríos sobre gatos-

Por mi también podemos dejar este asunto para más tarde, quizás en otro momento, Parece que los dioses no quieren que entremos aquí.

Dijo Elaxidor en tono desanimado.

Zancada volvió con Galahad hubiera acompañado al viejo Neb si no hubiera tenido problemas con la comunicación, pero debido a su defecto no podía quedarse solo sin nadie del grupo. Así que acompañó a Galahad otra vez al emporio donde estaban sus compañeros allí vio al clérigo o novicio que les alertaba de que tenía que comunicar lo que había visto. Es decir un grupo de extranjeros fisgoneando en una casa cerrada a cal y canto. 

Cuando el destino les orienta hacia otro camino entonces ni el ladrón más habilidoso como Moxie tienen nada que hacer. Zancada asintió a sir Galahad cuando dijo de ir al monasterio e investigar un poco más aquel asunto. Puso la mano lateralmente con el pulgar hacia arriba, cuando antiguamente los amos de los luchadores de la arena hacían eso con la mano para que conservara la vida el perdedor. Zancada lo vio bien utilizarlo en sus viajes, así que afirmó con la cabeza y con el pulgar de su mano derecha.

Frente al templo de Ilmáter, un grupo de jóvenes sucios y famélicos aprietan los fardos medio vacíos a las espaldas y comienzan a marchar oscilantes, entre toses, sin rumbo concreto. Luego parecen encaminarse hacia un valle distante, a la búsqueda de mejor suerte en tierras civilizadas. Al moverse revelan dos siluetas, la primera femenina y arrodillada, implorando frente a la segunda, masculina y erguida. La mujer grita y llora; el hombre enfundado en túnica blanca guarda estoico silencio.

Moxie apretó los labios echándolos a un lado al escuchar al hombre enlatado. Odiaba que así fuera... pero tenía razón. ¡El robo había sido un absoluto fracaso! Y quedarse en la casa ahora mismo tan solo llamaría más la atención de la gente de allí. Lo mejor sería darse por vencida en esta ocasión. Así que con resignación le dio una patadita a una piedra cercana y comenzó a caminar siguiendo al grupo alejándose de la casa. 

—Ya volveremos cuando sea de noche, Thalgrog —dijo poniéndose al lado del enano, que también había dado hasta los dientes por entrar allí —. ¡El pobre Silvester aún necesita que lo rescatemos!

Y dicho eso volvió a echarse la capucha sobre la cabeza ocultando su rostro, poniendo especial atención en su lado diestro para ocultar sus cicatrices.

A modo paternal y protector contesta el hombre. — Querida hija, tu lamento me traspasa y no hay nada que pueda hacerse. Es una valiosa enseñanza de vida, un veredicto infranqueable del destino. — Habla con contrastada calma. Luego toma una pequeña reliquia enzarzada en espinas y la aprieta débilmente en su mano rugosa hasta dejar gotear un pequeño reguero de sangre. — Ilmater, Dios Que Carga Con Nuestro Dolor, detesta nuestro sufrimiento pero pone a prueba nuestras convicciones a través de su más valiosa ordalía: la pérdida. — Cuanto más avanza su disertación, más aprieta las púas de la reliquia; queriendo demostrar con el sangriento y doloroso acto una fe inquebrantable.

— Es un martirio que debemos superar sin resentimiento, en amor hacia Él y hacia nuestro propio ser... — Cesa de torturar su mano y la enfunda en un férreo y pesado guantelete. — Debemos aceptar nuestra suerte sin desespero y librar el corazón de la oscuridad que infunde la rabia... — Sermonea en tono de erudito catedrático a la nerviosa mujer, como si no tuviera más ungüento que ofrecer para calmarla.