Partida Rol por web

La mujer se llevó las manos a la cabeza, mientras sus ojos se abrían enormemente y miraba a todos lados

¿QUÉ HAS HECHO, INÚTIL? gritó al conserje, que estaba mirando hacia atrás en ese momento, como si escuchara al fuego acercarse por las escaleras. La pelirroja miró a su alrededor, evitando la pregunta de Sabrina. Estaba claro que estaba decidiendo qué hacer, si huir o acabar con todos ellos antes de que llegara la policia.

Tras unos segundos en los que había vuelto a apuntar con la pistola a todo el mundo, volvió a gritar ¡VÁMONOS! ¡YA HEMOS TERMINADO AQUÍ!

El hombre se colgó la mochila al hombro y, mientras se movía, apuntaba a las tres muchachas. La pelirroja pasó por encima del cadáver sin preocuparse lo más mínimo y apuntó al conserje en la cabeza. ¡ENTRA CON ELLAS! le gritó. El conserje entró pausadamente, sin alzar siquiera las manos y observando directamente a los ojos a la mujer. El hombre llegó a la puerta y cerró.

Os habíais quedado a solas con el conserje, que sólo miraba a la puerta. Tras unos segundos, se acercó a ella y la intentó abrir. Cerrada. Metió una llave que colgaba de su cuello, pero no consiguió hacerla girar

¡NOS HAN ENCERRADO! HAN DEBIDO ROMPER LA OTRA LLAVE POR FUERA gritó para hacerse oir. Los bomberos y la policía no tardarían en llegar, pero las llamas podían alcanzaros antes.

- Muy bien, señorita, ya se han mandado las unidades pertinentes. ¿Podría decirme su nombre? Es necesario que no utilice un nombre falso, ahora mismo ya sabemos que llama usted desde una cabina próxima a la Universidad.

Por el rabillo del ojo, ves una figura saliendo de la Universidad. Va cogeando, pero se aleja lo más rápido posible, sin mirar atrás en ningún momento.

- Me llamo Helena Bolívar. Soy alumna de la universidad también, había salido a dar una vuelta con un amigo y hemos escuchado disparos que juraría que vienen de dentro de la uni. Por favor, no tarden.- Digo, viendo la silueta que salía de la uni. 

- Ricardo, quédate aquí.- Le digo a mi compañero dejándolo en la cabina y acercándome unos pasos a la figura, después de colgar el teléfono. 

- ¿Estás bien?- Grito desde la distancia, preveniendo el acercarme y con la esperanza de que sea alguien conocido. 

Aunque pareciera absurdo en aquella situación, Ainhoa se sentó en el ordenador del decano y lo encendió. Esperaba poder hackearlo antes de que fuera tarde. Y tratar de averiguar cuál era el motivo de que aquellos dos individuos lo hubiesen matado. Qué es lo que escondía que fuera tan importante. Mientras el ordenador se iba encendiendo, Ainhoa iba abriendo los cajones del despacho. Tenía que buscar el examen, no habían llegado hasta allí y sufrido tanto para perder ahora su oportunidad.

Ainhoa se estaba manteniendo fría, pues si no lo hacía así, si tan siquiera miraba por un instante el cuerpo del decano, o trataba de vengarse del conserje, entraría en un estado de paranoia del que seguramente no saldría. Tenía que ser calculadora y mordaz, ser rápida y precavida y confiar en que Sabina fuera suficientemente inteligente como para encontrar una salida que no fuera el suicidio.

El ordenador ya estaba encendido y, por suerte, no llegaste a darle al botón de encender, porque te hubiese supuesto descifrar la contraseña para entrar, y no era el mejor momento para perder tiempo.

El decano habría estado trabajando hasta tarde. La hora de su último guardado automático no distaba de la hora actual. Estaba claro que no habíais elegido bien el día. El decano os hubiera pillado allí intentando robar el examen.

Entre los numerosos documentos, los que ahora estaban activos eran un discurso para hablar sobre los cambios políticos en la Universidad (recortes, cambios de horarios, etc) que no te interesaban mucho. También había un informe sobre los gastos, pero había algo muy raro. Por lo poco que podías saber de Economía, y el nombre de las columnas del Excel, parecía que los presupuestos estaban inflados.

Observaste el correo, y había variios mensajes sin abrir en la Carpeta de Eliminados. Al meterte, todos venían de direcciones diferentes, pero todos parecían hablar de lo mismo: Amenazas de muerte por no pagar, gastos exagerados en viajes, casinos y señoritas de compañía. Tratos con diferentes grupos de escasa reputación para que hicieran trabajos sucios y ahora les tocaba pagar, ya que no habían silenciado a la competencia para ser decano de manera altruista. ¿Ese hombre que pedía sinceridad a todo el mundo era un sucio buitre que se había gastado su dinero y que había usado a gentuza para salir él elegido como Decano?

