Partida Rol por web

Aunque eran incapaces de ver nada, Los héroes lograron agarrarse al borde de la trampa para evitar caer al suelo.

Finalmente todos lograron escapar del foso para adentrarse un poco más en aquella oscuridad.

Sumidos en una enorme negrura lo héroes decidieron seguir andando aún a riesgo de caer de nuevo en otra trampa. Fue entonces cuando escucharon una oscura y siniestra voz:

- Bienvenidos a mi humilde mazmorra - Aquel ser etéreo parecía ser el Coleccionista. Un terrible ser que se hallaba entre la vida y la muerte, amante de las antigüedades y de los felinos. - Jamás podréis descubrir la multitud de tesoros que hay aquí, al menos no mientras yo siga aquí -

Envuelto en aquella absoluta negrura, Druth había continuado avanzando junto a sus compañeros hasta que, de pronto, oyó esa siniestra voz que únicamente podía tratarse de la del Coleccionista. Aquello le extrañó y sorprendió a partes iguales. ¿Era posible que el Barón de aquellos dominios acudiese a destruirlos en persona, en vez de dejar que lo hicieran las numerosas trampas que hubiera en sus dependencias?

No tenía mucho sentido que el Coleccionista saliese de las sombras tan pronto, lo que le hizo pensar que, en efecto, aquella aparición se trataba de una nueva trampa. O eso, o el Coleccionista poseía poder ilimitado y no podía ser derrotado en combate.

No queriendo entablar enfrentarse cuerpo a cuerpo con el Barón e intuyendo que había gato encerrado en aquella situación, el gaitero pelirrojo tomó la varita que había obtenido de las dependencias de Nalnwalme y, agitándola, decidió descargar un rayo rojizo en dirección al Coleccionista para comprobar si se trataba del auténtico Barón o de una ilusión.

Entre toda la oscuridad, Theodore logró divisar una extraña figura que les hablaba. ¿Era el Barón quien se presentaba antes ellos? Quizás en otros tiempo hubiera dudado esto, pero ahora, luego de todo lo vivido en la torre, esta seguro de que era una trampa y que aquello que los amenazaba no era más que otro obstáculo mágico.

Se preparó para rechazar un posible ataque elevando su escudo y avazó lentamente hasta ubicarse frente a sus camaradas, dispuesto a contra atacar cuandolo que parecía ser el Barón estuviera lo suficientemente cerca.

Por los pelos habían conseguido superar la primera trampa y, mientras avanzaban en la oscuridad, Syrid iba pensando en cuántas más se encontrarían hasta poder llegar al mismísimo Barón. La sorpresa vino cuando el señor de esa parte de la Torre se dirigió directamente a ellos. ¿Tan confiado estaba de su poder y su inmortalidad que se quería burlar de ellos enfrentándose él solo sin necesidad de esbirros? Syrid no se lo podía creer así que, esperando cualquier engaño se dispuso a hacer frente al Barón, fuera real o una simple ilusión.

Preparó su arco, cogió una de sus flechas de hielo y guiándose por la voz intentó lanzarla contra el ser que hablaba, pero estaba claro que la oscuridad era demasiado densa para acertar a esa distancia y, con un disparo bastante débil, a la norteña no le quedó más que su frustración y esperar a ver qué sucedía.

La lucha con El Coleccionista, si es que en verdad se trataba de él y no de una proyección de su cuerpo, fue encarnizada, y Druth advirtió cómo sus dos compañeros resultaban heridos durante el enfrentamiento. Por desgracia, sus ataques resultaban muy poco efectivos contra aquel Barón, lo que le dejó un tanto confundido.

Finalmente, uno de sus compañeros, no llegó a advertir si fue Syrid o Theodore, llegaron a alcanzar al Barón, asestándole un golpe mortal que aparentemente puso fin a la vista de El Coleccionista. "Demasiado fácil, demasiado pronto..." se dijo Druth, pensando si no habría gato encerrado en lo sucedido.

-Necesito un varita más gorda -aseguró, con su aguda voz, achacando el hecho de que sus ataques resultasen poco efectivos a la varita que había obtenido en las estancias de Nalnwalme.

Formaban un buen equipo, cada cual cumplía a la perfección con su papel y ello hacía que sus ataques resultaran eficaces. De nuevo, unidas sus fuerzas, habían conseguido derrotar a su nuevo enemigo, el cual se había presentado antes de lo que esperaba.

Pero algo andaba mal, Syrid estaba convencida de ello pues le había parecido demasiado fácil el haber acabado con El Coleccionista, eso a pesar de que ella, y creía que Theodore también, había resultado herida. Que nada más llegar a los dominios de ese nuevo Barón fuera él el que saliera a recibirlos... No, algo no iba bien.

