Partida Rol por web

Amaneció en el campamento con una llovizna fría y gris, de las que mojan hasta los huesos. Reflexivos sobre lo que podrían encontrar en la futura visita a las ruinas, los exploradores desayunaron casi en silencio mientras Josephus leía en un fajo de notas todo lo que había podido identificar de los objetos que habían traído de Thracia. Poseía unas gafas especiales que le permitían identificar todas las propiedades mágicas, después de hacer un inventario, se repartieron las nuevas adquisiciones y dejaron en manos de los colonos aquellas que no necesitaban.

-Estaría bien que además de todas estas armas y objetos peligrosos, que son de gran utilidad y nos permitirá estudiar un poco mejor a los enemigos que pueblan esas cavernas... que os trajeséis algo de Thracia -comentó Taylor mirando especialmente a Marya-. Ya sé que un trozo de vasija no es tan útil como una espada de acero thracio a la hora de abrir cabezas de gnolls, pero tú mejor que nadie conoce la importancia histórica de esa civilización. No estoy hablando de saquear o expoliar, ya sabes que me refiero a restos arqueológicos que nos puedan ayudar a comprender por qué desaparecieron. De momento voy a estudiar estos pergaminos que has traído, algo sé de thracio antiguo y con Joshie seguro que podemos estudiar. Cualquier pista, mural o cosa que encontreis, me gustaría verla. Cuando esto se estabilice un poco, me gustaría ir con vosotros. Necesito ver la ciudad con mis propios ojos...

La mujer tigre aceptó la ropa de Mayra, la que le había prestado en las ruinas, aunque declinó las botas con tacón, no podría moverse con soltura por la jungla ni aunque quisiera. Una vez vestida, le entregaron los objetos identificados para que se sintiese más segura y durante al menos diez minutos, Eldrid estuvo quitándoselos y volviendo a ponérselos, intentando sentir la diferencia a la vez que curioseaba su funcionamiento.

-Uhm... magia -murmuraba de vez en cuando. Se tocaba el cuerpo con el chaleco ceñido, se aflojaba los brazales y miraba el amuleto-. Gracias.

Me llama la atención la cantidad de pequeños tesoros que mis compañeros han conseguido rescatar durante nuestro viaje y traer hasta el campamento. La verdad es que la mitad de esas cosas ni siquiera recuerdo haberlas visto con anterioridad y las descubro con la misma ilusión que los colonos que las ven por vez primera.

Sin embargo, para mí tienen un valor más artístico que de otro tipo y pienso que será bonito que algún día gentes de tierras lejanas acudan a ver las piezas de colección del museo que estamos ayudando a abastecer. Esa es para mí una recompensa mucho mayor que atesorar para mí cualquiera de los objetos hallados.

Me he quedado con las ganas de saber qué otras maravillas se escondían en el templo subterráneo dedicado a los antiguos dioses y por eso mis compañeros me encuentran bien dispuesto para partir a pesar de la larga caminata que nos aguarda hasta regresar allí. Mientras mis viejas rodillas aguanten, estoy dispuesto a ir y venir tantas veces como sea preciso.

Mayra parecía feliz aquella mañana. Nada parecía minar su ánimo ni su optimismo: ni la lluvia fría ni el cielo encapotado, ni la perspectiva de volver a jugarse la vida en las profundidades de las cavernas de Thracia. Nada le molestaba, y se reía por cualquier tontería. Para desayunar, tomó las frutas más exóticas que le ofrecieron: unas que parecían tomates, pero que en realidad estaban dulces y otras que tenían la pulpa de un llamativo color amarillo en una cáscara morada y fea. Se encargó de darle a la cocinera del campamento el libro de recetas Thracias y estuvo hablando un rato con ella.

—A ver si hay algo rico que puedas prepararnos con lo que tienes —le propuso Mayra—, ¡me encanta probar cosas nuevas!

