Partida Rol por web

Hanna se dirigió hacia el despacho de la Señora del Misterio. Encontró a Nasana de pie y dirigiéndose a la salida de su escritorio. Tenía aspecto cansado.

-Hola Hanna -pareció sorprendida, y trató de esbozar una sonrisa-. Me dirigía al velatorio ahora mismo. ¿Sucede algo?

La adepta fue pensando mientras llegaba al despacho, con las manos a la espalda como solía hacer.

Mmf.... no... no puedo pensar en Nasana como sospechosa... agh! Pero Immué tiene razón... Tiene que haber sido alguien de dentro, parece lo más lógico, y aunque eso para mí no la descarta, conviene andar con cautela... (Podría haber preferido desvelarlo a hacer que lo desvelase otra, puestos a ser retorcida..)

Al saludarla, Hanna suspiró.
Hola Nasana... Era sobre la mujer que ha venido antes, Xintrae Zunthar... Ladeó la cabeza. Era una mujer misteriosa, ni se mostró y me costó sacarle solamente el nombre. ¿Quién es, y qué queria? No parecía muy contenta al salir

Nasana Talandor resopló.

-Si te hubiera dicho la verdad no la hubieras dejado pasar al templo. En realidad se llama Iolaeden Raldimar, y es una sacerdotisa de Loviatar -el nombre la diosa del dolor se atragantó en la boca de la suma sacerdotisa de Mystra, como si fuera un insulto-. Me dijo que tenía que ofrecernos una alianza, pero respondí que el clero de la Dama de los Misterios no está tan desesperado como para aliarse con la Doncella del Dolor. ¡Qué desfachatez!

La adepta resopló largamente al oír quien era en realidad esa mujer, y comprendió porqué le habia causado una impresión tan pobre.
¿La... largaste sin más? Dejó una breve pausa, un poco sorprendida. Está claro que no queremos su compañía, pero parecía bastante ofendida, y esas son el tipo de gente que no conviene ofender... al menos escucharla y luego declinar amablemente para que no se mosquase... Además... ¿Qué clase de alianza quería?

Desde luego, con lo que 'convergen' nuestros objetivos, no sé como se le ha ocurrido discutir una alianza, con la confianza que eso conlleva... y la poca que inspiran ellas...

-¿Y qué querías que hiciera, escuchar sus mentiras? Las Loviataritas sólo se sirven a si mismas -replicó Nasana con dureza, aunque su rostro se relajó antes de añadir-. Hanna... representamos a Mystra en esta ciudad, y no tenemos precisamente buena fama. ¿Qué crees que diría la gente si se nos llega a relacionar con el culto a la Doncella del Dolor? Aquí son rápidos en juzgar y en condenar, aunque no tuviéramos ningún acuerdo concreto. Hice lo mejor que podía hacer despachando a esa mujer.

-Creo que será mejor que vuelva al mercado y recoja las cosas de la tienda -comentó el herrero a su hijo-. La dejaré en casa y cogeré algo de ropa cómoda. Creo que pasaré el día aquí velando a mamá. ¿Me ayudarás con las cosas, Zhari?

El estresado Vilion se acercó cabizbajo a Orestes, que permanecía sentado y absorto, observando un cuerpo que no hace mucho estaba lleno de vida, alegría y amor. Triste y extrañamente, eso formaba parte de un pasado que no regresaría ya. Su padre levantó la vista al verlo llegar, y pronunció palabras que, si bien entendió, quedaron algo opacadas por la visión del féretro. Después de todo, era demasiado pronto como para aceptarlo.

-Por supuesto padre- afirmó Kanizhar, posando su mano en el hombro del herrero, intentando en vano aliviar sus penas. Aquello era demasiado. -Vamos, algo de aire fresco le hará bien a tus pensamientos. Volveremos tan pronto como podamos-

Está bien, está bien... dijo Hanna gesticulando con las palmas hacia Nasana Tienes razón. Esperemos que se le olvide, porque se me ocurren pocas cosas peores que una loviatarina despechada y vengativa.

Suspiró. Menuda mañanita lleva ella también, lo que te falta después de lo de Deniria es que venga a 'cortejarte' el culto de loviatar.
¿Hay dias que hubiese sido mejor quedarse en la cama, eh?

Le dio un corto abrazo y se separó.
Vuelvo al velatorio, o a ver si hago algo, o... no sé, creo que te acompaño, sí. Asintió y acompañó a Nasana a ver el cuerpo de Deniria.

Kanizhar y su padre se dedicaron a llevar las cosas del tenderete del mercado hasta su casa. Un poco de ejercicio físico no vino mal al joven clérigo, que olvidó durante unos momentos la amargura de la muerte de su madre. Cuando llegaron a casa y ordenaron los bártulos, se hizo un momento de silencio en el que Orestes parecía pensativo.

Era el momento perfecto para hablar, y la última oportunidad que tendría Kanizhar para hacerlo en todo el día.

El incómodo silencio era tangible entre los dos hombres, pero Orestes no parecía estar en los Reinos. Su mente pertenecía a Deniria en esos momentos, al menos para la práctica y aparentemente ciega mente de Kanizhar, que miraba a su padre con gravedad.

-Padre- masculló, dando un dubitativo paso al frente. Respiró profundo, preparándose para la contundente pregunta que haría. -Se que todo esto es... abrumante, y tal vez sea pronto para preguntar, pero realmente necesito saber. ¡Era mi madre, después de todo!- explicaba prematuramente. -Debo preguntar. ¿Qué es esa carga que madre estaba soportando?-

   Orestes negó con la cabeza, reacio a responder a las preguntas de su hijo.

