Partida Rol por web

El lunes 21 de marzo de 1921 es el día en que dejáis Lima. No sólo viajásteis al Perú para embarcaros en una aventura totalmente financiada por un misterioso empresario, sino que además habéis terminado con la vida de ese misterioso empresario antes siquiera de partir.

Tras desayunar fuerte y recoger todo, esperáis en la puerta del Hotel España hasta que dos carreteros llegan con sendos vehículos a eso de las 8 am. Aunque en un primer momento los conductores se muestran un tanto recelosos, acceden a partir sin Larkin.

Elías sube en la primera de las camionetas para supervisar el trayecto. Aunque no sabe el paradero exacto de la pirámide, sigue siendo el que más conoce la zona. Tiene la certeza de que el templo se encuentra en algún sitio no muy lejano al lago Titicaca, por lo que propone hacer una parada en Puno.

Ya montados en los vehículos, véis las calles de Lima pasar y es ahora cuando os dáis cuenta de lo poco que habéis visto de esta ciudad, demasiado preocupados de aquí para allá con ataques, cadáveres y venganzas.

En tres días de viaje por carretera, habéis recorrido ya alrededor de 1.300 kilómetros, bajando por la costa hasta Camaná antes de empezar a ascender por los Andes. Esta última parte os lleva por unas estrechas carreteras de montaña donde el oxígeno cada vez es más escaso.

Haciendo caso a Jackson Elias, decidís parar en Puno, una pequeña ciudad de aproximadamente 20.000 habitantes, al sur de los Andes y a orillas del Lago Titicaca.

De camino allí, veis que las granjas de llamas y alpacas y las plantaciones de maíz, patatas y quinoa son frecuentes a las afueras de la ciudad. No es fácil conseguir cultivar semejante latitud.

Una vez en el pueblo, observáis que la mayoría de sus edificios son casas bajas de uno o dos pisos a lo sumo, fabricadas de piedra o ladrillo, y las calles son increíblemente estrechas y más laberínticas cuanto más se asciende por sus colinas.

El centro de la ciudad se encuentra dominado por una gran plaza, adornada por bonitos árboles verdes y coronada por la gran Catedral basílica de San Carlos Borromeo.

Jackson Elias se estira como un gato tras salir de la furgoneta, estirando cada uno de sus engarrotados músculos. Aunque el viaje no es cómodo, él sigue llevando con estilo su traje, su fedora y su chaqueta de tweed, totalmente impoluto.

Hacía tiempo que no venía a Puno, celebra. La gente no es desagradable aquí, pero son muy supersticiosos. Al final, el origen de los cuentos de los kharisiri está cerca de aquí, así que en este pueblo lo tienen muy presente.

Llena sus pulmones de aire, acostumbrándose como puede al poco oxígeno que hay a esa altitud.

Conozco a una yatiri, una mujer sabia y curandera, como las llaman aquí. Estoy prácticamente seguro de que ella puede apuntarnos en la dirección correcta.

Se da cuenta entonces del mal aspecto que tenéis el resto. Desgarbados, con ojeras, cansados y entumecidos.

Tal vez sería mejor tomarse un descanso primero.

Quien actúa canta. Y quien canta sabe gestionar su oxígeno. Y quien sabe gestionar su oxígeno no tiene problemas ante la escasez de éste. Y por eso voy a ser la próxima Gloria Swanson. 

Qué lugar tan bucólico y pintoresco, señor Elias - señalo colgándome de su brazo como una colegiala -. ¿Por qué no me hace un tour por el pueblo? Seguro que usted sabe dónde venden la ropa más chic - le dedico una suave caída de pestañas -. Oh, y por descontado que debemos pasar por una tienda de souvenirs, no puedo regresar a mi casa sin pruebas de los sitios tan envidiables que he visitado.

Alexander Haynes no era ni mucho menos un hombre de constitución rocosa, pero al parecer se mantenía lo suficientemente en forma como para aguantar los achaques del mal de altura.

- Deberíamos ir a hablar con la curandera antes de partir - reflexiona Alexander en voz alta, aunque más para si mismo que para el resto -. Pero tal vez sería prudente abastecernos antes de algunas cosas...

El capitán tiene su pistola, y hasta Weaver va armado. No quiero volver a encontrarme en una situación como la de la biblioteca y no ir preparado...