—Creo que nos está probando, quiere saber de lo que somos capaces de hacer —dijo convencida mientras guardaba su arco e intentaba no centrarse en el dolor que sentía por las heridas. Se recuperaría, siempre lo hacía, dispuesta a terminar con todo el mal que habitaba la Torre—. Sí, tiene que ser algo así porque no puede ser tan fácil derrotar al Barón.

Theodore observó como el étereo ser se aproximaba para atacarle y tratando de protegerse levantó su escudo. Sin embargo, el Barón lo atravezó como si fuera una ilusión y por un momento pensó que lo era hasta que luego de que su contrincante avanzara hacia sus otros dos compañeros sin prestarle importancia a él, comenzó a sentir un calido dolor en su interior y faltó mucho para que tosiera sangre. El ser traspasado le había dañado internamente. Pero esto no le importó, en el calor de la batalla, ignoró sus dolores y atacando con su espada le propinó un fuerte corte en el hombro izquierdo y esta vez si sintió como su espada tocaba algo físico.

No tardaron mucho en derrotarlo y Theodore ya se sentía mejor. Pero algo le inquietaba, vencer al Barón fue demasiado sencillo y no se comparaba con los otros retos a los que se habían enfrentado anteriormente en la torre. Miró el rostro de sus compañeros y pudo notar que ellos tampoco estaban muy convensidos de haber vencido al Barón.

Cuando lograron derrotar al espíritu la figura y la oscuridad que había en el lugar se desvanecieron. La capa que llevaba puesta fue el único material y en cuanto la tocaron, ésta se transformó tomando forma de distintos anillos, los cuales parecían tener magia en su interior.

Era imposible que aquel espíritu hubiese sido el Coleccionista pues había resultado demasiado sencillo de derrotar. Quizá fuese algún antiguo empleado con aires de grandeza.

La oscuridad se desvaneció y, con ella, lo único que parecía quedar era la túnica del Coleccionista. No obstante, cuando Druth se aproximó y la tocó ligeramente con su hacha, la túnica se convirtió repentinamente en diferentes anillos. El pelirrojo no sabía demasiado sobre magia, pero estaba seguro de que si eran anillos que habían pertenecido al Coleccionista, o a uno de sus sirvientes, debían de ser mágicos.

Por ello, Druth se agachó y se apresuró a colocarse uno de los anillos en el dedo índice de su mano izquierda, pensando en si llevar aquella joya incrementaría sus capacidades para los futuros enfrentamientos que les aguardaban.

Sus sospechas se vieron confirmadas, aquel no era El Coleccionista de carne y hueso sino simplemente una proyección de él, o quizás alguno de sus sirvientes que quisiera hacerse pasar por el Barón. Fuera lo que fuera estaba claro que seguramente tendrían que enfrentarse a más trampas y complicaciones si querían deshacerse de él.

De lo que fuera que los hubiera atacado sólo quedó una capa que Druth tocó, no sin cierta desconfianza, con su hacha, consiguiendo que ésta se transformara en varios anillos que parecían emitir un leve fulgor en aquella oscuridad que los rodeaba. Le extrañó comprobar cómo el pelirrojo recogía uno y se lo ponía sin temor a que fuera una trampa, pero al ver que no sucedía nada raro, que el héroe del oeste no se transformaba en un monstruo o en una acémila, Syrid se agachó para coger ella uno también, mirándolo con detenimiento sin estar aún convencida de que ponérselo fuera seguro. Pero lo hizo y una vez puesto en el dedo anular de su mano izquierda, comprobó cómo el tenue brillo aún se manteía. Sin lugar a dudas aquellos anillos eran mágicos.

Luego de que el enemigo fuera vencido, Theodore vió como su pelirrojo compañero hizo que la capa se convirtiera en diversos anillo. Eso no lo sorprendió tanto como cuando su mismo compañero tomó uno de ellos y se lo colocó en uno de los anillos sin preocuparse de la magia que podían contener. Más tarde, su compañera haría lo mismo.

Él hizo lo propio, desató las correas de cuero que sostenían su guantelete izquierdo, el cual, debido a la torpesa de desatarlo con una mano vestida con un guantelete, cayó al suelo haciendo un sonoro sonido metalico. Se agachó y lo cogió a la vez que recogía uno de los anillos.

Sin pensarlo mucho, pasó su dedo indice por él y nuevamente puso su guantelete listo para continuar.

Al avanzar por la sala encontraron una nueva puerta con un nuevo cartel que ponía: "Prohibido el paso, personal solo autorizado". Aquello no iba a impedirles que siguieran adelante y al abrirla sintieron como el picaporte estaba húmedo. La abrieron y tomaron la escalera de caracol que parecía bajar a una sala inferior.

