Partida Rol por web

Escucho las palabras, burdas mentiras, de aquel que fue mi amigo, y su estocada va directo a mi pecho y la sangre brota del mismo.

Sin embargo, en mi rostro una sonrisa, ya no necesitaba ser más correcto con él, ya podía luchar a muerte.

Disimuláis realmente bien las ganas de acabar con el señor Noir.

Digo, con cierto aire burlesco, mientras me preparo para el intercambio de estocadas, pero Hugo siempre había sido un tipo impaciente y sé que esta estocada no va a ser la única que rasgue mi ropa y mi piel.

Aquel que se nombró mi amigo me ha atacado... era un hombre raudo, pero no era la primera vez que cruzábamos espadas en los entrenamientos, y la mayoría de las veces resultaba con mi derrota.

Pero esta vez, iba en serio. Mi primer golpe es más complicado, un golpe al costado destinado a maximizar el daño.

Mi segundo golpe es un corte simple en el pecho.

Ambos rápidos y precisos. Sin embargo el primer golpe es quizá demasiado ambicioso. Por el contrario, mi segundo golpe, en apariencia más simple se antoja en principio más eficaz.

Mis ojos van a los de aquel que ahora se me presenta como enemigo.

Me sonrío con su primer lance

-Siempre fue vuestra perdición querer hacer más de lo que es vuestra posibilidad- comento altanero. 

Pero antes de que tenga tiempo de ponerme en guardia para la siguiente estocada, el acero acaricia mi piel. Mi mano izquierda va a la herida y la veo teñida de rojo. No ha sido un golpe de advertencia.

Avanzo un pie rápido y con una floritura a la izquierda, le alcanzo en el antebrazo

-¡Maldita sea! ¡No deseo mataros, pero no puedo dejaros seguir adelante! Entregadme la carta y huid-

Y la vuestra la falta de medida.

Respondo mientras su espada rasga mi piel y mis músculos. Aprieto los dientes, conteniendo un grito. Este combate va a terminar mal para mí... sin embargo, sonrío.

Me gusta la sensación que recorre mi cuerpo.

Esta herida sólo me hace que arda en más deseos de batirme hasta el final.

Un golpe sencillo acompañado de un giro de muñeca buscando hacer más daño en aquel que fue mi amigo... y que parece haber olvidado el porqué de nuestra amistad.

Me hiere. Y, además, rechaza mi oferta. ¡Es el colmo! Me molesta su prepotencia, su manera de pensar que está a mi altura. Quizás por eso, cegado por la rabia, no pienso bien mi movimiento y me lanzo sin más contra él. Pero me esquiva con facilidad, eludiendo mi hierro, lo cual me molesta incluso más.

El ver cómo se enoja sólo consigue que me venga arriba, tal vez un error. Pero no será el único. Un movimiento rápido directo a su pecho dispuesto a conseguir que se retuerza de dolor y quiera detener ya esta locura. Esperando que, de algún modo, aquel que fue mi amigo regrese... y no me obligue a terminar con esto.

Evito, por muy poco que su acero desgarre mi piel de nuevo. Esquivar sus lances no está siendo sencillo.

-¡Maldito patán! Quizás te di demasiadas confianzas- le insulto con desprecio. Y luego intento ensartarle con mi filo para frenar su avance.

Su filo me roza, pero más daño me hacen sus palabras, que consiguen que gruña.

¿De veras ahora recurrís a hablar como un campesino, señor?

Mi filo se adelanta, del mismo modo que hacen mis palabras.

Ruego me permitáis entonces trataros como a uno.

Una sonrisa mordaz aparece en mi rostro.

Vuestro último amor me lo permitió.

Mentía, como un bellaco, pero eso no importaba.

Esquivo su estocada sin dificultad 

-Hablas demasiado-

Pero sigue igual, escupiendo falsedades por esa boca miserable

-¡Mentís! Ella jamas se rebajaria a yacer con alguien de tan arrastrado.-

Su siguiente estocada impacta donde me cosieron por la anterior batalla y consigue hacer mella y que dibuje una mueca de dolor.

Sin embargo soy lo suficiente rápido para desviar con mi espada su siguiente ataque.

En verdad fui yo quien rehusó yacer con ella. No quería compartir vuestro lecho.

Una media sonrisa confiada, sin embargo está claro que esto no pinta nada bien para mí.

Un rápido corte horizontal hacia su vientre, tratando de ganar algo de espacio.