Lucy sorprendentemente incluso para ella, sale del autobús en bastantes buenas condiciones, la emoción del viaje se había superpuesto a los mareos que pudiera tener.

Oyendo a Haynes hablar de abastecerse mientras mira donde guarda el capitán su arma, la hace sentir más vulnerable que de costumbre. No era de las dadas a la violencia, pero tras haber visto tantas cosas raras...
He de conseguir aunque sea un cuchillo, seguro que aquí venden tanto utilitarios como si fueran de souvenir. Después donde la curandera fijo que podemos comprarle algunas hierbas.
También quiero comprar un periódico de aquí, a ver como son.
Yo voy a comprar también un par de cositas.
Recordar que según las investigaciones de Figueroa, la pirámide debe de estar hacia el suroeste del lago Titicaca, pero igual los locales lo saben con más precisión.

Lo peor para un hombre con el tamaño de Brian sin lugar a dudas son los sitios estrechos, y en Perú no es que tengan los coches más anchos y grandes del mundo. Tantas horas enclaustrado en un vehiculo le había pasado factura, por debajo de la ropa tenía marcas por todas partes, incluso alguna llaga por continuos golpes. La respiración ahí dentro tampoco era ninguna maravilla unido al calor asfixiante durante partes del camino.

Al salir del coche pensó que recuperaría todo el oxígeno, pero todo lo contrario, y sumado a sus conductos respiratorios reducidos, no fue agradable.

- Eh... sí... por favor... un descanso... primero.... - Dijo de forma entrecortada.

Al menos no me ha dado por vomitar, lo que me faltaba.

Si las leyendas son de aquí, tal vez tengan conocimientos de como enfrentarse a ellos ¿no?

El capitán siempre fue capaz de adecuarse a las condiciones extremas, ya fueran de falta de oxigeno, de exceso de este, o lo que fuera. 

Lo primero creo que debe ser conseguir víveres y una forma de transportarlos, ¿sabe de alguna forma de conseguir esto por aquí señor Elias? Descansaremos luego.

Elías, algo ruborizado por tener a la señorita Sinclair colgada de su brazo, asiente ante la decisión unánime de descansar y abastecerse antes de partir.

No se preocupe por los viveres, capitán Westley, tranquiliza. El carretero me estaba diciendo que van a tratar de encontrar gasolina y comida para el viaje mientras descansamos, tienen algún contacto por aquí. Arquea las cejas. El señor Larkin les ha tenido que pagar una buena suma de dinero...

Todavía con Sinclair colgada de su brazo, comienza a andar.

La verdad es que Puno es una ciudad preciosa, suspira romántico mientras mira hacia el lago. ¿Sabían que el Lago Titicaca es el lago navegable más alto del mundo? Lo habitan gran cantidad de bancos de peces. ¡Ja! A tantísima altitud y aún así hay gente viviendo de la pesca! ¿No les parece maravilloso?

Tras dar un paseo revitalizador por las estrechas calles, decidís que es una oportunidad única de llenar vuestros estómagos, peor nutridos de lo habitual durante estos días de viaje, con un buen banquete.

Elias corre con los gastos esta vez. No faltan el ceviche con ajíes picantes, el pollo a la brasa ni la papa a la huancaína.

Cuando salís de ahí, pasáis por una pequeña tienda local en la que parece que venden algunos utensilios de cocina de latón, herramientas del campo y tijeras para esquilar alpacas. También tienen algún cuchillo de caza expuesto tras el humilde mostrador.

El dependiente, una persona de tez oscura y claros rasgos indígenas, os mira con mucha sospecha. Forasteros. ¿Europeos?

Busco entre los cuchillos de caza el arma más grande que sea capaz de esconder entre mis atributos. Si no me sirven para ligar que por lo menos me salven de tipos como Larkin... 

Señor Elías, ¿tendría la amabilidad de ayudarme a comunicarme con el dependiente? Me temo que entre mis variopintas habilidades no se encuentra la de hablar español - sonrío al dependiente con encanto.

Alexander pasea la mirada por los cuchillos expuestos. No eran pistolas, pero al menos podría defenderse si volvía a encontrarse con algún loco como De Mendoza.

- Señor Weaver - llama el abogado, con la mirada aún revisando las armas -. ¿Usted habla español, verdad? ¿Puede ayudarme a con la transacción? Me gustaría agenciarme uno de esos cuchillos, si vamos a seguir con esto.

