Partida Rol por web

-Vale. Gracias, Han- me dirijo hacia donde me indica el criado. Encuentro con suma facilidad el tarro con cierre hermético, los guantes y algo con lo que ayudarme para recoger la muestra. Finalmente, cojo un trapo de la cocina lo bastante grande como para taparme la boca y la nariz en el proceso. No tardo mucho en volver. Me tapo media cara con el trapo (boca y nariz) y me pongo los guantes.

-Apártense por si acaso…- les pido.

Mientras los demás deciden por donde deberíamos seguir, yo me dedico a sacar esa preciada muestra y ponerla a salvo en un tarro pequeño de cristal. Tras haber cerrado el tarro con sumo cuidado, me quito los guantes y me destapo la cara para respirar aire.

-¿Alguna idea de qué hacer ahora, compañeros?- pregunto, finalmente.

La hermana Flora se ha apartado a conciencia en cuanto Leroy se ha acercado al traje, llegando incluso a sostener la pistola si es necesario para que el sr Han no deje de estar vigilado. No sabe cómo de potente es ese gas, pero la verdad es que liberar una toxina en un sitio cerrado es una absoluta locura.

Tras terminar toda la tarea de muestreo, vuelvo a revisar la documentación. Volvíamos a estar en un callejón sin salida y como mi gran maestro solía decir cuando era estudiante en la universidad: cuando estés en un callejón, vuelve sobre tus pasos y revisa de nuevo. Cojo el Archivo del caso #124-F y lo vuelvo a releer.

-Las llanuras de Sung, Homans y Jennings se asegurará de que los secretos de este caso sigan así después de investigados…- murmuro, mientras le doy vueltas a la cabeza.

-Creo que sería hora de hablar de nuevo con el señor Jennings. Tal vez sepa quién es el tal Homans o porqué fue el señor Bright a las llanuras del Sung- expongo en voz alta, finalmente. Tras eso, hago una mueca con la boca, pensativo.

- Estoy de acuerdo, señor Currie. Comienzo a estar cansada de que todo el mundo esconda información. - Miré con cierto recelo al mayordomo. - A ver si encontramos a Jennings también accediendo a algún cuarto secreto.

El Sr. Han hace una mueca de fastidio al escuchar las palabras de la Srta. Krilov.

- Déjeme ver el documento un segundo, señor Currie. - Leí un fragmento que me había venido de repente a la cabeza, y después miré de nuevo al mayordomo. - Señor Han, dice usted que conoció a Bright en Birmania. Por lo visto él fue allí buscando las llanuras de... - Busqué en el documento el nombre correcto. - Las llanuras de Snug, y dice algo de un arma. ¿Sabe a qué se refiere?

Han afirma no saber nada, aunque su rostro evidencia intranquilidad.

Cuando Leroy vuelve a mencionar a Homans, vuestros conocimientos de Historia del arte os sugiere que podría ser Ernest P. Homans, el cabeza del departamento de egiptología del Museo Metropolitano.

- ¿Nos miente otra vez, señor Han? 

La media sonrisa de la charlatana evidencia que las descaradas mentiras del asiático no funcionan con ella.

- De acuerdo. - Digo con tono de cansancio y exasperación. - Señor Han, si no quiere colaborar en la resolución del asesinato de Addison, no me queda otro remedio que pensar que usted tiene algo que ver. Su vinculación con él y lo que hay en este lugar es suficiente para incriminarle. Que no estuviera en la ciudad no sirve de coartada dado que se le puso una trampa. De hecho, le hace aún más sospechoso. Llamaremos al comisario Ballentine, a ver qué opina.

Suelto un bufido de exasperación. Todos los monos amarillos son igual de enervantes.

-Han, no me obligues a tener que usar esta “cosa” contigo- sacudo ligeramente el bote con la muestra de la sustancia tóxica, que había sustraído del traje de Bright.

-Lo siento, ya no tengo paciencia y no voy a esperar al detective- les digo a mis compañeros. Vuelvo a fijar mi atención en Han –¿Qué va a ser Señor Han?

