Partida Rol por web

Los aventureros reemprendieron el camino tras comer y descansar.

Se adentraron cada vez más en el bosque de Velar, siguiendo siempre el curso del retorcido cauce de agua. Según iban avanzando, la exuberante y serena naturaleza que habían visto se iba transformando el algo retorcido y enfermo. Empezaron a abundar las ortigas y los arbustos de espinas, con los que los que los menos avezados entre ellos se iban lastimando las piernas. Las ramas de los árboles, carentes de hojas, estaban retorcidas como en un angustioso tormento. La tonificante brisa que los había animado por la mañana se había transformando ahora en un hálito de una gelidez sobrenatural que aullaba y siseaba los horrores que según Volo se habían vivido en el Templo de la Luna Oscura.  

Los aventureros llegaron a una cascada cuando el sol estaba muriendo en el horizonte. El agua parecía suicidarse arrojándose desde lo alto para fluir lenta y mortecinamente aguas abajo, de donde ellos venían. La sensación de corrupción y peligro parecía ser más fuerte allí, y parecía que con sólo alzar la voz podrían caer sobre ellos terrores inimaginables.

Mientras cavilaban en silencio sobre si trepar la pared de roca para continuar o dar un rodeo, notaron como Ivelios perdía el aliento. Su mirada desenfocada parecía estar viendo algo terrible que los demás no lograban percibir...

Ivelios vió como el agua se teñía rojo y se volvía más espesa, como si fuera una gigantesca corriente de sangre. El aire se cargó de un vomitivo hedor a hierro. Tuvo accesos de arcadas y entonces lo vio...

Por la cascada caía una espantosa cantidad de cadáveres y miembros cercenados. Caían y se desplazaban lenta y pavorosamente, como en un desfile macabro.

El corazón empezó a latirle con violencia en el pecho incluso antes de que en sus oídos resonaran los chillidos estremecedores de un montón de almas atormentadas...

Ivelios palideció, con un rictus de horror pintado en el rostro. 

Sus compañeros se preguntaron qué estaría viendo para dejarlo tan aterrorizado cuando se derrumbó al suelo como un fardo. Su pecho primero y el resto de su cuerpo después se convulsionaron con violencia. 

El cuerpo del embajador de Siempreunidos quedó rígido en el suelo.

Áscalon avanzaba cada vez más pegado a la pierna de Galatea, no por miedo, sino con aire protector. El lobo miraba continuamente de un lado a otro y había dejado de hacer incursiones al frente para olisquear el camino, simplemente no se separaba de la elfa.

Por su parte, la druida tampoco es que estuviese muy cómoda, el aspecto del bosque conforme se adentraban de camino al templo no parecía gustarle y pese a que continuaba moviéndose con la misma fluidez por terreno salvaje miraba casi con preocupación algún que otro elemento del sendero que recorrían, si bien no eran las zarzas, era el tronco retorcido de algún árbol o la propia cascada...

"Aquí hubo... hay algo"

Fuera lo que fuese lo que estuviese pensando, quedó interrumpido por el sonido del cuerpo de su compatriota al caer al suelo. La elfa se sobresaltó y al girar la cabeza y toparse con aquello sus ojos azules se abrieron de par en par.

—¡Por todos los Seldarine!—la primera reacción fue correr a agacharse a su lado—¡Ivelios!

Se agazapó pugnando pro darle la vuelta con un trabajoso gruñido para tratar de averiguar qué era lo que le había pasado.

—¿Pero qué... —parpadeó entre confusa y perpleja, como si no le cuadrase algo o como si simplemente le faltase una pieza en el puzzle que había empezado a montar casi de forma automática— ...demonios?

El lobo se removía inquieto a su lado, andando de un lado a otro con pasos cortos pero sin molestarla para nada. De nuevo volvía a parecer una especie de reflejo del humor de su compañera.

Aquel lugar, fue dejando a Khaila cada vez más y más amargada. Si su humor había cambiado algo desde que fue mordida por aquella criatura, ahora, ese cambio era mucho más visible.

Iban caminando por aquel bosque que cada vez se iba volviendo más retorcido... La joven, caminaba mirando adelante, convenciéndose que era la única solución y tenía que continuar dando un paso detrás de otro.

Se detuvieron al llegar a una cascada. Khaila se acercó a la roca para poder comprobar si era posible escalar por allí, cuando, de repente, escuchó un cuerpo caer. Al girarse comprobó que se trataba de Ivelios. - Pero... Qué!? - Por unas décimas de segundo se quedó helada, admirando la rápida reacción de Galatea que ya se encontraba a su lado intentando discernir qué le ocurría.

La joven guerrera desenvainó su gran espadón y se puso en guardia, preparándose para cualquier ataque que pudiera venir...

