Partida Rol por web

Cruzaron el río de vuelta, bajo la atenta mirada de los guerreros, mientras atardecía en aquellas tierras tan lejanas. Las gentes parecían estar acostumbradas a que ese suceso fuese habitual, los niños corretearon detrás del grupo entre risas mientras los adultos los veían pasar con cierta indiferencia. Llegados al vado del río, los chiquillos se quedaron quietos y el tintineo de huesos cesó. Acabada la diversión, volvieron al poblado a seguir jugando.

Atravesaron el templo dedicado a Gabiriel, la diosa de la naturaleza y el agua, lo que quedaba de él, ruinas cubiertas de naturaleza salvaje. También dejaron atrás el edificio donde Tobías había encontrado una tablilla enana que hablaba de un edificio oscuro al norte. Siguieron caminando hasta tener a la vista el templo en ruinas tan imponente en el que habían tenido un combate a muerte con los gnolls. No había actividad alguna por la zona, fueron precavidos en esta ocasión y se aseguraron que no había ningún Hombre Bestia merodeando por allí. Ni siquiera se habían llevado los cuerpos de los caídos, los guerreros seguían en el mismo lugar en el que los habían dejado, excepto porque un par de aves carroñeras ya estaba dando cuenta de los restos.

Se aproximaron a las escaleras que desaparecían bajo la tierra. Más allá de unos pocos pasos, la oscuridad impedía ver el final de las mismas. A ambos lados, labrado en las paredes, había frisos cuyos dibujos apenas podían diferenciarse. Decidieron bajar, iluminando con cautela la zona, y descendieron varios metros. A pesar del paso del tiempo y la naturaleza que se abría paso a través de sus muros, todos y cada uno de ellos percibieron la importancia del lugar que pisaban. Al llegar al final de la escalinata de mármol y ver los dibujos de las paredes, con fastuosas escenas de divinidades y mortales que en su día debían ser grandiosas, se encontraron con una puerta de piedra de gran tamaño. Un travesaño de madera, sin duda colocado hacía más bien poco y de forma muy tosca, "cerraba" el paso al interior del templo.

Eldrid se pasó la mano por la frente. Sudaba profusamente desde hacía un buen rato, pero no había protestado ni una sola vez. En cuanto llegaron a la puerta, la muchacha se sentó en el borde de la escalera.

-Me persigue -musitó-. Lo he vuelto a ver. Está ahí dentro.

Señaló la puerta al otro lado.

Aquel lugar era hermoso y eso que llevaba largo tiempo desocupado y desde luego, nadie se había preocupado por mantenerlo en buenas condiciones. No obstante, aquellos edificios estaban preparados para perdurar en el tiempo y esa era la viva prueba de ello.

Descender hacia las profundidades de aquel templo a través de aquellas escaleras decoradas con dibujos en sus paredes. Si querían bajar, debían encontrar una fuente de luz, pues ella no pensaba explorar el lugar en la más profunda oscuridad. No había problema, ella podía proporcionar esa luz que necesitaban. 

Y entonces la gata humana volvió a hablar sobre algo que solo ella podía ver. Al parecer alguien invisible todas luces, le volvía a perseguir. Negó con la cabeza. Era hora de poner las cosas claras.

- Alguien te sigue... - Dijo la sacerdotisa. - Explícate. ¿Quién te sigue? Tenemos tiempo para tratar ese asunto antes de meternos en otro...

—Un... espíritu, debe ser una criatura propia de Thracia, pues no hay registros de algo parecido en el continente —respondió Mayra por Eldrid—. Se les aparece a los mortales que tienen una muerte violenta y les ofrece que les acompañe. Nadie sabe qué ocurre con esas almas, pero no es un espíritu benévolo y aconsejo que no aceptéis nada de lo que os ofrezca si alguien más lo ve. Si el mortal se niega, entonces pasa a perseguirlo en vida, acechándolo como una bestia. 

Se dirigió a la cambiaformas.

—Como te dije, Dámasor te puede librar de su influencia, incluso si ocurre una desgracia. Mantente firme y triunfarás —dijo, asintiendo con más vehemencia de la que sentía.