- No parecía demasiado preocupado por lo que pudiese pasar con ese traje cuando nos dijo que tuviésemos cuidado, creo que la pistola será más efectiva que un polvo desconocido, Leroy. El miedo a la bala por encima de la rodilla es universal. He visto a hombres fornidos suplicando entre lágrimas mientras se retorcían de dolor por una bala en las tripas o en la pierna. No creo que el señor Han sea distinto.

Han mira con indiferencia el bote que Leroy le muestra, pero su gesto cambia cuando la Srta. Godden hace su sugerencia. Su mandíbula se tensa y sugiere que no tiene nada más que decir y, dándo un golpe con la punta de sus dedos al documento encontrado allí abajo, añade que quizá deberían estar amenazando cruelmente al tal Homans que menciona el escrito, en lugar de a un inocente mayordomo.

-Vaaaale, ya veo que lo de antes con el traje era una pantomima. Pues nada, Hermana, péguele un tiro ya. Si no lo hace usted, deme el arma y lo haré yo mismo- digo, ya exasperado del todo.

-Si fuera usted un mayordomo inocente, no estaría intentando jugar tanto al despiste con nosotros, nos diría toda la verdad. Además, es evidente que sabe mucho más de lo que dice, el señor Bright le mandaba en su nombre a hacer “cosas” y usted tenía acceso a toda la casa, incluido su despacho y su guarida de “vigilante”. No pinta bien para usted, señor Han, pero que nada bien…

- Mierda... - Exclama en voz baja, tenso. - Si les doy señas, ¿me dejarán marchar?

-¿Señas?- hago una mueca de disgusto y enfado –Va a tener que darnos algo más que eso si quiere que le dejemos ir- insisto. Como no empiece a cantar ya, le abriré la cabeza con lo primero que encuentre, en serio.

- Quizá el señor Han tenga razón y debamos buscar a ese Homans, señor Currie. - Yo no estaba dispuesta a que la sangre llegara al río, nunca mejor dicho, pero veía a Currie demasiado nervioso. - Estoy recordando que había un tal Homans en el museo Metropolitano. Si el señor Han nos dice qué ocurrió en Birmania, podemos dejarle tranquilo e ir a por ese Homans con toda la información en mano. 

Suavicé el tono y volví a dirigirme al mayordomo. 

- Hágalo por Addison. Se merece justicia y que su espíritu descanse en paz. Créame, señor Han, un espíritu agitado nunca es buena cosa.

- Mi nombre es Nyunt Ohnmar - dice Han -. El Señor Bright vino a oriente buscando, como él decía, "el poder de nublar las mentes de los cobardes y supersticiosos". Allí pasó un año sin ningún resultado hasta que un día encontró ese poder en las junglas inexploradas de Birmania, ayudado por un guía local. Ése guía era yo, y ese lugar de Birmania es la Meseta de Sung. - El Sr. Han hace una pausa melodramática que aprovecha para esbozar una sonrisa burlona típica del que "ha descubierto el pastel". - Allí, mi amo encontró una orden de monjes budistas que le adiestraron en las artes místicas y le enseñaron a preparar el Sacramento de la Justicia. Ya sé lo que ustedes se están preguntando... - Han ríe. - El Sacramento de la Justicia es un polvo hecho a base de los pétalos del loto negro, una droga alucinógena capaz de romper las defensas mentales de los criminales enemigos de El Penitente.

Han se apoya contra la pared y continúa hablando.

- Yo vine a América con el Sr. Bright y adopté el papel del Sr. Han, su criado. Le ayudé a preparar su equipo de dispersores y... bueno. Todo eso que han visto y ya saben. - Afirma, señalando con el dedo hacia el traje de El Penitente. - Le serví fielmente, y no puedo ayudarles en esclarecer su muerte. Quizá deberían hacer caso a la Srta. Krilov y buscar en el museo.

Las explicaciones de Han os dirigen las miradas al traje de El Penitente. Loto negro en polvo... Así es como El Penitente infundía terror en sus víctimas. La revelación os distrae unos instantes hasta que un sonido os trae de vuelta. Han, esa maldita rata oriental, había aprovechado su discurso para teatralizar un arranque de sinceridad, y cuando se apoyó contrá la pared no fue sino para accionar el ascensor. Ahora, las puertas se han cerrado y Han está subiendo a la superficie.