Partida Rol por web

Con las primeras luces del alba se veía un gran grupo de personas subidos en sus monturas a las afueras de Carver. Una gran diligencia se recortaba al otro lado de aquellas dos mil cabezas de ganado. El mugido ensordecedor de la gran manada de bueyes silenciaba los pensamientos de los allí reunidos: Almedia, la más puntual al no saberse tan bienvenida; O'Malley, tenía toda la pinta de estar deseando ponerse en marcha cuanto antes mientras dirigía miradas inquietas al pueblo; Eliaj y Peter, silenciosos mirando a la nada, parecían más acostumbrados a esas esperas que otros...

Faltaban 3 había informado unos minutos antes Harrison, así se llamaba uno de los hombres de Tillis. Los minutos pasaban lentamente hasta que finalmente aparecieron al galope McCallister y One. Ni rastro del tercero. Ambos apestaban a embriaguez y coños. 

Genial, no hay nada como una buena resaca y dolor de huevos para comenzar un nuevo día, pensó John al despertarse y con ganas de maldecirse a si mismo por lo descuidado que había sido. Y es que a pesar de que al principio trató de cuidarse, las tentaciones fueron mayores y acabó bebiendo y cogiendo hasta el cansancio.  El sol ya había salido hacia un tiempo, señal de que llegaría tarde al encuentro con la caravana en la que partiría a su nueva misión. ¡Mierda! 

Miró que en la otra cama estaba seguía durmiendo entre unas putas Ed, agarró un vaso de agua y se lo volteó en la cara. ¡Despierta carajo que estamos tarde! Con un demonio abre ya esos ojos vago de mierda. El dolor de cabeza producto de la resaca afectaba su muy "tranquilo" estado de ánimo. 

Se preparó lo más rápido que pudo y guardó todo lo necesario, a toda velocidad salió del lugar y montó en su caballo. Espero que Ed hiciera lo mismo y le dijo.- El último en llegar paga la siguiente ronda cuando regresemos. Le dio un golpe de espuelas a su caballo y salió galopando a toda velocidad. Esa apuesta era mera estrategia, pues c on dinero de por medio llegaría más rápido a su destino. 

Con los primeros rayos de sol sobre mi rostro, montado en mi caballo con el rifle a un lado y la cuerda, larga y dura, al otro lado de la silla; juego con mi revólver a la espera de que los nuevos aprendices de vaqueros lleguen.
Al pasar unos minutos decido dar una vuelta alrededor de la gran manada de reses, comprobando que todo está en orden.
Voy saludando a todo aquel que se cruza en mi camino con un simple movimiento de cabeza, pues el sonido del alba es algo que muy pocos saben apreciar.

Ben observa como los veteranos llegan a la carrera. Intenta pasar desapercibido, peor sabe que canta como un Cheyenne en un fuerte del séptimo de caballería. Montado sobre su mula Daisy intenta parecer aguerrido y rudo, peor fracasa bastante a las claras. Estos son hombres de las praderas de verdad. Aun asi, está más que dispuesto a darlo todo para estar a la altura; en su cara se marca claramente la fuerza que hace con la mandíbula para mantener los dientes apretados mientras mira a sus compañeros por unos días. Su aprensión por fallar y su ilusión extrema por la aventura se mezclan y acaba mostrando una cara mezcla de tensión, alegria, miedo y verguenza que harian que su madre le abrazara con ternura si estuviera presente. 

De su silla cuelga su winchester 1873 de calibre 32, un arma típica de colono. es de las pocas cosas que lleva que parecen haberse usado con cierta regularidad a diferencia de su equipo de campaña, que más parece el de un escolar que de un vaquero por lo lustroso del material: claramente acaba de ser adquirido en su mayor parte en los almacen de Carver.

No lo despertó la luz del sol ni las putas con las que dormía a pierna suelta. Lo despertó el cabrón de John One tirándole agua por encima y metiéndole prisa.

- ¡Joder! ¿Qué mierda haces gilipollas? - De haber tenido el arma a mano la abría amartillado y hubiera disparado al hijoputa que lo acababa de despertar, pero lo único que tenía a mano era un par de putas y un dolor de cabeza tan intenso que hacía que le martillearan los oídos como si tuviera en ellos una manada de vacas - ¡Putos vaqueros. Putos madrugones! - Gritó de repente, acordándose de pronto de todo. Se aclaró la garganta y lazó un espeso gargajo a la cubeta que tenía cerca de la cama. Esta vez tuvo la decencia de no escupir al suelo, no quería tener problemas con One tan pronto por la mañana.

