Partida Rol por web

Encontraste en Zaragoza, una urbe no muy moderna pero, sin duda, poblada.

Avanzaste entre las calles hasta localizar el templo más próximo, urgido por tu interés en cumplir con los deberes del alma. Resultó ser una enorme iglesia. Estaban comenzando los oficios así que entraste y permaneciste en el lateral donde se encontraban todos los hombres, el derecho, mientras escuchabas al cura. Afortunadamente la celebración era en latín lo que le permitió seguirla sin dificultad pese a ser francés, pues aunque no supieras nada de la lengua clásica, los rituales de la celebración eran los mismo en todas partes y las letanías a recitar también. 

Durante la misa sentiste como si te estuviesen observando. En un par de ocasiones giraste la cabeza pero no identificaste, entre la multitud que había en el templo, nadie que te pareciese sospechoso. Finalizada la ceremonia,  las personas comenzaron a abandonar la iglesia. Entre ellas te fijaste en una mujer vestida de negro pero con ropas elegantes.  Parecía joven aunque su rostro estaba semi cubierto por un abanico y su pelo escondido detrás de una especie de velo.  Iba acompañada de una mujer de más edad que la seguía pegada a su cuerpo.  Antes de salir por la puerta,  su mirada cruzó con la tuya y te dio la sensación de que,  de alguna manera, te reconocía.

Intentaste ir tras ella, pero subió a un carruaje y te fue imposible seguirla.

Finalmente, te dispusiste a buscar la taberna en la que tenías intención de cenar y ¿quién sabía si incluso dormir? No tuviste que andar demasiado para encontrar un local del que salía un agradable olor a carne guisada.  El lugar era bastante oscuro con unas ventanas pequeñas, muchas de las cuales estaban cerradas con postigos, pero por dentro hervía de actividad. Varias mesas estaban ocupadas con personas que reían mientras bebían jarras de lo que parecía vino.

Localizaste una mesa vacía y te sentaste. Un hombre de mediana edad se acercó y te preguntó que ibas a tomar.  Con bastante dificultad le hiciste saber que querías comer y beber vino.  El hombre puso un gesto adusto cuando hablaste,  pues había reconocido tu origen, pero aún así debió pensar que su negocio se mantenía con las monedas que tú podías darle y no con las lealtades que el rey no le iba agradecer. Volvió al cabo de un rato con un plato lleno a rebosar de lo que parecía cordero guisado y una copa de un vino bastante bueno.

Mientras comías y bebías entró en el bar un muchacho joven,  apenas un adolescente. Se acercó hasta donde tú estabas y, avergonzado, depósito de manera discreta un papel en la mesa. Al desenvolverlo viste una caligrafía elegante, probablemente femenina. La nota estaba escrita en francés por lo que no tuviste ningún problema en entenderla. Decía lo siguiente

Alguien con semejante carga, no debería viajar tan al descubierto. Sois vulnerable. Permitidme ayudaros. Nos veremos en la parte de atrás de la iglesia en la que habéis estado hoy, a la medianoche. Os aconsejo no faltar.

Isabel, viuda de Manrique

Los deberes divinos concluyen rápido, agradeciendo que no cambien pese a la distancia. Es posible que me sigan, pero al no ver a nadie, sencillamente me encomiendo a mi preparación. Al final... nada, salvo un cruce de miradas con una desconocida.

Gran poder el del oro, incluso en este país. Puedo comer algo caliente pero me interrumpen, alzo la mirada y leo la carta, con claro desdén, incluso bufo. Huele a trampa. ¿Pero desde cuando yo he esquivado las trampas? Además de que parece que la misión secreta no es tan secreta.

Arrojo la carta al fuego del lugar, en caso de haberlo, o en caso contrario lo guardaré.

Terminaré de comer y me iré a la habitación. Antes de la media noche me escaparé por la ventana, sin avisar, para ir un poco antes de lo acordado detrás de la iglesia. Por que una cosa es no ir a una trampa y otra regalarles mi vida. Vigilaré la zona, buscaré posibles emboscadas. Si lo veo limpio, me presentaré a la trampa y confiaré en mi maestría, en caso contrario agradeceré mi desconfianza y limpiaré la zona a la hora indicada.

Actuas conforme a tus planes y, antes de medianoche, escapas por la ventana.

Vigilas con atención la zona durante el rato que falta hasta la medianoche pero no ves nada fuera de lugar.

