Partida Rol por web

Aceroamargo no podía creer que sus desesperados gritos de auxilio hacía la guardia de la ciudad hubiesen caído en saco roto, pues, a excepción de quienes formaban parte de aquella persecución, no había ni un alma en las calles a esas horas de la madrugada. Por un momento dudó de si le habrían escuchado por el ruido de la fuerte lluvia, pero alguien debía haberle escuchado, había gritado a pleno pulmón. Además, aunque no alcanzaba a verla también por culpa de la tormenta, algo le decía que si los raptores corrían tan directamente hacía la puerta Este era porque sabían algo que ellos no. Ese pensamiento comenzó a preocuparle. Tanto fue así, que el numenoreano avanzó muy poco ya que su concentración no estaba en esquivar lo más resbaladizo del camino.

En la misma esquina que daba acceso a la calle que descendía hacía la Puerta Este de Bree, Thund y Aeth trataron de recomponerse y continuar la marcha, Thund tuvo que sujetarse a la pared del edificio para evitar caerse y necesitó de un instante para recuperar el aliento y Aeth, por su parte, poco más pudo hacer que levantarse y frotar su dolorido costado. Ahora se sumaba a su desgracia que sus ropajes se encontraban empapados por la lluvia y llenos de barro por el costalazo. Rousson, con pasos dubitativos, avanzaba apenas unos metros mientras que Hunkel y Mithdúlin les adelantaban como si llevasen años practicando la carrera en terrenos así y con esas condiciones.

Mientras tanto Eoden había recortado una buena distancia a los captores y se encontraba a unos cincuenta metros de ellos, quienes continuaban su avance hacía la puerta Este con menor velocidad que la del Eothraim pero con paso firme y seguro entre las resbaladizas losas del suelo.

Mithdúlin siguió corriendo junto a Hunkel, dejando atrás a alguno de sus compañeros. Gracias a su buen ritmo, no tardó en ver a Aceroamargo, quién parecía haber perdido terreno a causa de los gritos de ayuda. Al bardo le extrañaba no haber oído respuesta alguna, pero decidió seguir avanzando sin darle mayor importancia; lo fundamental era capturar a los secuestradores.

Tras los primeros metros, decidió bajar un poco su ritmo para poder acelerar más adelante. En las partidas de caza en los bosques de Lorien, él y sus hermanos solían correr tras las presas imitando su gracia y agilidad. Algunos de los cazadores más dotados eran capaces de recorrer el bosque sin partir una rama y de correr sin que el más leve murmullo de hojas los delatase. 
Cuando hubo reducido su carrera a un trote rápido, decidió hacer acopio de todas sus fuerzas para acelerar todo lo que sus piernas le permitían. Las murallas de Brie se hacían cada vez más grandes según se acercaba.

—¡Ánimo, compañeros, que ya son nuestros!— gritó, intentando encender el corazón del resto del grupo.

El joven siguió a la carrera, aunque le costaba avanzar por la resbaladiza pendiente y no iba tan rápido como le hubiese gustado. Cuando llevaba unos cuantos metros avanzados, un adoquin suelto que sobresalía sobre el resto, en combinación con la oscuridad de la noche y la lluvia le jugaron una mala pasada. No lo vio hasta que estuvo frente a él, y su pie izquierdo lo golpeó, haciéndole trastabillar, interrumpiendo su carrera y dejándolo a punto de caer. Por fortuna, pudo sobreponerse al tropiezo y no dio con sus huesos en tierra. Con algo de dolor en el pie, y la dignidad algo más herida, Aceroamargo prosiguió con la persecución.

En el rostro del elfo se gestaba la incertidumbre, y el enano ya desde antes había sentido mas cosas raras, nada de aquello le gustaba, casi sentía que algo externo tuviese control sobre todas sus acciones. Y sin embargo no se detuvo, no podía hacerlo, tenían que seguir adelante bajo toda circunstancia. Por lo que saco aire de donde pudo e intento continuar adelante intentando no quedarse atrás del elfo.

Correr con la armadura no le era fácil, pero era un enano, aun así hacerlo en piso mojado y dado que el agua que le caía en la cara y barba nunca había sido de su agrado le dificultaba bastante el avance.
Pero esta vez parecía que su amor propio le hizo avanzar bastante mas que hasta ahora, pues empezó mas o menos con cuidado, para posteriormente tomar la pauta de movimiento aumentando el ritmo y corriendo bastante mas, intentado alcanzar a aquellos cabrones que se escapaban.

