Partida Rol por web

La Sociedad Fénix

Orient Express (Capítulo 2)

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14/12/2010, 01:01
Director

1 de julio de 1897, Estación de Ferrocarriles Gare de Calais-Ville, Calais, Francia. 9:30 a.m

El viaje se había demorado tres días desde su salida de Talbot Mannor. Dos trenes hasta llegar a Dover, y un rápido ferry de transporte de pasajeros y mercancías les puso al día siguiente en Calais. Durante el viaje, el capitán Tupolev se mantuvo silencioso, mirando al horizonte marino mientras reflexionaba o se fumaba un cigarrillo, aunque solo Dios sabe como conseguía encendérselo con el viento que solía soplar en el Canal de la Mancha.

A su llegada a puerto, los soldados ingleses que custodiaban las cajas de madera donde se transportaban los artefactos de John Dee dejaron las cajas al cuidado de unos representantes del Louvre, custodiados por agentes de la gendarmería francesa, que vigilaron el transporte de las cajas hasta un volquete tirado por una cabina de lo que podría ser considerado como "camión". En verdad, los que vivían en Francia sabían con cuanta fruición habían adoptado los galos el automóvil como medio de transporte, de modo que en las grandes ciudades ya solo los más viejos o pobres viajaban en calesa o coche de caballos. Era algo curioso, considerando que la mayoría de aquellos automóviles salían de fábricas inglesas o norteamericanas, que Londres no hubiera seguido aquel ejemplo, y se empeña en continuar con su peculiar combinación de tracción animal y tranvías eléctricos.

El trayecto desde el puerto hasta la estación de tren de Calais-Ville no fue muy largo, pero si bien fascinante para el doctor Ness o la señorita Sowreston, que vieron como policías estacionados en un pedestal regulaban el tráfico de automóviles en las principales avenidas de la ciudad, tocando el silbato o haciendo señas para indicar a los conductores su preferencia de paso. Era un espectáculo al que Durand, Adrienne y Candance se habían acostumbrado en París, y al que prestaron menor atención que sus compañeros.

Eran las nueve y media cuando el camión llegó a la estación, y muchos de los presentes sintieron la punzada del hambre, al no haber desayunado. Tras el mareo del barco, que comenzaba a disiparse poco a poco, venía la realidad: no habían comido nada desde la noche anterior, en el camarote-cocina del ferry. Y en esa cena, muchos habían preferido no probar mucho bocado, por el mareo que les provocaba un viaje en barco.

En la entrada de la estación, un vendedor de periódicos anunció a voz en grito.

-¡Todo sobre el juicio de Luis Felipe de Orleans y sus conspiradores! ¡El Citoyen se lo cuenta! ¡Veinticinco céntimos el ejemplar!

Sin más, penetraron en el interior de la estación, llegando a la sala de espera y taquillas. El funcionario de trenes subido en la escalerilla cambió las aldabas del panel informativo, indicando que el Orient Express con conexión a París saldría a las 10 del andén número 3.

Los conservadores del Louvre ya comenzaban a meter las cajas en la estación, mientras la policía, siempre vigilante, no perdía detalle de la multitud abigarrada que llenaba la estación en un ir, venir y esperar. Gente de todas las edades y condiciones, desde proletarios de gorra gris hasta burgueses vestidos con terno y tocados con bombines, sombreros de copa o canotiers. Damas a la última moda de París caminaban con sus maridos, mientras un grupo de niños proletarios jugaban en el andén 1, siendo recriminados por su atenta y desdichada madre.

Entonces vieron como unos hombres vestidos de negro se acercaban a ellos, con uno a la cabeza, de cara algo regordeta y con barba entera. Uno de los gendarmes se cuadró inmediatamente, y aquello les relajó un poco. Al llegar a su altura, el hombre de la barba se adelantó a sus acompañantes, que quedaron quietos por detrás.

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14/12/2010, 02:12
Inspector Closeau

 El hombre extrajo una cartera de piel de la chaqueta, abriéndola. Parecía una documentación, y estaba en francés. El borde superior izquierdo estaba decorado con una tira de elástico con los colores de la bandera de Francia, y en la otra hoja era visible una placa policial. Tras unos segundos, el hombre se guardó la cartera de nuevo a la altura del pecho, y habló.

-Inspector Jacques Closeau, de la gendarmería francesa -dijo en tono neutro- El ministerio del interior me ha designado a mí y a mis hombres para el transporte y protección de los artefactos de naturaleza histórica y artística que el gobierno británico ha tenido a bien ceder para su exposición al museo nacional del Louvre.

Parpadeó, algo incómodo por la situación. No parecía muy acostumbrado a aquel tipo de formalidades.

-Supongo que ustedes son los agentes designados por el gobierno inglés de los que se me ha informado... aunque reconozco entre ustedes a dos viejos conocidos, como son la hija de mi antiguo mentor monsieur Bertillón y su marido. Sean bienvenidos a Francia. Recuerden que se les permitirá portar armas de forma discreta, siempre bajo nuestra supervisión, aunque no esperen que el resto de las fuerzas del órden de este país consientan el que las lleven. Imagino que está de más decir que deben ser discretos.

Miró alrededor, como dándose cuenta de que aquel no era el lugar más apropiado para hablar según que cosas.

-¿Han desayunado? Les ruego que me acompañen al vagón-restaurante de nuestro tren, mientras mis hombres y la gente de conservación del museo cargan y aseguran el material.

