Partida Rol por web

Las ranas se abalanzan sobre el ahora desprotegido Harold, una de ellas casi le atraviesa el cuerpo con sus garras, pero tras rasgar su carne no daña ningún órgano vital, la otra rana sufre un pequeño ataque y su energía disminuye.

Del norte ya se escuchan los gritos de los que se acercan.

Los dos atacantes al ver levantarse al coloso Gerald hacen un ataque rápido al ver sus defensas flaquear, pero fallan sin conseguir traspasar su armadura. Es en ese momento cuando un chorro en forma de tubo compuesto por fuego surge del suelo hacia el techo, quemando a los tres enemigos.

A lo lejos se escuchaban los tambores y gritos de guerra que retumbaban a lo largo y ancho de la cueva y eso significaba que no tenían mucho tiempo para eliminar a los enemigos que tenian en frente, pero ir a atacarlos en aquel suelo resbaladizo era una pésima idea asi que espero paciente a que se acercaran asi como un depredador espera a su presa.
Las ranas no comprendían lo peligroso que era acercarse al semigigante y mucho menos en el estado en el que se encontraba, pero aquellos anfibios eran más mascotas que bestias y actuaban más por órdenes que por instinto. Un salto les bastó para llegar ante el escudo y el martillo de la ley y el bien y como era de esperarse solo lograron rasguñar superficialmente sus armaduras pero su error no fue errar sus ataques si no quedar al alcance de el enorme espadon del semigigante, Gerald no queria alargar más de la cuenta el combate así que apoyandando su pie izquierdo adelante y con todas las fuerzas que tenía gira su tronco junto con su espada con la intención de cortar en dos a la rana, pero por cosas del destino, por cosas de azar, por no controlar su fuerza, por no medir bien la distancia o por la intervención de la mano putrefacta de loa dioses del caos, sea cual haya sido la causa el resultado fue desastrozo. Su espada pasó por encima de la rana con tal fuerza y violencia que al no encontrar carne y huesos que la detuvieran le fue imposible al guerrero detener el ataque por la enorme inercia que llevaba este, el impulso lo llevo a perder el equilibrio y todo le empezo a dar vueltas hasta terminar cayendo de espaldas contra el suelo rocoso de la cueva. El dolor fue descomunal ya que cayo sobre una estalagmita desgarrando varios músculos de la espalda dejandolo aturdido y desorientado.
Pasaron varios segundos antes de poder recuperarse y apesar de estar aún adolorido recogió su espada y logro bloquear los ataques de las furiosas ranas que querían convertirlo eb abono para sus crías. La situación era muy desfavorable para los inquisidores porque así lograran derrotar al dacerdote y sus ranas (lo cual ya era practicamente imposible) de seguro ya iba a ser demasiado tarde porque los tambores sonaban cada vez más fuerte.

Por el norte ya se puede ver al enemigo al límite de la penumbra. Recortadas sus siluetas por lo que sea que produce aquella enfermiza luz al norte a unos 140 pies de distancia.

Asalto 7

Damrod 22

Sacerdote de Pyaray 12

Ranas y Gerald 9 

Harold 2

El sacerdote al oír a los suyos acercarse, intenta acabar cuanto antes el trabajo para poder llevarse el ascenso merecido. Acerca su cara a Harold y con una mirada de triunfo dice - " Umri neverni psu jednom " - mientras ataca a Harold con su kukri, aunque ya se sabe que las prisas nunca son buenas, esta vez su arma roza contra la armadura sin llegar a encontrar hueco entre sus junturas.

Las ranas atacan sin ofrecer prácticamente peligro, ahora es el momento de aprovechar el fallo enemigo, ya que el resto se acerca y el próximo asalto puede que ya sea tarde.

Como una cruel broma de los dioses de Caos, que se ríen en sus macabros tronos de cráneos, cuando la situación parecía arrojar un débil rayo de esperanza, la fatalidad comenzó a acumularse sobre ellos. Geral había acabado tumbado, tal vez resbalado en alguna zona llena de los desperdicios de aquellos seres, y el sacerdote se acercaba a ellos. Harold no vio a tiempo la red, provista de gruesas pesas de plomo, que el anfibio le lanzaba, y acabó atrapado por ella, lo que le hacía imposible maniobrar con facilidad, y muy difícil defenderse de los ataques. Cuando las ranas se le echaron encima, poco pudo hacer por detener la tormenta de garras y colmillos afilados como agujas que se metieron por entre las junturas de la armadura como insidiosos aguijones. Y cuando aún no se había repuesto del dolor que subió como un rayo por su cuerpo, el sacerdote saltó hacia él y blandió su hoja extraña cubierta de runas con maestría, encontrando el hueco entre la placa pectoral y la hombrera izquierda, abriendo una enorme herida a su paso, fallando el pulmón por centímetros. 

