Partida Rol por web

Syrid ascendía tensa, sintiendo sobre ella la opresión que ejercía aquella oscuridad que con toda probabilidad ocultaría mil peligros. Era una sensación agobiante y también frustrante, pues si había un ataque no sabrían desde donde vendría. La mujer, la única en aquel equipo de héroes, agarró su arco para estar preparada aún sabiendo que en un combate a distancia corta no tendría nada que hacer.

Incluso el aire que se respiraba era tan denso como la oscuridad, pero aún así sus sentidos iban a alerta, expectante, atenta a cualquier detalle que pudiera indicarle que un enemigo andaba cerca. Pero esa atención no sirvió de nada ya que, en cuanto su compañero Gideon iluminó el lugar donde se encontraban, un estremcimiento la recorrió al reconocer en el sitio algo parecido a una tumba o una cripta, y los muertos estaban presentes pero, a diferencia de aquellos que deberían reposar por toda la eternidad, los que tenían delante estaban en pie y dispuestos a acabar con ellos.

Con cierta torpeza y sintiendo un temblor en su mano debido quizás a la sorpresa, preparó una de sus fechas en la cuerda dispuesta a lanzarla al primero que se le pusiera a tiro.

Theodore fue el último en entrar a la habitación. Desde la lejanía oia extraños ruidos y en cuanto escuchó el grito de uno de sus compañeros su corazón se aceleró. El peligro se avecinaba y esto le preocupaba a pesar de haber sido entrenado en muchas artes de combate.

Corrió y solo logró ver a Gideon por su fuente de luz. Desenvainó su espada y se preparó para combatir.

El héroe del Oeste destrozaba a los esqueletos usando su hacha de doble filo, partiendo sus cinturas y costillas cada vez que los golpeaba con su arma. Allí era Druth se sentía más Druth que nunca, en el fragor de la batalla, acabando con sus adversarios.

El guerrero pudo ver que Syrid había sido alcanzada por una de las espadas de los no-muertos, quedando herida, por lo que Druth se aproximó rápidamente a protegerla y cubrirla de los ataques de los últimos esqueletos que quedaban en pie.

Fue entonces cuando advirtió que Theodore, aquel estoico caballero con armadura, parecía ser especialmente brutal a la hora de enfrentarse con los no-muertos. Era un detalle importante a tener en cuenta, sobre todo si hallaban más muertos vivientes en la inmensa Torre.

La frustración al comprobar cómo sus flechas no hacían nada contra aquellos muertos, Syrid bajó ligeramente la guardia pensando si sería mejor atacar con su cuchillo, su inseparable scramasax, y guardar sus flechas para una mejor ocasión cuando sintió el tajazo que uno de aquellos seres, que deberían estar reposando en sus tumbas tranquilamente, le dio en el costado causándole una herida que comenzó inmediatamente a sangrar pero que, gracias a sus protecciones de cuero, podía haber sido mucho peor.

Syrid soltó un gruñido de dolor y se dispuso a revolverse contra el muerto para acabar con él, aunque tuviera que hacerlo con los dientes, cuando su compañero pintado vino en su ayuda. Aquel gesto no lo iba a olvidar la mujer con facilidad, sabiendo que le debía la vida a ese hombre y ahora estaba en deuda con él.

Con rapidez se colgó el arco y cogió su largo cuchillo dispuesta a clavárselo al primero que se le pusiera por delante, eso si Theodore dejaba alguno con vida pues, su serio y callado compañero, estaba resultando ser un arma letal frente a aquellos guerreros muertos.

Gideon lanzaba su magia, a veces apoyando el baston contra el hombro y manipulando las manos, de las que luego, salían pequeñas esferas de llamas, que impactaban contra los esqueletos y los hacían arder en llamas azules, y ya cuando estos se aproximaron a el, uso su bastón, que se encendió en llamas en la punta y los golpeaba de forma de mantener la distancia.

Uno le tiro un manotazo certero y le arrebato el sombrero de ala y pluma e indignado, Gideon lo recupero, lo asentó firmemente en su cabeza, y elevando la mano como si fuera un director de orquesta, hizo brotar una columna de llamas innecesariamente grande que incinero completamente al atrevido esqueleto.

Con el sombrero, no! – dijo, molesto.

Theodore sintió aquel putrefacto olor a muerte y supo a que se enfrentaría. Levantó su espada y atacó al más proximo. En cuanto su espada tocó al vil ser comenzó a desprender un aura dorada.