No poder ayudar a los enfermos me causa una gran tristeza. También algo de desconcierto, aunque no tanto como la decisión de abandonar este poblado que tan amablemente nos ha recibido. Después de nuestra larga caminata, ponernos nuevamente en marcha para desandar el camino y alejarnos de un lugar que me parecía acogedor y seguro me resulta incomprensible.

Tampoco es que yo haya sido nunca particularmente brillante y seguro que mis compañeros, mucho más despiertos que yo, tendrán una buena razón para que volvamos donde fuimos atacados anteriormente. Donde dicen que aquellos que nos precedieron desaparecieron para nunca volver.

Nos adentramos en el templo abandonado y nos internamos en los niveles subterráneos. Tengo la vaga sensación de que los hombres-hiena dijeron que su rey vivía ahí abajo y que era un hombre-elefante o un hombre-rinoceronte o algo así, aunque puede que me lo esté inventando directamente. Mi vieja mente a veces me juega malas pasadas.

No importa, mientras que viaje en compañía de unos jóvenes tan encantadores y de talento tan notable, cualquier lugar está bien para mí.

Están atrapados, dijo Tobías, mientras recorrían el poblado. Pasan todas sus vidas en este espacio, entre el río, el delta fluvial y el pedazo de jungla que se atrevan a explorar para conseguir caza, y solo porque los hombres bestia no han querido exterminarlos aún.

Los observaba, curioso, los hombres y mujeres sumidos en sus quehaceres, sin dedicarles más que una mirada pasajera ahora que ya sabían de su presencia en la aldea. Los niños jugaban y reían. Estaban en paz, a pesar de lo cercano que parecía el desastre.

Cuando salieron de la choza de los enfermos con los derrotados Vika y Dámasor, Tobías habló en voz baja, como si los nativos pudiesen entender sus palabras: ¿Qué mal les aflige? preguntó. ¿Tenemos que tomar precauciones en la jungla para no enfermar como ellos?

En las escaleras descendentes, antes de adentrarse en la oscuridad, Tobías sacó su antorcha inconsumible de la faltriquera encantada. El brillo rojizo de su llama era cálido, a pesar de que la propia llama no era más caliente que el aire.

Ya no estamos entre los nativos humanos, dijo a la mujer bestia. Quizás saber que podía defenderse le daría algo de seguridad. Puedes mostrarte como desees.

Tobías no compartía la confianza de Mayra en la protección de Dámasor. La luz que emanaba del sacerdote podía mantener al mal a raya, pero era el don de uno de los Primeros, dioses que todavía tenían presencia en Thracia. Y si ese espíritu fuera una criatura de los Primeros, cuán efectiva sería en realidad.

Si vuelve a acercarse, señala dónde está, pidió a Eldrid. Puede que no podamos verlo, pero de alguna manera tiene que delatar su presencia.

- No es una enfermedad contagiosa, pero si debemos estar precavidos. - Le respondió Vika a Tobías. - El mal que aflige a estas gentes, proviene del ataque de lo que ellos llaman salamandras de fuego. Hombres con forma de caimán, con escamas y fauces, que viven en esta zona de la isla. - Hizo una breve pausa. - El ataque de estos seres provoca serias quemaduras y afecta a la vista. La magia divina no puede curar la dolencia. Lo cierto es que me he sentido impotente... 

La otra inquietud de Tobías coincidía con la suya y ambos preguntaron por lo mismo. La respuesta era de Eldrid, así que aguardó a que hablara. Esperaba que la mujer respondiera a sus preguntas y lo hiciera de forma satisfactoria, pues realmente quería ayudarle. Se había mostrado como alguien valioso y merecedor de su atención y ayuda, si es que de algún modo podía proporcionársela.

No estaba acostumbrada a ser el centro de atención y menos que se preocupasen por ella. La sugerencia de Tobías pareció animarla, pero se dio cuenta de que estaba vestida con la ropa bonita de Mayra; de modo que no se transformó, para eso tendría que desnudarse primero y dejar a buen recaudo las prendas que le habían prestado. Decidió quitarse, al menos, las botas con tacón mientras estaba sentada.