Les hizo un gesto, invitándoles a seguirle. Caminaron unos cientos de metros hasta el andén 3, donde el tren ya estaba en posición, y se estaba procediendo a cambiar locomotora para adaptarla al nuevo sentido de la marcha. Aquel era el nuevo y ya legendario Orient Express, un tren lujoso y caro que recorría Europa desde Calais hasta Istanbul, conectando de esta manera oriente con occidente. En su panel lateral pudieron leer el nombre de la Compagnie Internationelle des Wagons-Lits, propietaria de aquella maravilla ferroviaria.

Uno de los agentes que acompañaban al inspector les dió sus billetes antes de que subieran, y los mozos de la estación se hicieron cargo de llevar su equipaje hasta los compartimentos adyacentes que iban a ocupar durante las cinco horas de travesía hasta la capital francesa. Caminaron por el corredor hasta el vagón-restaurante, ahora desierto. El inspector les invitó a tomar asiento, y una vez que lo hicieron, cerró para mayor discreción la cortina del ventanal adyacente, sentándose él en último lugar. Luego, dejó su sombrero en el pico del respaldo de la silla, y después de que el camarero les tomara nota, habló de nuevo.

-Para mayor discreción, viajarán en un compartimento aparte del de nosotros, y procuraremos no comunicarnos durante el viaje para no levantar sospechas. Salvo casos de estricta necesidad, por supuesto. No se preocupen, he dado orden de que no dejen a nadie subir al tren so pretexto de una revisión hasta que finalice esta conversación.

Sacó luego algo de su bolsillo. Parecían dos juegos de llaves con una fina cadena plateada para usarlas de colgante.

-Para mayor seguridad, los artefactos están siendo traspasados desde sus embalajes a una caja fuerte del penúltimo vagón. Se trata de una moderna caja de seguridad Grumman&Royal, que precisa de cuatro llaves maestras y una combinación alfanumérica para su apertura. Yo llevaré una llave, y otra la llevará el sargento Didier, mi hombre de mayor confianza. Estas dos llaves serán para ustedes. Cuidenlas, no las muestren a nadie y no las pierdan, bajo ningún concepto. Haremos uso de ellas en París, una vez que el vagón de la caja fuerte sea convenientemente desengachado y, para no levantar sospechas, transportado hasta un parque de vagonetas cercano a la estación, donde procederemos a la apertura de la caja fuerte y el transporte de las piezas hasta el museo.

El inspector miró a la señora Rosseau, deslizándole una de aquellas llaves.

-Creo que usted debería llevar una de ellas, madame. Por lo que conozco de usted, se que la guardará con celo. También se que, como su padre, comparte el don de una memoria prodigiosa. Así que quédese con la combinación de la caja fuerte, y no la apunte en ningún lugar: L2I7B9E25T6E.

Miró al resto de los presentes. No les conocía de nada. Solo sabía que eran "agentes al servicio del gobierno inglés". Y eso es lo que resultaba más misterioso de todo lo que iba a pasar, o lo que estaba pasando, en ese tren.

-No tengo el gusto... ¿Como debo llamarles? -añadió, prudente.

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14/12/2010, 19:11
Candance Urquart

No se sentía cómoda "trabajando" para la sociedad fenix, la conversación a solas con Lady Talbot le enojó sobremanera, no era uno de sus alumnos para que la cuestionara de una manera tan sobervia ¡La única persona ante la que tenía que rendir cuentas era al profeta como emisario del mismísimo Ahura Mazda! pero así era el plan divino y así lo acataría, debía "seguir el símbolo del ave de fuego", ella sola no podría contra un enemigo tan diverso y sofisticado.

Estaba acostumbrada a viajar, pero no por ello dejaba de ser un trastorno en su rutina de ejercicios y meditación, de modo que procurando mantener la máxima serenidad y equilibrio interno para minimizar las molestias del viaje, se centró en mantener la mente ocupada con la estruccturación que debían seguir sus memorias y leer un manual de química médica. El suceso de la embajada le hizo cuestionar el modo en que usaba su poder, así que decidió explorar nuevas vias y la química del cuerpo humano se revelaba muy util. Fue gracias a esa lectura que entabló más conversación con el doctor que con el resto, aunque físico, le ayudó a resolver ciertas dudas básicas y a entender mejor algunos procesos. Un hombre agradable y entretenido, apasionado de la ciencia, muy estimulante y entrañable. No pudo evitar que se le escapara una risilla cuando contó el por qué de su mote, a ella no le parecía algo tan horrible, pronunciar "Urquart" era una tortura con su acento francés, aunque seguiría llamandole por el título académico.

El matrimonio, sin duda por su maduréz, se mostraba mas reposado y analítico, personas indudablemente muy inteligentes, particularmente Durand, cuyos viajes atrajeron el interes de Candance (así tuvo noticias de algunos lugares en los había estado hacía demasiado tiempo). Artemis... no sabía muy bien como congeniar con ella, despierta y viváz con un cierto exceso de espontaneidad, consecuencias sin duda de haberse criado lejos de la civilización. Y el imperturbable capitán, el misterioso y respetable capitán... ella no podía leer la mente, pero sabía que los pensamientos de Tupolev no estaban centrados exclusivamente en la misión, a veces, cuando creía estar fuera de la atención de los demás su mirada se tornaba cálida y melancólica ¿A quien extrañaría tanto?