Aunque era algo increíble, no era tu objetivo. El examen debía estar cerca, lo sabías, y empezaste a indagar. Hasta que lo encontraste. El título era demasiado claro. La palabra Examen junto a la fecha del mismo. No podía ser otro. Ahí estaba, sólo quedaba descargárselo o imprimirlo...

Pero pedía una contraseña

Mientras Ainhoa se ponía con el ordenador del decano, al tiempo que su rostro no podía evitar mostrar asombro y repugnancia, el conserje se acercó hasta la puerta de nuevo. Intentó abrirla con más fuerza, incluso se estampó un par de veces contra ella, intentando derribarla. Tuvo la mala suerte de escurrirse en el baño de sangre y caer al suelo, llenandose de ese líquido asqueroso. Se levantó, como si hubiese tenido una idea.

Sacó de sus bolsillos un destornillador y empezó a desmontar la cerradura. Podía no ser suficiente, y sacó otro, tendiéndoselo a las chicas.

¡RÁPIDO! ¡A POR LAS BISAGRAS!

Esperabas que tus palabras hubiesen funcionado y la policía llegara. Por suerte, con la alarma de incendios activada, no tardarían. Al menos los bomberos.

Dejaste a Ricardo solo mientras te acercabas a la figura. Estabas convencida de que era Martin, pero seguía huyendo de ti. Y, ni siquiera tu grito le detuvo. Es más, hizo que se alejara a mayor velocidad, evitando exponerse a la luz de las farolas.

Pero no fue el único que salió. Con un golpe a la puerta, dos personas más salieron al exterior de la universidad.

¡Malditas zorras! Y el puto conserje activando la alarma, ¡tendríamos que haber acabado con los cuatro!

En silencio, el hombre caminó hacia la derecha de la universidad, por suerte, alejándose de tí. Llegó hasta una moto y sacó un par de cascos oscuros. Tendió uno a la mujer, que no se había acercado a ti. Ella, con la pistola en alto, estaba mirando en tu dirección. ¿Te habría visto?

¡Estate quieto!¡No hay peligro!Y puedo abrir esa puerta cuando quiera ¿vale? dijo Sabina con voz autoritaria mientras se acercaba a Beatriz. El golpe que le habían dado era bastante fuerte y la chica estaba sangrando. Con cuidado Sabina le examinó las pupilas y comenzó a limpiar la herida. Tenía que dolerle mucho, pues aparte del golpe la caída había sido fuerte. Ignorando la sangre que había en el suelo y centrándose únicamente en la herida y en la salud de su compañera pasó el pañuelo por el labio.
No creo que eso haga falta—comentó al ver remover a Ainoha mientras se agachaba junto a Beatriz.— Con la que se ha liado cancelarán el examen, o al mnos lo cambiarán...además, Lopez lo tendrá en su despacho.

Tranquila, continuó dirigiendose a la morena no es nada... En aquel momento se le ocurrió una idea. Tenía unos caramelos solidarios que había comprado en una farmacia y que tenían forma de medicamento. Incluso la caja era como un paquete de medicamentos con su prospecto y todo(aunque está última la había dejado en casa). Como buena estudiante de medicina, Sabina conocía el poder del placebo. Tomate esto. Te quitará el dolor en unos diez minutos, y no atonta nada.dijo mientras sacaba una tira de las "pastillas".

Aunque Sabina había desconfiado desde un primer momento de Ainoha y Beatriz, no podía dejar que se llevasen más por la desesperación por lo que, al acercarse a atenderla le susurró "No te preocupes, no hay fuego"

-Gracias, pero no hace falta.Sólo es el golpe, se pasará enseguida. dijo rechazando amablemente la pastilla que Sabina le había ofrecido. Se incorporó con cautela, temiendo volver a caer sobre aquel asqueroso charco de sangre: una vez que estuvo erguida y segura de que no se iba a marear ni nada por el estilo cogió el destornillador que les había tendido el conserje. -Tenemos que salir, quién sabe si al marcharse esos matones  se han encontrado con ellos...
Al parecer Sabina estaba muy segura de saber lo que pasaba fuera de ese despacho, pero Beatriz no podía seguir más tiempo allí, estaban encerrados con un cadáver.No sabían por qué había sido asesinado aquel hombre y no tenían ni idea de cómo estaban sus compañeros.
¿Y si la peliroja había llamado a la poli al salir?Tal vez trataba de incriminarlos, a fin de cuentas estaban encerrados en un despacho con un hombre muerto. No quería estar allí, comenzó a desatornillar las bisagras.

