Partida Rol por web

Al día siguiente Howard se encontraba en casa esperando a que su mujer Meredith regresara del trabajo; cosa que hizo puntual como era costumbre. Quizá aprovecharon para comer en casa lo que Bedows hubiera preparado, puede que decidieran compartir un momento de tranquilidad y vida familiar yendo con los niños a disfrutar de alguno de los buenos restaurantes que había por la ciudad. Fuere como fuere, era su día y lo aprovecharían como prefirieran...

Se sentó a la mesa del comedor, donde platos y cubiertos para dos estaban colocados con una perfección milimétrica y una sopera en el centro despedía un aroma que hizo que a Meredith se le hiciera la boca agua. Bedows sirvió al matrimonio Miles-Hanson y abandonó la habitación sin decir nada, ni hacer ruido alguno, concediendo a la pareja momentos de intimidad durante la comida.

– Creo que voy a hablar con Jeniffer sobre la familia Belasco. –comenzó a decir la enfermera, hablando sin más tapujos con su marido acerca de lo que la preocupaba–. Esta a punto de jubilarse. O sea que es lo suficientemente mayor como para quizás saber algo de lo que ocurrió entonces. Además, habla por los codos. Todo lo que necesita es alguien dispuesto a escucharla.

No buscaba el consentimiento, ni el consejo de Howard. Simplemente quería tener una conversación con él.

– ¿Cuáles van a ser tus siguientes pasos? Yo de momento, aparte de seguir el rastro del químico, no tan claro como seguir con todo esto. Las listas esas no nos dicen nada. Nadie sabe algo del extraño del turbante. Y, por si fuera poco, la policía no solo no coopera, sino que incluso parece que está del otro lado.

Sacudió la cabeza, suspirando ligeramente y mostrando su inseguridad.

– No sé cómo piensas continuar con tus investigaciones, Howard, pero ten mucho cuidado. No quiero que gente poderosa nos ponga en su punto de mira. Creo que nos iban a hacer la vida de lo más desagradable y no me apetece tener que volver a dejar mi vida atrás y abandonar otra ciudad con lo puesto.

Howard comía con parsimonia, escuchando a su mujer. Meredith era muy inteligente y había diseccionado a la perfección la situación actual. Asintió cuando le comunicó su preocupación.

—El jefe de policía no es trigo limpio. Y esto va más allá de un tema de mafia o crimen organizado. Tras leer lo que les pasó a los Belasco y lo del pobre niño... creo que este pueblo tiene unas raíces podridas, malignas. Hay algo siniestro en todo esto. No me fío de nadie salvo de nosotros y de nuestros amigos, de todos los que hemos venido de fuera. Tienes razón en que debemos andarnos con tiento. Pero me he propuesto extirpar de raíz el mal que pueda haber aquí para que la gente pueda vivir tranquila. Y tengo al mejor equipo para hacerlo.— dijo guiñándole un ojo para quitarle plomo a la conversación.

Tras servirse otra copa de vino pensó en que haría por la tarde.

—Me voy a pasar por el registro de la propiedad para intentar averiguar quienes se podrían beneficiar de forma directa de las desgracias de los Belasco. No tengo muy clara esta línea de investigación pero me voy a fiar de la intuición de Michael, que ya en otras ocasiones nos ha dado muy buenos resultados. Tu idea de sonsacar a esa señora alguna información de primera mano me parece excelente. ¿Compartimos resultados durante la cena?

La tarde pasó rápida enfrascados en vuestras investigaciones.

Meredith por su parte logró al coste de un café hablar con Jeniffer. Al fin y al cabo y dada su edad ya prefería más estar tranquila, sentada y hablando que haciendo ninguna otra cosa. Confirmó todo lo que ya sabía el grupo, aunque también añadió cierta información acerca de lo costoso que tuvo que ser la construcción de aquella mansión; pues parecía en sus días buenos más un palacete que una mansión. También le contó de las fiestas que se celebraban allí. No fue a ninguna por supuesto, pero eran tan famosas que eclipsaban incluso a las de la alta sociedad de Boston y los mentideros echaban incluso cuentas sobre el coste de la mantelería o de las vajillas que adornaban las mesas. Actualmente parece que la mansión está abandonada y bajo la creencia popular de que una maldición pesa sobre ella. El espíritu del propio John Belasco, según palabras de Jeniffer, todavía ha de habitar en su interior.

Michael por su parte no consiguió demasiada información en el registro; nadie se había beneficiado de la muerte de aquella familia. Incluso la casa y sus terrenos ahora eran propiedad del ayuntamiento y de nadie más.Tal y como parecía estaba abandonada desde hace muchos años...