-Es... Es oscuro y su cara es como la de esa mujer rara que nos llevó a la casa. Oigo su voz, parece la de padre, pero no sé cómo es la voz de padre porque jamás vino a verme, ni habló conmigo. Pero he sentido que era suya.- Comenzó a trazar círculos en el suelo con un dedo, esquivando las miradas de todos-. Me dice que lo acompañe, que me llevará lejos del dolor, que todo acabará. No me gustó su tono y no lo seguí. Ahora lo siento aquí-. Se puso la mano sobre el estómago-. Su presencia me provoca angustia.

Pidió un momento de intimidad y se despojó de la ropa de Mayra, que le entregó el montón hecho una bola. Pasó la mano para intentar quitar algunas arrugas y le dio las gracias a la maga, mientras su cuerpo crecía hasta volverse fuerte y poderoso, adoptando su forma híbrida. Un suave pelaje atigrado la cubrió por completo y todos sintieron su alivio como propio.

-Las caras de esas gentes son todas iguales. Me angustian. No quiero morirme. Creo que esa cosa está esperando que me muera para llevarme a un lugar horrible. No dejaré que me lleve. Ni dejaré que os lleve a vosotros.

- Tendremos que tratar el asunto. - Dijo Vika posando una mano sobre hombro de la mujer felina. - Estamos contigo. Tampoco dejaremos que lleve. Sea lo que sea ese ente, entre todos le venceremos. 

Le dedicó una sonrisa a la mujer bestia. Vika no era mucho de sonreír, pero en esa ocasión lo intentó. Eldrid había demostraba su valía y la sacerdotisa la consideraba por fin, una más entre ellos.

Miró hacia las oscuras escaleras. Bajar por ellas podía resultar peligroso. Quizás antes de adentrarse en las profundidades de la tierra sería buena idea prepararse con oraciones y bendiciones divinas. 

- ¿Estamos listos para iniciar el descenso? - Miró entonces a Mayra y Tobías. - ¿Creéis necesario utilizar protecciones mágicas?

—Podría refugiarnos en un truco de la cuerda y descansar antes de descender, si lo veis necesario —sugirió Mayra—. Está anocheciendo y empiezo a estar cansada, además puede ser que necesitemos todos nuestros recursos ahí abajo.

- Si... - Respondió una Vika pensativa. - Va a ser lo más prudente. Antes de afrontar... - Tomó aire y tragó saliva. - ...lo que sea que haya allí abajo, es mejor descansar, reponer fuerzas y conjuros. 

Miró a su alrededor. Buscaría un lugar adecuado para situar el truco de cuerda. Norman era complicado encontrar aquel espacio extra dimensional, pero cuánto más ocultó estuviera mejor. No le gustaría que alguna de aquellas criaturas cambiantes les interrumpiera el sueño.

- Puedo rezar a Lucifer para que me otorgue algún conjuro específico. - Les comentó a todos. - Si tenéis necesidad de algo en particular es el momento de pedir... - Dicho aquello le dio la espalda a sus compañeros y comenzó a alejarse de las escaleras que daban a los sótanos del templo.

Nos protegeremos los unos a los otros, Eldrid, dijo, mirando a la mujer bestia. Después, uno por uno, a los demás.

Al fondo de las escaleras les esperaba una oscuridad que se había tragado a múltiples aventureros y exploradores como ellos. Las ruinas de una civilización desaparecida, y sobre los vestigios de su infortunio, el reino de los hombres bestia. Como explorador de ruinas, se había adentrado en las tinieblas en muchas ocasiones, pero nunca lo había hecho sabiendo que ahí abajo había toda una civilización asentada. Una civilización que les era hostil. No tenía, aparentemente, otra razón que la compulsión para enfrentarse al desafío de las ruinas de Thracia. Y, sin embargo, la anticipación de bajar esas escaleras le aceleraba el pulso y la respiración de una forma perturbadoramente placentera. No recordaba si había sido Mequetrefe o Alarian el que le había dicho que quienes dedicaban a ese tipo de negocios no solían llegar a la vejez, no solo porque estaban expuestos al peligro con frecuencia, sino porque se volvían adictos, perdían la razón y no sabían cuándo parar.