Sonrió contemplando como Eldrid se probaba su ropa y los objetos mágicos que habían dejado para ella. Le ayudó a ponérsela bien, para que le resultara más cómoda y compartió algún truco de belleza para que estuviera, a la vez, más atractiva.

—He preparado un conjuro defensivo para ti. Te lo lanzaré cuando vayamos a descender a las cavernas, para que estés más segura—le dijo con una sonrisa. Se puso más seria antes de añadir:—. ¿Cómo estás de ánimos? ¿Has vuelto a ver a esa... sombra?

Tras escuchar la respuesta de Eldrid y confortarla si sentía miedo se acercó a la mesa donde Josephus había dejado los objetos identificados. La maga de la Torre de la Espiral Negra se quedó con el grimorio y la varita, pues era la única del grupo que podía sacarle partido, si uno exceptuaba al burócrata de Josephus. También se quedó la tiza negra al ver que nadie la reclamaba, pensando que podría darle alguna utilidad creativa sobre la marcha. Recogió un par de pociones de curación y se dio por satisfecha.

Enrolló el látigo encantado que habían rescatado de los gnolls y se lo tendió a Zachary.

—Toma —le dijo al explorador—. Creo que eres el único aquí que puede usar eso sin lastimarse. Rescatamos también una máscara tallada que creo que podría interesarte pese a ser mundana, pero hemos pensado que nos gustaría llevárnoslas a las cavernas por si nos permite evadir algún peligro.

Después se palmeó en el muslo, allí donde llevaba el cuaderno de su padre.

—He tomado notas y dibujos de todo lo que veo en el diario de mi padre —dijo, y miró a Josephus antes de añadir—. Josephus Luisus, ¿serías tan amable de preparar Amanuensis para mañana y copiar su contenido cuando volvamos para que Zachary pueda echarle un vistazo a todo?

Se despidió de los dos hombres y se dirigió a la tienda de Vika, frente a la que se estaba preparando. Por el camino se encontró a Tobías, le sonrió, se puso de puntillas y le dio un beso de buenos días y un estrecho abrazo. Después continuó hasta detenerse frente a la sacerdotisa guerrera de Lucifer.

—Buenos días, Vika. ¿Necesitas ayuda con la armadura? —le ofreció. Tras asegurarse de que estaba lista le preguntó—. ¿Has preparado ya los conjuros para que los persista? ¿Llamamos a los demás?

Vika se despertó con humor neutro. Ni de buen humor, ni de mal humor. A diferencia de Mayra, ella no tenía nada que celebrar esa manñana y sosa como era ella y estirada como si llevase un palo en el culo, no era muy de expresar sus sentimientos.

Mientras el resto desayunaba, ella se hizo con una pieza de fruta. Una especie de manzana clorada y con pelillos que recibirían su piel. Sabía a melocotón por lo que posiblemente fuera un melocotón, aunque la apariencias de manzana peluda no se la quitaba nadie.

Lo primero que hizo mientras degustaba la fruta, fue ir a revisar cómo iban los trabajos de ampliación y mejora del campamento. La empalizada estaba casi sin empezar, por lo que fue a despertar al carpintero y le metió prisa. No pretendía que estuviera levantada de la noche a la mañana, pero sin duda alguna podía hacer más. Era por su protección y la del resto de colonos al fin y al cabo. 

Después de comprobar con desilusión la incompetencias de la mayoría y ya habiendo acabado su manzana peluda, regresó con el grupo de exploración. Mayra está astaba especialmente alegre esa mañana. ¡A saber porqué! Aunque lo intuía. Quería hablar con ella sobre magia, a lo cual no pudo decir que no. 

- Gracias. - Le dijo a Mayra por si ofrecimiento con la armadura. - Siempre viene bien ayuda con la armadura. - Sonrió. - ¿Has probado las manzanas peludas? Saben cómo a melocoton... - Pero inmediatamente cambio de tema centradose en la magia y dejando de lado la fruta. - Si, he estado pensando en ello. Hay algunos conjuros que sin duda me harán letal en el combate. - Comentó. - Dos del primer círculo como decís los magos. Bendecir y favor divino se llaman y uno de segundo círculo, elación. Además de un truco, detectar magia, que siempre resulta útil. ¿No crees?