Llegada la medianoche un carruaje con un blasón que no reconoces, llega hasta la iglesia y se para allí. Es un coche elegante, con un cochero en el pescante y visillos que cubren las pequeñas ventanas que hay en las puertas.

Transcurren unos minutos y nada ocurre. Pasado ese tiempo uno de los visillos se separa y una mujer mira por ellos como buscando algo. Es la mujer de la iglesia.

Finalmente se muestra.

Y no es educado hacer esperar a una mujer, de modo que salgo desde mi ubicación y camino hacia allí, con un aire casi desafiante.

¿No sabéis, señora, que no es buena idea invitar a un desconocido en la noche? Podría haceros daño...

Comento con un tono francés. Es un farol, en verdad no pretendo hacer daño, pero sí quiero ver su reacción y hasta qué punto es sincera en lo que escribió.

-No estoy sola. El cochero está conmigo. Si os pusierais desagradable, él me protegería- te dice con voz seria -Vos, por el contrario, estais siendo descuidado y llamando demasiado la atención. Sabed que mi padre era francés y que sirvo a su Majestad, el Rey de Francia, a este lado de los pirineos. Necesito que vengais conmigo. Creo que hemos apresado un hombre que os seguía y quiero estar segura antes de invertir mis recursos en llevarle hasta Francia para rendir cuentas. No hemos conseguido su apellido pero me dijo que, si lograba hablar con vos, os diera recuerdos de parte de Luc. Y, ahora ¿me acompañareis a verle?- pregunta abriendo la puerta del carruaje. Te deja que observes que no hay nadie más dentro mientras ella se quita los alfileres del pelo que le sujetaban la mantilla que se lo cubría. Una melena blanca queda al descubierto.

Me encantaría probar las habilidades de vuestro cochero. Quizá dure más que los anteriores.

Respondo con una sonrisa a la mujer. No obstante, en cuanto menciona a Luc la miro y asiento, perdiendo la sonrisa.

Os acompañaré.

Declaro, instantes antes de abrir la puerta para entrar con ella, aunque una parte de mí siga pensando que es una emboscada... demasiado bien planeada.

La mujer te mira con gesto adusto cuando haces tu broma sobre el cochero. No parece que sea de esas personas con sentido del humor. 

Abres la puerta y entras para sentarte. Es un carruaje de sólo dos caballos y dos ruedas. Pequeño por dentro, tiene aspecto de ser rápido. Te sientas al lado de la mujer puesto que sólo hay asiento en uno de los lados.

El carruaje arranca inmediatamente. Al principio, mientras callejea, a ritmo lento, de paso. Pero en cuanto os aproximais a las puertas de la ciudad, aumenta la velocidad. Es evidente que vais fuera de los límites de Zaragoza.

-Como es lógico, no le tengo en mi casa en la ciudad. No puedo permitirme hombres entrando en mi casa ni siquiera de noche, tengo una reputación que mantener-

Aún no habéis atravesado las puertas de la ciudad cuando una piedra o quizás un bache, os hace botar en el asiento y la dama se inclina hacia ti. Notas un ligero aguijonazo en el brazo. Ella, colocándose de nuevo en su posición, permanece imperturbable. Tu mirada baja hasta la altura en la que has sentido el pinchazo. Su mano, ligeramente cubierta por su toquilla, lleva uno de los alfileres que se ha quitado del pelo. Tu mirada sube hasta encontrarse con la suya. Su rostro no expresa emoción ninguna.

-Aproveche para descansar, señor Noir. Seguro que le vendrá bien- es lo último que oyes antes de que una profunda niebla ciegue tus sentidos y tus parpados se cierren.

Cuando siento el pinchazo, una sonrisa socarrona se dibuja en mi rostro. Españoles... ratas sin honor.

Con la mirada nublada la miro, desafiante y es el francés el idioma que surge de mis labios, sin fuerzas siquiera para tratar de chapurrear el idioma de tan maldito lugar.

Lo... imaginé... los españoles... son ratas... pero... los fr...

No termino la frase, pues es el sueño el que me puede. Y pese a saber que estoy en una condición peliaguda, la verdad es que una pequeña parte de mí se alegra, todo estaba resultando demasiado sencillo y al fin se presentaba un desafío y la verdadera cara de los españoles comenzaba a dibujarse.

La cabeza te martillea. Es la primera sensación que tienes. Luego el dolor de cuello, quizás porque te cuelga la cabeza en una postura incómoda. Luego sientes la cuerda en las muñecas. Estas atado a la espalda. Atado y sentado en una silla. Abres los ojos pero no ves nada, tienes algo tapándolos, una venda o un pañuelo.