Cuando llegaron a París una peculiar sensación la invadió. No hacía ni 10 años que llegó a la ciudad de la luz para comenzar una nueva etapa sin apenas nada y allí se encontraba de nuevo, como si hubiera pasado un milenio, en la misma situación ante un futuro incierto, o no tanto... era curioso, parecía estar haciendo el camino a la inversa, ese tren la llevaría de nuevo a oriente... esperaba que ya la hubieran olvidado. Aunque no tuvo tiempo de pensar mucho más en ello, en seguida se encontró con su ama de llaves y su notario.

Desde Talbot mannor, había ordenado que prepararan sus arcones de viaje con una lista detallada de prendas, complementos y objetos, quizá no fueran tan grandes como las cajas de doctor pero pesaban lo suyo a juzgar por los quejidos de los mozos, debía estar preparada para todo.

Dió instrucciones sobre el cuidado de la casa y entregó al notario diversos papeles con disposiciones en torno a la gestión de sus negocios y un sobre sellado y se despidió diciendo:

-Echaré de menos las tardes escuchando los pájaros desde mi balcón de la Place des Vosgues.

La idea de desayunar la sedujo por encima de todo "Mmmmmmm chocolate caliente con un croisant a la plancha con mantequilla y mermelada", una de las excelencias de la cocina francesa a su entender, lo pensó con tanta fuerza que creyó ver como Tupolev alzaba una de las comisuras de la boca ¿Seria eso su forma de sonreir?  El descubrimiento del chocolate supuso un hito en su existencia, no había droga que pudiera compararse a la fruición que sentía por ese delicioso manjar de dioses (y eso que se había pasado casi 100 años a base de opio y marihuana). Ella no pedía una taza, pedía la tetera entera y no dejaba ni gota, posiblemente su único vicio de verdad, lastima que en occidente estubiera mal visto chuparse los dedos. Sin darse cuenta dejó escapar un pequeño gemido/suspiro de gusto al dar el primer sorbo.

Atendió a las especificaciones del inspector sin nada que opinar al respecto más que esperar que esa cuarta llave no le tocara a ella, los números no eran su fuerte. Una vez se presentaron los demás lo hizo ella:

-Madmoiselle Candance monsieur

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15/12/2010, 00:48
Adrienne Rosseau

Le divertía ver como llamaba la atención de sus compañeros las cosas que ella veía como algo normal en su día a día, no podía evitar reir, le parecía un comportamiento adorable. Durante el trayecto que se hizo más corto de lo esperado, mantuvieron una corta conversación, aunque parecía más por cortesía que otro razón, aún no sabía muy bien que temas a tratar con cada uno de ellos. Pero cuando la señorita Candance preguntó a su marido por sus viajes, no pudo evitar meterse en la conversación y contar pequeñas anécdotas que su padre le contaba de otros paises.

Llegaron a Calais para coger el tren a Paris cuando allí se les acercaron unos hombres un tanto misteriosos, pero al ver que uno de los gendarme se cuadró ante ellos, y se acercó más para verle la cara claramente, reconoció al Inspector. Sonrió e inclinó la cabeza.

- Bonjour Inspector..

Saludó amable y alegre por su presencia, era un hombre de confianza y al que conocía casi desde que era pequeña por ser uno de los pupilos de su padre. Escuchó con atención lo que les dijo y se dispuso a subir al vagón dejando allí la maleta en la que llevaba sus pertenecias.

Tomó asiento, siempre al lado de su marido y se quitó el sombrero dejándolo a un lado de la mesa y pidió lo que siempre desayunaba: un zumo de naranja, un café y un croisant. Desde que tenía uso de razón recordaba esos desayunos, aunque antes tomaba leche en vez de café.. pero ahora necesita un café para estar más despejada por las mañanas.

Volvió a prestar atención al Inspector sobre lo de la llave, la cogió y la miró detenidamente, aunque su mirada se levantó de nuevo hacia el hombre cuando le dió la clave.

Ahora hizo algo extraño, para memorizar cosas necesita escribirlas, pero no en papel.. sino en el aire.

- L2I7B9E25T6E..

Repetia en voz baja mientras escribia los números y letras con un dedo sobre el mantel de la mesa. Eso le ayudaba a memorizar ciertas cosas, sobretodo combinaciones o números. Era como si lo escribiera de esa forma en su mente y se quedara grabado. Con toda la información no lo hacía, sino con pequeña información.

Se quitó el collar que llevaba al cuello y se colgó la llave ahi, el collar lo llevaba por debajo de la ropa, llevaba una camisa blanca junto con una falda negra y larga, el collar permanecía escondido bajo la camisa, nadie lo podía ver.

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15/12/2010, 16:49
Durand Rosseau

El viaje se hizo mucho más ameno de lo que Durand creía, sobretodo con vistas a lo que había pasado en la fiesta, pero tal vez sea por el humor ingles, que le llaman, se dijo. Durante el viaje, había tenido tiempo para tener una charla con su esposa, para leer algo de Luis Pacheco de Narváez, el de Pedro Bayardo se lo guardaría para más adelante, aunque le suponía más mito que realidad, pero le divertía bastante sus historias, pero no solo dialogó con su querida Adrienne, sino que, durante el viaje, se sorprendió preguntando cosas, sin idea ninguna, al doctor Ness, contándole sus viajes, en tono de cuentacuentos a la señorita Candance, intentando sacar algún gesto del capitán Tupolev, cosa que no consiguió y cuando podía, preguntaba a Artemis Sowreston por zonas potencialmente "aventureras" en el áfrica donde ella vivía y donde Durand tuvo la suerte (o no) de ir, y donde tuvo que batirse con chamanes negros, caníbales y bestias más grandes que los hombres, solo acompañado de su ingenio y su espada, porque, atravesar el pelaje de un gorila furioso con un cuchillo tiene su mérito y !Era digno de contar, por todos los diablos!.