Se percató de que su espada era muy eficaz para acabar con ellos y recordó lo que su mentor le dijo cuando abandonaba lo que fue su hogar para emprender este viaje. "Esa espada perteneció a un gran guerrero de la orden. Se cuenta que en ella viven todas las almas de sus portadores anteriores y que algún día será de gran ayuda para acabar con el mal del mundo". Esto le parecío muy extraño, pues en la orden no se creía en leyendas.

En medio del combate observó como uno de los esqueletos hería a Syrid, iba a ayudarle, pero su compañero se le adelantó. Miró hacia el mago que creaba enormes llamaradas y supo que no necesitaba ayuda. Por lo que continuó acabando con enemigos que se aglomeraban a su alrededor.

El enemigo no conocía el agotamiento ni el miedo, pero fue finalmente derrotado. Todos los candelabros de la sala se encendieron al caer el último esqueleto y, a pesar de seguir encontrándose en una cripta, el silencio y la luz hacían posible tomar un pequeño respiro en el camino antes de afrontar los desafíos venideros.

Gideon bajo el baculo y el mismo se apago, pareciendo de nuevo un simple baston de caminante. Se acerco hacia la mujer y luego de observarla, comento.

- Creo que luego de un buen descanso, estaras mucho mejor. -

Habían superado el primer obstáculo aunque a Syrid sabía que no había sido gracias a ella precisamente. Su arco no había servido de nada contra aquellos muertos y, para colmo, había resultado herida. Eso causaba en ella un pesimismo y una frustración que no se podía permitir, caer en el abatimiento nada más comenzar no era bueno ni para ella ni para el grupo.

Por lo menos podían permitirse un poco de descanso antes de caer en una nueva trampa, en una nueva emboscada o en medio de otra pelea, y la mujer del norte no desaprovechó la ocasión pues sabía que más adelante necesitaría todas sus fuerzas si quería salir viva de allí.

—Sí, descansemos un poco. De nada serviré si estoy viva a medias —comentó en tono lacónico mientras se dejaba caer al suelo con la espalda apoyada contra la pared.

Druth no se sentía especialmente cansado, pero teniendo en cuenta que una de sus compañeros había resultado herida en el enfrentamiento, no estaba en contra de hacer un alto en el camino para reponer energías. Puede que el siguiente desafío al que tuvieran que hacer frente fuera mucho peor que el acertijo de las piedras y la sangre o hacer frente a un puñado de esqueletos, por lo que el héroe del Oeste decidió tomar de nuevo su gaita y entonar una melodía para seguir infundiendo ánimos en el corazón de sus compañeros.

Mientras sus compañeros realizaban sus acciones, Theodore se sintió extremadamente agotado, como si hubiese corrido muchas horas. 

Su espada ya no brillaba y todo se había calmado. ¿Habría sido eso lo que lo agotó? Ni él conocía la respuesta a aquella pregunta, pues era primera vez que su arma reaccionaba así.

Se sentó y no pudo evitar dormitar. 

El nuevo nivel de la torre ofrecía una imagen inquietante: un larguísimo pasillo lleno de estatuas de aspecto sombrío y con una especie de raíces cubriendo las paredes. No importa lo que los héroes avanzaran por el pasillo, que el final del mismo parecía estar siempre a la misma distancia. Con el tiempo empezaron a sentirse debilitados, como si la propia esencia de la habitación estuviera devorando sus almas. ¡Tenían que resolver el misterio y escapar a tiempo!

Druth dirigió una mirada extrañada a su alrededor. Por más que avanzaban a través del largo pasillo repleto de estatuas, no lograban encontrar una salida. Era como si estuvieran atrapados en un eterno bucle que les impedía avanzar.

El héroe del Oeste se rascó la cabeza, confundido por aquel nuevo desafío. ¿A qué se estaban enfrentando? ¿Un hechizo que les había congelado en una porción del pasillo, impidiéndoles avanzar más allá? ¿Un pasillo redondo que simulaba ser recto y por el que siempre regresaban al mismo lugar? Druth podía ser diestro en el combate y en el arte de tocar la gaita, pero los acertijos no eran lo suyo.

Tenían que encontrar la forma de continuar avanzando, y Druth estaba perdiendo los nervios hasta tal punto que se sentía tentado en descargar su hacha contra una de las estatuas que se hallaban a su alcance.