Se levantó a toda prisa y empezó a recoger sus cosas, que estaban tiradas por todas partes mientras One hacía lo mismo, aunque de forma mas ordenada. Bajó a la carrera por las escaleras del Saloon sin preocuparse lo más mínimo por su aspecto, la camisa a medio abrochar, la pistolera colgando de cualquier forma a un lado y los pantalones medio caídos.

John lo estaba esperando fuera en el caballo, así que metió la cabeza de lleno en el abrebadero de los animales para terminar de despejarse, montó y salió a galope tras el pistolero, sin decir nada sobre la apuesta. No estaba para apuestas, ni para cabalgatas, ni mucho menos para vacas.

- ¡Coño! - Exclamó al llegar a la altura de la mula del chaval del saloon - ¿Has visto a quién tenemos aquí John? - Preguntó medio en broma medio sorprendido - ¡Pero si es el crío del Álamo! ¡Espero que te hayas traído unas cuantas botellas para el camino, chaval, porque dudo que hayas podido empacar unas putas en esa bolsa! - Se echó a reír con una mueca desagradable y una risa cascada mientras ponía al caballo al paso del grupo.

Elijah desmontó y abrió las alforjas y comprobó que la harina y el café y otros artículos de primera necesidad que había adquirido en el pueblo a buen precio esa misma mañana, estuvieran bien colocados. Cerró las alforjas y aseguró las correas con doble nudo tal como el había enseñado su padre y luego rodeó al animal y pasó su mano sobre la funda del rifle anudada al lado izquierdo del caballo. Le gustaba mucho aquella funda. Era de piel de becerro con interior de borrego y cosida a mano en Texas. La abrió y extrajo su Winchester del 73 del calibre 32. Desengarzó los cañones y la apoyó sobre su antebrazo. Luego desencajó la clavija y con los pulgares desmontó los gatillos y comprobó que estuvieran limpios e hizo lo mismo con los cañones. Volvió a montar el arma y la guardó en su sitio y en esto que llegó Ed McCallister apestando y dando voces y Elijah lo miró y luego escupió al suelo y mientras amarraba la silla pensó en que aquel tipo solo podría traer problemas.

Elijah subió al caballo y miró al horizonte donde el sol se elevaba en el alba entre colores rojos y purpuras y abajo los animales mugían agolpados los unos con los otros formando como una especie de oceano donde las olas eran lomos pardos y entre las olas y el polvo sobresalían aquí y allá cabezas de bueyes que miraban al cielo o a otra parte para luego volverse a hundir entre las espaldas de sus congéneres. Elijah volvió a escupir y se preparó para salir. 

El ganado empezó a abrirse paso con estruendosos mugidos, como protestando por ver su merienda interrumpida. La causa era un caballo que estaba levantando una polvareda mientras se abría paso a un ritmo inferior del que esperaba su jinete. Se trataba de Tillis.

-¡A qué pollas esperamos! Estamos todos, ¿no?. -Una mirada de uno de sus hombres lo negó.

-A tomar por culo. ¡En marcha! Pierdo dinero por cada segundo que estamos aquí. Alemán, todos tuyos.

Volvió a marcharse aprovechando el camino que abrió entre el ganado.

Durante aquellas palabras del jefe, los hombres de Tillis miraban a los recién llegados con algo de desconfianza, pringaos, carne de cañón quién sabe que pasaría por sus cabezas. 

-Tillis va a ir en la carreta. Dos reglas: prohibido acercarse a la carreta, prohibido perder ganado. -La voz del hombre llamado El Alemán tenía cierto acento que resultaba imposible precisar de dónde era, su acento y su aspecto condenado bien podía ser el de un Alemán. 

-Formaremos un anillo, por la distancia os contaré todo pues luego no nos enterararemos. -Comenzó. -Entre todos nosotros será fácil controlar esta vacada. Will en vanguardia, uno de vosotros a cada lado.- Indicó a la pareja de resacosos-. Harry y yo iremos a continuación, uno a cada lado, el resto en retaguardia como queráis. En cuanto se ponen las vacas en marcha el resto las sigue. Tendréis poco trabajo.- Aquellas palabras evidenciaban la poca fe en aquel heterogéneo grupo. Aunque no se sabía por quiénes, si por separar a los más problemáticos, o por los pobres diablos que parecían estar más verdes que el pasto que pisaban. 

-¡Estamos aquí para trabajar! Si todo va bien esta noche quizá lleguemos a Fort Brady, y allí podremos descansar ¡Andando!

Y comenzó a hacer ruidos con la boca para azuzar levemente a sus caballo para posteriormente ponerse al galope en vanguardia. Los otros vaqueros, los hombres de Tillis, aguardaban al resto esperando un movimiento por parte de sus recién adquiridos compañeros antes de situarse en sus puestos.