Me cago en la... 

Pienso mientras me agacho y ruedo por el suelo colocándome detrás de la cabina, junto a Ricardo. 

Ainhoa observó muy sorprendida todo lo que estaba leyendo en el ordenador. No se esperaba encontrarse con todo aquello, y quizá eso pudiera explicar la presencia de aquellos dos en la universidad. El hecho de pensar en que el decano se encontraba allí en el momento en el que habían llegado a la universidad, era algo que ya no tenía ninguna importancia. Ya todo se había dado la vuelta, todo carecía de sentido y ya solo importaba salvar el culo. Pero si en todo aquello, en todo el mal que estaban haciendo, pudiera hacer algo de provecho así lo haría.

Mientras Sabina y Beatriz ayudaban al conserje a desmontar la puerta, Ainhoa le dio al botón de imprimir mientras trataba de desencriptar la contraseña que había metido el decano para ocultar el examen. Mientras tanto, los documentos se irían impriemiendo, y con suerte en el despacho tendría una impresora láser lo suficientemente rápida para que le diera tiempo a sacar los papeles antes de que abrieran la puerta.

Por si acaso, sacó su teléfono y empezó a hacer fotos para hacer capturas de pantalla, así podría guardar toda aquella información en su móvil de última generación.

La chica bufó ante la actiitud de Bea, que parecía no creerla cuando decía que no había fuego, así que se acercó para abrir la puerta, pero en lugar de aflojar los goznes comenzó a manipular la cerradura para abrirla, tal y como había hecho en casa de Helena.

Con sorpresa, te diste cuenta de que la contraseña era bastante sencilla. Un código base de gente que tenía poca idea de ordenadores. Y no sólo eso, cuando la descubriste, te diste cuenta que en su pantalla estaba pegado un pos-it con la misma.

Imprimiste una copia de los exámenes, y sonreiste cansada cuando la impresora lo escupía a gran velocidad.

Pero, antes de irte, te diste cuenta de una cosa: Si no borrabas tus huellas, la policía podría detectarte. ¿Demasiadas escenas de CSI? Era posible, pero no deberías arriesgarte.

La impresora del despacho se encendió y empezó a escupir papeles a gran velocidad. Lo que hubiese estado haciendo Ainhoa parecía haber dado resultado.

Pero no eran los únicos que tenían éxito. Entre los otros tres, aunque a veces se entorpecían más que otra cosa, consiguieron desmontar la puerta, que por poco se les cae encima. El sonido de la alarma les llegó con más fuerza, pero eran libres.

Ahora tenían que decidir: Salir por la puerta principal, alguna de las de emergencia, o volver al gimnasio.

Te escondiste, pero no pudiste llegar donde estaba Ricardo. Algo te hizo pensar que si seguías moviéndote, te descubrirían, y te parapetaste en uno de los coches que por allí estaban.

Ricardo, sin embargo, no fue tan cauto. Había visto lo mismo que tu, y tras caminar persiguiéndote para ir en busca del que podría ser Martin, se quedó bajo una farola cuando vio al hombre y la mujer salir de la Universidad. Y, aunque la mujer no le había visto en un primer momento, su intento de salir corriendo bastaron para que ésta desviara la pistola y le disparara. Ricardo cayó al suelo y se arrastraba lentamente mientras se agarraba la pierna.

Tras el disparo, un grito proveniente de la oscuridad hizo que el hombre dejara caer los cascos y corriera hacia el lugar del grito. Desenfundó la pistola y, a los pocos segundos apareció bajo la luz de la farola con Martin, agarrado por los pelos y con la pistola apuntándole a la cabeza. Un sólo tiro en la misma bastó para derrumbarlo.

La mujer se había acercado a Ricardo, que lloraba y gritaba. Ella le dio una patada y se agachó a su lado Qué gratificante cuando puedes descargarte, ¿verdad? le preguntó. Le puso el cañón de la pistola en la cabeza y le disparó.

Tras esto, tanto el hombre como la mujer volvieron a la moto. Se pusieron los cascos y se alejaron de allí.

-Sabina, ¿sabes donde están los otros? deberíamos avisadles y salir corriendo de aquí.
Estaba enfadada  y exhausta, necesitaba salir cuanto antes de aquel edificio.No sabría decir en que momento la noche se había vuelto patas arriba. Disparos, cadáveres... todo aquello era demasiado.El plan de robar el exámen ya le parecía descabellado, pero la realidad de lo que había pasado esa noche era superior a cualquier cosa que hubiera imaginado.