Un resbalón. El pie desnudo perdió adherencia en el húmedo adoquín y Rossuon se inclinó hacia delante para evitar la caída. La inestabilidad que lo había obligado a avanzar con cautela los primeros metros le impulsó pendiente abajo, forzándole a correr a una velocidad endemoniada para no acabar de bruces contra el suelo. Cruzó ochenta metros concentrado en mantener su precario equilibrio en un sprint difícil de repetir, con las pulsaciones desbocadas y la emoción plasmada en su rostro. Temió acabar rodando el resto de la calle y buscó el momento de lograr mayor seguridad en sus zancadas. Para ello se esforzó en frenar su avance, luchando contra la inercia que retaba a la tragedia. Había recortado una buena distancia, pero debía mantenerse en pie para permanecer en la persecución. 

Una vez recuperado el aliento, motivado únicamente por su propia soberbia y orgullo, Aeth se lanzó en una carrera casi demente a través del barro en pos de alcanzar a los perseguidores más adelantados. Apenas le importaba que el objetivo de todo aquello fuese recuperar a la dama secuestrada. En su mente solo cabía la idea de que tenía algo que demostrar, e iba a cumplirlo.

Los dos enanos avanzaban a un ritmo más lento que el del resto y poco a poco fueron quedando atrás. Thund avanzaba con la pesada armadura lentamente pero con pie seguro, mientras que Hunkel lo hacía algo más rápido, aunque en el último momento sintió como su pie resbalaba y se iba de bruces contra el suelo, dándose un buen golpe en la rabadilla que le dejó dolorida la pierna durante largo rato.

Rossuon seguía corriendo de manera insegura, estando a punto de perder pie hasta que la inclinación de la rampa y su propia inestabilidad le hicieron acelerar el paso involuntariamente recorriendo una larga distancia en la que se temió una dura caída si no frenaba ligeramente. Aceroamargo, por su parte, avanzó a una velocidad prudencial hasta que se tropezó con un adoquín algo levantado que le hizo resbalar y estar a punto de caer. Afortunadamente subo sobreponerse y retomar su ritmo. 

Aeth, se levantó del suelo lleno de determinación y lejos de aminorar la marcha por temor a una segunda caída se envalentonó a correr a toda velocidad sin preocuparse por los posibles resbalones. A gran velocidad fue adelantando a todos sus compañeros hasta quedar justo a la espalda de Eoden. Mithdúlin, por su parte, se movía por el pavimento mojado con la agilidad y gracilidad que únicamente los de su especie parecían poseer. Avanzó sobre las losas mojadas sin resbalar su pie ni una sola vez y sin que su ritmo dejara de aumentar. Incluso logró dar alcance y adelantar a Eoden quien mantenía un ritmo regular y constante durante toda la persecución. El elfo avanzaba bajo la lluvia por aquella pendiente inclinada como si de la alfombra de hojas del bosque de su hogar se tratara. A la vista tenía ya a los raptores de Melyanna y pudo ver como arrastraban consigo a la dama, lo cual les entorpecía enormemente su paso. También se fijó en que dos de ellos cargaban con uno de los cofres que acompañaban a la comitiva. ¿Sería posible que aquellos miserables hubieran entrado en la habitación de Eoden y Dimrod mientras éstos dormían y les hubieran robado sin que ellos se enteraran para después raptar a su protegida?. Aquel fallo sería imperdonable para el propio Dimrod.

Thund había seguido corriendo detrás de los demás sin perderles de vista, pero viendo un charco lo paso un poco mas lento que hasta entonces, ya que un resbalón como el de la otra vez, podría dar con su cuerpo en el suelo y perder mucho mas terreno.

Casi sin darse cuenta, Mithdúlin redujo drásticamente su ritmo cuando vio a los secuestradores. Ver el baúl le tomó completamente por sorpresa, ¿por qué tenían uno de los cofres que estaban protegiendo Dimrod y Eoden? Algo parecía no encajarle. Un ladrón no perdería su tiempo arriesgándose con un secuestro, y un secuestrador no perdería el tiempo robando algo pesado y que le dificultase la marcha. ¿Qué está pasando? Pensó.

Eoden no tardó en ganarle terreno al bardo y adelantarle. Corría con un brío envidiable, pero siempre a un ritmo constante. Sin embargo, él, que llevaba un muy buen tiempo y había adelantado a todos sus compañeros, trotaba ahora. El estupor y la confusión le habían distraído. Quizá fuese su paranoia pro haber dormido poco, pero su instinto no le había fallado hasta ahora; que se viesen envueltos en esa persecución era una clara prueba de ello.

