Partida Rol por web

Antes de que Harold pueda retirarse para curar sus heridas, las tres ranas que le rodean intentan atravesar sus defensas, pero de nuevo una de ellas consigue hendir el cuerpo sagrado del inquisidor con una de sus garras y otra con un mordisco.

Los gritos de ánimos de los Tsathar a sus mascotas resuenan en la cueva, mientras que estas dañinas criaturas os obligan a retiraros lentamente hacia atrás.

Asalto 6

Damrod 23

Azote y ranas 17

Harold y Suplicantes 12

El daño sobre Harold era mayor de lo esperado, y empezaban a retroceder. Pero no todo estaba perdido, aún no. Una vez más, se movió y disparó con un fluido movimiento, dejando herida a una nueva rana.

Ahora solo dos ranas heridas atacan al inquisidor, una de ellas consigue traspasar la armadura de Harold clavando sus colmillos.

Harold retrocedía, y las ranas le seguían con ira implacable. Sin embargo, la energía divina había sanado casi todas sus heridas, y reestablecido su vigor. Las garras seguían atravesando las placas de la armadura, aunque la mayoría de ataques solo resbalaban por el acero. Viéndole retroceder, las ranas creyeron erróneamente que se había debilitado, y cargaron de frente y sin ningún cuidado, como los animales salvajes que eran. La primera de las ranas saltó hacia él, pero Harold alzó su arma y el hielo azul brilló a la luz del conjuro como el sol a través de una placa de hielo. Interpuso el arma en la trayectoria de la rana, blandiéndola en el poco espacio del pasillo, y la partió en dos mitades simétricas a lo largo con su propio impulso al saltar, enviando una explosión de sangre hacia atrás, sobre las que esperaban croando. 

Sin detenerse, lanzó su arma de nuevo hacia la que tenía a un lado, abriendo un gran tajo en su lomo. 

Otra rana cae abatida por nuestros héroes. Tras ello Harold retrocede otros 5 pies, colocándose en un estrecho del pasillo donde solo una de ellas puede llegar. 

Asalto 7

Damrod 23

Azote y ranas 17

Harold y Suplicantes 12

Al fin habían logrado posicionarse, las ranas iban cayendo y Harold resistía pese a las heridas. La voz de Aengrist les impulsaba a continuar, a no desfallecer, y su compañero se había convertido una vez más en el baluarte que siempre había sido. Alzándose sobre los enemigos, sin transmitir terror ante lo que se enfrentaban, el Inquisidor era un escudo siempre alzado contra el enemigo. Protegería con su vida todo lo noble y bueno del mundo, y se interpondría entre el caos y su objetivo incluso cuando la vida se le escapara de entre las manos. Con alguien así junto a él, no podía dar menos que todo, no podía rendirse sin antes haber rendido cuentas. Si iban a ir a los salones de los dioses, lo harían orgullosos, triunfantes. Dependía de ellos y de nadie más. La convicción le llenó por dentro, renovó sus fuerzas y ensalzó su espíritu combativo. Soy la muerte.

Dio un paso al frente, orgulloso, y tensó el arco. La cuerda chascó tres veces, una por cada flecha que disparó. Dos fueron directas, clavándose una tras otra en la ya herida criatura que amenazaba al clérigo de batalla; mientras la tercera saeta volaba hacia su objetivo, el animal ya había muerto. El último de los virotes fue más allá, por encima de las ranas, hasta uno de los suplicantes, borrando la sonrisa de su rostro.

Harold volvía a estar herido, pero poco importaba. En su cabeza resonaban los versos sagrados, una y otra vez, Bendito sea el dolor limpio, pues aleja del alma la corrupción del caos, benditas sean las heridas producidas por la lucha justa, pues inscriben la fe en lo profundo del alma. El Caos es corrupción en el cuerpo, el dolor de sus armas es fe en el alma. 