Lucy ve los cuchillos de caza, y por supuesto, intenta conseguir uno.
Bien día - empieza a chapurrear - Amigos querer cucliyos, si, esos.
Lucy hace gestos a los cuchillos, porque sospecha que el lenguaje no verbal se entiende mejor que su español

Brian miró a Haynes y le hizo un gesto señalando a Adler, ya estaba ella haciendo las compras pertinentes. Él sabía perfectamente que su Español era mejor que el de Lucy, pero no era de su agrado tener que interactuar con un señor de la estepa en estos momentos.

Admiro que sea tan lazada a hablar con desconocidos así, pero lo que es de Español no tiene ni idea.

Después de echar un vistazo y comprobar que no hay nada que le interese, se colocó junto a la puerta de salida a esperar al resto.

Alexander suelta un largo suspiro. ¿No se suponía que ese trabajaba en una tienda? ¿Como podía cerrar ninguna venta si se ponía a temblar cada vez que debía hablar con alguien? Era un misterio.

- ¿Seguro que te ha entendido? - pregunta el abogado a Lucy, acercándose a ella - No pareces muy convencida. Ni él tampoco. - comenta mirando de reojo al dependiente.

El capitán se acuerda de sus días de pesca, y de su linda flor. La echaba mucho de menos. Intenta buscar por alguna herramienta que sea de utilidad.

Cuando ve a sus compañeros en problemas, se acerca e intenta hacerle entender. En vista de que no era capaz de hacerlo, probó a hacerlo señalando los cuchillos, seguido a sus amigos y después sacar una bolsa de monedas y señalandosela.

Ante vuestros futiles esfuerzos de hablar español, Jackson Elías intercede movido por la agradable fuerza que la sonrisa de Sinclair aplica al rubor de sus mejillas. Entre eso y tres personas señalando a los mismos cuchillos, el dependiente capta el mensaje.

¿Cuchillos? Tengo dos cuchillos no más. El dependiente sigue receloso pero pone los cuchillos sobre el mostrador. Os los vende a más del doble de lo que valdría en una ciudad, aprovechando claramente que parece ser una de las pocas tiendas a cientos de kilómetros a la redonda. Sin más miramientos, tiende una mano al capitán señalando la bolsa de monedas. Con la otra, pone la mano sobre los cuchillos.

Los cuchillos no parecen muy afilados, aunque lo suficiente para hacer una avería a alguien si se le apuñala a conciencia. Probablemente, su fin sea ser utilizados para esquilar alpacas o para cortar malas hierbas.

Detrás de él pueden verse un par de pequeños cepos de caza, algo oxidados. Aunque las condiciones climatológicas del lugar no los traten muy bien, los cepos son tremendamente útiles para que los ganaderos protejan de depredadores a sus rebaños por las noches. ¿Del chupacabra, tal vez?

Las matemáticas nunca han sido mi fuerte, pero hasta yo me doy cuenta de que no hay cuchillos para todo el mundo.

Quédenselos ustedes - digo refiriéndome a Haynes y la otra -. En alguien como yo un objeto así quedaría muy fuera de lugar - añado con toda la dignidad posible.

Mirando a sus compañeros, el capitán pregunta: ¿debieramos coger también esos cepos? Al menos uno, por lo que podamos encontrarnos.

El capitán carga con uno de los cepos a su espalda y Adler y Haynes recogen sendos cuchillos, guardándolos en sus correspondientes fundas. Con el precio al que os los cobran, qué menos que una funda para poder colgároslo en el cinturón.

Cuando salís de nuevo a la calle, andáis cuesta abajo hasta la orilla del lago, terminando de hacer la digestión. Los rayos de sol de primera hora de la tarde reflejan en la superficie del agua y bañan vuestros rostros. Es una sensación agradable, devuelve algo de color a vuestras mejillas, teniendo en cuenta que lleváis tres días encerrados en una furgoneta.

El lago Titicaca es el mayor lago de todo América del Sur, con más de 160 kilómetros de largo por 80 de ancho en su zona más extensa. Cuando os acercáis notáis un fuerte olor a sal y, a simple vista, apreciáis algún que otro banco de peces nadando plácidamente entre gran cantidad de juncos.

También hay decenas de pequeñas islas flotantes hechas a partir de cañas y barro, lo suficientemente grandes como para contener varias cabañas de caña. Estos asentamientos pertenecen al pueblo Uru, que vive de la pesca en estas aguas.