Cuando por fin volvieron a su Francia, respiró el aroma del hogar mientras iban al lugar indicado. Allí les esperaba el Inspector Closeau, Adrienne lo tenía en buena estima, y por lo tanto, él también le daba su voto de confianza, sin dudarlo.

Durand observó como al inspector le costaba mantener el tono formal, no obstante, se veía reflejado en él muchas veces, y no pudo evitar colocarle una mano en la espalda y darle un golpe amistoso en cuanto pudo para intentar suavizar la relacción entre la policía y ellos, sin embargo, cuando la conversación se puso trascendental, Durand se apartó y se apoyó en su bastón.

Como era común en el maestro Rosseau, hoy llevaba un traje distinto y mas "Francés" sin sombrero y mucho más informal que en inglaterra. En su brazo derecho, portaba una maleta algo más grande de lo habitual y rara vez se separaba de ella, precisamente de ahi, extrajo sus libros de caballería, tratados de esgrima y demás literatura que leía.

Siguieron, pues, al inspector, al interior del vagón, mentiría si dijera que no tenía hambre, pues sus tripas rugían como leones (y juraba por díos que lo sabía, pero eso ya era otra historia que, con algo de vino en sus espaldas, contaría gustoso)

Se sentó en un sitio libre y dejó a los "desconocidos" para Closeau, presentarse tranquilamente.

-No deje que semejante grupo de extranjeros le incomode, inspector, huelen el miedo como los perros.

Bromeó, luciendo su sonrisa.

Durand se inclinó hacia un lado y vio su reflejo en el cristal, se acarició el pómulo con los dedos, donde un corte empezaba a borrarse lentamente de su mejilla, cicatrizado ya, después de unos dias.

Por el camino, había comprado a un chaval el periódico. Cuando pudo, lo abrió y leyó una noticia, sabía que no iba a encontrar su nombre pero, quería saber la versión que habían dado, le resultaba divertido, aunque nadie sabía por qué, Durand Rosseau era un tipo singular incluso para su sentido del humor, Tupolev daba cuenta de ello.

Imagen externa a Comunidad Umbría

Él pidió algo de café, croisant con mantequilla y poco más. Lo cual despachaba mientras leía el periódico. Cuando tuvo tiempo de hablar sin oportunar a nadie, lo hizo.

-Inspector Closeau, dígame, monsieur ¿Podríamos acercarnos a esa caja de seguridad regularmente? no es que no confie en la eficiencia de sus hombres, desde luego, pero si algo se me da ha mi cuidado, me gusta asegurarme de que todo vaya correctamente.

Desvió la mirada de su interlocutor y bebió algo del café, dejó la taza sobre el plato y luego volvió a mirarlo.

-Llámelo profesionalidad.

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16/12/2010, 14:19
Doctor Irvin Ness

El subir al tren en Inglaterra el doctor Ness carga varias maletas que arrastra a duras penas, haciendo un esfuerzo enorme. Mas bien parece que intenta arrastrarlas, porque no se mueven un pelo. Cuando le miran responde:

-Son... ejem, bueno... mis cacharros.

Varios cargadores de equipaje del tren acuden en su ayuda y gimen de dolor cuando levantan las maletas hacia su compartimento.

- Em... con cuidado... con cuidado... lo siento... ¡No! ¡¡ No ponga esa debajo!! - Dice entre nervioso y tímidamente. Cuando acaban, les da una generosa propina que recogen con cara de pocos amigos de todas maneras.

- Debería inventar algo que me llevase este tipo de equipaje - Piensa para sí.

 

Durante el viaje, habla poco, pero escucha mucho a sus compañeros, con gran atención. Son  gente exótica que un hombre de ciencia como él jamás pensó que llegaría a conocer, en algunos casos ni pensó que existiesen. En una de las charlas con Rosseau, le corrigió cuando se refirió a él como Doctor Ness.

- Disculpe... no es Ness. Es Urquart. Irvin Urquart. - El resto le mira, porque estan seguros de que han oido Doctor Ness anteriormente. El doctor parece que tiene algo que contar, elude durante unos segundos responder, haciendose el loco, pero al final lo "aclara" a todo el grupo. - Lo de Ness... bueno... es un mote que me pusieron. Gente envidiosa que no comprende mis inventos... resumendo... inventé un emisor de ondas y me fuí a Inverness, en Escocia, para encontrar al monstruo del lago. Se armó mucho revuelo en torno a la noticia, y cuando creí haber dado con él, resultaron ser los restos de un barco hundido. De ahí hay quien me llama Doctor Ness, como un insulto. - Dice en un tono de voz muy digno. -De todas formas - Remata, en un tono menos digno, y mas bien resignado por la costumbre. - Si se le escapa, no me ofenderé. Estoy acostumbrado.

Al fin y al cabo era mas conocido por Ness que por Urquart.