Las ranas, una tras otra, iban cayendo, y la visión de Aengrist le impulsaba a ir hacia delante, siempre hacia delante, luchando y golpeando hasta que los cuerpos de sus enemigos se alzaran como una torre que señalara a los cielos. Ya nunca desaparecería de sus retinas la sagrada visión de su Señor hablándole directamente, y en cada golpe sentía su espada bendita por la Rompehielos. Y así sentía que era también para Damrod, pues sus flechas se volvieron más certeras, más rápidas, aún más mortales. Le oyó avanzar a su espalda, y era como si tras él no hubiera un arquero sino diez, cien arqueros dispuestos haciendo llover la ira del juicio sobre los que se atrevían a desafiar a la Ley. Harold supo que, si había de caer aquel día, lo haría con el orgullo de haber luchado con tan inquebrantable compañero, con tan fiel servidor de la Inquisición, con un hermano, hermano en la sangre de sus enemigos. 

-¡Aengrist guía nuestras armas, hermano! ¡Aun ante la llameante sima del infierno, a nada temo! ¡ÉL está a nuestro lado!

Aquellas palabras, repetidas mil veces, cobraban ahora un nuevo y brillante sentido, pues verdaderamente estaba, en cuerpo y alma a su lado, había descendido de la Montaña para hablarles. 

Otra rana cae muerta, mientras que una de ellas muerde y araña a Harold haciéndole nuevas heridas. Tras ello Harold la hiere de gravedad. Por el sur y el oeste aparecen nuevos enemigos.

Asalto 8

Damrod 23

Azote y ranas 17

Harold y Suplicantes 12

Los enemigos se acercaban por los pasillos, una segunda oleada a la que seguiría una tercera, una cuarta, y las que hicieran falta. Todas caerían, una tras otra, arrasadas por la Inquisición. No eran más sangre que derramar, muertos que acudían a su destino, hasta que llegara la verdadera presa. El gordo sacerdote no podía estar muy lejos, y entonces darían el verdadero daño.

Con decisión y sin ápice de flaquear, dio un nuevo paso al frente, volvió a alzar el arco, con una flecha ya encajada, y disparó. El proyectil atravesó una vez más al suplicante, pero Damrod no se detuvo...

...La segunda flecha surgió con la misma velocidad que la primera, y sin siquiera ver si se clavaba en la piel de la rana que amenazaba a Harold, un tercer chasquido era sinónimo de una última saeta, de nuevo dirigida contra el suplicante.

Harold antes de poder curarse vuelve a recibir un mordisco y un arañazo, esta vez el arañazo casi le cuesta un susto, pero un rápido movimiento evita que le alcance algún órgano importante. Los recién llegados mandan a sus ranas contra vosotros mientras que el resto se agrupa al sur de vuestra posición. El suplicante malherido se retira lentamente por las heridas recibidas ( ahora está a 80 pies de Damrod )

Asalto 9

Damrod 23

Azote y ranas 17

Harold y Suplicantes 12

Las ranas empezaban a amontonarse frente a Harold, volviendo imposible pasar por allí, pero la atención de Damrod estaba completamente puesta en el huidizo tsathar que escapaba de sus flechas. No lo harás. No lo hizo. La flecha salió disparada con mortal tino, clavándose en el cuello del suplicante y abatiéndole en el acto. Una sonrisa se extendió por el rostro del batidor, que sin parar soltó otros dos proyectiles contra la rana asesina.

El suplicante cae al suelo atravesado mortalmente por una flecha, mientras que otras dos sobrepasan a Harold y se clavan en la rana que trata de morderlo, una de sus garras se queda atrapada en un trozo de metal de la armadura del inqusidor, pero al morder con éxito consigue librar la garra.

Rompes las cadenas, pero por ahora las ranas no parecen reaccionar a tu acción, aunque sus ojos no paran de mirarte fijamente.

Asalto 2

Ranas abisales gigantes 26

Gerald 15