Como gustéis, aunque yo estoy fresco todavía, replicó. Era cierto; se sentía con fuerzas suficientes como para recorrer varias millas corriendo, o pelear durante horas. Además, agitado como estaba, sabía que el sueño le iba a ser esquivo.

Mayra pasó su lengua por los labios y después se los mordió. Cuando Tobías la miró a ella, devolvió la mirada con descaro.

«Pondría a prueba tu aguante con gusto» pensó la maga «Seguro que me dejarías exhausta, sudorosa, sin aliento y...»

Mayra carraspeó, interrumpiendo aquella línea de pensamiento y para calmar aquella pulsante sensación en el centro de su cuerpo se dedicó a doblar la ropa que Eldrid le había entregado hecha una bola.

—Pensándolo mejor aún tengo muchos conjuros en las mangas —dijo, aclarándose la garganta—. Si queréis seguir, por mí bien. Puedo cubriros.

- Pensándolo bien, si la arcana no necesita descanso... - Sonrió levemente, aunque para la mayoría de presentes, lo que mostró fue una mueca indescifrable. - ...no seré menos. 

Aunque ella era partidaria de descansar antes de continuar, pues se enfrentaban a un gran mal allí abajo, no iba a pecar de cobarde. Si hasta la maga estaba dispuesta a continuar avanzando, ella no iba a quedarse atrás o a parecer reticente a enfrentarse a lo que hubiera en las profundidades de aquel templo. Al fin y al cabo, formaban un grupo bastante capaz de defenderse de cualquier cosa y en caso de que el peligro les superase, Lucifer sin duda intercedería por ellos. 

Admiro profundamente la juvenil y contagiosa energía de mis compañeros. Yo he perdido ya la cuenta de la última vez que dormimos o incluso que comimos algo. Tengo la impresión de llevar meses en estas ruinas, aunque mi percepción puede ser equívoca.

No deseo ser un lastre para ninguno de ellos, así que no verbalizo mis impresiones y estoy decidido a seguir adelante si eso es lo que determinan.

- Pues vamos allá... - Dijo la sacerdotisa.

Empezaba a aburrirle el debate. Primero entrar, luego descansar, volver a entrar, luego el viejo podía estar cansado... Negó con la cabeza. Si no tomaban una decisión se haría de noche.

No lo pensó mucho más. Se dirigió a la entrada y retiró un tablón. Estaba anocheciendo y quería haber tenido tiempo suficiente como para explorar un poco allí abajo y hacerse una idea de lo que podía encontrarse. 

- ¿Tobías, quieres hacer los honores? - Le preguntó al joven.

¿Quién mejor que él para hacer de guía? Quizás Eldrid no lo hiciera mal, pero le preocupaba su amiguito el fantasma. En esos momentos se fiaba más del criterio del humano. ¡Que demonios! Pese a que Eldrid era de fiar, siempre podría fiarse más de un humano. Al menos de un humano como Tobías.

Tobías se colocó los anteojos y acercó la antorcha a la puerta, recorriendo con la llama todo el contorno en primer lugar, y la superficie de piedra a continuación. A juzgar por la tosca forma en que habían cerrado la puerta, no esperaba que estuviese protegida frente a intrusos mediante mecanismos; tal vez en otro tiempo, antes de que Thracia fuese redescubierta, y los exploradores, arqueólogos y saqqueadores empezasen a peregrinar hacia el lugar.

Cuanto estéis listos, dijo, esperando confirmación de sus compañeros antes de abrir la puerta.

Cuando Tobías se aproximó a la puerta, su olfato captó un olor realmente muy malo al otro lado. Aún así, siguieron adelante. Solo un experto como Tobías podía ver lo que otros habrían pasado por alto. Seguramente, en otro tiempo, aquella puerta estaba protegida por trampas, pero ahora solo quedaban vestigios. Cuando comprobó que todo era seguro, abrieron la puerta. No fue hasta que se unió Eldrid para ayudar que consiguieron separar las hojas. 