Cuando regresó a casa ya era noche cerrada. En invierno oscurecía rápidamente en esa zona del país. Se quitó el abrigo y entró al salón, dónde se sentó unos minutos en el sofá a descansar las piernas. Allí estaba ya Howard leyendo la prensa interesado. Sin importarle demasiado este último detalle, Meredith se prestó a comentar con él los detalles de lo que había logrado descubrir sobre los Belasco. Por poco interesantes que algunos pudieran parecer, la enfermera no dudó en contarle todo lo que había oído de boca de Jeniffer.

– No sé lo que opinas tú, pero a mi me han entrado muchas ganas de dar un paseo hasta la mansión de los Belasco y verla con mis propios ojos. –Terminó su exposición–. Pero ahora ya es muy tarde para ello… ¿O no?

Esperó ansiosa a escuchar la respuesta de su marido y ver si este apoyaría o no su propuesta.

—Creo que ya vamos mayores como para salir al anochecer a visitar casas encantadas ¿no crees cariño?

Al ver el mohín en el rostro de su mujer Howard tomó la mano de su esposa.

—Por otro lado ¿Cuándo fue la última vez que hicimos una cosa irreflexiva y absurda? Los niños ya están acostados. Vete sacando el coche del garaje mientras yo voy a por una linterna que tengo el garaje.— añadió guiñándole un ojo.

Y así fue como los Miles, en plena noche, decidieron visitar la abandonada mansión de los Belasco.

La ciudad rezumaba calma. Las luces del interior de las casas iluminaban escasamente los jardines de las casas de los vecinos de Howard y Meredith. Lo cierto es que habían oído hablar de la mansión, incluso sabían donde se encontraba ubicada; pero nunca habían tenido la oportunidad de ir. Y nunca en un momento tan oportuno como una noche cerrada de Marzo.

Los faros del vehículo alumbraban el camino de tierra que conducía desde el distrito de Turner Falls hasta la mansión Belasco. Los árboles a los lados estaban bastante descuidados y algunas ramas habían decidido apoderarse de la carretera. Estaba claro que por allí no pasaba nadie de forma regular. En cualquier caso no tuvieron problemas en llegar y al hacerlo se encontraron frente a una casa claramente abandonada. La hiedra subía por las paredes que lo habían permitido, varios tablones cubrían cada una de las ventanas de la casa y un gran jardín que antaño seguro estuvo perfectamente cuidado ahora era tan solo un montón de malas hierbas que crecían salvajes haciendo suyo incluso el camino de tierra que conducía desde la verja donde os encontrabais hasta la misma entrada de la mansión...

Howard se bajó del coche y caminó de forma decidida hacia la puerta principal. Había cogido una palanca del maletero y parecía dispuesto a realizar aquel allanamiento sin ningún tipo de tapujo. Después de todo ¡aquello estaba abandonado! Probablemente tuviera algún dueño o un heredero en alguna parte pero poco le importaba.

—Alumbra aquí querida.— dijo mientras hacía palanca en un tablón que malamente mantenía cerrada la puerta principal —Vamos a ver que hay por aquí dentro.

Y tras forzar la puerta sin miramientos asomó su cabeza al interior.

Cuando vio la silueta de la mansión alzarse como un gigante muerto y olvidado desde hace tiempo contra la pálida luz que proyectaba la luna en la noche despejada y sabiendo la desgracia familiar que había ocurrido entre sus muros, el corazón de Meredith dio un vuelco en su pecho. La curiosidad femenina y cierto sentimiento de aventura, que hacia tiempo que no sentía, la impulsaban a seguir, pero no sería cierto decir que no sintió también cierto profundo respeto que reconoció como miedo.

Siguió a su marido de cerca, sin dejar que se alejara de ella más de un par de metros como mucho. La villa de los Belasco ejercía una atracción poderosa sobre la enfermera, pero Meredith logró por momentos deshacer su influjo y mirar el terreno asilvestrado a su alrededor, buscando algún detalle que pudiera indicar que otras personas hubieran estado allí recientemente.

Cuando Howard le indicó que alumbrara con la linterna la puerta de entrada a la mansión, la mujer no tardó en seguir la demanda de su marido. El crujido de la tabla la recordó a estruendo que había vivido no hace mucho cuando el terremoto azotó Bloomfield, aunque evidentemente esto era una exageración. Su nerviosismo la estaba jugando una mala pasada.

La puerta se abrió, Howard metió la cabeza y su mujer no dudó en no separarse de él.

El candado de la valla saltó con la palanca de Howard. No es que fuera un candado muy bueno la verdad. Los chirridos de la metálica verja resonaron por toda la oscuridad, extendiéndose como un rumor hasta la casa, ubicada a unos ciento cincuenta metros. 