Estaremos ojo avizor, pero la prioridad ahora es desarmar a los hombres bestia y liberar a los prisioneros, dijo a Zachary. Si querían estudiar las ruinas, solo tenían una alternativa: empujar a los nativos hacia las cavernas y afianzarse en los túneles para bloquearles el paso. Para eso, necesitaban soldados. Si las cosas están tranquilas aquí, los dragones pueden guiarte a la gruta que mencionamos ayer. Está a unas horas de marcha hacia el norte. Allí hay murales y tótems que puedes estudiar.

Tobías se había despertado temprano, antes del amanecer, y tras desayunar con rapidez, disfrutando del inusual dulzor de los frutos locales, se había puesto a trabajar. Bajo un toldillo que le protegía de la persistente lluvia, engrasaba cuidadosamente su armadura y sus armas. Aunque el encantamiento las protegía de las inclemencias del tiempo, y a falta de un escudero, ocuparse del mantenimiento diario de su equipo era un hábito que le habían inculcado los industriosos enanos. Tenía las mejillas sonrosadas y silbaba una tonadilla que era popular entre los marineros de la Golondrina Plateada.

Intenta levantar algo pesado sin los brazaletes, y luego vuelve a probar con ellos puestos, dijo a Eldrid, a quien vio de reojo practicar con los trastos mágicos de los hombres bestia.

Cuando Mayra se acercó a darle los buenos días, Tobías tuvo que aguantarse las ganas de cogerla en brazos y llevársela dentro de las tiendas. Estaban a punto de volver a partir y tenía que centrar la mente en los peligros que tenían por delante. De tal modo, mientras los preparativos terminaban, sacó su cuaderno y se dedicó a memorizar los planos y anotaciones de las zonas del complejo que ya habían visitado. No solo le ayudaba a mantener la cabeza fría, sino que le sería útil si se veían obligados a huir de forma precipitada.

Mayra rio.

—¿Las manzanas peludas? No, no las he probado aún —admitió—. Si dices que están ricas, me llevaré una para después de comer.

La maga de la Torre de la Espiral Negro pidió a Vika unos instantes mientras se concentraba y preparaba.

—Empecemos por algo sencillo y que solo te afecte a ti antes de llamar a los demás. Ese detectar magia, por ejemplo.

Mayra alzó las manos y extendió los dedos.

—Cuando quieras.

Vika lanzó el hechizo tal y como Mayra le había pedido, y empezó a trabajar para modificarlo en cuanto empezó a recitar las palabras de poder. Mayra cogió las hebras de magia que la sacerdotisa guerrera lanzaba al aire, las cosió entre sí y las fortaleció con su propia magia. Cuando hubieron terminado el trabajo conjuro, el hechizo era mucho más duradero y firme. Tardaría un día entero en desvanecerse.

—¿Ha funcionado? —le preguntó a Vika. Mayra siguió cuando la sacerdotisa expresó su aquiescencia—. ¡Bien! Creo que ya he entendido de todo el proceso. ¡Tobías! ¡San Dámasor! ¡Eldrid! Venid, por favor. Vika va a lanzar sobre nosotros unos hechizos y yo los fortaleceré para que duren todo el día.

Dicho y hecho. Cuando estuvieron todos reunidos Mayra pidió a Vika que lanzara el resto de hechizos y Mayra repitió el proceso para fortalecerlos y que duraran más.

—Pues ya estamos listos. Podemos partir cuando queráis. ¿Qué tenéis pensado? ¿Vamos a continuar por donde lo dejamos la última vez o queréis explorar otro camino a las cavernas?

Creo que debemos volver a la plaza del templo, y desde allí buscar a los cautivos, respondió Tobías. ​​​​​​Pero no tenemos forma de saber si los hombres bestia habrán reforzado la vigilancia. Puede que tengamos que improvisar antes de llegar. 