Y cuando el último de los aventureros puso el pie en el peldaño un montón de agua empezó a caer del techo, los peldaños desaparecieron y se convirtieron en un tobogán acuático que deslizó a todos ellos hacia alguna sala inferior de la infinita torre.

Desde que habían llegado estaban acostumbrados a subir escaleras para cruzar gran cantidad de pisos, pero esta vez les había tocado deslizarse por un tobogán de agua que terminaba en unas lanzas estratégicamente colocadas para que los que cayesen fuesen heridos de gravedad.

El cartel que se encontraron al llegar a una nueva puerta hizo pensar a Syrid en los nuevos problemas que los esperaban, pero ya empezaba a acostumbrarse a que, a cada paso que daban, una nueva trampa o un nuevo enemigo iba a salirles al encuentro. Por ese motivo no dudó en cruzar sin hacer caso a lo que había leído.

Comenzó a bajar la escalera que había detrás de la puerta, sabiendo que sus compañeros la seguirían, sin prestar demasiada atención a la humedad que había. De repente, los escalones bajo sus pies desaparecieron para transformarse en una rampa que irremediablemente los lanzó directos hacia abajo, acompañados de una tromba de agua que a punto estuvo de ahogarla allí mismo. Tosiendo, sin poder abrir los ojos, Syrid buscó la manera de agarrarse a lo que fuera para no seguir descendiendo a toda velocidad pues lo que había al final de la rampa eran varias lanzas clavadas que sólo podían significar una muerte segura.

En la siguiente sala, los héroes habían hallado un cartel con un mensaje de lo más peculiar. "¿Autorizado? ¿Qué significa "Autorizado"?" pensó Druth para sus adentros, un tanto desconcertado.

Cuando abrieron la puerta, comenzaron a avanzar por una escalera de caracol que parecía descender hacia las salas inferiores. De pronto, empezó a caer agua desde el techo, a la vez que los peldaños desaparecían, convirtiéndose estos en un tobogán acuático. Druth pudo ver que el tobogán culminaba en unas afiladas lanzas que probablemente le herirían de gravedad, por lo que trató de asirse a los laterales del tobogán para intentar impedir seguir descendiendo y caer en una de aquellas lanzas.

El cartel desconcertó a Theodore, pero no le prestó atención al ver que sus otros dos compañeros entraban por la puerta de igual manera.

Cuando ya llevaban unos cuantos escalones se escuchó un extraño ruido y de pronto los escalones ya no estaban y se encontraba en un extraño tobogan, mayor fue su sorpresa al ver como una gran cantidad de agua caía. TRató de frenar su caida apoyando sus brazos y piernas a los bordes del improvisado tobogán. El agua evitó que saltaran chispas producto del roce entre el material del suelo y su armadura metalica. Utilizó toda su fuerza, pues como se encontraba de los últimos, si fallaba, podía afectar a sus compañeros que caían delante de él.

Algunos lograron frenar la caída agarrándose de las paredes, impidiendo así que cogieran demasiada velocidad para frenar el impacto y que las lanzas del final no les hiciesen daño, sin embargo Druth a cada metro que descendía tomaba más y más velocidad hasta que un montón de afilados punzones les esperaban abajo clavándose en todas las partes de su cuerpo y dejándole unas terribles y sangrantes heridas.

No sabía muy bien cómo, pero Syrid había conseguido ir frenando su descenso directo hacia la muerta agarrándose a todo lo que se encontró, principalmente aferrándose a los salientes de las paredes y frenando todo lo que podía con los pies. Por los pelos, pero había conseguido salvar la vida aunque seguramente tendría algún que otro moratón así como rozaduras por el esfuerzo de frenar.

Aún con el susto metido en el cuerpo y las pulsaciones, así como la respiración, disparadas, Syrid miró a sus compañeros para comprobar que lo hubieran logrado al igual que ella y, espantada, vio el cuerpo del pelirrojo con varias lanzas ensartadas, causándole unas heridas que en esos momenos comenzaban a sangrar. Con esfuerzo, la mujer se acercó a él para comprobar que aún estuviera con vida.

—Druth ¿puedes moverte? —Visto el lamentable aspecto que mostraba a la norteña le parecía un milagro que el hombre estuviera aún respirando—. Tenemos que ver cómo te curamos esas heridas. Vamos... No puedes darte por vencido ahora.

Tantos obstáculos salvados, tantos peligros esquivados y tantos enemigos abatidos había conseguido que Syrid comenzara a aprecir de verdad a sus compañeros.