Oyes sonidos. Cerca, pasos sobre la tierra. Dos hombres.  A lo lejos, dos voces susurran en francés, una mujer y un hombre. Luego silencio.

Una puerta se abre y los pasos de dos personas se acercan. Unos dedos delicados desatan los nudos de lo que tapa tu ojos. Hay bastante oscuridad así que a tus ojos no les cuesta acostumbrarse. Lo primero que ves es a la dama. Detrás de ella otros tres hombres.

-Bueno ¿qué es exactamente lo que ha hecho usted, señor Noir?- te pregunta con franca curiosidad en perfecto francés -No me han dado mucha información y la verdad es que siento muchísima curiosidad. Se supone que tengo que tengo que esperar a que vengan a por usted pero, ¿no sería tan amable de contarme qué le hace gan interesante?- pregunta con una sonrisa

La oscuridad.

Sonidos, voces.

Y ver... a duras penas. Me duele la cabeza. La sacudo despacio para intentar centrarme en lo que dicen... he caído como lo haría un niño pequeño, y más intuyéndolo... pero supongo que una parte de mí buscaba un poco de acción. Lo sorprendente es ver que la sucia artimaña proviene de mi tierra y no la de estos malditos españoles.

Sinceramente... no me molesta estar atado con una hermosa dama... ¿pero tener curiosos? No sabía eso de usted, madam -satirizo con media sonrisa, aún a sabiendas de que probablemente habrán represarias-. ¿Qué me hace tan interesante? Tengo una mirada de hombre y blando la espada como uno. ¿No le parece suficiente...?

Miro a los tres presentes y alzo un poco la cabeza, altanero.

Les matarán. Los que vienen por mí. Cuanto más tiempo perdamos en debates absurdos... ¿por qué cree que no le han dado información? No quieren que sepa nada. O tal vez la acusen para hacerle cargar con las culpas de sus actos. Yo no tengo nada que perder... pero a usted le acompañaba una doncella arrebatadora. Y no quiere saber qué tipo de juegos se traen esos mal llamados caballeros.

La mujer te observa con expresión molesta mientras hablas. Te resulta evidente que espera algo más de seriedad por tu parte y tus chanzas no le agradan. Pero, cuando intentas convencerla de una posible traición su mirada se endurece 

-No, señor Noir, no me lohan dicho. Pero yo tampoco he insistido. Mi patria me pide algo y lo hago. En cambio usted, si me han pedido que le detenga, es porque es un traidor-

Sin que tenga más conversación que compartir, se vuelve y comienza a salir dejandote con los tres hombres que se aproximas a ti.

-No le mateis. No me han dicho si lo quieren vivo y sería un error irreparable-

El primero de los matones se acerca hasta ti y te propina un puñetazo que te derriba al suelo, silla incluida. Con el golpe, el respaldo se afloja. Quizás otro golpe como ese lo rompa y te libere un poco. O quizás podrías defenderte con una patada puesto que tus piernas están libres. O quizás... Tu mente planea sobre tus alternativas 

Es imperturbable. Y claro, es lógico... no esperaba menos de un francés. Le sonrío, como si su respuesta me gustase... me gustase de verdad.

Lo que no me gusta tanto, pero me lo esperaba, es ese golpe de uno de los matones. Un golpe que me hace escupir al suelo y me deja un poco aturdido. Al levantar la cabeza todo se encuentra un poco borroso.

Una carta -explico-. En el tubo de mapas -la de amor que yo mismo escribí imitando a su majestad a alguna amante castellana despechada-. Tengo que entregarla... pero los Españoles la buscan. Tengo que encontrarla antes que ellos. Soy el custodio. ¿Comprendéis vuestro error?

No bajo la guardia pese a todo. Mi intención es bastante sencilla en caso de ir a recibir otro golpe: impulsarme con las piernas para girar y que sea el respaldo de la silla quien reciba el golpe por mí, para liberarme. Una vez lo puedo consentir. Dos no.

La dama detiene su paso. Ha escuchado lo que has dicho.

-¿Encontrarla? ¿A la dama?- parece intrigada. Con un gesto despectivo comenta -¡Qué estúpido! No le valió casarse con una castellana para aprender la lección y ahora anda detrás de las faldas de otra-

Sus chicos rien, por lo bajo, ante el comentario. Pero ella no. Ella sigue seria, como reflexionando sobre tus palabras

-Que los españoles estén tras tu pista es una complicación más... Aunque eso no explica porqué te buscan los franceses- te dice con gesto suspicaz. Se gira hacia el matón que te ha golpeado antes y le hace un gesto para que repita.