Cuando llegan a Francia, se asombra levemente por la cantidad de vehículos que hay. Son muchos, pero piensa que esas maquinas ya estaban un poco primitivas y habría que hacer unos arreglillos. No lo dice en público porque corre el riesgo de parecer prepotente o maleducado delante de los franceses. Ya había vivido aquí un tiempo y sabía como las gastaban, uno de sus defectos era creer que lo suyo era lo mejor, a pesar de tener otras muchas virtudes como la educación o la buena conversación, en lo que el señor Durand Rosseau parecía destacar aún por encima del resto de sus compatriotas.

Irvin camina despistado, mirando a otra parte, cuando el señor Closseau aparece. Las primeras palabras apenas se entera, directamente se le encuentra delante de él, presentándose al grupo diciendo cual es su misión y preguntando por el desayuno. Parece un tipo de fiar. El doctor toma un café simplemente y le escucha.

- Me llamo Irvin, Irvin Urquart, señor. Encantado de conocerle. - Dice como al que le presentan un amigo, mas que como el que se encuentra en una misión para el gobierno. El despiste de Irvin no conoce límites.

Tras la pregunta de Rosseau, espera la respuesta del inspector. Es posible que pueda hacer algun apaño para proteger la carga, para algo que había traído sus bártulos.

Notas de juego

(aunque os corrija lo suyo es que le llameis Ness, es parte de la idea xD)

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16/12/2010, 18:37
Adrienne Rosseau

Dejaba que hablaran entre ellos, que se presentaran, mientras ella degustaba su desayuno. No había un desayuno más delicioso en todo el mundo, que un croisant con un poco de mantequilla y mermelada de melocotón. Se echó tres azucarillos en el café, le gustaba muy dulce, y bebió un sorbo soplando para evitar quemarse los labios. La crema del café se quedó en su labio superior y pasó la lengua de forma disimulada para quitarselo.

Mientras escuchaba y miraba a sus nuevos compañeros de aventura, pero miró hacia su esposo y vió la noticia del periódico. Cogió una servilleta para limpiar de la mejilla de su marido una manchita de mantequilla y apoyó la cabeza en su hombro para leer la noticia.

- Nous nombran??

Le preguntó, pero luego volvió de nuevo su atención al inspector, esperando que respondiera a la pregunta que le acababan de hacer.

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18/12/2010, 01:53
Mijail Tupolev

El capitán había esperado a que se presentaran. Él creía comprender bien el significado de la palabra "secreto", así que se mostró sorprendido cuando sus compañeros se presentaron sin pudor con sus propios nombres. En realidad, no es que no debieran fiarse del inspector, pero si resultaba conveniente que sus enemigos no pudieran conocer fácilmente sus verdaderas identidades. No quería que le llegara un telegrama diciendo que su familia había sido secuestrada, o algo similar. Aunque imaginaba que, en su caso, no tenía sentido. Parecían perfiles escogidos entre los que poco o nada tenían que perder, salvo la propia vida. De hecho, el matrimonio viajaba junto, exponiéndose a los mismos peligros y azares. Algo temerario, pero sin duda romántico. También simplificaba las cosas, a decir verdad: si pasaba algo, estaban a la distancia justa para salvarse... o para aceptar lo inevitable.

Él por su parte había decidido vestir de manera más sobria, como civil, sin denotar que era un militar extranjero y sin tener que responder por ello a las suspicacias de los franceses, o a llamar demasiado la atención. Se había decantado por una vestimenta de tonos marrón oscuro y gris, con corbata en vez de corbatín. De esta manera, parecía el más modesto del grupo, y nadie le identificaría como líder a simple vista. Además, al parecerse a cualquier burgués corriente de Europa, obtendría el grado de indiferencia deseado hacia su persona para hacer lo que se supone que debían hacer: espiar.

No se recreó en leer mentes ajenas, más allá de la simple comprobación de que las palabras del inspector se atendían a la realidad, y que no existía ninguna doblez o propósito oculto en ese hombre. Cuando los demás se hubieron presentado, a falta de la señorita Sowreston, que debió ausentarse para hablar con los agentes de policía sobre el contenido de unas de sus maletas, él cogió la otra llave y se la guardó de modo discreto, ya que nadie parecía dispuesto a tomar aquella responsabilidad sin que se lo designaran.

-Puede llamarme Tupolev, señor inspector. No se preocupe por nuestras identidades, ya que no es relevante para el asunto que nos atañe. Sirvan estos nombres para que sepa como dirigirse a nosotros en caso de necesidad, y viceversa.

El camarero acudió sirviendo los desayunos, y todos vieron con cierto asombro como él se había pedido un plato consistente en una montaña de cuatro crepes huntados en mantequilla y crema de leche, acompañado por un café con carajillo. No era "bliny", como solía comer en la base o en el camarote de oficiales, pero podría apañarse con ello. Como decía el dicho ruso: "Come el desayuno para ti solo, comparte el almuerzo con un amigo y da la cena a tu enemigo".

-Si existe algún problema, inspector, puede hablar conmigo. Por nuestra parte, se nos ha enviado por que se sospecha que alguien intentará apropiarse de esos objetos. Así que, si nos lo permite, quizá lo más prudente sería que tuviéramos vigiladas las principales zonas de paso del tren, siempre con la máxima discreción, buscando a alguien sospechoso o ayudando a sus hombres.

Sonrió un momento, o lo que debería ser una sonrisa para él.