Hanna a medida que se iban adentrando en aquél bosque le iba haciendo menos gracia lo que veía, y se mantenía atenta al lobo y su dueña, como si confiase más en los sentidos de esos dos compañeros (naturales o sobrenaturales) que en los suyos propios. Por supuesto eso no quería decir que no estuviese vigilante a los alrededores y le escamasen los ruidos que pudieran oírse en aquel lugar mortecino.

Llevaba el arco en la mano, y acariciaba una flecha en la otra, lista para disparar a la primera amenaza que se les pusiera a tiro, cuando llegaron a la cascada. Todo el mundo estaba atento a ella así que Hanna revisó los alrededores. Aunque tenía unas minimas nociones, no era mujer de monte por lo que esperaba la opinión de Galatea... cuando Ivelios cayó al suelo.

¡Genial! somos siete y tiene que caer el Embajador de Siempreunidos! ¡Beshaba tócate las narices un rato simpática!

Sus ojos se abrieron de par en par con sorpresa, y lo primero que se le pasó por la cabeza fue que les hubieran atacado desde los árboles. Como no se veía ninguna saeta e Ivelios jadeaba, se le pasó por la cabeza que tal vez sería algún veneno. Galatea fue a examinarle, y Hanna se quedó cerca pero donde no molestara.
¿Podría ser algún veneno? Preguntó a la druida, y se agachó ella también, buscando algún dardo quizá. Al no encontrar nada que evidenciase un ataque, dudó si darle o no el contraveneno, pero sacó el vial de la mochila y lo manoseó en la mano, preguntando a la elfa.

Es un contraveneno, ¿Crees que servirá? No parece que tenga ninguna herida venenosa... Miró alrededor un instante y devolvió la vista al mago. ¿Puede que sea algún ataque mágico, o es que estaba mayor?

Rengar contempló la arquitectura natural como si se tratase de una construcción curiosa y casual. No podía dejar de observar el juego de tinieblas y oscuridad que se concentraba en la zona, pero su corazón no vaciló ni un instante al caminar. Su aura de integridad no mermó para nada: seguía tranquilo y confiado, cada paso con la espalda recta y atento a sus compañeros.

Cuando Ivelios cayó y Galatea se acercó a socorrerlo, Rengar tomó de inmediato el papel de defensor. Sus conocimientos no eran bastos en la materia médica, de modo que se concentraría en ayudar a que pudiesen sanar al elfo. Se colocó entre ellos y la distancia tenebrosa y levantó el escudo.

Concentró sus energías en detectar presencias malignas en derredor.

El mal parece flotar en el aire como un miasma. Es un mal que acechante, que odia a todas las cosas vivas y quiere su exterminio. Casi puedes sentir los zarcillos de ese mal insomne cerrándose alrededor del elfo...

Mal que parece brotar de algún punto de la pared rocosa, detrás de la cortina de agua de la catarata.

-¡Allí! -gritó el semiorco señalando hacia la cascada-. Este mal viene de alli.

Galatea miraba perpleja a Ivelios, era la primera vez que en el sereno rostro de la druida podía apreciarse algo parecido a la inquietud. Su voz no obstante continuaba manteniendo el tono normal, ni gritaba ni tartamudeada, pero la ribeteaba la preocupación. Cuando Hanna le mostró el contraveneno negó ligeramente con la cabeza.

—No... ningún veneno actúa instantáneamente, no existe tal cosa. No en el reino natural por lo menos—sin embargo, cuando la acólita hizo el comentario sobre lo de que si "estaba mayor" la miró un momento frunciendo ligeramente el ceño. No se había enfadado ni mucho menos pero era una forma de dar a entender de que no era el mejor momento para humor negro—hay algo extraño en el bosque, hasta en el aire. Es como si todo el entorno se hubiera impregnado de un sentimiento negativo... no sé exactamente lo que es...

Se peinó hacia atrás el mechón plateado de cabello que destacaba en medio de la castaña melena en un claro gesto frustrado de impotencia.

—O es magia o es... —en es momento oyó la advertencia del paladín sobre la cascada y apretó ligeramente los dientes— ... eso.

Galatea cogió mucho aire y los soltó despacio.

—No descarto que tenga que ver con esos espíritus de los selunitas masacrados de los que habla la leyenda... y lo digo muy en serio, el templo debería estar justo aquí al lado, detrás de la cascada me atrevería a afirmar—explicó—y no todos los peligros por desgracia pueden percibirse con la vista... un fantasma vengativo puede ser tan peligroso como el hacha más afilada.

Miró a Rengar de soslayo frunciendo un poco las cejas con pesar, esperando tal vez lo que pudiera añadir a la siguiente incógnita.

—Un paladín es un gran aliado aquí... pero no sé hasta qué punto esto se le escapa de las manos o no.