Al acercarse, Meredith y Howard apreciaron que el imponente edificio poseía dos plantas coronadas por una zona superior abuhardillada. Todas las ventanas del edificio están cerradas, con las contraventanas reforzadas con tablones clavados evitando así que curiosos o vándalos pudieran acceder a la mansion.

Meredith observaba con atención el suelo en busca de pisadas o restos de que alguien pudiera haber visitado recientemente el lugar; sin embargo la alta maleza le impidieron ver nada que llamara su atención o que indicara que había tenido algún tipo de tránsito.

Al llegar a la puerta principal de la mansión pudieron apreciar mejor la fachada de mármol tallado; que aunque sucia y descolorida lucía realmente espectacular. La falta de mantenimiento había provocado que algunas secciones del paramento se hubieran desprendido, algo que posiblemente se hubiera acentuado con el reciente terremoto. En cualquier caso no daba la impresión de que tuviera ningún tipo de riesgo de derrumbe. La puerta principal era de seguridad. De esas que se ponen los ricos temerosos para sentirse más seguros. La palanca que antes había abierta la verja con tanta facilidad quizá no fuera suficiente para abrir aquella puerta^[1]

Para tratarse de una mansión abandonada hace tiempo, parecía que alguien había puesto mucho interés en que nadie pudiera entrar en ella. ¿O era la finalidad de tanta seguridad que algo pudiera salir al exterior? De haber pasado este último pensamiento por la cabeza de Meredith, posiblemente no se hubiera esforzado tanto en abrir la maldita puerta.

Conociendo lo flojo que era Howard, la enfermera puso toda la carne en el asador. Hizo el gesto de arremangarse y escupirse en las manos, para provocar una sonrisa en su marido, y se puso manos a la obra. Trató de encontrar un buen punto de apoyo, cargó todo su peso sobre la larga barra de metal y casi se quedó sin aliento tras un enorme esfuerzo.

Por un instante pareció que la puerta iba a ceder, pero quien quiera que la hubiera afirmado de aquella manera, había hecho un buen trabajo.

Con cierto disgusto dejo caer la palanca y se apoyo contra la pared de la mansión, tomando aire a grandes bocanadas.

Howard miraba la imponente fachada mientras Meredith intentaba forzar en vano la puerta de seguridad. Ni siquiera se había planteado ayudarla. Una porque opinaba que el acceso frontal iba a ser complicado con ese portón, pero también porque conocía a su mujer y sabía que tenía razón si se refería a lo que era fuerza bruta: él no era ningún portento.

Sin embargo dio un rodeo a la propiedad intentando buscar una entrada secundaria, quizás al sótano de la misma, que no tuviera tan buenas defensas.

Tras el fracaso abriendo la puerta de la casa. El matrimonio decidió rodear la casa en busca de una entrada alternativa. Conforme lo hacían pudieron ver que todo estaba tapiado y bien tapiado. El silencio que les rodeaba solo era roto por el roce de sus piernas por las altas hierbas que cubrían todo lo que en su día fuera un espléndido jardín. 

Llegaron a la parte de atrás y quiso la fortuna que encontraran una puerta. También estaba protegida como la principal; pero a simple vista se veía que la puerta así como si cierre no era de la misma calidad que la entrada principal...

Howard, con una sonrisa, dejó que su chica tomara la iniciativa mientras le guiñaba un ojo.

Siguió a su marido bordeando la mansión hasta la parte de atrás de esta. Lo que vio no hizo más que confirmar la impresión que se había llevado momentos antes: Alguien se había tomado muy en serio la tarea de evitar la entrada a la casa.

Estaba ya a punto de decirle a Howard que aquella aventura había sido una locura y sería mejor darse la vuelta y regresar a casa, cuando vieron la puerta trasera de la villa. Y la seguridad de esta prometía ser menos difícil de superar.

Haciendo caso de la invitación de su marido a repetir el intento de entrar por la fuerza, Meredith no dudó en volver a echar mano de la palanca y aplicar toda su fuerza en la tarea. Mas no sin antes contestar a su significativa sonrisa.

– Howard Philipp Miles. Ya puedes ir despidiéndote de esa idea. Ni se te ocurra. No estoy de humor ahora para tonterías.

¿Cómo sabía siempre lo que pensaba? Daba igual. Howard era un hombre paciente y confiaba en que la adrenalina de la situación rejuveneciera un poco la relación entre ambos. Otros en su situación se habían echado amantes pero Howard no tenía interés en complicar su vida amorosa añadiendo más gente. Había demasiadas cosas que le gustaban de Meredith y de su vida como para arriesgarlas por un impulso meramente sexual. Lo que necesitaban, simplemente, era sentirse jóvenes otra vez. Una aventura. Y estaba claro que desde que habían llegado a Bllomfield sus vidas habían sido de todo menos aburridas. Había que tener paciencia y, simplemente, aprovechar la inercia. Aún así borró la sonrisa de su cara como si hubiera desechado su plan para contestar:

—Que cosas tienes cariño... ¿cómo voy a estar pensando en algo así dado el sitio en que estamos?