La mirada del que llamaban Will emanaba desprecio, como si sólo viese novatos.

Ben se colocó en el centro del grupo de cola. El alemán le parecía un tipo imponente, pero le daba miedo, igual que Harry, así que se colocó entre los que parecían más hogareños, como él. Estaba haciendo una locura y estaba hiperexcitado, pero no por ello quería destacar y quedar mal delante de sus héroes. 

Con su mula intentó empujar al grupo de reses hacia adelante. 

Y entonces, ante su cara de pánico e impotencia, se desató el caos. 

Oh, mierda

-Te felicito muchacho, ya es hora de que dejes ese trabajo para convertirte en hombre. Le dije al chico que atiendo en el Álamo. El Alemán dio algunas indicaciones, a mi me toco ir junto a Ed en la vanguardia, sin decir palabra me coloqué al lado izquierdo de ese tal Will, así mi ojo bueno podría controlar al ganado. 

La resaca estaba molestándome más de lo que esperaba, todos los ruidos hacían que me explotara la cabeza y las condenadas vacas no se callaban ni un segundo. -¡Putas vacas ya callénse de una buena vez! Les grité para desahogarme. Lo cierto era que el ser vaquero no se me daba muy bien y eso se estaba reflejando. 

Aunque ya manejaba un poco este rubro, me mantuve al margen de todo y sólo como espectador, si tenía que hacer algo iba y se lo copiaba a la persona que tuviera a mi lado. De todas formas tenía cierto respeto por el nuevo rostro que teníamos en frente de nuestras narices: "El Alemán", porque de cierta manera me recordaba a mi padre, con ese asqueroso carácter, creyendo que lo sabe de todo y puede manejar a cualquiera. Escupí al suelo y me dediqué a hacer mi trabajo, siguiendo sus órdenes.

En el fondo me manejaba bien en ésto, creo que era el mejor en el grupo y al parecer mi habilidad destacaba. En seguida me percaté de ello al observar al resto de los integrantes, los primeros dos lo habían hecho pésimo y eso me saco una que otro disimulada risita, ¡o sea vamos! ¿qué mierda hace un cantinero aquí?

Ed se tambaleaba de un lado a otro en el caballo, mas preocupado por no caerse que por mantener la vacada controlada. De vez en cuando les echaba un ojo a las reses de su lado y, cuando veía que alguna intentaba abandonar el grupo, la observaba con desgana, como si aquello no fuera con él. También se esforzaba porque la peste de los animales y el polvo que levantaban no lo hicieran vomitar, aunque no hacía más que tirarse ruidosos y apestosos eructos de borracho profesional.

Lo mejor de todo es que al ir en cabeza no tenía que charlar con nadie, bastante ruido hacían esas bestias como para tener que estar gritando por encima de sus mugidos y su trote para hacerse oír.

Almedia había permanecido en un discreto segundo plano toda la mañana. Se colocó cerca del joven Ben. Claramente se sentía atraída por su inocencia en medio de este grupo de hombres maleducados. Y quizás por algo más. 

Cuando el alemán les pidió que cuidasen del ganado, Almedia no se dio por aludida. 

Yo no soy ninguna vaquera.

Aún así, llevaba una vara en la mano y al ver que los demás lo intentaban con peor que mejor tino. Intentó controlar las vacas que iban cerca de su mula. 

- Yeh! Eh! Quieta! Sigue recta si no quieres que te marque este palo en las costillas.... Eh! Yeh! 

Sin haberse dado ni cuenta ni sabiendo muy bien cómo, parecía que las vacas de su zona asentían a las órdenes que le daba a gritos desde el lomo de María, quien trotaba tranquilamente como si las vacas y la polvoreda no le afectasen. 

Me situe a la derecha de la manada desde donde podía ver a algunos de los nuevos conduciendo el ganado.
La verdad que el mugido de las reses era ensordecedor, al igual que la tormenta de arena que provocaba su paso y el trote de los caballos.
Cada uno hacía lo que podía desde su poco experiencia y habilidad, por no hablar de la mía; acostumbrado a otros menesteres. Azucé levemente al caballo con la cuerda recogida en círculos para tratar de imponerme a varias reses que parecían revueltas pero rectas en su camino.

El sol se encontraba alto, tan alto que las sombras casi desaparecían bajo la grupa de los caballos y con su desaparición un calor de justicia azotaba los rostros de aquel heterogéneo grupo: hombres sin fortuna, auténticos canallas y perdedores, gente sin nada que hacer y gente en busca de aventuras, y una mujer. Aquella mujer era el contraste en aquel grupo luz en medio de aquella oscuridad, ningún color en medio de aquel variopinto vestuario de diferentes colores.