Mientras los aventureros especulaban acerca de los posibles orígenes del mal que acosaba a Ivelios, la vida del elfo se les escurría por entre las manos. Jadeó por última vez y puso los ojos en blanco. Sus brazos colgaron flácidos.

Se estaba muriendo.

Si iban a hacer algo, tendrían que hacerlo YA, o Ivelios abandonaría Faerûn...

Galatea dejó de mirar a Rengar instantáneamente y sus ojos se posaron sobre su compatriota otra vez al notar que dejaba de coger aire.

—¡NO!—exclamó agitándolo por los hombros—¡Maldita sea, no se te ocurra morir aquí!

Áscalon emitió un gañido y se detuvo arañando la tierra ligeramente con las uñas al lado de Hanna, como si simplemente estuviese observando al igual que ella.
La druida se secó el sudor de la frente con el dorso de la mano y plantó una sobre la otra sobre el pecho del elfo dando un empujón seco, no sabía por qué se le había parado el corazón pero sabía que aquella era la única forma de que volviese a reaccionar.

—¡¡IVELIOS!!

Repitió un par de veces más, hasta cinco... fueron seguramente los treinta segundos más largos en la vida del grupo... pero concretamente para Galatea la vida de un compatriota se le escapaba de las manos y ni si quiera sabía a ciencia cierta por qué.

El silencio era mortal, por un momento sólo llegó a escucharse la trabajosa respiración de la elfa que de pronto se quedó quieta conforme estaba, agachó poco a poco la cabeza lo que provocó que la cascada de cabellos castaños cayera sobre sus hombros. Luego se llevó con lentitud una mano al rostro, tapándoselo parcialmente.

—.........

El lobo emitió otro gañido apagado esta vez, estaba sentado sobre sus cuartos traseros pero se removió inquieto, volviendo a arañar la tierra con las uñas aunque sin levantarse, terminó por pegar las orejas contra la cabeza y por echar esta un poco hacia atrás, emitiendo un suave y largo aullido luctuoso que terminó en silencio. Era un sonido tan triste que partía el corazón.

Galatea a penas murmuró unas palabras en voz muy baja, y fueron en élfico.

—Namárie... melarii...

 
Namárie... melarii... : Adiós... hermano...

Parecía que no iban a ser atacados, o al menos no inmediatamente. khaila se atrevía a enfrentarse a cualquier cosa que pudiera machacar con su espadón... Pero aquello, aquello se le escapaba.

Escuchó a Galatea y se giró para ver como su compañero dejaba escapar su último aliento. La joven no entendía qué había ocurrido, si el mal que decían que venía de detrás de la cascada había hecho eso con el elfo, ¿qué podía hacer con ellos si seguían acercándose?

La hasta ahora ruda y ceñuda guerrera, no pudo evitar que una solitaria lágrima empezara a correr por su mejilla. Levantó la mirada y se giró sintiendo como su corazón era estrujado por un puño que apretaba fuerte. Casi no había conocido a Ivelios, ni habían intercambiado más de tres palabras, pero verle morir así hizo que la rabia empezara a hervir en su interior.

- Quedaros junto a él... Yo voy a ver qué hay allí. - Sí, era una locura, pero la guerrera no podía permitir que se arriesgaran más por ella...

Todo había ocurrido muy rápido: la mirada de horror de Ivelios, su caída al suelo y en un abrir y cerrar de ojos... su muerte. Por mucho que lo intentó Hanna y Galatea, no pudieron hacer nada por el elfo para mantenerle con vida. A pesar de que quería ayudar, Volo sabía que no podía hacer nada. Estaba fuera de su alcance. 

Pobre chico- pensó el mago. No había tenido tiempo a conocerle, pero a pesar de ello su muerte le entristecía. Aunque todavía no estaba todo perdido. Al fin y al cabo, la resurrección era una posibilidad.

Ten cuidado, Khalia- dijo Volo- no nos gustaría que te ocurriese lo mismo que a él. De todas formas, creo que puedo ser más util si voy yo- añade- al fin y al cabo, quizás pueda averiguar que es lo que ha llevado a Ivelios a su... situación.

Con esto dicho, el mago se dirigió hacia donde se encontraba Rengar.

Rengar quedó patidifuso por la repentina muerte del elfo. Había esperado que la druida pudiese salvarlo, pero era tal el mal que lo había envenenado que la muerte había sido fulminante e imparable. Sin dudar, asintió a Khaila y se colocó el yelmo en la cabeza.

-¡Vamos! ¡Hay que ver dónde está!

Había visto muerte antes. Había matado a bandidos, había observado lo que hacían los hombres crueles, había sentido en sus propias carnes lo que era perder a alguien amado a manos de los servidores de Kélemvor, pero nunca de un modo tan rápido, inexplicable y claramente maligno.