Sé que me estoy dejando llevar por la ira, que debería estar más centrado si quiero que esto acabe. Pero me resulta imposible con su palabrería provocadora. A duras penas consigo mantener la concentración como para evitar que sus lances me hieran

-¡Vete al infierno, Tylou!-

Me manda al infierno, más ni sus palabras ni su filo me hiere con la suficiente profundidad.

Por supuesto, mon ami... más después de vos, si no os importa.

Dicho esto hago uno de mis mejores movimientos... un doble corte, el primero al vientre y el segundo al muslo.

¡Aja!

-¡¡Arrgg!!- La ira domina mis pensamientos. Jamás pensé que en un duelo con Tylou, él podría estar a mi altura. Me desplazo hacia un lado pero, el muy rufián lo había previsto y su espada me rasga a la altura de las costillas -¡Maldición! ¡Os voy a...!-

Mi bravata no llega a buen puerto porque, cuando me doy cuenta, su espada está clavada en el lateral de mi abdomen. Me llevo la mano al costado con sorpresa. Me desvanezco mientras observo como mis dedos se tiñen de rojo.

Podría decir que venceros por primera vez me enorgullece... más es una lástima terminar así, viejo camarada.

Digo, mientras me inclino a su lado, sin temer que pueda clavarme la espada en un momento de guardia baja.

Ahora, descansad... trataré de mandar un sanador en esta dirección.

Le hablo con media sonrisa. Había vencido a aquel que nunca conseguí vencer... pero entonces ¿por qué diablos me sentía tan mal? Sólo estaba salvando mi vida ¿cierto?

A tus pies yace el cuerpo de aquel al que un día llamaste amigo. No está muerto, pero eso no hace que te sientas mejor.

Ahora tenías que terminar la misión, al fin y al cabo, para eso habías llegado hasta aquí. Al fin y al cabo, por eso acababas de derramar la sangre del que un día habías considerado casi un hermano.

El descubrimiento de su traición parecía no haber hecho mella en tu resolución, al menos de momento. Quizás más adelante, cuando la adrenalina bajase, algo en ti flaqueara. O quizás no porque ¿no había sido esta la única opción correcta y honorable?

Te aproximas a tu montura y, teniendo cuidado con tus heridas, que a estas alturas ya son algo más que meras molestias, partes rumbo a Madrid.

La distancia que te falta por recorrer es corta y, pese a tener que parar en el primer pueblo que encuentras para mandar a alguien a atender a Hugo, antes del anochecer estás cruzando la puerta de la real villa, camino del palacio.

Teniendo a aquel que fue mi amigo a mis pies sólo me deja un sabor amargo. ¿Tan mal estoy actuando? No, no puede ser. Tengo que actuar con honor y hacer lo correcto. Siempre lo he hecho... esa es la elección de los Noir, así que no puedo... o quizá tuviese algo de razón.

Termino llegando a mi destino y sencillamente reduzco el ritmo para recobrar el aliento. La situación no es fácil pero no por ello voy a flaquear. Falta poco para poder cumplir mi misión.

Aunque por un momento pienso que quizá todo hubiese sido más sencillo si sencillamente me hubiese acostado con alguna mujer y su Majestad hubiese decidido llevar a otro a llevar la misiva.

Localizas la entrada principal y te aproximas. Dos guardias, con gesto mal encarado, la custodian.

Aunque no entiendes castellano, te das cuenta que te están pidiendo que te identifiques en cuanto te aproximas. En cuanto ven las manchas en tu ropa su mano va hacia la empuñadura de sus armas.

Con cuidado muestras las manos vacías y luego intentas explicar que necesitas entregar algo a su Majestad.

Pasan varios minutos en los que la conversación no avanza demasiado pero, finalmente, uno de ellos, aquel que parece menos obtuso, se adentra en el palacio en busca de alguien que te entienda.

La espera se te hace larga pues estás cansado y dolorido, así que agradeces cuando el guardia vuelve con alguien que, por su ropa, podría ser un mayordomo o un criado elegante.

En francés te pregunta

-¿Qué desea?-

Tengo un mensaje para vuestro Rey. Y sólo se lo entregaré a él.

Explico, escueto. Los temas reales siempre iban por otras vías. Al menos han tenido la decencia de mandarme a alguien para hablar. Por desgracia, era un hombre y no una hermosa mujer.

Miro de reojo, en tono de advertencia, a los guardias. Estaré herido, pero no pretendo rendirme después de llegar tan lejos.