Oro.

Respondo, con una única palabra, como si fuese más que suficiente. Pero por si acaso, prosigo.

Y honor. Con mi muerte y la desaparición de la carta se acabó la amenaza sobre el honor francés. Aunque claro, para ello sacrifican su propio honor.

Y es entonces cuando rápidamente trato de girar sobre mí mismo en busca de un imposible, como a mí me gustan.

Duda, es lo que ves en sus ojos. Supones que estará pensando que ella lo haría. Y eso da credibilidad a tu historia. La suficiente como para distraerlos.

-Trae sus cosas. Están en su caballo- le dice la dama a uno de sus secuaces, que siguiendo sus ordenes, sale de allí. Eso te da un montón de información, ahora sabes que tienen tus cosas y a tu caballo... Si consigues escapar de ésta, tienes todo lo necesario para largarte de allí inmediatamente.

Y es entonces cuando aprovechas para colocarte y girar antes de recibir el golpe que ya volaba hacia ti. Tu destreza y la Dama Fortuna que parece tu mejor compañía, te ayudan una vez más. El giro, sobre una de las patas de la silla, hace que caigas de espaldas con una ligera inclinación lateral. No sólo se rompe el respaldo, de manera que tus manos, aún atadas entre ellas, ya no están sujetas, si no que además una de las patas se rompe. Mirándola te planteas si podrías usarla como arma.

Al fondo, por un ventanal, entra la única luz que ilumina la estancia, la de la luna.

Cuando duda, me da información. Y la información es poder... en este caso, poder largarme de allí. Además, en su duda atisbo que quizá no esté tan desencaminado, para habérmelo inventado... en verdad está el honor de todo Francia en juego.

Entonces, me libero y me pongo en pie de un salto.

Un verdadero francés no teme a la muerte.

Y está como una cabra, mon dieu!

Podría ponérmelo fácil. Podría huir. Podría echar las manos hacia delante. Podría soltarme.

Pero sólo Dios y mis mejores amigos saben que precisamente las cosas fáciles son las que me resultan más difíciles.

Es por eso que avanzo, moviendo un paso a cada lado en un zigzag imposible y me lanzo a dar un sendo cabezazo a uno de los matones para, acto seguido, girar y en un paso rápido darle otro cabezazo al último de los matones, con una sonrisa de esas que sólo tiene aquel que ha sobrevivido al infierno.

Sin embargo mis pies se deslizan y las fuerzas me flaquean*.

Merde!

Te levantas con la agilidad de un gato. Sigues atado pero ya no estás sujeto a la silla. Tus piernas, libres, se mueven hacia delante rápidamente. Solo Dios sabe porqué optas por esa decisión pero de manera casi instantánea se demuestra que es errónea.

Te lanzas hacia los matones con intención de golpearlos. Pero el primero de ellos hace un quiebro rápido lateral y terminas en el suelo. El hombre se apresura a apoyar su rodilla en tu espalda impidiendo que te levantes.

-¿Ha visto Madame? ¿Qué desea que hagamos con él?-

La mujer no responde inmediatamente. Parece estar dudando. Quizás lo que le has dicho le haya hecho dudar o quizás le haya sugerido algún plan diferente al que tenía.

-Átalo y duérmelo-

Un golpe cae sobre tu cabeza y todo se vuelve negro.

Te despiertas. No tienes muy claro qué hora es o donde estás. Dos voces, un hombre y una mujer, parecen discutir fuera. Cerca tuyo hay alguien. Se acerca hasta ti. Aún no ha descubierto que estás despierto. Se coloca a tu espalda y algo afilado parece actuar sobre las cuerdas que te retienen.

Un fallo, y me siento como un niño, como un idiota...

Todo se hace oscuro y finalmente voy recuperándome.

Escucho voces y sigo con los ojos cerrados, me duele todo y no sé bien cómo reaccionar.

Pero siento entonces una presencia y un filo por las cuerdas.

¿Un enemigo? ¿Cuánto tiempo ha pasado...? Joder, tengo que hacerlo. No puedo fallar.

Me recrimino a mí mismo.

¿Puede que vayan a colgarme?

Me planteo.

Si siento que me mueven, que mis manos están libres, abriré los ojos y me giraré para capturar a quien sea que quiere terminar con mi vida, apretando los dientes. Estoy bastante enfadado.