-Como comprenderá, no nos han enviado a este tren para limitarnos a viajar gratis en primera clase y dejar que la gendarmería se encargue de todo. No se ofenda, por favor. Nadie duda aquí de sus aptitudes, ni las de sus hombres. Pero posiblemente nos enfrentemos a gente muy astuta y organizada, y bien es sabido que hay que poner una vela a Dios y otra al Diablo.

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18/12/2010, 02:33
Inspector Closeau

El inspector ya había desayunado, así que se limitó a pedir un vaso de agua al estilo francés, con azucarillo, mientras escuchaba sus presentaciones y preguntas. Miraba de vez en cuando el reloj, como si tuviera prisa. Y, en verdad, al tener paralizado todo el acceso de pasajeros al tren, no era para menos. Al cabo, miró al hombre de la corbata, con acento de Europa Oriental, y que parecía llevar la voz cantante en aquel grupo.

-Por supuesto, caballero -dijo- Imaginaba que algo debía cocerse para que Inglaterra enviara a unos agentes secretos para escoltar unas obras de arte. Redoblaré la vigilancia en los puntos críticos, y daré órden a mis hombres para que les faciliten la entrada a los vagones y compartimentos normalmente vedados a los pasajeros. Imagino que puedo contar con su discreción y buen hacer.

Miró luego al señor Rosseau, componiendo un gesto de incomodidad con la barbilla, acompañado de un suspiro.

-Podrán visitar el vagón de la caja fuerte una vez. Y les pongo esta restricción por motivos evidentes. Si entran y salen de allí, más fácil será para los ladrones asociarlos con la caja fuerte, en buscar en ustedes las llaves que la abren. Sean discretos en su visita a ese vagón, se lo ruego.

Miró luego al periódico, como recordando algo. Luego, compuso una breve sonrisa bajo el bigote, dirigida a la hija de su maestro en investigación criminal.

-Lamentablemente el crédito de su captura fue atribuído a una estrella en alza de la sûreté de París, el inspector Plantard. Supongo que es la pega de ser un agente secreto, que nunca puede citarte la prensa, salvo para mal.

Volvió a mirar la hora, negó despacio, como para si, bebió el resto del vaso de un trago y se levantó de la mesa, cogiendo su sombrero.

-Ya que está todo hablado, debo dejarles. Hay un tren que espera salir puntual, y unos pasajeros algo enfadados ahí fuera. Para lo que necesiten, búsquenme o pregunten por mi a mis hombres.

Se puso el sombrero y les miró, especialmente a Ness. Iba a añadir un "sean discretos", pero le pareció que era un comentario superfluo. Mientras caminaba hacia la puerta más cercana que bajara al andén, creyó que era como decirle a un sacerdote "tenga fe", o a un funcionario de la administración "trate de trabajar lo menos posible". Gajes del oficio.

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18/12/2010, 02:58
Mijail Tupolev

Cuando se quedaron solos, les miró con el tenedor en la mano, a punto de pinchar y trocear el primer crepe. Parecía algo pensativo sobre todo aquello, pero en realidad lo que quería era no sonar demasiado duro e impositivo.

-Han decidido presentarse con sus nombres, y ha sido una elección imprudente. El enemigo podrá identificarnos fácilmente si seguimos así, y eso puede ser negativo para la misión. Ellos tienen medios, y pueden hacer daño a los que nos importan. Tenganlo presente.

Miró a la señora de Rosseau.

-Usted tiene una llave. No se la quite ni la muestre a nadie. Tenemos una baza, y es que el inspector cree que nuestro cometido es guardar los objetos, y él no sabe que estos objetos son copias que deben ser robadas. Por eso, nuestra principal misión es detectar al enemigo, seguirle en su plan para obtener los objetos, y tratar de averiguar que se proponen, a donde se dirigen y a que debemos atenernos. Así que si es preciso hacerse amigo del enemigo, para luego traicionarle, se hará.

Sonrió un momento, o más bien torció los labios en forma de sonrisa.

-Hagan lo que sea necesario. Sean amables o amenacen. Lo dejo a su criterio. Pero lo primero es lo primero: saber a que nos enfrentamos, y como poder detenerles. Imagino que ya sabrán que hay que ser "creativos", y no me cabe duda de que lo serán.

Pinchó un crepe, pensativo.

-Lo mejor será fingir que somos simples compañeros de compartimento, y que apenas nos conocemos. No soy su madre, y no voy a estar todo el día dándoles órdenes. Me parecía impropio y ofensivo hacia ustedes, en realidad. Así que procuremos ser discretos cuando hablemos entre nosotros.

Fue a llevarse el trozo de crepe a la boca, pero reparó en algo mirando a la señorita Candance.

-Ah. Y puede rebañar la taza. No me molesta.

Dicho lo cual, comenzó a comerse su desayuno de los campeones... del Volga.

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20/12/2010, 13:27
Candance Urquart

Sonrió ante el último comentario.

Mas vale prevenir que curar” pensó para sus adentros, como “lider” del grupo debió hacer esas recomendaciones durante el viaje para evitar fallos así, a ella al fin y al cabo le daba igual decir ese nombre o cualquier otro, ya la tenían fichada y era inútil esconderse. Además de que le gustaba el nombre de Candance, de todos los que había usado le parecía el más sonoro y adecuado para ella.