A Aceroamargo le pasó factura su tropiezo con el adoquín, pronto vio como Mithdulin y Aeth pasaban como una exalación a su lado y le adelantaban. Escuchó también a sus espaldas las zancadas que solo podían ser ya de Rossuon, pues solo los enanos habían quedado detrás de él además del de Gondor, y sus pasos eran más cortos. Tenían que apretar la carrera, estaban a punto de alcanzarlos. Sin embargo el tropiezo anterior hacía que el Numenorean avanzase con prudencia y su velocidad seguía dejando mucho que desear. Confiaba en que alguno de los que había tomado la delantera alcanzase a los secuestradores y poder prestar su ayuda en un combate.

El noble respiró aliviado tras burlar la caída. La reducción de velocidad le dio confianza y se creyó adaptado a los resbaladizos adoquines. Alcanzar a varios de sus compañeros le animó, no se había quedado fuera de la persecución. Aunque habían verdaderos galgos y no pudo evitar quedar impresionado por su rapidez. Su deseo por alcanzarlos le hizo apretar la marcha. 

Por fin estaba cerca de alcanzar al Eothraim, que por lo que recordaba había sido el primero en correr tras los secuestradores, pero en ese punto a Aeth la exagerada demostración de velocidad comenzaba a pasarle factura. Podía sentir pinchazos en los costados, lo suficientemente dolorosos para impedirle continuar, y ni siquiera el ímpetu que lo espoleaba pudo evitar que redujera el ritmo de su apresurada carrera.

Mantenerse en movimiento requería de todas las energías que le quedaban, impidiéndole razonar o pensar en otra cosa que no fuera seguir corriendo sin saber siquiera si llegaría a alcanzar a su objetivo.

Hunkel, que llevaba buen ritmo hasta que perdió pie y terminó cayendo, se reincorporó como pudo para continuar la persecución no sin antes maldecir a la lluvia y a los raptores de la dama por todo el sufrimiento que les estaban haciendo padecer. Intentó recuperar el ritmo que llevaba, pero le costó enormemente evitar que los demás le ganaran distancia debido al dolor que sentía por la caída.

El elfo, que se veía cerca de los captores, pagó su excesiva confianza hacía el resbaladizo suelo. A pesar de haberse movido con extraordinaria gracilidad hasta ese momento, dejó de prestar atención al pavimento resbaladizo y se centró en el enigma de porqué los forajidos cargaban con uno de los cofres además de con la dama Melyanna, eso le hizo no estar atento para esquivar un charco resbaladizo y perdió pie y estuvo a punto de caer al suelo. En lo que tardó en recomponerse, Eoden le adelantó volviéndose a colocar en la cabeza de los perseguidores y alentándole a no quedarse atrás. La distancia con los raptores era cada vez menor, pero éstos ya enfilaban los últimos cien metros de descenso hasta la puerta Este. 

Los demás tomaron cierta prudencia al ver al elfo resbalar. Era un aviso de que hasta el que tenía los pies más ligeros podía resbalar en esa trampa resbaladiza de descenso. Rousson fue quien más distancia logró avanzar, sintiéndose más confiado, logró incluso adelantar a Aceroamargo quien había bajado notablemente su ritmo tras su anterior tropiezo. Del mismo modo, Hunkel, Thund y Aeth bajaron también su velocidad, parecía ser que las esperanzas del grupo estaban en que quienes encabezaban la marcha dieran alcance a los captores y provocaran un combate al que irse sumando.

Rossuon ignoró la lluvia que azotaba su rostro y empapaba sus ropas. Se concentró en cada zancada, sabiendo lo mucho que le había costado arrancar, e incluso logró aumentar levemente su velocidad. Aún así se obligó a no confiarse, manteniendo la vista en el empedrado suelo para no llevarse ninguna sorpresa. Aquellos secuestradores no se escaparían. O eso quería pensar. 

Todos me habian adelantado, pero no iba a quedarme atras, aquella mujer necesitaba mi ayuda y yo estaba acorazado, si les pillaban y les retenian lo suficiente, llegaria para abrirles en canal.

Aceroamargo vio con consternación como el elfo resbalaba. ¡Maldición! Había estado tan cerca de atraparlos, por suerte, Aeth seguía llevando la delantera, aunque los secuestradores le iban ganando terreno. El que reducía distancias era el jinete. parecía que Eoden no necesitaba montar un caballo para moverse con velocidad. Aceroamargo intentó apretar el paso, pero el terreno era demasiado traicionero. Esta vez el Numenorean no consiguió evitar la caída y rodó por el suelo.