Cuando se acercó al curioso ritual de Vika y Mayra, sintió que la magia lo bañaba. No era una sensación inusual, así que no sé resistió, a pesar de que desconocer la naturaleza del conjuro era desconcertante. 

¿Qué es esta magia? preguntó. 

No persistieron demasiados conjuros por ser la primera vez. Uno de los los conjuros más débiles que podía lanzar un clérigo, pero no por ello menos útil, un clásico conjuro de detectar magia, dos del primer círculo y uno del segundo. 

Vika parecía más poderosa en esos momentos. Su cabello parecía más rubio y hasta más largo, sus ojos más azules, sus músculos más duros y un aura dorada parecía envolverla en esos momentos. Pero lo que más había crecido en ella era su seguridad en sí misma y posiblemente también su ego. 

- Está magia, querido, es la que hará que encontremos a los colonos y sometamos a sus captores. - Respondió la sacerdotisa. - Conjuros que de buenas a primeras, siendo una ayuda inestimable, ahora se convierten en prácticamente eternos. Bueno... Duran veinticuatro horas, pero mientras Mayra siga a nuestro lado se pueden renovar diariamente. - Le guiñó un ojo. - Así que, mi buen Tobías, cuidala.

Eldrid hizo caso de la sugerencia de Tobías, probó a levantar piedras grandes con y sin los brazaletes. La diferencia no era enorme, pero sí que la percibió. Entonces empezó a levantar troncos que el leñador había cortado y a transportarlos hacia el campamento sin ningún esfuerzo, mientras los demás terminaban de prepararse, pertercharse con las pertenencias y lanzar la magia. La tigresa se estremeció al notar la magia, no le resultaba agradable ser objetivo de conjuros, incluso si provenían de aliados. Había tenido muy malas experencias con hechiceros anteriormente.

-No, ya no la he visto -contestó a Mayra cuando ella le preguntó si había vuelto a ver la sombra-. Pero sí la sentí allá abajo, en el templo, en la última pelea... ¿De ánimos? ¿A qué te refieres? Si estoy ¿contenta? -la tigresa reflexionó sobre ello y luego le puso una mano en el hombro a Mayra-. Sí, supongo. Gracias por estos regalos. Gracias por no dejarme atrás ni encerrarme. Me gusta estar con vosotros.

Tras los preparativos, el grupo abandonó el campamento con los ánimos elevados, pero sin perder de vista que su próximo objetivo era adentrarse de nuevo en las antiguas ruinas de Thracia. La travesía por la jungla no fue tan difícil como la primera vez, Eldrid abrió la marcha para dirigir al grupo por entre los densos bosques siguiendo el curso del río. Al cabo de un rato se quitó la ropa de Mayra y le pidió a la maga que la guardase mientras ella adoptaba su forma de gran felino para avanzar con más soltura. La tigresa era enorme, hermosa y ágil, y extremadamente silenciosa y sigilosa. Más de una vez la vieron aparecer entre las hierbas altas y se dieron un susto de muerte creyendo que era un animal salvaje. Por lo demás, la jungla era igual de molesta que siempre: mosquitos zumbando por todas partes, humedad pegajosa que se colaba bajo la ropa, pájaros exóticos y monos chillones saltando de rama en rama. 

Lo más relevante de la travesía fue que se toparon una bandada de mosquitos del tamaño de halcones y con muy mala leche. Intentaron picarles para chuparles la sangre o vete a saber qué intenciones tenían, no habían visto jamás insectos tan grandes. Se deshicieron de ellos con gran esfuerzo y continuaron el camino. Ni siquiera tuvieron que cruzar por aquel puente de cuerdas que vieron la primera vez, una escalera natural entre las rocas les permitió atravesar el monte. Volvieron a encontrarse con los tótems dedicados a los tigres y piedras formando altares que no habían visto la primera vez. Era como si el mundo hubiese cambiado durante la noche, que todas esas piedras no estaban allí cuando pasaron unas horas antes. Una familia de monos los increpó cuando llegaron a la cueva que les servía de referencia porque se habían cobijado de la lluvia y se marcharon después de lanzarles piezas de fruta. Eldrid señaló con la pata una zona derrumbada que no estaba antes. Al parecer durante la noche había habido un desprendimiento, seguramente provocado por la lluvia, que había dejado al descubierto la entrada de un pasadizo que se perdía en el interior de la montaña.