Él también sabía jugar a aquel juego, por lo que fingiendo indiferencia y sorpresa, sabiendo que su mujer calibraría su nivel de interés por el autocontrol demostrado, se adelantó para echar un vistazo al interior de la casa y comprobar que fuera segura.

¡Crack!

La fuerza de Meredith fue suficiente para que saltara la madera de la puerta, y lo primero que salió del interior fue un intenso olor a polvo, a viejo. Howard entró el primero, demostrando lo caballero que era y lo controlada que tenía "la situación". Lo que se encontró fue una especie de pasillo relativamente pequeño con otra puerta abierta al final del mismo. El polvo pasaba por delante del haz de la linterna y aunque puede que probaran a encender las luces, estas no se iban a encender.

A los lados de aquel pasillo había varias puertas también abiertas que dejaban ver su interior. Dos de ellas parecían dormitorios pequeños, con una cama en cada uno de ellos. Los colchones estaban parcialmente agujereados, y el relleno se encontraba desparramado por el suelo. Cada uno de los dormitorios disponía también de un armario y una pequeña mesita. Otra puerta adicional daba a un baño pequeño totalmente equipado...

La casa permanecía en un completo y abrumador silencio.

En cuanto la puerta cedió a sus esfuerzos, Meredith se volvió hacia su marido con una sonrisa de satisfacción en el rostro. Esperando quizás una confirmación por parte de él a una proeza de la que ella estaba claramente orgullosa.

Dejó que fuera él quien diera los primeros pasos en la mansión, siguiéndole tan de cerca, que parecía la sombra que en aquella oscuridad no despedía.

– ¿Dónde crees que tendrían el estudio? –preguntó a su espalda, rompiendo el pesado silencio–. Quizás el señor Belasco tuviera un diario que pueda lanzar alguna luz a todo esto. O podría tal vez tener algo parecido, unas cartas o algo. ¿Quizás en el dormitorio del matrimonio?

Meredith compartía en alto sus pensamientos con Howard, para que éste pudiera comprender como ella abordaría la exploración de la casa y tomara su decisión. O quizás solo lo hacía para romper la quietud y alejar los pensamientos oscuros.

—Un viejo y decrépito estudio donde el maldecido patriarca de la familia guardaba los secretos de su maldición.— susurró Howard poniendo voz de locutor de radio.

La verdad es que se sentía rejuvenecido, trasladado a su época de estudiante, donde se hacían ese tipo de tonterías como explorar una vieja mansión maldita. No se había dado cuenta hasta entonces cuanto echaba de menos esa época sin tantas preocupaciones ni responsabilidades.

—Voto por el despacho. Cuidado con esos cristales al pasar.

Avanzaba hacia la puerta del fondo que, esperaba, conduciría al hall principal desde el que podrían estudiar el reparto del resto del inmueble.

Dejaron atrás aquella zona que parecía la zona donde viviría el servicio para salir a un gran espacio diáfano desde el que claramente se podía acceder a casi toda la casa. Aquí la poca luz que entraba con la luna desde el exterior es inexistente, y alumbrando tan solo por la linterna pudieron observar sobre todo una gran cantidad de mugre y algunos papeles y objetos mundanos desparramados por el suelo. Una de las paredes estaba forrada con un deteriorado papel pintado negro con motivos victorianos en blanco. El resto de las paredes eran similares aunque con los colores invertidos. Fondo blanco y motivos negros. En el suelo se pueden apreciar una serie de huellas de calzado que no excesivamente antiguas, dirías que no más de uno o dos meses. 

En ese momento ambos pudieron escuchar un ruido en el exterior de la casa. Parecía el motor de un coche mezclado con el sonido de ruedas pisando tierra y gravilla. Dos portazos y enseguida unas finas tiras de luz que se colaban por las diminutas rendijas que dejaban las ventanas tapiadas.

— ¿Quien vendría a esta casa? — Era la voz de un hombre. No la reconocieron.

— ¿Y quien está despierto mirando por la ventana a estas horas? Bah, serán algunos críos hijos de algún ricachón que han robado el coche a su padre. Míralo, no todo el mundo puede permitirse esta máquina —

Una segunda voz. Sonaban lejanas.

— Mira, está roto el candado de la valla. —

Después de eso silencio. Howard si que pudo escuchar los zapatos acercándose a la entrada principal...