Harold se tambaleó, mientras notaba la sangre correr por dentro de su armadura, cegado por el dolor, y casi cayó la suelo. Finalmente, casi como la última y condenatoria desgracia, el arco de Damrod se partió tras él con un sonoro crujido de madera astillada, mucho peor que cuando se le había roto la cuerda. 

—Se acabó... —dijo en un susurro apenas audible Damrod tras él.

Harold apoyó una rodilla en tierra para no caer, superado por las heridas, el cansancio y la desgracia. Con Gerald en el suelo, Damrod desarmado, y él con su magia casi agotada y a las puertas de la muerte, parecía que aquel inmundo suelo sería su tumba, bajo las garras, los dientes y el acero de los seguidores del Tentáculo Susurrador de Secretos Imposibles. Oía al sacerdote bramar en su desagradable lengua, y, casi estaba a punto de desfallecer cuando una brisa surgió por el pasadizo. 

De pronto, Harold volvía a tener catorce años: estaba en la cima del Glaciar de Hierro, allí donde Aengrist había resistido contra la horda de humanoides que asolaban el Norte, el lugar más sagrado para su orden, pues allí se había producido la ascensión de su dios. Sin embargo, no estaba en la fortaleza que había más abajo, sino en la propia cima, a tanta altitud que las nubes formaban un manto blanco y esponjoso bajo él, desplegadas en todas direcciones como si se hallara en una isla en el centro de un mar blanco de gruesa lana. El viento aullaba y le arrancaba el calor del cuerpo, la ventisca le mordía como unas terribles fauces de hielo. Tal y como en la cueva de las ranas, sentía que su cuerpo iba a desfallecer, que ya no podía más, y una de sus rodillas estaba apoyada en tierra para no caer, sobre el duro hielo de la cima del Glaciar. Sostenía su espada, y el hielo santo parecía brillar de gozo ante la ventisca que le rodeaba, mientras el frío amenazaba con llevarse su vida en cualquier momento. Los miembros le temblaban y casi había dejado de sentirlos, y el hilo que le unía a la deidad, recién conseguido, parecía débil e intermitente. Harold, apenas un adolescente, aguantaba allí, notando que la vista se le nublaba y viendo en su reflejo en la hoja de la espada que los labios se le volvían azules. Casi había desfallecido allí, congelado y zarandeado por la implacable ventisca, pero en el momento en el que las fuerzas le abandonaban, en el momento en el que todo estaba ya perdido para él, la ventisca se abrió. Las nubes se apartaron como si rindieran pleitesía, como los plebeyos que se arrodillan ante la llegada de su rey, y de ellas surgió un lobo enorme, gris y blanco, más grande que un yak de carga, moviéndose ligera y elegantemente, como si flotara. En sus profundos ojos, se reflejaba la infinita tundra helada, y, más allá, lejanas auroras boreales iluminaban sus pupilas, como si fueran ventanas al cielo invernal. 

Harold lo había reconocido de inmediato, y de inmediato también había sentido sus fuerzas volver, y se había arrodillado ante el Lobo, el Heraldo de Aengrist, su mensajero en la tierra, avatar de la caza y el invierno. Harold, los dos Harold, aquel joven huérfano y asustado que había sido y aquel Harold adulto que sangraba sobre la piedra emponzoñada del interior del volcán, alzaron la mano, y, suavemente, rozaron el hocico del Lobo, que cabeceó y expulsó el vapor de su aliento sobre ellos. Y, en ese momento, Harold parpadeó y despertó.

Fue como si la fuerza volviera a él, y de hecho algunas de sus heridas se cerraron  como si les hubiera aplicado magia curativa. El hilo de poder que le unía a su dios restalló y se inundó como una cascada, y Harold notó el poder del Trono de Hielo corriendo por sus venas. El aire se enfrió a su alrededor, y unos ligeros copos de nieve cayeron de ninguna parte y cristalizaron sobre su armadura. 

Harold se alzó, aún envuelto en la red, y en sus ojos había fuego azul. Ignorando la red que le dificultaba los movimientos, dibujó una runa en el aire, más grande y brillante que nada que hubiera conjurado hasta el momento, y bramó con la voz de los truenos de montaña. 

-¡Herejes del Caos, os arrastráis en vuestra inmundicia y os revolcáis en ella como cerdos en el barro! ¡Por mi poder y mi sangre, por el trono y el altar, que os destruiré aunque sea lo último que haga sobre esta tierra!

Cerró el puño, aplastando la runa, y una columna de fuego dorado surgió del techo y abrasó la carne impura de los herejes llenando la cueva del olor de la piel chamuscada. Vio que Gerald se levantaba, y que Damrod estaba ileso, aunque desarmado y aturdido, y las fuerzas volvieron a él, aún potenciadas por los conjuros. 

-¡Gerald, aplasta a este hereje! Damrod-lo que iba a decir le costaba, pero sabía que debía hacerlo: así se lo había revelado el Lobo-en cuanto puedas, ve. Déjanos aquí, escapa y avisa al resto. ¡La misión es más importante que nosotros!