Dejaron la pequeña caverna para continuar y dieron con la cascada que les ofrecía aquellas vistas impresionantes a la antigua ciudad thraciana, ahora convertida en ruinas desperdigadas por la planicie y seccionada por el curso del río. Era hora de decidir el siguiente paso del camino. Eldrid volvió a su forma híbrida y se vistió con la ropa de nuevo.

El camino de vuelta a la ciudad en ruinas en la que viven Akisha y su gente me resulta extraño y desconocido, algo que achaco sin duda a mi mala memoria y a mi senectud. Por suerte, contamos con la guía infalible de Eldrid para conducirnos hasta aquí en una jornada que me parece más onírica que real.

Mosquitos enormes, monos con una violenta adicción a la fruta... hasta Vika me perece diferente esta mañana, como si se hubiera cortado el pelo o cambiado de peinado o... no lo sé muy bien, pero soy muy bueno para esas cosas y siento que algo ha cambiado. ¿O no? Y también entre Mayra y Tobías, como si estuvieran unidos por un hilo invisible que solo los más perceptivos podemos intuir.

Las sutilezas de la magia y los conjuros arcanos a mí se me escapan, pero los pequeños detalles que hacen la vida maravillosa... Por ellos doy gracias a los dioses cada día.

Yo sigo teniendo ganas de echar un vistazo al templo de Rashiel y así lo comento con mis compañeros cuando ellos preguntan por el camino que debemos tomar. En todo caso, ellos saben mucho mejor que yo lo que nos conviene y no tengo el menor problema en visitar primero otros lugares si así lo estiman oportuno.

- Regresemos al punto donde lo dejamos. - ​​​​​Sugirió Vika. - Creo que estamos cerca de dar al fin con algo. Sólo espero que el hecho de volver al campamento, no haya sido la condena de alguno de los colonos o... - Un molesto escalofrío recorrió su cuerpo. - ...de todos ellos.

Comprobó entonces que el cristal mágico estaba bien engarzado en su espadón y acto seguido asintió dando un tajo al aire. Se sentía más fuerte, más diestra. La colaboración mágico-divina con Mayra estaba resultando una maravilla y no veía el momento de probarse en combate. 

- ¿Todos de acuerdo, verdad? - Preguntó. - ¿Seguimos?

Mayra había sonreído y abrazado a Eldrid. Le gustaba hacerlo, era suavita.

—La estatua era de Rashiel, pero no sabemos si el templo estaba dedicado a él —corrigió Mayra al anciano, en un tono humilde—. Me gustaría poder negociar con ellos la liberación de los rehenes, pero eso no va a pasar, ¿verdad?

Suspiró sonoramente.

—Solo espero que no hayan asesinado a los soldados y a los colonos como represalia por nuestra incursión —dijo Mayra mordiéndose un labio antes de responder a Vika diciendo—. Sí, todos de acuerdo. Utilicemos la entrada y dirijámonos al mismo punto. Si podemos. Como ha dicho Tobías lo más probable es que hayan reforzado la seguridad de la entrada que hemos utilizado. Hemos ganado las primeras escaramuzas, pero no debemos confiarnos.

Se acercó entonces Eldrid y, antes de ponerse en marcha, lanzó sobre ella un conjuro de armadura de mago.

—Mi hechizo te protegerá como si llevases una armadura ligera —informó a la mujer tigre—, pero no entorpecerá en nada tus movimientos.

La maga de la Torre de la Espiral Negra asintió en dirección a sus compañeros, para indicarles que estaba lista para partir.