Las frentes empezaban a estar perladas y los rostros rojos por el calor, el ganado avanzaba. Uno de los caballos de retaguardia empezó a encontrarse nervioso y avanzó unos pasos de más, el calor hizo que los reflejos de Eliaj no fuesen los suficientemente rápidos para impedir que su montura mordiese a una de las vacas.

Hay una frase que ha pasado a la historia: "la calma que precede la tempestad" tal vez fuese por los momentos que precedían a un duelo, momentos de silencio sepulcral en los que cualquier distracción podía ser fatal... Aquello fue diferente: el mugido fue ensordecedor  y lejos de disminuir fue en aumento cuando parte del ganado empezó a moverse repentinamente, desde atrás hacia adelante rompiendo así el cerco de la vanguardia. Primero eran vacas, luego parejas hasta que finalmente fueron puñados de vacas las que empezaban a disgregarse como el agua que se escapa de un odre agujereado... Apenas un puñado quedó atras.

-¡Mierda! ¡Joder! ¡Lahostia! -Las maldiciones sonaron en voz alta al sentirse incapaces de controlar aquella estampida que se avecinaba.

La suerte de los vaqueros fue desigual. El alemán, Will y Harry se las apañaron con bastante solvencia. McCallister fue menos afortunado... John One, palabras mayores.

El tuerto desapareció entre aquel mar de polvo y pieles marrones. Por su parte el caballo se alejó unos pasos flanqueado por el ganado hasta que varios metros más allá pudo sentirse más libre y decidió por volver junto a un maltrecho dueño quien maldecía a la par que intentaba limpiar inútilmente su sombrero, un sombrero que escupía polvo con cada manotazo.

Un par de horas llevó a los pobres bastardos reorganizar a la manada. Para cuando terminaron el sol se estaba ocultando por el horizonte.

Tillis llevaba un buen rato con imprecaciones. Intercalaba de vez en cuando su discurso con preguntas retóricas, momentos después, eternos momentos despúes para sus interlocutores. Repitió por enésima y última vez su pregunta

-¿Se puede saber qué diantres ha pasado? ¿Por qué ha salido así mi ganado?

-Empezó en la retaguardia. -Sentenció brevemente el rubio mientras vigilaba al resto con la mano en su pistolera. Parecía tener una premonición sobre aquello.

-Pasó a mi lado. -Apostilló otro con el dedo acusador un par de pasos precedieron a una patada que derribó al culpable

-El gilipollas este dejó que su puto caballo mordiera al ganado. La única vaca que ha visto este desgraciado en su vida tenía dos tetas y la llamaba mamá.

El arma ya estaba en las manos de Tillis, una Colt Navy de 1851. El bastardo sonreía, parecía agradecer tener una excusa para utilizarla. 

-Parece que tengo que enseñar una lección. Lo siento mucho me dolerá más a mí que a ti. -Sus palabras estaban cargadas de ironía y de dobles sentidos.

Situado al lado de Elijah, Ben no daba crédito. 4 putas vacas se desmelenaban un rato, pero sin que se perdiera ninguna al final y eso era un motivo para meterle un balazo a alguien!?!?!? Eso no era el tipo de aventura épica que escuchaba en los relatos del saloon!! Si fuera valiente, si tuviera maña con un revolver, igual hubiera dicho algo. Pero no era el caso, así que el cantinero se encogió como pudo encima de su montura y se apartó un poco, lo que pudo sin que se notara a la legua. Miró con ansiedad al frente, y hacia la derecha, donde estaban Harris, John One y McAllister. Esos eran pistoleros también, y si alguna respuesta podía haber tendría que venir de ellos. Claramente el Sr jayden, la señorita Redhage, el joven peter redman y él mismo no parecían del tipo que podía salir airoso enfrentándose a esos rudos hombretones. No con un enfrentamiento físico al menos...

Eso le dio una idea, un truco que siempre usaban en el salón para evitar malos mayores. Pero normalmente no estaban a punto de matar a alguien cuando lo hacían. Sacando un valor que no sabía que tenía, avanzó un par de pasos su caballo y sacando lentamente una botella de whisky y ofreciéndola con mano temblorosa y voz un poco quebrada se dirigió al grupillo. 

Señores, si no es mucho pedir, no parece que haya pasado nada al final. Hemos perdido un rato, pero nada que no se pueda remediar. Quizá un trago nos iría bien a todos para relajarnos y seguir el camino?