Todos se cubrieron la nariz, cuando una ráfaga del interior les trajo una nauseabunda mezcla de olor a heces, en un lugar cerrado y sin ventilación. No era, desde luego, lo que habían esperado si juzgaban el magnífico exterior. Cuando se recuperaron de la impresión, avanzaron un poco para llegar a una sala oscura y muy alta. Si uno dejaba de lado el olor y las montañas de extrementos que se apilaban en los muros, podría haberse maravillado con los bajorelieves de las paredes. Pero semejante hedor no invitaba a la exploración.

Eldrid señaló al techo y se cuidaron de iluminar la parte superior, pues había una enorme cantidad de murciélagos colgando allá arriba. A juzgar por cómo estaba todo, esa entrada llevaba bastante tiempo sin ser utilizado.

Uno de los pasillos terminaba a pocos metros, una pequeña montaña de piedra era la única señal de que el camino era transitable. El otro estaba oscuro, era más largo y debía continuar más adelante. Al fondo había una puerta de madera desgastada por el tiempo, pero todavía en pie. El estiércol se amontaba por todas partes y sumado a la oscuridad, se hacía complicado ver algo. No se veían marcas en el suelo junto a la puerta que indicase que se abría hacia el lado que ellos estaban, sino hacia la siguiente habitación. Estaba abierta, por lo que podían continuar por ahí, si querían.

Mayra volvió la vista hacia el norte, al valle fluvial cubierto de ruinas que dejaban atrás. Sintió una descarga de adrenalina
recorriéndole el cuerpo cuando traspuso el umbral del templo, un hormigueo que le tensó los músculos e hizo que apretara su bastón de maga con todas sus fuerzas. Sabía que había muchos grupos enemigos merodeando en los túneles inferiores, bajo tierra, bandas desperdigadas de hombres bestias que huyeron en su día de la esclavitud del Imperio Thracia. Mayra y sus compañeros habían topado y acabado con dos de esos grupos de hombres bestia de camino hacia aquí.

Pero no fueron enemigos, ni mortíferas trampas, sino un nauseabundo olor lo que les recibió en las cámaras de piedra.

—¿Es que utilizan esta cámara de letrina? —murmuró Mayra mientras se cubría la nariz y la boca con un pañuelo de seda perfumado—. Qué asco.

El suave perfume no era suficiente para enmascarar la fetidez, de modo que Mayra se tapó la nariz con los dedos de la mano. Con la cara congestionada en un gesto de repugnancia, le pidió a Eldrid que la acompañara para contemplar los bajorrelieves. Se inclinó hacia delante, tratando de no acercarse demasiado a la pila de excrementos.

—Sujétame esto, por favor —le pidió a la mujer-bestia en un murmullo, tendiéndole el bastón.

Mayra extrajo el diario de su padre de una funda con correas que tenía atada al muslo. Se trataba de un libro encuadernado en cuero muy gastado, atado con una tira del mismo material, lleno de dibujos, anotaciones en la apretada escritura del profesor aventurero y páginas sueltas. Creía haber visto unos relieves semejantes en el diario de su padre...

Vika se agachó frente a una de las montañas de mierda y la observó unos momentos. Con dos dedos agarró una minúscula partícula de aquellas heces y la examinó más de cerca. La olió e incluso la cató. Acto seguido escupió y se limpió los dedos contra la pared. 

- Es guano de murciélago. Le dijo convencida a Mayra utilizando su mismo tono de voz. - No creo que nadie salvo las ratas voladoras del techo utilicen este lugar para algo. 

Acto seguido se dirigió a los pasillos que se alejan de la sala de las heces. Ninguno de los dos le sugería, a priori, que fuera mejor o peor camino para iniciar su exploración. Pero tendrían que elegir uno de los dos, pues quedarse en aquel lugar no era para Vika una opción apetecible.