Hanna tragó saliva mirando a Ivelios. A la acólita de Mystra le vibraba la mano mientras la acercaba a los ojos de Ivelios para cerrárselos. Había visto morir a dos personas en dos días, y ambos en circunstancias nada naturales, esperadas ni agradables. Una vez Galatea acabó, Hanna dedicó al difunto una pequeña oración fúnebre Mystrana (En dracónico, por supuesto) y se sacó su capa para cubrirle.

S... sí que está maldito este lugar... Tragó algo de saliva. Apenas había tenido tiempo de conocerle, pero de ahí a que no le afectase verle morir de ese modo iba un buen trozo. Además, no era un elfo "cualquiera" y por si fuera poco, significaba que a ella y a los demás podría pasarles lo mismo en cualquier momento.

Nos toca cargar con él hasta el templo de Selûne, y de vuelta de él a la ciudad. No podemos dejar aquí tirado al Embajador de Siempreunidos. Miró a los demás, quizá habia sonado bastante insensible, pero en la mirada se le notaba que no era tan cierto como intentaba hacer creer. ...Bastantes problemas tiene ya el Valle de la Rastra, si es posible se le devolverá a la vida.

Se levantó y miró a Khaila y a Rengar.
Podemos turnarnos por parejas, para no cansarnos ninguno demasiado... Khaila? Rengar? Hanna se puso a los pies de Ivelios y le cogió por ellos. No parecía que fuese a aguantar demasiado cargándole por mucho empeño que le pusiera y por poco que pesara el elfo, pero eso no la disuadió.

Khaila se giró y miró a la acolita de Mystra con los ojos bien abiertos.

- Estas de broma, ¿no? - Era más una afirmación que una pregunta... - No sabemos lo que nos podemos encontrar allí dentro. Por lo que hemos visto, muy agradable no va a ser, y no creo que podamos estar cargando con su cuerpo. Dejadlo escondido, en algún sitio que después podamos recuperarlo, pero no pretendas que entremos allí dentro cargando con él. - Dijo señalando con el brazo extendido hacia la cascada.

Galatea no se había movido un ápice, seguía en aquella postura como si se hubiese quedado congelada; con una mano tapándose la mitad del rostro que correspondía a los ojos y la cabeza gacha. Por lo poco que podía verse de su cara, tenía los dientes apretados aunque ni sus hombros se agitaban ni se le entrecortaba la respiración, tampoco se oía llanto alguno.
Áscalon emitió otro gañido suave y se levantó del lado de Hanna, rodeando a la clériga por detras para llegar al lado de su compañera. Enseguida empezó a empujarle insistentemente un brazo con el hocico y no paró hasta que logró colar la cabeza por debajo. Fue sólo en ese momento cuando Galatea pareció darse cuenta de lo que ocurría a su alrededor ya que separó la mano de la cara y hasta parpadeó, el animal se puso a lamerle una mejilla.

Y en efecto, no había lágrimas en los ojos claros de la elfa, pero aquel cielo azul sí que parecía ahora entelado por nubarrones oscuros. En un principio sólo miraba a Ivelios con la vista algo perdida sin reacción aparente por lo que estaba haciendo el lobo... pero éste terminó por lograr lo que se proponía que por lo visto era captar su atención y hacer que le observase a él. Cosa curiosa, en cuanto lo logró, se quedó quieto mirándola como si esperase algo.

Al cabo de un instante así, Galatea le susurró unas palabras en aquel melodioso idioma cosa que provocó que Áscalon levantase las orejas en punta. La druida lo mantenía rodeado con el brazo bajo el cual había logrado colarse y tras murmurar aquello le rodeó el peludo cuello con el otro brazo de tal forma que daba la impresión de que más que a un animal estuviese abrazando a un hermano pequeño.

Se puso en pie despacio, sacudiéndose las ramitas de las piernas justo en el momento en el que Hanna hacía ademán de coger a Ivelios y Khaila le contestaba. Galatea se limitó a cruzarse de brazos lentamente y a coger mucho aire por alguna razón, no se volvió para hablar, eso sí.

—Claro, dejémoslo aquí para que cuando volvamos encontremos únicamente una nota escrita del primer animal carroñero que se os venga a la cabeza con un "gracias por la comida".

Ironías a parte, cierta amargura ribeteaba muy ligeramente la frase. Lo que estaba más que claro es que no se trataba de ningún chiste.

A menos que encontrasen un argumento o alternativa francamente brillante no parecía dispuesta a ceder a dejarlo allí aunque ella misma parecía estar dándole vueltas al problema. Tras varios segundos soltó el aire en un lento suspiro y añadió en tono algo menos seco remarcando las palabras de Hanna y mirando finalmente a ésta.

—Y sí, desde luego que vamos a necesitar que sea posible...