-Quizá pueda reprocharselo a los señores Rosseau, pero los demás, como bien sabe, no están preparados para esta clase de misiones, por mi parte, a estas alturas el enemigo ya sabrá mucho más que mi verdadero nombre y sinceramente me da lo mismo. Un poco tarde para reprimendas mon capitain.

Respondió a Tupolev, con tono entre serio y casual, mientras se desabrochaba y quitaba ceremoniosamente el guante derecho, mostrando el precioso tatuaje de henna. Entonces continuó hablando a la vez que paseaba el dedo indice por las paredes de la taza untándolo de los restos de chocolate.

-Antes de que se abarroten los pasillos de pasajeros me gustaría pasear por el tren para analizar el flujo de energías. Si no es mucha molestia doctor, me sería muy útil su guía, conocer el funcionamiento de la maquinaria facilitaría el trabajo.

Tras lo cual se chupó el dedo con sumo placer, pestañeando cual niña adorable “Mmmmmmmm delicieux!!!”

-Pero no tenga prisa, desayune, y luego si le apetece búsqueme, será divertido fingir que nos acabamos de conocer. No se preocupe capitán, prometo portarme como una jovencita tonta para no llamar la atención

Y le guiñó el ojo.

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20/12/2010, 16:36
Durand Rosseau

Durand siguió observando el periódico, sin mirar al capitán ni a Candance, aunque los había oido, y no pudo evitar hacer uno de sus comentarios, afilados como la espada que llevaba en el bastón.

-Capitán, usted presume de gran inteligencia, como la señorita Candance, y tal vez deberían analizar mejor otras cosas que no sean nosotros, aunque ya sabemos que somos la mar de interesantes, para darse cuenta de que, el inspector es amigo de la familia y nos ha reconocido, así que, dejad de cargar las culpas en nosotros, por favor.

Bebió del café y sonrió ampliamente.

-Mi amigo ruso es el doble de inteligente que yo, pero debería haber avisado antes al operativo y no reprender a los otros luego de que todo haya pasado. Eso también lo se hacer yo, y no le recomiendo que comparen su inteligencia con la mía, capitán, porque sería una comparación poco digna para usted.

Abrió más el periódico y pasó la página.

-Ahora, si no tienen nada más de qué culparnos, me gustaría quedarme a leer esto con mi esposa.

Miró un segundo a Adrianne y le acarició la mejilla con los dedos.

-Oh, mon amour, ya sabes como va esto, le han dado "la medalla" a otro títere policial que se hará famoso a costa nuestra.

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20/12/2010, 18:28
Adrienne Rosseau

Se despidió de inspector de manera formal y se mantuvo atenta a lo sus nuevos compañeros decían, aunque ella miraba con curiosidad a Artemis, que aún no había tomado asiento con ellos. Mientras hablaban, ella miraba a sus compañeros, sobretodo eso de mojar, le resultó muy gracioso.. y es que en verdad era algo muy placentero, aunque estuviera mal visto, pero ahora estaban en "confianza".

Asintió a las palabras del capitán y se tocó el pecho como indicando que de ahi no saldrá, que lo tiene bien guardado. Debía conocerla, era una mujer de palabra y haría todo lo posible para que la misión siguiera adelante.

Pero las palabras de la mujer, que parecía recriminales algo, no entendía el qué, la hicieron mirarla seria, ofendida. Pero su marido se explicó y muy bien, quedándose ella algo más relajada y tranquila.

Le sonrió cuando acarició su mejilla y siguió leyendo el periódico.

- Tardará mucho en subir madmoiselle Sowreston..?

Preguntó al Capitán, parecía que todos se marchaban y solo quedaban su esposo y ella.

Sonrió por las palabras de su esposo.

- C´est la vie!

Bromeó y le dió un beso en la mejilla.

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20/12/2010, 23:13
Artemis Marie Sowreston

El viaje se había hecho largo e incómodo desde su punto de vista. París era fascinante, eso no lo podía negar, pero el estar encerrada en el tren le ponía nerviosa con tanto traqueteo y sin poder sentir el aire en la cara. Por suerte el tal Rousseau parecía interesante y tenía mil anécdotas que contar, algunas de las cuales le hacían recordar su hogar. Por muy emocionante que fuera la vieja Europa, era en la sabana donde se sabía desenvolver mejor.

Pero la conversación acabó pronto, cuando vinieron a avisarle de que ciertos elementos en su equipaje estaban causando algun problema. No había llegado a sentarse a la mesa con el resto cuando tuvo que salir del compartimento, algo que su estómago criticaba con fiereza. Para cuando volvió, algunos parecían ya dispuestos a irse y el almuerzo había sido reducido considerablemente.

- Oh, perdonen... - dijo un poco sorprendida, sobre todo ante la seriedad de las caras de todos los presentes - Decían que llevar sangre de vaca en una de mis maletas era poco apropiado y me han entretenido un poco. No entendían que no cabe en la funda de las escopetas, - explicó despreocupada - aunque supongo que no se habrían quejado tanto si una de las bolsas no se hubiera reventado y nadie se hubiera manchado de sangre... - terminó con una risita.

Observó a los presentes, componiendo un gesto más serio al observar la cara del capitán, pero recuperando la sonrisa al ver a la mujer extraña de los tatuajes con un dedo metido en la taza.

- ¿Está bueno? - preguntó sentándose enfrente de ella y cogiendo con delicadeza un bollo al que dio un mordisco menos delicado. Masticó bien con la boca cerrada y hasta que no hubo tragado no habló, tal y como le había enseñado su abuela - Entonces, ¿me he perdido algo importante?