Tobías no creía que hubieran matado a nadie. Interrogado mediante torturas, tal vez, pero como le había dicho a Mayra, muertos no les servían de nada.

Paso a paso, dijo. Ellos habían aprendido mucho durante la primera incursión, pero los hombres bestia también sabían ahora de qué era capaz el quinteto de exploradores, y les habían dado tiempo a los habitantes de las cavernas para reagruparse y formular planes. Por otro lado, lo que no podían prever es que fueran a regresar, o cuándo lo harían, si serían los mismos cinco o contarían con refuerzos.

El primero de esos pasos era la entrada a las ruinas que ya conocían. Si habían enviado nuevos vigilantes, o incluso a los mismos que dos días atrás, podían esperar tener que pelear a cada paso otra vez.

Vamos.

La magia de Mayra envolvió a la tigresa, el destello de una armadura dorada brilló sobre el cuerpo de Eldrid antes de desaparecer. La muchacha se tocó el cuerpo una vez más, no se sentía diferente, se miró los brazos, las piernas y el trasero como si quisiera entender lo que había hecho la maga. Al final, se encogió de hombros.

-Gracias.

El grupo descendió por la escalera natural de la cascada para dirigirse al lugar donde se alzaba la entrada de las cavernas: la edificación de columnas de mármol con las escaleras que descendían a las profundidades. La lluvia persistía, una niebla de agua que empapaba y ensombrecía la visión. La tigresa avanzó en cabeza, escondida entre los arbustos, seguida de Tobías, que controlaba la zona con sus sentidos de cazador. Permanecieron vigilantes durante unos diez minutos, esperando tal vez encontrar algún gnoll apostado tras las columnas o escondido entre los matorrales. Al final, determinaron que no había ningún peligro y se acercaron a la escalera.

Descendieron con cautela. A ambos lados, labrado en las paredes, había frisos cuyos dibujos apenas podían diferenciarse, fastuosas escenas de divinidades y mortales que en su día debieron ser grandiosas, pero que ahora estaban casi borradas. Al final de la escalinata de mármol encontraron la puerta de piedra de gran tamaño, con el travesaño de madera que servía para cerrarla colocado a un lado, tal y como lo habían dejado el día anterior al salir.

Una vez en el interior, la mierda de murciélago volvió a darles la bienvenida, tanto a sus sentidos olfativos como a sus pisadas. El chillido de las criaturas que dormitaban en los techos llegaba con claridad, pero los aventureros se habían enfrentado a cosas peores que unas ratas voladoras. Ahora debían ahorrar camino, de modo que Tobías los llevó por el camino más corto.

Al entrar en el pasillo de columnas, a Tobías le llegó un olor por encima del de los excrementos, pero solo detectó una presencia.

Después de asegurarse de que no había ningún puesto de guardia esperándoles, Mayra trazó un sencillo hechizo, algo que podría lanzar cualquier principiante, pero muy útil para comunicarse sin ser oídos.

—Ahora podemos hablar en susurros, incluso a distancia —murmuró la maga, señalando a sus compañeros para explicarles cómo funcionaba—. Durará algo más de una hora, pero puedo renovarlo si es necesario.

Después se internaron en las ruinas y Maira se colocó junto a San Dámasor en la retaguardia, dejando que Eldrid, Vika y Tobías tomaran la iniciativa.

—Hay alguien escondido detrás de esa columna —advirtió a sus compañeros utilizando el canal de comunicación del hechizo.

- Estad atentos... - Dijo la sacerdotisa desenvainando su mandoble. 

Si le estaban esperando escondidos, es que no llevaban buenas intenciones. El factor sorpresa había pasado para quien fuera que se hallaba oculto tras la columna, aunque pronto, muy pronto también sería historia para ellos, pues el bocazas bienintencionado de San Dámasor, enseguida revelaría que le habían descubierto, por lo que mejor sería actuar cuanto antes y desbaratar cualquiera que fueran los planes de aquel ser escondido.

- Me voy a acercar. - Reveló Vika. - Cubridme las espaldas.