Sin perder tiempo en quitarse la asquerosa red, lanzó la espada sobre una de las ranas, la que tenía Gerald al lado, y de un par de golpes clavó su cráneo al resbaladizo suelo de la caverna, matándola en el acto. 

-¡Aengrist, abrázame con tus alas!

Por el norte ya aparece el señor de los Tsathar el gran " Lokaug " montado en una rana de gigantes proporciones. Tras el azotes, ranas asesinas y sacerdotes cantando animados en vuestra dirección.

Asalto 8

Damrod 22

Sacerdote de Pyaray 12

Rana y Gerald 9 

Harold 2

El sacerdote se acerca con impaciencia al escuchar como se acerca su señor y puede perder la oportunidad de ser el gran cazador de herejes, apretando los dientes vuelve a pasar su kukri por la armadura de Harold, hasta encontrar un hueco en ella.

La rana con su capacidad de combate reducida por vete tu a saber que maldición o magia, falla sus débiles ataques.

La situación distaba mucho de haberse solucionado, pero Harold ya notaba de nuevo las fuerzas. Seguían al límite de la derrota, con Gerald y Damrod aturdidos tras malos golpes, y la red aún le constreñía los movimientos y hacía casi imposible defenderse. El kukri del sacerdote encontraba su camino entre las placas, y Harold notaba su terrible filo en la carne cada vez que atacaba. 

Pero ya no importaba. Había recibido una revelación del Señor, había sido visitado por su heraldo, y no desfallecería. Miró al sacerdote con fuego azul en los ojos, que brillaban como si tras su casco hubiera una piedra de fuegofrío. Harold sabía que su propia vida no importaba: ya había renunciado a ella cuando se la entregó a Aengrist. Era solo una espada en la mano de su Señor, nada más, y como tal existía para cumplir su misión, para proteger a quienes lo necesitaban. Si moría allí, moriría en paz. Podría haberse curado, pero de poco habría servido, pues las heridas que tenía no podían curarse con un solo conjuro, y los enemigos volverían a atacar. No. Había hecho una promesa, un juramento, e iba a cumplirlo. 

-Inmundo hereje-bramó hacia el sacerdote-Dije que acabaría contigo aunque fuese lo último que hiciera, por el trono y el altar, ¡Y lo cumpliré!

Ignorando la red, se lanzó hacia delante, golpeando con su escudo el deforme rostro de rana del sacerdote, y blandió el hielo sagrado. La hoja cantó en el aire, lanzada en un tajo mortal, y el hielo azul, afilado más que cualquier hoja de acero, hendió la carne como si fuese aire, ignorando sus sacrílegas protecciones. El primer tajo le cruzó el pecho, y el segundo, lanzado de izquierda a derecha, decapitó limpiamente a la rana, que cayó al suelo, muerto antes de que terminara de derrumbarse. 

Tras la muerte del sacerdote, la rana asesina vuelve a tener el impulso de su naturaleza, ¡ matar !, sus ojos vuelven a brillar con la ansia febril con la que se le ha entrenado durante años. El impulso de energía que llenaba el cuerpo de Harold se desvanece dejando su cuerpo con múltiples heridas ( desparecen los 8pv de más que tenía )

Asalto 9

Sacerdotes de la inmundicia 27

Damrod 22

Lokaug 20

Suplicantes Tsathar 17

Azotes y Gran Sacerdote Rana 13

Rana abisal 12

Rana y Gerald 9 

Harold 2

La rana ahora con el instinto asesino renovado se lanza sobre Harold con toda su energía, clavando uno de sus colmillos en el cuerpo de Harold y desgarrando con su uña cerca de una de las corvas de la pierna derecha del inquisidor.

El gran Lokaug avanza montado sobre su rana abisal gigante, esta en tres saltos se planta apenas a 40 pies de nuestros héroes, tras el un ejército verde, al menos 100 Tsathar, 30 azotes, 60 Ranas terribles, 40 Suplicantes, 20 sacerdotes de la inmundicia y 10 Grandes sacerdotes rana. El avance de este pequeño ejército está lleno de ruido de croares, mezclado con el gutural idioma Tsathar, lleno de vítores y cánticos en alabanza a su Dios Pyaray.

El gran Lokaug se alza sobre sus piernas en los estribos hechos de piel humanoide y grita algo en 6 idiomas -

" ¡ Postrare indringers, Postrsi uljezi, Натрапнициpero, Postrare vetřelcino, Entrigan postrare, Postrijetki uljezi ! " - pero no entendéis nada de nada.

Pocas opciones os van quedando, una en cuanto podáis rendiros, otra retiraros al laberinto y por último correr hacia el sur, hacia lo desconocido, porque ir hacia las escaleras que suben al primer nivel es prácticamente imposible, el enemigo os bloquearía antes de llegar.