   -Eso es algo que ella prefirió llevarse a la tumba. Creo que la mejor forma de honrar su memoria es que yo haga lo propio, Zhari-acabó diciendo.

A pesar del tono amable de su padre, Kanizhar bajó la cabeza ante la negativa, como si le hubieran dado una reprimenda. Pero demasiado tiempo había mantenido su lengua atada, y esta vez la situación sobrepasaba todos los límites. Sabía que no querría decir nada, pero aquello no era un juego. Tendré que utilizar otra táctica...

El clérigo, intentando hacer surgir algunas lágrimas, se dirigió a Orestes con tono lastimoso. -Pero... estamos hablando de Deniria. ¡Es mi madre!, ¿y qué si todo esto no es lo que parece?- dijo, con un tono muy poco convincente. -No voy a descansar hasta descubrir todo detrás de su muerte, y tampoco pienso pasar un minuto más en este nido de mentiras- afirmó, aguardando a la reacción de su padre, algo asustado después de tal perorata. En su vida había intentando mentir. Las lágrimas no lograban aflorar, y a pesar de que él no lo veía, el engaño era sumamente absurdo.

   —¿Mentiras? —repitió Orestes, como si no comprendiera— ¿Qué mentiras?

   El enorme herrero suspiró y negó con la cabeza.

   —Escucha, sé que esto es difícil para ti. Pero yo también lo estoy pasando mal, y necesito que te tranquilices para que podamos superar esto juntos.

Kanizhar pudo ver como su treta se hundía más rápido que un barco cargado de plomo. Su corazón latía frenéticamente, desacostumbrado como estaba a las actitudes falsas, ¡y más frente a su mismísimo padre! Por suerte, este no había dilucidado su patético intento de mentira a pesar de no creerla. Aún así, el sacerdote no se rendiría. Sufría más al no saber que era aquello que atribulaba tanto a su madre como para quitarse la vida que al tratar de engañar a Orestes.

-¡La omisión de la verdad es tan terrible como una mentira!- exclamó el Vilion, ya dejando de lado la falsedad. Tragó saliva sonoramente, parte de una mala interpretaicón del papel. -Lo siento mucho- masculló Kanizhar, mientras su labio inferior temblaba involuntariamente. -No puedo soportar algo como esto. Madre acaba de morir, y ahora... ahora sufro los engaños de mi propio padre- se aventuró, secándose el sudor de la frente. -Me iré... me iré de aquí por un tiempo. Tengo mucho que aclarar en mi mente, ¡y no creas que dejaré de buscar respuestas! Voy a descubrir la verdad, ¡aunque me cueste la vida!- exclamó, ya sin saber como sostener su improvisada mentira.

Ya sin esperar, Kanizhar se dirigió hacia su cuarto en busca de sus cosas, con una expresión de pura furia en el semblante, una expresión que no formaba parte de su treta.

   El herrero palideció ante el arranque de furia de su hijo. Se quedó de pie como un pasmarote, sin saber qué decir. Su rostro estaba transido por el dolor.

   —No te alteres, Zhari —rogó Orestes con la voz temblorosa y se acercó a su hijo con ademán contrito—. Escucha... tu madre... estaba preocupada por ti. Se... preguntaba cómo era posible que pudieras lanzar hechizos sin recurrir a... Bueno, que tu forma de lanzar conjuros no es la normal, según me dijo. Ella estaba investigando cómo lo hacías, y si tenía una relación con el hecho de que a veces los encantamientos "normales" fallaran. Creía que había algo perverso en todo esto, y temía que te perdieras en ello. No sé por qué hizo lo que hizo, pero es probable que estuviera relacionado con esto.

   Tragó saliva para seguir hablando.

   —Zhari... ¿sabes algo de todo esto?

Kanizhar se paró en seco cuando su padre comenzó a hablar, suspirando de alivio al ver que estaba demasiado atribulado como para enojarse. Volteó lentamente, para encarar a su padre mientras éste se sinceraba. Se arrepintió del gesto, ya que, a medida que escuchaba la verdad, su rostro se iba transformando radicalmente. Orestes pudo ver con claridad la transición de una expresión de tristeza fingida, a un semblante marcado por verdadero dolor y arrepentimiento.

El clérigo, ahora sintiéndose falso y blasfemo, algo que nadie desea en su barrio, no podía pronunciar palabra. Aunque lo intentaba, sólo lograba emitir unos patéticos balbuceos. -Yo... pe... pero- Sin fuerzas para explicarle a su padre lo acontecido, se echó pesadamente sobre una rústica silla cercana, para comenzar a frotarse las piernas, que temblaban alarmantemente. Sólo pudo hablar mirando al suelo, tomándose la cabeza con ambas manos, con el solo fin de ocultarse lo más posible de los ojos de Orestes. Pero aún podía sentirlos sobre su nuca.

-Lo siento- masculló, con la voz temblorosa y dubitativa. -Esto es todo mi culpa- confesó. Sin poder soportar la mirada del herrero, Kanizhar salió de la casa, y lo primero que hizo, libre de toda inhibición al fin, fue gritar. Vociferó por varios segundos, hasta que el dolor en su garganta le hizo ceder. No prestó atención a los escasos transeúntes, que le miraban con temor, otros morbosamente divertidos. Simplemente se sentó contra la pared frontal de su casa, abatido y sin ganas de levantarse nunca más en la vida. Para empeorar su ánimo, le debía una explicación a su padre.

Súbitamente, se levantó. Su estado de ánimo era igual de penoso, pero ahora tenía un propósito. Si su madre había estado indagando, supuso que alguien más lo sabía, además de tener una idea muy clara de quien era ese alguien. Sus pasos le llevaron otra vez hacia la Casa de Mystra, el segundo hogar de Deniria.