Notas de juego

Perdón! Me ha costado ponerme al día! :/

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21/12/2010, 00:29
Doctor Irvin Ness

El doctor escucha la conversación con el ruso como si no se enterase mucho, y luego la respuesta poco amable del francés.

- ¿Entonces cree que nos pueden identificar por nuestros nombres? ¡Vaaaaya! Debería buscarme uno nuevo... - Dice en tono inocente. En pocos instantes se da cuenta de la estupidez que ha dicho y sospecha que la mirada del señor Tupolev no iba a ser muy amistosa. - Em... Se me ocurre, quizá puedo intentar hacer algún apaño, algo, que nos llame la atención si alguien intenta acceder a la mercancía... ¿Me siguen?. Así podríamos saber cuando intentan algo y cogerlos con las manos en la masa... Algo que vigile, y nos avise de lo que sucede con la falsa mercancía.

Parece como si el doctor tratase de simplificar mucho lo que dice, como si tuviese reparo en explicarlo a su manera por si no lo entienden.

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21/12/2010, 13:36
Candance Urquart

"Mas sabe el diablo por viejo que por diablo y, sin duda alguna, la más vieja aquí soy yo"  Pensó indignada, le hubiera encantado espetarselo en la cara a ese estereotípico francés, pero si había alguien verdaderamente inteligente allí era el doctor, de modo que prefirió responderle eligiendo muy bien las palabras (igual que antes había hecho con Tupolev)

-Vaya, parece que usted también va bien servido de jactancia, señor Rosseau. Ya que hablamos el mismo idioma sea tan amable de reanalizar mis palabras. Se precipita en sus conclusiones así que, por favor, guarde la espada para su esposa o para sus enemigos y no ataque a los que le defienden.

Seguidamente la señorita Artemis tomó asiento explicando los motivos de su retraso, cosa que aprovechó para zanjar la "charla" con Durand

-¿Sangre de vaca? ... mejor lo explicas despues de desayunar. Sírvete querida, está delicioso.

Dijo sonriendo y acercándole la tetera, seguidamente miró al doctor mientras untaba mermelada de naranjas amargas en su croisant a la plancha.

-Muy interesante doctor, un...¿Mecanismo espía?

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21/12/2010, 17:50
Durand Rosseau

Durand se encogió de hombros por el comentario de Adrienne y puso la mejilla para conseguir más atenciones de ella; ya estaba acostumbrado a que pasara, iba con el trabajo: él y ella salvaban a la república y luego le daban el mérito ha algún policía con algo de fama y que fuera fácil de manejar. Aun así, gustaba de leer las noticias de sus hazañas en el periódico, pero con otro nombre.

-Estos monárquicos...

Dijo, con un leve moviendo de cabeza. Dobló bien el periódico y lo dejó en la mesa. Justo entonces, la curiosa Candance siguió con el tema, y si bien la oratoria no era el fuerte del maestro, si que gustaba de realizar comentarios lapidarios y picajosos, como los siguientes:

-Si esa es su manera de defender a sus amigos, señorita, dudo que tenga muchos. Para defenderme estoy yo y los que me aprecian, usted haría bien en preocuparse de los suyos, madame.

Le explicó, apoyando el antebrazo en el raspaldo del sillón.

-Oh, y descuide, en cuanto pueda, le daré mi espada a mi esposa, que ella la valora más que nadie, y sabe sacar lo mejor de ella. Por el estado de mi espada no se preocupe usted, señorita, preocúpese usted de sus asuntos, como ya he dicho.

El maestro de esgrima se colocó bien el cuello de la chaquetilla y volvió la mirada al frente durante unos segundos, luego se inclinó hacia su maleta y sacó aquel libro antiguo, de lomo y cubierta gastados, se humedeció el dedo índice con la lengua y luego lo abrió y empezó a pasar páginas, leyéndolo. Solo levantó la vista hacia Sowreston, al principio sorprendido, pero después no pudo evitar sonreir, no sabía si lo decía de verdad o no y eso le hacía bastante gracia. Volvió la mirada al libro, aunque escuchó al doctor Urquart, sin mirar a su interlocutor, alzó el dedo índice de su lectura.

-Será mejor que los planes los oiga primero nuestro radiante y siempre dicharachero, capitán Tupolev.

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21/12/2010, 19:36
Adrienne Rosseau

Se alegró de ver a la muchacha y sonrió, no pudo reprimir una risilla con el comentario del doctor sobre lo del nombre y miró de reojo al capitán, esperando un gesto más serio aún.

Pero miró a su esposo con los ojos bien abiertos, incluso alarmada por la forma que respondió a Candance.

- Durand..

Le reprendió por lo que acababa de decir, aunque tenía razón en muchas cosas, pero no era tema a tratar delante de aquella gente, eso se quedaba para la intimidad.

Miró a Candance y sonrió.

- Il adore bromear..

Decía para quitarle importancia al asunto, parecía un malentendido por ambos. Si su marido en ocasiones podría ser bastante hiriente con sus palabras, aquella mujer no se quedaba atrás. Era normal a estas alturas de la relación que hubiera algo de tirantez, no se conocían lo suficiente.

Miró a su esposo y le sonrió, dándole un beso en la mejilla y susurrándole algo al oído.

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21/12/2010, 20:23
Adrienne Rosseau

- Resérvate para cuando lleguemos..